Ficha N° 3 Autora: María Cristina Aguirre Licenciada en Ciencia Litúrgica
Reflexión
La Iglesia y la Liturgia
Todos los seres humanos celebramos distintas circunstancias de la
vida: la unión de una pareja, un nacimiento, un aniversario, el encuentro con un ser querido, la solución de un problema, etc. Cada vez que esto sucede buscamos naturalmente compartirlo con otros. Precisamente, en esta ocasión, profundizaremos en este tema que une dos realidades: la Iglesia y la Liturgia, en las que una no se comprende sin la otra. Ante todo deberíamos tener en cuenta dos cosas: la Iglesia que formamos- concentra su vida en la Liturgia y es la obra de salvación, actualizada y continuada. Nosotros, la comunidad de bautizados, nos edificamos y consolidamos a través de una participación plena y activa en las celebraciones litúrgicas, sobre todo, en la eucaristía. En otras palabras nos damos cuenta que como hijos de Dios somos continuadores y actualizadores de una vida divina que nos impulsa a celebrar, orar, pedir e interceder. Des este modo Dios nos llama a ser “liturgias vivas” en medio del mundo.
Podríamos hablar entonces de la Iglesia reunida, Iglesia orante y la
Iglesia misionera.
A) Iglesia reunida en asamblea: Las acciones litúrgicas son
celebraciones de la Iglesia, “sacramento de unidad” es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos (SC 26). Cada miembro de la comunidad tiene una misión distinta según su función; de aquí, la diversidad de ministerios. Qué importante es este ministerio dentro de la Iglesia: que cada uno conozca, asuma y viva con compromiso su rol en la comunidad. Por ejemplo: que, frente a los preparativos de una celebración eucarística dominical, el párroco, el guía, los lectores, los ministros de la eucaristía, el coro, etcétera, mediten el misterio y lo celebren y, al mismo tiempo, dejen vibrar la situación social, barrial o eclesial. En este momento, se conjuga espíritu y vida, logrando el abrazo de Dios a nuestra humanidad y la elevación de nuestra humanidad hacia él.
Cuando el celebrante dice: El Señor esté con ustedes…, afirma que él
esté en todas nuestras realidades, no como una visita que viene y se va, sino que se queda para acompañarnos en los “atardeceres” junto
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a nosotros. Quédate con nosotros, porque cae la tarde, le dijeron a
Jesús los discípulos de Emaús.
La Iglesia reunida celebra la vida. En la Iglesia reunida en asamblea,
los fieles se sienten llamados a ser parte activa en la comunidad.
B) Iglesia orante: ¿Por qué nos congregamos? En el libro de los
Hechos de los Apóstoles 2,42 dice: Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar de la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones; con esta cita, nos damos cuenta de que, al igual que los primeros cristianos, también nosotros seguimos congregándonos hoy por dos motivos: el fundamental, para seguir el mandato -y el ejemplo del Señor y de los Apóstoles- de orar siempre, sin cesar. El segundo motivo, porque el orar constituye la esencia íntima de la Iglesia, es parte de su naturaleza, pues ella es orante y portavoz. Cristo sigue orando, pidiendo e intercediendo al Padre por medio de la voz de cada uno de nosotros. De allí, la importancia de la autenticidad de nuestras oraciones en las celebraciones litúrgicas, atentos a no caer en la repetición de ritos y plegarias sin el condimento de la actualidad, de lo que pasa en el país y en el mundo. La Liturgia requiere, de cada cristiano, una oración encarnada, es decir, conectada con la cultura, el arte y toda forma de comunicación del hombre de hoy.
¡Estemos presentes, en cuerpo y alma, en cada Liturgia! Ofrezcamos
a Dios sin cesar un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de nuestros labios que confiesan el nombre de Cristo (Cfr. Heb. 13,15).
C) La Iglesia misionera. Siempre que estemos congregados para
Eucaristía, que recurro a los sacramentos y que rezo la Liturgia de la
Horas, soy como lluvia que cae del cielo a la tierra, la empapa, la fecunda, hace germinar la semilla, da frutos y luego vuelve a él (Cfr. Is 55,10). Yo, Iglesia de Cristo, así, llena del Señor, fecundo las estructuras sociales, mi barrio, mi casa, mi familia, donde sea que me encuentre.
Finalizamos reflexionando que: “La Liturgia no agota toda la
actividad de la Iglesia: reclama la evangelización y la conversión y compromete a todas las obras de caridad, piedad y apostolado (SC 9). Pero la Liturgia es, a su vez, la cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza (SC 10).”