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I. A MODO DE INTRODUCCIÓN
El Estado en su esfera ejecutiva –que va más allá del Poder Ejecutivo y comprende a
todas y cada una de las instituciones estatales3- tiene un rol social de satisfacción de
necesidades de la población o de prestación de servicios básicos y esenciales para
brindar a los ciudadanos de una nación mejores condiciones de vida a través de la
ejecución de obras con fines públicos tales como la construcción de carreteras,
hospitales, colegios, plantas de tratamiento, entre otros, para lo cual requiere
además adquirir bienes que permitan la implementación de éstas obras
(implementos para el funcionamiento de los hospitales o de los colegios por
ejemplo), o bienes para el cumplimiento de programas de ayuda social para los más
necesitados (por ejemplo libros o kits escolares, insumos para programas de
subsidio alimentario); asimismo, el cumplimiento de este rol social de mejora de
condiciones de vida requiere en ocasiones captar la provisión de algunos servicios
especializados que directa o indirectamente le permitan diseñar la futura ejecución
o implementación de su plan de acción.
1 A mis hijos: Matías Steve, Luciana Beatriz y Bruno Steve, porque hoy por hoy representan toda la
fuerza que necesito para querer seguir esforzándome por ser una mejor persona, porque los amo y
dan sentido a mi vida.
2 Abogado por la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de San Agustín, Maestría en Derecho
Procesal por la Universidad Nacional de Rosario – Argentina y Maestría en Derecho de Empresa por
la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas – UPC, Egresado del Doctorado en Derecho y Ciencias
Políticas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Miembro y Actual Director Académico de
la Sociedad Peruana de Ciencias Jurídicas, Miembro Titular del Instituto Panamericano de Derecho
Procesal, Ex Profesor de la Facultad de Negocios de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas -
UPC y Árbitro. johan.camargo@hotmail.com Fan Page: Prof. Johan Camargo
3 Incluso cuando se trate de empresas estatales que cuenten con accionariado privado, pero que
4 Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo. Materiales de enseñanza del “Curso de Teoría General de Proceso
Debe aclararse que al arbitraje sólo se llega si las partes del conflicto están de
acuerdo en que sea un árbitro o tribunal arbitral (llamado así cuando el tercero
decisorio está conformado por más de una persona) sea quien determine a cuál de
las dos partes asiste el derecho reclamado, caso contrario, nuestro ordenamiento
jurídico ha previsto que el conflicto convertido en litigio deberá ser resuelto por el
sistema de administración de justicia público, que no es otro que el Poder Judicial,
el que todos conocemos y que normalmente –aunque de forma errada- solemos
aceptar como legitimado a resolver conflictos, lo que tiene su explicación en el
desconocimiento que existe tanto en los ciudadanos como en los propios operadores
del derecho -abogados- de someter un conflicto a arbitraje; ello, hace que el arbitraje
no sea tan recurrente como lo es la justicia ordinaria que suministra el Poder
Judicial.
El similar sentido el profesor Fernando VIDAL RAMIREZ sostiene que: “la facultad
de los árbitros para resolver el conflicto de intereses deriva de la voluntad de la
voluntad de las partes del conflicto, que son las que deciden resolverlo mediante
arbitraje. Se trata de una facultad delegada por cuanto el convenio arbitral mismo es
una delegación del Derecho Objetivo a las partes para que, en ejercicio de la autonomía
de su voluntad, autorregulen sus propios intereses y busquen la fórmula adecuada a la
solución de su conflicto.”5
En el caso del Estado peruano, éste ha optado por mandato normativo expreso e
imperativo por someter sus conflictos derivados de un contrato administrativo a
una decisión arbitral, sin posibilidad de delegar tal potestad a la jurisdicción
ordinaria del Poder Judicial; así se ha regulado en el artículo 41° de la Ley y el
artículo 182° del Reglamento, incluso cuando las partes omiten señalar
expresamente su voluntad de acudir a la vía arbitral como mecanismo de solución
de controversias, el artículo 195° inciso 3) tercer párrafo del Reglamento ha
establecido que: “Si en los contratos señalados en el presente numeral no se ha
incorporado una cláusula arbitral, se considera incorporado de pleno derecho el
siguiente texto, que remite a un arbitraje institucional del Sistema Nacional de
Arbitraje, bajo el reglamento arbitral previsto en el párrafo precedente: [Todos los
conflictos que deriven de la ejecución e interpretación del presente contrato, incluidos
los que se refieran a su nulidad e invalidez, serán resueltos de manera definitiva e
inapelable mediante arbitraje de derecho, de conformidad con lo establecido en la
normativa de contrataciones del Estado, bajo la organización y administración de los
órganos del Sistema Nacional de Arbitraje del OSCE y de acuerdo con su Reglamento
especial].”. Entonces, el arbitraje como mecanismo de solución de conflictos
suscitados con ocasión de la ejecución de un contrato administrativo es obligatorio,
irrenunciable e indelegable, por tanto, cualquier intervención del Poder Judicial en
estos casos –salvo para las excepciones previstas por la propia Ley- deviene en
ilegítima e ilegal.
La demora y burocracia son algunos de los puntos en contra que tiene el sistema de
administración de justicia ordinaria del Poder Judicial, pues el arbitraje tiene otras
características que lo hacen privilegiadamente elegible; así Nerea ABAD GOMEZ
señala que “La simplicidad, rapidez, flexibilidad, neutralidad y confidencialidad son
algunas de sus ventajas comparativas frente a los Tribunales de Justicia”6
Aquí, cabe hacer notar que por mandato normativo existen algunas actuaciones
dentro del marco de la ejecución contractual que no pueden someterse a arbitraje,
tales como la decisión de la Entidad o de la Contraloría General de la República de
aprobar o no la ejecución de prestaciones adicionales, las controversias referidas a
prestaciones adicionales de obra y mayores prestaciones de supervisión que
5 VIDAL RAMÍREZ, Fernando. Manual de Derecho Arbitral. Primera Edición. Editorial GACETA
JURÍDICA. Lima, Mayo 2003. P. 22.
6
ABAD GOMEZ, Nerea. El Arbitraje Internacional: características de funcionamiento y ventajas. En:
https://www.bbva.com/es/el-arbitraje-internacional-caracteristicas-de-funcionamiento-y-ventajas/
requieran aprobación previa de la Contraloría General de la República, las
pretensiones sobre enriquecimiento sin causa o indebido, así como las referidas al
pago de indemnizaciones. Respecto a todos estos conflictos, quien tiene exclusividad
competencial para decidir es la jurisdicción ordinaria del Poder Judicial.
En igual sentido Silvana Gabriela GAGLIERO sostiene que “El laudo constituye la
decisión que emite el árbitro y que resuelve la controversia sometida a su
conocimiento. Es la última y, sin duda, la más importante fase del proceso arbitral. En
verdad, toda la institución arbitral está estructurada para llegar a esta etapa.-
Asimismo el laudo arbitral equivale a una sentencia judicial y puede ejecutarse como
tal.”.7
Ahora bien, el hecho que el laudo revista la calidad de cosa juzgada, supone que
contra éste no pueda plantearse impugnación alguna ante alguna instancia superior,
por lo que su exigibilidad se convierte en inmediata; es decir, que desde su emisión
no se encuentra supeditado a que otra instancia jurisdiccional ratifique lo decidido
en el laudo. En términos cotidianos, la cosa juzgada no es otra cosa que la firmeza de
una decisión jurisdiccional sea porque contra ésta se han agotado todos los recursos
impugnatorios previstos por la ley procesal aplicable o porque contra dicha decisión
las partes han dejado vencer los plazos con los que contaban para realizar tal
impugnación dejando consentir la misma, que no es otra cosa que manifestar
tácitamente su conformidad con lo decidido.
Dicho esto, resulta entonces que una vez emitido el laudo arbitral, las partes estan
obligadas a acatar y cumplir lo que en él se ha decidido, pues a diferencia de un
proceso judicial, en el arbitraje –según el diseño peruano actual- no existen segundas
instancias o extraordinarias que suspendan la exigibilidad de lo decidido en el laudo.
Es así que el artículo 59° inciso 3) del Decreto Legislativo N° 1071 sanciona
categóricamente que: “Si la parte obligada no cumple con lo ordenado por el laudo,
en la forma y en los plazos establecidos, o en su defecto, dentro de los quince (15) días
de notificada con el laudo o con las rectificaciones, interpretaciones, integraciones y
exclusiones del laudo, cuando corresponda; la parte interesada podrá pedir la
ejecución del laudo a la autoridad judicial competente, salvo que resulte aplicable el
artículo 67°”.
De la lectura de este precepto normativo advertimos que ésta claramente señala que
lo decidido en el laudo arbtiral debe ser cumplido en un plazo de quince (15) días
hábiles10 desde que es notificado el laudo arbitral, salvo en los casos en los que en
sede arbitral se haya interpuesto algún recurso –de los expresamente regulados-
contra laudo regulado por el artículo 58° del Decreto Legislativo N° 1071, en cuyo
caso dicho plazo se computa a partir del día siguiente a la fecha de notificación de la
decisión del árbitro o tribunal arbitral sobre tales recursos.
Transcurrido dicho plazo sin que el obligado haya dado cumplimiento a lo decidido
con el laudo, la parte interesada; es decir, aquella a la que el árbitro ha señalado que
le asiste un derecho que debe serle reconocido y honrado por la parte contraria,
puede proceder a solicitar la ejecución del laudo arbitral.
Tal vez el rasgo más marcado que diferencia a un árbitro de un juez del sistema
público de administración de justicia es el poder de coerción relativo que tienen los
primeros frente al poder de coerción absoluto que tienen los segundos, pues emitido
el laudo arbitral, es el propio árbitro quien puede requerir el cumplimiento de lo
decidido en el laudo arbitral pero sólo de manera exhortativa, mientras que un juez
ordinario lo puede hacer imperativamente y con el uso de la fuerza.
9 JIMÉNEZ VARGAS-MACHUCA, Roxana. Comentarios al artículo 178 del Código Procesal Civil
peruano. En: Código Procesal Civil comentado por los mejores especialistas Tomo I. Editorial ADRUS.
Arequipa Mayo 2010. P. 752.
10 Si bien el artículo 59° inciso 3) no señala expresamente que el computo del plazo deba realizarse
en días hábiles, el artículo 12° inciso c) del Decreto Legislativo 1071 establece que: “…Los plazos
establecidos por días se computaran por días hábiles…”
En esa línea, el artículo 67° en sus incisos 1) y 2) en tono bastante sumiso ha
establecido que: “1. A solicitud de parte, el tribunal arbitral está facultado para
ejecutar sus laudos y decisiones, siempre y cuando medie acuerdo de las partes o se
encuentre previsto en el reglamento arbitral aplicable. 2. Se exceptúa de lo dispuesto
en el numeral anterior, el caso en el cual, a su sola discreción, el tribunal arbitral
considere necesario o conveniente requerir de la fuerza pública. En este caso cesará en
sus funciones sin incurrir en responsabilidad y entregará a la parte interesada, a costo
de ésta, copia de los actuados correspondientes para que recurra a la autoridad
judicial competente a efectos de su ejecución.”.
El artículo 68° del Decreto Legislativo N° 1071 ha señalado que: “1. La parte
interesada podrá solicitar la ejecución del laudo ante la autoridad judicial competente
acompañando copia de éste y de sus rectificaciones, interpretaciones, integraciones y
exclusiones y, en su caso de las actuaciones de ejecución efectuada por el tribunal
arbitral. 2. La autoridad judicial por el sólo mérito de los documentos referidos en el
numeral anterior, dictará mandato de ejecución para que la parte ejecutada cumpla
con su obligación dentro de un plazo de cinco (05) días, bajo apercibimiento de
ejecución forzada. 3. La parte ejecutada sólo podrá oponerse si acredita con
documentos el cumplimiento de la obligación requerida o la suspensión de la ejecución
conforme al artículo 66°. La autoridad judicial dará traslado de la oposición a la otra
parte por el plazo de cinco (5) días. Vencido este plazo, resolverá dentro de los cinco
(5) días siguientes. La resolución que declara fundada la oposición es apelable con
efecto suspensivo. 4. La autoridad judicial está prohibida, bajo responsabilidad, de
admitir recursos que entorpezcan la ejecución del laudo.”.
Resulta que cuando se solicita una medida cautelar de embargo contra el Estado,
salta a la luz el artículo 73° de nuestra Carta Magna, el cual señala que: “Los bienes
de dominio público son inalienables e imprescriptibles. Los bienes de uso público
pueden ser concedidos a particulares conforme a ley, para su aprovechamiento
económico.”, el cual ha servido como sustento en más de una ocasión para denegar
un pedido de medida cautelar de embargo contra el Estado, pues los jueces, “dando
cumplimiento” al mandato constitucional aludido suelen declarar la improcedencia
de estos pedidos cautelares arguyendo que los bienes del Estado son inembargables.
Sin embargo, el texto constitucional expresa que sólo los bienes de “dominio
público” son inalienables e imprescriptibles, por ende inembargables, a contrario
sensu, los bienes de “dominio privado” del Estado si pueden ser afectados con
mandatos cautelares.
Y entonces ¿Qué pasa?... Si bien puede embargarse los bienes de “dominio privado”
del Estado ¿será imposible su afectación si el peticionante de la afectación cautelar
no acredita tal condición y por ende la ejecución se tornará en imposible?. Al
parecer, algunos jueces sin decirlo parecieran entenderlo así; sin embargo, aceptar
esta tesis sería dar cabida a lo que se conoce como “hacer perro muerto”, frase
comúnmente empleada para describir aquella acción en la que el deudor “se escapa
sin pagar la cuenta pendiente” y en términos más coloquiales “meter cabeza”,
“cabecero” normalmente se le dice a quien se sirve de algo a costa del sacrificio de
otro y luego se hace de la vista gorda para pagar por lo que se ha servido. Si no le
puedo embargar al Estado y éste se rehúsa a pagarme a pesar de existir un laudo
arbitral firme y un requerimiento judicial de pago haciéndose de la vista gorda,
entonces me está haciendo perro muerto o si se quiere, me está metiendo cabeza.
El derecho a la tutela jurisdiccional efectiva, no es otra cosa que el derecho que tiene
toda persona a acudir al órgano jurisdiccional para formular pedimentos y exigir de
dicha autoridad la emisión de un pronunciamiento fundado en derecho sobre las
pretensiones que se formulan, con observancia, durante la tramitación del proceso
que se instaure para tal fin del respeto de garantías procesales mínimas que
garanticen el efectivo ejercicio del derecho de defensa y obteniendo una solución en
un plazo razonable, que además deberá ser ejecutada de manera efectiva y en un
plazo también razonable, caso contrario, estaríamos frente a una afectación
manifiesta a este derecho.11
11 Cfr. CAMARGO ACOSTA, Johan S. Comentarios al artículo I del Código Procesal Civil Peruano. En:
Código Procesal Civil comentado por los mejores especialistas Tomo I. Editorial ADRUS. Arequipa
Mayo 2010. Pp. 77-78.
12 Sentencia emitida en el Expediente N.° 0015-2001-AI/TC, FJ 8
13 STC N° 4080-2004-AC/TC-ICA
como una “(...) manifestación implícita del derecho al debido proceso y la tutela
judicial efectiva reconocidos en la Carta Fundamental (artículo 139º 3 de la
Constitución) y, en tal medida, se funda en el respeto a la dignidad de la persona
humana”.”14
Queda claro hasta este momento que no existe justificación para que un juez so
pretexto de una ausencia de acreditación de bienes de “dominio privado” del Estado,
pueda retardar la ejecución de lo decidido en sede arbitral y ejecutado en instancia
judicial, denegando la concesión de medidas cautelares que permitan la ejecución
debida, pronta y razonable de la cosa juzgada, pues ello se configuraría como una
afectación del derecho a la tutela jurisdiccional efectiva.
Sobre esto, ya hubo una discusión constitucional que se encuentra plasmada en los
Expedientes Acumulados N.os 015-2001-AI/TC, 016-2001-AI/TC y 004-2002-AI/TC
que sobre Acción de Inconstitucionalidad fueron tramitados ante el Tribunal
Constitucional peruano, en los cuales éste determinó que: “la inexistencia de una ley
especial que determine qué bienes del Estado son embargables, no supone que el juez
de ejecución y el órgano administrativo correspondiente no puedan dictar o ejecutar
embargos sobre bienes del Estado. (…) En efecto, la procedencia del embargo sobre
bienes del Estado, sean estos muebles o inmuebles, no debe tener más límite que el
hecho de tratarse, o tener la condición, de bienes de dominio público, por lo que
corresponde al juez, bajo responsabilidad, determinar, en cada caso concreto, qué
bienes cumplen o no las condiciones de un bien de dominio privado y, por ende, son
embargables”; añadiendo que “ante el vacío de legislación que precise qué bienes
estatales pueden ser embargados, el principio general es que al juez le corresponde
pronunciar el carácter embargable de un determinado bien, analizando, en cada caso
concreto, si el bien sobre el que se ha trabado la ejecución forzosa está o no relacionado
con el cumplimiento de las funciones del órgano público, y si está o no afecto a un uso
público”.
En dicho caso, la Primera Sala Comercial resolvió: “1.) Declarar NULA la resolución
número tres, de fecha treinta y uno de enero del año en curso (fojas 54 a 55), emitida
por el Octavo Juzgado Civil con sub especialidad Comercial de Lima que declarará
IMPROCEDENTE la solicitud cautelar dentro del proceso. 2.) Ordenar al Juez de la
causa renueve el acto procesal afectado, y expida nuevo auto con la observancia de lo
expuesto en la parte considerativa de la presente resolución.”
Con esta aclaración tanto por parte del Tribunal Constitucional peruano como por
parte del Poder Judicial, no cabe duda que los bienes del Estado son perfectamente
embargables y que no es justificación la ausencia de certeza de la condición de
bienes de “dominio privado” de éstos para denegar una petición cautelar, pues recae
en el juzgador la obligación de determinar qué bienes del Estado constituyen bienes
de “dominio público” y cuáles de “dominio privado”, para lo cual deberá recurrir al
poder coercitivo que le asiste aplicando los apremios que resulten necesario para
alcanzar tal objetivo, no hacerlo importa que el juez no cumpla su función de tal y
que la ejecutabilidad de lo decidido con autoridad de cosa juzgada no refleje una
efectiva tutela jurisdiccional para el justiciable.
Sin embargo, cuando se cree haber encontrado la luz al final del túnel surge un
tercer problema, casi diabólico, que surge de una indebida aplicación supletoria de
normas de la Ley que regula el Proceso Contencioso Administrativo (en adelante, la
“LPCA”) al Proceso de Ejecución de Laudos Arbitrales, pues, algunos jueces –y no
pocos- han optado por invocar como norma aplicable a la etapa de ejecución forzada
en los procesos de ejecución de laudos arbitrales el artículo 42° de la LPCA,
supletoriedad que desde el punto de vista del suscrito resulta inaceptable y bárbara,
por cuanto dicha norma ha sido diseñada para un tipo de proceso específico y no
para los procesos de ejecución de laudos arbitrales que determinan obligaciones de
orden dinerario para el Estado.
Nos explicamos:
Esta norma, si bien se refiere a las “sentencias en calidad de cosa juzgada que ordenen
el pago de suma de dinero” a cargo del Estado, se encuentra diseñada para la
ejecución de aquellas obligaciones dinerarias del Estado que surgen como
consecuencia de un Proceso Contencioso Administrativo, pues hemos de recordar
que la LPCA prevé la posibilidad que un administrado pueda solicitar al órgano
jurisdiccional reconocimientos económicos como consecuencia de la impugnación
de actos administrativos. La LPCA es una norma que ha sido diseñada para regular
la relación procesal entre la Administración y el Administrado que debemos
recordar es una relación de desiguales, vertical, mientras que en el caso de la
Contratación Administrativa si bien una de las partes es el Estado, ésta se caracteriza
por conservar una relación de carácter horizontal entre el Estado y el Contratista
proveedor, por tanto, no existe razón para que una de ellas –el Estado en concreto-
pueda rehuir a sus obligaciones derivadas de la ejecución de un contrato celebrado
escudándose en privilegios que le otorga una legislación diseñada para otro tipo de
relaciones jurídicas.
Aceptar esta posición judicial de diferir las obligaciones de pago del Estado
derivadas de la celebración y ejecución de Contratos Administrativos, no hace más
que generar inseguridad jurídica absoluta, donde el claro mensaje es que el Estado
puede contratar a un proveedor haciéndole creer que le pagará por la prestación
que recibirá de este último, servirse del trabajo del proveedor y luego pagarle
cuando pueda, dicho en otros términos, es una grosera habilitación al “perro muerto
estatal”, con lo cual no sólo se afecta al Contratista proveedor sino en general al
Sistema de Contratación Estatal, pues la regla para contratar nunca fue realizar el
pago de sus obligaciones dinerarias –incluidas las de restitución- a través de un
procedimiento regulado para otro tipo de relaciones jurídicas, con lo cual
ciertamente se genera la percepción –que en la realidad se tiene- de que el Estado es
una mal pagador, cabeceador por naturaleza y por tanto poco conveniente contratar
con él.
De otro lado, aceptar esta posición judicial supone una contradicción a lo resuelto
expresamente tanto por el Tribunal Constitucional peruano como por el Poder
Judicial –en el caso de la Primera Sala Comercial de Lima- respecto a la posibilidad
de embargar los bienes de “dominio privado” del Estado para una pronta ejecución
de lo decidido.
VI. CONCLUSIÓN
El problema es que a pesar de los esfuerzos del Tribunal Constitucional y del Poder
Judicial –en algunas de sus instancias-, lo dicho por ellos no pasa de ser una mera
declaración lírica, o sea, letra muerta que sigue tolerando el denominado “perro
muerto estatal”, a causa de que existen aún magistrados en el Poder Judicial que al
parecer inconscientemente asumen que en su rol de trabajadores del Estado –pues
éste es quien paga sus salarios- deben evitar de una u otra manera, aun empleando
los argumentos más absurdos, afectar al Estado compeliéndolo a que honre los
compromisos que asume con sus proveedores, legitimando así una conducta
escapista, cabecera o perromuertera de parte del Estado hacia sus obligaciones.