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Los LIBROS ANTHONY STANTON: Osra PoETica I (1935-1970) De Octavio Paz 4 Obras completas, tomo 11. México: Fonda de Cultura Eoondmica, 1997 eo que fue Borges quien distingufa entre los mu- chos libros prescindibles y los poqu{simos necesarios. No cabe duda de que este volumen, el primero de dos que reunirén la obra poética de nuestro mdximo artifice, es un libro esencial, im- prescindible. Nos recuerda, una ver més, que la poes(a es el centro de la vasta y polifacética produc- cién de Octavio Paz. Por muy distintos que sean entre sf sus en- sayos sobre politica, historia, an- tropologta, religion, mitologta, arte y poesfa, estas reflexiones en prosa no serfan posibles sin la ac tividad fundacional de la poesta. De aht la importancia de este vo- lumen inicial de su obra poética reunida para la comprensién de la totalidad de sus escritas. Pero primero un poco de historia. El antecedente més lejano de este libro es una coleccién de 1942, A la orilla del mundo. El jo- vven habfa publicado poemas suel- tos en periédicos y revistas desde 1931, pero el libro de 1942 es un primer intento de articular sus oemas en una obra, es decir, en algo trabajado, construido, organi- zado: un organismo con fisonomia propia. Muy lejos de Paz la nocién de un libro como simple acumula- cién de textos: la obra implica for- ‘ma, disefio, arquitectura, disposi- cién de cada elemento en redes significances. La estructura otorga nuevo sentido a cada poema in- cluido. En dltima instancia, la cobra puede Hlegar a ser un sistema en el cual cada elemento se rela- ciona con los demés. No es lo mis- | smo leer un texto aislado que leerlo dentro de un conjunto mayor. Y cuando se agrupan y ordenan en el mismo espacio textual poemas escritos durante treinta y cin- €0 afios, como ocurte en este vo- lumen, los juegos de espejos y perspectivas, de analogfas y diso- nancias, se multiplican para ofte- ccemos la posibilidad de leer y re- Teer con nuevos ojos los mismos ‘poemas, los mismos poemas que se vuelven, asf, otros. Esta misma concepeién exigente de lo que constiruye una “obra” impidié que | Paz incluyera aqu{ las composicio- nes juveniles, textos que él consi- ddera “tentativas” o “esboaos”. Sigamos con nuestra historia. En 1949 aparecié la primera ver- sin de Libertad bajo palabra. En 1960 el mismo titulo se utilizs pa- ra.un libro muy distinto: la prime- +a recopilacién amplia, pero toda- via selectiva, de la obra pottic: Esta recopilacién tuvo una segun- da edicién, disminuida, corregida y reestructurada, en 1968 y otra, con més cambios, en 1979. Desde ‘entonces ha permanecido més 0 menos igual, aunque nunca idén- tica, y hoy constituye la primera parte de este magno volumen. Entidad inestable, en constante mutacin, Libertad bajo palabra es el t(tulo que acomoda casi todos os poemas escritos entre 1935 y 1957, un periodo que culmina con los 584 endecasflabos cantados y encantados de Piedra de sol. De alguna manera Libertad ba- {0 palabra es el modelo o al menos la prefiguracién de toda la obra poética de Paz, no tanto por su contenido como por su disefi: li- bro dialéctico cuyas cinco gran- des secciones expresan, tanto en- tre ellas mismas como en el interior de cada una, una oscila- ci6n entre los dos polos de sole- dad y comunién. Libro plural, he- cho de choques y contrasts; libro que es la biograffa ideal del poeta en todas sus edades, desde su na- cimiento e infancia en comunién. con la naturaleza en “Primer dia”, su adolescencia atormentada por el solipsismo y Ia angustia urbana en “Puerta condenada” y “Cala- midades y milagros”, su posterior redescubrimiento de la naturalera paradisiaca en “Semillas para un hirano” —el “centro” del libro—, una nueva calda a la lucha con el lenguaje y con el mundo en Aguila o sol?” y, finalmente, el acceso a la madurer en “La esta- cidn violenta”, dltima divisién del libro que contiene varios de los grandes poemas extensos de Paz. Autobiografia, diario, evolu- cién accidentada con avances,re- trocesos, ascensos, descensos, traslapes y bifurcaciones, Libertad bajo palabra nos ofrece el retrato de una pluralidad de voces en busca del auroconocimiento. El yo que se contempla descubre que Octusne pe 1997 Vurtta 251 35 es otro porque es tiempo y deseo: la identidad no es estable ni mo- nolftica sino huidiza, dinémica, heterogénea. “Cambiamos para ser fieles a nosotros mismos”, dice el autor en el Preliminar y agrega: Si no hubiese cambios no habrfa continuidad”. Creo que este patron de una identidad paraddjica que se con- funde con el tiempo se puede ob- servar en los libros posteriores que estén recopilados en este volumen que es, en realidad, un libro de libros, una obra de obras. Salaman- dra, Ladera este y E! mono gramdti- co, por ejemplo, expresan la mis- ‘ma insatisfaccién con la identidad fija, el mismo affn de inventarse a cada paso, la misma escética de un “presente perpetuo”, el mismo de- seo de no alejarse del instante. Es- ta postura, que podrfamos llamar ética o metafisica ya que establece una fntima relacién —que no es identidad— entre arte y vida, en- gendra como corolario el revisio- nismo, es decir, los constantes cambios y correcciones que son signos de un perfeccionismo y de algo més profundo: el poeta des- plaza y actualiza su propio pasado porque siente la necesidad de reinventarse. Visto ast, el revisio- rnismo implica no slo incesante recteaci6n del texto y de uno mis- i | | | | | | | j mo sino una multiplicidad de orf- genes. La reescritura es una tra- duccion a distancia de una vor que el poeta del presente no acep- ta como totalmente suya, confir- mando asi la idea de Keats de que los verdaderos poetas carecen de una identidad fija, monoliticae inmutable precisamente porque pposeen una capacidad camaleéni- ‘ca de asumir una pluralidad de vo- ces, méscaras 0 personas que, en ‘su conjunto contradictorio, pro- yectan una voluntad estética que se va multiplicando en busca del ‘autoconocimiento. Es cierto que el lector que s6lo conoce el pre- sente volumen dificilmente se percatard del laberinto textual que forman las capas sepultadas del palimpsesto: no verd mas que la punta del iceberg, punta que re- presenta la cltima versién aproba- da por el poeta maduro, y no se dard cuenta de que este libro es una sintesis, producto de malti- ples y distintas decantaciones. Pe- ro no importa: como cualquier ob- jeto bello, el poema se disfruca sin necesidad de saber su historia. Sigue pesando el mito roman tico de Ia originalidad absoluta del genio poético, como si una voz poderosa naciera ya madura. Como contrapeso, conviene re- cordar la idea aristotélica de la imitaci6n: los poetas son, cen primer lugar, lectores de otros poetas, es decir, de otros poemas. La siempre relativa “origi- nalidad” de un poeta ma- yor no se puede medi en aislamiento sino que se va forjando a través de una serie de contactos con otras voces: las de sus precursores y sus con- tempordneos, voces que constituyen una parte de la tradicién. El origen y la identidad de un poeta ‘on, insisto, construccio- nes imaginarias de los Propios poetas. 36 Vuewta 251 Octusre DE 1997 Cada poeta “fuerte” quiere ser su propio progenitor y, por tanto, se ve obligado a luchar con sus padres poéticos, moverse entre los ecos de los precursores, borrar y recrear aquellas voces para que se- an suyas, para que dejen un espa- cio en el cual pueda surgir una vor distinta. En dltima instancia, los poetas realmente “fuertes” s6lo quieren reconocer como “fuentes” a sus propias voces anteriores. Como quieren ser sus propios pa- dres, se reescriben y se reconstru- yen para crear la ilusién de poder controlar y fraguar su origen co- mo poeta. La autoprocreaci6n, sin ‘embargo, es imposible. En poe- tas “fuertes” como Paz, la nica forma de construir este espacio imaginativo propio es mediante un diélogo, ya sea armonioso, ya sea conflictivo, con sus precurso- res y contempordneos. En la crea~ cidn de este espacio propio, que podrfamos llamar el mundo o el universo del poeta, creo que pue- de haber tres momentos: en el primero, el poeta mAs joven tien- de simplemente a imitar las voces de sus maestros (pero incluso ‘aqui, en el momento mas pasivo, la eleeciim de los precursores en la medida en que se puede elegit algo que parece imponerse por fa- talidad— es un acto que presupo- ne un grado de individualizacién: {por qué estas voces y no otras?); en un segundo momento, menos pasivo, se percibe una voluntad de diferenciacién cuando el poeta en ciernes no s6lo reproduce la voz del padre sino que introduce elementos no contemplados por éste (por ejemplo, la correccién, modificacién o ampliacién de la vor, o bien el enfrentamiento de distintas voces); en el tercer mo- mento —que no es muy comén en la historia de la poesta— se produce la diferenciacién indivi- dualizada y ahora el que fue discf- pulo se revela capaz de recorrer los mismos territorios con resulta- dos muy distintos o, tal vez, de explorar comarcas ignoradas 0 desdefiadas por sus antecesores. Segiin Harold Bloom, los poe- tas “fuertes” pueden crear la ilu- sién de que ellos mismos son los autores de una parte de la obra del precursor: el padre ya no es una presencia avasallante que amenaza la existencia misma del otro sino una vor que regresa, ‘ransformada en y por la obra de éste. En tales casos, es posible y hasta inevitable leet al precursor ccon los ojos del poeta mis joven. Creo que esto es exactamente lo que nos pasa a los lectores de poe- sfa mexicana: leemos a poetas como Sor Juana, Tablada, Lopez Velarde, Pellicer, Gorostiza 0 Vi- Haurrutia a través de Paz. Dicho de otro modo, la obra de Paz ex- plora, reordena y recrea varias tradiciones poéticas: la mexicana, Ia occidental y la universal. Al insertarse en la tradicién de la modemidad, el poeta la modifica para hacerla suya. ‘Una lectura atenta de este vo- Jumen permite apreciar en todas sus dimensiones este crecimiento de la figura del poeta con sus carn- biantes identidades que se van fra- guando en un gran tejido de vo- ces, citas, alusiones, homenajes, apropiaciones y enfrentamientos. Permite vislumbrar muchos de los didlogos que Paz ha sostenido con poetas vivos y muertos: desde San Juan de la Cruz y los clésicos del ‘barroco (Géngora, Lope y Quer do —tanto el Quevedo de la an- gustia existencial, tan presente en los poemas de Paz de los afios cua- renta, como el de la poesfa amoro- sa, centro de la seccién “Homena- je y profanaciones” de 1960), hasta ciertos poetas roménti- 608 (Novalis, Hélderlin, Blake y Keats), algunos simbolistas y mo- dernistas (Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Darfo) y una larga lis- tade figuras del siglo XX (Tablada, Lopez Velarde, Pellicer, Villaurru- tia y Gorostiza, entre los mexica- nos; Jiménez, Machado, Lorca, Alberti, Cernuda y Guillén, entre los espatioles; Borges, Huidobro y Neruda, entre los hispanoameri- ccanos; poetas de lengua inglesa, como Lawrence, Frost, Eliot, Pound y Williams; y otros de len- gua francesa, como Apollinaire, Breton, Eluard, Péret, Michaux y Char). En definitiva, pocos poetas han conversado tanto con el mundo de la poesta. ¥ la conver- saci6n no se limita a poetas indi- viduales; abarca también corrien- tes estéticas y filoséficas: la poesfa tradicional espafiola, el neobarro- quismo y el neorromanticismo, las vanguardias del siglo XX (sobre todo el cubismo y el surrealismo), la poesfa néhuatl —lefda en las traducciones de Garibay que deja- sfan no pocas huellas en Semillas para sen himno—, el existencialis- mo, el estructuralismo, el pensa- | miento y as religiones del Oriente (sobre todo el budismo, tan pre- sente en clertos poemas de Ladera este y en El mono gramdtico). ero se olvida con frecuencia que Ia poesfa no se hace con ideas co doctrinas porque es, ante todo, arte verbal, es decir, palabra hecha de ritmo y musicalidad, de imagen y temporalidad. El poema habla: es lenguaje configurado en el espa- cio, sf pero sobre todo en el tiem- po. Como el rfo de Heréclito, quel fildsofo~poeta que pensaba en imégenes, la poesia es un arte temporal: festin del ofdo. No es una actividad puramente intel tual o racional, tampoco es la ejemplificacién de una teorfa, ni siquiera de una teorfa estética o pottica. Es un arte intuitivo y, por lo tanto, imprevisible: libertad condicionada sélo por el instru- mento del lenguaje, libertad bajo palabra. Cuando empieza a escri- Bir, el poeta desconace el desenla- ce porque el poema es el resultado de la experiencia de su propia creacién. De ahf la inutilidad de los manifiestos, programas y ret6- ricas para explicar el enigma del ppoema, del poema que se escribe y que se lee, sobre la hoja de papel o la pantalla de la computadora, pe- 10 que nunca puede cortar su cor- én umbilical que lo liga a su ori- gen primitivo en la miisica, el canto, la letanfa y el hechizo. Desde esta perspectiva, habria que recalcar, como lo hizo José Emilio Pacheco al presentar este mismo volumen, que estamos ante un poeta que domina con macs- trfa todas las formas posticas, des- de las més breves ¢ instanténeas (el haike, la copla, la cancionci- Ila, el poema reducido a la ima- gen) hasta las mds desarrolladas y complejas (Paz ha cultivado el poema extenso desde su juventud y los ejemplos abundan en este li- bbro de libros: Rai del hombre, Bajo tu clara sombra, Entre la piedra y la flor, Piedra de sol y los dems poe- ‘mas de La estacién violenta, Solo a dos voces, “Vrindaban”, “Viento entero”, “Cuento de dos jardi- nes", Blanco). Su amor ala tradi cin no esté reftido con su afin de cexperimentacién. Las formas mé- trices de versificacién empleadas van desde las més clésicas, como el soneto, pasando por la silva de origen barroco —practicada con excepcional maestria—, hasta lle- gar al versfculo, al verso libre, al poema en prosa y a la obra espa- cial-abierta que es Blanco. Ade- nds de ;Aguila o sol?, mezcla de oemas en prosa y cuentos, hay dos secciones més que estdn escri- tas en prosa: El mono gramdtico —texto inclasificable que oscila entre el poema en prosa, el ensa- yo, el relato de viaje y el canto It- tico— y La hija de Rappaccini, su nica obra teatral, basada en un ccuento de Hawthorne. En todas y en cada una de estas formas Paz ros ha dejado obras maestras. No son muchos los poetas modernos que han logrado esto. Para los que se interesan en el arce verbal de la métrica y la versi- ficacion —especie que parece es- tar en vias de extineién—, este volumen ofrece un mapa fasci- Octumne vs 1997 Vusita 251 37 nante de Ia evolucién del verso en la.época posterior a las vanguar- dias. El constante movimiento en- tre formas tradicionales y experi- mentales es la prueba palpable de las luchas entre el ofdo y el of entre el tiempo y el espacio, entre lo corporal y lo mental. Por el cor- te cronolégico adoptado (1970), esta recopilacién puede dar la im- resin de un triunfo de las formas espaciales sobre las tradicionales, pero habria que tomar en cuenta ‘que Obra poética II albergaré Pasa- do en claro, fecundo y asombroso ejemplo de las posibilidades ex- presivas de la silva barroca. ‘Como me parece imperdona- ble presentar un libro de poesfa sin compartir algunos de sus poe- ‘mas, oftezco a continuacién un puftado de ejemplos de textos brevisimos escritos en distintas €pocas, textos que conservan in- tactos sus poderes de encarna- cién. “Retérica” (que es un verdadero ejemplo de “arte poética”): Laforma que se ajusta al ‘movimiento ‘no es prisin sino piel del ensomiento. “Nifio y trompo” (que capta la ‘magia de la infancia): (Cada ver que lo lanza cae, justo, ene centro del mundo. “Epitafio de una vieja” (no exen- to de humor irreverente): La encerraron en la rumba familiar yen las profundidades tembl6 el polvo del que fue su marido. “La exclamaci6n” (que recrea el asombro ante lo inesperado): Quiero no en la rama, enelaire Noenel aire cenel instante el colibe. Y, por dltimo, un fragmento magistral de Semillas para um him- no, siete versos que recrean, en sus reiteraciones, paralelismos y letanfas, la cosmogonta ritual de toda cultura originaria y el papel fundacional de la poesta: ‘Como las piedras del Principio Como el principio de la Piedra Como al Principio piedra contra piedra Los fastos de la noche: El poema todavia sin rostro 1 bosque todavia sin érboles [Los cantos todavia sin nombre. Es imposible, desde luego, re- sumir el contenido de este libro. Basta decir que encierra gran par- te de los temas y las obsesiones de la poesfa de Octavio Paz: el amor yel erotismo como vias de acceso alo otzo; el solipsismo y la intros- Peccién; los monélogos con uno mismo y los didlogos con los de- més; la recreaci6n de la infancia a través de la memoria; la cele- braci6n del mundo natural del cual formamos parte; la reflexin, sobre el lenguaje, sobre sus posi- bilidades y limitaciones expresi- vas; los infiernos y parafsos que todos levamos dentro; los juegos irénicos con las palabras y las costumbres; la compleja expe- riencia humana del tiempo, de lo que Paz ha llamado “esa sucesion de horas huecas y de instantaneas epifanfas”; la obsesién de Méxi- co, su pasado y su presente, su aisaje rural y urbano; la fascina- cién por los mitos fundadores del origen y por su relacién con la historia personal y colectiva, re- lacién que se expresa mediante la técnica de yuxtaponer simulté- neamente distintos espacios y tiempos en el presente del texto, como sucede en “Himno entre 38 VuetTa 251 OcTusns px 1997 ruinas", Piedra de sol, “Viento en- tero” y El mono gramdtico. Y con esta lista parcial e incompleta de las obsesiones teméticas termino no sin antes manifestar mi espe- ranza de que estas palabras sirvan para incitar a la lectura—tinica funcién de una presentacién—, para propiciar un acercamiento a ese misterio inquietante que es el acto de escribir y leer poemas, ac- to que es “uno de nuestros recur- sos contra el olvido”. Duefio de su propia I6gica, el azar ha queri- do que este libro comience y ter- mine con palabras que nos impli- can en ese acto, en ese proceso de gestacién abierto a todos: “Alls, donde terminan las fronteras, los. ‘caminos se borran. Donde empie- zadl silencio.” *.. el acto inscrito cen esta pagina y los cuerpos (las frases) que al entrelazarse forman este acto, este cuerpo: / la secuen- cia litdrgica y la disipacién de todos los ritos por la doble profa- nacién (tuya y mfa), reconcilia- ciénjliberacién, de la escritura y de la lectura.” RAFAEL ROJAS LA PRESIDENCIA IMPERIAL. ASCENSO ¥ CAIDA DEL SISTEMA POLITICO MEXICANO. (1940-1996) De Enrique Krauze a México, Tusquets Editores, 1997. Igunos escritores espafio- les nada inseguros de su nacionalismo, como Gui- Ilermo de Torre y José Ortega y Gasset, sefialaban, a mediados de este siglo, el escaso desarrollo del géneto biogréfico en la cultura hispanoamericana. Ortega, por ejemplo, sumaba la falta de bio- grafias y memorias en la literatura espafiola a su obsesivo contra- punteo cultural entre Espafia y Francia. No porque tuviera en al- ta estima dicho género, sino por todo lo contratio: lo biogréfico, 2 su entender, denotaba un “sinto- ma de complacencia ante la vida personal” o lo que Charles Lind- holm llama “una estetizacién del carisma”. As{ como Inglaterra era el pais de las biograffas, Francia, segin Orcega, era el pats donde se habfan escrito mas memorias. En los tiltimos afios, Sylvia Molloy y Miguel Garcfa~Posada than insistido en que aquellos jui- cios, por lo que se refiere a la li- teratura confesional o de memo- rias, eran algo exagerados. El género autobiogréfico en Hispa- ‘noamérica, desde el Libro de la vi- da de Santa Teresa de Jesis hasta la Autobiografia de Federico Sén- chez de Jorge Sempriin y pasando por las Memorias de Rubén Darfo ¥ Confieso que he vivido de Pablo Neruda, ha sido bastante fre- cuentado. Sin embargo, en lo que atafie a la escritura biografi- ca, la observacién sigue siendo valida. No s6lo se escriben, en castellano, menos biograffas que en francés o en inglés, sino que los mejores biégrafos de grandes personajes de Ia historia de Espa- fa y América Latina son, por lo general, franceses, italianos y, so- bre todo, ingleses y norteamer ccanos. Abf estén los ejemplos re- cientes del Felipe I] de Henry Kamen, el Franco de Paul Pres- ton, el Bollwar de Gorchard Ma- sur y el Judrez de Brian Hamnert. Esa importancia de la biografia cen las literaturas norteamericana inglesa esté relacionada con la tradici6n politica y filos6fica an- slosajona. Por el hecho de experi- ‘mentar esos paises un orden insti- tucional estable, la moral, la religién y la cultura se invo- lucran més en la vida privada de las personas. Ademés de ue, como observaba Tocque- ville, la democracia trae con. sigo una suerte de uniformi- dad cultural que exige la mitificaci6n de caracteres embleméticos. En este senti- do, la nocién de character, que difundieron Thomas Carlyle en On Heroes, He- 10-Worship, and the Heroic in History (1841) y Ralph Waldo Emerson en Representativa Mon (1849), implicaba algo més que el simple carisma, es decir, implicaba, ante todo, un don 0 una virtud que conver- tia a ciertos hombres en figuras | ejemplares. Para Carlyle, por | ejemplo, los héroes eran, funda- mentalmente, grandes estadistas como Federico el Grande y Oliver Cromwell. Sin embargo, para Emerson, quien seguia de cerca el principio platénico de la analogia entre persona y comunidad, el “hombre representativo” era lo mismo un flésofo, como Montaig- ne, un mistico, como Swedenborg, un escritor, como Shakespeare, 0 tun politico, como Napolesi. | En medio de ese menosprecio a la biografia, que atin persiste en la cultura hispanoamericana, con- trasta la obra de Enrique Krau- | ze. A excepcién de muy pocos textos, como su colaboracién en | tuno de los tomos de la Historia de la Revolucin Mexicana que coordi- 1n6 don Luis Gonzslez en El Cole- gio de México, la historiografia de Krauze ha sido fundamentalmente biogrifica: Caudilos culsurales dela. | Revolucion Mexicana, Biografia in- | telectual de Daniel Cosfo Villegas, Siglo de caudillos y Biografta del poder. A estas obras habrfa que agregar, claro est4, sus ensayos de cerftica politica, como Por una de- | ‘macracia sin adjetivos 0 Tempo con- | tado. Curiosamente, esas dos Iine- | as paralelas de su escritura ahora | parecen converger en La presiden- | cia imperial, ya que este libro es, a la ver, una biograffa y una critica del sistema politico mexicano. En cierto modo, la obra de Krauze ha sido la protesta solita- ria contra una paradoja: la histo- tia de México gira, como pocas, alrededor de sus héroes y antihé- roes, de sus caudillos y caciques, sin embargo, por lo general, no es narrada biogréficamente, México, como él dice, es un pats earlylea- no, pero sin Carlyles. Lo cual no deja de ser una exageraci6n que lleva implicito un guifio naciona- lista, ya que los “grandes hom- bres” mexicanos dificilmente en- cajarfan en el ancho molde de Federico de Prusia, Schiller, John Sterling, Samuel Johnson y otros héroes de Carlyle. En todo caso, las biograffas de Krawze, a diferen- cia de las de Plutarco, Carlyle y Emerson, no se basan en el sym- pathos, no son siempre positivas, ni siquiera neutrales, en ellas hay lugar para el juicio moral que per- mite la distancia del pasado ¢ in- cluso para la desaprobacién. Tal vex por esa susceptibilidad moral que distingue su escritura Krauze es un historiador que puede na- rrar el presente. ‘Aunque La residencia imperial cierra una trilogta, iniciada con Siglo de caudilos y continuada en Biografta del poder, se diferencia Octupre DE 1997 Vuetta 25139 de estas por el hecho de ser, ade- nids de una serie de biografias de los presidentes de México entre 1940 y 1997, una biografia del sis- tema politico mexicano. No po- dfa ser de otra manera. El maestro mis visible de Krauze, Daniel Co- sfo Villegas, lo expuso con la ma- yor claridad: las “dos piezas cen- trales” de ese sistema han sido el Presidente de la Reptblica y el Partido Oficial. El engrangje en- tre ambos crea un aparato polfti- co que funciona como un Deus ex ‘machina y que ofrece una via ins- titucional al carisma de cada pre- sidente. El “estilo personal de go- bernar”, segsin don Daniel, no es ms que el proceso por el cual la biograffa del Presidente se con- vierte en una cifra del destino de lanacién. Ast, la analogta plats- nica entre el pol{tico y su ciudad se cumple cabalmente en el Mé- xico post-revolucionario. {Como se esctibe, pues, la bio- grafia de una maquinaria’ Al pare- cer, el secreto se halla en el ensayo preliminar “El Estado mexicano: fuentes de su legitimidad”. Aqut Krauze observa cémo ciertas for- mas ancestrales del Estado colo- nial persisten en el subsuelo de la memoria y reencarnan en la for- macién del sistema polftico mexi- cano. La politica de Calles, el cre- ador del sistema, es una nueva version del reformismo borbénico (anticlerical, capitalist, burocré- tico); en cambio, la de Cardenas, que es quien lo consolida, puede verse como una vuelta al tomismo de los Habsburgo (corporativo, ppatemalista, carismAtico). Se trata de una oscilacién entre las heren- Cias de los siglos XVI y XVIII que viene marcando la vida politica mexicana desde el siglo XIX. De alguna manera, los liberales de la Reforma y de la Repiblica Res- taurada habfan rescatado la fiso- noma del Estado borbénico; asf como el porfiriato fue, al decir de Andrés Molina Enriquez, un res- tablecimiento del pacto con los | periodo de normalidad insticucio- cuerpos del antiguo régimen, que, a aver ve cald6de no desechar el perfil modenista de! liberalismo. Ese liberalismo conservador, esa mixtura entre lo Borbon y lo | Habsburgo hizo del régimen de Porfirio Diaz el primer momento de estabilidad después de la inde- pendencia. De modo muy similar, a partir de 1928 se abre un nuevo nal que contrasta con el caos re- volucionario que siguié a 1911. La maquinaria empezaba a funcio- nar. Y ya para 1940 y, sobre todo, 1946, su funcionamiento llega, en. palabras de Daniel Cosfo Villegas, a “un grado de perfeccién incref- ble”, justo en ese momento “la polftica mexicana se vuelve un misterio poco menos que impene- trable”. Bs el lapso en que, como dice Krauze el sistema se conviet- te en una empresa civil con Ma- nuel Avila Camacho y Miguel | Alemén. Luego, del “empresario” (Alemén) el sistema pasa a manos del “contador” (Ruiz Cortines), de este al “gerente de relaciones piblicas” (Lopez Mateos) y, por Aileimo, al “abogado penal” (Diaz Ordaz). La biografta de esa em- presa que es el sistema politico mexicano se presenta, entonces, como la suma biogréfica de sus cempresarios-presidentes. El nuevo régimen, nacido de la Revolucién, comienza a ser es- table cuando més se asemeja al antiguo, es decir, al Porfiriato. Por segunda vez, en la historia mo- derna de México, se detiene la gravitacion pendular hacia los Habsburgo y los Borbones y se al- canza una suerte de acuerdo di- nstico dentro de la familia revo- lucionaria. A juicio de Krauze, dicho acuerdo experimentara dos rupturas, una desde afuera, que fue el movimiento estudiantil de 1968, y otra desde adentro: la es- cisién de la clase politica durante los sexenios de José Lopez Porti- lo y Miguel de la Madrid. A par- tir de ab la empresa se aproxima 40 VuetTe 251 Ocrusae pe 1997 ) peligrosamente a la quiebra. Sur- ge entonces su salvador, Carlos Salinas de Gortari, nuevo Df ‘nuevo Calles, que intentard refor- marla y, sobre todo, refundarla a su medida. Pero hay una deman- da, cada ver mas elocuente y ma- yoritaria, que los nuevos empresa- trios se resisten a satisfacer, ya que su satisfaccién exigirfa el recono- cimiento det colapso del sistema: la democracia. La empresa es, pues, algo més que una metifora Esta analogia, que Krauze toma de Gabriel Zaid, favorece la narrativa biogréfica. La biogratia de cada presidente es Janarracién de su espectfica virtud empresarial y va acompafiada de las biograffas de las instituciones y los actores que giran a su alrede- dor. En este sentido, se trata de un libro que narra la vida de una co- munidad polftica, el tiempo que media entre el nacimiento y la | muerte de un Estado. De ahf que el acercamiento a la morfologta de Richard Morse le sea tan dtil a Krauze a la hora de localizar las re- ferencias historicas de la Revolu- cién mexicana; referencias mds bien inconscientes que, como los modelos estatales de los Habsbur- 40 y los Borbones, de los liberales ¥ los porfirisas, se han sedimenta- do en la memoria politica y garan- tizan una legitimidad profunda e inefable a la nueva élite del poder. En otros libros de Krauze ya se percibe esta aficién por la morfo- logta histérica. En Siglo de caudi- Uos, por ejemplo, es notable la aplicaci6n de un principio morfo- logico de cardcter cultural, bas- tante cercano a la historiografia de Spengler y Toynbee. Las vidas de Hidalgo y Morelos, Iturbide y Santa Anna, Judres y Dfaz son na- rradas desde la distincién entre los mundos culturales del criollo, el indio y el mestizo. En Biografta del poder se nota algo parecido, pero en relaciGn con el sustrato religio- so de la experiencia revoluciona- tia: Madero es el “elegido por la providencia”, Zapata suefia con un “para{so recobrado”, Villa es un “bandido redentox” que “a hie- ro muere”, Cérdenas encarna la figura del “general misionero”. Es- tos arquetipos sociales y religiosos, al igual que los modelos del Esta- do colonial, son formas que reapa- recen una y otra vez en la historia, imagenes del pasado que gravitan sobre el escenario del presente. Otra de esas formas es la del imaginario imperial que persiste en la cultura politica mexicana desde el siglo XIX. Aunque Krau- | ze no lo desarrolla plenamente en este libro, ese es, tal ver, el legado ritual que més le deben los presi- dentes del México postrevolucio- nario a Porfirio Dfaz. En el siglo XIX la verdadera discordia, en cuanto a formas de gobierno, no fue entre repiblica y monarquia, sino entre repiblica e imperi Todos los monarquistas mex nos y no pocos republicans fue- ron politicos imperiales. Era de- masiado el peso de la memoria de quel imperio azteca que, después de cuatro siglos, habfa recobrado su independencia. A pesar de los fracasos de Iturbide y Maximilia- no, la aureola imperial pudo en- carnar, con més comodidad, en las presidencias de Antonio L6- per de Santa Anna y Porfirio Dt- az. Por el hecho de haber sido los politicos que mas se acercaron a | la democracia, los liberales de la Repdblica Restaurada y Francisco I. Madero fueron los tinicos que le imprimieron una atmésfera verdaderamente republicana a la instituci6n presidencial. Personajes que viven bajo el peso de su memoria son los prota- gonistas de la historia de México y de los libros de Enrique Krauze. Heroes de una tragedia. En el en- lace entre morfologta y biografia Enrique Krauze parece haber ha- lado una formula ideal para escri- bir esa historia trégica. Pero él mismo reconoce que con el fin, ya tangible, de esa “empresa teatral” que ha sido el sistema politico me- xicano sobreviene el fin de la es- critura biogréfica y morfolégica. | “En la democracia —concluye Krauze—, la biograffa de México comenzarta a ser la biografia de to- dos. La democracia pondrfa punto final a la biografta del poder” (Es acaso la democracia el abandono del dictum de la tradiciGn, un libe- rarse totalmente del pasado? ;Vie- ne con ella la ingravides, el reino del olvido, la utopta del tiempo? Estas son las inguietantes pregun- ‘tas que sorprenden al lector en las paginas finales de La presidencia imperial. << ADOLFO CASTANON LA FABULA DE LAS REGIONES De Alejandro Rossi “ ‘Anagrama, Madtid, 1997 a publicacién de Manual del distrado en 1978 supuso una revelacién méltiple. Laobra, sabia muestra de ensayo y ficcién vertidos en una prosa cortante y diamantina, afirmé, en plena ebullicién de la literatura | latinoamericana en los mercados editoriales europeos, que la tradi- cin literaria nacida a la sombra de la revista Sur no era monopo- lio de sus grandes apellidos funda- dores, y que figuras como las de José Bianco y Juan José Arreola —para no hablar de Alfonso Re- yes y Octavio Paz— no eran en modo alguno accidentes en la ca- * Alejandro Rossi ante la crftica, Adolfo ‘Castafign (compilador), Montedvila, Caracas, Venezuela, 1997. | dena del ser literario hispanoa- mericano. Manual del disteaido re- velé sobre todo la existencia de uuna escritor tan fértily tan estric- to como inclasificable: el filésofo comprometido con los temas y autores més arduos de su discipli- na —la logica de Hegel, Heideg- ger, Ayer—, el animador de em- presas editoriales asociadas a la investigaci6n filoséfica, el hom- bre que analizaba las fusiones y fronteras de Lenguaje 9 significado resultaba ser, ademés, un artista de la prosa, un riguroso relojero de la exposici6n narrativa. La for- ‘una crftica de Manual de distraf- do traduce y corrobora este efec- to, casi dirfamos impacto si la balfstica fuera nuestro campo. Dos décadas después Manual del distraido se sigue editando y ga- nando pablicos, como prueba la flamante edicién que de este libro se estampa por estos das con el sello de Ctrculo de Lectores. Para cualquier autor y sobre todo para un escritor tan celoso de la perfeccién y de la calidad como Alejandro Rossi la publica- cién de una segunda obra literaria significaba un genuino desafio, la ‘necesided de imprimir otra vuelen de tuerca a un mecanismo ya im- pecable. ;Qué escribir después de Manual del distrafdo? {Como ata- car —en el sentido musical de la palabra— la partitura de la prosa sino buscando un nuevo juego de contrastes melédicos y una es- tructura inédita de composicién? El propio autor, al final de su en- sayo sobre José Ortega y Gasset (1964) aventurarfa la orientaci6n de un posible nuevo derrotero pa- ra la reflexi6n critica desde los patses de la antigua ecumene his- éinica: pero Rossi proseguirfa esa teflexién critica no desde la filo- sofia y el ensayo, como era previ- sible, sino desde La literatura na- rrativa, desde la fébula, para echar mano de la clave genérica acufiada por él. La fébula de las re- ¢giones prorroga en ese sentido Ia Octusne pe 1997 Vurira 251 41 indagacién en tomo al presente y | ficable y astuto inventor de Ma- a las condiciones del presente que el autor ha venido desarro- Ilando asf desde los desfiladeros de la filosofta como desde los es- collos de la palabra narrative: 50 en la situacién polttica de Hispanoamética, pienso en la vio- lencia que ha arrasado el continen- te en los dltimos afios, pienso en nuestros enredos ideolégicos y pienso en el problema de los dere- hos humanos. Nuestra circunstan- ia nos ofrece un dramético y com- plejo factum ético. Considero un exctndalo que estos hechos no ha- yan provocado todavia un gran li- bro te6rico. No olvidemos las lec- ciones de la historia: a la buena filosofta se lega siempre desde pro- Dlemas no filosficos. * A la buena literatura —po- driamos insistir— se llega desde ‘Sngulos no necesariamente litera- tios. La fabula es, ya se sabe, un ‘género anacrénico y aun mal vis- to por la vileza de la mente mo- dema. “Hay algo terriblemente soet en Ia mente moderna —co- mo escribe Octavio Paz, a quien cita Fernando Savater en El con- tenido de la felicidad—t In gente, que soporta todo género de men- tras indignas, no soporta la exis- tencia de la fébula”. Alejandro Rossi no se limita a reivindicar la eficacia estética de la fabula, sino también, tangen- cial e inquietante, su vocacién ‘cognoscitiva. Su poder para inter- pelar el factum érico. De ahf qui- 24 el desconcierto, el silencio y la perplejidad que —salvo singula- res excepciones— han acompa- fiado a este libro desde su primera y fragmentaria edicién. El inclasi- * Joué Ortega y Gasset. Fernando Sal- merén (compilador). Alejandro Rossi, Luis Villoro, Ramén Xirau. Fondo de Cultura Econémica, Co- leccién Breviarios, México, 1996 pp. 39 40, “trama zumbona de voces arraig ‘nual del dstratdo levaba y lleva la insidia critica hasta ampararse, bajo el estandarte didéctico de Esopo y La Fontaine, su lectura a contrapelo de esa historia inver- tebrada e involuntariamente pa- rédica entre todas: la épica y polt- tica hispanoamericana. (Otro poeta y narrador, Alvaro Mutis, ha sostenido que Alejan- dro Rossi derrumba con La fébula de las tegiones la imaginerta que se hha creado en Europa y en Espafia a propésito de la literarura ameri- ‘cana; que esa entelequia inexis- tente e infecciosa de lo “real ma- ravilloso” queda ejemplarmente rectificada por las imagenes inol- vvidables y fulgurantes de la caida que exponen los cuentos aquf reunidos. A ese elogio el autor re- plica que, més allé de teorfas be- ‘névolas y de enmiendas pedagé- gicas, La fébula de las regiones es tun libro donde se dan cita nume- rosas voces. La fébula de las regio- nes —dice— “es un libro muy coral”. Un libro alimentado por la tradicién oral familiar y por una tradicin oral muy presente pero poco trabajada en sf la del destie- roy el exilio. Ast La fabula de las Tegiones tocarfa su misica imagi- naria en dos teclados: por un Ia- do, estarfa pulsando ese gran fra- caso latinoamericano que es la Historia, la Historia Grande, no éste 0 aquel episodio puntual de Ja derrota o transformacién abor- tada, sino el fracaso, por asf decir, de lo histérico mismo, de la épi- cca, narrarta‘el desengafio de la ci- vilizacién, el lado oscuro de la uutopfa. Por otro lado, luego de ca- Tar en los pantanos de la historia y de la polftica, La fabula de las re- giones les habria dado una voz re- fractada, oblicua, a través de una das y voces desterradas que se van entreverando y fecundando, in- ventando una trama estricta, exacta como el mecanismo sigilo- so de un arma de fuego. La exacti- 42° VusiTA 251 Octumne DE 1997 ud de esa trama que anuda las voces de la regicn explica por qué La fabula de las regiones tiene ese inguietante carfcter augural: conjunto de modelos subyacen- tes, tabla periddica de elementos lamados a repetirse en combina- ciones inéditas, desconcertante reloj que a la ver interpela nues- tras edades mds crueles y arcaicas y anuncia, con anticipada remi- niscencia, la figura ineludible de los fracasos futuros. Tuve la suerte de ser no uno de los primeros lectores, sino uno de los primeros oyentes de algu- nos cuentos aquf reunidos. Re- cuerdo la noche en que of en el estudio del autor “El cielo de So- tero”, el relato inicial del libro: La vor pausada logré hacer ah un pacto entre el susurro y el disparo, abrir en el seno de la pagina un espacio para la conciencia de esa coscuridad que llamamos América. Yo ofa, veta surgir de los labios de Alejandro Rossi un inquietante espejo negro capar de hipnotizar a cualquiera y del que yo no sabta cémo escapar. Me sentfa como acaso ha de sentirse la palomilla atra(da por el fuego que la incen- diard. De hecho mi curiosidad hispanoamericana —llamémosla as{— renacié en ese momento. Sélo imponiéndome a mf mismo un vasto conocimiento de la his- toria y de la literatura latinoame- ricanas ser‘a capaz de salvarme de ese fulgor atractivo pero arriesga- do y peligroso. Ahora, algunos afios después y, por asf decir, ha- biendo regresado ;momenténea- mente? de ese viaje a las rafces me encuentro de nuevo con La fébula de las regiones. El libro ha crecido tanto en el néimero de uentos reunidos como en la ima- gen que proyecta bajo la luz de nuestro tiempo. Est4 en juego, por supuesto, una sabidurta litera- ria (afinada en Borges, Garcia Mérquez y Nabokov para s6lo dar algunas referencias obvias que Rossi sabe decantar y extremar); esté en obra una cruza nada co- ‘min del escrtor que ve y del eseri- | tor que oye, de la palabra mirada y de la palabra ofda; esté en juego | —y esto ya es una leccién ética | extraordinaria— un escritor que | sabe pensar con el corazén y con todos los sentidos y que ademas tiene la encantadora astucia de lograr disimularlo. La faba de las regiones es un libro de literatura ene sentido més preciso, elegan- te y soberano de la palabra. Es, a la par, fruto y semilla. og GUILLERMO SHERIDAN TiROS EN EL CONCIERTO: LITERATURA MEXICANA DEL SIGLO V De Christopher Dominguez Michael s ERA, Méxieo, 1997. ros en el concierto es una puesta en escena endia- bladamente urdida sobre Ja experiencia literaria mexicana moderna; es-la autobiograffa de | tun gusto habil para analizar sus | causas y un meticuloso plano del | agitado edifcio de nuestras pasio- nes pensantes. Contiene ensayos —algunos con la longitud de un | libro— sobre Alfonso Reyes, Vas- | concelos, Martin Luis Gurmén, los Contemporéneos, Jorge Cues- tay José Revueltas, y mds un re- trato a la inglesa que un ensayo, de Rubén Salazar Mallén, ese “cuerpo de svastica” lleno de sul- furo. Lo rematan cien paginas tituladas “Escenas del siglo V": divagaciones, conclusiones, com- paraciones, escolios y posdatas sobre la forma en la que los prota- gonistas coinciden o se distan- Cian alrededor de las categorfas al uso secular (antiguos y modemos, némadas 0 clérigos) o de los luga- res comunes del mapa literati (la torre de marfil). El libro cul- mina en una fantdstica funcion de 6pera a la que asiste la feria de vanidades del moderno tout Me- sique: el mural de Prendes en ac- ci6n, guifios morales, gestos ideo l6gicos, poses y paseos de las estrellas del libro y sus sistemas satelitales mientras en el escena- rio el polimorfo Fausto, cristiano ¥y pagano, intelectual y enamora- do, se inmola arquetipicamente. ‘Ademés, el edificio se sostiene en Jos cimientos de sus abundantes, extensos, ep(grafes: lealtad a sus penates (Stendhal, Curtius, Gi- de...), la némina de sus jueces y mortero tedrico. Un manidtico Indice de nombres le agrega al mapa la guia de sus poblaciones ims visitadas. En suma: un libro de crftica que roza el retrato que roza la novela que compra a dis- creci6n en el bazar finisecular de los géneros. Mapa y edificio. ;A qué se de- beré esa previsible alegorfa que cocurre al enfrentar empresas de tal aliento? En una época en la que la propensién critica es hacia cl detalle y al fragmento, en Mé- les, inventarios. Si Ia actualidad critica en otras latitudes secciona camafeos, nosotros insistimos en cel mural. Cautivados por la gran interrogaciOn nacional, quiz nuestra singularidad radique en ese obsesivo aliento de epopeya en pos de la fuente de la eterna historicidad. Un libro como Tiros en el concierto justifica esta perse- verancia por varias razones. Si Eliot sostenfa que cada genera- cin debe traducir a sus clasicos, cada generacién debe interrogar la vigencia de los suyos: ver si ain cumplen con aquella exigencia que, al calar a un clésico, le pide significados diferentes para lecto- tes tinicos y significados dnicos para lectores diferentes (Barthes). Mientras leo el romazo, advierto que la transici6n generacional or- ‘teguiana se ajusta a la letra: CD se enfrenta en 1997 a problemas lite- ratios que mi generaci6n abordé en 1985, cuando tenfamos los 35 afios que él tiene ahora. Lo men- ciono porque estos tiros reboran en su didlogo critico con, y con- tra, lo que muchos de nosotros hi- ccimos (José Joaquin Blanco, Cas- tafién, Aguilar Mora, Krauze, Katz). Desde luego el dislogo es intenso con la generacién de Oc- tavio Paz, y por desgracia escaso con la de José Emilio Pacheco. Es inevitable leer en esta ronda de las generaciones una satisfactoria circulacién de las ideas. (Quizd la energta del libro debe algo también a que su paseo por la rotonda del escritorilustre est menos gravado por los imperati- vos ideol6gicos y sentimentales que en generaciones previas, a la hora de interrogar a los fundado- res, se convertfan, por accién o reaccién, en la pesada mochila para las grandes marchas a las que los convocdbamos. CD asume los riesgos del desapego a la gran causa: a pesar de que el agente precipitador que reconoce en la modernidad mexicana sea la Re- xxico levantamos fastuosos, tora- i volucién, su énfasis prefiere, so- OcrusRE DE 1997 VustTA 251 43 bre las certezas de la polarizacién preliteraria, enfocar la ambigue- dad personal y la responsabilidad intelectual traducida en las obras y (partidario de Sainte-Beuve al fin) las vidas que las concibieron. Nuestros clésicos fundadores lo son porque, como otros ante otras revoluciones, asumieron, cada cual a su modo, la tesponsa- bilidad de enfrentar la crisis esté- tica y politica de su momento histérico. Es en esa responsabili- dad (moral, ideol6gica y escritu- ral), y en ese modo, en lo que el trabajo centra su interés. Gracias a Tiros en el concierto, ni Alfonso Reyes serf tan resperable, ni Martin Luis Guzmén tan revolu- ionario, ni los Contemporéneos tan marfilineos, ni Jorge Cuesta tan diab6lico, ni Salazar Mallén tan fascista ni José Revueltas tan santo como antes: sin desbarrar en la iconoclastia, y sin engrosar la fanfarria, el libro sacude los lu- gares comunes y, a fuerza de ha- cerlos a ellos mas escritores, nos hace a nosotros més lectores. El estudio de esa responsabili- dad se hace analizando las tensio- nes interas, reinvindicando una ética de la literatura que supone ‘emplearla no como evidencia en un juicio alterno, sino como el tinico territorio donde esa res- ponsabilidad puede actuar y de la cual la vida del autor es reflejo. Esto supone también una rigurosa disciplina de lector que no da na- da por sabido ni deja hilo alguno sin seguir al recorrer estos labe- rintos de marfil. Lo hace con un estilo preciso y tajante, una mez- cla de brochazo y regla de célculo, enel que el sistema de seso y co- raz6n de los autodidactas brilla ajeno al tedio de las anteojeras académicas y sus glosas bulfmicas. tra posible razén de esta no- vedosa defensa de lo usado puede ser el encuentro entre un lector que vivi6 la pesadumbre ideologi- cay observé de cerca su desmoro- namiento. La politica en literatu- ra, dice citando a Stendhal, es como tiros en el concierto; mas esta conciencia politica y su sub- secuente revisin exigen a fondo su responsabilidad critica y le abren una precaria libertad que lo obliga a leer por los insterticios de esa “pervadiente politica” (Re- yes), remiso a la inmovilidad ha- giogrdfica. Se tiene la impresién de que CD lee a los fundadores en una zona mds libre de los abun- dantes resentimientos politicos, y més obligada con Ia historia lite- raria: esto permite que sus prota- gonistas, més renuentes a ser bea- tificados o quemados en la plaza de la correccién politica, actéen también con mayor libertad. CD no obliga a los fundadores a pa- garle réditos a la comodina y per- petuada crisis de la identidad na- cional; no los mide con la vara del pedagogismo ni con el suefio de su socializacién (0 de su socio- logizacién); no le pide cuentas a su subordinacién, o rechazo, a la balanza anquilosada en manos de la patria estatuaria, ni a la derra- ma de antinomias que prohijé mis tarde (de viriles versus afemi- nados hasta lights versus heavies); su libertad le permite inmiscuirse cen las ideas para acceder a su con- texto, y no, como suele suceder, treparse a las rodillas de los abuelos con una sana reserva de insolencia, e incluso con ese 44 Vueita 251 Octusre ve 1997 afecto distante que, sin el interés de merecerse una herencia, se convierte en duda, en ironta y en desapego. En este sentido, es ad- mirable la paciencia que conduce a este nieto hiperactivo a trascen- der el arrobo del dlbum farniliar y a buscar en las buhardillas. No hay trebejo que no sopese, ni lu- gar comtin cuya validez no sea } cuestionado hasta sus dltimas consecuencias (por ejemplo, en las notables paginas que, para en- | tender por qué Vasconcelos acaba sus dfas con la ilusién de ver al mundo desintegrarse bajo una bomba atémica, obligan aCD a repasar la patristica). ‘Como en cualquier visita a los fundadores de la cultura, el libro de Dom{nguez Michael es tam- bién un ajusce de cuentas y el so- | pesamiento de un saldo personal. Casi siempre es atinado: celebro que alguien se haya empefiado, al fin, en desmontar ese sustrato ti- morato y convenenciero de Al- fonso Reyes, o que insinuara ese resabio de dilerantismo, casi ve- cino de la pereza intelectual, que impidi6 a los Contempordneos —salvo a Cuesta— poner ms in- terés en ideas circundantes. Y es | que el cruzamiento cultural entre To que CD llama “el siglo V" me- xicano y la vasta genealog(a de sus orfgenes y deudas opera en el libro con pasmosa eficiencia. La voracidad critica de CD, que lo ha llevado a inventariar con ob- secaci6n de archivista la narrati- va mexicana en su Antologia de la narrativa mexicana del siglo XX (1989), y después, con menor for- tna, a revisitar a sus clésicos no mexicanos en La utopfa de la hos- | Pitalidad (1993), parecta estarse preparando para este entreacto capital. [Habré que extrafiarse de que ahora vaya a debutar como novelista, o de que calcule una biografia de fray Servando? Por lo pronto, califica como | una sagaz inteligencia critica por | la que nuestro precario canon pa- sea y se fortalece. Hablando de Jorge Cuesta, CD sefiala que por MIGUEL Gomes crftico entiende “sélo a aquel que establece personalmente una je- rarqufa de valores”. A veces, co- LA BATALLA PERDURABLE mo dice él de Cuesta, a él mismo “su pasign por las categortas le obstruye sus desenlaces eriticos". Hurafio y dréstico, a veces pasa | De Adolfo Castafhon de la anallftica minucia ideolégica al tribunal sumario. A veces, de- a masiado llevado de la mano por ese tlo remiso, Cyrill Connolly | Ediciones del Equilibrista, México, —una mano blandengue a causa | 1996. de una traduccién criminal—, CD se empefia en precisarle una inos encontrésemos en el cota estricta a cada abuelo, tras- | trance de tener que carac- | ladando a su propio éllbum priva- terizar en pocas palabras la do, quizé con excesiva fidelidad, | obra del mexicano Adolfo Casta- la propensin de la critica anglo- | fién (1952), un rasgo que deberta- sajona a establecer arquetipos in- | mos destacar serfa, ni més ni me- telectuales. Y quiz4 lo mejor de | nos, su discreta heterogeneidad. Connolly, todo lo que en Los ene- | Con dicha expresién me refiero signs de la promesa hace surgir del | no tanto a una variedad conside- estilo literario, de la materia pu- | rable de temas —patente, aunque ramente escritural, y de donde | abordada, eso sf, de manera per- extrae la operatividad de sus es- | sonal e inconfundible—, sino a quematizaciones intelectuales, se | un principio ecléctico que se per- eche un poco de menos en CD. | cibe sobre todo en el plano ge- MGs interesado en la mente que | neoldgico. Ensayista constante y, en la pluma, CD posterga el he- | como pocos latinoamericanos, cho del estilo en el que radica un | devoto de Michel de Montaigne, tipo de verdad irreductible a | una inclinacién hacia la maleabi- cualquier axiologia posterior: ese | lidad formal se extiende a todos mercuric enigmético que, cuando | los génetos por él cultivados. se ha llenado el vaso del conteni- | En efecto, la estética que se do, distingue al hecho literario | reconocta latente en un libro su- del social. yo como Por el pats de Montaig- En una época en que la cultu- | ne (Editorial Ensayo, México, rade México sacude de nuevo sus | 1995), centén en el que ensayo € matracas tricolores en la plazole- | ineludibles pasajes liricos se con- ta sentimental, se eriza en la bra- | jugan, acta no menos en eftulos vata y se engalana de nuevo con | como La otra mano del taiedor | su estent6reo machismo, o bien | México, El tucén de virginia, resopla su desafinada tuba en los | 1996), compilaciGn de poemas en salones inertes de l verso y prosa, y La batalla perdu- slosante, en la critica rable (A veces prosa), conjunto de cultural reaparece el demonio de | piezas que casi siempre se resis- la lucidez que nos heredaron | ten—préstese atencién al subti- ‘Cuesta u Octavio Par. De vez en | tulo— a las clasificaciones tipo- cuando, un buen libro de critica | l6gicas tajantes, al menos segdn nos recuerda que la literatura es } criterios previos al simbolismo. pasion y discusign inteligente y | Los textos salidos de las manos que, por no haber nada escrito, | de Castafién participan de la na- el autor diserte en géneros poco aptos para ello como la lirica o el cuento —nadie més lejos de eso que él, que ha sabido imbuir la totalidad de su produccién de una sutileza y una inteligencia poco frecuentes en las letras his- pénicas—, sino porque una ver tas otra la voluntad constructo- ase niega a entregamos mundos cerrados, dominados por el espe- jismo de lo acabado o definitivo. ‘Me atreverfa a sugerir que la lec- cién fundamental del ensayismo, la de jugar con una escritura en permanente progreso, enamora- da del experimento, el tanteo y, por lo tanto, de la duda tanto ex- presiva como conceptual —el deslinde serta imposible— cons- tituye el nicleo de esta poética. En este sentido, Castafign se ins- cribe en una tradicién literaria que cuenta con no pocos nom- bres imprescindibles: Borges, Paz, Lezama Lima, Mutis, para no salir del émbito de nuestra lengua. He hablado de discrecion para caracterizar Ia empresa de Casta- ‘An. De hecho, dentro del diver- sificado repertorio de géneros en que se ha adentrado, la brevedad y la mesura parecen ser las leyes a las que se atiene usualmente. La batalla perdurable resulta, por ello, una muestra representativa de sus précticas literarias, en las que pre- dominan los répidos chispazos verbales y no la ambicién totali- zadora de los géneros largos. La convivencia —el mestisaje— de ensayos, cuentos, microcuentos, paribolas, poemas en prosa en un mismo volumen apunta precisa- mente a una ductilidad que ha- brfa sido mucho més arduo alcan- zar en un contexto en que el miniaturismo 0 la pasion por lo “menor”, en la més elevada acep- ci6n del término, no fuese el de- nominador comtin. El laconismo funciona aqu{ como factor que permite la reunién de lo diverso hay que releerlo todo. <¢ turaleza del “ensayo” no porque bojo la forma de fragmentos pro- Octusns ve 1997 Vusura 25145 venientes de méltiples familias discursivas. No creo, por consi- guiente, que carezca de ambigiie- dad la seleccién del epfgrafe del libro, tomado de la Historia de los daneses de Saxo Gramético, don- de figura provocativamente la pa- labra “ensayo” -alcanzaron un rfo de tumultuosas aguas (...). Cuando lo hubieron ‘cruzado, descubrieron dos ejércitos cembistiéndose con poder y arrojo. Y cuando Hadding interrog6 a la ‘mujer acerca de ellos, ésta le dijo: “son aquellos que, habiendo pere- cido a expeda, declaran el modo de su muerte por un continuo ensayo, yrepiten los actos de su pretérita existencia en un animado espec- tdculo”. Lo ensayado como esbozo ape- nas de lo que podria ser conclusi- vo} intento, no acto rotundo. Tal como el epfgrafe, también la de- dicatoria del volumen a Alejan- dro Rossi —cuya escritura, como es bien sabido, se mueve en un orbe similar de medias tintas ge- néricas y caleulados devaneos— no deja de ser significativa. Am- bos mérgenes textuales plantean elipticamente las reglas de, juego que habré de seguir el lector de La batalla... Y entre esas reglas se encuen- tra una fusién paralela a la de los géneros, pero constatable en el plano de la fenomenologia libres- cat el oficio de escribir se amalga- ma con el de leer. No se trata del deseo manido y, sin embargo, ut6pico, de “participacién” van- guardista del pablico en la obra de arte. Aludo més bien a la con- ciencia de que la escritura es un hecho indisociable de la lectura, tal como se presenta en el primer texto de La batalla, “Epitafio del lector", signado por la paradoja desde la decisién autoral misma de situarlo como introduccién al conjunto. En él, en efecto, una serie de operaciones verbales, en- tre las cuales se cuenta el sabio | juego con los defcticos en sucesi va aproximacion y distancia- | miento con respecto al objeto re- tratado, erige un universo en que las entidades adquieren cierta evanescencia ideal para describir una imagen de la literatura muy semejante a la elaborada por Bor- ges —una vasta red en la que lo individual se transforma tan slo cen un signo de lo colectivo: Leo un texto que alguien ha escrito para mt. No es diferente de los de- sms. Todos, en cierto modo, han si- do escrtos para mf. Esa vor tiene un libro entre manos; es libro soy yo. | En esta pigina veo refljado mi ros ‘70 como en un espejo. Estas Iineas, {no son mi fisonomia? (Quién me observa silo son? yAcaso las letras pueden mirar? La vor se hace letra y me habla, mira. La mirada es una hhoja que leva escrita en ambas ca- ras una leyenda: “es mentira lo que est escrito del otro lado”, Desde ah{, mis ojos me miran. Desde ‘cudindo, hasta cudndo estarén abier- ton? (..) Cuando desperté ya estaba leyendo. Me di cuenta de que habia nacido al volver una pégina... Poco después, a esa conviven- cia de lo lejano y lo préximo, de lo propio y lo ajeno, se agrega | otra més, la del “ta” y el “yo”, | seompniad por la reereacin de municacién que tiene lo literario incluso sin dejar de ser un lengua je potencial y no instrumental: No recuerdo haber sido nada que no leyera. Por ende, elegia mis lec- turas con euidado. Se las daba pri- mero a probar a mis amigos (...). Gracias a esa precaucién me he ahorrado numerosas lectures insti- Jes, gracias a ella también me he despedido de algunos buenos ami- sos envenenados por el experimen- to. No subestimo el poder de los li- bros, sobre los frdgiles lazos de la amistad; no subestimo a los ami- 04(..). A veces sin embargo —de- bo concederlo— he perdido a un ‘amigo pero be ganado a un autor que, jlo dudas?, no valia menos por estar muero.. La transgresién final se hace notoria en la conclusién del “Epi- tafio”, donde el ser humano se textualiza para participar de la gran vordgine de letras en que se ha convertido su entomo: (Los libros en mi biblioteca) se le- en entre st, como yo en este mo- mento te leo ati. Los cambio de hi- 2, los dejo vagar por mi biblioteca ques pequefia —lo admito— pero abiamal. Como el agua en el aroyo obedece a la luna llena, como el polvo acecha el remolino, las hojas fluyen hacia el tiempo inmévil, y ellos nos van leyendo, agican sus ‘hojas como drboles al viento. Nos leen y nos asombran. No es breve nuestro epiatio. La hibridez tipolégica que ob- servamos en e! texto inaugural de la coleccién se repetiré en los posteriores, una que otra vez en- fatizando, pero no imponiendo terminantemente, alguna de sus vertientes genéricas. Varias pie- 2s, por ejemplo, se inclinan con mayor claridad hacia los procedi- mientos ensayfsticos, como es el caso de “Nada animal nos es aje- ‘esa enigmatica capacidad de co- | no”, donde, con una ironfa a ve- 46 VusLTA 251 OctusRE DE 1997 ces no soterrada, se reflexiona acerca del empleo de vacabulario de referencias animales para des- cribir conductas humanas, 0 ““Asamblea de profetas”, en que nos enfrentamos con el monélo- ‘go —entre licido y digno de una farsa— de un letrado ante el abi- garramiento de los mass media y la ccultura pop. El poema en prosa hace acto de presencia asimismo, encabeza- do por una especie de manifiesto, “Fragmentos del diario de un as- pirante a poeta en prosa”, que postula liricamente —es deci, sin recaer en el acto explicito de la postulacién— la omnipresencia de la poesta, extendida superfi- cialmente en un tramo temporal, pero solo para hacerlo insignifi- cante y trascenderlo al captar la eternidad de los instantes y los elementos: Miéreoles, polvo, ceniza, lanto de uvia, mansa loviana para borrar las huellas, olores de tierra hime dda; eucalipto en el aire reanuda la armonfa, todo en ss sitio suspenso, brisas que despeinan las nubes vio- Tentas de la noche urbana... Notese la afinidad de pasajes como el anterior y muchos de los poemas que Castafién habfa in- cluido en La otra mano del tafie- dor, donde sbundaba una suspen- sién del tiempo sentida por sujetos en los cuales sensualidad y religiosidad se encontraban. Si en el poemario el efecto se logra mediante una manipulacién aptt- sima de la rima, que en varias composiciones perfila el momen- to inefable y estético de Ia ilumi- nacién (como sucede en “Pre- gon”: “Tengo una campana” / que me prohibieron tocar; //s6lo una la toco en mi soledad. // Cuando tafe / me estremezco, / suefia el alma su cantar. // Pierdo ta vista / si calla. /! No hay luz para respi- rar”), en La batalla otro tanto se produce recurriendo a largos pé- rrafos, especie de magma verbal | cen que la sucesién gréfica de pau- sas se elimina y, con ella, la sen- {| sacién del ranscurri cronol6gico | (buenos ejemplos los hallaremos en “El asedido” o “Luna de octu- | bre”, pieza esta diltima que, al | igual que “Pedagogia del cadé- | ver”, ya se habia incluido en La otra mano ). Eso y, no menos, el | empleo de una técnica contraria, | el fragmentarismo, con su entro- nizacién del espacio en blanco y la interrupci6n de un discurso li- neal (como se comprobard en el | ya mencionado “Fragmentos de | un diario”, o en “El escriba”), prestan al decir de Castafién Ia | intensidad del misterio. | El cuento también figura en ‘estas paginas, muchas veces adap- téndose pardicamente a la ex- | presividad de géneros cercanos, como sucede con el “cuento de hadas” (en “La ufia del leén” 0 “Las montafias azules", mundos fantésticos que se borran para dar paso a una conmovida alegorfa del arte y sus vinculos con la vi- da) 0 con el “microcuento” (y, en este renglén, nos topamos con un hhomenaje a Augusto Monterroso, tirulado “pastor o el cuento més | breve": “Anunciando nuevamen- teal lobo, aull6”) Justamente en el campo de la | intertextualidad se situard La bo- | talla perdurable con una seccién | entera dedicada a “Algunas imitaciones del francés”, en la que los nombres recorda- dos seran los de Alphonse Allais, Max Jacob y Maurice Blanchot. Con todo, las mas sagaces muestras de la fasci- nacion de Castafién por el logo de escrituras estén cifrada en la elegance inter- penetracién de epigrafes textos a todo lo largo del volumen; a través de ella, autores como José Antonio Ramos Sucre o Juan José Arreola vuelven a la vida mediante acertados ecos 0 préstamos estilfsticos (pienso, para no ir muy lejos, en “El ase- dio”, con su enfético empleo ra- mosucriano del “Yo", ademas de su imaginerfa postsimbolista 0 postmodernista). Todo ello con- firma la palpable alteridad de la palabra literaria, tal como la ha- bia anunciado el “Epitafio del lector” y la corrobora, a modo de conclusién, “Escenas de un viaje inmévil”, summa del quehacer de La batalla, en el que un discurso autorreflexivo observa detenida- mente a la vor que lo engendré para percatarse de que no es ex- trafio que “le gusten las miniaru- ras de todo tipo, las maquetas, los modelos a escala, los laberin- tos concentrados”. Asi. como el entrevisto autor y el personaje escritor se sintetizan en las Gltimas lineas del volumen, el lector no puede dejar de pen- sar, al concluir su misi6n, que al- go de ese Laberinto de palabras lo acompafiard para siempre, acaso porque, al igual que el hablante, que reconoce que “aquel aliento no era el suyo”, también él ha si do tocado por la naturaleza per- sistentemente otra de la literatura —sin la presencia del destinata- rio, la creaci6n, entendida como ‘comunién y rito, serfa imposible. Tal sugerencia constituye, quizs, uno de los mayores aciertos de es- te libro de Castafién. Ocrusne pe 1997 Vastra 25147 ‘CuristopHer DomINGUEZ MICHAEL Di0s NO NOS DEBE NADA De Leszek Kolakowski 6 Dios no nos debe nada. Un breve comen- trio sobre la religign de Pascal y el espi- 14 del jansenismo, Traduccién de Susa- nna Mactley Marin, Herder, Barcelona, 1996, 279 pp. ntre la variada obra filoséfi- ca del polaco Leszek Kola- kowski (1927) destaca demostracién analftica més se’ ra del fracaso del universo mar- xista como ciencia y utopfa. En Las principales corrientes del mar- xismo (1976-1978), su gran tri- logia, Kolakowski atacé el fend- | meno desde dos puntos cuya conjunci6n resulté indubitable: la prueba del empirismo sociols- {pico y el estudio de la creencia re- Tigiosa. Para no hablar de su pro- pia militancia civil contra el comunismo soviético en Polonia, basta su diseccién del marxismo para colocar a Kolakowski entre los pensadores mas luminosos de la segunda mitad del siglo XX. Desde El hombre sin alternativa —artfculos escritos durante el deshielo jrushoviano— hasta La modernidad siempre a prueba (Vuelta, 1990), Kolakowski tran- sité de la heterodoxia socialista a a imaginacién liberal. Y durante varios afios el critico polaco supo salvarse del clericalismo inverso que atrap6 a otros néufragos de la ilusién comunista. Pero el autor de Cristianos sin iglesia (1965), su Adltima obra polaca, una radiogra- fla de las corrientes espirituales no eclesidsticas de la Reforma y una vindicacién de la diversidad de la fe frente al poder absoluto, hha regresado, cada vez con mayor temeridad y rigor, al catolicismo. El viaje comenz6 bien. Kola- kowski, profesor en los Estados Unidos y en Inglaterra desde su expulsi6n de Polonia en 1968, le recordaba a su respetado Solye- nitsin que por la libertad habfa que pagar un costo, negindose a compartir con el novelista ruso la condena tan eslava del “vacfo moral de Occidente”. Una y otra ver, hasta irritar a una genera- cién fascinada por los totalitaris- mos exéticos. —como si Hitler y Stalin no hubieran sido suficien- tes—, fue Kolakowski quien in- sisti, elegante ¢ irénico, en la naturaleza singularmente autocrt- tica del pensamiento europeo. Desde Bartolomé de Las Casas hasta en su propia generaci6n de excomunistas, el filésofo polaco encontré una garantfa que permi- te ser, sin recato, eurocentrista. Pero Kolakowski se aleja. Dios no nos debe nada, su libro més re- ciente, pretende resolver expo- nencialmente la pregunta sobre cl precio de la libertad y la medi- da de su conciliacién con la fe catélica. Teélogo y empirista, Ko- lakowski no se arredra ante el ms espinoso de los problemas re- ligiosos, aquel que tanta tinta (y sangre) derramé desde los tiem- pos de los Padres de la Iglesia hasta el siglo XVIII: el debate en- tre el libre albedrio y la predest nacién. Y no sin humildad, Kola- kowski se sitda, para sintetizarla magistralmente, ante la escena intelectual donde esa discusin fue, dentro del cristianismo, més virulenta y brillante, entre la pu- blicacién péstuma del Augusti- nus (1640) de Cornelius Jansen (1585-1638) y la condena final del jansenismo en la bula Unige- nitus, firmada por et Papa Cle- mente XI el 8 de septiembre de 1713, Es0s afios fueron presididos por ese astro sombrfo que fue hombre a quien el filésofo polaco dirige sus dudas y devociones. El jansenismo fue la tentativa teol6- gica de introducir dentro de la Iglesia Catélica la espiritualidad reformista sin romper con Roma. Su fracaso dej6 en Pascal, el més ambiguo de los modernos, a un arcano que emblematiza la quere- lla entre la fe y la raz6n. Debo advertir que Dios no nos debe nada es un libro escrito por un catdlico para cat6licos. Es una ‘obra més apologética que critica, disertacion teolégica dirigida un lector que acepta los dogmas cristianos y sufre sus consecuen- cias doctrinales. No por ello deja de ser un admirable ejercicio in- telectual para el agndstico o el defsta, pues Kolakowski conecta la cuestiOn jansenista con una cultura contempordnea que con- sidera, sin duda, hija legftima pe- ro renuente de la experiencia cristiana. Y texto dogmético al fin, Dios no nos debe nada inco- moda, aqut y allé, al inerédulo. Kolakowski comienza su breve tratado afirmando sin taxativas que las sucesivas condenas del jansenismo, desde el arresto pre- ventivo del abate de Saint—Cyran por el cardenal Richelieu en 1638 hasta la bula Unigenitus, significa- ron el abandono del agustinianis- mo por la Iglesia Catslica, recha- 0 taimado, acaso irreflexivo, pero contundente, que cambié la historia del cristianismo y de la modernidad. Habfa, al promediar el siglo XVII, cuatro doctrinas cristianas sobre la Gracia que Kolakowski resume claridosamente: 1) la ortodoxia agustiniana y calvinista, propagada por las cin- co proposiciones de Jansenio, que afirma que ninguna creatura hu- mana puede llevar a cabo ningin acto moralmente benigno sin la infusién de la Gracia divina se- lectiva e inescrutable. 2) esa doctrina —la doble pre- Blaise Pascal (1623-1662), el | destinacién— fue desarrollada 48° VusiTa 251 OctusaE ve 1997 por Agustin de Hipona contra el pelagianismo del siglo IV, que sostenfa que Dios nos capacits ppara hacer el Bien si asf lo dese: mos, pues hechos a su imagen y semejanza, nuestro estado natu- ral nos facilita la perfeccién. Pa- ra el hereje Pelagio, el Mal es responsabilidad dnicamente hu- mana, una ofuscacién del libre albedrio. Entre ambos extremos, la Iglesia sintetiz6 dos formulas de compromiso: 3) el semipelagianismo, difun- dido en su forma més elaborada por los jesuitas, cuya tesis es que necesitamos de la Gracia para ha- cer el Bien, dotacion gratuita que nuestro libre albedrfo vuelve efi- az. La perfeccién moral y nuestra voluntad de salvacién dependen del hombre. ¥ finalmente ests 4) una solucién escoldstica, basada en Tomés de Aquino; “te- nemos Gracia para llevar a cabo buenas acciones por nuestra elec- cién, pero esa libertad no basta para evitar todos los pecados en todas las circunstancias.” (p.25) 1Qué sentido tiene rediscutir el afioso conflicto entre la Gra- cia y la Predestinacién? Para Ko- lakowski, cat6lico moderno, la polémica es urgente pues atafie directamente al problema del Mal, sin el cual nuestra centuria tan pavorosa es inexplicable. Y de inmediato el filésofo polaco advierte que San Agustin y Jan- senio tenfan la raz6n: Si la liber- tad implica decidir entre el Bien y el Mal, Dios no puede bor necesidad elegir el Mal, de tal forma que no hay libertad humana conciliable con la gracia divina, Esta declaracién de fe jansenista, en boca de Ko- Takowski, el antiguo comunista que fue figura del liberalismo democrético, no por previsible —dado que se anunciaba desde La modernidad puesta a prueba— deja de ser estremecedora como negacién espiritual de la libertad | como atributo. La doctrina agustiniana—jan- senista, nos explica Kolakowski, se sustenta en la postedénica e irremediable cotrupcién del hombre. Con una impaciencia de ta, Kolakowski despa- objecciones del sentido comiin a la doble predestinacién, {que son las mismas desde Erasmo ¥y Moro hasta la IlustraciGn, pa- sando por los jesuitas y los moli- nistas. Casi todos, cristianos 0 no, somos semipelagianos. Basta tener un poco de religiosidad pa- ra resistirse a creer en un Dios justo y benevolente que condena a sus hijos al infierno como un amante insondable y caprichoso, pregunténdose cémo esa divini- dad, habiendo permitido la co- rrupcién humana, todavia le cer- cena toda capacidad de hacer el Bien. Cualquier creyente —y por ello el jansenismo fue tan ajeno al espfritu de misién como el pri- ‘mer calvinismmo— creerd que sila | salvacion no depende de la con- ducta, la educacién moral carece de sentido, anulado el libre albe- defo y la responsabilidad humana. Recuerdo entonces aquella nove- a de James Hogg (The private Memories and Confessions of a Jus- tified Sinner, 1824) donde la doble justificacién, dada la inutilidad de las obras, permite todos los crimenes, idea aterradora que alienta tanto a las sectas suicidas norteamericanas como a los inte- | gristas islémicos que degiellan campesinos en Argelia. Pero Kolakawski contesta con la vieja arrogancia jansenista ‘esas son cuestiones superficiales ante lo que para él esté en juego, la absoluta soberania de Dios. Lt- reas abajo, empero, rectifica re- cordando su propia experiencia en el comunismo y lamenta que tras Agustin y Jansenio esté una nocién de la Iglesia como invencible y asamblea de los elegi- dos, antecedente cristiano del to- talitarismo modemo. Kolakowski ‘matiz6, en su momento, la analo- efa entre la Iglesia Catélica y el ocru! Partido Comunista: este iltimo s6lo fue una caricatura temporal del eristianismo que heredé tni- camente crimenes de Estado y vacfo metafisico. Pero asf como los teslogos de Ta liberacién, he- rederos de Thomas Muntzer, no nos convencen que el Evangelio sea una invitaci6n a la revolu- cién social, tampoco es acepta- ble, como Kolakowski propone, Ia irresponsabilidad absoluta de la Iglesia ante las doctrinas secu- larizadas de salvaci6n. El univer- 80 de Kolakowski, regido por el pecado original y la presciencia de Dios, me es abominable ¢ in- comprensible. En este punto, quizé sospe- chando que llegé demasiado le- jos, Kolakowski abandona la apo- logética y retoma la critica. Al decidir por Aquino ante Agustin, dice, el catolicismo acepté el li- bre albedrio como prenda a em- pefiar en la aduana moderna, cus- todiada por Abelardo y Erasmo, padres de esa confianza “patol6gi- ca” de la escoléstica y Ia Iustra- ci6n en la raz6n humana. En Dios ‘no nos debe nada, Kolakowski asu- me contristado que los rigores del inianismo no estaban para el disoluto “mundo cartesiano 0 postcartesiano” cuyos bailes y co- medias arruinaron al cristianis- mo. Ante el arrebato del alma pla prefiero, francamente, la senten- cia del gran reaccionario colom- biano Nicolés Gémez Davila, que sin necesidad de persignarse, dice lo mismo y mejor: “toda ética ter- mina en pelagianismo, todo pela- sgianismo en defsmo, todo defsmo cen sepelio de Dies.” La intencién de Kolakowski —y lo dijo claramente en su re- ciente visita a México— es afian- zar la condena de la Ilustracion como responsable del fracaso del hombre modemo. Pero como to- dos los espfritus genuinamente divididos entre la fe y la raz6n, Kolakowski busca el antidoto que lo libre del veneno del inte- pe 1997 Vustra 25149 grismo. Rodeado de pelagianos que danzan con las mascaras del gnéstico, del ateo, del libertino, 0 del jesuita, Kolakowski encuen- tra consuelo en Pascal. Como sa- bemos, las Cartas provinciales (1657), de Pascal, son el texto projansenista y antijesuita més célebre, ademas de ser la obra maestra del panfleto filosofico. Y aunque Kolakowski lamenta que esas cartas hayan alimentado “el canon libertino-liberal-anticle- rical-voltairiano”, recuerda que aquella paliza dada por Pascal a los més ridiculizables de los laxis- tas jesuitas, es una herida que ningiin hombre con anhelos de trascendencia puede ignorar. ‘Acercéndose a la segunda par- te de Dios no nos debe nada, el gran historiador de las ideas reco- oce que su conmocin es irreso- luble pues es “un conflicto recu- rrente oculto en las rafces mismas del cristianismo, en la ambigie- dad de la idea misma de la Crea- cién. La naturaleza es la espléndi- da obra de arte de Dios y como tal debe ser buena y admirable. Pero al crear la naturateza, Dios revelé Ia infinita ruprura entre el Creador y su producto. (..) Si de forma optimista subrayamos la continuidad entre Dios y el mun- do, seremos propensos a ser ten- tados por la filosoffa molinista; si percibimos el impresionante abis- ‘mo que separa a Dios de todo lo que no es Dios, encontraremos logica la imagen agutiniana-jan- senista del universo; si intenta- ‘mos mantenernos en medio, se- guramente estaremos dispuestos a ser convencidos por los argumen- tos tomistas; si oscilamos entre ambos extremos, nos encontrare- mos en compaiifa de los misticos. (...) En el cristianismo actual po- demos encontrar el mismo con- flicto, basado en otras cuestiones yen otro lenguaje.” (p. 88) Entre sus dubitaciones, Kola- kowski vuelve al tono empfrico de Cristianos sin Iglesia, fascinado, como Voltaire y Sainte-Beuve, por el drama de Port-Royal, la abadfa de monjas cistercienses que acogié a Racine, Antoine Amauld y a Pascal, cuya destruc- ci6n en 1707 por Luis XIV sim- boliz6 la derrota del verdadero cristianismo, pues el semipelagia- nismo, hélas!, salv6 a la Iglesia. Pascal, afirma el filésofo polaco, sabfa que intentar convencer a los libertinos era teol6gicamente indtil. {Creer Kolakowski que escribir contra el suefio comunis- ta de la perfeccién humana que aluciné al siglo XX fue también indtil? No lo sé. Pero me consue- la creer que tanto Pascal como Kolakowski, prefiados de “reli- gidn triste”, lo intentaron. Otros cristianos, seguramente semipelagianos, como el abate Henri Brémond o André Gide rechazaron en nuestra €poca a Pascal, presenténdolo como el mas genial de lo predicadores de la pastoral del miedo, cuyo Jess agonizante hasta el fin del mun- do los condené al insomnio, re- chazando antinémicamente la trascendencia con mayor efica- cia que Voltaire. Pascal, remata Kolakowski, sabia que el janse- nismo cortaba el puente de la ca- tolicidad entre los bienes terre- 50 Vueita 251 OctusRE DB 1997 nales y los celestiales. ;Puede ser Pascal un moderno, se nos pre- gunta en Dios no nos debe nada, cuando su Iglesia tomé un cami- ‘no que lo hubiera horrorizado? El intento pascaliano de combinar raz6n y fe para detener “esa men- talidad cartesiana que privé al mundo de sentido, significado y vida” (p. 338) fracas6. Y en esa tristeza se deriene el valiente Ko- lakowski, para quien la moderni- dad ya fue reprobaba como “un desastre irreversible” que ni si- quiera merece la denominacién honrosa de tragedia. Solitario, Kolakowski mira el elenco del si- glo y sdlo se identifica con otros enemigos de la Ilustraci6n, entre quienes halla a Unamuno, Hei- degger, Beckert y lonesco. ‘Trato de entender el legitimo pesimismo cristiano (y monotefs- ta) por la desacralizacién del mundo. Pero culpar a la Ilustra- dn de todos los males seculares es ir demasiado lejos. Antes que hijos obedientes de las luces, los totalitarismos de nuestra época intentaron pulverizar, casi con Ezxito, todo el legado del siglo XVIII. Pensar, como Kolakowski, que la creencia pelagiana en el libre albedrio desemboca en la divinizacién gnéstica del hombre y ésta en la utopfa fascista 0 co- munista, es una pirueta teolégica tan sutil como absurda y escan- dalosa. Y si Michelet no me convence de que 1789 fue una re- volucién venturosamente anti- ctistiana, Kolakowski, en el sen- tido inverso de Ia idea, tampoco lo logra. ‘Al condenar la doble predesti- nacién agustiniana, la Iglesia Ca- tOlica tir6 por tierra la principal barrera teol6gica entre ella y la modernidad. Y me temo que al escribir Dios no nos debe nada, Leszek Kolakowski abandona, por la linea de sombra, con honrader y soberbia, ese liberalismo con- tempordneo del que fue cémplice y erltico. << DaviD MEDINA PoRTILLO LA MUSICA DE LO QUE PASA De David Huerta 4 Prictica mortal, CNCA, México, 1997. ada libro del autor de La | mitsica de lo que pasa es ‘una sorpresa en la medida que sera diferente a los que lo preceden dentro del conjunto de su obra, Induciendo esa impre- sién de lectura esté, desde luego, la voluntad del autor para que las ‘cosas as{ sean: hay que aprender a leer a David Huerta una y otra ‘ver segtin van apareciendo sus nuevos tftulos. En este orden, si por nuestra parte intentéramos una opera- i6n de lectura simétrica, que ha- ga juego con aquel ejemplo de poftica renovable, acaso deberta- mos olvidar sus anteriores libros y comenzar de cero. Sin embargo, tal sugerencia es pertinente si se trata de un mal libro como el que, en efecto, David Huerta publicé el afio pasado bajo el nombre de La sombra de los perros, pero apa- rece como lo que es, una patente simpleza, cuando el tema a consi- derar es su més reciente volumen, La miisica de lo que pasa. En lo personal, agradezco el sa- Judo que me devuelve quien a mi juicio es el poeta mAs complejo y, también, uno de los mejor dotados de su generacién. Esto es, me pla- ce reconocer en La misica de lo que pasa al autor que lef y leo atento, como es obvio, ante la po- sibilidad de abastecer para mf aquello que entiendo como sus mayores aciertos. En La méisica de lo que pasa encuentro ast a un Da- vid Huerta duefio otra ver de quel poder de transformacién ad- mirable que lo sostuvo escribien- do, uno detrés de otto, dos libros excepcionales y disfmbolos: Inew- rable ¢ Historia, En donde radica el quid, el chiste que explique esa capacidad de metamorfosis? Ca- reico de toda certeza aunque sea mediana, pero tanteo que algo de la rafz de este asunto esta en que David Huerta no le escatima oxt- geno a sus ideas fijas; esto es, sabe ventilar sus obsesiones mediante la préctica de una regla que se an- toja de sentido comiin y que con- siste en no casarse con una lista de recursos fjos. En este orden, no es sélo otro ejemplo del buen poeta con quien, tal vez, podrfamos ensayar repitiendo uno de sus registros an- tes aun de que inicie su prosddica sesion. David Huerta se cita y ha- ce cita consigo mismo, es cierto, pero sobre todo busca encontrarse —cémo decirlo— donde nadie lo espera. Asf, La misica de lo que pa- sa ofrece pasajes de mecanografia familiar al que ha presenciado, por ejemplo, los reldmpagos analégi- cos seguidos por el moroso des- pliegue de una marea verbal que, para David Huerta, se toma densa 6 volétil segin atraviese Cuademo de noviembre, Incurable, Historia 0 sus Gltimos poemas: “Encuentro ah{ enseres turbios: /relojes inver- s0s,/ cacerolas il6gicas, / hervores abstractos que al contacto / con mi mano toman formas / de I dos voladores, / de malévolos ani- llos anaranjados” ‘Como en aquellos tftulos, asi- mismo, advierto metéforas ¢ imé- genes fecurrentes que, a la mitad de cualquier poema e impulsadas ppor idénticos mecanismos, saltan igual que inesperados juguetes mentales: ‘Una mano pasa sobre el fro de las aguas, sale del bosque, entra los resquicios del cuarto. Deberfa continuar enumeran- do las correspondencias entre el actual y los anteriores libros de David Huerta, detenerme a obser- vvar otros de sus ecos formales (la ‘exposici6n teérica con citas li- brescas, el verso cuyo ritmo pasa del versiculo a la prosa y retorna luego al cristal de la instanténea, el manojo de un léxico liado con tErminos cientificos filoséficos 0 apenas hechizos, de grafa tortura- da pero sonora, etc.), hablar tam- bién de reincidencias temsticas como la ciudad, el motivo erético, la enfermedad, la multitud y la so- edad del hombre utbano, la no- che y los abismos del instante, el Terguaje del cuerpo y el cuerpo del Tenguaje que, ahora, se ha trans- formado en Logésfera (Michel Turnier). Sin embargo... advierto ‘que por ese camino entrarfa yo en ccontradicciGn con el inicio de esta breve nota, a saber, que en cada nuevo libro David Huerta es un poeta diferente. Seré porque, aca- | so, el asunto es menos veleidaso y, para aprehenderlo, bastard con sa- ber que La musica de lo que pasa es un acto de inteligencia plena, la evidencia de un notable talento | poético. SHARP AS A RAZOR BLADE Los poetas suelen dectarar, cen algin momento exaltado y rofuso, ue la poesia es o deberta ser, para ellos, cal y cual ‘otra cosa Yo no queria sumar el estilo de mi declaracion al de aquéllas. Basteme pedicle alleurioso lector ‘que tradusca y entiends ("filo para cortar el tiempo en dos pedazot de expejo, de stlabao fuego, de ropale caliente ode hospitalaria desnudes”) la breve fase en inglés ‘que encabera estas linea. Octusee pp 1997 Vustts 251 51

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