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INTRODUCCIÓN
Vamos a separarla del concepto de sermón, y considerarla sobre el punto de vista de una
afirmación o de un posicionamiento, ya sea en la forma escrita, verbal, formal o informal.
Esa parece haber sido la preocupación del apóstol Pablo en los dos primeros capítulos de 1
Corintios. Pablo afirma en 1:23: “... pero nosotros predicamos a Cristo crucificado”. Alguien
me ha preguntado alguna vez qué es lo que se quiere decir con esa expresión “Cristo
crucificado”. ¿No será que esa expresión vendría a ser motivo de confusión entre nosotros
y los católicos romanos? Mi respuesta fue: “Cristo crucificado, para mí, es el Cristo muerto
en la cruz, sepultado, resucitado, ascendido al cielo, a la diestra del Padre intercediendo
por nosotros y que un día ha de volver para buscarnos a nosotros, a fin de que vivamos para
siempre con él en el cielo”.
Con ese entendimiento, regresemos a 1 Corintios 1:23. ¿Cuántos sermones con objetivo
evangelístico han sido predicados en base a ese versículo? ¡Miles! Y ¡con justificada razón!
Sin embargo, nos conviene observar que el Apóstol a los gentiles no se está dirigiendo a un
grupo de no creyentes, sino a creyentes. Dentro de esa óptica, el mensaje propuesto por
Pablo sirve a una doble necesidad de la iglesia en Corinto, las mismas que encontramos en
las iglesias en cualquier ocasión.
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La primera de ellas, la unidad en la membresía de la iglesia. Leamos a los versículos 11 al 17,
y el 26. En vista de ellos, el manejo de los conflictos y de los desgastes inherentes al
proceso de la edificación de una iglesia, como grupo de personas transformadas por el
poder de la cruz, solamente ocurre cuando es trabajado por el mensaje “Cristo crucificado”
y alrededor de ese mismo mensaje. Al fin de cuentas, si Jesucristo no fuera la razón de ser
de la unidad de una iglesia local, ¿quién lo habrá de ser? O ¿qué lo será?
De esa forma, –es decir, separando la idea de sermón de la palabra mensaje, y haciendo la
palabra “mensaje” un sinónimo de la expresión “Cristo crucificado”–, no habrá duda de que
el mensaje se torna el centro del culto, puesto que este es nada más que la celebración de
la presencia del Señor Jesucristo en medio a su pueblo, celebración que habla por sí misma
porque Jesús es el mensaje mismo. Es el kerugma, el núcleo central y esencial del mensaje
del cristianismo. Podemos decir que es “monotemático” por naturaleza.
Eso requiere del ministerio pastoral y del ministerio de la música, en la iglesia local, una
sintonía fina, que incluya un cuestionamiento constante en cuanto a la relevancia de todos
los elementos del orden de culto, incluso el sermón, ante el mensaje, la postura, o el
posicionamiento, a la declaración, a la afirmación que es el centro del culto: Cristo Jesús. El
culto debe de ser formulado en torno a Cristo, y no de cualquiera acto constitutivo del
culto.
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monótono. Si el pastor opta por el método de Donald Miller – “Fire in Thy Mouth”(Fuego en
tu boca)-- que ve al sermón como una acción dinámica, una extensión de la crucifixión y de
la resurrección –la llamada “predicación encarnada”–, o si parte del concepto de Karl Barth
de que el predicador debe ser perforado y traspasado por la Palabra de Dios, la decisión es
de él, con tal que el mensaje-posicionamiento monotemático no se transforme en un
mensaje-pronunciación monótono. Si el pastor opta por el concepto de Farrar Patterson de
que todo sermón ha de ser fruto directo del estudio bíblico inductivo, cuyo proceso de
preparación incluye los comentarios solamente al final, la decisión es suya, con tal que el
mensaje-posicionamiento monotemático no se transforme en un mensaje-pronunciación
monótono. Si el pastor opta por ofrecer el sermón de un modo mentalizado, memorizado,
leído o improvisado, es su decisión, con tal que el mensaje-posicionamiento monotemático no
se transforme en un mensaje-pronunciación monótono.
CONCLUSIÓN
http://www.casabautista.org/dialog/dialog/congres1.htm
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