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: “EL EXISTENCIALISMO ES UN
HUMANISMO”
ANÁLISIS
LÓPEZ, Claudia
29/10/ 08
Ignoro si Sartre partió de alguna constatación para llegar a concluir que Dios no existe,
pero por lo que puede verse aquí, esta afirmación no es conclusión sino premisa. Y
como premisa, se presenta como prejuicio.
Ahora bien, toda la obra- como el autor mismo reconoce- es un (angustioso) esfuerzo de
razonamiento en coherencia con dicha premisa; el intento de llevar tal afirmación a sus
últimas consecuencias.
Sartre no parece tener en cuenta que los términos empleados en cuestiones cruciales,
son equívocos. No define en modo alguno qué entiende por “esencia”, ni por
“existencia”, ni por “naturaleza”, ni por “ser nada”, ni por “porvenir”, ni por “bien y
mal”... Es que, tal vez, definir equivale a reconocer esencias.
En el prólogo de la obra se advierte que el discurso está lleno de contradicciones,
resultantes de la premura con que fue elaborado. Que esta sea tal vez la obra más
difundida de Sartre, pareciera entonces una injusticia.
Para no partir de la equivocidad: si por esencia entendemos “aquello por lo cual un ente
es lo que es”, en esta obra Sartre expone una interesantísima antropología, estableciendo
el conjunto de notas que distinguen y diferencian al hombre del resto de las cosas (a las
que, en consonancia con su terminología, no puede llamárseles ni entes ni seres y,
menos aún, criaturas); al hacerlo… establece “aquello por lo que un hombre es hombre,
y no otra cosa”.
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El hombre es lo que ha proyectado ser. En apariencia, lo que aún no es, ya puede
proyectar… ¿Cómo un hombre puede hacer algo- proyectarse o lo que sea- sin
ser primero?
El hombre es el existente que elige. Elige porque es libre. Esta es una facultad
propia y exclusivamente humana, la que nos caracteriza como tales. Un hombre
no puede elegir no ser libre, afirmar lo contrario es contradictorio. ¿Cómo es que
esta determinación acompaña a la existencia sin precederla?
El hombre es el existente que no puede elegir el mal. Solo puede elegir el bien.
Tampoco se explica que todo hombre se vea sometido a esta determinación, sin
que exista lo que pueda llamarse esencia humana.
El hombre está abandonado a sí, y todo le está permitido puesto que no hay Dios
y por tanto, no hay valores. Tampoco se explica por qué razón entonces, el
hombre está en permanente tensión al bien. La afirmación y constatación de ello
se bastan a sí mismas, sin causa alguna.
El hombre es “arrojado” al mundo; no se arroja a sí mismo, y este es su único
acto no libre, e igualmente incausado.
El hombre es el conjunto de sus actos. Tampoco esta afirmación se percibe
como esencial.
El hombre es individuo, subjetividad. Sartre afirma que los existencialistas
“queremos una doctrina basada en la verdad, y no un conjunto de bellas
teorías…sin fundamentos reales”. Esta afirmación de la verdad que subyace a
toda realidad (entonces, también al hombre), tampoco es entendida en el sentido
de la “esencia” de lo real.
Hay un conjunto de notas invariables de hombre a hombre y en todo tiempo: la
necesidad de estar en el mundo, de trabajar, de convivir y de morir. Este
conjunto de notas tampoco es considerado como definición de lo esencialmente
humano.
El compromiso del hombre con otros hombres- ¿su “naturaleza social”?- es
permanente, no relativo a las distintas culturas.
El hombre es el ser que puede crear e inventar, por eso desarrolla arte y moral.
No se aclara si, siendo libres, podríamos elegir no crear ni inventar nada en
absoluto.
Las elecciones humanas pueden estar fundadas en el error o en la verdad.
¿Cómo es esto posible, en un mundo donde no hay esencias, y por lo tanto las
cosas bien pueden ser como no ser, verdaderas o falsas indistintamente?
Los valores no pueden concebirse como preexistentes al hombre, sino como el
sentido que el mismo hombre quiere para su vida. ¿Pero cómo puede quererse lo
que no es?
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de circularidad, de encierro en un laberinto de razonamientos sin salida, me remite una
vez más a la afirmación de Chesterton.
Pese a todo, Sastre no exhibe la indolente despreocupación por los argumentos que sí
puede notarse en ciertos filósofos contemporáneos al abordar la cuestión de Dios; tal es
mi juicio respecto de Vattimo.
Este retoma, al inicio de Creer que se cree una cuestión ya ampliamente desarrollada en
su tierra por Pietro Prini, y luego por López Quintás en “Cuatro filósofos en busca de
Dios” (entre muchos otros): el “retorno” de la cuestión religiosa como tema filosófico y
como inquietud del hombre común, acompañado de lo que los tres llaman de diferente
manera, pero que podríamos resumir como un “proceso de autentificación de la
experiencia religiosa”. Al igual que lo señalado por aquellos filósofos, Vattimo
reconoce sus personalísimas e intransferibles experiencias de dolor y límite como el
motor que lo impulsó en esta dirección.
Pero la lectura de conjunto de esta obra me ha remitido a las afirmaciones que López
Quintás hace respecto de la actitud generalizada entre nuestros contemporáneos a la
hora de abordar la cuestión religiosa. Quisiera citar aquí la tal crítica, tomándola como
marco teórico de análisis del discurso de Vattimo:
“Una consideración atenta de la existencia del hombre contemporáneo —sus motivaciones, sus ideales,
sus preferencias, sus hábitos de vida, sus orientaciones intelectuales...— pone al descubierto tres
características interconexas:
1) la tendencia al hedonismo, el bienestar fácil, y la huida de todo planteamiento comprometedor;
2) la propensión al relativismo —«todo depende de la perspectiva que se adopte»— y al indiferentismo
—«todo da igual en definitiva, con tal de conservar el confort»—;
3) la desorientación espiritual incluso en círculos creyentes.”
Vattimo señala que con el dramático fin de la modernidad también se han derrumbado
los grandes “mitos filosóficos antimetafísicos”, como el positivismo, el marxismo y
diversas formas del racionalismo ateo. Pese a tal reconocimiento, Vattimo opta por
reafirmarse en la filosofía de Heidegger y Nietzsche al enfrentarse a la cuestión del
“retorno” del interés religioso, con consecuencias insólitas…
Plantea así su adhesión al “pensamiento débil”, sin pretensiones metafísicas, y en
consecuencia de una “ontología débil”, para analizar lo que la fe “es y no es”, lo que la
revelación, Jesucristo, la tradición, la Iglesia, la moral, etc… “ES Y NO ES”. Más aún,
lo que “ES Y NO DEBERÍA SER”, con total rotundidad. Nietzsche, con su alegre
irresponsabilidad filosófica, se sorprendería ante esta insospechada derivación de su
pensamiento.
Al igual que Sastre, tampoco Vattimo parece preocupado por la equivocidad de sus
términos y conceptos. Defiende la tesis de que un abandono de la mirada racional de la
realidad es inherente a una auténtica aproximación a lo divino, y que además la mirada
racional es violenta por sí misma, puesto que encierra el interés metafísico de
aprehensión de la “verdad”. Diametralmente opuesto a la concepción de Sastre al
respecto, adhiere aquí a la idea de que la verdad es un garrote construido a los fines de
destrozar al prójimo, y no más. Parece no advertir que esta afirmación también debe
considerarse metafísica.
Según Vattimo, la encarnación de Cristo constituye la revelación del Dios del Amor en
oposición al dios “violento” de la así llamada “religión natural”, de carácter sacrificial.
Hace un tiempo leí una nota acerca de una parroquia inglesa que propuso a sus fieles
reflexionar acerca de los motivos que alejan a los creyentes de la práctica religiosa. Un
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experto en marketing sugirió quitar la cruz, ya que “ofrecía una imagen lúgubre y
violenta” de Dios. He tenido la impresión de que Vattimo se asemeja mucho al dicho
especialista, en su intento por diluir todos aquellos aspectos del Evangelio que pudieran
resultar “incómodos” para la manera de vivir y actuar del hombre, en pos de una imagen
edulcorada de Jesús, más políticamente correcta.
No siendo esto posible, Vattimo opta por negar que haya una verdad a la que adherir, o
bien debe reconocerse que tal verdad es inasible. Pero también afirma su convicción de
que el Espíritu continúa su obra de Revelación… ¿¿¿¿REVELACIÓN DE QUÉ????
Con honestidad intelectual, acaba por reconocer lo “huidizo, circular, paradójico” de su
discurso… pero no se ve esfuerzo alguno para avanzar más allá del atolladero. Y
nuevamente retomo la línea de análisis de López Quintás: se hace urgente un
pensamiento que se atreva a “ir a lo profundo” sin temor a lo que pueda encontrarse allí;
un pensamiento que no se muestre autocomplaciente. La filosofía de herencia
aristotélico-tomista ofrece un sinfín de dificultades para la interpretación acabada de lo
real (o existente, si se quiere). Pero al menos no adolece de cobardía intelectual.
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metafísica. No advierte que siendo así, tampoco sus juicios revisten valor moral alguno:
en definitiva, para qué hacer juicios, si todo dependerá del sistema de verdades que elijo
adoptar o rechazar, de manera totalmente subjetiva. Aquí, el argumento de “lo bueno es
lo que elige la mayoría”, parece tomarse como argumento de carácter filosófico.
En esta línea está también la defensa de una fe que pueda vivirse “a mi manera”, pero el
autor mismo reconoce que los contenidos de la fe tienen un carácter eclesial tanto por su
origen como por la interpretación que ellos exigen; por tanto, la fe cristiana tiene un
sello eminentemente eclesial. Aceptar la fe y rechazar las enseñanzas de la Iglesia es
cada vez más frecuente; Vattimo señala la indignidad que subyace a semejante postura:
“Con todo, sigue siendo embarazosa y contraria a toda dignidad, coherencia y
transparencia personal la situación de quien frecuenta la iglesia y no tiene, en
absoluto, intención de abandonar la vida “de pecado” en la que, según la enseñanza
eclesiástica oficial, vive.”
Podría esperarse que semejante afirmación constituyera un punto final a su discurso…
pero no. Y la sonrisa es inevitable.
Por lo demás, no me resultan claros los argumentos que el autor emplea para afirmar
que puede renunciarse a la razón para la aproximación a lo sagrado, en favor de los
“sentimientos y experiencias personales”. Sin embargo, anteriormente, al analizar la
pertinencia de la moral sexual en lo relativo, por ejemplo, al uso de profilácticos, da la
impresión de que debe primar una supuesta “racionalidad” en el abordaje del tema, y no
consideraciones referentes a la caridad entre cristianos.
Interesaría descubrir cómo se conjuga “Yo soy la Verdad”, “conoceréis la verdad”, con
una interpretación secularizante del evangelio, al modo de Vattimo.
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trabajo práctico- centrar el análisis en las cuestiones en las cuales, a mi limitado
entender, el discurso hace agua…