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Ensayo sobre la mentira

Texto publicado en Revista Opción 151


ITAM, septiembre 2008
®Lutz Alexander Keferstein Caballero

Con la misma medida que midiereis


Seréis medidos vosotros.

Jeshua ben Joseph


1
Mateo 7:2.

The ultimate in vanity


Exploiting their supremacy
I can’t believe the things you say
I can’t believe
I can’t believe the price you pay
Nothing can save you.
2
James Hetfield.

Si el contenido cognitivo inmediato del hombre resulta de la colaboración

entre su facultad sensible, recopiladora de datos provenientes del exterior, los

conceptos puros a priori y el esquematismo racional en el sentido kantiano, se

podría afirmar que la fantasía y la mentira –esto es la fantasía que se arroga

concientemente sin derecho y estratégicamente una ilegítima pretensión de vali-

dez– son resultado de la capacidad del hombre de construir un mundo que en-

tiende como inexistente, de imaginarse lo que no sensibiliza, lo que no concibe

como posible, trastocando los comos al interior de lo que juzga. A partir de esta

facultad y en combinación con la de instrumentalidad de la misma razón en su

faz práctica, el humano ha reconocido que ante la aparente hostilidad del entor-

no, tal y como lo afirma Koyré, la mentira es un arma3. La cotidianidad de la vida

nos ha hecho aprender que frente la idea de necesidad de supervivencia la men-

1
La Sagrada Biblia, traducción autorizada por la Conferencia Episcopal de Colombia.
2
…And Justice for all, canción popular norteamericana incluida en …And Justice for all, Metalli-
ca, 1988.
3
KOYRÉ, Alexandre, Reflexiones sobre la mentira, Suplemento La Mancha, Rosario, Argentina,
2001, p. 11.
tira se presenta como una útil herramienta cuyo uso estratégico encuentra su

germen en el seno familiar desde la primera formación y recorre un continuo y

seguro camino de normalización hasta el día de nuestra muerte. Sin derecho a

conocer su verdadero origen, los niños son cualquier cosa en el discurso pater-

nal excepto el llano producto de una relación sexual, mientras que, sin derecho a

saber su verdadero final al momento de la muerte, al hombre le es ocultado lo

inevitable con esperanza de alejar la llegada de lo impostergable, pues, se nos

ha repetido interminablemente a pesar de vivir en un mundo de guerras preven-

tivas y capitalismo reificador, la vida del individuo como tal es incunable: “no va-

ya a ser que se muera si sabe la verdad”. El acto inmoral se deriva del falaz

axioma.

Ya que la mentira es el miedo a las consecuencias derivables del decir la

verdad4, el humano es despojado de sus derechos a conocerla y a articularla.

Vistas las circunstancias, nuestra enseñada obligación a decir la verdad es un

elemento más en la puesta en escena de un contorno desvergonzado y ocultan-

te. Si el sujeto, pues lo es, ha de ser entendido en gran parte como siendo una

entidad generadora y resultante del interaccionar social, el desarrollo dentro de

su entorno existencial se encarga de hacerle saber que toda articulación de dis-

curso es teleológica –lo cual no representaría una novedad incluso en un mundo

sólo de verdades, por ser el lenguaje una mediación y no un fin en sí mismo–

pero que, a la par, los seres quienes le rodean, destinatarios del discurso, son

4
Bajo ninguna circunstancia debe de caerse en situaciones logomáquicas desviando la atención
del núcleo de este escrito: por verdad se entenderá sólo aquí, por cuestiones de simplicidad en
el uso del lenguaje, lo mismo que por veracidad. Alejados de Habermas por el momento, los an-
dares del ensayo nos llevan a Koyré.
utilizables como recursos facilitadores del alcance de metas específicas bajo la

pretendida legitimación de la conservación personal o comunal. La verdad y la

mentira, en un mundo utilitarista, adquieren exactamente el mismo valor y se

vuelven siempre amigos sólo de la vacuidad. Ante situaciones relevantes, se

miente siempre que sea necesario y la verdad sólo se dice si es también nece-

sario por mutarse el discurso en la transformación de realidad bajo condiciones

benéficas para el emisor del discurso. La veracidad, correspondencia entre el

pensar y el discurso articulado dirigido a un escucha, sólo es común en situacio-

nes insulsas y superficiales meramente descriptivas de lo externo y nunca del

pensar y vivir profundos, menos aún del reino interno. Así, el clima siempre nos

es bello o desagradable, hostil o grato, al tiempo en que el humano es un ser

monógamo y feliz, los países soberanos y los pueblos detentadores de todo po-

der político.

Ahora bien, ya que el humano encuentra día a día resistencia a su super-

vivencia, ¿puede la mentira juzgarse como un acto moral cuando el valor de la

articulación de la verdad y el de la auto-conservación de aquel parecen encon-

trarse en conflicto? “Las morales filosóficas, dejando de lado algunos casos de

rigorismo extremo, como los de Kant y Fichte, son (...) indulgentes”5, más huma-

nas, afirma Koyré en lo que, tal vez sin la intención del filósofo, puede ser enten-

dido como una crítica a sistemas morales que son inconsistentes internamente,

pues “el hombre siempre mintió. Se mintió a sí mismo. Y a los otros”6. Si son

más humanas, son por lo tanto sistemas morales que no dudarán en transformar

5
KOYRÉ, Alexandre, op. cit., p.13.
6
Idem., p. 11.
a conveniencia el discurso que emiten, en aras de justificar acciones cuya valori-

zación moral resulta entonces innegablemente contingente. Son así morales fi-

losóficas que se basan en lo que puede ser y no en lo que debe de ser. Ya que

todo sistema de conocimiento humano debe estar basado en axiomas, resulta

evidente que, en la formación de fundamentación de los mismos, accidens pro

essentia absurdum est. Si cuando Koyré afirma que al decir la verdad “se deben

de tener en cuenta las consecuencias y el uso que harán con ellos a quienes se

les dice”7 lo hiciera como una llana prescripción, no podría estar más en des-

acuerdo pues de lo pasado sólo se puede predecir el futuro de manera acciden-

tal, de nuestro entendimiento de las situaciones de hecho (matters of fact) –por ir

indefectiblemente de la mano de juicios sintéticos a posteriori y por tanto mera-

mente subjetivos–, no se pueden extraer los principios universales que, como ya

se dijo, son condición de posibilidad de todo sistema. Lo inverso nos llevaría a

dos aberraciones: primero, la aceptación implícita de la posibilidad de un proce-

so de totalización de la particularidad, situación que coquetea peligrosamente

con la intolerancia y negación de la realidad del otro; y, segundo: el filtro mental

al indiscutible principio de que la perfección de una idea (campo epistemológico)

nada nos dice sobre el contenido de la misma en la realidad (campo ontológico)

de manera necesaria8, hacer lo contrario nos lleva al entrecruzamiento de cam-

7
Ibidem, p. 13.
8
Sólo por no poder resistir la tentación, no me queda sino remitirme a Nietzsche, quien, inocen-
temente convencido de su anti-kantismo, termina una y otra vez afirmando lo mismo que su pre-
decesor, dándole la razón sin querer. Nietzsche, pues, afirma en una de sus típicas críticas
misóginas que las mujeres toman la convicción por criterio de verdad, crítica que, libre de toda
carga machista, ya había sido formulada por medio de argumentos no contradictorios en 1789
desde el prólogo mismo a la primera edición de la crítica de la razón pura. ¿No es precisamente
Nietzsche quien invariablemente hace afirmaciones con pretensión de validez real a partir de sus
pos del conocimiento humano al momento de la reflexión, origen de un sinnúme-

ro de contradicciones y falacias en el mundo. Sin embargo, cuando se toma en

cuenta la acertada distinción que el filósofo Franco-ruso hace entre suppressio

veri y suggestio falsi –distinción que no le era poco familiar a Kant9– y, sin con-

tradicción inherente con ningún sistema moral internamente congruente, analiza

críticamente visualizando la posibilidad del empleo de la dosificación, dilución,

disimulo de la verdad en estado puro, es posible acordar con él hasta cierto pun-

to, pues, mientras que la mentira –a pesar de que Koyré y muchos otros parecie-

ran sugerir lo contrario– es siempre inmoral, el eufemismo, por ser una difumina-

ción de la verdad y por el principio de abstracción, no lo es en sí mismo ni siquie-

ra cuando su uso es producto del empleo instrumental/estratégico de la razón

exclusivamente auto-conservacionista. Al respecto y para no dejar sospecha al-

guna, se retomará esto mismo más tarde.

El problema principal al que se enfrentan quienes pretenden afirmar la

verdad y la mentira como contingencias neutralizadas indistintamente aplicables

conforme la situación lo requiera dentro de un sistema moral basado en la auto-

conservación es la dicotomización del mismo. Como Niklas Luhman lo deja cla-

ramente ver, este tipo de códigos duales tienen una alta afinidad con el oportu-

nismo y pueden usarse en forma adecuada para unir a su contrario a cualquier

tema en particular. Un poco como el teorema de Göddel llevado al plano norma-

tivo de conductas, cualquier cosa en existencia puede convertirse en un tema

propuesto desde puntos de vista contradictorios, refutando las razones de su

llanas convicciones? Vid. NIETZSCHE, Friederich, El anticristo, Editores Mexicanos Unidos,


México, 1987, p. 28.
9
Vid. KANT, Immanuel, El conflicto de las facultades, Alianza edit., Madrid, 2003, p. 50 y ss.
opuesto exactamente con el uso de ellas mismas10 vistas en abstracto. Los sis-

temas que hacen determinaciones de lo externo presentando valoraciones sub-

jetivas como axiomas o principios, funcionan adecuadamente en ambos sentidos

siempre en un contexto lógico de apariencia convincente, pero donde se filtra el

principio de economía necesitando invariable e infinitamente ya sea recurrir a un

nuevo factor externo que parche las fugas de su sistema, o a la fetichización del

origen de los principios en el sentido dusseliano de la expresión: El bueno soy

yo, el malo es quien se opone a mi supervivencia basada en mis creencias, las

cuales valido ya como principios (estratégicamente teleológicos), siempre auto-

referentes y, por tanto puedo mentir (y para el caso hacer uso de cualquier me-

dio en mis manos –pues de aceptar la posibilidad de lo contingente como princi-

pio, ahora ya libre de toda necesidad de ser a priori, de un sistema moral, todo

resulta posible y por tanto, en esa misma lógica falaz, moral–) con tal de lograr

mi fin último. Sólo basta echar un vistazo a la situación de convivencia humana

tanto en su microcosmos como en el nivel macro. Tan es así, que el mismo

Koyré, en defensa de la tolerancia, inteligencia y libertad de los pueblos termina

afirmando que “las masas populares de los países democráticos [...] se revela-

ron como la categoría superior de la humanidad, y compuestos por hombres que

piensan, y en cambio, las seudo-aristocracias totalitarias aparecen como repre-

sentantes de la categoría inferior, la del hombre crédulo y que no piensa”11.

Términos que, independientemente de que la historia post-segunda guerra mun-

dial y de la evidencia existente por montones de que en los países democráticos

10
LUHMAN, Niklas, Poder, Edit. Anthropos, México, 1995, p. 81 y ss.
11
KOYRÉ, Alexandre, op. cit., p. 22.
ésta no ha sido sino un mal chiste lo han revelado a él mismo como estando

precisamente bajo la situación de inocente credulidad que criticaba, en el abs-

tracto, las afirmaciones con que termina sus reflexiones sobre la mentira harían

al mismo Hitler sentirse orgulloso. La argumentación final del totalitario austriaco

muy bien podría partir de que la verdad y el mejor derecho lo tienen quienes

hubieran visto la propia grandeza de la raza aria, el destino germano y por tanto

la razón en sus palabras, así como los de Koyré parten de que la tienen quienes

hayan visto la pequeñez –más allá de las posibilidades literales de la expresión–

y falsedad de Alois Schickengrüber12.

Dicho lo anterior y antes de pasar a cumplir la promesa de aclarar la no

inmoralidad del eufemismo, invertiré las siguientes líneas en contestarle a Ja-

ques Derrida su famosa afirmación con respecto a lo insufrible que resultaría vi-

vir en un mundo kantiano de absoluta correspondencia entre nuestro decir y

nuestro pensar. Si como es innegable el contenido de la construcción del sujeto

–que no así sus capacidades formales a priori– se encuentra casi en su totalidad

determinado por el entorno social, y el uso de la mentira –que no de la fantasía,

distinción ya aclarada en las primeras líneas de este escrito– halla su origen en

el temor a las consecuencias que podría acarrear la formulación lingüística de la

verdad hacia el exterior, resulta que en un mundo donde, no sólo en el discurso

sino también en la práctica de la vida cotidiana, la verdad se considerara como

un valor irrenunciable y necesario –en el sentido espinosista de la palabra–, los

seres humanos no tendrían siquiera el concepto de la posibilidad de la no acep-

tación de los efectos –momento dos– del uso de la verdad –momento uno –,
12
Verdadero nombre de Hitler.
pues estos no serían dolorosos –momento cero–. Así, en el instante de que una

persona preguntara a otra por 1) la forma en la que se ve, o 2) por alguna posi-

ble infidelidad, o 3) por el tiempo para ella restante en este planeta –por sólo po-

ner unos ejemplos–, lo haría desde una perspectiva previamente sincera de

aceptación de una respuesta que reflejara el pensar, el actuar de su interlocutor

o los hechos de la vida y tendría las siguientes posibilidades respectivamente:

1a) como la respuesta a su apariencia proviene de un juicio meramente subjeti-

vo, lo puede desechar (lo cual sería absurdo, pues entonces no hubiera pregun-

tado desde el principio) o simplemente pedir un consejo que le ayudara a mejo-

rar su apariencia a partir de principios estéticos ajenos, los cuales ella está acep-

tando previamente como válidos. En ningún caso tendría la persona inquisidora

por que sentirse mal; 2a) En un mundo donde no se le tuviera temor a las con-

secuencias de la verdad, se aceptaría universalmente que el humano es promis-

cuo por su misma naturaleza animal y tendencia de reproducción de la vida bio-

lógica, por lo tanto la pregunta se formularía en términos distintos, donde el uso

libre de la sexualidad, derecho inherente al humano como ser racional y con vo-

luntad, sería el núcleo de la inquisición y no un engaño, por definición imposible

en un mundo de verdades: ¿Con cuantas personas has hecho uso libre de tu

sexualidad últimamente? La posible molestia frente a una multiplicidad de pare-

jas sería resultado del afán de dominio del propio inquisidor y no de un engaño,

por otro lado, como ya se dijo, bajo esas condiciones inconcebible; 3) La misma

lógica que opera en dos, opera en este punto. Como simple aclaración de las

distinciones al caso, el miedo a morir proviene de la absurda negación de una


realidad inevitable, que encuentra su origen además en otra mentira: la muerte

es mala o indeseable y no en una afirmación en sentido positivo: la vida es her-

mosa y digna, cuando llega a su fin lo importante es lo que hiciste con ella y no

lo que ya no vas a poder hacer. Así, lo que se fomentaría sería la actitud vital y

no la negación de la muerte. Por si esto fuera poco, mentir por filantropía –

argumento no usado por Kant en el ensayo que lleva por título esta frase– siem-

pre implica el menosprecio y subestimación de las capacidades del interlocutor.

Mentir por filantropía no es amor, sino desprecio disfrazado de las capacidades

de aceptación de la realidad y fortaleza del otro. Se podría argumentar contra

esto, por otro lado, que en ocasiones la verdad es la mejor forma de la mentira,

la mentira en segundo grado, “donde la verdad misma se convierte en un puro y

simple instrumento de decepción”13, pero esta premisa presupone la incredulidad

del interlocutor como una condición de posibilidad, incredulidad que en un mun-

do de verdades sería imposible de existir, por no haber siquiera, como se ha di-

cho ya en varias ocasiones, forma de concebir el engaño. La incredulidad sólo

es un mecanismo de defensa ante la decepción que ha traído la mentira: Los

papás lo saben todo y siempre aman a sus hijos, los maestros igual frente a sus

alumnos, Santa Claus y el niño Jesús existen (aunque éste se haya muerto a los

33 años, cuando a todas luces, ya no era niño) al igual que la democracia y el

sentido teleológico de la existencia de cada individuo en un sistema capitalista

donde gana más el que trabaja más. QED.

Pasemos en cumplimiento de promesas a dilucidar sobre el eufemismo,

esto es sobre la manifestación suave y decorosa de ideas cuya recta y franca


13
KOYRÉ, Alexandre, op. cit., p. 18.
expresión sería dura o malsonante. Se debe probar en las siguientes líneas que

el eufemismo no viola el principio de correspondencia con el cual deben cumplir

todas aquellas acciones que pretendan gozar de validez dentro de un sistema

moral nunca basado en contingencias.

El principio de abstracción, tan común en el pensamiento alemán, busca

con razón evitar el recurrente quid pro quo así como la falacia de la causa falsa.

Dos actos diferentes nada tienen que ver entre sí de manera esencial14. Al mo-

mento de mentir, el sujeto activo en el engaño y por tanto responsable de las

consecuencias que en el mundo pudiera sucederse a partir de su acto, es el

emisor del discurso tergiversador. En el caso del eufemismo, el pensar sólo ha

sido suavizado, por lo que la responsabilidad de leer el fuego blanco bajo el fue-

go negro pertenece al escucha15. ¿Qué pasa entonces cuando, políticos hacen

uso del eufemismo para disfrazar la realidad de su discurso, con lo que los sala-

rios de hambre, liberación de precios y exenciones de pago de impuestos a ma-

cro-empresarios se presentan como fomento a la inversión, por ejemplificar?

¿Son o no inmorales? Aplicando el principio de abstracción, lo que los hace in-

morales es el no cumplimiento de las funciones de fomento a la supervivencia

del todo social única fuente real de legitimación política, y no la utilización del
14
Otra razón por la que Kant encuentra inmoral el mentir aún en condiciones extremas. Mentir y
salvar la vida son dos actos distintos. Uno inmoral, el otro moral, pero siempre separables, fun-
dirlos y confundirlos nos lleva, como ya se vio a un accidens pro substancia y con ello a la impo-
sibilidad de construcción de cualquier sistema moral congruente.
15
Por esta misma razón es que quienes critican a ultranza los libros sagrados de las culturas
acusándolas de ser libros de mentiras no resultan sino ser inocentes personas, si bien con bue-
nas intenciones, que no se han tomado la molestia de entenderlos como 1) expresiones de cultu-
ra antropológica y 2) medios propedéuticos para el desarrollo de educación ética en un núcleo
social donde es probable no todas las personas –y es válido, aceptable y loable– estén obligadas
a entender o a interesarse por abstracciones y argumentaciones formales. En este mundo debe
haber cabida para todos, para los lógicos racionalistas y para los poéticos literarios cuando el fin
es la construcción de un mundo moral congruente. Recuérdese que la fantasía y por ende las
metáforas no buscan el ocultar, sino la creatividad y el ilustrar.
eufemismo aún y cuando esta sea cínicamente con miras a ocultar y no ilustrar,

pues el sujeto-pasivo del discurso político –siempre dentro de nuestro ejemplo–,

el ciudadano, se encuentra obligado a conocer las posturas y proyectos de quie-

nes proponen postulándose, pues la legítima cesión de la facultad de transfor-

mación de la realidad social –realmente existente sólo en condiciones ideales, o

de otra manera lo que hay es usurpación–, por ser resultado de un acto que tie-

ne como condición la voluntad, requiere del conocimiento y análisis de los ele-

mentos problemáticos a conciencia, eliminando así los elementos externos que

le pudieran mutar en un acto mecánico bajo ninguna circunstancia autónomo. Lo

contrario sería opinar sin saber, esto es, una clara falacia ad ignorantiam, la cual

implica en sí misma una forma de mentira, pues es presentarse como conocedor

de un tema cuando no se es, adjudicándose autoridad para diagnosticar lo con-

veniente desconociendo si lo es. No analizar los discursos políticos juzgando al-

go públicamente como conveniente es un acto de irresponsabilidad para con la

sociedad. En resumidas cuentas se puede afirmar que en los casos de suggestio

falsi, la responsabilidad del acto inmoral indefectiblemente ligado a la falsedad y

sus consecuencias recaerá siempre en el emisor; en el eufemismo, por lo antes

expuesto, en el escucha; mientras que en la suppressio veri en nadie de manera

necesaria más sí contingente, pues la emisión de discursos es un derecho, y

sólo una obligación cuando la ocultación se hace sobre un acto cuyas conse-

cuencias afectarían directamente al escucha interfiriendo con la voluntad del

mismo con respecto a la aceptación de realización del acto en cuestión, esto es,

nuevamente sólo como ejemplo, que no estoy obligado a contarle a cada interlo-
cutor con quien me encuentre que mi automóvil no cuenta con llanta de refac-

ción, pero si lo estoy cuando el discurso gira en torno a un posible contrato de

compra-venta.

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