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Precaridad, ontología social y violencia estatal1

Eduardo Mattio
SECyT, UNC/Museo de Antropología, FFyH, UNC

1. Un escenario invisible
En nuestro país son muchas las personas transgéneros, travestis y transexuales que están pri-
vadas de los derechos más elementales. No sólo se hallan expuestas a la discriminación, a la
pobreza, al analfabetismo, a la desocupación y a la violencia del Estado, sino que, pese a su
resistencia, muchas veces sus identidades y experiencias no son reconocidas en tanto no resul-
tan inteligibles desde el binarismo varón-mujer y desde patrones sexuales heteronormativos
(Berkins 2010). Frente a la próxima sanción de una Ley de identidad de género, regulación que
permitiría a dichas personas ser reconocidas por el Estado con el nombre y la identidad sexo-
genérica que hayan elegido, independientemente del sexo que se les haya asignado al nacer,
tales personas son pensadas como justos destinatarios de la ley, pero a menudo son desoídas
a la hora de debatir tal instrumento legal (Cabral 2010). Como consecuencia de este silencia-
miento de muchos/as activistas trans, es esperable un grave déficit en dicho recurso legal. En
vista de las necesidades que sufre el colectivo trans en su conjunto y del desinterés por reco-
nocer sus demandas en el resto de la sociedad, algunos proyectos en circulación apenas con-
ceden a las personas trans algo más que la posibilidad de inscribir en su DNI el nombre que
han elegido al migrar de sexo o de género2. Es decir, tales proyectos no contemplan otras ne-

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El presente trabajo ha sido posible gracias a una beca post doctoral de la Secretaría de Ciencia y Tecno-
logía de la Universidad Nacional de Córdoba. Mucho le deben estas páginas al debate y a la discusión
con mis compañeros y compañeras del grupo “Incorporaciones” (Museo de Antropología, FFyH, UNC).
Agradezco particularmente los oportunos comentarios de Mauricio Berger, Mauro Cabral y Guillermo
Pereyra.
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Según Mauro Cabral, cuando el colectivo trans habla del reconocimiento alude a diversas necesidades
postergadas. En primer lugar, señala, “hablamos del reconocimiento de la identidad de género personal
(toda vez que ésta no coincida con el sexo asignado en el momento del nacimiento). Dos, hablamos
también del reconocimiento del derecho a encarnar, a producir, expresivamente, esa identidad de géne-
ro (a través de medios tales como la vestimenta y el calzado, el corte de pelo y los ademanes, las hor-
monas, las cirugías y las prótesis...). Tres, hablamos además del reconocimiento de la identidad de géne-
ro como causal de violaciones a los derechos humanos (discriminación, exclusión, hostigamiento, perse-
cución, confinamiento, tortura, muerte). Cuatro, hablamos, y muy seriamente, del reconocimiento de la
deuda histórica del Estado argentino con todas aquellas personas que hemos sufrido y sufrimos viola-
ciones a nuestros derechos humanos sobre la base de nuestra identidad de género, así como del reco-
nocimiento de su deber de cancelar esa deuda a través de acciones concretas (aquellas que no sólo
deroguen toda legislación que nos discrimine, patologice y/o criminalice, sino también aquellas que nos
aseguren el pleno acceso a derechos tales como la educación, la salud, el trabajo, la vivienda y la Justi-
cia). Y hay más” (Cabral 2010).
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cesidades urgentes tales como la cobertura social de las reasignaciones quirúrgicas, de los
tratamientos hormonales, del acompañamiento psicológico, etc. Más aún, en nada garantizan
el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, a la seguridad jurídica y social de este amplio
sector poblacional. En honor a cierta urgencia pragmática, parece que es preferible arrebatar
al Estado una ley deficiente, que esperar sin término una reglamentación verdaderamente
incluyente.
Frente a este escenario, injusto e invisible, ¿qué puede hacer la teorización política?
¿En qué puede contribuir al debate público y a la inclusión de sectores gravemente excluidos
tal como es el caso de las personas trans? Teniendo en mente tales inquietudes, en las páginas
que siguen revisaré algunas de las ideas de Judith Butler en relación a la distribución diferen-
cial de la precariedad, y al efecto que tales consideraciones tendrían en la configuración de
una ontología social capaz de articular una crítica de la violencia estatal.

2. De la precariedad a la precaridad
Al menos desde la publicación de Vida precaria (2004/2006), Butler ha intentado “re-
imaginar la posibilidad de una comunidad sobre la base de la vulnerabilidad y de la pérdida”
(2006b: 45). Es decir, atenta a la común precariedad [precariousness] que presupone la vulne-
rabilidad social de nuestros cuerpos, Butler nos proponía encontrar en tales condiciones exis-
tenciales las bases para una comunidad. Esta “condición de despojo inicial” supone una con-
cepción acerca de ‘lo humano’ “según la cual desde el principio, incluso con anterioridad a la
individuación misma y por virtud de nuestra existencia corporal, somos entregados a otro”
(Butler 2006a: 43; 2006b: 57). Esto nos hace vulnerables a la violencia; hace que nuestra su-
pervivencia pueda ser determinada incluso por quienes no conocemos y por quienes no po-
demos controlar (Butler 2006b: 46). Como puede presuponerse, esta común vulnerabilidad no
se halla repartida de modo homogéneo entre todos los seres humanos; aun cuando desde la
infancia somos “algo que se entrega para ser cuidado” (Butler 2006a: 44), no toda vida es des-
tinataria de la protección que merece. En efecto, Butler admitía una distribución diferenciada
de la vulnerabilidad física a lo largo del planeta: mientras que ciertas vidas están altamente
protegidas, otras ni siquiera son merecedoras de duelo (Butler 2006b: 58).
Nuestra supervivencia, entonces, sujeta a una socialidad más amplia, no es entonces
posible si no hay un mundo de normas que, conteniéndonos, preparen el terreno para noso-
tros. Es decir, no podemos persistir sin normas de reconocimiento que, precediéndonos y ex-
cediéndonos, sostengan nuestra persistencia. Desde el inicio, estamos fuera de nosotros mis-
mos; esta condición extática, esta común desposesión es condición de nuestra supervivencia,
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de nuestra entrada “en el reino de lo posible” (Butler 2006a: 56), pero es también la condición
que produce la borradura de otros cuerpos y subjetividades inasimilables a dicho horizonte
regulativo. Semejantes consideraciones tienen un interés particular respecto de las luchas por
el reconocimiento de derechos. Tales contiendas han de ser entendidas como una lucha por
redefinir los límites de ‘lo humano’, como una intervención orientada a renegociar y reescribir
el conjunto de regulaciones sociales que prescriben qué vidas merecen vivirse y qué vidas no.

En la “Introducción” de Marcos de guerra (2009/2010), la autora vuelve sobre tales


cuestiones e introduce una distinción que aquí conviene resaltar. Frente a esta común condi-
ción ontológica —la precariedad—, Butler opone una noción más específicamente política de
“precaridad” [precarity], la cual designa “esa condición políticamente inducida en la que cier-
tas poblaciones adolecen de falta de redes de apoyo sociales y económicas y están diferen-
cialmente más expuestas a los daños, la violencia y la muerte” (Butler 2010: 46; 2009: 323).
Insistir en esta distinción no tiene un interés menor. Según Butler, repensar la precariedad, la
vulnerabilidad, la dañabilidad y la interdependencia de nuestros cuerpos, permite formular
una nueva ontología corporal que es a la vez una ontología social. Dado que “ontología” aquí
no denota la descripción de estructuras fundamentales (en este caso corporales), da cuenta
más bien de la configuración social y discursiva de nuestros cuerpos, es decir, de la reconstruc-
ción de las significaciones sociales que asume el cuerpo (Butler 2010: 15). En otras palabras,
una ontología semejante exhibe los marcos normativos bajo los cuales se aprehende una vida
como tal. Tales marcos operan diferencialmente distinguiendo aquellos cuyas vidas merecen
ser protegidas de aquellos otros que son invisibles desde el inicio, de aquellos cuyas vidas no
merecen ser lloradas y por ello “están hechos para soportar la carga del hambre, del infraem-
pleo, de la desemancipación jurídica y de la exposición diferencial a la violencia y a la muerte”
(Butler 2010: 45)
De allí, entonces, la importancia de apoyarnos en una ontología socio-corporal seme-
jante a la hora de replantear una política progresista. En palabras de Butler, tal ontología cons-
tituye el punto de partida para un repensamiento de la política de izquierda que exceda y atra-
viese las categorías identitarias (2010: 16). Es decir, que atendiendo a la producción diferencial
de la precaridad, reconozca los efectos ilegítimos y arbitrarios de la violencia estatal que privan
a ciertas poblaciones de los recursos básicos necesarios para minimizar la precariedad. Una
política progresista entendida en esos términos, debería insistir menos en las reivindicaciones
identitarias que impone la ontología individualista —de identidades discretas— del liberalismo
para replantear y expandir la crítica política de la violencia estatal desde una ontología que da
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cuenta de la interdependencia social que organiza la topografía de lo humano (y de lo no-


humano) (2010: 55, 54).
En ese sentido, y este punto me interesa subrayar, la precaridad en tanto “condición
política inducida de vulnerabilidad maximizada” (Butler 2009: 323) está directamente relacio-
nada con las normas de género. Es decir, en la medida que tales normas asignan reconoci-
miento de manera diferencial, establecen qué cuerpos sexuados importan, qué identidades
sexo-genéricas merecen ser vividas, qué deseos resultan viables y cuáles han de ser patologi-
zados, criminalizados o desalentados en la esfera pública. Por tal razón, es necesario recordar
que tales normas no sólo son instancias de poder, sino más bien una manera a través de la cual
el poder opera definiendo quién puede ser un sujeto reconocible y quién no. No obstante,
señala Butler, “el poder no puede mantenerse si no se reproduce a sí mismo de alguna forma,
y cada acto de reproducción se arriesga a salir mal o resultar equivocado, o a producir efectos
que no estaban del todo previstos” (2009: 323). En efecto, esta iterabilidad a la que están suje-
tas las normas no sólo es la condición de su reproductibilidad, sino también la de su subver-
sión. En consecuencia, pese a que cuando actuamos, ya hay toda una serie de normas (de
género) actuando sobre nosotros, es la contingencia de estas normas la que nos permite en
algún sentido intervenir sobre sus efectos, negociar el modo en que condicionan nuestras vi-
das.
Otro punto que merece destacarse es la relación ambivalente entre precaridad y Esta-
do. La precaridad en cuanto condición inducida políticamente, es claro que se ve maximizada
en el caso de aquellos sectores expuestos a la violencia arbitraria del Estado ─piénsese, por
ejemplo, en la situación de las/os trabajadoras/es sexuales librados a la discrecionalidad poli-
cial bajo el imperio de los Códigos Contravencionales, muchos de ellos heredados de la última
dictadura militar. En tales casos, no queda otra opción que apelar al Estado mismo contra el
cual se necesita protección: “Estar protegidos contra la violencia del Estado-nación es estar
expuestos a la violencia ejercida por el Estado-nación; así pues, basarse en el Estado-nación
para protegerse contra la violencia es, precisamente, cambiar una violencia potencial por otra”
(Butler 2010: 47). En el caso de una ley de identidad de género, tal como con el matrimonio
igualitario, el “deseo del deseo del Estado”, el de ser reconocido por la burocracia estatal insti-
tuye un dilema difícil de saldar: por una parte, vivir al margen del reconocimiento estatal su-
pone consecuencias dolorosas en diversos planos, pero por otra, esta exigencia puede instituir
o reinstalar ingratas formas de jerarquía social, obstruir otras alternativas en el campo sexo-
genérico y fortalecer aún más la extensión del poder del Estado (Butler 2006a: 167). ¿Frente a
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dicho dilema qué formas de resistencia son posibles? ¿Qué desafío crítico podemos oponer a
tales formas de reconocimiento?

3. Un horizonte posible
En el primer apartado nos preguntábamos en qué medida la teorización política podía contri-
buir a la construcción de un horizonte más inclusivo, en particular, respecto de las personas
trans. Tras haber revisado en el segundo apartado la ontología socio-corporal de la última Bu-
tler y sus vinculaciones respecto de las regulaciones de género y la violencia estatal, entende-
mos que frente al debate que precede a la ley de identidad de género es preciso formular, al
menos, dos comentarios:
1) Dado que la precarización de ciertos sujetos está vinculada a la persistencia y reproducción
de ciertas regulaciones sociales (entre otras, las normas de género), es claro que la remoción
de la primera requiere que contribuyamos a la desarticulación, al desplazamiento crítico de las
segundas. Es decir, activistas y académicos en colaboración tendríamos que aprovechar nues-
tras herramientas conceptuales para mostrar en qué medida tales normas invisibilizan o invia-
bilizan ciertas vidas; evidenciar cómo rechazan ciertos cuerpos que no se conforman a la nor-
ma hegemónica; exhibir los diversos mecanismos sociales, políticos y culturales (entre ellos, los
académicos) por los cuales ciertas vidas son deshumanizadas desde el inicio. En este punto, no
basta con visibilizar las estrategias regulatorias productoras de lo humano que hacen necesario
el reconocimiento de quienes no son aprehendidos como tales. También es preciso advertir
que en los “remedios” que se procuran contra tales vejaciones suelen colarse tales mecanis-
mos diferenciales: por ejemplo, una ley de identidad de género no debería reconducir toda
corporalidad, deseo, subjetividad o experiencia trans al horizonte hetero u homonormativo
que construye performativamente el binomio varón-mujer. En vista del enorme poder exclu-
yente que tienen tales normas (en particular, a la hora de debatir una ley de identidad sexo-
genérica), es preciso revisar la ontología corporal (y social) que tales normas presuponen.
2) En función de la vulnerabilidad inducida por el Estado a la que se ven sometidos tantos seres
humanos en nuestro país, es preciso pensar, allende las lógicas identitarias de estricta inspira-
ción liberal, una política de izquierdas como crítica de la violencia estatal. Aun cuando parez-
camos condenados a negociar dentro de la lógica burocrática del Estado, es necesario exhibir
las violencias que tales apelaciones al Estado presuponen. Más aún, habría que pensar estra-
tegias de resistencia contra-estatal que garanticen a ciertas subjetividades precarizadas (en
este caso, el colectivo trans) el pleno acceso a una canasta básica de derechos, o mejor, la ple-
na satisfacción de tales derechos. En efecto, puesto que ninguno/a de nosotros/as vive del
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reconocimiento meramente nominal que pueda brindarnos el Estado, es preciso recordar que
aun cuando se reconozcan legalmente ciertos derechos a las minorías sexo-genéricas no por
ello se ve desarticulado el horizonte simbólico represivo, discriminatorio, trans-lesbo-
homofóbico en el que vivimos. En tal sentido, un gesto saludable de parte de quienes consti-
tuimos la academia de la Teoría Política en nuestro país sería considerar a las personas trans
(entre otros sectores precarizados y minorizados) como necesarios interlocutores a la hora de
pensar el destino de los sectores más expuestos a nuestra común vulnerabilidad. Estrictamen-
te hablando, habría que comenzar por reconocer su propia agencia política y teórica. Esto no
significa que la población trans necesite que les demos la palabra (están los suficientemente
movilizados/as como para hablar por sí mismos/as); en todo caso, es imprescindible que no
obstaculicemos su palabra o desconozcamos los saberes que producen. Destituyendo el privi-
legio heteronormativo (u homonormativo) que solemos proporcionar a priori a ciertos discur-
sos o saberes (no sólo al de ciertos expertos, sino también al de ciertas posiciones identitarias
privilegiadas), hay que dejar libre el campo para que expresen sus demandas en sus propios
términos. Tal vez este primer paso, uno entre otros posibles, vaya trazando un camino para
construir juntos/as ─no para ellos/as, sino con ellos/as─ un horizonte político más equitativo
para todos/as.

Referencias bibliográficas:
Berkins, L. (2010) “Travestismo, Transexualidad y Transgeneridad” en Raíces Montero, J.
(comp.) Un cuerpo: mil sexos. Intersexualidades (Buenos Aires: Topía).
Butler, J. (2006a) Deshacer el género (Barcelona: Paidós).
Butler, J. (2006b) Vida precaria. El poder de la violencia y el duelo (Buenos Aires: Paidós).
Butler, J. (2009) “Performatividad, precariedad y políticas sexuales” en AIBR. Revista de Antro-
pología Iberoamericana, volumen 4, nro. 3, Septiembre-Diciembre 2009.
Butler, J. (2010) Marcos de guerra. Las vidas lloradas (Buenos Aires: Paidós).
Cabral, M. (2010) “Ante la ley” en Soy, Página 12, viernes 30 de julio de 2010.

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