Generalmente, cuando se habla de moral y economía a la vez, se suele crear una
confusión, ya que se tiene entendido que podrían ser conceptos opuestos, teniendo en cuenta que los “comerciantes” que dan lugar a la economía suelen ser vistos como codiciosos y crisohedonistas, pensando constantemente en su bienestar y progreso, aun cuando esto sea a costa del malestar ajeno. Esta forma de ver a la economía (y quienes la practican), si bien no está muy equivocada, es un poco extremista y generalizada. Frente a esta disconformidad, y con ayuda de la Antropología junto con las religiones Cristianas y Musulmana, nace el concepto de “Economía Moral”. El concepto básico de este término, y haciendo alusión a las palabras que lo componen, significaría aplicar un uso correcto, comunitario y cooperativo, tanto en las microeconomías como en las macroeconomías. Este concepto, si bien es correcto, es muy general. Sobreponer el bien particular sobre el general ha sido un hecho histórico en la mayoría de las civilizaciones a lo largo de la historia del hombre. Ya en los siglos XVIII y XIX, los proyectos de los distintos gobiernos para liberalizar el comercio significaban un gran freno para el desarrollo de la economía moral. Muchas escuelas y pensadores (por ejemplo la escuela neoclásica, y el escritor E.P. Thomson) nos han revelado que aplicar correctamente las normas, usos y costumbres de una cultura en la sociedad puede traer enormes beneficios, tanto humanos como económicos. Un concepto introducido por la escuela neoclásica es el de “Homo Economicus”, y hace referencia al comportamiento contemporáneo del humano. Se trata de una forma “ficticia” de ver al hombre, y es que se comportaría de forma perfectamente racional ante estímulos económicos. Esa representación del ser humano es capaz de procesar adecuadamente la información que conoce, y actuar en consecuencia. Pero se considera “ficticia” o “utópica” ya que, el hombre no se comporta de forma absolutamente racional. Desde este punto de vista, los modelos económicos no podrían predecir cambios futuros ya que toda especulación se basaría en un comportamiento específico del hombre, y esto sería un pensamiento erróneo. Es decir, el ser humano actúa económicamente, por naturaleza, en busca de su propio beneficio y satisfacción, pero esta forma primitiva de pensar nos ha demostrado a lo largo de la historia, que es clave para el fracaso y estancamiento de una sociedad (o incluso de una nación), económicamente hablando. Aquí es donde entra en juego la moral. Es fácil pensar “Quiero que me vaya bien en mi negocio, ya que el bienestar de mi vecino no me beneficia a mí, pero si él se perjudica tampoco me influye, es más, podría beneficiarme”. A continuación explicare el error de este pensamiento y la corrección: El bienestar de un vecino, directamente parecería no influirnos, pero si pensamos como sociedad, como un conjunto de individuos, como un país y una nación en crecimiento, nos damos cuenta que “el vecino” no es más que un eslabón, igual de esencial que yo. El bienestar de la comunidad representaría un progreso significativo para una nación, y este sentimiento de patriotismo seria el que impulsaría la industria, y de este modo el comercio y toda la actividad económica del país. De este modo podemos decir que una economía moral está basada en la igualdad y la justicia, y se circunscribe a pequeñas comunidades donde los principios de la cooperación mutua priman sobre la búsqueda individual de ventajas. Aplicando este razonamiento, veríamos cambios notables en muchos aspectos tanto en la economía de nuestro país como en nuestras vidas. Así, se puede decir que aplicando una moral objetiva, razonamiento, y sentido de pertenencia a una comunidad y cultura, la economía muestra resultados mucho más eficientes y correctos para las sociedades.