Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
(Pág. 21)
Conocí a Madelaine Hollaender hace muchos años, en la legendaria cada de
Don Eloy Avilés Alfaro. Era una de aquellas noches deliciosas que
disfrutábamos en el barrio de las peñas de la brisa del río Guayas. Madeleine
se mecía en una hamaca de mocora, y aunque había llegado a nuestro puerto
apenas dos o tres meses antes, la joven señora de nacionalidad suiza estaba
tan cómoda como cualquier guayaquileña de viejo cuño.
(Pág. 22)
Su amor al arte y su devoción hacia los artistas –para quienes siempre ha
tenido un trato amigable y fraternal-, la acercó a los vericuetos de su alma.
(Pág. 23)
Madeleine Hollaender supo darse cuenta de ellos, más que por conocimiento,
por su gran sensibilidad. Su amor al arte y su devoción hacia los artistas-para
quienes siempre ha tenido un trato amigable y fraternal-, la acercó a los
vericuetos de su alma. Esta relación personal con el arte le aseguró el apoyo
suficiente para transformar lo que había iniciado como un hobby bien
organizado, en una empresa eficiente. Sin haber conocido bien el medio
artístico, la Galería Madeleine Hollaender no se hallaría celebrando sus Bodas
de Plata.
Basta conversar con Juan Haddaty para recordar aquellos hoy lejanos tiempos
cuando abrió su legendario Café-Galería que agrupaba a artistas e
intelectuales. La mencionada galería Contémpora de Neda Prpic, en el último
piso del edificio Cóndor, junto al edificio que albergaba a la galería
Pachacñamac, donde el pintor Jaime Villa presentaba magníficas muestras,
entre ellas una memorable de Manuel Rendón Seminario.
Un día estos jóvenes, venciendo la timidez me pidieron que los recibiera, pues
querían consultarme sobre la posibilidad de trabajar en grupo y obtener apoyo
institucional. Me reuní con ellos y con mis queridos amigo Ismael Vargas y
Judith Gutiérrez, que casualmente me visitaban desde México. Les manifesté
que el Museo recién se iniciaba y expuse las dificultades burocráticas. Pero me
ofrecí en forma privada a colaborar con ellos y participarles mis experiencias en
el mundo de las artes visuales. Judith e Ismael mostraron vivamente su interés
para que trabajaran en su taller.
Des esta manera conocí a Flavio Álava, Xavier Patiño, Marcos Restrepo, Pedro
Dávila y Jorge Velarde, a quienes presenté posteriormente a Madeleine
Hollaender, quien en 1981 les invitó a exponer en el Hotel Oro Verde, muestra
que fue un sonado éxito en Guayaquil, y en cuya ocasión el maestro César
Andrade Faini me dijo: “No los alabe a estos muchachos, porque así se dañan”.
Sin embargo, las cosas no fueron tan fáciles siempre. Marco Alvarado no
ganaba la confianza y amistad de sus compañeros, mientras que Paco cuesta,
Mónica Alvear y Luis Carlos Pontón no tenían conflictos personales. Finalmente
me manifestaron que no querían tener entre ellos a Alvarado y realizando una
votación lo expulsaron.
(Pág. 23)
Analizando la amistad del Madeleine Hollaender con los artistas, veo que es
muy similar a aquella del legendario Ambroise Vollard con los genios de la
École de Paris. Ojalá Madelaine nos deleitara algún día, como Vollard, con su
delicioso Souvenirs de un marchat de tableux, relatándonos sus vivencias con
Enrique Tábara, Meter Mussfeldt, César Andrade Faini, Oswaldo Guayasamín,
Edgar Carrasco, Gonzalo Endara Crow, Hernán Zúñiga, Fabiano Kueva, Ariel
Dawi, luigi Stornaiolo, Antonio Cauja, entre tantos artistas, al igual que sus
recuerdos de sus amigos artesanos, músicos intelectuales y demás personajes
que pueblan el mundo de la cultura.
(Pág. 24)
Han pasado veintisiete años desde que conocí a Madeleine Hollaender en cas
de Eloy Avilés, soy su amigo ecuatoriano más antiguo, y a través de un cuarto
de siglo hemos recorrido juntos el mundo de las artes pláticas. Pero, sobre
todas las cosas que ocurrieron y que puedan ocurrir en el futuro, un aspecto de
la personalidad de Madeleine Hollaender ha sido el que más he admirado y
respetado en todo momento y en cada ocasión: su inquebrantable
honorabilidad, puesta a prueba en un país sacudido por la corrupción, el adulo
y la deslealtad.
Por ello, si tenemos que pensar en una gran historia del arte de Guayaquil, una
de las figuras más señeras y prestigiosas para nuestro orgullo es la de esta
mujer venida de Suiza a estas cálidas orillas de Guayas que la refrescan día a
día. Madeleine Hollaender ha ofrecido a Guayaquil una obra de importancia
comunitaria con insuperable devoción y alta calidad.