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Herbert Marcuse, utopía y represión.

Jorge G. Arocha

Lic. Filosofía, Universidad de la Habana.

Uno de los debates inagotables dentro de nuestro universo teórico lo constituye el


alcance de la dominación hasta el recinto humano, cuán libres somos o seremos, o qué
es lo determinante en nuestras vidas, la libertad o su opuesto, la ley. Pero más allá de las
implicaciones teóricas y académicas, que casi nada tienen ya que aportar, se encuentran
paradojas ocultas que definen nuestra
idiosincrasia en cualquier lugar de nuestra tierra,
ya estemos más a la izquierda o más a la
derecha. O sea que, independientemente de
nuestra localización ideológica, política o
cultural la pregunta sigue teniendo pertinencia y
eficacia: ¿Cómo liberarnos de la represión
universal a la cual nosotros mismos le damos
sentido? ¿Cómo zafarnos de las cadenas implícitas que traen consigo la publicidad, los
comerciales, la creciente mercantilización, cuando nosotros mismos permitimos y
consentimos su existencia? En este sentido, la voz de Herbert Marcuse fundó una crítica
diferente.

En este mes de julio recién finalizado se conmemora el aniversario 112 de su


nacimiento y el 31 de su muerte. Más allá de la coincidencia histórica, los aniversarios
nos sirven para recurrir una vez más a su obra, cada día más pertinente y necesaria en un
contexto que lejos de negarla le da razones suficientes para su estudio y
complementación.

De los miembros de la escuela de Frankfurt, el pensador alemán fue el más activo


políticamente, y al mismo tiempo el más interesado en buscar los nexos filosóficos
entre el marxismo y la fenomenología de sus maestros Husserl y Heidegger. En otro
sentido, se apropia del psicoanálisis freudiano, intentando complementar así el espacio
de la gran teoría con lo humano. De esta manera la síntesis que elabora entre el
marxismo, la fenomenología, y el psicoanálisis intenta refundir los ámbitos aislados del
hombre: cuerpo y alma, libertad y necesidad, realidad y razón, teoría y praxis.
El argumento fundamental de este pesador al igual que otros tantos de esta misma
época, está en fundar una búsqueda humana y no conceptual: ¿Cómo entender la
relación del hombre con el mundo que lo rodea sin hacer referencia a un aparato
categorial externo a él? Idea que desarrolla en términos psicoanalíticos y marxista en su
Eros y Civilización (1955) y más adelante en El hombre unidimensional (1964).

En la primera, explora las condiciones humanas que hacen posible no solo la aceptación
de la dominación sino también el reconocimiento de la misma por parte del ser humano.
Las condiciones bajo las que se reproducen la dominación y la represión se encuentran
en las mismas estructuras psicológicas y cognitivas del individuo. Y de ahí, el hombre
ordena y configura su universo de una manera determinada; en otro sentido el mundo
que lo rodea también establece una represión a través de instituciones civiles y políticas,
a través de la historia, de las ciencias y las disciplinas. En fin, que la dominación y la
represión lejos de ser una característica propia de una persona o grupo Marcuse la
entiende como una relación en la que el individuo y la sociedad le otorgan sentido al
mismo tiempo, independientemente de que el principio de dominación se encuentre en
una clase social o un grupo de poder determinado: “¿Constituye realmente el principio
de la civilización la interrelación entre la libertad y la represión, la productividad y la
destrucción, la dominación y el progreso?¿O esta interrelación es sólo el producto de
una organización histórica específica de la existencia humana?”1

La segunda de las obras, explora el sentido de lo unidimensional como reducción


enajenante, como la simplificación de las diferentes potencialidades humanas. Y así se
centra solamente en lo que el llamó represión sobrante, o la represión que ejercen las
instituciones sobre el hombre, instituciones representativas del poder dominante, como
entidades sociales y culturales, el discurso político, el arte, la filosofía, el pensamiento
cotidiano, la administración; y finalmente evalúa la posibilidad de las alternativas a este
sistema represivo. No obstante, el énfasis sobre la tecnología aquí es más perceptible, ya
que su expansión y profundización no solo crea la ilusión de una expansión en las
potencialidades humanas, sino que además refuerza los controles sociales y culturales:
“La tecnología sirve para instituir formas nuevas de control social y de cohesión social
más efectivas y más placenteras. La tendencia totalitaria de estos controles parece
afirmarse en otro sentido además: extendiéndose a las zonas del mundo menos
desarrolladas e incluso preindustriales, y creando similitudes en el desarrollo del
capitalismo y el comunismo.”2
Son estas dos obras las que hicieron a Marcuse un pensador paradigmático en el ámbito
teórico y político de los sesenta y los setenta, siendo además uno de los pilares del
Mayo Francés. Como otros también centró su atención en el Tercer Mundo como
posibilidad de liberación y renovación: “Todavía existe el legendario héroe
revolucionario que puede derrotar incluso a la televisión y la prensa: su mundo es el de
los países «subdesarrollados».”3

Las interrogantes planteadas por Marcuse en sus obras difícilmente han encontrado
solución en nuestro mundo. A cada instante aparecen elementos que tienden a demostrar
lo contrario, un gran desarrollo tecnológico equiparado a un gran desarrollo de nuestra
estupidez. Lo complejo es precisamente este doble desarrollo de posibilidades, ya que el
desarrollo tecnológico implica un salto en el conocimiento humano, pero un
conocimiento que reproduce un sentido común más desconectado y ajeno a un proyecto
social o moral a largo plazo.

La ausencia de un proyecto puede parecer algo superfluo, incluso una especie de


exigencia idealista, pero más allá de esa dicotomía superficial, me refiero a la ausencia
de un espacio de representaciones necesario y vital para el hombre. Los proyectos
ideológicos, morales, estéticos, son las mediaciones o el distanciamiento crítico de lo
real. Usted no ve –aunque lo pretenda- una película completamente desprejuiciado o
alejado, como tampoco se lee un libro o se ve una obra de teatro separado de nuestros
sueños, esperanzas o conocimientos previos.

La percepción de lo real, ya sea desde casos tan específicos como una conversación
hasta una conferencia, son comprendidas por nosotros gracias al universo ideológico y
teórico que componen nuestra subjetividad, ese espacio ideal similar al espacio
arquetípico de Platón, es una medicación crítica, la cual, organizada y sistematizada
puede llegar a ser revolucionaria. Es esto un proyecto, o en el caso de Marcuse la
utopía.

La ausencia de utopías, de sueños, de proyectos alimenta y sostiene la falta de


compromiso y el pensamiento unidimensional. Sin la utopía no hay mediación,
comprensión, subversión, lo real se desnuda y queda simplemente como un espacio
lleno de cosas inconexas y diferentes que solo cobran un sentido para nosotros
inmediato y limitado: como satisfacción de nuestra animalidad. La eliminación de este
espacio del horizonte humano es la consecuencia cultural de la expansión de sistemas
represivos.

Sin embargo Marcuse no deja de reconocer que este sentido represivo va más allá del
capitalismo, incluye también a la dictadura burocrática que gobierna y define a las
sociedades comunistas y socialistas, y por último a los regímenes fascistas. Es la
condición política e ideológica de los regímenes modernos. La instauración de sistemas
legales que tienden a asfixiar la libertad humana, que tienden a obviar la historia, a
ahogar las utopías: “La supresión de esta dimensión en el universo social de la
racionalidad operacional es una supresión de la historia, y éste no es un asunto
académico, sino político. Es una supresión del propio pasado de la sociedad; y de su
futuro, en tanto que este futuro invoca el cambio cualitativo, la negación del presente.”4

La racionalidad operacional aleja de nuestras vidas a la filosofía, a la historia, los


grandes ideales, las ideas de libertad, democracia, al arte. En boca del positivismo ya el
pensamiento occidental pasó por la primera condena, y de esta manera restringirse a lo
estrictamente competente y objetivo empíricamente hablando. De manera que una vez
en esta tierra y con los pies bien puestos en ella nos vemos condicionados al consumo y
a la apropiación de imágenes, publicidad, íconos culturales, símbolos vacios,
personalidades típicas de series y películas, bocadillos de telenovelas, clichés
preestablecidos, etc.…

En la misma medida en que sucede todo esto a nivel general, en el cuerpo y en la


subjetividad humana deben darse también cambios y transformaciones que legitimen la
represión sobrante. Se llega a un punto en que el individuo defiende y exige para sí que
el estado de cosas no cambie, que no haya ningún tipo de transformación en su vida. Si
Lady Gaga es más importante e influyente que Obama, obviamente se trata por que más
de 10 millones de consumidores de internet así lo quieren, si hemos llegado a expresar
nuestras ideas a través del microbloggin de twitter, por muy limitado y deficiente que
sea, es porque queremos. Si falta la perspicacia y la inteligencia del cuestionamiento en
nuestras universidades y facultades, no es solo por lo atractivo que pueda ser la industria
tecnológica-cultural, sino también porque como seres humanos demandamos y
necesitamos más imitar a Beyoncé que a Carlos Marx.
En este sentido se ubica la premisa teórica de Marcuse en Eros y Civilización: “Los
procesos síquicos antiguamente autónomos e identificables están siendo absorbidos por
la función del individuo en el estado, por su existencia pública. Por tanto, los problemas
sicológicos se convierten en problemas políticos: el desorden privado refleja más
directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden personal
depende más directamente que antes de la curación del desorden general. La era tiende a
ser totalitaria, inclusive donde no ha producido estados totalitarios.”5

En este texto no se trata tanto del sentido social, sino personal e íntimo del hombre, ya
que de la misma manera que la represión se extiende sobre el cuerpo social, también
alcanza el cuerpo humano. La pegunta entonces se dirige a saber cómo este internaliza y
se apropia del contenido represivo de la sociedad que lo rodea. Por eso lo fundamental
del cambio revolucionario de la sociedad no está tanto en las transformaciones globales
que pueda hacer una vanguardia, sino en el cambio que pueda hacerse en las actitudes
más intimas del ser humano.

La discusión hay que llevarla según Marcuse al plano de la sublimación individual. La


sociedad actual tiende hacia la desublimación represiva, donde la sexualidad es llevada
a diversos planos de la realidad pero es absorbida por el instinto de la muerte; la
sexualidad se inmiscuye en la política, en los negocios, en el ambiente hogareño, pero
no en un sentido erótico extendido, sino limitado y tendiente a ensanchar la bestialidad
y cosificación de las relaciones humanas. La pornografía industrializada a partir de los
setenta es un claro ejemplo, el sexo redefinió los espacios interiores del hogar de clase
media norteamericano, y podría entenderse esto como una conquista de la libertad. Pero
no hay nada más lejos, por el contrario, es un afianzamiento de la cosificación, lo
erótico se hace estático en determinadas poses, posiciones, y movimientos.

La propuesta de una sublimación erótica, tiene que ver más con una devalorización de
este instinto avasallador del sexo, y por el contrario con una extensión del mismo más
allá del objeto inmediato, la satisfacción no es genitalmente localizada sino que se
universaliza a la propia sociedad. Pero el principal enemigo de este proceso de cambio,
como ya se ha dicho, es el propio hombre que al internalizar la represión social en
forma de tabúes, de normas morales y leyes, se impide satisfacer el principio del placer
erótico. El placer pasa a ser algo limitado y especifico, sin embargo, también es visto
como el objetivo fundamental del hombre después del esfuerzo y el trabajo. Así se
configura un ciclo inagotable entre trabajo como gasto de energía y placer sexual a
satisfacer. Entonces el placer se ubica como algo opuesto al trabajo. El universo
humano se divide en dos lados que cosifican y enajenan nuestra humanidad. Placer y
dolor, Eros y Tánatos, realidad y fantasía, libertad y necesidad, cuerpo y alma, yo y los
otros.

De esta manera la represión no solo se extiende lógica e históricamente de la sociedad al


cuerpo individual, sino del cuerpo individual a la sociedad: “A partir del padre original,
a través del clan de hermanos hasta el sistema de autoridad institucional característico
de la civilización madura, la dominación llega a ser cada vez más impersonal, objetiva,
universal, y también cada vez más racional, efectiva, productiva.”6

La importancia de este paso es radical, cada revolución, cada intento de transformación


o cambio social ha parido de su interior la condición de su fracaso. De las mismas filas
de los militantes se desencadena un espíritu conservador, que tiende a frenar los
cambios en un momento dado, la libertad da paso siempre a la necesidad, la revolución
a la burocracia y al estatismo, la radicalidad al conservadurismo, esta fatalidad también
es explotada a favor de la permanencia de los sistemas represivos. Por esto un
esclarecimiento de las subjetividades de la revolución se vuelve tan importante, no solo
por el enfrentamiento a la represión sobrante, sino por la propia incapacidad que se
despliega para conseguir un fin determinado: “En cada revolución parece haber un
momento histórico durante el cual la lucha contra la dominación pudo haber triunfado –
pero el momento pasa. Un elemento de autoderrota parece estar envuelto en esta
dinámica (aparte de la validez de razones como la anticipación y la falta de igualdad de
las fuerzas). En este sentido, cada revolución ha sido también una revolución
traicionada.”7

Según Marcuse la validación teórica de una sociedad no represiva debe ser posible
demostrando el desarrollo no represivo de la libido. Rescatando la utopía a nivel social,
y restituyendo la fantasía a nivel individual. El ámbito estético debe ser también una
premisa imprescindible ya que constituye el reino de la libertad, donde el individuo
reordena su realidad, la subvierte y la transforma en función de un ideal. De esta manera
realzando la subjetividad humana, de una forma erótica a toda la sociedad,
constituyendo relaciones humanas verdaderas y duraderas, buscando la gratificación
sexual no en zonas especificas sino en la humanidad, jugando con las normas y las
reglas, armonizándolas con los sentimientos, llevando el cuerpo a lo social, el hombre a
la naturaleza, se dan las condiciones para un cambio efectivo de la sociedad.

Claro está, no es tan simple, las condiciones de desarrollo tecnológico de hace 50 años
no son las mismas de hoy en día, se aprecian cambios cuantitativos pero sobretodo
cualitativos. Si Marcuse también veía en la tecnología la posibilidad de la liberación, era
gracias a que esta en el mismo momento en que intensificaba los mecanismos de
represión, le daba al hombre herramientas para su liberación, sobretodo en cuanto a la
ganancia de tiempo libre para el disfrute y el esparcimiento en lo que la máquina asumía
poco a poco las labores propias de la producción. No obstante, el desarrollo tecnológico
no solo ha llegado a sustituir al hombre en el plano productivo, sino también en el
momento del consumo, o sea, que el hombre poco a poco se ha tecnificado en su
consumo, con lo cual ese tiempo que ganaba como posibilidad para su liberación es
justamente ahora invadido por la misma segmentación, fragmentación y rapidez
enajenante. Hoy, de hecho, la producción no es la condición de la enajenación, sino el
consumo.

Por otra parte también se hace necesario un examen de la función de la utopía, la


fantasía y el arte. Esta última ha demostrado que en el mundo contemporáneo se pueden
proponer caminos novedosos utilizando las herramientas que nos brinda el arte. Pero de
la misma manera el arte durante el postmodernismo trascendió sus propias
características y al convertirse en un espacio ambiguo y efímero, se pierde su
característica de mediación, la distinción entre lo que nos ofrece el arte y la realidad se
ha perdido, por la sencilla razón de que al perder su estatus se confunde con nuestras
actitudes diarias. De igual manera la utopía y las fantasías son desplazadas por sueños
inmediatos y concretos, un carro, el nuevo iphone, o el nuevo modelo de camiseta. Se
aprecia una tendencia a ir eliminando poco a poco todo elemento extraño y ajeno a la
vida inmediata que llevamos. Lamentablemente los guardianes de esa vida represiva
somos nosotros mismos. Solo por esto, es necesario recordar y homenajear la memoria
de Herbert Marcuse en este doble aniversario.

La Habana, 28 de Julio de 2010.

Correo: jaroch6666@gmail.com
Blog: http://jaroch6666.wordpress.com
1
Marcuse, Herbert. Eros y Civilización. Instituto del Libro. La Habana. 1968. Pág 19.
2
Marcuse, Herbert. El hombre unidimensional. Instituto del Libro. La Habana. 1968. Pág. 11.
3
Ídem. Pág. 75.
4
Ídem. Pág. 97.
5
Eros y civilización. Ed. Cit. Pág. 13.
6
Ídem. Pág. 109.
7
Ídem. Pág. 111.

Fuente: http://www.uneac.org.cu/index.php?module=columna_autor&act=columna_autor&id=105

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