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Razón y Lenguaje:
Hemos postulado que somos seres lingüísticos, que vivimos en el lenguaje. También
hemos sostenido que el lenguaje humano se caracteriza por su recursividad, por la
capacidad de volverse sobre si mismo. Esta recursividad nos transforma en seres
reflexivos, capaces de cuestionarse, de buscar explicaciones. Y como seres con
capacidad de reflexión, también nos cuestionamos como reflexionamos, buscando
formas más efectivas de hacerlo. A esto último lo hemos llamado pensamiento
racional.
Algunas de las preguntas por la “existencia” permiten ser contestadas desde este
pensamiento racional, otras aparentemente no, y respondemos a ellas desde la Fe, la
experiencia contemplativa incluso desde el silencio, pero siempre desde el lenguaje.
Desde la ontología del lenguaje, la razón es un tipo de experiencia humana que deriva
del lenguaje, siendo éste primario. Dentro de esta perspectiva, la razón es un caso
particular dentro del dominio general del lenguaje. La razón es uno de los juegos del
lenguaje.
La distinción de transparencia:
La distinción de quiebre:
serán diferentes de acuerdo a cómo hagan uso de la capacidad que cada uno tiene de
declarar quiebres.
Cuando nos decidimos a aprender algo nuevo, estamos declarando un quiebre, las
cosas pasan como pasan, y nosotros juzgamos que nos iría mejor si tuviéramos
alguna competencia que no tenemos, por lo tanto nos disponemos a aprender.
Por lo tanto, lo dicho resulta que nosotros nos constituimos en sujetos en el mundo de
objetos solamente cuando hay un quiebre en el fluir transparente de la vida. Bajo la
condición de transparencia, el mundo no se nos revela como un mundo de objetos por
el solo hecho de estar allí, frente a nuestros ojos.
Responsabilidad incondicional:
¿Por qué las personas tienden a actuar como víctimas y no como protagonistas?, si
hacerse responsables es tan efectivo y desligarse del problema es tan inefectivo.
Porque creemos que la seguridad y la felicidad se consiguen mediante la aprobación
del otro; porque creemos que el bienestar y el éxito se derivan de la inocencia y el
complacer a los demás.
Nos han enseñado desde pequeños a igualar responsabilidad con culpabilidad.
Crecimos creyendo que ser responsables equivale a “ser culpables o causantes” de
algo. Y ser culpables es algo malo. Defendemos nuestra inocencia despegándonos del
problema. Pero si uno no es parte del problema, tampoco será parte de la solución.
Aún cuando no seamos los agentes causales en forma directa del problema, podemos
ser parte del sistema que genera el resultado insatisfactorio. Siempre que uno sufre,
“tiene algo que ver” con el asunto.
Estímulo - reacción:
No tengo que tomar la llamada, más bien, elijo tomarla (con la posible suspensión de
conversación que estoy manteniendo). Como vemos, es mucho más fácil echarle la
culpa al teléfono que asumir la responsabilidad por la interrupción. Es como decirle a
mi interlocutor, “si esto le molesta, no se moleste conmigo, moléstese con el teléfono,
yo no tengo nada que ver”.
Es decir, los comportamientos humanos se originan en la conciencia del ser humano,
sus modelos mentales, y lo que ocurre afuera de esa conciencia no induce a la
acción, simplemente la influye.
Uno elige hacer lo que hace como respuesta a la situación que percibe, elige actuar de
la manera que lo hace porque le parece que es la mejor posible para perseguir sus
intereses de acuerdo con sus valores. Los hechos externos no son estímulos, sino
información.
Esta conciencia y capacidad de elección es la esencia de la responsabilidad, la
dignidad, la libertad y la humanidad incondicional. Entre el estímulo y la reacción, hay
un espacio. En este espacio yace nuestra libertad y el poder de elegir nuestras
respuestas.
En nuestras respuestas yacen nuestro crecimiento y nuestra felicidad.
El ser humano existe como ente consciente. Su conciencia le da capacidad para darse
cuenta de su situación externa (hechos, datos, recursos, etc.) e interna (sensaciones,
impulsos, emociones, pensamientos, etc.).
En el proceso de darse cuenta, uno considera su situación con respecto a sus
objetivos y valores, a partir de esa evaluación elige una respuesta y se comporta de
acuerdo con su elección. Podemos decir que el comportamiento es incondicionado,
cuando depende parcialmente de factores ajenos a la voluntad de la persona.
La comparación entre objetivos y resultados funda el juicio sobre la efectividad de la
persona (a mayor semejanza, mayor efectividad).
La comparación entre valores y comportamiento funda el juicio sobre la integridad de
la persona (a mayor semejanza, mayor integridad).
Cuando el resultado se ajusta a los objetivos, decimos que la persona tiene éxito, el
cual genera satisfacción y alegría, llamaremos a éstos “condicionales”.
Cuando el comportamiento se ajusta a los valores, decimos que la persona alcanza un
éxito trascendente. Este éxito genera una paz interior y una felicidad que llamaremos
“incondicionales”.
De víctima a protagonista:
1. ¿Qué te pasó?
2. ¿Quién te lastimó?
3. ¿Qué te ha hecho esa persona o grupo?
4. ¿Cómo te sientes acerca de eso?
5. ¿Qué debería haber hecho esa persona?
6. ¿Qué debería hacer ahora para reparar el daño?
7. ¿Cómo te afectará que esa persona persista en su conducta?
8. ¿Cómo te sientes en el lugar de víctima?
Luego, se les solicita a los mismos participantes, que contesten otra serie de
preguntas, pero ahora ubicados en el papel de protagonistas de la misma historia
planteada.
Mientras que las preguntas de la primera parte del ejercicio activan la historia de la
víctima, las de la segunda parte activan la del protagonista. Más allá del ejercicio,
estas preguntas son útiles en intercambios profesionales y personales. Tanto un jefe
puede ayudar a sus empleados a salir de la historia de la víctima, como una madre
puede ayudar a su hija. Así como un colega puede ayudar a otro a ser más conciente
de su protagonismo, un cónyuge puede ayudar al otro a dejar de auto-compadecerse y
tomar las riendas de su vida.
Libertad y conciencia:
1. uno intenta forzar al otro para que haga algo que uno quiere, pero que el otro
no quiere hacer
2. el otro intenta forzar a uno para que haga algo que el otro quiere, pero que uno
no quiere hacer
3. ambos quieren forzarse mutuamente a hacer algo que el otro no quiere
4. uno intenta forzarse a sí mismo a hacer algo que encuentra doloroso o
indeseable.
A partir de la noción de libertad incondicional, podemos afirmar que nadie puede hacer
que otro haga lo que no quiere hacer. Sólo es posible presentar opciones y
consecuencias que alienten a la persona a elegir de cierta forma.
La motivación extrínseca opera en base a los premios y castigos del entorno.
La motivación intrínseca opera en base a los valores y compromisos personales del
individuo.
Aunque la primera parece más rápida, la única motivación que genera resultados de
alta calidad es la segunda.
No es posible manipular el entusiasmo y la creatividad de otro; sólo podemos
mostrarle formas diferentes de comportamiento y alentarlos a que las prueben. Lo
mejor que se puede hacer es brindar información acerca de la situación y de las
consecuencias de los distintos cursos de acción. Basada en tal información, la otra
persona decidirá qué hacer. Para lograr un desempeño superior, un manager y su
equipo deben co-diseñar situaciones en las cuales el esfuerzo para operar con altos
niveles de eficiencia y calidades sean la mejor alternativa para que las personas
alcancen sus objetivos individuales y organizacionales.
Nadie puede satisfacer las necesidades del otro. Lo que los managers pueden ofrecer
son oportunidades para que cada uno satisfaga sus necesidades, los integrantes del
equipo decidirán si éstas son de su interés o no lo son.
Para mantener un equilibrio de buena voluntad, Stephen Covey afirma que es
necesario manejar las relaciones en base a una “Cuenta corriente emocional”. Los
actos que generan valor para el otro son considerados “depósitos”. Los actos que
restan valor para el otro son considerados “extracciones”. Cuando la cuenta queda al
descubierto, la relación se hace extremadamente difícil. Para mejorar la interacción, es
necesario “recapitalizar” la relación con nuevos “fondos emocionales”.
Para comprender qué cosas aportan valor, debemos comprender las necesidades
básicas de las personas. Podemos señalar cinco necesidades básicas:
1-Supervivencia y sentido.
2-Amor y pertenencia.
3-Poder y control.
4-Libertad y autodeterminación.
5-Recreación y alegría.
Comportamientos:
Control y Elección:
Comprender que el ser humano tiene poder de elegir su conducta implica que él tiene
el poder de elegir sus sentimientos. Cuando uno “se siente mal”, le parece que este
sentimiento viene de afuera, que es una consecuencia de factores que están fuera de
su control. Pero esta posición que hemos llamado “víctima” lleva a la pérdida de poder.
El malestar es consecuencia de las elecciones que uno hace. Por eso los sentimientos
son sumamente importantes como elementos de diagnóstico en cuanto al
comportamiento humano. Esto es porque nuestros sentimientos no hablan de lo
efectivo o inefectivo que resulta nuestro comportamiento. Si nuestro comportamiento
es exitoso al atender nuestros intereses, nos sentiremos bien y creemos que hemos
elegido correctamente. Nadie puede decidir “sentirse bien” en forma directa, pero tiene
un alto grado de control indirecto sobre cómo se siente, qué quiere, qué valora y hasta
qué hacen sus glándulas. Si uno quiere “sentirse mejor” según Glasser, tiene tres
posibilidades únicas:
Una persona alcohólica que bebe (acción) cree que es la mejor forma de tener cierto
control de su vida. La persona no elige en forma directa que le duela la cabeza
(fisiología) a la mañana siguiente, pero sí lo hace en forma indirecta. La elección de
tomar es también la elección de sentir dolor de cabeza a continuación. De esta manera
uno también elige su propio dolor (o Placer) al elegir las acciones o los pensamientos
que lo generan.
Si uno quiere “sentirse mejor” debe cambiar lo que quiere (no sentir dolor de cabeza)
o debe cambiar lo que hace (tomar alcohol).
SER PROACTIVO:
No conozco ningún hecho más alentador que la incuestionable capacidad del hombre
para dignificar su vida por medio del esfuerzo consciente.
Decimos que el ser humano posee “autoconciencia” ya que puede auto observarse
como si fuera otra persona, puede identificar qué es lo que está sintiendo, cómo es su
estado de ánimo. La autoconciencia es la aptitud para pensar en los propios procesos
de pensamiento. Es por ello que el ser humano posee el dominio de todas las cosas
del mundo y puede realizar progresos en él.
Podemos evaluar y aprender de las experiencias de los otros, tanto como de las
nuestras. Podemos crear y destruir nuestros hábitos.
No somos nuestros sentimientos, ni somos nuestros estados de ánimo. Ni siquiera
somos nuestros pensamientos. Podemos distanciarnos y examinar incluso el modo en
que nos “vemos”. Mientras no tengamos en cuenta cómo nos vemos a nosotros
mismos (y cómo vemos a los otros) no seremos capaces de comprender cómo ven los
otros y qué sienten acerca de sí mismos y del mundo.
EL ESPEJO SOCIAL:
Si la única visión que tenemos de nosotros mismos proviene del espejo social (de las
opiniones, percepciones y paradigmas de las personas que nos rodean), la concepción
que tengamos de nosotros mismos será deformada.
Estás imágenes, a menudo, son proyecciones de las preocupaciones y de las
debilidades de las personas en las que se originan, y no nos proporcionan un reflejo
correcto de lo que somos.
Podemos decir que hay tres mapas sociales que en forma independiente o en
combinación, pretenden explicar la naturaleza del hombre.
El determinismo genérico dice que la culpa es de los abuelos. Ésa es la razón de que
usted tenga mal humor. Sus abuelos eran irascibles y eso pasa de generación en
generación.
El determinismo psíquico dice que la culpa es de los padres. Su educación, sus
experiencias infantiles establecieron las tendencias de su carácter.
LA PROACTIVIDAD DEFINIDA:
El primer hábito de las personas que son altamente efectivas, es la proactividad. Ser
proactivo no significa solamente tomar la iniciativa, significa que, como seres
humanos, somos responsables de nuestras propias vidas. Nuestra conducta es una
función de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones. Podemos subordinar los
sentimientos a los valores. Tenemos la iniciativa y la responsabilidad de hacer que las
cosas sucedan.
Observemos la palabra responsabilidad, encontramos alusión a dos palabras
responder y habilidad: habilidad para elegir la respuesta. Las personas muy proactivas
reconocen esa responsabilidad. No dicen que su conducta es la consecuencia de las
condiciones o las circunstancias. Su conducta es un producto de su propia elección
consciente; se basa en valores, y no es producto de las condiciones ni está fundada
en el sentimiento. Dado que por naturaleza somos proactivos, si nuestras vidas están
en función del condicionamiento y las condiciones, estamos eligiendo otorgarles a
esas cosas el poder de controlarnos. Y si nuestra elección es ésa, nos volvemos
reactivos.
Las personas reactivas se ven a menudo afectadas por su ambiente físico, su
ambiente social, construyen su vida emocional en torno a la conducta de los otros,
permitiendo que los defectos de las otras personas las controlen.
La capacidad para subordinar los impulsos a los valores es la esencia de la persona
proactiva. Las personas reactivas se ven impulsadas por sentimientos, por las
circunstancias, por las condiciones, por el ambiente. Las personas proactivas se
mueven por valores; valores cuidadosamente meditados, seleccionados e
internalizados. También se ven influidas por los estímulos externos, sean físicos,
sociales o psicológicos. Pero su respuesta a los estímulos, conscientes o
inconscientes, es una elección o respuesta basada en valores.
Es cierto que hay hechos que nos dañan o nos hieren, pero lo que nos daña no son
los hechos sino nuestra respuesta a lo que nos sucede.
Dado que nuestras actitudes y conductas fluyen de nuestros paradigmas, si las
examinamos utilizando la autoconciencia, observamos que nuestro lenguaje es un fiel
indicador del grado en que nos vemos como personas proactivas. El lenguaje de las
personas reactivas las absuelve de responsabilidad.
“Ése soy yo. Yo no puedo hacer nada. No soy responsable. No tengo tiempo. Si mi
esposa fuera más paciente”.
Ese lenguaje deriva de un paradigma básico determinista. Y en su espíritu está
transferir la responsabilidad. No soy responsable, no puedo elegir mi respuesta.
Algunos ejemplos:
Otro modo de tomar más conciencia de nuestro propio grado de proactividad consiste
en examinar en qué invertimos nuestro tiempo y nuestra energía.
Cada uno de nosotros tenemos una gama de preocupaciones, salud de nuestros hijos,
el trabajo, la deuda pública, etc. Podemos separarlas de las cosas que no tenemos
ningún compromiso mental o emocional, creando un “círculo de preocupaciones”.
Al revisar las cosas que están dentro de nuestro círculo de preocupaciones resulta
evidente que sobre algunas de ellas no tenemos ningún control real, y, con respecto a
otras, podemos hacer algo. Podemos identificar las preocupaciones de este último
grupo circunscribiéndolas dentro de un “círculo de influencia” más pequeño.
Determinando cuál de estos dos círculos es el centro alrededor del cual gira la mayor
parte de nuestro tiempo y energía, podemos descubrir mucho sobre el grado de
nuestra proactividad.
Las personas proactivas centran sus esfuerzos en el círculo de influencia. Se dedican
a las cosas con respecto a las cuales pueden hacer algo. Su energía es positiva: se
amplía y aumenta, lo cual conduce a la ampliación del círculo de influencia.
Por otra parte, las personas reactivas centran sus esfuerzos en el círculo de
preocupaciones. Su foco se sitúa en los defectos de otras personas, en los problemas
del medio y en circunstancias sobre las que no tienen ningún control. De ello resultan
sentimientos de culpa y acusaciones, un lenguaje reactivo y sentimientos de
importancia. La energía negativa generada por ese foco, combinada con la
desatención de las áreas en las que se puede hacer algo, determinan que su círculo
de influencia se encoja.
Los problemas que enfrentamos caen en una de tres áreas posibles: la del control
directo (involucra nuestra propia conducta), la del control indirecto (involucra la
conducta de otros), o la inexistencia de control (problemas acerca de los cuales no
podemos hacer nada). El enfoque proactivo da el primer paso hacia la solución de los
tres tipos de problemas dentro de nuestro círculo de influencia presente.
Los problemas de control directo, se resuelven trabajando sobre nuestros hábitos.
Constituyen las victorias personales.
Los problemas de control indirecto se resuelven cambiando nuestros métodos de
influencia. Son las victorias públicas.
Los problemas de la inexistencia de control: asumimos la responsabilidad de modificar
nuestra actitud: sonreír, aceptar auténticamente y pacíficamente esos problemas y
aprender a vivir con ellos, aunque no nos gusten. De este modo no le otorgamos el
poder de controlarnos.
Al elegir nuestra respuesta a las situaciones influimos poderosamente en nuestras
circunstancias. Cuando cambiamos una parte de una fórmula química, cambiamos la
naturaleza de los resultados.
responderá con la misma moneda. Pero, lo haga o no, el modo más positivo en que yo
puedo influir en mi situación consiste en trabajar sobre mí mismo, sobre mi ser.
A veces lo más proactivo a nuestro alcance es ser feliz, sonreír auténticamente. La
felicidad como la desdicha, es una elección proactiva. Hay cosas, como clima, que
nunca estarán dentro de nuestro círculo de influencia. Pero una persona proactiva
puede llevar dentro de sí su propio clima psíquico o social. Podemos ser felices y
aceptar lo que está más allá de nuestro control, mientras centramos nuestro esfuerzo
en las cosas que podemos controlar.
Los que están arrepentidos deberán entender que los errores pasados también están
ahí afuera, en el círculo de preocupación. No podemos revocarlos, no podemos
anularlos, no podemos controlarlos.
El enfoque proactivo de un error consiste en reconocerlo instantáneamente, corregirlo
y aprender de él.
Pero no reconocer un error, no corregido ni aprender de él, es un error de otro tipo.
Por lo general sitúa a la persona en una senda de auto condena que a menudo implica
la racionalización (mentiras racionales) destinadas a uno mismo y a los demás.
Es importante corregir nuestros errores para que no tengan poder sobre el momento
siguiente, y para que volvamos a tener el poder.