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Rebeca era estéril. Pasaban los años y ella no podía embarazarse. En su medio
ambiente resultaba oprobioso que una mujer no tuviera hijos, pero contaba con
un esposo comprensivo y espiritual que no la juzgó ni la abandonó por su
problema, sino que la apoyó en todo momento. Las penas son más llevaderas
cuando contamos con una pareja que nos ama y nos consuela en la tribulación,
que nos acepta como somos y nos ayuda a sobrellevar las cargas emocionales.
La familia mantiene la armonía y la tranquilidad cuando los esposos se
fortalecen mutuamente. Siempre será alentador un cónyuge que brinde amparo,
protección y cuidado en las situaciones difíciles.
Isaac oró por Rebeca y su oración fue aceptada, y la respuesta del cielo le trajo
doble bendición (Génesis 25:21, 24). Nada hay imposible para Dios. Si los p 10
esposos se unen en las tribulaciones para orar tendrán la satisfacción de
experimentar el favor y la gracia del Todopoderoso para su familia. La tristeza de
la esterilidad se trocó por la alegría de dar a luz gemelos. Cuando vengan los
problemas difíciles no juzguemos; mejor oremos. No busquemos culpables,
mejor encontremos soluciones. Otros en el lugar de Isaac hubieran procurado
otra mujer, pero el hombre de Dios decidió enfrentar la situación con su esposa.
La amaba de corazón y no la abandonó en su dolor. Se presentó ante el Señor
con la petición específica y no cesó hasta que la respuesta llegó. Hacen falta
esposos que luchen para sacar adelante a su familia, que se aferren a la oración
hasta que las pruebas sean superadas y se alcance la bendición de lo alto.
Los padres en lugar de ser factores de unidad promovieron la división entre los
hijos. Isaac prefería a Esaú porque le traía de su caza y preparaba guisos
especiales para su padre, pero no le agradaba tanto la delicadeza de Jacob.
Rebeca se enamoró del hogareño p 11 Israel (Génesis 25:28). Lo cuidaba y
consentía más que al muchacho tosco. El trato de los progenitores provocó una
competencia ruda entre ambos. Se volvieron desleales y aprovechaban
cualquier oportunidad para sacar ventaja a costa de la desgracia del hermano.
Cuando Esaú llegó cansado y hambriento su gemelo no le dio guisado; se lo
vendió caro, a costo de su primogenitura. Génesis 25:29–34
Nada destruye más las estructuras del hogar que la imprudencia de manifestar
preferencia por alguno de los hijos en detrimento de la autoestima de los otros.
Generalmente, cuando no existe igualdad en el trato y en la expresión de cariño,
ellos crecen resentidos con uno de los padres, y se crea una competencia
dañina. Los hermanos compiten en lugar de formar equipo, se vuelven enemigos
y a escondidas tratan de afectar a los demás para sobresalir ellos. Algunos
crecen con la idea p 12 de que tienen más derechos en casa por ser los
consentidos, y los demás tienen que soportar.
Cuidemos la forma en que tratamos a los hijos. Cada uno merece un trato digno,
especial. Hemos de distribuir los cariños y las atenciones, los regalos y las
caricias para que todos sepan que valen lo mismo. En nuestras casas no debe
haber hijos resentidos, con baja autoestima. La prudencia y la disciplina nos
ayudarán a tener una familia feliz, equilibrada y justa, donde se respiren la
seguridad y la confianza suficientes para enfrentar la vida con éxito.
3. La esperanza en el Señor como remedio para los errores cometidos por
los padres
Las consecuencias de nuestros actos las sufren los hijos. Pero no nos
resignaremos a vivir siempre así. De seguro Isaac y Rebeca oraron por la
reconciliación de sus vástagos; que Jacob se arrepintiera y Esaú lo perdonara.
Murieron con la esperanza de que el poder de la paz acabara con el odio
familiar.
Dios jamás abandona a las familias que esperen en él. En su huida Jacob
encontró la bondad de Jehová muchas veces. El Señor protegió y bendijo al hijo
errante (Génesis 28:10–17). Le dio descendencia, lo prosperó y lo hizo retornar
a su tierra con las manos llenas. Ya no estaban papá ni mamá, pero
milagrosamente habían desaparecido los rencores. El que había prometido
matar a su hermano, al verlo de frente corrió a su encuentro y lo abrazó con
fuerza. Se echó sobre su cuello y le plantó un beso lleno de cariño. El llanto de
ambos dijo más que mil palabras y el perdón se otorgó con lágrimas (Génesis
33:4). La p 13 esperanza de los viejos no murió con ellos, sino que su oración
fue respondida a su debido tiempo. Ahora aquellos jóvenes habían madurado y
se amaban.
Conclusión