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Silvina Ocampo

y Adolfo Bioy Casares

Los que amOn, odian

emecé editores

·- -- ----·- -
• 1

© Emecé Editores, S. A., Argentina, 1946 j

Primera edic~Ón en ·esta col~cció'n: febrero de 2002 Se disuelven eri mi boca, insípidamente, reconfortan'"
temente, los últimos. glóbulos de-arsénico.(ar.senicum
Emecé Editores, España, 2002 album). Amiizquierda, enla.mesa de trabajo, tengo un
Proven~. 26o, o8oo8 Barcelona (España) ejemplar:. en hermoso Bodoni, del Satyricón, de Cayo'
Petronio. A mi derecha, la fragante bandeja del té, con
Depósito Legal: B. 3-s8s-2oo2 sus delica-das porcelanas y sus frascos·nutritivos.Diría-
ISBN 84-95908-oS-s se que las ·páginas del libro están.gastadas por lecturas
Composición: Foto Informática, S. A. innumerables~ el té ·es de China; las. tostadas son que-
Impresión: A&M Grafic, S. L. bradizas y. tenues; h miel es de abejas·que han libado flo-,
Encuadernación: Lorac Pon, S. L. res de acacias, de favoritas y de-lilas. Así, en este limita-
Printed in Spain -Impreso en España do paraíso, empezaré·aescribirJa·historia del asesinato
de Bosque del Mar.
© Reimpresión de Editorial Planeta, S. A., 2oo2 Desde mi punto de vista, el primer capítulo trans-
Córsega, 273-279, o8oo8 Barcelona (España) curre en urr salón comedor, en el tren nocturno a Sali-
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni nas. Compartían mi mesa.uh matrimo'nio amigo -dile-
parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. tan tes en liter.atuta y •afortunados. en ganadería- y
Todos los derechos reservados. una innominada señorita. Estimulado ·por el• consom-
mé, les detallé. mis propósitos: en busca de una de-
leitable y fecunda soledad -es decir, en ·busca de rní.
mismo- yo me dirigía a ese nuevo balneario que ha-
bíamos descubierto los más refinados entusiastas de
la vida junto a la naturaleza: Bosque del Mar. Desde haáa
tiemp_o acariciaba yo ese proyecto, pero las exigencias
del-consultorio -pertenezco·, debo confesarlo, a la co-
fradía de Hipócrátes-· postergaban mis vacaciones. El
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Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares
6 Introducción

matrimonio asimiló con interés mi franca declaración:. remos nuestros pasos a la picaresca saludable y al ame-
aunque yo era un médico respetable -sigo invaria- no cuadro de costumbres?
Ya el aire de mar penetraba por la ventanilla. La cerré.
blemente los pasos de Hahnemann- escribía con va-
riada fortuna argumentos para el cinematógrafo. Aho- Me dormí.
ra la Gaucho Film Inc., me encarga la adaptación, a la
época actual y a la escena argentina, del tumultuoso
libro de Petronio. Una reclusión en la playa era impres-
cindible.
Nos retiramos a nuestros compartimientos. Un rato
después, .envuelto en las espesas frazadas ferrov.iarias,
todavía entonaba mi espíritu la grata,sensación.de haber
sido comprendido. Una ·súbita inquietudéatemperó esa
dicha: ¿no había obrado temerariamente? ¿No había
puesto yo mismo en manos de esa, pareja, inexperta los
elementos necesarios para que me arrebataran mis:ideas?
Comprendí que era inútil cavilar. Mi espíritu, siempre
dócil, buscó·un asilo en la anticipada com:emplación de
los árboles junto al océano. Vano esfuerzo. Todavía esta-
ba en la víspera de esos pinares ... Como Betteredge. con
Robinson Crusoe, recurrí a mi Petronio. Con renovada
admiración leí el párrafo

Creo que nuestros muchachos son tan ~tontos porque·


en las escuelas no les hablan de hechos reales, sino depira-
tas emboscados, con cadenas, en la ribera; de tiranos pre-
parando edictos que condenan a los hijos a decapitar a
sus propios padres, de oráculos,. consultados en tiempos
de.epidemias, que ordenan la inmolación de tres.o más
vírgenes ...

El consejo es, todavía hoy, oportuno. ¿Cuándo renun-


ciaremos· a la novela policial, a la novela fantástica y a
todo ese fecundo, variadory ambicioso campo de la lite:..
ratura que .se alimenta de irrealidades? ¿Cuándo volve"

-·'
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'.
'"

Cumpliendo estiictamente mis órdenes, el camarero me


despertó a las seis.de la mañana."Ejecuté unas breves~
abluciones con el resto de la media Villavicencio que
había pedido antes de acostarme,tomé"diez glóbulos de
arsénico, me vestí y pasé·atcomedor. Mi.desayuno con-
sistió en una fuente de frutas y dos tazas de café con leche
(no hay que olvidarlo: en los trenes elté es"de Céylán).
Lamenté no poder"explicar a la pareja que IJle.había acom-
pañado durante la cena de la víspera.algunos detalles
de·laJey de •propiedad intelectual; -iban mucho:más allá
de Salinas (hoy Coronel Faustino Tambussi), y sin.duda
intoxicados por los productos de la farmacopea alopá""
tica, dedicaban ·al sueño.esas horas liminares de la maña-
na. que son, por nuestra incuria, la propiedad exclusiva
delhombre de campo. .
·con diecinueve minutos de atraso -a las siete y dos-·"'
el tren llegó a Salinas. Nadie me ayudó a bajar las male-
tas. El jefe de la estación -por lo que pude apreciar la
única persona ·despierta en el pueblo- estaba dema-
siado interesado en un canje de pueriles aros de mimbre
cop el maquinista para. socorrer a un viajero ~olitario,
apremiado por el. tiempo y los·equipajes·. Ácabó por fin
el hombre sus tratos· con el maquinista y se encaminó
hacia donde yo estaba. No soy rencoroso, y ya se abría
mi boca enuna sonrisa éordial y la mano buscaba el som-
Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 11
10 Los que omon, odian

brero, cuando el jefe se encaró, como un demente, co~ con las manos el minucioso trayecto. Después agregó-:
la puerta del furgón. La abrió, se precipitó adentro, y vi Si encuentra despierto al jefe, le doy un premio.
caer, amontonadas en el andén, cinco estrepitosas jau- Le indiqué dónde quedaban mis equipajes, le rogué
las de aves. Me ahogó la indignación. Para salvarlas de que no dejara partir sin mí al automóvil del hotel y avan-
tanta violencia, de buena gana me hubiera ofrecido a car- cé por ese dédalo abierto, bajo un sol absoluto.
gar con las gallinas. Me consolé pensando que manos
más piadosas habían lidiado con mis maletas.
Velozmente me dirigí al patio trasero, para averiguar
si el automóvil del hotel había llegado. No había llega-
do. Sin dilaciones decidí interrogar al 'jefe. Después de
buscarlo un rato, lo encontré sentado~enla sala de1 es-..
pera.
-" ¿Busca algo? -me preguntó.
No disimulé i:ni impaciencia.
-,Lo busco a usted. ,·
-AquLme.tie'ne, entonces. '-'-
--Estoy esperando el automóvil del' Hotel Central,.
de Bosque del Mar. ~ • .J
-Si no le:molestala compañfa,1e aconsejo que tome
asiento. Aquí, .siquiera, córre aire ~onsultó,su reloj-'-'-'-.
Son las~siete y catorce, y mire que hace ·calor. Le· soy ver-:.
dadero: estova a acabar en.una.tormenta.
Sacó del bolsillo un pequeño cortaplumas de nácar
y empezó a limpiarse las uñas. Le-pregunté si .tarda-
ría mucho en llegar e}automóvil del hoteb Me .respbn-
dió:
-Mis pronósticos no cubren .ese punto.
Siguió absorto en- su tarea con el cortaplumas.
-¿Dónde está.la oficina dexorreos? --interrogué.
-Vaya hasta la bomba de agua, más allá_de los vago"
nes que.están enl(,l. vía muerta. Deje a su derecha el árbol,
doble en ángulo .recto, crucé frente a la casa de.Zudeida
y no se detenga hasta llegar a la panadería. La casilla
de chapas es el correo. -En el aire mi informante seguía

.. J.
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Aliviado podas instrucciones precisas que había impar-


tido -toda correspondencia a mi nombre debía remi-
tirse afhotel-, ePlprendí ef regreso. Me detuve junto a
la bomba y, después de enérgicosesfuerzo·s, logré enga-
ña¡; la sed y mojarme la cabeza con dos o tres chorros de
agua tibia. Con paso vacilante llegué a la estación.
En el patio había un viejo· Rickenbacket cargado con
las jaulas de-las galli'nas. ¿Hasta cuándo tendría yo que
ésperar en ese infierno el automóvil.del hotel?
En la sala de espera encontré al jefe conversando
ton~ufi.hombre abrigado con una gruesa campera. Éste
me preguntó:
-¿El doctor Humberto Huberman?
Asentí. El.jefe me. dijo:
-Ya cargamos su equipaje: _
Es increíble la felicidad que estas palabras me pro-
dujeron. Sin mayor dificultadlogré intercalarme entre
las játilas. Iniciamos el viaje hada Bosque del Mar.
El camino, dürante las primeras cinco leguas, con.:.
sistió en una sucesión de pantanos; el progreso.del meri-
torio RickenbackerJue lento y azaroso. Yo buscaba el
mar, como-un griego del Anabasis: ninguna pureza en el
aire parecía anunciarlo. En torno aun bebedero, una maja-
da inmóvil creía guarecerse en las endebles rayas de som- ~
bra que proyectaba un molino. Mis compañeros de via-

i"'""
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los que aman, odian

je se agitaban en sus jaulas. Cuando el automóvil se dete-


nía en las tranqueras, diríase que un polvillo de plumas,
IV
como un polen de flores, se propagaba en el ambiente,
y una efí~era sensación olfativa traía a mi memoria un
feliz episodio de la infancia, con mis padres, en los galli-
neros de mi tío, en Burzaco. ¿Confesaré que durante algu-
nos minutos logré refugiarme, en medio de los sacudones
y del calor, en la prístina visión de un huevo pasado por
agua, en una taza de porcelana blanca?
Llegamos, porfiñ, a una cadena-de médanos.Divisé Me desperté enlap.enumbra. No sabía·dónde estabani
a la distancia uha franja cristalina. ~aludé al·mar:- Tha- siquiera qu_é horé\ era. Hice un esfuerzo, co~o.quien tra-
lassa! ... Thalassa!... Se trataba de un espejism~. Cuaren- ta de orientarse. Recordé: estaba en mi cuarto;·en el Hotél
ta minu~os después divisé -una mancha violeta. Grité Central. Enton.ces oí él roar. ·. ~
para mis·adentros:.Epi oinopa pontQn! Me dirÍgí al cha_uj Encendí la luz. Vi en mi cronógrafo "'-que yacía jun-
feur. ' . r
to a los volúmep~s ele Chiróh, deXent, de Jahr, de Allen
-Esta vez no me équivoco, Ahí está· el mar. · y de Hering, sobre la mesita de pino:...!.-! que eran las cin-
-·Es flor morada·~ontéstó el hombre. co de la tarde. Pesadamente empecé a vestirme:¡Qué
Al rato sentí·que los1baches habían·~esaqo. El chauf- des_canso verme libre de la-rigurosa indumentaria que
feur me dijo:. -,
nos importen los convencionalismos de la vida urbana!
-.Tenemos que andadigero. La marea sube dentro Como un evadido.ae la ropa,.me enfundé en mi camisa
de unas horas. · - ..
escocesa, en.mi pantalón de franela, en mi saco de brin:
Miré a mi alrededor~ Avanzábamos Jentam~nte por crudo, -en el plegadizo panan;tá, en los viejos zapatones
unos tablones, en medio de una .extensión ele arena. Entre amarillos y en el bastón con empuñadura en cabeza de
los médanos de la derecha aparecía, lejano, el mar: Pre- perro. Agaché l\1 cabe~a, con no disiriui~adá. satisfac..,
gunté¡ . ~
ción examiné en el espejo mi abultada frente de pensa-
-_._Entonces, ¿por qué~anda tan despacio? · · -- ' dor, y c;>tra vez convine con tanto observador impar-
-Si una rueda se._desvía-de los tablone~, no.slent~- cial: la similitud entre mis facciones y las de Goetbe es
rramos en la arena.
auténtica. Por lo demás·, no soy un hombre··a:lto; para
• No quise pensar enJo que pasaría si nos .~n~o~trá­ decirlo con ·uq vocablo sugestivo, soy menudo -mis
. bamos con otro automóvil. Estaba demasiado cansado humores, mis reacciones y mis pensamientos no se ex-
-para preocuparme. Ni siquiera a_dvertí la frescura marí- tenúan ni·se embotan a lo largo de una dilatada geogra"
tima. Logré-articular la pregunta:
fía-. Me precio de tener una cabellera agradable a la
-¿Falta mucho?
vista y al tacto, de poseer unas. manos pequeñas y her-
-·· No -contestó-. Ocho legu~s. mosas ' de .ser breve .en las muñecas, en los tobillos, en
- ' . -
- ~~- ~ ~
r
1 1.6 Los que aman, odian Silvina Ocampo· .A:dolfo Bioy Casares •17

la cintura. Mis pies, «frívolos viajeros», ni cuando duer- me ·hu.ndía ·el sqmbíéro en la cabeza para que no .me lo
mo descansan. L_a piel es blanca y rosada; el apetito, per- arrebatara el viento, y con la otra hundía en la arena el
fecto. bastón, buscandO. inútilmente él apoyo de unos tablo-
Me apresuré. Quería aprovechar el primer día de nes que afloraban de trecho en trecho, jalonando el cami-
playa. no. Los z~patortes, rellenos de arena, eran otras· tantas
Como esos recuerdos de-viaje que se borran de la rémoras en mi marcha.
memori¡¡ y que luego encont;;ramos en el álbum de foto- Fi_nalmertte entré ert una zona de arena más· firme.
grafías, en el momento de aflojar las correas de mi male- A uno·s ochenta metros,.hada la derecha, un velero gris
ta vi -¿por primera vez?-las escenas de mi llegada al yacía vqlcado en la playa; vi que·una escalera.de cuer-
hotel. E},edifido, blanco y moderno, me pareció pinto- das pendía de la cubierta y me dije que en uno dé•mis
rescamente enclavado en la arena: como un buque en próximos paseosJa escalaría y visitaría el barcn. Ya cei.:
·~1 mar, "o un oasis en el desierto. La falta de árboles esta- ca del mar, junto a un grupo de· tamariscos, tremolaban
ba compensada por unas manchas verdes capricho- dos sombrillas anaranjadas. Contra'un.fondo de res"'"
$!1JP.ente distribuidaª ---=dientes de león, que parecían plandores inverosímiles, hecho de mar·y cielo. surgie-
avanzar como un.reptil múltiple·, y·rumorosas'estacas ron, nítidas como a través de un lente, las figura·s:de
de tamarisco-. Hacia el fondo del paisaje l}abía dos Q dos muchachas en traje. de baño y de un hombre de-azul
tres casasy algun~ choza. ~ con gorra de capitán y pantalones remangados·.
Ya ]l_o estaba cansado. Sentí como un éxtasis de j úbi- No había otro sitio_donde resggardarse del viento,
lo. Yo, el doctot Humberto Huberman, había descubierto Decidí atercarme, por detrás deJas sombrillas, ·a los tama-
el paratso del hombre de letras. En dos meses de traba- riscos.
jo en-esta soledad terminarla mi adapta~ión de Petronio. Me saqué los zapatones, las medias yme arrojé en-la
Yentonces ... Un nuevo corazón, un hombre nuevo. Ha- arena. 'La sen~adón de placer fue perfecta. Casi:perfec.,
qpa, ·por fin, sonado la hora de buscar otros autores, de ta: la moderaba la previsión·inevitable del regreso al hotel.
'' 1
renovar el espíritu. Para evitar cualquier intromisión de los vecinos.-ade-
Furtivamente avancé por oscuros pasadizos. Quería más·de los mencionados había un hombre oculto pot
evitar un posible diálogo con los dueños del hotel-leja- una sombrilla..,...,. apelé a mi Petronio.yfingí engolfarme
nos parientes míos-que hubiera demorado mi encuen- en la lectura. Pero mi única lectura en· esos momentos
tro con el mar. La $Uerte, favorable, me permitió salir sin de-irremisible abandono fue, como la de los augures, el
ser visto e jniciar mi paseo por la arena. Éste fue .una dura blanco vuelo de unas gaviotas contra el cielo plomizo.
peregrinación. La vida en la ciudad nos debilita y .nos Lo que yo no había previsto cuando me acerqué a
enerva de tal modo que, en el shock del primer momen- las sombrillas era que sus ocupantes hablaran. Hablaban
to, -los sencillos placere$ del campo nos abru:tnan como sin ninguna consideración hacia la belleza de la tarde ni
torturas. La naturaleza no tardó en persuadirme de lo hacia el fatigado vecino que procuraba en vano abstraer-
inadecuada que era mi indumentaria. Con una mano yo se en la lectura. Las vocE;s, que hasta entontes se tonfun-
--~--~~-------------~
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.........................
Los· qul! aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 19

dían con el coro .del mar y el grito de las gaviotas, se pre-


-¡Yo $OY lJna niña qt!e "ª a e:nttar en el·ftgua_!
cisaron con, desagradable_ energía. Me pareció. reconocer -Sos una malcriada -r~plicó Emilia, afectuosamen""
por lo menos-a una de las voces femeninas.
te-. ¿Querés $Uicidarte o querés rnatar:uos de mied.o?
Movido por una naturalcuriosidad,.me volví hacia El novio de -Emilia insis_tió:
el grupo_. N o vi~e:r:t seguida a la muchacha cuya voz creí
-Co~ esa corriente no se bañe, MªJ'Y· Serfu.Yn dis-
reconocer; la tapaba una sombrilla. Su·c_ompañera esta·- parate.
ba.dé pie; era al~a, rubia, ¿me atreveré a· decirlo?, muy
Cornejo consultó su reloj[dej::mlsera.
hermosa, con una piel de impresionante blancura, con --La. marea ~stá.subiendo -sentenci~. N o hay nin"'
manchas rosadas («color de salmónxrudo», según dic-
gúnpeligro. Si promete no aleHírse;tiene ~i_c;:QQsenti­
taminaría. después el doctor Manning). Su cuerpo era miento.
demasiado atlétiCo para mi gusto y·en ella se advertía, Atuel se-dirigió a la muchacha:
tomo una tácita_ presencia, una animalidad que atrae_ a -Si_ no puede volver, de poco le·valdrá su consenti-
ciertos hombres sobre cuyas_aficiones prefiero no opinar. miento. Hágame caso y no se pañe .. ·
Después d,e escuchar unos minutos ·la conversación~
-¡Al agu~a.t -gritó Mary, joyi~lment~'
reuní los siguientes datos: la muchacha rubia, una peli:-
Saltaba, se ajustaba la gorra de báño·y repetia:
grosa melómana,~se 1lamaba Emilia. La otra, Mary, tra-
-¡Soy una pjp_~ c;oJ;l ~las! ¡Soy una niña con alas!
ducía o corregía. novelas policiale~ para una.editorial de --·Entonces estoy de más -dijo Atuel-: Me retiro,
prestigio. Las. acomp~ñaban dos hombres. Uno· de. ellos
-No seas ne~i9 -le dijo EmUia.
-el de gorra azul- era un do.ctbr Cornejo; me impre- Atuel se alejaba sin escucharla. Pero antes de irse des-'
sionó por sus rasgos bondadosos· y por su íntimo co-
cubrió mi presencia y lile miró c;:o:o. severidªcl. . Pm: mi
nocimiento del mar. y de la meteorología. Tendría unos parte, confieso que la grácil figura:de Mary reclamaba.mi
cincuenta años; su ·cabello gris y sus _ojos pensadores le
atención. En verdad,era urta niña con ªlas_, Al encuep-
conferían una expresión romántica, 1;10 desprovi_sta de
tro de ~.ada ola agitaba los-brazos en.alto como jugando
vigor. El otro era un hombre más joven,. amulatado. A des- con el cielo. ,
pecho de cierta:vulgaridad en el-hablar y de una aparien-
«¿M~ry? ¿La señorita María Gutiérrez?», me pregunté.
cia que recorqaba los cartelones del «tango en París» =-pelo
Es tan difícil reconocer á las personas en traje de baño ...
negro, l<~do, ojos vivos, nariz.aguileña·- fue pareció que
¿La muchacha que me visitó este año en el con~ultorio
ejercía sobre sus c_ompañeros_-náda brillantes, por lo
y a quien le recomendé. vacaciones en Bosque del Mar?
demás-· alguna superioridad intelectual. Descubrí qué
Sí, estaba seguro. La muchacha delicadamente pe:rdid!l
se llamaba Enrique Atuel y .que era el novio de.Emilia.
en el ¡¡.p:rigo de pie,les. Ahí e_staban los ojos t:enegridos,
-·Mary, ya es tarde para que se bañe -dijo Atuel; ora pícaros, ora soñadores. Ahí estaba el accrochecoeur
con una voz cadehc_iosa-. Además, el mar está bravo y
sobre la frente. Recordé qQe yo· ~e b9.bía cUcho, honda-
usted no descuella en .la resistencia.
doso: «Somos almas hermanas». Era, como yo, un caso
Alegremente resonó la v_oz que me era.familiar:;
de arsénico. Ahí estaba, saltando junto al mar, la eíifer-
~~r
1 - 20 Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 21

; ¡1 ma que este inVierno yada inerte en los cómodos sillo'- -¡Emilia! ¡Emilia!
1 nes de mi consultorio. ¡Otra-cura maravillos·a del doc- Ante nuestros ojos atónitos, Emilia corría por la pla-
tor Huberrrian! ya, nadaba hacia Mary, regresaba con Mary.
'rl
1
Unas inquietas exclamaciones me despertaron de Rodeamos, jubilosos, a las nadadoras. Ligeramente
este·ensueño. En efectO, Ia eximia nadadora se había ale- pálida, Mary me pareció más bella aún. Dijo con forza-
1 1 jado con prodigiosa facilidad. da naturalidad:
-Se ha alejado nadando en gfáfi-estilo -protestaba, -Son unos alarmistas. Es lo que son: unos alar-
1 tranquilizador,Cornejü----'". No corre peligro. Volverá. mistas.
-Se alejó porque la llevó la comente -declaró Emilia. El doctor Cornejo intentó persuadida:
Unos gritos me hicieron mirar hacia otro lado. -Usted debió evitar que el agua levantada por el
-¡No puede volver! - viento le golpeara en h cara.
Era Atuel, que llegaba: gesticulando. Se encaró con el El niño seguía llorando. Mary, para consolarlo, lo
doctor Cornejo y le arrostró: > estrechó entre sus hermosos brazos mojados. Le decía
-¿Consiguió lo que quería? No-puede volver. tiernamente:
Juzgué que había llegado la hora de intervenir. Se pre- -¿(:reíste que me ahogaba, Miguel? Yo soy la niña
sentaba, en efecto, una ocasión favorable para practicar del mar y tengo un secreto con las olas.
las enseñanzas. de crawl stroke y saltfatnéñtó -tan sus- Mary demostraba, como siempre, su gracia exquisi-
ceptibles de olvido- que elprofesor Chimmara de Obras ta, pero demostraba también esa oscura vanidad y esa fatal
Sanitarias me había inculcado. ingratitud de los nadadores, que nunca reconocen haber
.-Señores -dije resueltamente-, si alguien me-pres- estado en peligro y que re:t}iegan de quienes los salvan .
ta un traje de baño la rescataré.- Entre los personajes de ese episodio hubo uno que
--Es un honor quetné reservo -declaró Cornejo-. me impresionó vivª-.m~nte. Fue el.niño, un hijo de una
·Pero tal vez p·odriamos inditarlé a esta niña que avance hermana de Andrea, la dueña del hoteL Parecía tener
en sesgo, en dirección noreste-suroeste ... once o doce años. Su expresión era tan noble; las líneas
Atuello interrumpió: de su rostro eran regular_es y definidas; sin embargo, había
-¡Qué sesgo ni qué pavadas! La muchacha se-está en él u,pa IJl~zcla de madurez y de inocencia que me
ahogando. disgustó;
Un movimiento instintivo, o el deSeó de no presen- -¡El dQctor Huberman! -exclamó, sorprendida,
ciar üña disputa, me desvióla mirada en dirección al bar- Mary. Me había reconocido.
co. Vi a un niño· que bajaba por la escalera de cuerdas, Conversando amistosamente.emprendimos nuestro
que corría hacia rtoSotío$. regreso. Miré hacia el hotel. Era un pequeño cubo blan-
Atuel se desvestía. Cornejo y yo nos disputábamos co, contra un cielo de nubes grises, desgarradas y retor-
un pantalón de baño. cida~. Recor.<J~ una estampa del catecismo de mi.niñez,
El niño gritaba: titulada «La ira divina».
V

¡Con.qué admirable docilidad-reacciona un organismo


no violado pot la medicina alopática! Un simple vas9 de
cacao frío disipó nii cansancio. Me' sentí reconforta-
do, dispuesto a hacer frente a todas. las vicisitudes que
pusit~ta en: mi camino la vida. Tuve urrmomento de vaci-
lación. ¿No convendña tomar de aliada a la rutina y émpe"
zar, ahí'mismo, m.is.tareas literarias?· ¿O podía consagrar
íntegramente esa primera tarde de vacaciones~al ocio
reparador? Mis manos·respetuosas acariciaron unos ins ..
tan tes el •\ibro de .Petrohio; lo miré con nostalgia. y lo
deposité en la fuesa de.luz. - - 1
Antes de salir quise 1abrir.la ventana para que .entrara
a raudales, en mi cuarto, el aire·de la·tarde. Empuñé resuel-
tamente el picaporte, lo hice,girary di el tirón necesa-
rio ... Me fuj contra la ventana. Abrirla era imposible,
Este gracioso incidente evocó_en mi memoria las con-
sabidas excentricidades de mi ·tía Carlota. Ella. también
tenía una propiedad al borde del mar, en Necochea, y
temía tanto el efecto del aire marirlo~sobre los.metales,
que había hecho construir la casa con ventana·s falsas y-,
cuando no había huéspedes, todo lo envolvía en.espi-
rales de·papel, desde la manija del fonógrafo hasta la.cade ..
na del water closet. Por lo visto se trataba de una maJ:lÍa
deJamilia, que se había extendido hasta-las ramas más
lejanas y desacreditadas, Pero yo estaba resuelto a--que
24
Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 25

abrieran la ventana -con útiles de carpintería, si era la sombra que se alejaba; la incierta luz del vano de la
indispensable- y a que se renovara ese aire viciado. Ya escalera me reservaba una revelación: ¡el pequeño curio-
sentía un principio de cefalalgia. so era Miguel, el niño que había conocido a la tarde en
Tenía que hablar con los dueños del hotel. Avancé a la playa! En la primera oportunidad lo reprendería. Me
tientas por la oscuridad de los corredores, donde el aire encaminé hacia mi habitación -en el extremo opues-
era tan denso como en mi habitación, y llegué a una esca- to del corredor-, pero ya era imposible no oír las voces.
lera de cemento gris. Dudé entre bajar o subir. Seguí Involuntariamente me esforcé en reconocerlas. Eran las
mi primer impulso: bajé. El aire se hizo aún más irres- voces de la playa. ¡Emilia y Mary se insultaban con una
pirable. Me encontré en un sótano asombroso: había una violencia que me anonadó! Oí apenas. Me alejé con un
especie de hall, con un mostrador y un.fichero para. lla- profundo desagrado en el alma.
ves; había, .más allá de una puerta: vidriera, una sala en Volví a mi cuarto (todavía cerr~do), abrí mi botiquín,
la que se acumulaban comestibles, botellas de vino. y resplandeciente de etiquetas blancas y.de tubos pardos
enseres ·de limpieza; en una de las paredes, un enorme y de tubos verdes, puse en uná pulcra hoja de papel los
fresco representaba una escena misteriosamente paté . . diez glóbulos de arsénico y los dejé caer sobre la len-
tica: en una habitación decorada con palmas, frente a un gua. Falt:aba, exactamente, un cuarto de hora para la cena.
ancho ventanal, abierto de par en par, por-donde el sol
derramaba torrentes de esplendor, un niño,.que p~recía
un pequeño paje, se inclinaba levemente sóbre un lecho
donde yacía una niña muerta. Me pregunté quién sería
el pintor anónimo: en el rostro.de la niña resplandecía
una belleza •angelicalry en el del niño, convocados por
facultades ·que parecían ajen~s al arte. plástica, .había
mucha inteligenciay mucho dolor..Pero tal vez me equi-
vaque; no soy un crítico.de pintura (aunque todo lo
cultural, cuando no sofoca la vida, es de mi incumbencia).
Quise abrir la puerta vidriera; estaba cerrada con lla-
ve ... En ese momento oí unos gritos. :M,e pareciÓ. que
venían.del otro piso. Movido por una incontrolable curio-
sidad, subí corriendo. Me detuve; anhelante,. en el des-
canso de la escalera; volví a oíi los gritos,.hacia la izquier.,
da:,hacia el fondo del corredor. Me deslicé cautelm¡amente.
Algo amorfo y veloz salió a mi encuentro y me rozó un
brazo. Temblando (tenía la impresión de haber sido em-
bestido. por un gato fantasmagórico), seguí· con los ojos
,r¡¡
1'
1
VI

Mi apetito era plenamente satisfactorio. <;::inco minutos


antes de la cena juzgué 'Oportuno acetcarme'a la zona del
comedor, para que el toque del gong no- me .tomara des-
prevenido. Atareados en.la distribución de ,las· servilletas
y de las·qnástas·de los panes, encontré a mis parientes ,los
dueños. Decidí encarar sin más trámite el asunto de la ven:-
tana. Yo no pagaba en el hotel-mis parientes me de-
bían, desde tiempos inmemoriales, una suma de·dirtero-,
pero no ~staba.dispuestó a ser tratado como quien recib~
favores. Mi pri:rp.o, un hombre prematuramente canoso,
nada !?anguíneo, de gr~ndes ojos absortos, y de expresión
cansada, oía con ecuanimidad, casicorrdulzura, mis órde,...
nes de desclavar .en el acto la ventana. Un solícito silen-
cio fue su· única reacción. Andrea;su mujer, lo interpeló:
-Ya te decía, Esteban; aquí nos sepultamos· en la are.,
na. Para donde uno vaya hay arena, una cosa infinita.
Un súbito entusiasmo se apoderó de Esteban.
-N o· es cierto, Andrea. Al sur están los cangrejos. El
23 de octubre del año pasado, no, fue el24, el caballo
del farmacéutico se metió en el pajonal; ante nuestros
propios ojos desapareció en el barro.
-.A mí me. gustaba ese lote en Claromecó -prosi-
guió Andrea, con sórdido resentimiento-. Pero Este-
ban no.quería ni que le hablara. Y aquí nos tienés, con
deudas, en este hoteLque sólo .da· gastos.
28
Los que aman, odian Silvina: Ocampo Ado,lfo Bioy Casares 29
Andrea era joven, sana, de ojos movedizos y faccio.,.
nes regulares, pero no agraciada. Tenía un intermina- El gong interrumpió nue§tra t<;m:veJ§ª-~WD. . L? gol-
peaba afanosamente una anciana obes~,~que sonreia con
ble resentimiento que se manifestaba en una laboriosa
y agresiva amabilidad. puerilidad. Me dijeron que erala g~c~lografª. .
Esteban dijo: 'La gente no tardó en ll~gar. Nos sentamos arnnco-·
nadas en el extremo de una mesa excesiv¡lfuente largª''
-Cuando nosotros llegamos no había nada; una casi-
Me presentaron a la única persona que todavía yo no
lla de chapas, el mar y la arena. Ahora está nuestro ho-
conocía: el doctor Manning. Era pequeño, rosado, arru-
tel, el Hotel Nuevo Ostende, la farmacia. Las estacas de
gado, in~omunicado. Estaba vestido de pescador y_:enía
tamarisco han prendido por fin. Reconozco que esta
permanentemente una pipa en la boca, que lQ cubna de
temporada.es pobre, pero el año pasado todos los cuar-
tos estaban ·ocupados. El lugar progresa. -- ceniza.
Una_silla estaba vacía: faltab;:t Emilia.
. -:Tal vez no me he expresado claramente -dije con
Andrea, ayudada por una criada:, servía la mesa. Este-
Iroma-. Lo que yo quiero es q"ue_·abran mi ventana.
ban comía desganadamente. Habíamos tomado la sopa
--Imposible·-·respondió Andrea con irritante tran,.
quilidad--. Pregúntale a Esteban. ¿CuáLes el progreso? de arvejas cuando se. levantó con extrerri:~a sua~ida~,
fue hacia· la radio, se puso· los-lentes, m ovio los diales Y
Hace dos años_ teníamos la recepción.en la planta baja;·
nos ensordeció con un progra,ma de boleros.
ahora tenemos allí el sótano. La arena sube todo el tiem-
po. Si abriéramos tu ventana se nos:inundaría la casa de y~: c~n alguna insistencia,,dirigía ~iradas·de a~mo'L
arena. - • nición y de reproche al nLño Migu~l, .Este me ,rehma lps
ojos y miraba, con simulado interés, a Mary. El doctor
El asunto de la ventana estaba perdi<;lo. Soy--por lo
menos e:Q apariencia-- un buen perdedor. Para cam-, Cornejo también la miraba. , .
-¡Qué anillos más hermosos! -exclamo_ CorneJo,
biar de conversación rogué a.mis primos que me canta"".
ran lo que supiesen de ese velero encallado en la arena tomando con ademán seguro la mano de la muchacha-.
El.brazalete es d~ oro catorce y los rubíes son perfectos;
que yo había visto en mi paseo de la tarde. Esteban res~
pondió:' -Sí no son malas estas joyas-.contestó Mary-.
Las her~dé. Mi madre ponía todo _su dinero en alhajas.
-Es el]oséph K. Lo trajo la.marea.una noche. Cuan-
do nosotros nos establecimos había otro barco en la cos- Confieso que en el primer momento las joyas de M.ary
ta, pero sobrevino una tormenta-y deJa noche. a la maña- me parecieron más fastuosas que genuin~s. Ha!, por cie~­
na el mar se lo llevó. · to entre las fantasías modernas y las mejores JOyasanti-
. -Mi sobrino -afirmó Andrea-· se pasa las horas
~as una analogía -el color de ~as piedras:Ja_comple-,
Jugando enese·barco. Para mí es un misterio que no se jidad de los engarces, el s¡mbohsmo del diseno= que
aburra. ¿Qué hará allí, solo, todo el día? desorienta al observador casual. Mi prima, la hotelera,
no,.pafecía compartir esas dudas. La codicia brillaba en
-Para mí no es·un misterio~-respondió Esteban-.
Ese barco me da gan~s de ser chico. sus ojos. . . _
Subiendo excesivamente el registro de mi voz -el
30· Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 31

aparato de radio nos aturdía- pregunté a Mary qué libros tema completo. de las mareas en 1la costa sudatlántica.
interesantes había leído en este último tiempo·. Luego, ante la creciente alarma de mis primos, procedió
-¡Ay! -r~spondió-·. Los únicos libros que leo son a proyectar dos improbables éspigones:para nuestra pla-
los que traduzco .. Le prevengo "que forman una biblio- ya. A continuación habló de los cangrejales y· con todo
teca ·respetable.
realismo-adoptó las posturas· que los circunstantes de-
-NoJa creía tan trabajadora.-comenté. bían ensayar en caso de caer en un cangreja!.
" --,-Sino me cree, vaya a mi cuarto -dijo en un tono Empezábamos, por fin, a olvidarnos de Emilia ..Mary
sarcástico-·. Ahí-tengo todoslos.libros que he traduc~­ intervino:
do. ¿Por qué será que:no puedo separarme de mis cosas?. -¡Ay, yo tengoJas preocupaciones-de Santa.Lucía!
¡Las quiero tanto!... ¡Guardo también los manuscritos La-arena le ha puesto a Emilia lo.s ojos como si 4ubiera
deJas traducciones ylos borradores de"los manuscritos! llorado. ·-Se dirigió a su hermana-: Pasa luego por·mi
Ya estábamos· comiendo el segundo plato -UÍlas aves cuarto y te prestaré unas gotas.
un poéo tiernas. para mi gusto.- cuando llegó Emilia. Era admirable la delicadeza con que Mary quería di-
Teriía los.ojos brillantes y enrojecidos, como·si acabara simular el llanto de su hermana. Ésta ni siquiera con-
de llorar. Tenía ese frágil y solemne aislamiento .de las testó.
personas que han llorado .. H1,1bo un malestar general, no Pero ·Mary pensaba en todo.
disminuido por los esfuerzos que hacía cada uno de noso- A diferencia de· media humanidad,.recordó.que rece-
tros para disimularlo. tar ante un médico -aun recetar unas gotas. de A qua
Mary nos interrogó:. fontis- era ofensivo. Exclamó con su gracia.habitual:
-¿No los molesto si apago la radio? -¡Qué torpeza la mía, coh un doctor adelante!·¿Por
-Se lo agradeceremos -dije, cortésmente. qué no la atiende un poco.a mi hertnana,.que.buena fal-
El silencio fue·un alivio, pero.no·un alivio duradero. ta le hace?
Callada la música, ya no teníamos donde ocultarnos y Me puse las gafas y miré a Emilia fijamente. Le pre-
cada uno era un impúdico testigo de la incomodidad de gunté con deferencia: ·
los demás y de· la tragedia de Emilia. ¿Qué secreta ene.,. ~Después de leer, ¿tiene dolores de cabeza? ¿Sien-
mistad· ardía en.el corazón de esta muchacha? Hay toda- te que sus,bellos.ojitos le queman, cómo dos globos de
vía un tratado por escribir sobre el llanto de las mujeres; fuego? ¿Ve moscas que no existen? ¿Ve en torno a la luz,
lo que uno cree una expresión de·ternura·es aveces.una de noche, un halo verde? Expuesto al aire, ¿sulagrimal
expresión de odio, y las más sinceras lágrimas suelen ser se dilata?
derramadas por mujeres que sólo se conmueven ante Interpreté el silencio de Emilia como una respuesta
sí mismas.
afirmativa. Dictaminé en el acto:
Con excelente ánimo, el doctor Cornejo trató de rea- -Rutafoetida, mil. Diez. glóbulos al despertarse.
nimar la conversación. Ayudándose con diagramas que Tengo en mi botiquín algunos frasquitos. Le daré uno,
trazaba con el tenedor en el mantel, nos explicó el sis- si me permite.

- ------- ------- ~-
Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 33
32 Los que amah, odiar]

Finalmente Emilia: tuvo que acceder. Con mal disi-


-Gracias, doctor. No me hace fa.lta -re~popdió
mulada·contrariedad:se acercaba al piano, cuando Mary
Emilia.
Parecía no advertir mi atención. Cont:in11ó:
la detuvo.
-·Emilia-dijp-, vas a tocarnos el Vals olvidado, de
-N o es la arena lo que me hizo llorar.
Estas palabras no contribuyeron a consolidar la ani.., Liszt.
.La ·pianista se, quedó mirando rígidamente a Mary.
mación de los· circunstantes.
Creí descubrir en sus ojos, celestes y diá(anos, la frjal-·
Ese esforzado voluntario, el do<;to:r Cornejo, inter-
dad del odio. Luego, súbitamente, sus-facciones se tran~
vino:
quilizaron.
-Ha.ce vei'nte años que verane_ó junto al mar, de los
-No .estoy·con~áhimo de. ejecutar piezas tan ale.:
cuales ocho, sucesivos, .en Quequén. Y bien, señores,
gres -respondió con indiferencia-. _PreJe:riria el Claro
puedo asegurarles que ningun<l play;;t ofr~<;e tantos atrae-,
de luna de Debussy.. . -
tivos como ésta para el estudios_o de los desplazamien-
-El Clar:o.de luna no conv.iene.a tu.sensibilidad. Tus
tos de la a:r~na.
manos lo tocan, pero el alma está ausente. ·El vals,- Emi-
A continuación levantó los planos, en el mantel,_de una
lia, el vals.
f1,1tura plantación destinada a fijar los médanos. Antelos
-¡El vals! .,.,..,..exclamé _con:g<i:lantería.
resueltos trazos del tenedor,_mi·prima_se estremecía,.
No me considero experto en cuestiones·musicales·,.
Con las últimas uvas, el doctor ,Manning se retiró a
pero comprendí que era de buen tono apoyar la· moción
una mesa apartada. Lo vi sacar del bolsillo diminutas
barajas y jugar solitario tras solitario. - ----·- .. - deMary.
Atuel intervino:
-··No pued.o pasar.un día_sjn oh: músil:(},-dijo Mary.
-¡Pobre Emilia! No la dejan tocar lo que quiere.-
Y miró extrañamente a su hermana.
Esta frase era ·una injustificada agre_sión COilt!"(l PlÍ.
-¿Quiere que ponga la radio? -inquirió At11el."
La dejé p(lsar. Vi que Emilia miraba a Atuel con lágrimas
-¿Cómo? ¿Con-una concertista? -exclamó Mary,
dando l)ueva~ pruebas de su exqui~it<l sensibilidad. Des- en los ojos.
pués se acercó a su hermana y, tománd_ola del br_azo, -le Mary insistió eri su pedido. Emilia se encogió de hom-
bros, se sentó al piano, recapacitó d11iante algunos ins'"
rogó con un cariñoso mohín-.. Toca alg'o de tu r.eper ...
torio, Emilia. tantes y empezó a tocar. El fallo de Mary había sido justo:
en Emilia la técnica. era más notable que ei alma. La eje-
Ésta replicó:
cución fue, parcialmente, correcta; pero se advertían'
-No tep.go ganas.
peiJ.osas vacilaciones, como si la pianista hubiera olvi-
-N oseas así:, Emilia-la alentó su novi~. L.Qs seño-
dado, o conociera poco, la obra que nos ofreCía. Todos
res quieren oírte.
aplaudimos. Con una ternura que me conmovió, Mary
Juzgué op·ortuno mediar.
besó a su hermana. En seguida exclamó: ·
-Estoy seguro -dije pausadamente- que la seño'"
-¡Cómo interpretaba este vals Adriana St1cre!
rita no nos privará del honor de escucharla.__
34 los que aman, odian Silvina Üé:dmpo Adolfo Bioy Casares 35

Tal vez con el propósito de~ borrar la mala impresión El doctor Cornejo, ep quien'empecé a notar una' mar'"
causada, Emilia acometió con lúcido· entusiasmo los cris- cada inclinación a entrometerse en asuntos ajenos, pro-
talinos acordes del Vals melancólico. Pero sólo la ancia- pUso qtie ·algtino de :Q.osotros fuera en:busca de 1Emilia.
na dactilógrafa la escuchaba. Nosotros preferíamos seguir -·No -dijo Atuel con insólito buen sentido~. A las
las deliciosas anécdotas de niñez que venturosamente mujeres histéricas hay que dejarlas solas.¿ N o es verdad,
la m'úsica inspiraba en Mary, Puedo jurar que las dos doctor?
pequeñas ;biografías orales que Mary nos delineó -la Le concedí mi aprobación.
suya, consentida y adorable; la de Emilia, más irónica, Afuera aullaban alternadamente :los perros·.. La anda-
pero igualmente cariñosa- eran obras de arte compa- na que hacía las veces de dactilógrafa se ¡lcercó él-una ven-
rables, en su género, a las deliszt. Emilia·acabó de tocar: tana. Sonriendo inexpresivamente exclamó:
Mary·le gritó: ,.. -¡Qué noche! ¡Qué pettos! Ladraba_n así cuando
-¡Les hablaba a estos señores de la prediÍección que falleció abuelito .. Estábamos como ahora en.un herma,..
siempre mostraba.por ti nuestra madré! Cuando llegaba so,balneario. ·"
alguno de tus novios le pedía a la profesora que tocara Seguía moviendo la cabeza, como si todavía oyera
el pial).o; después les hacía creer que eras tú la que había música. ·
tocado. Hoy, para el Vals olvidado, te hubiera conveni- De· pronto, el ªullido de los perros se. perdió en un
do la estratagema. aullido inmenso; era tomo sí un perro gigantesco y sobt~­
-Tenés.razón -contestó Emilia-:, pero no te olvi =- natural gimiera por las desiertas playas todo el dolor de
des que yo no quería tocarlo. Además, no sé por qué estás la tierra. El viento se había levantado,
tan agresiva conmigo. -Una tormenta de viento. Hay que cerrar las puer-
Mary gritó patéticamente: tas y las ventanas -declaró. mi primo.
-·¡Mala! ¡Eso. es lo que eres: una mala! -Echó a llorar. Un golpeteo como de lluvia azotaoa las-paredes·.
Atuel se dirigió a Emilia: -·· Aquí las 'lluvias· son de arena -observó--mi pri=-
-Es cierto. No tenés corazón -le dijo. ma. Después agregó:,._,: CotHal que .no quedemos en-
Todos rodeamos a Mary (salvo el doctor Mamling, terrados~... •·
que seguía, monótono y preocupado, perdiendo .solí-· Á:"gilmente la obesa dactilógrafa tetraha las ventanas.
tarios}. Mary lloraba como 'una niña, como una prince- N os miraba Sonriendo y repetía:
sita. (según observó Cornejo). Verla tan apenada y tan -:¡Esta noche-va ~a: ocuuir algo! ¡Esta noche .:Va: a úcti-
hermosa me sirvió -lo digo con egoísmo-. para com- rrir algo!
probar que yo sí tenía corazón. Estábamos muy ocupa- Sin duda estas·palabras'Ínconsultas•conmovieron el
dos con Mary; nadie advirtió que Emilia se retiraba, o tal. alm:a impresionable de Mary.
vez 1lo advirtiera el pequeño Miguel, que nos miraba sub.,. -¿Dónde estará Emilia? -dijo olvidando todo resen-
yugada, como si representáramos una escena de gran timiento-. Exijo que.alguien vaya a buscarla:
guiñol. ·-=Paso por alto la-exigencia, para que no digan que
36 Los que qman, odia_n
Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 37
soy delicado -concedió Atuel-. Tal vez el doctor Cor-
viento quería derribarnos y la arena nos golpeaba en el
nejo quiera acompañarme ... rostro y nos cegaba.
Había un contraste entre el urgente ulular del vien-
-Esto va a durar -vaticinó mi primo.
to, áfuera, y el aire inmóvil y escaso de ese interior don-
Partimos en busca de la muchacha extraviada.
de nos sofocábamos en torno de una lámpara impávida·.
La espera p.os pareció interminable.
Finalmente, los hombres regresaron.
-La hemos bus<:;ado por toda_s partes -afirmó Cor-
nejo--. Ha desaparecido.
Mary ttivo un nuevo-ataque. de Ital).to. Decidirn_os
aprestarnos para. una expedición de rescate. Cada- uno
corrió a su habitac:ión, ~n busc:a d~ abrigos. Yo me.inclui
en un gorro de lana, en un sacón a cuadros y en unos
guantes peludos. Enrosqué alredeQ.or de mi !;'!.le!lo una
bufanda escocesa. No olvidé la linterna sorda.
Ya salía, cuando reparé en mi bótiqtiín. .'{gmé un fras-
quito de Rutafoetida. Fue. .una inspiración de hombre .de
mundo.
-Tome -le dije a Mary, cuando volví al salón"""""_.
Mañana se lo da a su hermana.
El efecto que e~ta se·dante: declaración operó sobre
Mary fue radical. Demasiado radical, e11 mi opinión:
minutos después, cu¡¡pdo :me d_irigía hacia la salida del
hotel, vi, contra la blancura del muro, dos sombras que
se besaban. Eran Atuel y Mary. Pero quiero adílr.arlo:
Atuel se resistía; Mary lo asediaba apasionadamente.
«¿Qué somos)), murmuré, «sino-osamentas besadás
por los dioses?)). Con el alma-apesadumbrada, seguí mi
camino. Algo aulló en lapenumbra. Era el niño. Yo había
tropezado con él. Me miró ~n instante -¿qué había
en su expresion: desprecio, odio, terror?--; después
huyó.
Cuatro hombres, forcejeando, apenas pudieron abrir
la puerta. Nos encontramos-en la noche de afuera. El
VIl

A la mañana siguiente Mary estaba muerta. Poco antest


de fas ócho me habían·de"spertado unqs ruidos.desapa-
cibles: era ~ndrea.que· nie .llamaba, pidiendo alixi.lio.
Encendí la hlz;.tápidamentesalté de la cama,:con pulso·
firme deposité los diez glóbulos de· arsénico sobre el papel
y dé ahí los pasé a mi' !engua, :me envolví en mi r.obe de
chambre morada, abrí la·puerta .. Andrea me miró con
ojos de llanto;como disponiéndose a echarse en mis bra-
zos:Resueltamente dejé las mano~ en los bolsillós.
Muy pronto supe lo ocurrido. Mientras la seguía
por los cQrredorés del hotel; mi prirp.a me dijo que Emi-
lia acababa de encontrar muerta a su ·hermana. Dé· una
espesa trama de sollozos y gemidos entresaqué la infor-
mación.
Tuve un presentimiento !Jlelanéólico. Recordé mis
prometidas vacaciones, la·tarea literaria. ·Musité: «Adiós,
Petronio)), y penetré en el aposento de .la tragedia.
La primera impresión qué tuve fue de .dulzura. La
lámpara.iluminaba la cabeza de Emilia contra una fila de
libros. Emilia lloraba silenciosamente, y me pareció des-
cubrir en la her.mosura de su rostro una placidez que
antes no había advertido. Sobre la mesa vi un alto de
manuscritos y de pruebas de imprenta; un tibio impul-
so de simpatía palpitó en mi pecho. La muerta estaba
en la cama: y, ·a primera vista, parecía tranquila y dormi-
1

1. 1

40 Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 41

da. La miré con alguna detención: presentaba los sig- der~ la partida de defunción ... Es a otro a quien deberán
nos de envenenamiento por estricnina. convencer de que se trata de un suicidio.
Con una voz en que parecía sollozar la esperanza, Probablemente yo me hubiera dejado convencer muy
ir' 1
Emilia preguntó: pronto. Pero mis palabras eran hijas de la pasión: me di-
vertía molestara Cornejo. Además, con ese plural-<<debe-
1

.1
1 -¿No será un ataque de epilepsia?
1'
Hubiera querido contestar afirmativamente. Dejé rán convencen>- ponía bajo la sospecha de asesinato a
1111
,¡, todos los presentes. Eso también me divertía.
1
1" que el silencio contestara por mí.
¡1''
¡,:11
1
-¿Un síncope? -interrogó Andrea. -Temo que el doctor Huberman tenga razón -afir-
Atuel entró en la habitación. Los demás -desde mi mó Atuel, y yo recordé su sombra y la de Mary. Conti-
primo Esteban-hasta la dactilógrafa, incluidos.Manning nuÓ--=-'-: Aquí está. el frasco de los glóbulos que tomaba
y·Cornejo-. se agolpaban junto' a la puerta. ' todas las mañanas; el corcho está en el suelo ... Si el ve-
Juzgué.que. el d,eceso ,había ocurrido dentro de las. neno estaba escondido ahí, nos encontramos ante un
últimas dos horas. Contesté a la pregunt?-~de An'drea: crimen.
-Murió envenenada. . Era el último toque, ya no podríamos librarnos de
-Yo me _fijo en la comid,a que 1es doy -replfcq la policía. Pensé que, en lo futuro, debía dominar mis
1 ~ 1
Andrea, ofendida-. Si Juera· por_ algún alimento, esta- impulsos.
1: ríamos todos ... El doctor Cornejo decla_ró:
-No digo que haya ingerido un alimento en mal esta-' -No olviden que estamos entre caballeros. Me nie-
1
do. Ingirió veneno. go a aceptar sus conclusiones.
El-doctor Cornejo .entró enla habitación, abrió los Un grito desgarrador, elemental, interrumpió mi
brazos y me dijo impetuosamente:. · cavilación. Después-oí unos pasos precipitados que se
-Pero, señor doctor, ¿qué insinúa? ¿Cómo se an:e~ alejaban.
ve, delante de la señorita Emilia ...? -¿Qué-es eso? -pregunté .
Me ajusté los anteojos y miré al doctor Cornejo con -Miguel--<;:o:n.testaron.
impasible desdén. Su afectada_ cortesía, que erá sólo un Sentí que esa destemplada intervención era como un
pretexto para entrometerse, empezaba a impacientar- reproche a todos nosotros por haber condescendido a
me. Además, con su exaltación y sus ademanes, respi- pequ~ñeces y mezquindades ante el definitivo milagro
raba como un gimnasta. Faltaba aire en el cuarto. de la muerte.
Respondí secamente:
--El dilema es claro: suicidio o·asesinato.
La impresión que'produjeróii mis palabras fue pro-
funda.
Continué:
-Pero, en definitiva, no soy yo el médico que exten-
VIII

La· tormenta había-amainado. Mandamos el Rickenbac:-


1 1
ker a Salinas.
Durante la- m~ñana Emilia y A tu el acompañaron a
la muerta. Los demás pensionistas nos turnábamos, con
discreción, en ese diste deber. Andrea.casi no apareció
por el cuarto. Que una persona hubiera fallecido en el
hotel la contrariaba; recibir ahora a· la policía, y afi'ontar
una investigación, era. algo. que excédía,su .compren.-~
sión·y su tolerancia:. En eLtrato con:.Atuel y con.Emilia
se· permitía desatenciones. Cuap.do·hablaba de la muer-
ta no disimulaba su rencor,
A las once en punto me allegué a la cocina y le pedí
a Andrea-que me preparara-mi inveterado caldo con:tos-
tadás. Tuve una desagradable imprésión:Andrea estaba
pálida y .un temblor en la mandíbula anunciaba la inrrii-
néncia deF llanto. Dominando apenas mi impaciencia,
consideré que una demora en la llegada del caldo era casi
inevitable, Me pareció.pr.udente no hablar.hasta que lo
sirvieran.
Estoy dispuesto a reconocer muchos defectos-en mi
prima,,pero·afirmo.que.esuna excelente·cocinera.'El cal-
do que me trajo era superior, tal·vez, al que me prepa-·
ran eh el consultorio mis dos ~nanos correntinos.
Sentado a horcajadas en el banquito de carpintero, con
la bandeja delante, me resigné a escuchar.a Andrea.


44 los que aman, odian
Silvino Ocompo Adolfo 8.10y eosares
45
-Estoy preocupada con Miguel-me aseguró en u~
El niño no estaba.
tono que parecía monopolizar para nosotros dos el buen
Clavada en la pared h b' , .
sentido y la ecuanimidad-. Esas mujeres no recuer- , . . a Ia una pagma recortada de
dan que es un chico y no se esconden para pelearse ni ~ Gráfi;ob. el equt~o ~e primera división de Ferrocarril
para estar con el novio. este. o re un diano extendido como un
s b b ,1 , • a carpeta
o re un au ' habla un frasco de gomina vac¡'o .'
La anciana dactilógrafa pasó ágilmente con un mata- ne ·u d , un pei-
1 'uLn cept o e dientes y un atado de cigarrillos Barri-
moscas en la mano. Retrospectivamente oí los monó-
ete. a cama estaba revuelta.
tonos golpes que la cazadora venía descargando contra
las paredes y los muebles. Como la tormenta impedía
abrir.las ventanas, .el hotel éstaba lleno de moscas. El
ambiente estaba pesado.
-·Te olvidas que üna de «esas mujeres» ha muerto
-dijo prosiguiendo· la conversación con.Andrea.
N o solamente el caldo merecía elogios: Las tostadas
eran eximias.
-Con esnacabaron de enloquecerlo. Estoy preocu-
pada·,. Humbertd. Miguel ha t~nido una infancia triste.
Es'anémico, está mal desarrollado. Es muychico:para su
edad. Cavila todo el tiempo.:Mi hermano creía que el mar
podía fortalecerlo ... Está en su cuarto·Uorando._Me gus:-
taría qtie:lo vieras .
.La crueldad de mi prima con la muerta·no debía ofus-
carme; lo que había dieho sobre· el niño era atinado. -Las
primeras impresiones dejan en el alma un eéo que resúe.,
na a lo-largo de la vida. Incumbe a la responsabilidad de.
todos los hombres que ese eco no sea ominoso. No. debía
olvidar, sin embargo, la feaactitud de Miguel, escuchando
las íntimas discusiones de Emilia y de Mary.
Seguí a Andrea hasta las profundidad~s de la casa,
hasta el cuarto de baúles, donde le h~bían puesto.la cama
a Miguel. Mientras vanamente· palpaba las paredes en
busca de la llave .de la luz, Andrea·-encendió un fósforo.
Después prendió un resto de vela en un candelero celes-
te, sobre urí baúl.·
1 11

1 11

IX

Andrea pretendía que la ayudara en la, busca de Miguel;


conseguí librarme de ella. l;:ntré en_, el cuarto de Mary a
tiempo para evitar que la dactilógrafa -esa 'atareada
encarnación de Muscarius, el dios que alejaba las mos-
. cas de los altares- cometiera un error. irrep~rable. En
efecto, ya había arreglado los papeles que había so.bre la
mesa; ahora se. disponía a ordenar la mesa de luz·.
-.¡No toque nada! =:;-grité-. Va a confundir las im-
presiones digitales.
Miré severamente .a Cornejo y_a Atuel. Me pareció
que este último sol\re~a.con velada malida, _ _
Mis palabras no perturbaron a la dactilógrafa. Empu-
ñó el matamoscas; un brillo alegre y sibilino apareció en
su mirada; exclamó: «Ya les decía que Iba a ocurrir algo>>;
y dando golpes·en las paredes se alejó-velozmente,
Cuandó sonó el gong del almuerzo, Emilia.dijo que
no iba a subir. Con más impertinenda que galantería·,
(;ornejo se empeñó en reemplazarla.
-Simpatizo con usted, Emilia. Pero créame, noso-
tros también nos sentimos responsables ante una tra-
gedia-tan horrible ....Sus nendos están destrozados. Debe
alimentarse. Aquí todos formámos una pequeña fami.,.
lia. Yo soy el más viejo, y reclamo. el honor de acompa-
ñar a su hermana.
Ejemplo típico de falsa cortesía: importunar a todas
lllw

·~ 48
Los que aman, odian

X
1

las personas para ser amable con una. ¿A mí me había


consultado? Sin embargo, me ponía en el trance de ofre-
cerme de plañidera y quedar sin almuerzo. Además, él
mismo había sugerido que Emilia debía sentirse res-
111

ponsable de la muerte de su hermana. Era natural que


:11"1 quisiera pasar un rato a solas con ella antes de que lle-
1
: 11111
garan los funcionarios y la policía.
1'
' " Atuel se acercó a Emilia y le habló paternalmente:
-Vos harás lo que quieras, Emilia -le acarició un
brazo:-"-.,Si vas a almorzar, .me quedaré yo, natqralmen- Sentí lifi ines-pérado bienestar en la compañía de Emf'-
te,. Sit10, decime siquerés.que te acompañe o si,querés lia, y me aventuro a creer que mi presencia, no le desa·-
quedarte sola. Hacé lo que yos quieras. gtadaba.
< «El estilo·es el hombre>>, pensé.,El.estilo delAlma que Estábamos en ese caserón.cerrado ·con,::to en un bar-
có en. el fondo del mar~-O; ·más exactamente: como en
canta empezaba a exasperarme.
Emilia.insistió en quedarse. U. miré con una mezcla -un submarino que se ha ido a pique. Yo tenía la impre-
de admiración y de gratitud que sel\timos los hombres sión de que el aire disminuía angustiosamente. En todas
-hijos de,mujeres, al fin- ante los más altos ejemplos partes me encontraba incómodo y no:lo estaría más en·
del alma femenina. Cuando me retiraba advertí-, sin el cuarto de la muerta.:Acompañar a· Emilia era un acto
,embargo, qu'e Emilia había encontrado, en medió de su de piedad·.
dolor, ánimo. para mudarse de ropa-y aderezar su coque .. En esa: casa hasta la conducta del tiempo era anó-
mala. Haoía·horª-sfugacés y horas1entas, y cuando miré
tería.
Durante el-almuerzo, el ruido de los cubiertos y.el zum- el reloj, poco antes de entrar en el cuarto de Mary, eran
bido de los moscardones predominaban extrañamen- las dos de la tarde; yb había imaginado .que serían las
te. Apenas hablábamos, Manni~g casi pareció locuaz ... cinco.
Es horrible decirlo, pero «la pequeña familia» se,mira- Estábamos solos en el cuarto. Emilia·me·preguntó
si yo conocía-mucho a su hermana.
bá ·Con desconfianza.
Nadie se acordó de Miguel. Salvo Andrea. Cuando -No ,_,:¡e dije-. En mi calidad de médico solamente.
Estuvo dos o tres veces en el consultorio. -Añadí una
nos levantamos, me llevó aparte.
-.No lo hemos encontrado -me anunció-. Estará mentira b·enévola-: Creo que en alguna ocasión me
llorando en el barco. O ~nla arena. O en los cangrejales·. habló de usted.
Seguiremos la busca. Cuando. tenga noptias te avisaré. -Nos queríamos mucho -comentó Emilia-. Mary
¿Por qué me avisaría a mí? Me i,rritaba que -me toma,.. me trataba con tanta dulzura ... Cuando murió mi madre
ra de cómplice en esas preocupaciones seudomaternales. tomó su lugar en la casa. Ahora me dej<r sola.
-Lo tiene a Atuel-sugerí• con hipocresía.
50 Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares
51

A pesar mío vi la escena de la noche anterior, vi a Mary -¿Dónde estuvo anoche, cuando salió?
besándolo. -Muy cerca -respondió con nerviosidad. Precipi-
-El pobre la sentirá casi tanto como yo -de~!aró tadamente, continuó-: Recostada contra una de las
Emilia, y un fulgor de nobleza iluminó su rostro-. Era- paredes de la casa. El viento no me dejaba alejarme. Vol-
mos muy compañeros los tres. ví muy pronto. Me abrió Andrea. Ustedes habían salido.
Me invadió una profunda desazón. Las sillas crujían al menor movimiento. Éstos eran
-Pero, ¿se van a casar pronto? -pregunté por mera indispensables y continuos. Nuestra fisiología adquiría
curiosidad. una súbita preponderancia. Suspirábamos, estornudá-
-Creo que sí. Pero esto ha sido tan inesperado ... bamos, tosíamos.
Por ahóra quiero solamente_pensar eh Ma.ry, refugiarm~ Por primera vez en su biografía, Andrea fue opor-
con ella en los recuerdos de la infancia, en Tre.s Arroyos. tuna. Apareció en el marco de la puerta y me llamó.
La experienc~a me ha enseñado que personas sin nin- Miguel había regresado.
guna cultura y normalmente incapaces de con~tíuir una
frase, urgidas por el dolor dicen frases p¡¡téticas. M~ pre-
gunté cómo se desempeñaría Huinberto Hubermán-, co~
toda su erudic:ión, en circunstancia~ análogas.
Emilia continuó: .
--
. Y ahor;¡ viene la policía. Lo peQr es que no qy.ieto
saber la verdad. -Las lágrimas le corrían por la: car.a-"-"-.
Después de lo ocurrido sólo tengo una profunda, ternura
hada Mary.. N o ·puedo resignélrme. a que 1~: ·martiricer:t
·con la autopsia.; ,. '
1 _Esto no me paredó razonable. Se lo dije con·tqdª
franqueza.
-.tarde o temprano haría lo mismo el proceso de la
disolución. Pero la verdad nos-inter.esa.a todos, Emilia.
Además, ahora Mary vive en su--recuerdo. De ahí no se
la podrán sacar.
La dactilógrafa -ent:¡;ó con un ramo de vieja:; marga-
ritas de género. Lo depositó a los pies dé la cam~. -
-··Son todas las flores que había en el hotel-.dijo.
La vimos irse-. Emilia tal vez murmuró «gracial)». Ya
no podíamos hablar,
Para rómper el silencio _pregunté:
XI

En la vacilante luz de la, vela el cutis ceroso; la mirada


intensa.y la cara de:laucha de Miguel me impresionaron.
Vertiginosamente registré una sensación insólita en
mi experiencia y por démás desagradable: yo perdía el
aplomo. En efecto, agazapado en la penumbra del cuar.,.
to de baúles, Miguel parecía.resuelto ·a defender.su mis-
terio. Mi nervio~a imaginación evocó imágenes de peque-
ños y feroces animales acorralados.
El niño me miraba en los ojos ..Espontáneamente elu-
dí esa obstinada expresión-y, con ostensible tranquili-.
dad, me dediqué a mirar los baúles, la mesa de luz~ el des.!.
vencijado catre, las paredes. Reparé·enla fotografía.del
equipo de football. Tuve una inspiración ·genial.
-Veo, mi amiguito, que usted también es un entu,-
siasta de Ferrocarril Oeste.
Ninguna luz de simpatía iluminó el rostro:de Miguel.
-·¿Ha estado en el Club Atlético de Quilmes? -aña-
dí-. ¿Vio el trozo de valla rota por un pelotazo de Eli- '
seo.Brown?
Ahora Miguel sonreía. Pero mis.conocimientos de
los «histpriales del footballí> hábían llegado •a su térmi-
no. Mi próxima intervención en el diálogo combinaría.
astutain~~te.los caracteres de la retirada y del ataque.
-¿Dónde pasó la tarde? -pregunté con un tono;dis-,
traído-. A usted no le asusta la tormenta.
IQ,
Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 55
54 Los que aman, odian

Recordé el velero abandonado, creí que hablaría-~ Bajé los ojos. De pronto me quedé mirando unas
mos de temas navales, consulté mis recuerdos de Con- manchas de sangre en el suelo. Aparté un poco dos baú-
rad. Bruscamente Miguel contestó: les. Resonó un grito ahogado. Sentí un vivo dolor en el
-Fui a casa de Paulino Rocha. rostro -las uñas de ese chico debían de estar envene-
-¿Quién es Paulino Rocha? nadas; todavía llevo las marcas-. Me quedé solo. En el
Miguel estaba sorprendido. suelo, entre los dos baúles, había un enorme pájaro blan-
-El boticario -explicó. co, ensangrentado.
1" Yo había recuperado el aplomo. Continué el interro-
j 1

gatorio.
-·¿Yq'ijé.hacías en casa del boticario?
--Fui a pedirle que me enseñara a conservar las algas.
Sacó de abajo del·catre'una lata de nafta, con los bor""
des mal recortados; la inclinó; flotaban en el agua, unas.
tiras rojas y verdes.
Vi claramente en el alma de mi pequeño interloéu:-
tor. Son los niños un.haz· de. v:a:¡;jadas posibilidades.
Miguel participaba delpescador, del filatélico, def na tu"
ralista. De una trama de circunstanéias dependía- -tal
vez de mí dependía- que siguiera Jos fáeiles.méandros
del coleccionista o del sportsmano que se aventurara por·
las·desafpradasavenidas de la ciencia.
Pero no debía permitirme· esas consideraciones, por
fecundas y oportUnas que fueran; debía proseguir; incan-
sable, mi actividad policial.
-¿La.querías·mucho a la:señorita Mary?
1:
11
ComprendÍ' en seguida que •al formular esa· pregunta
había cometido un error. Miguel miraba intensamente·
la lata de nafta, el agua oscura, las algas. Estaba de·nue,
vo defendiendo su misterio.
Ernarde para:retroceder. Traté de averiguar qué sabía
el chico de las relaciones de•ladifunta, de Atuety qe Emi-
lia. En ese sentido, nada lograron mis.investigadones.
Tampoco su contribución a mi con-ocimiento .dé Este-
ban y de Andrea fue generosa.
XII

Yo abrigaba.seric;>s temores .. Miré hacia afuera, a través


de la ventana del hall. La tormenta había recrudecido.
Mis planes eran precisos: tomar el té; visitar a Emi.,.
lia antes de la llegada de la policía; recibir a la policía. La
inútil demora de mi priiiJa en· preparar, receta en mano,
unos scones que aspiraban a. remedar los justamente,
famosos dela·tía Carlota, significaría,taLvez, eLderrum,..
be de ese razonable proyecto .. Miré de n'!J.evo por la ven-
tana. Me sentí reconfortado. Como oleadas de agua negra
azotapah.Jos vidrios; -era· la arena. Después, en relám-
pagos de claridad, podía entreverse un paisaje infernal;
el suelo en disgregado y raudo movimiento, levantán.,
dose en ~remolinos iracundos y en trorhbas.l
Por fin teso!).Ó el gong. La dactilógrafa lo golpeaba
acompanándose con blandos váivenes de cabeza. Todos,
salvo Emilia, nos congregamos en ekomedor, entorno.
a la bandeja del té .. Mientras saboreaba un scone juicio-.
samente dorado consideré que los hechos -cardinales
-los nacimientos, las despedidas, las conspiraciones,
los diplomas, las bodas, las muertes- nos convocan
alrededor del lino planchado y de la vajilla inmemorial;
recordé también que para los persas un,paisaje hermo-
so era un estímulo para el apetito, y, ampliando la.idea,
juzgué que para un hombre perfecto todos los·acciden ..
tes de la vida debían servirde estímulo.
los que aman, odian
Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 59
58
-A usted le interesa la cuarta dimensión. El espa-
Desde los profundos veneros de la meditación; :el
cio-tiempo -declaré.
diálogo de los demás se confundía en mi oído con el zum-
Manning observó enigmáticamente:
bar de las moscas. No me hubiera asombrado -no me
-La literatura de evasión, diría yo.
hubiera contrariado- oír de pronto el golpe seco de la
Atuel miraba por la ventana. Nos llamó. Entre un lívi-
pantalla de la dactilógrafa ... (nuestro amigo Muscarius).
do ciclón de arena vimos llegar al Rickenbacker. Por pri-
Como quien reconstruye, fragmento por fragmento, un
mera vez en el día me reí. Lo confieso: la comicidad de
rompecabezas, juntando esos fragmentos de conversa-
la escena que se desarrolló con cinematográfica diligen-
ción descubrí un grupo de personas temerosas, disi-
cia era apremiante. Del automóvil bajaron una, dos, tres,
mulando su temor, secretamente arrepentidas de haber
cuatro, hasta seis personas. Se agolparon contra una de
llamado a la.p.olicía, confesadamente esperanzadas énla
las· portezuelas traseras. Laboriosamente extrajeron un
muralla de arena que la tormenta levantaba en:torno·del
objeto largo y oscuro. Luchando y zarandeándose en el
hotel.
viento, deformes, por efecto del vidrio sobre nuestras
· Bajé a confortar a Emilia.
miradas oblicuas, a tientas, como en la rioche, trape~
La-encontré con el hermoso y apacible:rostro -recor.,.
zando en la arena, los vi -empañados los ojos por elllan-
daba, talvez, al de la Proserpina de Dante Gabriel Ro.s-
to de la risa- acerc~rse al hotel. Traían el ataúd.
setti-reclinado sobre una mano que sostenía ún pañue-
lo lila; la misma postura en que. yo .la habíadejado.horas
antes. Nuestra conversadón noJue sustancial..Me decla-
ró, eso sí, que el doctor Cornejo había.insistido en:pasar
un rato a solas conJa.muerta. Emili~ no había cbnsen"
tido.
Volví al hall: Cornejo; rígidamente sentado en una.
silla moderna, estudiaba, con anteojos, papel y lápiz, un
copioso volumen:Cuando enéuentro a·alguien leyendo,.
mi primer-impulso es arrebatarle el libro de las manás;
Propongo .al curioso el examen de .este sentimiento:
¿atracciónporlos libros o impaciencia de verme despla-
zado del foco·de la:atenciónT Me resigné a-preguntarle
qué leía ..
-Un libro· de verdad --'Contest~. Una guía de férro-,
carriles. Llevo estructurado en la mente un plano del país
(limitado a la red ferroviaria, por supuesto) que aspira
a englobar las localidades· más. insignificantes, con sus
distancias respectivas y las horas de·viaje ...
XIII

Con un bitter, bocadillos de queso y aceitunas, dimos


la bi.enyenida al' comisario Raimunqo Aubryy al doc-
tor;Cecilio Montes, médico de la policía. Mientras. tan-
to, Esteban, el chauffeur, dos gendarmes y un hombre
de traje claro y hrazal negro-.«eJ,qu_eño de las p9ropasn,
según me explicaron-bajaban.el ataúd!ll sótano.
Muy pronto· iba a arrepentirme de esa copa de b.itter
que yo mismo había servjdo al do~tor Mont.es. Yo no
había descubierto aún-que una copª d.e más nunca podría
alterar el esJado de wi joveru:oleg~. El doctor estaba ebrio;
.había. llegado ebr_io.. ·
Cedlio Montes era :de estatura mediana y frágil.de
cuerpo ..Tenía elc;,~bello oscuro y bnchdado, los ojos gra_n-
des, su. te..z•era.muy blanca, :rouy pálida,.el.rostro fino y
la nariz recta, Vestíª un traje de ca:z;ador, bien cortado,
en un chetJiot verdoso, que h~bía sido de nil!y buena
calidad. La camisa, de-~eda, estaba sucia. Los signos ge-
nerales-de su aspecto eran el clesq,seo, la negligencia, la
rujna·-una ruina que dejab.a·entrever esplendor.es pre-
·téritos-. Me pregunté cómo este personaje,. escapado
de una novela rusa, aparecía en nuestra campaña; encon-
tré inesperadas analogías entre. el campo-argentino y el
ruso, y entre las almas de su gente; imaginé la llegada del
joven facultativo a Salinas, su fe enJas <;:aus_as nobles y
en la civilización, y su paulatino deterioro entre la mez-
Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 63
los que aman, odian
62
-Hay quienes para decir palabras insensatas no nece-
quindad y la penuria esenciales de la vida del pueblp.
sitan estar borrachos -contestó Montes.
favais calais mon Oblomov. Lo miré con toda simpatía.
Yo me disponía a formular una respuesta que exter-
En cambio, él parecía carecer hasta de aquella sim-
minara al alcoholista, cuando el comisario intervino.
patía, rudimentaria y mínima, que en la soledad in-
-Señores -dijo, buscándome con sus ojos inevita-
venciblemente nos reúne a quienes pertenecemos a un
bies-, ¿podrían conducirnos hasta la pieza de la difunta?
mismo gremio o a una misma profesión. Apenas con-
Con perfecta compostura los conduje hacia abajo.
testaba a mis palabras, y si las contestaba lo hacía con
Cuando llegaron frente a la puerta del dormitorio de
indiferencia o con agresividad. Recordé, con éxito, que
Mary, la abrí y me hice a un lado para que entrara el comi-
Montes estaba borracho y que, en ocasiones anterio-
sario. Entró el doctor Montes, empuñando su pequeña
res, cuand-o esa misma-espontánea simpatía me había
valija de fibra. Tal vez por las asociaciones que me. trajo
ace'rcado a mis colegas, sólo en<rontré espíritus mar:.
esta valija, murmuré:
chitos pót las supersticiones del positivismo científico
-El alma de Mary ya no necesita de parteras.
·del siglo XIX.
'El comisario Aubryera un hombre alto, rubicundo;
con la piel tostada por el sol y-con una perpetua expre-
·sión de a·sombro en los ojos celestes. Sobre éstos ~quie­
ro detenerme, poíqüe eráii el rasgo principal del hótii,.
bré. No etanexcesivaménte-grapdes, ni de los llamados
magnéticos,-agudoso penetrantes~ pero se diría éftié en
ellos vibraba la vida entera del comisario y que a. través
de ellos e$cuchaba Y'Pensaba. El interlocutor empezaba
a hablar, y ya los ojos del comisario lo-miraban eón tal
intensidad de atención y,de expectativa, que las ideas se
malograban y las palabras-morían en balbuceos.
-No lo duden; es un:caso de envéhéñamiento·por
estricnina -afirmé co·n gravedad.
~Habrá que verlo, estimado coteg·a~ habrá que·ver-
lo -dijo Montes; me dio :la espalda y se dirigió al comi-
sario-. Tome-nota,: sospéchoso intento de imponer
un diagnóstico.
-Caballero -repliqUé; eligiendo involuntariarneñ-
te un -término tan falso -como la situación-, si usted
no estuviera borracho no le permitiría esas palabr-as in-
sensatas.
1:
XIV..

Contrariando sus más íntimas esperanzas, el doctor Mon-


tes debió coincidir conmigo en el diagnóstico. Mary había
muerto por_. envenenamiento de estricnina.
Repos<~:do y autoritario, el comisario ordenó a lo·s
gendarmes que lo siguieran.
-Con su permiso ,_nos dijo--, vamos a proceder al
registro de las habitaciones de todos 1,1sted~s.
Aprobé la medida .. El coinisario.se dirigió hada mí:
-Empezaremos por la suya, doctor. A menos que
alguno de los presentes declare la posesión de la,estric-
r •
nina.
Nadie respondió. Ni siquiera yo.mismo. Las palabras
del comisario me habían_ anonadado. Jamás imaginé que
mi habitación sería registrada. _: •
• -No me-compliquen en_esto -articulé por fin-.
Soy,un'médieo ... Exijo que.se me respete.
'-Lo ·siento ~respondió el -comisario-.... Pata todos
la misma vara.
Creó que su intención eFa sugerir que esa vara no
era metafórica.
A pesár mío los conduje, o mejor dicho, los seguí has-
ta mi cuarto. Allí me esperaba un calvario, y también la
satisfacción dé comprobar el dominio perfecto que ten-
go sobre mis nervios. Ímpotente, como si me hubieran
inyectado curare en el organismo, debí tolerar que esas
Los que omon, odion
66

manos groseras profanaran los interiores de mi valija y, XV


lo que es inauditó, que abrieran uno por uno los tubos
del botiquín, sensibles y delicados como vírgenes.
-¡Cuidado, señores! -exclamé sin poder conte-
nerme-. Se trata de dosis infinitesimales; ¿entienden?
¡Cuidado! Todo olor, todo contacto puede malograr las
virtudes de estos medicamentos.
Logré lo que me proponía. Con saña renovada, los
hombres se dedicaron al botiquín. Me deslicé entre los
profanadores y la mesa deluz .. La-mimo derecha,.casual.,. No vacilo en afirmar que las habitaciones de los demás
mente apoyada en el mármol, rescató:el tubo de arséni:. pensionistas no merecieron del comisario A.ubry la pro-
co. Yo estaba dispuesto a padecer todo vejamen; no a que longada minuciosidad que. dedicó a las del doctor Hum-
me estropearan esos glóbulos que eran el pilar de mi berta Hube:rman.
Mientras la comitiva policial continuaba la. inspe·c-
salud.
Cuando los policías acabaron, finalmente,.la ins- cióndel hotel, yo no estaba inactivo. Después de poner
pección del botiquín, dejé caer entre los otros tubos el en orden mi cuarto inicié, por mi cuenta, la investiga-'
de arsénico. Me creía salvado, pero el destino me reser- ción ... Salí a] corredor.. ¡Cuál nq sería mi sorpresa al des-
vaba nuevas zozobras. Con frío.en_el alma, oí esta afir- cubrir que ningún gendarme vigilaba el lugar del crimen!
Me aposté en la sombra, en el mismo sitio en que, la
mación _del comisario:
-Procederemos después al análisis de las píldoras. tarde anterior, Miguethabía.escuchado·las disputas de
Penetré sus palabras igna,ras: se refería a.mis~gfóbu­ Emilia y de Mary. Inmediatamente recordé cómo yo había
los. Supuse, como era_ natural, que los requisaría en el sorprendido a Miguel y, con súbito pavor, pensé que a
acto. Pero el comisario Aubry, col). una falta-de lógica sólo mí también podían sorprenderme.
comparable a suJalta de cortesía, pasó a.la.habitación Me disponía a huir, cuando unos pasos me contu-
de Cornejo, dejándome.plenalibertad de tomar las pre~ vieron. Eran los de la dactilógrafa. Yo empezaba a reco-
cauciones-que la prudencia me recomendaba. nocer, urlo á uno, los elementos de esa tasa hermética
' ' 1
de ese.mundo limitado (como el presidiario reconoce la~
ratas de la cárcel y el enfermo los diseños del empape-
lado o las molduras del cielo raso). Blandiendo su pan-
r talla, la cazadora apareció en la penumbra. Rondó peli-
grosamente, siguiendo el vuelo de las moscas. Luego se
perdió en la oscuridad de los cotredores~
Esperé ufi poco más. No era grave que me sorpren-
diera lá dactilógrafa; convenía, sin embargo, que nadie
68 Los que o_mgn, odian

supiera que yo había estad9 escondido en las inmedia:.. XVI


cione~ del cuarto de Mary. Esperé demasiado. Atu.elbaja-
ba lentamente la escalera. Avanzaba con una mezcla de
cautela y de firmeza que me paralizó, como la bru!?ca
revelación de un po~~r qiminal en un hombre que has-
ta entonces yo había mirado con indiferencia, Ent:;r(> en
el cuarto de Mary. Sacó ~na valija que había debajo de
la cama; la abrió, hurgó un-rato en ella. Revisó, de$pués,
los papeles que habí.a sQbre la mesa. Parecía buscar algo.
Su.extraordinaria compostura no era natural; recQrdé a El comisario nos reunió en el comedor.
los buenos actores, q-q~ saben que tienen público y lo -Señores --exclamócon"estentórea graved~d-, es-
desdeñan .. :Un sudor frío me perlaba la frente. Atuel dejó pero que estén dispuestos a declarar. .Me instalaré en el
los papeles; tomó del estante un libro rojo (lo reconoCí: despacho del patrórryustedespasarán en turno, como
era una novela en inglés, con un emblema en la·tapá, con ovejas por el bañadero.
máscaras y pistolas superpuestas); guardó el libro en el -¿Le falta el sentido del humor? ¿Por qué n9 serie?
bolsillo; caminó hasta la puerta; l.Jli:ró hacia uno y otro -me preguntó Montes.
lado; dio unos pasos largos y silenciosos; de nuevo se Me disponía a replicar debidamente, pero las vaha-
detuvo; lo vi subir los escalones, de cuatro en cuatro. radas alcohólicas me hicieron retroceder.
Salí por fin. Si me quedo unos minutos más, me sor- Empezó el interrogatorio. Fui llamado entre los pri-
prende la policía. Le ordep_é a mi prima que me. prepa- meros·. Aunque no me presionaron, dije cuanto sabía,
rara un candial. sin omitir ningún rayo de luz que pudiera orientar la.
investigación. Como un benévolo novelista policial, me·
1
1

limité a distribuirlos énfasis. Confiaba que bajo mi féru-


la aun la ·modesta mentalidad de Aubry llegaría a des-·
cl,lbrir eF misterio.
Al salir del escritorio advertí que un olvido esencial
malograba mi exposición. Quise volver. No me admi-
tieron. Debí esperar que los otros testigos depusieran
sus prolijos balbuceos. El purgatorio nunca es breve.
No será ocioso, tal vez, registrar en esta crónica un
1 detalle -que Aubry me comunicó en conversaciones
'111 ulteriores- de la declaración de Andrea. Parece que
esa noche mi prima, como de costumbre, había puesto
'1'
i 1

una taza de chocolate en la mesa de luz de Mary. Ahora


il
70 Los que aman, odian

faltaba la taza. Andrea afirmaba no haber adv~rtido inme'" XVII


diatamente esa falta y aducía, a manera de explicación,
el estado de sus nervios. - T

Llegó, po~ .fin, el candial que yo había pedido. Mi espi-


ritu se reanimó.
Cuando ;me llamaron, no me levanté como quien obe-
dece una orden, sino como quien pers,tg'Ue un desquite.
Al entrar en el escritorio murmuré la tradicional esttofa:

Un pájaro, al fin, cruzó. Esa·misma noche mi revelación dio sus primeros fru-
De entre la niebla·salió. tos. Sin encontrar resistencia, con la silenciosa natura-
Lo saludé con la mano lidad de lo necesario, pasé del grupo de los sospecho-
como si fuera un cristiano. sos al grupo de los investigadores. En efecto, en un aparte
con'fidencial, prolongamos con el col)lisario Aubry y
Miré en silencio al comisario. Después anuncié dra- con el doctor Montes unas tazas de·café y unos guin-
máticamente: dados, hasta que la madrugada clareó entre los are-
-En el cuarto. de up·niño, en el sótano de esta casa, nal~s.
escondido entre:baúles, hay un pájaro muerto. Un alba.., Mi colega quería hablar de mujeres; el comisario gra-
tros. Lo encontré hoy a la tarde, con el pecho abierto, sin tifi<;ó IJ.uestro espíritu hablando de libros. Era un asiduo
vísceras. -Hice una pausa. Continué-·: Quizás unas del Conde Kostia; admitía a Fabiola y desaprobaba a ~en
horas después, cuando el doctor ·Montes examinaba el Hut; pero su ljbro favorito ~ra El.hombre que ríe. Sus ojos
cadáver de-la muchacha, en el sótano unas manos soli- azules me miraron con intensa gravedad.
tarias embalsaii}.aban.eLalbatros. ¿Qué pensar de estas -.¿No ctee·-m~ preguntó- que el momento·más
situaciones simétricas? El veneno que mata a la mucha-: enorme de la lit~ratura es·aquel·en que Hugb nos habla
1
cha, en el pájaro conserva el simulacro de la vid'a. de ese lord inglés afiCionado a las·riñ¡¡s de gallos y que
'
·en..un club hace bailar sobre•las manos a dos mujeres?
A una, que era soltera, le dio uná dote y·al m~rido de la
: 1

otro lo nombró capellán.


'1
il Yo estaba agradablemente perplejo ante el fervor lite-
1

rario de Aubry, incómodamente perplejo ante su pre-


gunta. Por una generosidad del destino, la frase que me
permitió sortear la situación era-, a su vez, un s:;onsejo
útil. Le recomendé obras modernas: traté de que leyera
La Montaña mágica, de Thomas Mann, novela de lec-
Los que aman, odian
72

tura oportuna en nuestras circun·stancias y de lá ~ue


no teníamos en el hotel ni un solo ejemplar.
Me escuchó éon reverencia y avidez. Parecía que sus
ojos celestes se clavaban-en mi~ palabras.·Quizá los cla-
vaba en su memoria. Mis labios todavía pronunciaban
«Thomas Mann», cuando él dijo laboriosamente, como
quien se afana «por la oscura región del olvido» en bus-
ca de uno-s versos:
-«Hardquanonne dice: existe una probidad en el in-
fierho.>> Frases· como ésta revelan al gran receptor; des- -Desde ~1 principio cowprendí quién ~.r<l culpable -afir-
tacan, -entre los talentos, algenio. mó el comisariq, inclinando qmfidencialm~pte·el bus-
Toda·mi vida es un encontrarme con estós·amigos· to y escud1iñándonos cqmo si estuvi~r,amos en el.hori-
frustrados: q1ientras·piensan abstractamente nos enten- ZOI}te-. La ulterjqr investiga~!(>p.. y los i~terroga~orios·
demos; dan un ejemplo y surge la incompatibilidad. Con c.onfirmar<;m mi sospec4¡¡. . . _
un cálido impulso. de simpatía, cuya autenticidad no·exa::- Me sentí dispü,esto a creerle. Los crímenes <;omplica-
minábamos, seguimos hablando de literatura hasta.que dos eran propios de la liter~tura; la realidad-era más pobre
el doctor Montes interrumpió su hosco silencio para pre- (recordé a Petroni(> y a sus piraqs encadenad-os en la
guntar. playa). Ade:má$, presumil;>l~mente· Aub1:y tendría cierta
-¿A qué conclusiones ha llegado en .la investiga- exper~encia e!lla mª.teria. En las novelas· (para volver a
la literatura) los funcionarios pqliciales ~on personas infa-
ción?
Sus ojos, curvos y atentos, se :fijaron primero en Mon- liblem~:n..~e equivocag~s. E]). la realic\ad. son algo il).ucho
tes, después en mí; su boca, moviéndose como la de un peor, pero su~lep. no fracasar, porque el delj~p, como la
.rumiante, paladeó el guindado. Ya dispuesto a repro- locura, es un-fruto de la s.implificacióp_ y pe la deficienda .
charme deficiencias de ·cordialidad, me pregunté hasta -Señores -articuló confqsamente el qoctor Mon-.
dónde había progresado en la confianza del hombre .. No tes-, ¿ni~ permiten urt brindis?
tenía una fe ilimitada en la·explicación del misterio.que -¿En honor de qué? -preguntó el comisario.
daría.Aubry~ Quería'"oírla. -De las verdades mar~villosas que vamos a oír.
S~c;retamente me alegró la respuesta. ¿Qué podía
esperarse. de u,:p. _investigado¡; que-escuchal;>a los desati-
nos de U:Q borracho?
El c,omisario prosiguió:
-Empecemos _por l9s motivos. A lo que sabemQs,
hay dos personas con motivos _per;rnanentes para come"
ter el crimen.
Silvina .Ocampo Adolfo Bioy Casares 75
Los que aman, odian
74
dor de la tragedia. Este factor es .netamente femenino
-Si dice «a lo que sabemos» -interrumpió el bp_r:ra- '
¡malo para ·Emilia! Pero el enredo entre el novio y la
cho, con menos oportunidad que lógica-, reconoce que
víct:iin~ debe consider(\rse como un ferme'ntario de pasio-
hay algo que no sabe y toda la solución se derrumba.
nesviol~ntas, que señala también al primero de los nom-
-En cuanto a los motivos, repito, hay dos personas
brados. Pasemos, ahora, a los..motivos ocasionales. Las
que merecen nuestra atención-continuó el comisario,
últimas.peleas ocurren entre las.señoritas, ·con la exclu-
como si no hubiera oído la impertinencia de Montes-;
sión parcial del novio. ¡Mal asunto para la señorita Emi-
la señorita hermana de la víctima y el señor Atuel.
lia! -F.inalmente. pasemos de los motivos a la ocasión. Al
Me sentí consternado. Desde ese instante, lo confie-
llegar a esta frase, Atuel queda descartado:;cuando ocu-
so, debí esforzarme para seguir las e~licaciones de Aubry.
ríió la defunción no estaba en la casa·. Viv.e en el Hotel
Miimaginaciónsedesviaba hacia una sueíte de espec-
Nuevo Ostende.las dos hermanas se alojan en cuartos
táculo cinematográfico; las escenas ocurrían en orden
contiguos. Como ustedes recordarán, én la noche ;ae la
inverso-··primero,'mis últimas conversaciones ton Emi-
tragedia' la señorita Emiliarbaja sola a su cuarto. besp'ués
lia; finalmente, el episodio,de la playa-y la interpre-·
echa b estricnina .en el ·chocolate;· espeta que el veneno
tación también había cambiado; ahora, al reVisar las dis-
obre; hace desa,l'arecer la taza (tal vez arrojándola pór
putas entre las hermanas, la muchacha buena era Em~lia.
una v'ehtana; cuando·pase latormentahabrá que remo-
Pensé en Mary y me tlije que la conducta de loshomóres
ver la arena). Conclusión: si el d,iablo:nola ayuda, ¿dón-
tiene un curso, con fluctuaciones y cambios, más allá de
de encontrará salida la señorita?
la muerte. Pensé en Emilia· y me pregunté si no empe.::.
Sospeché. que en la trama lógica de• estos argumen-
zaba a quererla. tos había.imperfecciones, pero•estaba demasiado eon-
Hubo en la ·«explicación11 de Aubry algún alarde téc-
fuso y demasiado apesadumbrado para descubrirlas ..Ati"'
nico; trataré de repetirla con sus mismas palabras.
né a protestar:
. -Clasifiquemos los·motivos en permanentes y oca-
-Su. explicación-es psicológiaamente imposible.
sionales -·dijo ton expres~ón adusta-·. En el ·presente
Usted me recuerda a esos-novelistas que se concentran
caso, los primeros són de orden económico y de orden
,en la aeción y·descuidan los personajes. No olvide que
pasional. Esta muerte beneficia a la señorita Emilia Gutié-
,sin el factor humano. no hay obra duradera. ¿Ha pensa-
rrez y a1 señor Atuel. La señorita Emilia heredará a su
do en Emilia? Me niego a aceptar que una muchacha
hermana. Recibirá unas alhajas que no treo exagerado
tan sana·-un.poco pelirroja, concedo-· haya. cometi-
éalificar de valiosas, Y, a estar eii mis informes, los novios
do este crimen.
postergaban el matrimonio en razón de dificultades eco-
Yo pretendía demasiado: que una mera improvisa-
nómicas. En cuanto al señor Atuel, por ese matrimonio
ción emotiva reemplazara a una crítica lógica. El coini-
llega a beneficiarse con la muerte. Los motivo~ pasiona-
sariodijo:
les apuntan a las mismas personas. Parece un hecho com-
-Victor Hugo le responderá: «La ansiedad con-
probado-que la difunta andaba eh amores con el novid
vierte.en'tenazas los dedos de una. mujer; una niña que
de la señorita Emilia. Así tenemos los celos, el cataliza-
76 Los que·•aman, odiar\ Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 77

tiene miedo clavaría sus rosadas uñasr en. una baúa de oa quiénes había vendido estricnina en los últimos meses.
hierrO.>> La respuesta fue terminante: a nadie.
El doctor Montes pareció despertar de su letargo.· Con fingida naturalidad interrogué:
-Si yo no estuviera tan borracho, le diría que todo -¿Cuál es su plan, comisario?
su caso está fundado en presunciones -le explicó afec- -¿Mi plan? No decirle una palabra a la muchacha
tuosamente al comisario-. tlsted.·no tiene una sola hasta que pase la tormenta. Después la detengo y me la
prueba. llevo. Les pido que no se inquieten. N o podrá huir. Tam-
-Eso no.me alarma -contestó Aubry-·. Tendré to- poco destruirá las pruebas: mis pruebas, como ustedes
das las .pruebas que quie.ra .cuando la hagamos hablar saben, aparecen en el interrogatorio. Nuestra misión,
en la comisaría. ahora, es quedarnos quietos; ·esperar que pasé la tor-
Miré con iptomprensión.a ese hombre que razona-: menta.
ba'con -vulgaridad, pero con eficaciá, que sentía una ardo- Me lex,anté impaciente. Miré por la ventana. Una
rosa afición por la literatur¡¡, que se conmovía. con Hugo, aurora parda, arenosa, se insinuaba entre el vendaval.
y que sin vacilacion,és se disponía a torturar a una mucha: El mundo parecía los restos de un incendio amarillo.
cha y a condenarla, tal vez,,injustameJlte. Sobre oscuros postes caídos se levantaba en espirales la
Me sorprendí mirando. a Montes con simpatía. Había arena, como un humo furioso. Me pregunté, sin embar-
mucho que perdonarle, pero .tal vez.dos médicos formá'- go, si el ímpetu de la tormenta continuaba con igual inten-
ramos un buen abogado. sidad y, con miedo en el corazón, busqué los signos de
¿Y qué significaba ~ste misterioso poder. de Emilia? una próxima calma.
Yo, que.soy esencialmente·vindicativo, por ella me incli- Apoyé una mano, después la otra, después la frente,
naba a: fraternizar con un colega.qu~ me·había insulta- en el vidrio. Sentí su frescura, como si tuviera fiebre.
do. En ese momento encontré la respuesta· a una pregun-
ta que me había·planteado un rato antes. No era amor
lo que sentía: era un ambiguo sentimiento de culpabili-
dad. Yo era, en ese limitado mundo de Bosque del Mar,
•la inteligencia· dominante, y mis declaraciones habían
.orientado la investigación..Repetirme que había cumpli-
do con mi deber era insuficiente, aun como consuelo.
-Una medida elemental-opinó Montes- sería
vincular el veneno con alguien;.averiguar, por ejemplo,
quién compró estricnina en la farmacia ...
-No he omitidó esa providencia -respondió con
autoridad Aubry-. Mandé uno de mis hombres con ins-
trucciones preci~as: preguntarle al farmacéutico a quién
XIX
1
1

11
,- .

•'

El sueño es nuestra· t:otidianá práctica de locura. En el


momento· de enloquecer diremos: «Este mundo me es
familiar. Lo he visitado en casi toqas las noches·de mi
vida.>> Por eso, cuando creemos ·soñar y estamos ·des-
piertos, sentimos un vértigo eh la faZóil.
Yo· oía en un piano el Vals olvidado,-de·Liszt, el.mismo
vals que Emilia había tOcádo lanothe·anteriot. ¿Estábamos
todavía encerrados en el hotel, en medio de la tormenta de
arena, con .la muchacha muerta en su cuartO? ¿O inexpli-
cablemente yo me había perdido y desandaba camino
en el tiempo? Esa mañana me desperté con etahogo y la
ciega y angustiada necesidad de salir que algunos enfermos
experimentan en el sueño de la anestesia. No podía abrit
la ventana, pero con un frene¿í de esperanza me dispo-
nía a salir del cuarto. Abrí la puerta: ningún alivio, la mis-
ma pesadez y la mente absorta oyendo el Vals olvidado.
Lentamente subí las escaleras. Ahora, como at des-
pertar de un sueño, las cosas r~ales·me asombraban y la
,,1 1 música persistía como una última reliquia de la locura.
'111 Yo iba a su encuentro, receloso de perderla, con nostal-
11
gias, ya, del milagro.
i¡ Entré en el comedor. Junto al aparato de rádio, que
i ' transmitía el Vals olvidado, Manning jugaba solitarios.
~¿No le parece que en esta ocasión no es oportuna
la música? -le pregunté.
80 los que oman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 81

Me miró como si fuera él quien despertara. En el escritorio, Atuel, Montes y el comisario acom-
-¿Música? ... Perdón ... No la oía. Puse la radio par~ pañaban a Emilia.
oír las noticias. Empecé a jugar y me olvidé. -Voy a bajar -declaró Cornejo; y partió con perfec-
Cerré el contacto. ta compostura.
-Usted es el tigre de los solitarios -le dije. Con un cálido sentimiento de responsabilidad traté
-No lo crea -respondió-. Un amigo afirmó que de acercarme a Emilia. Atuel y Montes conversaban con
de mil partidas se ganan setenta y cinco. Me pareció exa- ella. Mientras yo discutía con el comisario sobre las pro-
gerado. babilidades del tiempo, los miraba; los hombres, natu-
~¿Haciendo la prueba? rales y borrosos; Emilia, incómoda en la silla, rígida, con
Advertí que en mi trato con Manning yo empleaba esa actitud de actor en el escenario, que tienen las per-
un desacostumbrado tono de protección. Manning .era sonas que sufren. Imprevisiblemente me pregunté si
inusitadamente pequeño. Cornejo me había llevado al escritorio porque Emilia me
Mientras él trataba de explicarme algo sobre el cál- necesitaba o porque él necesitaba que yo no estuviera en
culo de probabilidades', me acerqué a la ventana. Parecía otra parte.
increíble que detrás de nuestro Cielo opaco hubiera otros Un vecino rumor de porc·elanas y de cubiertos anun-
cielos con sol, Sentí asco por eso_s interminables vientos ció la proximidad del desayuno. N o pude menos que
d_earepa. desechar las ideas ingratas. En efecto, en la diaria cere-
En un ángulo de la ventana había una araña. monia del primer alimento veo los caracteres de la emo-
-A esta.hora traen mala suerte -declaré. Tomé-un ción poética, que inviolable y Prístina renace a través
diario para 9-plastarla. de las repeticiones. Extraje-del bolsillo el tubo del arsé-
-No la mat.e -me rogó Manning-. Salió porque nico y deposité en la palma de la mano izquierda los diez
había música. La puse en ese_rincón hace dos o tres-días glóbulos necesarios. Cu9-ndo los llevé a rn,i boca entreví
y mire la tela qu~ ha tejido. un brillo de sorpresa en los honestos ojos del comisa-
Mir~. Había una s_uciedad, de telas y una mosca hueca. rio Aubry. Me ruboricé como up niño.
-.Huberman-resonó una voz-. Lo necesitamos. Cornejo apareció en el marco de la puerta. Estaba
Era Cornejo. Estabavestido con.unpantalómblaiico, pálido, terrosamente pálido, como si una súbitavejez lo
de franela, y una camisa spor.t. Había en su tono. algo que hubiera abrumado. Se apoyó sobre la mesa.
hacía pensar en el capitán de un-barco; tomando las últi- -Tengo que hablarle, comisario -dijo con una voz
mas provid~n.cias en medio de un naufragio. cansada.
-Venga al escritorio -prosiguió-. Van a cerrar el El comisario y yo nos acercamos. Atuel pareció inte-
cajón. Aconipáñela a Emilia. resarse en el impenetrable paisaje de la ventan9-. Emilia
Reconforta sj~mpre encontrar ·personas capaces· de se retiró, indiscretamente seguida por Montes.
valo_rar las cualidades de conductor espiritual que hay
en mí.
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EP. el cuadro de Alonso Cano la muerte deposita un beso


helado en los labios de un 'niño dormido.
Al salir del escritorio, Cornejo se había dirigido al
cuarto de Mary. Quería que alguien ....,..-además del hom-
bre de las pompas fúQebres-y de-algún. previsible gen:
darme- despidiera a la muchacha muerta: en el moíñen-
to de ser encerrada en el ataúd. En el trayecto se encontró
con el hombre; éste le dijo que iba al piso bajo, a buscar
unas herramienta~ .. Al pasar por·el corredor, Cornejo
arrancó tres hojas del calendario de las alpargatas mar-
ca Langosta parapone:r;l(> al día (enumero minuciosa-
mente estos detalles, comb si tuyieran importancia para
el relato; qui~á la tuvieran para el relator o, simplemen-
te, le sirvieran para no distraerse, como los· planos que
la otra noche había trazado en elmantel)..Despué.s·entró
en el cuarto de Mary. Al llegar a este punto Cornejo se
calló, tuvo un estremecimiento, se enjugó laJrente con
t,m pajíuelo y creímos que iba a desvanecerse. Lo que
habíapresenciado era atroz, y las experiencias que tene-
mos a solas, cuando por vez primera las comunicamos,
alcanzan el apogeo de intensidad. Lo que vio (aseguró
Cornejo) fue tan horrible, que desde entonces la puer-
ta de ese cuarto sería para él, en los recuerdos y en los
sueños, un lugar terrorífico. En la soledad central de
ese cuarto, en el corazón del silencio y de la quietud
84 Los que aman, odian

de esa casa enterrada en la arena, vio en la vacilante luz de


los cirios, que parecía proyectar la sombra de un follaje
XXI
·r
l ..

invisible, al niño Miguel besar en los labios a la muerta.


El comisario preguntó:
-Cuando lo vio a usted, ¿qué hizo el chico?
-Huyó -respondió Cornejo, después de una pausa.
-¿Quién se quedó en el cuarto de la difunta?
-Cuando yo salí entró la dactilógrafa. Habría que
interrogar en seguida a ese chico.
-No me: parece conveniente -opinó Aubry-. Ten- sin duda en la mente <!el comisario· Emilia tenía, toda-
dríamos un disgusto con la tía. ví.a, iiilpórtanda. Los otros pensaban úii.icamente en
Aprobé . Miguel; talvez.efi Miguel y en Cornejo. Parecía qqe.los
.-Los niños son muy sensibles--dije-. Podríamos dé más personajes ·quedábamos excluido·s del drama.
impresionarla, dejarlo marcado para el resto de la vida. s·enttuna u.rge:iJ.té hece·sidad de hablar, de cpmuni-
E~ doctor Cornejo me miró como si no. compren~ car las confidencias de Aubry. Yo sabía que Emilia esta-
diera el castellano. ba en peligro de set detenida y tatvez torturada. Yo con-
-Si le hablamos tan- pronto -observó el comisa-- fiaba eñsúinocencia. Yo estaba convencido de que alguna
rio-, podemos obligarlo a mentir. Y usted lo sabe-muy táctica defensiva era imprescindible. Si no apróvechá,.
bien, una:vez que se empieza con las mentiras ... baínos, e·n el acto;mis conocimientos, después' quizá
Yo iba a decir algo .. Elcomisario Il)écoptuvo. fuera tard~. Me abrumaba la.responsabilidad.
=-=No hable-me pidió-. No agregue nada a lo que ha Una grave incertidumbre postergaba mi resolución.
dicho. Lo que· ha dicho es admirable. Me recu~rda aque- Primero h~bía pensado hablar con Emilia .. En general,
llafrase en que Hugo afirma que las experiencias duras-, ·me entiend,o mejor con las mujeres que con los hombres
cuando llegan demasiado pronto, levantan en el alma de (es verdadqueErnilia era una mujer joven y la sociedad
los niños una especie de formidable balanza en la que que yo prefiero es la de· mujeres maduras).'Por otra par-
éstos pesan a Oios. te, mis noticias ·podían asustarla. Consideré que no era
prudente confiar entina persona perturbada por el terror
secretos cuya revelación m·e perjudicaría. Me decidí por
Atuel. La entrevista setía menos agradable, pero la pres-
tigiaban los méritos de la seguridad y de la cordura, tan
gratos a quienes pretendemos que un austero equilibrio
informe nuestras vidas. Juzgué que los vínculos de Atuel
con Emilia excluían, para mí, todo riesgo ulterior.
Lo busqué en el cuarto de Mary, en el de Emilia, en
86 Los que aman, odian

el comedor, en el escritorio, en el sótano. Metódicamen~~


emprendí una gira por las habitaciones del hotel. Aubry
"
1 .

'.
me dijo que no lo había visto; Andrea me miró coh des-
confianza; Montes me echó de su cuarto y me amena-
zó co'n un pleito por violación de domicilio; la dactiló-
grafa, abstraída y apresurada, me respondió:
-Está eh la pieza del doctor Manning.
Los encontré apoltronados en sillones, imperdona-
blemente hundidos en la más inconcebible frivolidad.
M_anning leía la novela.ingles(! que Atud hªbíél :c.obado El comisario.Aubry empuñaba el enorme albatros embal-.
del cuarto de Maty. Atu~ll.eíao una de esas novelas,de té!Pa samado.
arlequine,sca, que Mary había tradticldo._En,una, mesa Atada alpescuezo del pájaro con una cinta ye_rde, col-
interpuesta entie lós lectores había papeles con anota-, gaba una fotografía del ·niño, con la inscripción. A mis.
dones y lápices. ¡Redactaban apostillas y no~$ él t_e,xtos queridos padres, recuerdo de Migu~l. En Ja plancura: del.
policiales! pecho vi· agolpada todaJa nostalg¡a de los. días en que la
Si Atuel condes.c.endía a..estas puerilidades, de,bia de 1\lz, «sombrad~ los diq_ses», ihurüna ctista.liP.amente al
ignorar las intenciones del comisario. Me convencí de la mundo junto al mar; días -que, para nosotros, parecían
Iiecesid;:¡d de prevenirlo inmediatamente.:-_N o sin ;J,lgtl.- definitivamente sepultados.baj<;>la·tormeri.ta·de arena.
,,
1
na satisfacción pensé en 1;!1 ªuepentimiento que sentiría En el mismo baúl, en un papel de·diario, encontra-1
el pobre hombre cuando s:upiera el peligro en q\!e s~ bªJla- mos una pequeña cantidad de arsénico. 'Desde hacía tinos
ba.Bu_novia. veinte minutos·, el comisario· Aubry, Andrea y yo regis ..:r
Confiéso que. toda,vía me. esperaban sorpiend~JJ.tes trábamos el cuarto de Migue( El comisario preguntó. a
d_esilusiones, cuyas huellas -ahora qo_r_r¡tda,s, por cierto- Andrea: ,.
no cicatrizaron tan pronto como yo hubiera deseado. C1,1;,t[l- =¿Cree usted que Miguel, sin-ayuda de-nadie, pudo
do declaré:. «Tengo algo importante qye decJrle», me par.e- embalsamar el pájaro? ·
dó menos eVidente enAtuel el interés por oírme .que el -,Creo que sí -respondió la mujer-. Se ha pasado
disgusto d,e interrumpir la-indecorosa lectura. Sin omi¡ la vida: ...
tir detalle le. comuniq\lé la.s noticias. Me escuchó con -¿Qué motivos habrá tenido para esconderlo? -in-
visible,deferencia,_me dio las gracias y ¿qué fue lp pri- tetrumpió Aubry.
mero que hizo sino retornar a Stl novela? -Sabía que me disgustaba. Mientras estuviera en
casa, no podía martirizar animales. Se lo habíamos prohi-
bido. Yo creo.que hay que reprimir la crueldad en los
niños.
Aubry le mostró el paquete de arsép.ico.
88 Los que aman, odian

-¿Usted sabía.que el chico tenía este veneno? XXIII


Andrea lo ignoraba. Ignoraba también que el ve~e­
no _se empleara en la taxidermia y en la conservación de
las algas.
El comisario le dijo que podía retirarse. N os queda- 1
mos solos, considerando las posibles vinculaciones de l 1
nuestros hallazgos con la muerte de Mary. Pero en la rela-
ción de causa y efecto que intentamos establecer había 1
una cesura fatal. No era arsénico el veneno que había m a- 1
tadoaMary. Tod·os se- retiráron del comedor después del té, salvo
Fue necesario que el doctor Cornejo presenciara-el Atuel, Aubry, Montes y yo.
beso atroz del niño para que Aubry tomara en cuenta mi -Vamos a ver qué tiene que decirnos el doctor Man-
denuncia referente.al pájaro embalsamado. A partir de ning aquí presente.
ese momento se·me dio el lugar que yo merecía. Aubry -La hipótesis que voy a proponer ya la he discuti-
me consultaba para todo. Tal vez pueda obJetarse esta, db con el señor inspector Atwell.
manera de conducir una investigación. ¿Por qué Aubry, Primero me pareció que yo había oído mal; después,
no buscaba impresiones digitales?.¿Por qué· no ordena,..· que por virtud de esa frase el mundo se transformabá y
baque se hiciera la autopsia del cadáver? Sólo un detec.:- lo familiar se volvía desconocido y peligroso. Contuve
tive :de pueblo de campo -se añadirá- elegiría como apenas mi irritación.
confidente aun desconocido. -Pero no es difícil contes- Yo tépetía: «Atuel, Atwell». Mañning explicaba:
tara estos reparos. Con las impresiones ·digitales no se -No tengo ningún mérito. Fue obra de la casuali-
adelantaría mucho (aparecerían, sin duda, las de todos dad. Cóinó ustédés saben, ayer a la máñahá pasé un-lar-
nosotros); la autopsia probaría lo que nadie ignoraba (que go rato eh el cuarto de la señorita Mary. =La mesa estaba
el envenenamiento ·era por estricnina);- finalmente, yo cubiétta de papeles. Dé pfóhto, eh una hojá-de block leí
no soy un desconocido, y esta manera d~ llevar las cosas una frase que me llamó la atención. Quizá le di, excesi-
como en familia tiene sus ventaj_as; la confianza se pro- va impor-tancia; la copié. Cuando subimos al cóniédor
paga, el sospechoso paulatinamente olvida la cautela. se la·tomuniqué a Atwell.
Con ridícula timidez Manning golpeóla·puerta. Tenía El comisario Aubry apagó contra el cenicero ~m cigá-
algo importante -se atrevió a pronunciada palabra «im- r_rillo que acababa ae encender. '
portante>>- que dedarar. Con.a_gtado oí esta réplica del -No estf en mi ánimo hacerle reproches, inspec-
comis.ario: tor -declaró-, peto· ¿pot qüé no me dijo nadá? En cuan-
-Le ruego que difiera la revelación hasta después to supe quién era usted, le pedí su colaboración.
del té. -¿Cómo iba a molestarlo con úna sugerencia en la
que yo mismo no creía? Pero no nos detengamos en cues-

-·-'
90 Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 91

tiones de procedimiento; lo importante es el resultado~ comunicación de esa frase, la clave que les permitía a él
Dejemos que Manning lo comunique. y a Atwell penetrar un misterio que todavía era oscuro
-Probablemente ustedes no vieron la hoja porque para nosotros.
la d"actilógrafa ordenó la mesa -explicó el aludido-. -Lo que la señorita Gutiérrez escribió antes de morir
Había pruebas de imprenta y páginas escritas a mano; estas es esto -contestó Manning monótonamente. Después
últimas. eran la traducción que la señorita Gutiérre:z; esta- leyó en una tira de papel:
ba haciendo de una novela de Michael Innes. Como era
un texto corrido, ustedes no siguieron leyei1dQ, p~ro la Con pena tengo que anunciarle mi resolución, pues sé
hoja debe de estar ahí. demasiado que va a dejarlo atónito, y si algo en esta dura
EJ cm:p.J§ar!o re~piraba p~no~am~r¡.t~~ Sl.}. contr;:trie.- tierra pudiera inducirme a abandonar mi determinación
dad era visible .. Manning continuó: seria nuestra larga amistad y el pensamiento de su bue-
-:(.,a fra~~ en ~uestióp era parte de \ln lil;>rQ Q ~ra un na voluntad y de su afecto. Pero las cosas han llegado a
mensaje de la señorita Gutiérrez. Lo primero podía deter- tal punto que no me queda más que saludar al mundo y
minars~ fácilmente. La noche antes de su muert~, la seño- salir de él.
rita nos declaró que tenía en su habitación una peque-
ña biblioteca formada por la totalidad de las novelas que
había traducido. Le pedí al inspector que me permitiera
leer las páginas manuscritas. Me dijo que no podíamos
tocarlas. Conseguí que me dejara-leer los libros; eran ob-
jetos menos personales. En-estas dos tardes he-leído el
orjgil)a,l de la, novela. q11~ estp.ba tradu.ciendp la señorita
y buena parte de los libros ya traducidos. Los demás lo~
1 l¡

1 1:
l~yó el j:Q._!?pecto;r, ,Hemps tra_bajado ~o_n_scien.t.ement.e.
,1" Podemos afirrp.arle que la frase· no figura en ni_nguiio de
'11
los librQ$.
Hubo un silencio. Por _fin el comisario exclamó:
-¡Querido inspector, qué hlanetf\ d~·<;Qlé\l:>Qr<ir ~011
sus colegas!
En el tono de estas palabras. creí clescuhrir que A~bry
estabq. res~nti9p, aceptaba, la sol1.1c;i{m de Manning y no
tenía curiosidad por conocerla·. En cuanto a m~,,np pude
reprimir lq. ·curi.o~idad (me u(él,r¡.q·d.e ello; nuestr.a a9he-
sión a la vida se mide por la inten~idad de nuestras pasio-
nes). Le rogué a Mahning que no siguiera demor~ndo la
XXIV

., •.

El destino de todos nosotros., Joª escritores que obede-


cemos al}lamado de la vocación y no al afán·dellucro, ~~
una·continua busca de pr~tex:to~ para diferir el mamen-.
to cletqmar la pluma. ¡Con qué solicitud la realid~d sq:g:j.j-
nistra esos pretext.os y co.n qué d~licada devoción se ~on­
fah!lJ!l c,<;m nuestra indolencia! Yo no podja seg1,1ir.
hechizado en elesté¡:il p:ropleip.a del suicidio, o el cri-
men, de Bosque del Mar. La hora de reaccipng.r l;labíalle-
gado. Me enclausné ~.n: el silencio y en el asilo de micuar-
t9, !Jle hundí en el cómodo abrazo del sillón, (lbrí el casi
virginal cuadernq y ~l Ul;>ro de Petronio. Pensé en Mary.
Cgmo quien investiga un textp capé;i.z d~ interpreta-
ciones sutilm~nt~ contradictorias revisé la disputa entr~
las dos hermanas, ocurrida en la noch~ !l:O.t~:rior a la muer-
te de Mary. In.te:r:rogué también los móviles que podían
llevar a un suicida a dejar su men.s~je pq$tumo perdido
~ntre otros pap~les.
Me pregunté si esto últimq no ~:ra 1J:.n acto de tortuosa
h.Qne.stid!ld. Por él Mary aplacaba su concienda, Dejaba
la prueba que debía salvar a un inocente, pero la dejaba
QC.lllta.
Es.te suicidiq exª ~1-in~vitable fin de un drama que yo
vislumbraba. Con la desesperada vehemencia de las malas
causas, Mary se epamora del novio de Emilia. Secreta-
mente intenta arrebatárselo. Cuando sé've perdida, re-
94
los que aman, odian

suelve morir. En el proyecto de su muerte encuentra la


dulzura de la venganza. ¿Si alguien pudiera interpretar
XXV ·'.

el suicidio como asesinato? En su última noche procu-


ra que Emilia se enoje con ella. Después escribe el men-
saje declarando que muere por su propia mano, pero lo
escribe en un papel idéntico a los que emplea para su tra-
ducción de Michael Innes; lo pone entre los papeles de
la traducción. Deja que la casualidad la encubra o la dela-
te y cree, de esa manera, salvar su alma.
Consideré a continuación la parte de Atwell en la.pes~ Después de comer, hubo un momento en que -Emilia y
quisa. Éste me dijo que 'no había querido intervenir en yo nos quedamos solos en un rincón de la mesa. Lo apro.,.
el protedimiento·por algo.que·no entendí de las gene- veché inmediatamente. «Tengo que hablarle», dije con
rales de la ·ley y por su relación con 'EmfHa y con Mary. un énfasis que para nó ser amatorio fue truculento. Sos-
El argumentó me pareció convincente. Soy médico y sé pecho que entonces ignoraba de qué tenía que hablar.
cómo los:sentimientos traban nuestró juido·profesio- Pero tenía que hablar, porque sentía en mí ese instinto
nal. Agregó, además, que no había querido herir la sus~
social, gregario, que· es uno de los más proficuos y nobles
ceptibilidad del comisario.
caracteres del alma humana.
No me resigné aad:rpitir que la participación de Atwell :Nadie nos miraba. Tomé:la mano de Emiliay con
fuera tan simpie como él quería ptesentatla.. Parecía·evi- un sentimiento que venía de lo más profundo de mi cora-
dente que Mannihg había logrado 'la solución del miste- zón le comuniqué las siniestras conjeturas del· comisa-
rió. Pero ¿la había logrado él sblo?'A través de. sus deduc- rio. N o .retiró la mano: No me contestó. Ningún asom-
ciones ¿no se adivinaba la mente directora de Atwell? bro, ninguna contrariedad, pareció turbar su apaCible
Después tuve un aparte conAubryylé pregunté qtiién congoja. Debí alegrarme, pero inexplicablemente. me
era el inspector.
sentí defraudado.
-.. El hómbre de más·mérito de la repartición ..,....,.ton-
Muy pronto, sin embargo,.reconocí con gratitud que
testó-. Atwell es hoy tan famoso que para tomar un a la aparente frialdad de Emilia yo debía la recupera-
de·scanso tiene que andar de incógnito, comd los reyes. ción de mi buen sentido. ¡Cómo había dramatizado mi
Miré los ojos de Aubry. No expresaban ironía. Expre- simpatía y mi ansiedad por la muchacha! ¡Qué descan-
saban respetO.
so verme libre de esa injustificable locura!
«La repartición» era la policía de la Capital Federal. Es duró reconocerlo, pero el misterio de la muerte de
Atwell trabajaba en la SetCiÓñ Investigaciones.
Mary empezaba a dañar el perfecto equilibrio de mis ner-
vios. Decidí acostarme temprano para reponer fuerzas.
Dije «Buenas nocheswy me dirigí al escritorio para cargar
con tinta mi lapicera y dejarla preparada para los afanes
96 los que aman, odian

literarios de la mañan~ siguiente .. Cuando entré, Atwell XXVI


y el comisario examinaban un papel. Me lo entregaron.
No tenía-encabezamiento, fecha ni firma. Era el men-
saje de Mary. ¡Cuánta pena, cuánto designio malsano
confesaban los rasgos complicados y ampulosos de esa
escritura a quienes nunca dimos la espalda a las verda-
L •
des grafológicas! Porque ya es hora de sondeadas cien- 1

cias ocultas, de releer y volver a escribir el fárrago de li-


bros compuestos con el criterio, el método y la tinta de
Yo rememoraba cómo algo inalcanzable aquella.s·maña.nás
la más oscura. Edad Media, de emprender la Gran Aven-
en•plfcasa.de la Capital, qu.e empe~ál;>ancbn·los enanos
tura, el viaje sin brújula detastró]ogo, delalquimista y
correntinos trayeñdo la bandeja pajiza, eh:é._atóiJ).át].co;
del mago. Hombres de todas las profesiones· despier-
las tostadas y los bizcocho_s, el dulce.y Ja miel. Aquello
tan hoy al Sueño Maravilloso ... Peto ¿quién.negará que
sí que era «un alegré despertar>' -como_r~.z~P los tex-
es entre los homeópatas donde se reclutan los más esfor-
tos de .enseñanza primaria-; l~ego. venía el ocio _pla-
zados campeones de la nueva cruzada?
centero, los libros, y luego la tarde azarosa, elcónsulto-
El comisario miró con sus ojos austeros al inspector;
rió con premios para _el profesional y para el hombre. Mis
y sombríamente declaró:
verdaderas vacaciones habían quedadp·allá, j"\lrito·a esas
-Cón todo el respeto que le debo, sigo creyendo que
costumbres domésticas y hogareñas que parecían per-
las presunciones contra la señorita Emilia.son termi-
didas. ¿Qué inquietudes me depararía el nuevo día?
nantes. Mis planes ilo.han·variado: detenerla y llevarla
Temeroso, incrédulo de mi temor (erajnverosímil que
a Salinas.Se cumplirán si el asunto no pasa a otras manos.
esta anormalidad siguiera perturbando ¡ni vida), abrí la
Instintivamente procuré mirar.hacia afuera. ·En la
puerta de la habitación. Al llegar a la escalera me encon-
pared blanca,la ventana era un rectángulo impeiJ.~tra­
tré con Andrea.
ble y oscuro como el ónix. Apoyé mi oído.contra el vidrio.
_ -.¿Sabes la novedad? ~me dijo-.. Le robaroP. l~s jo-
M~ pareció que el viento amainaba.
yas a la muerta.
Decidí interrogar.aAubry. Estaba_en el esoi.t.Rrio~ Clian-
dó entré, daba órdenes a uno de lós.gendarmes.
-¡Incomunique a todo etmundo t -vociferó.
--¿Quién es «tod_o el mundo"11? -inquirí.
-Todos -respondió secamente ~1 comisario-, sal-
vo-usted y Atwell.
Me pregunté si mi exclusión n.o se debía a que yo fue-
ra, en ese momento, su interlocutor. De cualqúier modo,
98
Los que aman, odian

la orden me parec~ó tranquilizadora: conjuraba el:,iJimi'"


nepte peligro de que todos en el hotel-excepto la víc-
XXVII
tima- nos convirtiéramos en detectives. El comisario
me ofreció un cigarrillo 4 3 y procedió a explicarme los
hechos.
-La señorita Emilia vino a primera hora con la no ti-
cia de que le habían robado las joyas de S\1 hermana. Le
dije que estuvi~ra tranquila, que Atwell se había hecho
cargo de las joyas. Habíamos concertado eso conAtwell
Cuando lo vi, lo interrogué sobre el asunt~. ·Me confesÓ P¡tsamo_s é\l comedQr.
que despué_s-~e -hablar•conmigo 'la había- olvidado por El porvenir será del político, del literato, delec;luq_-
completo. He interrogado aalgunas personas;- me faltan do:r:, q~e ·manej~ la_ ret_órica del detalle. Siempre hay un
usted, el doctor Cornejo y la dactilógrafa. Creo saber que detalle particular cuya alteración ap~reja la más extrep:1a
las joyas 'estabatr en el cuarto de la vícti.ma hasta la apari- alteración del copjuntq. El hecho _de qu~ una- persona
ción de ese chico. De-spués, nadie las ha vistó. Pero queda estuviera acostadaJ~n el suelo en-ese cuarto tan grande,
p·or decirlo m:ás interesante. Di orden de·que·registraran tan vacío, bastabª pan. c:r:eé\r la il:usión de un desorden
la pieza de'la difunta y... ¿a que no sabe qué encontramos? copioso.
Meálargó un papel escrito a lápiz. Leí: Mannipg salió a mi encuentro.
--Lo-han envenenad9--_dijo. -
ParaMary: El do<;tor Montes,.d~ rodill~sjp_nto al cue.:wo yacen-
Tengo que hablarle, ~a espero a la hora de la siesta te de Cornejo, manoteaba su chaleco·en busca del reloj.
en el'corredor. Graciqs. Muchas gracias. . , Arwell y la dactilógr9-fa IU-ifapaq.-
~

, CORNEJO -Que me t:r:aigan la valija_-b,albuceó mi colega_,, con


voz· aJcohólica.
las palabras tengo que hablarle evocaron en iní recuer- _-Se _la traigo en .~e&Uida -·respondió Manning;_ y
dos incómodos. Creo que me ruboricé. , r desapareció ,diligentemente.
Después de algunos corhentarios,procaces, aducidos Sólo en ese momento f~cordé que Manning, de acuer-
con gravedad, casi con tristeza, el-comisario continuó: do con la inform~ción del <cmpisario, estaba incomuni-
-En el comedor están Cornejo y la dactilógrafa. La cado.
declaración de la mujeY me interesa. Ella estuvo en el El estado de Cornejo no era_grave. Acerca del atenta-
cuarto p·oco desp'úés'.de la esceha·del·chico. do, llegué a estas conclUsiones: 1°; la drog'! ~mpleada P.Q
En ese mo~ento entró agitadamente un gendarme: era_l~ misma del caso anterior;,2°, había un error en la dosis.
-·El doctor Cornejo ha mu·erto -declaró. Esto podía sug~rir 4n nuevo delincuente, o que el delin-
~;:u_gp.t;e no <;:opoci~:r:é\ lc:t~ propi_ed~des de la .nueva droga.
1!

100 Los que oman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 101

Manning no volvía. mano prudente, no·errónea, dosificando,el hipnótico.


11
Examiné mentalmente las personas del hotel y me La mano de Cornejo.
pregunté a quién sería más verosímil atribuir ese error. La historia señala personalidades que ha,n crecido por
Encontré demasiados candidatos. Pensar en alguno de las-deficiencias de los~demás. Yo tuve1a impresión de
ellos me estremeció. que todas las pasada!:¡ deficiencias de Aubry agigantában
-·¿Por qué tardará tanto Manning? -=-exclamó At- a Atwell. ¿Puedo decir, como· símbolo de mis-senti-
well, con impaciencia-. Voy a buscar la valija. mientos_, que miré la negra.esfera d~ mi reloj antimag-
La grave y-atónita mirada·de Aubrylo siguió hasta nético, y que puntuali~é la hora precisa de la entrada :en
la puerta. escena. del gran detective? Añadiré sóla'mente,que esto-
-A este. paso nos quedamos solos -·comentó el me recuerda la afirmación de Parolles, ·de que pocas vece&
borracho. el mérito se atribp.ye a quien corresponde. ¿«No es mons-
Aubry no contestó. Éri ese ihófuento yo empecé a truoso)), como se pregunta Hamlet en el monólogo?
dudar·de su efiéaéiá.. Atwell ordenó:
~twell volvió con la valija. Explicó: -.Tenemos que salir en busca de Miguel y de Man-
-Estaba,sobre lá cama de Montes. No tomprél).do ning. Uno de los dos lleva las joyas. No hay que darle
cómo el doctor Manning no· la eficóñtró. tiempo para que las esconda para siempre ..
--Tal vez lo difícil ahora sea encontrar a MartnLng El comis~rio lo miró con interés.
-replicó Montes. -En este vendaval de arena no se ve a dos metros
Los dioses, que no igñoran el p·orvenir, suelen hablar de dista_ncia -<;:omentó-. N o podremos hacer nada.
por boca del n.ino y del orate. ·comprendo que 'favorez- -Hasta ahora no se ha hecho nada -contestó At-
can también la' del alcoholista. well-. Y permítame que le diga que su «rigurosa)) inco-
Mi colega abrió la valija, y mientras bus cabala cafeí- municación de los sospechosos no ha dado resulta-
ha descubrió que léfaltabá un tubo de veronal. do. Le propongo una medida elemental: ordene a un
Confieso que por un instante miré con desconfiarr-' ,agente que los encierre a todos e:r:1 un cuarto. -Atwell
za al doctor Montes y que me pregunté si en su borra- se dirigió a mí-: Doctor Huberman, ¿usted considera
chera no había una parte de simulación. Pero ahora debo que el estado del doctor Corp~jQ requiere sus cuidados?
hacer uria declaración increíble: -cuáñdo me encaré con N o sabía qué contestar. Opté por la verdad.
los· entrecerrados ojos de MonteTs, sorprendí efi ellos -Creo que no -dije.
un recelo burlón. -Formaremos, entonces, dos comisiones -ordenó
No me detuve en peqtiéñéces. Pensé de nuevo en el Atwell-. J-lay que llevar armas por si los prófugos se
caso de Cornéjó~ El veronal es el anna falaz-de quienes resisten. El comisario Aubry, con un agente, avanzará
sueñan la m·oaerada locura del amor y no quieren deS" hacia el noroeste y después doblará en abanico hacia el
perdiciar los frutós de una muerte ·trágica, sur. El doctor Huberman y y9 tomaremos primero la
y ahóta surgía·, como una.ázófada conjetura, una dirección del sudeste; después doblaremos hacia el oes-
102
Los que aman, ·odian

te. Son ahora las diez yveinte. Tratemos de-estar de vuel..:


ta en el hotel antes d~ las cinco de la tarde. Los que.ten,
XXVIII
gan anteojos, que los.lleveh. . .
El mismo~comisario Clebió de sentir la inapelablesupe-
rioridad .de.Atwell. El planJue aceptado sin protesta.
Bajé-a mLcuarto. Me puse la boina, las.antiparras, la
bufanda que me tejió latía Cadota, etsacón de guardia-
marina. Recordé nuestro vivaque énMartínez, los años
de boy-scout; abultaba·uno de mis bolsillos la cantim-
plora; .el otro, un paquete de galletitas. Penetramos en una turbiadaridad, que parecía despro-
vista de fondo y de cielo, entre ráfagas y espirciles de atena,
en un inundo vacío y abstracto, donde los objetos se ha-
bían disgregado, donde· el aire era casi macizo, áspero;
ardiente~ dólqroso. Caminé agachado,.como si buscara
un invisible túnelpara vadear el vendaval, a tientas~
con los ojos entrecerrados, tratando de no alejarme de
mi compañero.
Pensé -_¡ay, dema~iadó tarde!- que hubiera sido
~' prudente cruzar unidos. por una cuerda, como los al-
pinistas, esa movediza y levantada profundidad de
arenas.
Mediante una rápida síntesis entreví --cualquier razo-
namiento era, entonces, impracticable- que me encon-
traba en un medio desconocido y adverso, ante problemas
y peligros no previstos en mi educación, y que yo podía,
sin claudicación alguna, abandonarme ciegamente a la
iniciativa de mi compañero. Mi atareada preocupación
era seguirlo; no me preguntaba hacia dónde. Me apliqué
a vencer las resistencias inmediatas, olvidando toda
noción de término o propósito. Mi destino, según lo con-
cebía yo en ese momento, era caminar por un mundo
indeterminado. Ni siquiera temí que pudiéramos per""
dernos; temíperderme de Atwell.
-Espere. Vuelvo en seguida -me gritó Atwell.
104 Los que aman, odian Silvina Ocampo Aaolfo Bioy·Casares 105

Me erguí. Yo estaba junto a un bloque de muro bl~ri­ Seguimos a:rp.strahdo.nos ·por el a:renal, luchando
co. AtweU:había desaparecido. contra-el viento, hasta: que llegamqs a una; zona donde
Lo parcial de mi visión y una perplejidad en la que in- había oscuras matas de esparto, don·de la: consistencia
fluían recuerdos de L'.Atlantide y recuerdos de haber soña- del suelo había cambiado ~-era más ferrosa, más barro-
do experiencias análogas levantaban con esos planos blan- sa-, donde el hurac;~p era menos turbio, menos áspe-
cos una arquitectura desmesurada y laberíntica~ Miré con ro. N os detuvimo-s. Llegaba:n:ráfagas·de dos qlores: uno,
más detenimiento. Había unos escalones de cemento, inmediato, de humedad, ·de barro;·otro, más aéreo, que
1


'

1
una puerta verde. Reconocí al Hotel Nuevo Ostende . parecía provenir de una: gigantesca pútrefac·cióh. Atwell
¿Por qué Atwell no había: querido que lo acompa- adelantó·un pie;tanteañdo la firmeza del·suelo.
ñara? Pedirme que lo esperara adentro no hubiera sido -Hay que bordear el esparto -me dijó.
un exceso ·de,cortesía. Tuve un impulso incontenible: Avanzó cautelosamen.te;Lo seguí. Re·cordé lahisto.,.
subir, de.dos en dos,Jos escalones; golpear..a la puerta. tia del caballo del boticario, que Esteban nos había·rela-
No me moví. Yo había asumido la peligros<r actitud de tado.
quien abjura de sus 'responsabilidades, de quién se·entre- No pensé que pudiera perderme de Arwell, mqueMan-
ga a una voluntad.ajena. No.me.atreví a.desobedeter las ning, desconocido y criminal, pudiera surgir de atrás· de
órdenes de Atwell. una mata. Hundirme en el barro era el peligro que me obse-
Hasta entonces había sentido sensaciones periféri-= sionaba. Seguimos caminando. En :ningún momer;tto me
cas: la arena contra la piel, la ropa. urgida por el viénto. pregunté. e!,l. qué dirección avanzábamos, hada dónde
Ahora, desde el centro de mi pecho, se irradiaba el.ávi- quedaba el hotel; todo esto incufribi!l il mi compañero.
do fuego. de la humillación y del rencor. Tuve la impresión_ de ver una araña en el ba:rro. Des-
Seguí esperando. Por fin Atwell regresó. pués, otras; después, multitudes. Eran cangrejos. Pensé
...,..¿Por qué-me dejó afuera? -pregunté ásperamente. que si me caía, me echaría boca abajo, en posición de
-··¿Qué dice? nadar. 'Pero tendría la cara hundida en el barro y los can-
Como ya nada me eximiría de la contrariedad sufri- grejos s·e·moveríah a· la ~..ltura de mis ojos. Tal vez eón-
da, repetir la pregunta me exasperó. viniera echarme de espaldas. JEntQ.nces imaginé elpa,vor
-Busqué el revólver -respond~ó Atwell. de saberme asediado p<?r tímidas, obstinadas, repeti-
És~a no:era la explicación que yo pedía. ¿El.viento lo tlas patas de invisioles crustáceos.
obligaba a contéstarme así? ¿O alguna secreta preocu..: Rodeamos unas últimas iíl,¡¡tas de .esparto; oímos,
pación ... ? '· confundido cóp él grito del vi.ento, un mar furioso y leja-
Ya habría .andado unos cincuenta metros la,zagaa no, y se abrió ante nosotros la más horrenda y la más
de Atwell, cua:J;ldo comprendí el alcance de sus palabras, desesperada visión: una playa estremecida de cangrejos,
I:.a posibilidad-la única·posibilidad que.entonces·ima- negra, viscosa, interminable. «Lo malo de ver urt espec-
giné- de complicarnos en un tiroteo con Manning no táculo como éste>>, pensé, «e~ que después uno ha de
me agradaba. encontrarlo en su infierno)).
106 ~os qiJ~ qmqn, odiap Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 107

Traté de adivinar el mar en, eLhorizonte. Vi un pro.,. Grité de nuevo. Nadie contest(>. Traté de volver sobre
montorio en el cangreja!, algo que me pareCió un bote mis pasos1, de regresar al Jugar donde Atwell. me dejó. N o
arrastrado por la coq\ente. estaba seguro que el 'lugar fuera el mismo. Todas las matas
-¿Qué es eso?-pregunté. eran iguales. Me senté en el suelo.
-Una ballena -gritq, No· sabía cuánto tiempo había.pasado,.pero la.desa'".
$en.tí el olor a putrefacción. Imaginé el e~orine cad~­ parición de Atwell era -demasiado repentina. Me pre-_
ver del cetáceo, recorrigo y deyprad,o po_rlos cangr.ejos. gunté ·si se· habré). ~scondido:.
·-Volvamos. Hay que seguir la busca. Entonces me planteé una pregunta más importante·..
Nos internamos en ~1 0$<;:1J.IP l<!berinto d~ matas.At~ ¿Por. qué yo, que he adoptado como· regla fundamental de
well caminaba con demasiada celeridad. Dos o tres veces mi conducta no exponerme jamás·, que no he firmado nin-
tuve que pedirle que me ~.§per<rr~~ Yo me deu~nía conti- gúrrmanifiesto contra ningún gobierno, que he preferido
nuamente~ para tantear el terreno. No,quería mgrirm_e en la simulación-del orden al orden mismo, si para imponerlo
esa desolación. había que recurrir a la violencia, que he tolerado que .piso-·
Con sofocada alegría vi que Atwell me esperaba. Lle- tearan mis ideales, para no defenderlos; por qué yo, que
gué hasta él. solo aspiro a seruh ciudadano particular y que en las rique-·
-¿Ha oído? -preguntó. zas y veneros de mi intimidad encuentro la «escondida
Algo, en el timbre de su voz, me sobr~s;¡ltó. senda» y el refugio contra los peligros externos y propios;
-No he oído I)ada -contesté sinceramente. por qué yo-.:volví a exclamar- me había complicado en
-Ha de andar por aquí. -Sacó de su pol$illó UI) revól- esta mentira descabelladayhabía cumplido las órdenes
ver negro.-.Vamos. ins~nsatas de Atwell? Para sobornar al destino, jjuré que
-Lo· espero -=-dije. si regresaba con vida al ·hotel aprovecharía la lección y ya
No podía seguirlo. UI} tn.i:sterioso entumecimiento nunca.p·ermitiría que.la·va~idad,,el1setvilismd o el, orgu"'
invadía mis brazos y mis'piernas. Atw:ell rodeó una mata llo me impuls'arim a obrar impremeditadamente.
y desapareció. ·Quise gritar. PeDsé qu,e mi grito pondría Si quería que Atwell me encontrara, no debía mover-
en guardia a Manning. ¿0, simplemente, me encontré me. Pero ¿era deseable que Atwell me. encontrara? ¿Por
sinvoz? Después grité.Jnmediatam~nte supe que no me qué había desaparecido? ¿Por qué se haóía ocultado? Esa
contestarían. No me contestaron. Corrí sin recordar el m'ata de esparto era, tal-vez, la. que yo· había querido
blando peligro que bordeaba. Rodeé esa mata de espar- encontrar; ése era el sitio fijado; el sitio donde mis. ene-.
to. Alcancé el lugar donde debía encontr.arse.Atwell.N o migos sabían que me enco11trarían; donde, sin riesgos,
estaba. podrían ·matarme.
Había una extraña calma. Yo :po sabía cuándo había Quise·huir; Me detuve. Todo movimiento era peli-'
empezado. Me pregunté si sería el fin de la tormenta o groso. Por ahora no estaba muy lejos de la arena del hotel.
una simple tregua. La luz era verdosa y por momentos Pasando de una mata a otra podía alejarme irremisible-
lila. No correspondía a ningunahor.a .. mente por ese pavoroso dédalo de vegetales y barro.
los que am"dñ, odian
109
108 Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares

Dominando el miedo, encaré la posibilidad dé pasar ra encontrado el sueño o el anonadamiento. Después


la noche en él cangreja[ Pé~sé en los animales que lo sentí un calor tenue. Abrí los ojos. Me pareció que mi
merodeaban; gatos,.ágiles y perversos, .piaras de cerdos mano irradiaba una aureola purpúrea. Miré el cielo. Mis
salvajes,y -,-cuando cesara el viento- aves de rapiña que. ojos indiferentes contemplaron un sol disminuido Y
me picotearían confundiéndome-con una carroña.lina- remoto.
giné mi cuerpo yq.cien'do en.etbarro, en el sueño, en una Tumultuosamente consulté el reloj. Eran las cuatro
noche sin luna. Ese barro era tinmóvihejido de patas.de
cangrejos.
Debía·cúidarme de:las·caprichosas combinaciones de
¡ y treinta y cinco de la tarde. Miré el sol, miré el mar.
Con renovada esperanza me dirigí hacia el norte.
\
la imaginaCión. Debía esp"erar, tranquilo·. Petó ¿cuánto
tiempo había ya esperado? Sentí demasiada impaciencia.
para: mirar el reloj. Caminé hacia un rumbo cualquiera,
sin cuidarme casi de·_bordear las· matas, agachándome
porque el vendaval arreciaba. De pronto mepaféció sen~
tir nuevamente la"arena en el rostro. Eché a"correr, petdí
pie,.caí-en el barro:Cuando meJeyanté, mojado y trémulo,
el viento que me azotaba la cara no traíá arena.
S'entí que estaba a"punto de" perder el dominio sobre
mis.nervios. Soy médico. N o ignoro· los .síntomas. Ape-
lé al ther¡nos-'can:timplora, a la éaña cortada ..
· ,_ En el próximo.recuerdo.que guardo de esa tarde atroz,
yo caminaba sin saber adónde, cansado, cayéndo·mé con~
tinuamente, acostumbrado.y.a.alroce de.lós cangrejos;
guiado por un mínimo -de concie'ncia. Creí ver en la leja-
nía, por una abertura entre las matas de esparto, el exten-:
so arenal. Cuando, por fin, llegué a la última mata, m~
encontré en la play.a de Ios cangrejos, coa el rumor del
mar en el horizonte y el cadáv.er de la ballena. Estaba. en
ellugarde donde habíamos partido con Atwell. Yo"había
seguido el círculo fatal que los hombres desorientados
trazamos hacia1a izquierda y los animales hacia la gere-
cha (o viceversa;. no recuerdo).
Creo que lloré .. Creo que hubo u'na suspensión de mi
conciencia, como si más allá de la desesperación hubie-
XXIX

Exhausto, lastimado, cubierto de barro seco y de arena,


con los ojos ardientes y la _cabeza pletórica y dolorida,
llegué al hotel. Me había sobrepuesto a los rigores del
camino, alentado por un solo propósito:·no toleraría que
nada ni nadie pospusiera mi baño caliente·, Ja friega de
Hamamelis virgínica, la_bandeja con el fricandó,con hue-
vos, las ensaladas y las frutas y el agua :Pa~au, ·que Andrea
me llevaría a la cama.
_¡Con qué ansias había·anhelado el momento de encon-
trarme .de nueY-o junto a la puerta del hotel! Para. entrar
no tuve que golpearla. Se abrió mágicamente, aunque
ahí estaban el comisario, con la mano en el picaporte, y
Montes, hospitalario y alCoholizado. ¡Con qué irrefu-
table y tranquila convicción aquel interior. y aquellos
objetos participaban de una deJas dos magias de que
no· habla el po_eta: la ·magia de:lo doméstico; .de lo habi.,
tual! Yo llegaba aese hotel como el náufrago.al navío que
lo recoge, o, mejor aún, como Ulises 11a su isla querida,
a sus lares de Ítaca>>.
-Ya creíamos que se habíaJugado.--declaró Montes.
De nuevo el arenal, los-cangrejos, el barro: ahora en
el alma del prójimo. 11No es tan inclemente el viento del
invierno como el corazón de tu hermano.»
-¿Atwell ho vino con usted? -interrogó Aubry.
-No -dije-. Nos perdimos. ¿Y el chico?
112 Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 113

No lo habían encontrado. Pregunté por Mam:UIJ.g, Caminé con mucha resolución, con alguna pompo-
-Aquí estoy -respondió el aludido. sidad. Ora precedidos, ora seguidos por nuestra sombra,
Agitó la pipa en un saludo y sonrió, benévolo, entre bajamos la escalera. Nos internamos, por el oscuro corre-
una lluvia de cenizas. dor. Llegamos al cuarto de baúles.
Me apresuré a contestar: -Un fósforo -reclamé.
-Nunca desconfié de usted. Encendimos la vela. Adelanté un índice resuelto.
Estas palabras, brillantes y oportunas en mi diálo- -Ahí están las joyas.
go con Montes, resultaron inesperadas para Manning. El comisario levantó el pájaro.
Con escaso disimulo, este último arqueó las cejas y me -Demasiado liviano -sentenció, moviendo la cabe-
miró sin. alegría. za-. Paja y pluma.
-Va a pasar la tormenta.-..declaró el médico acer- Antes de que yo pudiera reponerme, un irrefutable
Cándose a la ventana-·.. Veo una gaviota.
Manningintervino:
~ :puñalcito abrió el pecho dei pájaro. El comisario tenía
1
razón.
-·¿Qué planes,tiene? Con ecuanimidad, registraré siempre mis derrotas y
Creí que se dirigía a mí. Estaba dispuest9 a declarar: «un 1 mis victorias. Que nadie afirme que soy un cronista infiel.
baño, una friegan, etc:., cuando.eLcomisario respondió: Mi error -si a esto puede llamarse error- no me
-Recuperar las joyas. afrenta. Un ignorante no lo hubiera cometido. Soy un li-
Mientras los otros discutían -traficaban con super- terato, un lector, y, como tantas veces los hombres de
plejidad, éon su-ignorancia, con su penuria-, yo recibía mi clase, he confundido la realidad con un libro. Si un
la inspiración. Se me presentó un dil~ma: los placeres libro nos habla de un pájaro embalsamado y, luego, de la
o ~1 deber. No. vacilé. desaparición de unas joyas, ¿a qué otro escondite pue-
-Yo sé dónde· están las_ joyas -dije, marcando.las de recurrir el autor sin cubrirse de ridículo?
sílabas-. Yo-sé quién es el criminal.
. El efecto de .esa declaración excedió mi expectativa
más optimista ..El comisario perdió el aplomo, Manning
la impasibilidad. Montes la borrachera. Los tres miraban
Pli boca como si esperaran que allÍ' se articulase el fallo
de Dios.
-El criminal es .el chiCo -anuJ:lcié "finalmente-.
Sentía una pasión malsana por· Mary, y despecho, y mie-
do de que lo delataran... ·
-¿Tiene pruebas?-preguntó el comisario.
-Sé dópde están las joyas -repliqué triunfalmen-
te-. Síganme.
XXX

No creo que mi intervención pueda-calificg.rsede fra-


• • caso; yo no sentí ni fastidio, ni vergüenza; ni rencor. Sen-
tí, ·exclusivamente, una imperiosa n_ecesjdad de cepi-
llarme el barro, de sumergirme en agua caliente, "d.e
alimentarme con ensaladas y frutas, em:re .\).n mullido
colchón, almohadas de cerda y sábanas limpias".
Dije as!Utamente:-
-·Señore~, pasemos al comedor._
a
Con este simulacro e invita<;:ióñ los encaminé hacia
el habitat de Andrea. Mi velado propósito era orden~r a
mi prima que me preparara la cena.
Cuando· mis compañeros 'se-sentaron en torpo de la
angosta·mesa del comedór, Aubry nos miró sombría-
mente y declaró:
-Me complace.vernos reunidos en la sección vermut.
Por mi parte, tuve una imperdoné!,ble debilidad: me
senté. Creí que después de esa frase no podía retirarme.
(Pensaba: "<<Me levantaré dep.tro de pocos minutos».)
En seguida llegó la dactilógrafa con las botellas y l<1s copas~
y Manning empezó a hablar.
Háy gente inmune a la experiencia ajena. Manning
era una de ellas. Con irritación le· oí afirmar que él sabía
la verdad sobre la muerte de Mary.
Sin embargo, debo reconocer que su explicación no
~mpezó, como podía esperarse, con alusiones más o me-
116 Los que aman, adian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 117

nos satíricas a un compañero de armas a quien la ·im~­ Otra ded:ucción que espera el detective sagaz: Cornejo
ginación literaria había, parcialmente, extraviado ... ¿Urba- (q~e había dado a Mary su Qonsentimiento para, que se
nidad o prudencia? bañara) es un posible, aunque todavía:inverosímil, sos·-
-Ya les expliqué a estos señores -comenzó Man- pechoso. Peró cabe objetar a toda esta,. argumentación
ning, señalando al comisario y a Montes- que fui al que no tenemos prueba alguna de que Mary estuviera en
Hotel Ostende a buscar un libro. Aquí lo tienen. peligro. Ella misma lo ha negado. Cornejo, que es una
Sacó del bolsillo un libro en cuya arlequinesca tapa at1toridad en vientos y .mareas, juzgó que no er_a peli-
se combinaban angulosamente el verde, el morado, el groso bañarse. Se insinúa aquí la posibilidad de que Emi-
negro, el blanco. Nos lo pasamos por turno, ensilen- lia y Atwell fueran cómplices. Yo, sin embargo, no c.:reo
cio, con incomprensión. Creo .recordar que su autor era que Emilia tenga participación en el crimen. En este epi-
un inglés Phillpotts. - · sodio maritiroo ella fue, quizá, un involuntario instru:-
-Lean en la página veinte el párrafo marcado .,....,....pro- mento de Atwell. Los movimientos de una·persona que
siguió Ma:nning, se debate entre las olas· para no morir ahogada suelen
El comisario se calzó los anteojos de montura de carey, parecer, aun a quienes-la.miran de cerca, juegos. y mani'-
Y siguiendo un dedo más rápido.que su vista, leyó en ~~z festaciones.de aleg:da; lb inverso también es verdad.
alta Y vacilante la carta de Mary, su interrumpido adws. Atwell había creado un estado de aprensión general res-
Pero ahora se trataba.de una larga: carta, con detalles pecto al baño de Ma:ry. Después, cuando grita· mo puede
que no se avenían a Mary, Atwell yEmilia,.que tenrtina- volver¡> (la muchacha nadaba mar afuera), nadie duda.
ba 'en la página: veintiuna con las palabras «su agradecido Una nostalgi~ por lo melodramático, que la vida: más
amigo)) y que firmaba un tal BEN. aventurada no satisface, y un·anhelo de cooperación, que
-¿Qué significa. esto? "'-preguntó Aubry. proclama a través de.enemistades y diferencias,la secre-
-Significa.-·respondiÓ' Manning-· que el inspe~- ta her_mandad de los hombres, nos impiden_ rechazar
tor Atwell se llevó a su casa una de las novelas traduci- fácilmente el anuncio de que up prójimo -se encuentra
da·spor la señorita Mary. en peligro. El mismo doctor Huberman, a quien no pare-
· Guardó sHencio, como esperando que· sus palabras ce imprudente excluir de la lista de -los sospechosos y
no·s aniquilaran. considerár como testigo-desinteresado, creyó que Mary
-·Recapitulemos-"dijo después-: En la víspera de se ahogaba.
la muerte ocurren dosincidentes qtie sin duda·conven.:. -._Y pensar que nosotros creíamos que Manning era
cen al criminal de que ha llegado! el momento de obrar, el futuro campeón de solitarios ... -suspiró el doctor
En la playa, Atwell se·enoja porque Mary insiste ~n bañar- Montes.
se a pésar de que el1mar está bravo ..Para los investigadores -Examinemos ahora -prosiguió Manning-··la dis-
esta disputa será un indicio. de que Atwell no cfeseaba puta.de sobremesa, que terminó con la salida nocturna
la muerte de Mary: Veamos ahora el salvamento. ·Ernilia de Emilia. Atwell se muestra conciliador y ecuánime;
salva a Mary; Luego, Emilia no desea la muerte de Mary. Emilia, ofendida por Mary. Normalmente estos indicios
118 .los que timan, odian Silvino Ocampo Adolfo Bioy Casares 119'

servirían para que los"investigaQ.ores vieran corrobora- novela. Yo .descubrí'la hoja sobre la mesa; sin duda Atwell
do su juicio favorable a Atwell y sospechasen, en. algún 'logró que eldescubrimiento fuera inevitable. Confiéso.
momento, de la muchacha. que mientras leía con .una comprensión aún ·imperfecta
Aubry lo miró con asombro,y se echó a la boca dos esas líneas manuscritas, mi emodón era profunda. Creíar
trozos de queso, tre~ aceitunas y una copa de vermut: entrever el brillo pudoroso de la ~erdad; entrev.eía, tal
Manning continuó: vez, mi triunfo en 'la pesquisa. Hablé coh.Atwell. No
-Llegamos a la muerte deJa señorita.Mary. El señor pareci6eiJtilsiasmado con·mi teoría: para entusiasmar-
comisario haseñalado que.sibien al inspector. no lefal-' lo me entusiasmé. Dijo que-~o_queriacinterv:enirperso­
taronmotjvos -tiene los mismos que la señorita Emi-: nalmente.en el asunto, pero que trataría de ayudarme.
lia-le falto la ocasión. La muerte ocurrió a la madru'-' Me trajo unanovela inglesa qu~-la muchacha en.esos días
gada, en horas en que Atwell no estaba en esta casa: estaba estaba traduciendo: la leí; entre los dos leímos las nove-
durmiendo ·en su cuarto del Hotel Nuevo Ostende. Me las ya traducidas. Atwell había oriéntado mipensamiento•
atrevo a afirmar que. este argumento se recomienda más y yo pensé y obré_de acuerdo a sus previsiones. Sin empar'-·
por su brillo que p·or su consistencia. Si el.crimen hubie- go, por no sé. que ingenuidad de sü egoísmo, cometió un
ra sido cometido con un arma de fuego·,, el comisario ten-: error: creyó que mi pensamiento se detendría cua:p.do:
dría razón; pero-se.ha empleado un veneno. Cuando bajó alcanzara una determinada (y para _él favorable) in ter~~
con el doctor Cornejo a buscar a la señ6rita Emilia, Atwell pretación del problema. No se detuvo.
pudo colocar el veneno.en la taza de chocoláte.C¡ue esta- Recordé la araña.queManhing había. puesto en la ven-
ba:sobre la mesa de luz .. tana y la tela que en tres. días habíaelaborado.·Manrting
-Ya le decía:, .comisario -interrumpió Montes·-. prosiguió:(
A usted le gustaba tanto distinguir los motivos y las oca- -Creoentender.el plan.de Atwell: algunos.indicios,
siones, que.se olvidó del caso que teníaehtte manos. no.muchos,.sugeriríanJa culpabilidad de Einilia; cuando
Fui terminante: la policía,. en su.afán.de conseguir.un.culpable, se.diera
:-Las distinciones del comisario-quedan incólumes pqr satisfecha _con. esas presunciones y . se_ dispusiese a
-declaré. detener ala muchacha,.él•;inditeétamente, haría apare"
-Cuando Atwell_,...,....coritinuó Manning- descubrió cer las «pr.uebas>> del sucidio. Confiaba que los investi-
esa página de la traducción (probablemente un borra- gadores verían.esta soluéión como definitiva. En efecto,
dor) dellibtode.Phillpotts, comprendió que disponía de llegarían.a ella laboriosamente, luego de aceptar con avi-
la «prueba)) que le permitiría matar con impunidad. Des- dez y de. abandonar eón desgano otra_hipótesis. Pero no
pués, en la noche del crimen, dejó la página en la me·sa, había:contado·conel método sagaz del' comisario Aubry:
junto al manuscrito de la nueva traducción de Mary; esa fabricar las pruebas mediante un severo interrogatorio.
misma noche, o a la mañana siguiente, sacó el libro de Esto y la firme resolución que tenía el comisario de cul=·
la biblioteca, para que nadie pudiera comprobar que el par a Emilia malograron e~os reflexivos y ambiciosos'
mensaje de Mary·era, simplemente, un párrafo de una: proyectos. El hombre no era muy escrupuloso: para salir
120 Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 121

de una situaciól) incómoda -,tenía, amores con la herma:-' siado severos con Atwell. Su intención fue adormecer,
na de su novia- había récurrido.al asesinato; pero aho- no matar, a Cornejo. En cuanto a la esquela de este último
ra no podía consentir que'por su culpa torturaran, y tal a Mary, no hay mucho que decir. Atwellla descubrió,
vez condenaran, a Emilia. Desde ese momento obró ner- la guardó previsoramente (por eso la policía no la encon-
viosamente, al azar de las circunstancias. :Pongo como tró en el primer registro), y cuando quiso fomentar la con-
ejemplo el robo de las joyas. No hubo tal:robo, ·Fue un fusión y crear falsas pistas, la puso de nuevo en el cuar-
simulacro de Atwell para sugerir otro culpable. (Emilia,: to de Mary. Pero sigamos con el relato. Cuando Atwell
no necesitaba robar esas joyas; las heredaría.) Atwell: comprendió que yo había aprovechado un pretexto para
torri6 el riesgo de que .se admitieta la hipótesis· de dos salir del hotel, adivinó la verdad. Organizó inmediata-
delincuentes: un asesino y un ladrón. Pero somos pocas mente las comisiones de rescate y, en compañía del doc-
las personas aquí reunidas, y la idea de.que.hayaun delin-. tor Huberman, se encaminó al Nuevo Ostende. Allí com_.
cuente entte nosotro·s·es bastante asombrosa; si alguien probó que faltaba el libro de Phillpotts, ellib~o que
nos probara que hay dos,:no-le.creeríamos. Cuando Cor., permitiría probar que el mensaje de Mary era, simple-
nejo descubrió al niño· con la muerta, Atwell aprov.echó: mente, un párrafo de una traducción. Quizá aprovechó
la oportunidad. Pensó, tal v.ez, que el alma de ese niño· el viaje para llevar las-joyas. Quizá nos cruzamos en el
era monstruosa y que impunemente podía atribuirle una arenal. Me salvó la tormenta. Opino que si me sorprende,
monstruosidad adicional. Lo comprendo: pero no .lo per.- me acusa del asesinato de su amiga, después de matarme.
dono. Por eso yo, que no p·ertenezco a la policía, doy estas El doctor Montes preguntó:
explicacionés que pueden-perjudicarlo. Talvez-yo parez- --¿Qué razón habrá tenido Atwell para matar a Mary?
ca un intruso y un ensañado, pero no hay que olvidar. El comisario Aubry lo miró con los ojos muy abiertos.
que Atwell especuló con la Sensibilidad patológica del -Las razones para el homicidio nunca faltan -res-
niño, coasu tendencia~a·la fuga, consus.pasionh y sus pondió-. El doctor Huberman, aquí presente, delineó
terrores. Tal vez lo·mejorque pueda. decirse en favor de en su declaración un sugestivo·retrato de la señorita Mary.
Atwell es que, en la· desesperación por salvar <i la mujer; N o es la primera vez que un hombre está enamorado
amada, obró .ptecipitadamenté. Esto explica también el de una mujer y dominado por otra.
atentado contra Cornejo. La dactilógrafa había entrado Como si Manning tuviera entre sus manos el invisi-
en ·el cuarto:de Mary después de la éscena del beso y antes· ble Libro del Destino, le pregunté dónde estaba Atwell.
de. que Atwell sustrajera las.joyas y podría decl_arar que Contestó con indiferencia:
Miguel no las h<l:bía robado. Cuando el comisario se dis- -Huyendo, o suicidándose, entre los cangrejales.
ponía a tomar:declaracione·s-aldqctor Cornejo y a la dác.S
tilógrafa, Atwell atentó contra el primero. Con esto.se
proponía que nuestra atención~se distrajera de la dacti -·
lógrafa y que pensáramos que el doctor-Cornejo era el
testigo importante. Al.j\lzgar este acto no seamos dema-
XXXI

Muscarius -nuestra desgreñaday obesa dactilógrafa-


entró en el cuarto, supeditada:alV:uelg audible de un
moscardón. Articuló maquinalmente:
-La Bruna, el dueño detotro hotel, quiere hablar con
el señor comisario.
Antes.de que. se retirara, el comisario pudo ordenar-
le que hiciera pasar al.señor La Bruna ..
Éste·era un nombre parecido a Wagner, pero algo más
joven. Usaba·un sacq de pijamayunos holgados panta""
Iones de. color café con leche. Entregó un paquete aAubry,
Dijo:
-Hoy, a mediodía, el inspector Atwell me pidió que
le entregara esto. Disculpe que no se lo haya traído antes.
Había tanto viento, que era imposible salir.
-¿Dónde está el inspector? -preguntó Aubry.
-Lo ignoro -.replicó La Bruna-. Me entregó esto
y se fue. Le dije que no saliera con el temporal, pero vi
. ~
' .
en sus ojos que era prudente que me callase.
Aubry se retiró con el paquete. No sabíamos de qué
hablar. Ensayé un comentario meteorológico. La Bruna
vatiCinó qué esa misma noche el tiempo se compondría.
Nos despedimos.
Entró el comisario. N os miró sucesivamente, con ojos
melancólicos y escrutadores, como si esperara descubrir
un secreto. Preguntó:
124
los que aman, odian

-¿Saben lo que me envió Atwell?


-Las joyas -replicó Manning. XXXII
Había acertado. Creí oportuno decir:
-Atwell no las mandó. No son joyas reales. El señor
La Bruna no es el señor La Bruna. Se trata, simplemen-
te, de un argumento efectista de Manning, para con-
vencernos.
Bajo la mirada severa del comisario, Manning se rubo-
rizó. Yo pensaba que esas piedras y esos metales eran
más elocuentes.que. cualquier mensaje escrito. Me acomodé en mi-pt.Jestode observación, en la·penum-
Montes:preguntó•al comisario: bra del corredor, frente al cuart<;> de Mary.
-¿Qué va a haceralíora? .
-Entregar las joyas a la señorita Emilia. Entregárse-
Me arrepentí de !pi audacia. ¿Qué fatSJ.lidad me impe-
lía a complicarme en este asumo? ¿Por qué me exponía
las personalmente.
en esta última etapa, cuando ya me veí~ milagrosamen-
Por mi parte, trataría de no·perder la entrevista. te libre de molestias y compwmisos? ¿Por qu~ permi-
-Voy a bañarme y a mudarme -dije. tía que una curiosidad malsana me apartara de Petronio,
¡Con qué impaciencia yo esperaba el baño, ese Pél:raí- de la literatura, del celuloide? Hallé la respuesta. Soy un
so por inmersión! Sin embargo, aJ pronunciar esas pala- infatigable obser.vador del género 1hu.mano,.y .en el afán
bras, ya lo había postergado. de investigar ididsincrasia$,n~acciopes y caracteres, estoy
aispuesto a.sobrellevar incomodidades y a·arrostrar pe-
ligros.
Silenciosamente, el comisario Aubry apareció en el
van.o de la escalera y caplinó hacia mi escondite. Lleva-
ba en la mano derecha el paquete de joyas. Se detuvo.
Con adelantar la mapo me hubiera tocado. Golpeó a la
puerta. Emilia abrió. Yo veía al comisario de espaldas; a
Emilia de frente.
-Aguí le traigo las joyas -dijo el comisario; y le
entregó el paquete.
l)na.modesta alegría se insinuó en los ojos de Emi-
lia. El comisario prosiguió:
-.Se las manda su novio.
--¿Las encontró él?
-No las encontró. Las devuelve.
126 Los que aman, odian

Emilia lo miró sin comprender.


-·.El envío equivale a una confesión-·aclaró, bru-
XXXIII
talmente, el comisario-. Atwell mató a la señorita Mary.
Ahora mis hombres lo buscan por los cangrejales. Espe-
ro que lo encuentren con vida.
-¡Me engaña!'-gritó Emilia; y sentí que me domi-
naba la histeria-. Ya está muerto. Lo ha hecho para sal-
van:IJ.e. Le pido que me crea: para salvarme. Yo soy la cul-
pable de todo.
Después.hubo una escena confusa en que el comi- Saludamos el alba después de tina noche de trabajo y de
sario trataba de calmar a Emilia; después, una larga con- zozobra:, reunidos en el comedor, fumando, bebiendo
versación en tono persuasivo; después, un~ despedida café, escuchando la tosca disertacióadel comisario.
casi amistosa. El comisario.salió al corredor, cerró la puer-: -Atwell.ha ejecutado todos los actos que Manning
ta y se alejó con·paso firme. le atribuye -.resumió finalmente Aubry-·· ·, salvo.uno":
Yo seguía inmóvil, contraído~ ¿Cuánto tiempo trans- matar a la senorita Mary. Desde. el primer momento com-'
currió? Quizá die~ minutos. Quizá media hora ..En la prendió que Emilia era la:culpable. Para salvarla fue astu..,
habitación de la muerta cayó algo, pesadamente. Mi to, fue torpe, fue inescrupuloso, fue heroiCo. No vaciló
mano; blanca y temblorosa, empuñóelpicapotte. Antes en.difamar a un niño. No vaciló (cuando todo parecia
de abrir, yo sabía lo que encontraría .. El cuerpo de Emi- perdido y él quiso convencernos de su propia culpabi-
lia:yacía en eLsuelo. Sobrda.mesa había un frasco, En.el lidad) en suicidarse. ·Pero ahora nn cabe la duda¡ Emi-
rótulo leí la palabra Estricnina. lia ha. cometidcr el crimen. Atentó. contra su vida con el
veneno que hemo~r buscado por todos los rincones- de
lajcasa~.con el veneno que pródujoJa muerte de la seño-.
~~~ '
Sobrela m:esa:.estaba la valija de Mary, la misro.avali-.
. i ja que Atwell registraba la tarde .queJo espié desde la
penumbra del corredor. El comisario la abrió y a .cada
uno ·de nosotros entre~gó un alto· de páginas manusc;ri-
tas. Hojeé las que me dieron (las sustraje hábilmente y
ahora las guardo como recuerdo); algunas, de.numera,
ción corrida, contienen capítulos de novelas; otras, párra-
fo·s,o simples frases (a veces repetidas, con variantes y
cotrecciones). ·Porejemplo, en una página leí: Me saqué
las medias, y, un poco más abajo, .Ja versión.enmenda-:
129
128 Los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares

da: Me saqué los calcetines. Otra rezaba: Pero a lo$ cua- el desayuno. Con el espíritu alerta miré la mañana; no la
tro df.as que allí llegué, llegó un hombre, y, más abajo: vino miré con el contrito cansancio que es el resultado fatal
un hombre (que es una prueba de la finura del oído y de de una noche insomne, sino con la alegría y con la fe de
la riqueza del vocabulario de Mary). Aubry nos dijo: un placentero despertar.
-Una de estas hojas era «el mensaje» de la difunta.
El inspector:, que la conocía bastante, sabja que la seño-
rita guardaba todas las copias de las traducciones. Cuan-
do comprendió que su novia estaba en una situación
comprometida, recordó esa manía de la difunta, recor-
dó la carta de la.novela del inglés Phillpott;s. y buscó los
borradores en la valija. Tuvo suerte: es justo que la tuvie-
ra, porque ~el inspector es un hombre despierto.
·Poco después entró en .el comedor uno de lós gen-
darmes de Aubry. Estaba ojeroso y c_ubierto de barro.
La noche anterior había salido en compañía del otro gen-
darme y del chauffeur, para quien el cangreja! no· tenía
secretos, en busca ~el inspector..Lo encontraron .dor-·
mido junto a una mata de esparto. El inspector había
contado con pocas horas de libertad. En ese plazo era
más fácil perderse, cansarse, dormirse,,en.el cangreja!,
que atravesarlo o morir ·en. él. Ahóra Atwell nos es pe.~
raba en-el escritorio. N o deseé :verlo, pero me alegré de
que estuviera ·con vida. Muy pronto yo. daría mi auto...;
rización para que viera a su novia, que ya estaba fuera
de ·peligro .. l.;a presencia de. un. médico en aquel c_orre-
dor, juntó a~aquella puerta, fue providen.dal. Unos·pli ._
n'utos más y una-vida para quien florecían tódas las
esperanzas qu~da!>a tronchada. 'La .tragedia. había para.~
lizado·micerebro; pero las·manos, las dóciles manos
profesionales' hal?ían administrado.heméticos y revul-
sivos.
Respiré profundamente y sentí ·que un trémulo o.rgu ..
llo y que una·pudorosa alegría dilataban mi tórax. Me
prometí, resuelto, elbaño.de inmersión, la ropa]impia;
.' ' '

A la mañana siguiente arrimamos la mesa del comedor


a un_a de las V.~ntanas, y ~1 comi_sq.rio, Moñtes y yo to-
mamos eLdesayuno contemplando con ojos ávidos el
q.reup.l, lostamáriscos, el Hotel Nuevo Ostende,l~ boti-
ca, el cielo, que volvían a formar, después de la.intermi-
n_abl~ tormenta, un mundo.ordenado, que brillaba sere-
namente a la luz deLsol, como una flor enorme.
Yo tomaba el desayuno de. mis períodos de intenso
trabajo literario-·té soló, huevQs_ dUI:.os, to_stadas y miel-
cuando vi, en la mancha leonada del arenal, a un hom-
brecito de tdcQta az:ul y pantCJ,_lón gris clCJ,:rp q~e avanzaba
hacia nosotros ..
Disc:utünos tanto sQb.re quién pod_ria ser el hom-
brecito, quiénes veían más lejos, los hombres de~mon­
taña, de llan;uxa o demélr,_ha.stq. qué <listai).J::!a ak~;nzaba
la vista humana, que nos sobresaltó :la noticia. de que
'l q.lgpj~n hapía llegado a.l hotel.
-Es el farmacéutico -explicó Esteban-··. Quiere
hablar con el señor comisario.
-Hágalo pasar·-dijo este último, y se leva,nt6.
El farmacéutico -de tricota azul y pantalón gris cla-
ro- entró en el comedor. . Era un hombre impávido, con
los ojos hinchados y el cutis liso; cuando hacía unmovi-
miel).to suspiraba, como si lo preocupara el inevitable
derroche de energías. N os saludó con parsimonia y en
132
los que aman, odian Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 133

un rincón sostuvo un penoso diálogo con Auory. Lue- -¿Por qué no nos muestra esa carta?
go sacó una carta del bolsillo. Aubry la leyó nerviosa- Por toda respuesta me la entregó. Leí las siguientes
mente. líneas, escritas a lápiz, con una letra impersonal y firme:
Los dos hombres se sentaron a nuestra mesa. Aubry
ordenó a Esteban: Señor Paulino Rocha,
-Sírvale un café al señor Rocha. -Luego se dirigió Farmacia Los Pinos,
a éste-: ¿Lo conocía de antes? El día que fue a verlo ¿su Bosque del Mar.
conducta le pareció normal?
-Normal, no. Pero, usted sabe, era muy raro. Querido amigo:
·-¿Loco? Le asombrará el motivo de esta carta, pero usted es mi
-.No diríatanto. Era inteligente,o; mejor dicho, estu- único amigo y me he portado mal con usted.
dioso. Andrea y Esteban son mis tíos, pero no los quiero. Ni
-¿Porqué dice «era»? -preguntó Aubry-. No estoy siquiera me dejan matar pájaros y otros animales. Usted
seguró de que haya muertO. sabe que tuv~ el albatros escondido entre los baúles. Qui-
-Yo tampoco estoy seguro. Sin embargo, me pare- sieron que me exami'ncira el médico, pero lo asusté en
ce probable. . ·_ , seguida. Era más miedoso que las nutrias que embalsa-
--¿Cuándo adVirtió que>lé habían tobadb el veneno? mábamos con papá.
.-A $U agente le dije la.verdad.Hace años que no ven- ¿Usted no conocía a las señoritas Gutiérrez? Yo las
do estricnina.. · quería mucho, sobre todo a Mary. Ahora que se ha muer-
·,.,,..,.peto ¿~órtro.no·comprobó si tenía el frasco? to no te guardo rencor. Yo la quería mucho~ y cada vez que
Paulina Rocha dulcemente bajó los ojos . iba a darle un ·beso se enojaba, como· sifuera algo malo.
.....;,Lo comprobé al otro.dí'a. Usted sabe, la vída de Si había gente, era. muy buena, pero· cuando estábamos
campo ... solos no me quería hablar. Yo trataba de explicarle, pero
-~¿Por qué Iió se vino en el 1acto a. darme la noticia?· ella se enojaba.
·- -Soy delicado de ·la garganta, y con el ventarrón .., Si le cuento lo que hice después no va a perdonarme
Cuando llegó la carta me vine en seguida. Claro que ya y quiero que seamos amigos para siempre. Cuando fui a
había pasado la tormenta. la botica a buscar el arsénico para el albatros y para las
Este sistema de preguntas y respuesta's,.este cate~ algas, le robé unfrasco de estricnina que estaba en el estan-
cisma enigmáti.co, empezaba a exaspeta,rme. La mala te del centro, .debajo del reloj.
educación de Aubr_y y· del boticario, que excitaban nues- La noche que todos salieron a buscar a la señorita Emi-
tra sincera cutiosidad,.me did coraje. Vaeilé-imtre varias lia, Mary se había enojado mucho conmigo. Yo me escon-
iñterpelaciones.eficaces, qué hubieran vencido la resis-. dí en el pasillo y cuando Atwell iba a encontrarse con
tencia de Auhry y ló hubiesen obligado a mosttatnos.Ia los demás, para salir en busca de Emilia, Mary le salió al
carta. Le pregunté: paso, lo alejó de la luz de la escalera y lo besó de un modo
134 Silvina Ocampo Adolfo Bioy Casares 135
Los que aman, odian

que me puse a llorar, Oi_que ella le decía riendo: ((Maña- frasco de estricnina. Ella lo encontró en la mañana de la
na haceme ai;ordar que te cuente lo que me pasó con el muerte de Mary. Lo escondió, porque desde el primer
chicm>·. momento creyó que su novio era el asesino. Por la mis-
Yo pensé: ,((Voy a hacer una cosa terrible». Ahora com- ma razón hizo desaparecer la taza de chocolate.
prendo que hice lo que hubiera her;ho cualquiera en mi Delfoseph K y de Miguel no se tuvieron noticias. El
lugar. _, comisario Aubry consideró que la carta de Miguel era
Bajé a mi cuarto, bus.qué la estrien(na~ mefui al cuar- una prueba suficiente y ya no volvió a sospechar de Emilia.
to de.Mary y eché la mitad delfrasquito en la taza de cho- En cuanto a mí, he redactado las páginas que se han
colatejriQ que ella tomaba antes de dormirse. Revolví la leído, porque algunas amigas de mi madre -las únicas
cuchara para_ que el veneno se disolviera bién .y cuando amigas que tengo- quisieron que mi actuación en la
estaba sec;á,ndola oí los pasos de Mary. Alescaparme se pesquisa quedara documentada. Protesté, dije que mi
me cayó elfrasco. No tuve tiempo de r:ecogerlo. Mefui por parte era mínima, que yo me había limitado a acertar...
el cuarto d~ Emilia. · Pero ellas insistieron, y aquí me tienen, penitente y rubo-
Al día siguiente vqlví a -buscar elfrasco, pero no esta- rizado, poniendo el Finis coronat opus a esta crónica de
ba. Yo quería tomar la estricnina, como la había tomado. mis inesperadas aventuras policiales.
Mary. Sólo me falta agregar que Emilia y Atwell se han casa-
Para evitarle disgustos a Emilia,_le hubiera explicado do y que, según creo, son felices. En ocasiones me pre-
todo al comisario, p~ro no pued9 h.ablarporque soy un gunto cómo será la intimidad de estos enamorados que
niño. tantas veces se miraron creyéndose criminales y que
__ Usteri sabe. que hice mi casita· en el barco·aban,dona" nunca dejaron de quererse.
do que hay en la playa. Tengo allí muchas bote/las de agua;
bizcochQs·y una bolsita de yerba, El mar está subiendo
c9n la torrrienta:Ahora.me vóy al barco a. esperar que el
agua se lo lleve. Cuando usted lea esta carta, las olas y.el
agua cubrirán a su,fiel y pequei¡.o amigo.
1

MIGUEL FERNÁNDEZ

P.S.: J;.e ruego que mande el albatros a mis padres.

Devolvj la carta al·cq:rp.isario. En silencio atravesé el


comedor y·me as(>mé a' una ventana que dapa hacia el
mar. El barco de Miguel no estaba en la playa.
Emilia confirmó lo que-había dicho Miguel sobre-el

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