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Llevemos el EVANGELIO
A LOS JÓVENES.
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INDICE
Página
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INTRODUCCIÓN
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dosis de Paraíso. Mi vocación salesiana ha conocido luces y sombras, triunfos
y tempestades, desalientos y explosiones de júbilo. Sólo la fidelidad del Señor,
ha sido permanente. He palpado muy de cerca la infinita bondad y
misericordia del Señor que me ha llamado a estar con El y me ha enviado a
ser su testigo entre los jóvenes y el pueblo.
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ANÉCDOTAS MISIONERAS
Mamá, perdóneme
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El, muy tranquilo, me dijo:
“Soy tu amigo y quería hacerte un buen regalo. Hay un buen mensaje
espiritual en esa convivencia, hay música y, sobre todo, el almuerzo y las
refacciones ya están pagados en este boleto”.
Esto último fue lo que me motivó a aceptar.
Llegó el día y me senté atrás, como un desconocido.
No quise relacionarme con nadie. Aguanté la mañana.
Por la tarde, una charla me sacudió fuertemente.
Sentí que mi orgullo se despedazaba y comencé a temblar.
El conferencista habló sobre el valor de la madre, su amor incondicional,
sus grandes sacrificios y de todo lo que es capaz de sufrir por el bien de sus
hijos…y, sin embargo, muchas veces recibe sólo ingratitudes y desprecios.
Habló de amores engañosos y egoístas de algunas mujeres…no así el amor de
la madre, acompañado de desvelos, lágrimas, ayunos y oraciones por la
conversión de sus hijos que andan en malos pasos.
“Es el amor –decía-, que más se parece al de Nuestro Señor Jesucristo.”
A medida que iba desarrollando su tema, yo me fui sintiendo de mal en
peor. Mis ojos se dirigían al suelo que se fue empapando en lágrimas. Y lo
peor de todo es que…ya no la tenía conmigo. Tiene ocho años de muerta.”
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Busqué alguna rústica herramienta y…por fin llegué…allí estaba…sólo
huesitos…hace ocho años.
Tomé temblorosamente el cráneo de mi mamá y lo estreché contra mi
pecho mientras gritaba:
- “mamá, perdóneme…mamá…perdóneme”.
Mis lágrimas resbalaban copiosamente sobre la calavera.
-“Mamá…perdóneme…”
Allí comprendí que la misericordia de Dios es muy grande porque empecé
a sentir una paz en mi corazón que nunca antes había sentido.
Mamá me perdonó…sí…mamá me perdonó. El amor de Dios y el amor
de mi mamá se fusionaron en un abrazo de perdón que cambió mi vida para
siempre.
Con mucho cariño y cuidado, deposité nuevamente el cráneo en su lugar y
cubrí la tumba. Me retiré del lugar.
- Gracias…Dios mío…gracias…mamá…fue y sigue siendo la oración de
alabanza y gratitud que me acompaña a diario.
DIVINA MISERICORDIA
Jesús, yo confío en Ti
El Señor ha estado grande con nosotros y
estamos alegres.
Por tu sangre, Cristo Jesús, hemos recibido la
redención, el perdón de los pecados.
Por la mañana, sácianos de tu misericordia y
toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Todo tuyo, María.
Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi
pecado.
En vida y en muerte somos del Seños.
Tu misericordia, Señor, es mi gozo y mi
alegría.
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La belleza del templo
Se hace tarde
Debido al paso lento y corto de los niños, la hora de la Santa Misa tendría
que retrasarse.
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Terrible equivocación
Antes de la Eucaristía, preparé a los niños del Oratorio Salesiano para que
recibieran dignamente el Sagrado Cuerpo de Cristo en el momento de la
Comunión.
- Entonces niños, cuando el sacerdote les diga “el Cuerpo de
Cristo”…¿qué deben responder?
- ¡Améeeeen! Gritaron a coro.
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Recién nacido arrojado a la letrina
Alguien que necesitaba el baño, oyó el llanto del bebé. Informó a la familia
y ésta a los bomberos que se hicieron presentes al momento. Lo sacaron, todo
cubierto de m... y fue a parar al hospital, donde le dieron el debido
tratamiento.
EL CÁNTICO NUEVO
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Un mendigo generoso
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Prohibido fumar
Muy apenada una madre , me narró las vergüenzas que tiene que
pasar cada vez que su hijo de siete años la acompaña a sus mandados.
Como sabemos, los niños aprenden con facilidad y, normalmente,
no están atados a los prejuicios de los adultos. Dicen la verdad aunque
hieran las susceptibilidades de las personas. Si alguien es feo, se lo
dicen sin ponerle anestesia.
- Fíjese, -me dijo la señora. Esta mañana, me subí al bus con mi hijo.
Delante de nosotros iba un señor fumando plácidamente su cigarro. Mi
niño se le quedó mirando y empezó a decir en voz alta:
- Sí, mamá. Este señor no sabe leer, porque allá adelante dice “no fume”
y él viene aquí fumando.
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La espina de pescado
Cerca del mercado central, hay un terreno abandonado donde van a
parar desperdicios, botellas rotas, cajas de cartón, latas vacías y trozos
inservibles de madera. El lugar es apto para que proliferen los roedores
e insectos dañinos. En invierno se convierte en un estanque de aguas
sucias y estancadas. Los perros flacos y hambrientos andan rondando
para disputarse las sobras de comida.
A cierta distancia, está el camino de tierra usado diariamente por la
gente del mercado.
Un viernes por la tarde, atravesaba yo esa calle cuando vi un
muchachito de unos siete años, sentado sobre la basura y que se
quejaba. Me extrañó tanto ver un niño que se confundía entre los
desechos.
Inmediatamente, me salgo del camino. Me dirijo hacia él. Quise
levantarlo pero un grito de dolor me frenó; tenía clavada en su rodilla
izquierda una espina de pescado. Entre lágrimas y lamentos me explica
que es vendedor de periódicos y que otros chicos de su edad lo habían
golpeado y arrojado a ese lugar; y en la caída se le había incrustado la
espina.
Con el mayor cuidado posible, me dispuse a cargarlo sobre mis
hombros y conducirlo a su casa.
El niño me iba indicando el camino. Yo me iba cansando; sentía que
pesaba cada vez más. Aproveché varias ocasiones para detenerme y
descansar. Todo movimiento brusco le causaba un dolor punzante en
su rodilla.
Finalmente llegamos a su casita, después del largo y pesado trayecto.
Su madre, al vernos, corrió inmediatamente. Estaba muy preocupada
porque su hijo no llegaba. Brevemente le expliqué lo ocurrido.
Familiares y conocidos se juntaron. La noche avanzaba. Una clara
luna me condujo de regreso al colegio salesiano.
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El vómito de la niña
Mucha gente iba de pie porque todos los asientos estaban ya ocupados.
El bus paraba con frecuencia. Alguien subía y alguien bajaba.
Yo iba sosteniéndome de uno de los tubos de en medio.
Junto a mí, sentados, charlaban dos hermanitos. La niña de unos nueve
años y su hermano de catorce, aproximadamente. Por alguna razón que
desconozco, la niña se vomitó ensuciando su cara, manos y vestido. Su
rostro palideció más por la vergüenza que por la indisposición estomacal.
No digamos su hermano. Éste, al ver lo ocurrido, se volteó hacia la
ventana como indicando que no existía ningún parentesco entre él y la
apenada niña. Bueno, cosas de adolescentes.
Para agravar el apuro, ella no traía pañuelo. Más aumentaba su congoja.
Quería esconderse. Con sus ojos pedía auxilio. Saqué mi pañuelo blanco y
se lo ofrecí.
- “Eso no es nada -, le dije. Por favor, límpiese”.
Ella tomó apresuradamente el pañuelo y se limpió la boca, las manos y
parte de la blusa.
- “Es tuyo el pañuelito –añadí-, no me lo devuelvas”.
Una sonrisa fue su respuesta. Para entonces, su hermano me miraba
con una expresión de satisfacción.
- “Gracias… gracias… gracias…”, repitió varias veces.
Obviamente, también él sintió un gran alivio.
El momento de bajar del bus les había llegado. Lo hicieron por la
puerta de atrás. Todavía logré alcanzar el último “¡gracias!” que el
jovencito me dirigió desde la acera.
ALABANZA
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Una viejecita entre el lodo
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El taxista
Una calle sin salida. Me metí por esa calle y estacioné el vehículo frente a
la casa que buscaba. Hice un mal estacionamiento hasta el punto de impedir
que otros carros llegaran al tope de la calle.
Quizá porque se trataba de un asunto rápido de resolver, no me preocupé
por seguir correctamente las leyes de tránsito.
Terminado el asunto, salí de la casa. Al intentar retomar el timón, un
furioso taxista me lanza una serie de insultos.
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Los tres paraguas
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Cuando Dios seduce y enamora
Una joven pareja llegó una tarde a mi oficina. Ricardo y Laura.
Buscaban ambos una orientación antes de tomar la decisión de casarse.
La muchacha era un poco mayor que su prometido; pero ése no era el
problema. Empezó a hablar el muchacho:
- Padre, yo quiero formar un hogar cristiano con ella. La amo mucho y
sé que seríamos muy felices si nos unimos en el sagrado matrimonio. A
Laura la conocí durante una hora santa frente a Jesús Eucaristía. Le
gusta mucho pasar largo tiempo en oración. Ella piensa que si nos
casamos, yo le voy a negar asistir a sus momentos de adoración al
Santísimo.
- ¿Qué dices tú? -le pregunté a la joven.
- Sí, es cierto, padre. Yo estoy enamorada de Dios y no quisiera que el
matrimonio con Ricardo me separe del amor que le tengo a El. Quiero
tener el tiempo suficiente para visitarlo. Sé que el matrimonio tiene sus
obligaciones; pero temo que una vez casada, todo me aparte de los
mejores momentos que vivo cada vez que visito a Jesús Sacramentado.
- Yo pienso que no será así, -interrumpió su enamorado. Es cierto que
hasta he sentido celos de Dios al mirarla a ella en profunda
contemplación y adoración. Veo que pone toda su mente y su corazón
en Dios de tal modo que se olvida totalmente de mí. Cuando canta las
alabanzas parece que quiere abrazar a Dios. Sin embargo, ante usted,
yo le digo a ella que podrá seguir haciéndolo siempre. Nunca se lo
impediría.
Yo los escuché durante un largo rato. Al final, los invité a que
participaran en el curso prematrimonial donde se les informa sobre los
compromisos serios de la vida matrimonial.
Todo sucedió con normalidad. El matrimonio se llevó a cabo. El joven
esposo cumplió su palabra. Ya no es ella sola sino los dos los que asisten
ahora a la hora santa. Ella contagió a su esposo. Otra alma
enamorada para Jesús Sacramentado.
TÚ ERES MI BIEN
Lancémonos en los brazos de Dios, tal como somos.
Jesús mío, mi redentor, que nada ni nadie me separe
de Ti.
Mira a Jesús en la cruz, mira a Dios que te ama, seas
como seas.
Sólo a Ti quiero amar, mi Dios. Sólo Tú no me
defraudas.
Busca mi alma lo que aquí en la tierra no encuentra.
Salva, Señor, a los que redimiste con tu sangre.
Extiendo mis brazos hacia Ti; tengo sed de Ti
como tierra reseca.
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¿Qué hora es?
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La basura en su lugar
Abuso de autoridad
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Robo de la bicicleta
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Así se prepara el café
“Y…ahora?” - le pregunté.
“Pues…sólo esperar - me contestó muy seguro de sí -,
ya va a empezar a caer el café en el recipiente de vidrio”.
“¿Cómo? –le dije. ¿dónde está el café?”
“¡Ahhh…hombre! Si no le hemos echado el café en polvo!
Era medio día. Con el sol, mis lentes se ponen oscuros. Había
terminado la jornada matutina de clases en la escuela. La hora de
almuerzo había llegado. Cerré el portón y observé con atención a una
mamá ciega con su bebé en brazos que estaba por cruzar una calle y
que pedía ayuda.
Con un gesto de generosidad, me ofrecí a acompañarla.
Al llegar a la otra acera de la calle, me despedí; pero ella me rogó
que la guiara hasta más adelante para tomar el bus que la conduciría a
su destino. Acepté.
Ella, cieguita, con su bebé en brazos y yo, con mis oscuros anteojos.
¿Quién hubiera puesto en duda que yo formaba parte de la familia?
En efecto, un borrachito que miraba desde cierta distancia, tuvo la
amabilidad de correr hacia donde nos encontrábamos y ponerse al
frente como buen guía, diciéndonos:
- “Sigan recto…sigan recto”-, mientras él se tambaleaba para allá y
para acá. Todavía se acercó a la madre y le acomodó mejor su hijo,
supliendo de esa manera la incapacidad del supuesto padre para
hacerlo.
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Cachorro bajo las ruedas
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una especie de analgésico bastante eficaz. Después le dio otra y el animal,
aunque quebrado y arrastrándose, logró sobrevivir.
Una señora viuda, sola y sin compañía, al enterarse del asunto, pidió
que le regalaran el perro.
-“Después de todo, un perro inválido no nos sería de mucha utilidad.”-,
alguien comentó, recibiendo la general aprobación.
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Una trampa mortal
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Pongo el animalito debajo del grifo del lavamanos para que las gotas
calientes fueran poco a poco eliminando el efecto de la sustancia
pegajosa. Tomé unas tijeras y recorté alrededor del pajarillo que ya
tenía su ojo izquierdo bien adherido al papel. Arrasé con sus plumas.
Soltó primero una pata, luego el ala… después la otra… y… al final
quedó totalmente libre.
Le di de beber. Le conseguí un poco de pan y le fabriqué un nido en el
jardín… a mi manera. Me sentía todo un buen samaritano de la
ecología.
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Un ratoncito duro de matar
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en dos. Con intenciones diabólicas nos fuimos a dormir, esperando celebrar
una mañana victoriosa.
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Oración del perro
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La piscina de natación
Voy hacia abajo… más abajo… más abajo… aún no toco el agua…
más abajo… y… ¡terrible sorpresa! Demasiado tarde me doy cuenta
que la piscina estaba vacía.
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Un robo frustrado
No quedó más remedio que hacer uso de la alfombra natural que tiene por
techo el cielo despejado. Un hotel de más de cinco estrellas. Cada quien
buscó su nido donde acomodarse. Me instalé bajo un arbusto. El maletín de
cuero, donde llevaba mis pertenencias, me sirvió de almohada.
No me quité los anteojos por precaución; tampoco los zapatos.
Reposar mi cabeza y empezar a roncar fue cosa de unos instantes.
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El lapicero extraviado
Tengo dos amigos que no me abandonan durante mis horas de estudio: el
diccionario y un lapicero de punta fina.
Desafortunadamente, mientras escribía unos mensajes que dictaba un
conferencista en un amplio salón, el repuesto inferior del lapicero se aflojó y
cayó en el oscuro pavimento, que resultó imposible su búsqueda.
Lamenté la pérdida. Intenté escribir, pero la letra ya no era correcta.
Faltaba la base que le da firmeza y belleza a la escritura.
Pensé: “voy a comprar otro lapicero de la misma marca…así, cuando se
acabe su tinta, entonces aprovecharé el repuesto que necesito para éste”.
En efecto, todos los días, con el nuevo lapicero, llenaba páginas y páginas
copiando textos bíblicos en q’eqchi’ (uno de los principales idiomas mayas).
Lógicamente, la tinta se iba acabando poco a poco y me alegraba al pensar
que pronto devolvería su repuesto a mi antiguo lapicero.
Ayer, cuando sólo faltaban unos milímetros de tinta, mientras viajaba en
mi vieja bicicleta, no sé cuándo ni dónde, el lapicero rodó por el suelo.
Triste fue mi sorpresa cuando no lo encontré en la bolsa de mi chaqueta.
Eran las siete de la noche. Esperaré a mañana temprano para buscarlo.
Al día siguiente, madrugué e hice una hora de camino, mirando
cuidadosamente el suelo. Nada. Volví a pasar una y otra vez. El mismo
resultado. “Tal vez lo dejé en la casa que bendije ayer a las seis de la tarde” –
pensé. Hoy pregunté a la señora si en el sillón donde había puesto mi
chaqueta había quedado el lapicero. Ella revisó y no encontró nada. Seguí
caminando sin perder la esperanza. Me parecía verlo tirado a la orilla del
camino.
Pasó el P. Antonio y me recogió en su carro. Le conté mi preocupación.
Luego, pregunté en varios locales donde se vende toda clase de lapiceros y
artículos escolares, si vendían repuestos. Sólo de una marca que no era la
mía. Bueno, me resigné.
¿Y qué tenía ese lapicero de especial que tanto valor le daba y tanta pena y
congoja me proporcionaba?
Además, sólo cuestan seis quetzales.
La razón principal la sabe su dueño. Todo tiene un valor relativo.
Para muchos resultará ridícula e irrisoria esta historia.
Cada quien lucha y se afana, llora y goza por aquello que tanto significa y
es capaz de quitarle el sueño y hacerle caminar kilómetros y kilómetros,
aunque al final pruebe el sabor de la desilusión y de la derrota.
Ahora me toca a mí encontrar el lado positivo de esta experiencia vivida.
¿Y…cuando se pierde una ovejita del rebaño de Jesús???????
¿Y…qué precio pagó por ella?....?
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“Dame una manita, Señor”
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Me dolía la cabeza y el cuello de tanto girarlo. El calor del medio día y el
cansancio tanto físico como emocional me hicieron pensar en el viaje de
regreso…sin éxito.
- “Voy a dar una última vuelta a la gran Plaza – me dije. Si al volver a este
mismo punto donde estoy parado no los encuentro, entonces buscaré la
calle y la estación de trenes para mi regreso a Roma”.
Así lo hice. Mis pasos eran lentos, tranquilos y de larga duración. Se
trataba de la última oportunidad.
Recorrí paso a paso aquella Plaza con mi mirada puesta en tantos rostros
y acompañado de una oración, muy pequeña pero intensa: “Señor, dame una
manita”.
Caminé…caminé…la esperanza de verlos y abrazarlos aún estaba
encendida…
Con tristeza vi que había llegado al mismo punto de partida. Todo fue
inútil. Esto ha sido una locura. Abandoné la Plaza y me despedí con una
mirada afligida de la famosa torre que sólo en foto conocía, y me dirigí a las
calles que conducen a la estación de trenes. Centenares de calles y avenidas
cubiertas sus aceras de puestos de venta para los turistas.
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Pasé los mejores momentos de mi vida con ellos; no en cantidad pero sí en
intensidad. Lo que menos disfrutamos fue el lugar histórico en que nos
hallábamos.
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El Puerto San José
Caminando sobre la playa, iba dejando atrás las huellas de mis pies sobre
la arena. Observé la prudencia de los cangrejos. Se mantienen cerca de su
escondite por si aparece algún ser humano u otra clase de depredadores.
Rápidamente se ocultan para defenderse. Lecciones de la naturaleza.
La misma bravura del mar con sus gigantescas olas que arrebatan la vida
aún del más experto nadador, no dejó de causarme terror.
El mar es traicionero, -pensé. O…más bien, - rectifiqué al momento-,
somos nosotros los imprudentes. Entonces me uní al grupo de jóvenes que
disfrutaban del baño matutino.
Las olas me arrullaban y mecían como hace una madre con su niño en la
cuna. Los suaves rayos de sol acariciaban mi rostro. Movidos por el hambre,
los jóvenes se retiraron rumbo a la cabaña para su desayuno.
Quedé solo, en compañía de las aves marinas que se lanzaban en picada
para conseguir su alimento.
Después de un rato, decidí unirme al grupo.
Nadé hacia la orilla; pero alguna fuerza me impidió avanzar.
Intenté otra vez y las olas me devolvían a mi posición original.
Una corriente de agua se había formado y me impedía el paso. Al no tener
dónde asegurar mis pies, empecé a cansarme.
La paz y serenidad del principio habían desaparecido.
Grité con todas mis fuerzas a los muchachos…inútil…la música en el
rancho y el estruendo de las olas apagaban mi voz.
Ahora mi súplica se dirigía al Cielo. “Dios mío, ayúdame….María
Auxiliadora….Don Bosco…”
La angustia y la desesperación se habían apoderado de mí. Las olas me
envolvían, queriéndome ahogar. Con mucho esfuerzo sacaba mi cabeza para
lograr respirar. El agotamiento crecía y también mis ruegos que pronto se
tornaron en gritos.
Me mantuve a flote un breve instante para descansar.
Me aferré a una ola que venía, tratando de aprovechar su fuerza y
dirección hacia la tan ansiada playa. Pero…nuevamente de regreso.
Me sentí juguete de las olas. Supliqué a Dios que terminara pronto esa
tribulación en que me hallaba…aunque el desenlace fuera fatal…no
importaba.
Mañana, -pensé-, se conocerá la noticia. Nunca pensé morir de una
manera estúpida. Es ridículo. Hubiera querido morir por algo que valiera la
pena.
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Vi venir otra ola y aproveché también su fuerza…ésta vez, tuve algo de
éxito porque logré tocar con los dedos de mi pie derecho la arena de la
playa…aunque fui alejado, una vez más, de tierra firme.
Estoy cerca, - me dije a mí mismo. Invoqué desde lo profundo de mi alma
al santo patrono del puerto: San José; y esperé una última oportunidad de
salvación.
Una ola gigante se quebró a lo lejos y se unió a mis débiles fuerzas que, ésta
vez sí, me llevó a feliz término.
Logré ponerme de pie sobre la arena de la playa, aunque sentí el cosquilleo
de la arena que tocaba las plantas de mis pies para volcarme una vez
más…pero, no fue así.
Di un paso…y otro…y otro…y…me dejé caer totalmente extenuado. Me
dolía mucho la cabeza. Ni un sólo dedo podía mover debido al agotamiento.
Reposé un rato. Con un poco de resistencia, avancé hacia el rancho en busca
de ayuda. Quienes me divisaron corrieron y me transportaron en brazos. Fui
conducido a un cuarto y terminé la mañana en un absoluto reposo.
Ahora… tengo en mis manos una nueva oportunidad de vida. ¿Qué me espera
para más adelante…?
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Documentos extraviados
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la puerta y entregaron el sobre a toda prisa para no perder el tren.
Dentro de poco, lo tendrás nuevamente en tus manos.
Estimado padre:
¡Qué bueno hayamos podido hacer un contacto. Me pone muy
contento.
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Le cuento que su carta de agradecimiento, fue enviada por cadena de
mail a todo el personal de la empresa y colocada en el ingreso de la
empresa en un cuadro, como ejemplo de cómo uno debe obrar en la
vida. Así lo dispuso el dueño y presidente de la misma, lo que me llena
de orgullo, de que todo haya salido bien.
Padre, recibí su mail y me agrada saber que haya recuperado todas sus
pertenencias. Me alegra mucho haberlo ayudado al igual que mis
amigos. Toda la empresa en la que trabajamos nos felicitaron y la
verdad es que lo hicimos de corazón y espero que la gente se dé cuenta
que no todos los Argentinos somos deshonestos; que mucha gente
trabajadora trata de ayudar a los demás de cualquier forma, por medio
del trabajo, el esfuerzo, la honestidad.
Desde ya, muchas gracias por su e-mail y saludos para usted y todos sus
seres queridos.
Santiago Dadomo,
Marcos Juárez
(Córdova, Argentina)
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Me emocioné mucho con el e-mail que me mandó unas semanas después
de lo ocurrido en España; no le había podido contestar ya que por mi
trabajo viajo mucho al interior del país (soy Ingeniero Agrónomo y
trabajo en el sector agropecuario de un medio gráfico de la Argentina:
Diario Clarín).
Tengo 33 años, estoy casado y tengo una ángel de 7 años que se llama
Camila: nuestra hija tiene parálisis cerebral. Pero, más allá de todo el
sufrimiento, nos enseña día a día. Por eso le agradecería si le pide a
Dios que ampare a mi hija.
Desde ya es un gusto poder comunicarme con usted y espero algún día
poder conocerlo porque debe ser una persona maravillosa.
UN CORAZÓN NUEVO
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“El Reino de Dios pertenece…”
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