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© JOSE DONOSO © EDITORIAL ANDRES BELLO Av. Ricardo Lyon 946, Santiago de Chile Inscripcion N? 68.484. Se terminé de imprimir esta primera edicién de 20.000 ejemplares en el mes de diciembre de 1987 IMPRESORES: Salesianos. Bulnes 19, Santiago IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE JOSE DONOSO José Donoso nacidé en Santiago, en 1924, en el seno de una familia de médicos y abogados. Interrumpié sus es- tudios secundarios para trabajar en haciendas ovejeras en la Patagonia, y en actividades portuarias en Buenos Aires; conocié asi diversos ambientes. Regresé a Chile para terminar sus estudios secundarios e ingresar a la Universidad. Luego obtuvo una beca para estudiar lite- ratura inglesa en la Universidad de Princeton en Esta- dos Unidos y, mas adelante, viajé extensamente por Mé- xico y Centroameérica, y visité Europa. Como tantos es- critores, esos viajes que comenzaron con'la intencién de conocer diferentes paises, ambientes y costumbres, lo hicieron echar raices en otros lugares y, por varios ajios, se establecié en Espaifia. José Donoso ha sido profesor de literatura en la Universidad Catélica de Chile y en las universidades nor- teamericanas de Iowa, Princeton y Portsmouth; también fue redactor de la revista Ercilla y se ha dedicado.a la critica literaria. Dos veces obtuvo la beca Guggenheim. Para la critica norteamericana Ménica Borrow —que comenté su libro Coronacién, publicado en inglés en 1965—, José Donoso es “un escritar chileno con perspec- tiva universal”. En efecto, su obra alcanzé un punto en que las fronteras nacionales tienden a desdibujarse para dar paso a una especie de integracién continental. Do- noso traspuso las fronteras “para colocarse dentro del gran mundo contempor4neo, aspirando a comparaciones eriticas universales y llegar asi a un publico mayor”. “José Donoso —expresan Montes y Orlandi en su Historia de la Literatura Chilena— es un escritor de gran riqueza conceptual que busca con afan y desde un 4ngulo 1 personalisimo la renovacién de las formas narrativas tra- dicionales”. Y agregan: “Es curioso observar que José Donoso no detalla ambientes o lugares, como lo hacian los realistas anteriores: sdlo insinia”. Es exacto y preciso cuando describe a sus persona- jes. Alone destaca que posee “ese don,-el més raro, el mas escaso, aqui como doquiera, la penetracién psicold- gica, la capacidad de ver distintos caracteres y retratar- los, condicién soberana sin la que ninguna obra de arte puede subsistir. ..” Y son precisamente esas cualidades las que le han asegurado un puesto definitivo entre los mejores narra- dores latinoamericanos. Su obra ha sido traducida a varios idiomas. En 1950 publicéd dos cuentos en inglés: The Blue Woman y The Poisoned Pastries; cuatro afios mas tarde aparecié China, su primer cuento en castellano. En 1956, la Municipali- dad de Santiago premié su obra Veraneo y otros cuentos y ese mismo afio publicé Dos Cuentos. Luego siguieron El charleston (1960), Tres novelitas burguesas (1973) y Cuatro para Delfina (1973). En cuanto a sus novelas, en 1957 publicé Corona- cién, que obtuvo el Premio Fundacién William Faulkner y que fue un acontecimiento celebrado por la critica in- ternacional. En México conquisté los medios intelectua- les y en Nueva York se mantuvo por cuatro semanas en la lista de los best sellers, ademds de obtener las mds elogiosas criticas. Mas adelante publicé Este Domingo (1966). y El lu- gar sin limites (1967). Luego, El obsceno pdjaro de la noche (1970), una historia que, como sefalara Alone, alcanza “una atmosfera de leyenda que, en cierto modo, le imprime una especie de poesia extrafia, no sin su ma- gia”. Y Montes y Orlandi expresan: “La mezcla de rea- lidades y de mitos increfbles permite al autor una obse- siva vision de mundos que se hacen y deshacen y que concluyen en argustiosos callejones sin salida. Lo mons- truoso se.da aqui en forma realmente genial”. 2 Sus ultimas novelas son Casa de campo (1978), que obtiene el premio de la Critica Espafiola; La misteriosa desaparicion de la Marquesita de Loria (1980), y El jar- din de al lado (1981). En 1972 publicé un libro testimonial y ensayistico: Historia personal del “boom”. De él se ha dicho que “no es ni una crénica ni un segmento de memorias ni un divertimento ni una recapitulacién generacional ni un acopio de materiales para la critica literaria ni un relato del engarzarse de unos escritores en su dambito: es todo ello a la vez, en repertorio licido y hidico de trazos breves y vivides —acuarela, pastel, dleo, aguada, lapiz— que dibujan, con los rostros individuales de un ayer atin . Inuy cercano, el rostro comun de un tiempo, la faz plena de un drea de la literatura”. Copyrighted material Para Yves y Bignia Zimmermann Copyrighted material ...the final beauty of writing is ne- ver felt by contemporaries; but they ought, I think, to be bowled over... VIRGINIA WOOLF Diario de una escritora Déme usted una envidia tan grande como una montaiia, y le doy a usted una reputacién tan grande como el mundo... i Benrto Pérez Gatpés La desheredada Copyrighted material Quiero comenzar estas notas aventurando la opinién de que si la novela hispanoamericana de la década del se- senta ha Ilegado a tener esa debatible existencia unitaria conocida como el boom, se debe més que nada a aquellos que se han dedicado a negarlo; y que el boom, real o fic- ticio, valioso o negligible, pero sobre todo confundido con ese inverosimil carnaval que le han anexado, es una creacién de la histeria, de la envidia y de la paranoia: de no ser asi el ptiblico se contentaria con estimar que la prosa de ficcién hispanoamericana —excluyendo unas obras, incluyendo otras segtin los gustos— tuvo un extra- ordinario periodo de auge en la década recién pasada. Durante la década del sesenta se escribieron en His- panoamérica muchas novelas de una calidad que desde su aparicién hasta ahora me sigue pareciendo innegable, y que por circunstancias histérico-culturales han mere- cido la atencién internacional, desde México hasta Ar- gentina, desde Cuba hasta Uruguay. Estas obras han te- nido y siguen teniendo una repercusién literaria —quie- ro recalcar el hecho de que estoy hablando de lo espe- cificamente literario, no del nimero de ejemplares ven- didos, que es sdlo un ingrediente parcial de esa reper- cusién: basta comparar las asombrosas cifras de venta de Cien afios de soledad con las escasisimas ventas de Paradiso, ambas indudables integrantes de la primert- sima fila del hipotético boom— nunca antes vista en el ambito de la novela moderna escrita en castellano, ya que si Blasco Ibdfiez, por ejemplo, tuvo una resonancia 9 cosmopolita en su tiempo, jamds se ha pretendido que sea otra cosa que literatura comercial; y los grandes nombres de la novela “literaria” de la primera mitad de este siglo escrita en castellano, tanto hispanoame- ricanos como espafioles, se han desvanecido en com paracién con sus contemporaneos alemanes, norteame- ricanos, franceses, e ingleses, sin dejar gran huella en la formacién de los novelistas actuales. ¢Qué es, entonces, el boom? ;Qué hay de verdad y qué de supercheria en é1? Sin duda es dificil definir con siquiera un rigor médico este fendmeno literario que recién termina —si es verdad que ha terminado—, y cuya existencia como unidad se debe no al arbitrio de aquellos escritores que lo integrarian, a su unidad de miras estéticas y politicas, y a sus inalterables leal- tades de tipo amistoso, sino que es més bien inven- cién de aquellos que la ponen en duda. En todo caso quizA valga la pena comenzar sefialando que al nivel mas simple existe la circunstancia fortuita, previa a po- sibles y quizA certeras explicaciones histérico-culturales, que en veintiuna reptiblicas del mismo continente, don- de’ se escriben variedades mds o menos reconocibles del castellano, durante un perfodo de muy pocos afios apa- recieron tanto las brillantes primeras novelas de autores que maduraron muy o relativamente temprano— Vargas Llosa y Carlos Fuentes, por ejemplo—, y casi al mismo tiempo las novelas cenitales de prestigiosos autores de mas edad —Ernesto Sabato, Onetti, Cortazar—, produ- ciendo asi una conjuncién espectacular. En un periodo de apenas seis afios, entre 1962 y 1968, yo lei La muerte de Artemio Cruz, La ciudad y los perros, La Casa Verde, El astillero, Paradiso, Rayuela, Sobre héroes y tumbas, Cien afios de soledad y otras, por entonces recién publi- cadas. De pronto habia irrumpido una docena de nove- las que eran por lo menos notables, poblando un espacio antes desierto. Este es el hecho neutro, tal como lo registran los ficheros de la historia literaria. Pero resulta que boom, 10 en inglés, es un vocablo que nada tiene de neutro. Al contrario, est&é cargado de connotaciones, casi todas peyorativas o sospechosas, menos, quizds, el reconoci- miento de dimensién y de superabundancia. Boom es una onomatopeya que significa estallido; pero el tiem- po le ha agregado el sentido de falsedad, de erupcién que sale de la nada, contiene poco y deja menos. Im- plica, sobre todo, que esta breve y hueca duracién va necesariamente acompafiada —como en Mahagonny de Bertolt Brecht— de engafio y corrupcion, de falta de calidad y de explotacién. Es muy posible que los pri- meros en aplicar el epfteto a la novela latinoameri- cana reciente, y quizA mds atin los que avidamente se apresuraron a difundirlo, no quisieron significar nada loable. Nadie, por lo demas, ni criticos, ni publico, ni soli- citantes, ni escritores, se han puesto jamd4s de acuerdo sobre qué novelistas y qué novelas pertenecen al boom. ¢Cual es el santo y sefia politico y estético? ¢Cudles son los premios, las editoriales, los agentes literarios, los eriticos y las revistas aceptadas, y durante cudnto tiempo y bajo qué condiciones se extiende esa acepta- cién? ¢Cudles son las insignias y emblemas, quién los reparte y en qué lugar del planeta —Buenos Aires, La Habana, Nueva York, Paris, Barcelona, México— se efectta esa reparticién? Nadie tiene claro el momento del nacimiento del boom, nadie est4 dispuesto a prohi- jarlo definiendo el modo en que se tuvo conciencia de que existia, en el caso que se acepte que existe 0 existid. Nadie, por otro lado, sabe si se puede afirmar que el dichoso estallido ha terminado. El boom de la novela _ hispanoamericana contemporanea goza de una extrafia existencia polémica que no cuaja en verdaderas polé- micas porque nadie quiere definir a qué lado de la valla esta situado, si es que hay valla, y sdlo queda constancia de rumores y escaramuzas propiciadas por detractores de los colores mas variados. La verdad es que fueron estos detractores, aterrados ante el pe- il ligro de verse excluidos o de comprobar que su pais no poseia nombres dignos de figurar en la lista de honor, los que lanzaron una sdbana sobre. el fantasma de su miedo, y cubriéndolo, definieron su forma fluc- tuante y.espantosa. As{ se inventé el boom: asi lo saca- ron del mundo de la literatura y lo introdujeron en el mundo de la publicidad y la bulla, asi han mante- nido ante el publico su supuesta unidad, prodigandole la propaganda gratuita de que se acusa a sus miem- bros de ser tan diestros para conseguir, ya que como capos de mafia manejarian el pool de secretos que aseguran el éxito. Los detractores son los wnicos que, como en un espejismo, creen en la unidad monolitica del boom: esa masoneria impenetrable y orgullosa, esa sociedad de alabanzas mutuas, esa casta de privilegia- dos que antojadiza y cruelmente dictamina .sobre los nombres que deben pertenecer y los que no deben pertenecer... nadie sabe muy bien a qué... Existen detractores del boom de los mas variados plumajes: quiz4 los que m4s algarabia forman sean aquellos que se creen injustamente marginados por los dictadores que les niegan la entrada, y en represalia se dedican a hacer lo que se ha Ilegado a llamar “el trot- toir literario”, es decir, a ganar su prestigio por medio de articulos y conferencias hostiles. Existen los pedan- tes que, inclinados sobre textos y blandiendo nombres en sus fldccidas manos sudorosas, prucban la ausencia de una “total originalidad literaria”, originalidad total que ningtin novelista serio querria reclamar para su obra. Existen los peligrosos enemigos personales que hacen extensivo su odio a todo el grupo que sus ima- ginaciones paranoicas crean. Existen los papanatas que aseguran a la prensa al publicar un primer libro agra- ciado con un premio sin importancia, que ellos, ahora, también integran el boom, y hacen pronunciamientos en nombre de un grupo que no existe, y que si exis- tiera, sus miembros tendrian las posiciones mas dis- pares. Existen los envidiosos y fracasados, algun pro- 12 fesor que quiso ser novelista y no le result6, algun bu- récrata podrido en su empleito internacional. Existen los ingenuos que lo creen todo, que le hacen coro a todo, que alabaron el boom cuando se empezé a hablar y no supieron predecir su alcance, que luego negaron su valor y su existencia, y que ahora creen firmemente en la muerte de aquello cuya existencia negaron. Exis- ten los deslumbrados por un supuesto glamour: “...la tentacién no resistida, el boato del jet-set, la dulce pa- pada de los pingiies derechos de autor, la intoxicacién espléndida de los martinis a la salud de los Fellinis. . Existe también el fenémeno tinico de un hombre de la categoria de Miguel Angel Asturias, que al sentir que el musgo del tiempo comienza a sepultar su retérica de sangre-sudor-y-huesos, intenta defenderse aludiendo a plagios, y dictaminando que los novelistas actuales son “meros productos de la publicidad” durante una con- ferencia en Salamanca. Quiz4 uno de los fenédmenos mas curiosos sean cier- tas actitudes nacionales frente al hipotético boom: Ar- gentina es tan rica en toda una gama de valores, que alli se ha constituido un Olimpo aparte, un valioso boom nacional o petit-boom como quiza dirian ellos, con escalafén propio y juicios y valores que le son pri- vativos: se despacha a muchos por no ser “autor su- ficientemente conocido en nuestro medio”. Chile, por otra parte, durante la década del sesenta, aceptaba ser un pais que “no tiene novelistas”. Es, sin duda, tierra de poetas. Y antes que la justificada pasién politica relegara a segundo plano las pasiones literarias, exis- tia una actitud vergonzante en este sentido: una te- mible bas-bleu de empingorotadisima situacién en Chile, se dio la molestia de subir sin invitacién hasta mi casa en Vallvidrera, Barcelona, una tarde de invierno mien- tras yo frenéticamente trataba de terminar El obsceno pdjaro de la noche, para repetirme ese clisé que tuvo la gracia de inmovilizarme como escritor durante un mes: “Chile no tiene novelistas”. Y en Espajia ha exis- 13 tido una curiosa actitud dolorida y ambivalente con relacién al boom: admiracién y repudio, competencia y hospitalidad. En todo caso, para ningun pais el boom tiene hoy un perfil tan nitido como para Espaiia. Debo dejar en claro que no es la intencién de estas notas definir el boom. No quiero erigirme en su histo- riador, cronista y critico. Nada de lo que digo aqui pretende tener la validez universal de una teorfa expli- cativa que asiente dogmas: es probable que en muchos casos mis explicaciones, mis citas, la informacién que manejo no sean ni completas ni precisas, e incluso que estén deformadas por mi discutible posicién dentro del boom de marras: hablo aqui aproximadamente, tentati- vamente, subjetivamente, ya que prefiero que mi testi- monio tenga mds autenticidad que rigor. Me cuento entre aquellos que no conocen los deslindes fluctuantes del boom y me siento incapaz de fijar su hipotética forma... y para qué decir desentrafiar su contenido. Pero sea cual fuere la posicién y categoria de mi obra dentro de la novela hispanoamericana contempordnea, mis libros han aparecido en y alrededor de Ja década del sesenta, y asi me siento ligado a, y definido por, las corrientes y mareas del ambiente literario de nuestro mundo, cambios determinados por la publicacién de ciertas novelas que incidieron poderosamente en la vi- sién y en el quehacer de este escriba. Dar mi testimo- nio personal de esas obras, decir cémo las senti y cémo las sigo sintiendo, contar de qué manera vi sobrevenir los cambios desde el dangulo que a mi me tocé, y qué caracter tuvieron para mi esos cambios —acepto que Salvador Garmendia, por ejemplo, o Juan Rulfo, o Carlos Martinez Moreno den testimonios muy distintos y hasta contrarios al mio—, sera mds que nada el pro- posito de estas notas. 14 n Comencé hablando de ciertas “obras que han merecido Ja atencién internacional”. No lo hice inadvertidamente, ya que me parece que los cambios mas significativos de la novela hispanoamericana de los ultimos tiempos estan ligados a un proceso de internacionalizacién. -Al decir “internacionalizacién” no me refiero a la nueva avidez de las editoriales; ni a los diversos premios millonarios; ni a la cantidad de traducciones por casas importantes de Paris, Milan y Nueva York; ni al gusto por el potin literario que ahora interesa a un publico de proporciones insospechadas hace una década; ni a las revistas y peliculas y agentes literarios de todas las capitales que no esconden su interés; ni a las innume- rables tesis de doctorado en cientos de universidades yanquis de que estan siendo objeto los narradores de Hispanoamérica, cuando antes era necesario ser por lo menos nombre de calle antes de que esto suce- diera. Aunque nadie sabe qué vino primero, el huevo o Ja gallina, a mi me parece que todas estas cosas, positivas y estimulantes en un sentido mas bien su- perficial —y siempre de dimensiones muchisimo me- nores a las creadas por la leyenda paranoica—, han sido consecuencia de, y no causa de, la internacionalizacién de la novela hispanoamericana. En vez de repetir aqui el anecdotario de todas estas cosas, hay que hablar de algo mas elusivo: de cémo la novela hispanoamericana comenz6é a hablar un idioma internacional; de cémo en nuestro ambiente un tanto provinciano en lo referente 15 a la novela antes de la década del sesenta, fueron cam- biando poco a poco el gusto y los valores estéticos de los escritores y del publico, hasta que la narrativa his- panoamericana llegé a tener el alcance que tiene, y de- sembocar, de paso, en divertidas exageraciones carna- valescas. Antes de 1960 era muy raro oir hablar de la “novela hispanoamericana contemporénea” a gente no especia- lizada: existian novelas uruguayas y ecuatorianas, mexi- canas y venezolanas. Las novelas de cada pais quedaban confinadas dentro de sus fronteras, y su celebridad y pertinencia permanecia, en la mayor parte de los casos, asunto local. “La novela hispanoamericana contempo- ranea” casi no existfa fuera de las antologias, las aulas y los textos de estudio, instituciones que siempre han sido altamente dudosas para los jévenes. El novelista de los paises de Hispanoamérica escribia para su pa- rroquia, sobre los problemas de su Parroquia y con el idioma de su parroquia, dirigiéndose al numero y a la calidad de lectores; —muy distinta, por cierto, en Pa- raguay que en Argentina, en México que en Ecuador—, que su parroquia podia procurarle, sin mucha esperanza de mas. Para el que no lo haya vivido, para el aficionado joven, acostumbrado al alboroto que se forma en cuanto aparece un nombre hispanoamericano fresco, para el escritor novato seguro que su manuscrito se lo arreba- taran media docena de editoriales y por lo menos sera leido, para el que recién se asoma a estas cosas, resulta imposible imaginar la situacién de aislamiento en que se encontraban los novelistas hispanoamericanos hace sdlo diez afios, su asfixia debido a la falta de estimulo y_ de eco. Hoy nadie creeria los problemas casi insalva- bles que era necesario vencer para lograr que se publi- cara una novela, y que eran corrientes en nuestros pai- ses hace una década. No sélo los colegios y las universidades, sino las editoriales, el periodismo, la critica literaria timorata, 16 nos atiborraban con cldsicos continentales de genera- ciones anteriores a manera de modelos unicos, de nece- sarios puntos de referencia. “Las grandes figuras pro- longan su magisterio durante largufsimos perfodos, dan- do desde lejos la sensacién de que en sus pafses han cor- tado a ras la hierba para que nada nuevo crezca. ..” dice Angel Rama. Es verdad: reimprimir las obras de estas “grandes figuras”, alabarlas, estudiarlas, ensefiar que se debia admirar y escribir novelas parecidas a Dofia Bér- bara, Don Segundo Sombra, El hermano asno, Los de abajo, La vordgine, no entrafiaba riesgo alguno, ni si- quiera un riesgo econémico para las editoriales puesto que se trataba de lectura obligatoria en colegios y uni- versidades, y edicién sucedfa tranquilamente a edicién. A mi me parece que esta omnipresencia monumental de los grandes abuelos engendré, como suele suceder en estos casos, una generacién de padres debilitados por el ensimismamiento en su corta tradicién, y nos queda- mos sin padres con quienes nos complaciera identificar- nos; sin padres pero, debido a ese eslabén que se per- di6, sin una tradicién que nos esclavizara porque, y ha- blo mas que nada de mi experiencia, nuestros padres nos interesaban muchisimo menos que los padres extrafios. Quizd lo mas estimulante para las vocaciones litera- rias es que el escritor incipiente perciba que lo contem- poraneo adquiere forma en las paginas de otro escritor; y a menudo lo contempordneo de mala o dudosa calidad resulta muchisimo mas germinativo que lo tradicional o lo consagrado, de perfeccién indudable pero remota. Asi, por muchos méritos que estuviéramos dispuestos a concederles a estas grandes novelas cldsicas que tan- to tiempo se mantuvieron en cartelera, ellas y las nove- las que engendraron nos parecian ajenas, lejanisimas de nuestra sensibilidad y nuestro tiempo, colocadas a una distancia inmensa de las estéticas flamantes defini- das tanto por los problemas del mundo actual como por la lectura indiscriminada de los nuevos escritores que nos iban deslumbrando y formando: Sartre y Camus, 17 de cuya influencia recién estamos convaleciendo; Giin- ter Grass, Moravia, Lampedusa; Durrell, para bien o para mal; Robbe-Grillet con todos sus secuaces; Salin- ger, Kerouac, Miller, Frisch, Golding, Capote, los italia- nos encabezados por Pavese, los ingleses encabezados por los Angry Young Men que tenian nuestra edad y con los que nos identificdbamos; todo esto después de haber devorado devotamente a “clasicos” como Joyce, Proust, Kafka, Thomas Mann y Faulkner por lo menos, y de haberlos digerido. Releer, a quince afios de dis- tancia, a muchos de los novelistas del primer grupo que tan definitivamente contemporaneos nos parecieron en ese momento, es aterrarse ante la fragilidad de las pa- sajeras certezas literarias, y preguntarse cuanto durara la certeza que hoy tenemos ante ciertas novelas del boom. Sin embargo, creo que ete riesgo de morir pron- to al querer expresarse mediante formas que encarnen lo contempordneo —que es muy diferente a explotar té- picos de actualidad, tarea con la que a menudo se la con- funde—, es parte esencialisima del juego literario, le da toda una dimension, lo torna peligroso, atrayente, tan- to para el autor como para el lector perceptivo. Asi, los caballeros que escribieron las novelas basicas de Hispa- noamérica y gran parte de su prole, con su legado de va- sallaje a la Academia Espafiola de la Lengua y de acti- tudes literarias y vitales caducas, nos parecian estatuas en un parque, unos con mas bigote que otros, unos con Jeontina en el reloj del chaleco y otros no, pero en esen- cia confundibles y sin ningun poder sobre nosotros. Ni d’Halmar ni Barrios, ni Mallea ni Alegria, ofrecian se- ducciones ni remotamente parecidas a las de Lawrence, Faulkner, Pavese, Camus, Joyce, Kafka. En la novela espafiola que el magisterio solia ofrecernos como ejem- plo, y hasta cierto punto como algo que nosotros podiamos llamar “propio” —en Azorin, Miré, Baro- ja, Pérez de Ayala—, también encontrdbamos estatismo y pobreza al compararlos con sus contempordneos de otras lenguas. Quiz4 la mayor diferencia entre los nove- 18 listas del boom y sus contempordneos espafioles no sea mas que una de tiempo: lo temprano que florecieron en los primeros las influencias extranjeras, especialmente de Kafka, Sartre y Faulkner, sin los cudles seria impo- sible definir al boom, mientras los espafioles tuvieron que permanecer bastante mds tiempo cefiidos por una monumental tradicién propia en la que no faltaba nin- gun eslabén. La novela hispanoamericana de hoy, en cam- bio, se planted desde el comienzo como un mestizaje, como un desconocimiento de la tradicién hispanoame- ricana (en cuanto a hispana y en cuanto a americana), y arranca casi totalmente de otras fuentes literarias ya que nuestra sensibilidad huérfana se dejé contagiar sin titubeos por norteamericanos, franceses, ingleses e ita- lianos que nos parecfan mucho més “nuestros”, mucho mas “propios” que un Gallegos o un Giiiraldes, por ejem- plo, o que un Baroja. Lo que la novela hispanoamericana nos ofrecié des- pués de sus cldsicos, y que el gusto general y la critica intentaban imponernos como nuestros inmedia- tos “padres” literarios —hablo sobre todo de Chile pues- to que es mi experiencia, pero me imagino que no puede haber sido muy distinto’en los demés paises pequefios y pobres del continente— fueron los criollis- tas, en otras partes Ilamados costumbristas o regiona- listas. Mientras el mundo de los jévenes se expandifa me- diante lecturas y compromisos que tendfan sobre todo a borrar las fronteras, los criollistas, regionalistas y cos- tumbristas, atareados como hormigas, intentaban al con- trario reforzar esas fronteras entre regién y regién, en- tre pais y pais, de hacerlas inexpugnables, herméticas, para que as{ nuestra identidad, que evidentemente ellos vefan como algo fragil o borroso, no se quebrara o se es- curriera. Ellos, con sus lupas de entomdlogos, fueron ca- talogando la flora y la fauna, las razas y los dichos in- confundiblemente nuestros, y una novela era considerada buena si reproducia con fidelidad esos mundos autéc- tonos, aquello que especificamente nos diferenciaba 19 —nos separaba— de otras regiones y de otros paises del continente: una especie de machismo chauvinista a toda prueba. En realidad, la tarea que desarrollaron. los cos- tumbristas, regionalistas y criollistas estaba muy bien para ellos y tuvo dignidad. Pero como esa escuela Ilegé a prevalecer, sus c4nones contagiaron a otros escritores y criticos que no tenian por qué adoptar esas honradas aunque limitadas miras como criterio tinico. Y al adop- tarlas y difundirlas definieron uno de los cdnones del gusto literario que mas dafio han hecho a la novela his- ‘ panoamericana y que los no muy avisados todavia apli- can: que la precisién para retratar las cosas nuestras, la verosimilitud comprobable que tiende a transformar a Ja novela en un documento fiel que retrata o recoge . un segmento de la realidad unfvoca, es el unico, el ver- dadero criterio de la excelencia. Hubo criticos en Chile que intentaron explicar el fracaso de Mariano Latorre como novelista porque, al ser hijo de extranjeros, no po- dia reproducir con verdadera exactitud el mundo mau- lino de Chile. No voy a limitarme a alegar que este cri- terio prevalecia sélo en Chile. Recuerdo que en 1964, cuando lei La Ciudad y los perros de Mario Vargas Llo- sa, mostré ptblicamente mi entusiasmo inmediato por esa novela; el entonces agregado cultural de Peri en Chile me Ilamé la atencién, previniéndome que no me dejara engafiar por una novela que pretendia ser retra- to de la vida del Barrio de Miraflores, de Lima... él, que conocia bien el barrio podia asegurarme que el retrato no era fiel y probar asi que los méritos literarios de La ciudad y los perros no eran tan grandes como el publi- co podia creer. La calidad literaria, entonces, quedaba supeditada a un criterio mimético y regional. Junto a los criollistas, el realismo social también in- tent6 levantar barreras que aislaban: la novela de pro- testa fijada en lo nacional, en los “problemas importan- tes de la sociedad” que era urgente resolver impuso un criterio duradero y engafioso: la novela debfa ser ante todo —ademds de inconfundiblemente “nuestra” como 20 Ja querian los criollistas— “importante”, “seria”, un ins- trumento que fuera util en forma directa para el progre- so social. Cualquier actitud que acusara resabios de algo que pudiera tildarse de “esteticista”, era un anatema. Las indagaciones formales estaban prohibidas. Tanto la arquitectura de la novela como el idioma debian ser simples, planos, descoloridos, sobrios y pobres. Nuestro rico idioma hispanoamericano, naturalmente barroco, proteico, exuberante —aceptado asi en la poesia quizd porque ya se aceptaba que éste era un género destinado a una elite—, se encontré como planchado por los reque- rimientos de la novela utilitaria destinada a las masas que debian tomar conciencia, sin nada que se interpu- siera para su entendimiento y utilizacién inmediatos. Quedaba desterrado lo fantastico, lo personal, los escri- tores raros, marginales, los que “abusaban” del idioma, de la forma: con estos criterios que primaron durante muchos afios, la dimensién y la potencialidad de la no- vela quedaron lamentablemente empobrecidas. En 1962 traté de convencer a Zig-Zag que reeditara a los surrea- listas chilenos Juan Emar y Braulio Arenas, pero no aceptaron hacerlo porque fueron considerados como es- critores extrafios, sdlo para “especialistas”. No es de ad- mirarse, entonces, que cuando también quise hacer ree- ditar a Thomas Mann (José en Egipto), y Virginia Woolf (Las olas), de los cuales Zig-Zag poseia los derechos y excelentes traducciones, la respuesta fue la misma: eran escritores para “especialistas” y no valia la pena reedi- tarlos. Este empobrecedor criterio mimético, y ademds mi- mético de lo comprobablemente “nuestro” —problemas sociales, razas, paisajes, etc.— que se transformé en la vara para medir la calidad literaria, fue lo que mas tra- bas puso a la novela, puesto que la calidad de una obra sélo podia ser apreciada por los habitantes del pais o de la regién descrita, y sdlo a ellos les incumbia. Enton- ces, puesto que primé el criterio de la eficacia practica y no el de la eficacia literaria, esas novelas que conte- 21 nian tanta materia bruta novelistica no procesada no en- contraban aceptacién ni interés en el extranjero, logran- do lo que las hormigas regionalistas querian: levantar barreras. que separaran a pais de pais, aislandolos lite- rariamente, preconizando la xenofobia y el chauvinismo; transformando a la novela en asunto de detalles mas o menos cuya honradez no podia ventilarse mds que en la propia parroquia porque sdlo alli podia interesar. Se fue constituyendo, entonces, en cada nacién de Hispanoamé- rica, un Olimpo defensivo y arrogante de escritores que los jévenes encontrébamos insatisfactorios, aunque su presié6n —mas que su influencia— pesara sobre nosotros y. nuestras primeras novelas: éstas, en tantos casos, son fruto de la pugna de un ascetismo nacionalista contra las grandes mareas que nos traian ideas mAs complejas des- de afuera. Eramos huérfanos: pero esta orfandad, esta posicién de rechazo a lo forzadamente “nuestro” en que nos pusieron los novelistas que nos precedieron, produ- jo en nosotros un vacio, una sensacién de no tener nada excitante dentro de la novelistica propia, y no creo andar desacertado al opinar que mi generacién de novelistas miré casi exclusivamente no sdlo fuera de América His- pana, sino también mas alla del idioma mismo, hacia los Estados Unidos, hacia los pafses sajones, hacia Francia e Italia, en busca de ‘alimento, abriéndonos, dejandonos contaminar por todas las “impurezas” que venian de afuera: cosmopolitas, esnobs, extranjerizantes, estetizan- tes, los nuevos novelistas.tomaron el aspecto de traidores ante los ingenuos ojos de entonces. Recuerdo el escan- dalo y el pasmo que produjo en el ambiente chileno la declaraci6én de Jorge Edwards al publicar su primer libro de relatos, El patio, diciendo que le interesaba y conocia mucho mas la literatura extranjera que la nuestra. Fue el unico de mi generacién que se atrevid a decir la verdad y. a -sefialar una ‘situacién real:.en nuestro pafs —y su- pongo que en todos nuestros paises de Hispanoaméri- ca—, nos encontramos que.en la generacién inmediata- mente precedente a la nuestra no sélo no tenfamos casi 22 a nadie que nos proporcionara estimulo literario, sino que incluso encontramos una actitud hostil al ver que dos nuevos novelistas se desviaban del consuetudinario camino de la realidad comprobable, utilitaria y nacional. Me parece que nada ha enriquecido tanto a mi ge- neracién como esta falta de padres literarios propios. Nos dio una gran libertad, y en muchos sentidos el vacio de que hablé mds arriba fue lo que permitié la interna- cionalizacién de la novela hispanoamericana. El argenti- no podra postular a Borges como padre, pero. quiza se olvide que hasta hace pocos afios Borges era gusto de una elite cultural y social muy cerrada, y los que enton- ces eran jévenes generalmente no lo compartian: la con- ciencia del valor de Borges es muy tardfa —ademds de sobrevenir, como tantas cosas en nuestro mundo, des- pués de su “descubrimiento” y triunfo en el extranjero—, de modo que solo tuvo vigencia como padre a ultima hora. El caso de Carpentier en Cuba también es tardio. Los novelistas jévenes de Hispanoamérica a fines de la década del cincuenta, pero sobre todo a la entrada de la década del sesenta, quedaron en una posicién ante el publico que éste no sabia si definir como original o sim- plemente esnob. El gusto literario se reducia a un terror a la Academia Espafiola de la Lengua, cuando mucho en- galanada con guirnaldas modernistoides; 0 a un parti pris por la actitud vociferante y predicadora que sélo aceptaba el machismo de un idioma “americano” y de temas autéctonos que nunca se llegaron a delimitar. La contaminacién deformante con literaturas y lenguas ex- tranjeras, el contacto con otras formas y otras artes co- mo el cine o la pintura o la poesia, la inclusién de mil- tiples dialectos y jergas y manierismos de grupos socia- les 0 capillas especializadas, el aceptar los requerimien- tos de lo fantastico, de lo subjetivo, de lo marginado, de la emocién, hizo que la novela nueva tomara por asalto las fronteras o las ignorara, saliéndose del 4mbito pa- rroquial: el chileno necesitaba escribir ahora de modo 23

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