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Unidas al turbo del motor, sirven para desalojar la presión sobrante cuando el coche decelera o cambia de
marcha. En el momento en que se suelta el acelerador se interrumpe la entrada de aire en el motor. El
turbo deja de frenar bruscamente, ya que está comprimiendo aire que no encuentra salida.
Al pisar de nuevo el acelerador el turbo tiene que alcanzar de nuevo las altísimas revoluciones a las que
gira, lo que lleva un breve lapso de tiempo en el que el coche parece no
responder adecuadamente, como si estuviera cansado. Es el conocido
como “turbo-lag”.
Las válvulas de descarga sirven para evitar estos dos efectos. Al soltar el
acelerador, se genera un vacío en el circuito del turbo. La válvula,
conectada al circuito, se abre, succionada por este vacío. El aire
presurizado sale al exterior generando ese característico silbido de los
motores turbo alimentados.
Las válvulas también protegen al turbo, al intercooler y a los propios conductos del aire. La enorme
diferencia de presiones que se generaría entre la parte anterior y posterior al turbo podría dañar todo el
sistema.
Normalmente, los vehículos de serie vienen equipados con una válvula muy pequeña para evitar ruidos. Si
se sustituye por una más grande, el silbido será más fuerte, pero el turbo responderá casi
instantáneamente y el coche andará con mayor agilidad.
El turbo se popularizó en los primeros años 80 como una forma de conseguir potencia extra en los motores.
Casi todas las marcas y modelos tenían una versión turbo. La pega era el gran consumo de gasolina, ya que al
meter más aire en el motor, también había que servir combustible extra.