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Referencia: Fariña, F. Arce, R., Seijo, M., y Novo, M. (2013).

El hijo como víctima de los problemas de


pareja: Un abordaje desde la justicia terapéutica. En S. P. Colín, E. García-López, y L. A. Morales
(Coords.), Ecos de la violencia, voces de la reconstrucción (pp. 49-72). Morelia, Michoacán, México:
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Morelia. ISBN: 978-607-9169-23-7.

Título: El hijo como víctima en los problemas de pareja: Un abordaje desde la Justicia
Terapéutica.
Autores: Francisca Fariña*, Ramón Arce**, Dolores Seijo** y Mercedes Novo**.

Institución: * Facultad de Ciencias de la Educación y el Deporte, Universidad de Vigo


(España).
** Facultad de Psicología, Universidad de Santiago de Compostela
(España).

Introducción

En México, los procesos de ruptura de pareja y divorcio son un tema de especial


relevancia y actualidad. No sólo por el debate político-religioso que ha despertado en
los diferentes estados del país, sino también por su prevalencia. Así, en las últimas
décadas, el número de parejas que se divorcian ha venido in crescendo, especialmente
desde el inicio del nuevo siglo (Tamez y Ribeiro, 2012). En el abordaje de la incidencia
de la ruptura de pareja, en México, es preciso considerar que las disoluciones
conyugales se llevan a cabo, principalmente, como separaciones de hecho (Ojeda y
González, 2008). De este modo, al no entrar en los cómputos estadísticos las
separaciones de hecho, es difícil establecer no sólo el número de personas separadas,
sino también la cifra de hijos que experimentan este acontecimiento familiar. Sin
embargo, se puede asumir que anualmente son miles de menores mexicanos los que
tienen que enfrentarse a la ruptura de la convivencia de sus progenitores, y adaptarse a
ella y a las consecuencias que genera.
La familia, como primer agente de socialización y elemento más importante en la
vida de los niños (American Academy of Pediatrics, 2003), influye en su desarrollo y
estado, incluyendo el de salud-enfermedad (Guzmán, Barajas, Luce, Valadez, Gutiérrez
y Robles; 2008). En este sentido, recientemente, la American Academy of Pediatrics
(2012) señalaba que la funcionalidad familiar puede repercutir en el estado de salud
física y psicológica, así como en el desarrollo cognitivo y social de los niños y
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(Coords.), Ecos de la violencia, voces de la reconstrucción (pp. 49-72). Morelia, Michoacán, México:
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adolescentes. Es por ello que el divorcio, como proceso que introduce importantes
cambios en la familia y evento altamente estresante, para todos sus miembros, con
bastante frecuencia resulta dañino para los hijos. Así, éstos muestran una mayor
vulnerabilidad a sufrir ciertos problemas de carácter físico, psicoemocional y social;
determinados, principalmente, por el estrés tóxico al que suelen ser expuestos (Fariña
Arce, Novo y Seijo, 2012), y por la falta de un apoyo parental positivo, como
consecuencia de una inadecuada gestión de la ruptura (Troxel y Mathews, 2004). No
obstante, las consecuencias del divorcio no son las mismas para todos los casos (Ge,
Natsuaki y Conger, 2006; Overbeek, Vollebergh, De Graaf, Schulte, De Kemp, y
Engels, 2006), porque el divorcio o la separación no es lo que desencadena las
consecuencias nocivas, sino otros factores, tales como las circunstancias previas al
divorcio, la manera en que el proceso se afronta por los adultos, así como el nivel de
conflicto entre los progenitores (Overbeek et al., 2006; Pérez y Zermeño, 2008; Seijo,
Novo, Carracedo y Fariña, 2010). Las disoluciones de parejas mediante procedimientos
judiciales contenciosos facilitan el incremento del estrés en la familia, así como el
conflicto; a la vez que minimizan las posibilidades de llevar a cabo una labor positiva de
coparentalidad. De este modo, el proceso resulta totalmente antiterapéutico, tanto para
los progenitores como para los hijos.

El hijo como víctima en los problemas de pareja

En general, para los hijos la ruptura de pareja de sus padres es un proceso


altamente estresante, y en algunos casos traumático, que les puede llegar a provocar una
huella a lo largo de toda su vida. Algunos autores (p.e., Arce, Seijo, Novo y Fariña,
2002; Tejedor, 2006) han denunciado que la separación y el divorcio se puede convertir
en un proceso de maltrato a los hijos.
El maltrato puede ser de cuatro tipos:
- Emocional, con conductas tales como, falsas denuncias de abuso sexual,
interferencias parentales, alienación parental, motivación de la ilusión de
reconciliación, judicialización de la relación parental, declaración de los hijos en
el procedimiento judicial, etc.
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- Físico, principalmente producido por sobrecarga en las obligaciones del menor,


al tenerse que ocupar de tareas que no le corresponden por la etapa evolutiva en
la que se encuentran.
- Abandono físico o negligencia, esto ocurre, por ejemplo, cuando el progenitor
que ejerce la custodia, a sabiendas de que no puede atender todas las necesidades
de los niños no pide ayuda al otro progenitor ni a otros adultos o instituciones;
igualmente cuando el progenitor que no ejerce la custodia no ofrece soporte
necesario (i.e., incumplimiento en el pago de las pensiones, asunción
insuficiente de responsabilidad en el cuidado y atención de los hijos.
- Abandono emocional, este puede producirse, por ejemplo, cuando no se le
ofrece una explicación a los hijos acorde a su edad; no se les brinda el apoyo,
por parte de los progenitores o profesionales, para superar la separación; se
desatiende el cumplimiento del tiempo de estancias y comunicación.
Mayoritariamente, tras el maltrato que reciben estos menores se encuentra el
conflicto, la rabia y el odio que se profesan sus progenitores. Estos sentimientos
negativos se convierten en los gerentes del procesamiento de la información en todo lo
que se relacione con el estímulo “el otro progenitor”; provocando, predominantemente,
un procesamiento de arriba-abajo que compromete sus pensamientos y
comportamientos, muchos de ellos de carácter automático, y refuerza sus sentimientos
negativos hacia aquél.
La disolución de las parejas a través de mediación facilita pacificar los conflictos
y resolver la controversia (Holtzworth-Munroe, 2011), haciendo viable el control de
estas emociones. Por el contrario, la vía judicial contenciosa incrementa el
enfrentamiento familiar y la posibilidad de que las emociones y las cogniciones
deletéreas se disparen. Como señala Allan (2001), la vía contenciosa promueve la
tendencia de las personas a atribuir el buen comportamiento de los demás a los factores
externos, y el mal comportamiento a factores internos; así como a magnificar el
comportamiento negativo de los demás y minimizar el positivo. De este modo, el
sistema judicial “es probable que fomente la percepción negativa de las partes entre sí,
en lugar de una evaluación realista” (Allan, 2001, p. 2). Pero además, el que un
progenitor, personalmente o a través del abogado o testigos, exponga públicamente las
características y comportamientos negativos del otro, y con frecuencia magnificados,
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provoca en éste sentimientos de vergüenza, ira y hostilidad. De esta manera, el conflicto


se va incrementando, los comportamientos nocivos creciendo y la situación personal de
todos los miembros de la familia empeorando. Como aseveran Gerard, Krishnakumar,
Buehler (2006), el conflicto parental desvía la atención del niño y lleva a la crianza
ineficaz; en esta línea se encuentran los resultados de Block, Block y Gjerde (1988),
quienes encontraron que los hijos reconocen que antes de la separación ya notan una
elevada tensión y nivel de conflicto en el hogar y falta de apoyo parental. Por su parte,
la hostilidad entre los progenitores transfiere hostilidad, ira y tensión en las
interacciones entre padres e hijos (Gerard, Krishnakumar, Buehler, 2006). Todo ello
conduce indefectiblemente a una disfuncionalidad severa de la familia.
En este sentido, algunas sociedades científicas y diferentes autores (p.e., la
American Academy of Pediatrics, 2012; Fariña, Arce, Novo y Seijo, 2012; Guzmán,
Barajas, Luce, Valadez, Gutiérrez y Robles, 2008; Seijo, Novo, Carracedo y Fariña,
2010; Sun y Li, 2009) significan la relevancia de la funcionalidad familiar sobre el
desarrollo cognitivo y social de los hijos y su estado de salud física y psicológica. En
general, el divorcio conlleva un cambio en la estructura y el funcionamiento familiar
con potencialidad para afectar significativamente a los niños (Sandler, Tein, Mehta,
Wolchik, y Ayers, 2000 y Orgiles, Johnson, Huedo-Medina y Espada, 2012).

Consecuencias de la separación/divorcio en la salud de los hijos

En las familias que existe conflicto de carácter permanente, con independencia


de que los progenitores convivan o se encuentren separados, se genera un ambiente de
alta tensión, que se convierte en un estresor psicosocial crónico. Éste llega a incidir
sobre la salud de todos los miembros de la familia, y propiciar que sufran alteraciones
etiológicamente relacionadas con el estrés. La ruptura de la pareja incrementa la
probabilidad de que surja, de no existir previamente, el conflicto familiar de forma
continua, lo que convierte en más vulnerables a todas las personas de la familia,
especialmente a los hijos.
Así, la separación conyugal puede tener un efecto negativo en la salud mental de
ambos cónyuges (Parlin y Johnson, 1977; Shor, Roelfs, Bugyi, Schwartz, 2012;
Williams, Sassier, y Nicholson, 2008). El impacto emocional va a depender, en gran
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medida, de las motivaciones que hayan dado lugar a la ruptura (Arch, 2003), y el
procedimiento elegido para disolver el matrimonio. Los procedimientos contenciosos y
la instauración del conflicto en la relación parental lesionan indefectiblemente el estado
psicológico, y también el físico, deteriorando el sistema inmunológico. Esta
contingencia favorece la posibilidad de padecer problemas de salud (McKay, Rogers,
Blades y Goss 2000), especialmente en los dos años posteriores a la ruptura
(Hetherington y Kelly, 2005). Hasta tal punto, que se considera el divorcio y la
separación factores de riesgo de fallecimiento, despertando importante interés en los
científicos sociales (Shor, Roelfs, Bugyi, y Schwartz, 2012). La salud de los
ascendientes, como es bien sabido, especialmente la psicológica, repercute en el
bienestar de los hijos; por ello, cuanto más afectados se encuentren los progenitores
mayor riesgo para su descendencia.

En la salud física
Recientemente, Larson y Halfon (2012) señalan que los niños de padres
divorciados presentan un riesgo elevado de padecer problemas de salud física, como la
obesidad, asma, cáncer, y enfermedad general, crónica y aguda (Hemminki y Chen
2006; Lorenz, Wickrama, Conger y Elder 2006; Maier y Lachman 2000; Troxel y
Matthews 2004; Yannakoulia, Papanikolaou, Hatzopoulou, Efstathiou, Papoutsakis y
Dedoussis, 2008). Otros autores, también han evidenciado la vulnerabilidad a presentar
afectación de hipertensión, asma, y enfermedades de tipo coronario (Guzmán y otros,
2008; Krantz y Manuck, 1984; Seijo, Novo, Carracedo y Fariña, 2010; Standing
Comitte on Legal Constitutional Affaire, 1998). Igualmente, se han encontrado
alteraciones psicosomáticas, como dolores de cabeza y estómago (Orgilés, Amorós,
Espada y Méndez, 2008).
Por otra parte, en jóvenes menores de edad, la separación de los padres se
presenta como una de las causas más frecuentes de suicidio y tentativa de suicidio, con
frecuencia a causa de sentimientos de rechazo o detrimento del interés de sus
progenitores hacia ellos (Lester y Abe, 1993; McCall y Land, 1994; Woderski y Harris,
1987). Diversos estudios informan de una mayor tasa de suicidios en aquellos menores
cuyos padres se habían separado, e incidencia mayor en varones que en mujeres (Brezo,
Paris, Tremblay, Vitaro, Zocolillo, y Turecki, 2006; D’Onofrio, Turkheimer, Emery,
Referencia: Fariña, F. Arce, R., Seijo, M., y Novo, M. (2013). El hijo como víctima de los problemas de
pareja: Un abordaje desde la justicia terapéutica. En S. P. Colín, E. García-López, y L. A. Morales
(Coords.), Ecos de la violencia, voces de la reconstrucción (pp. 49-72). Morelia, Michoacán, México:
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Morelia. ISBN: 978-607-9169-23-7.

Slutske, Heath, Madden y Martin, 2006; Fariña, Arce, Novo y Seijo, 2012; Fuller-
Thompson y Dalton, 2011; Lizardi, Thompson, Keyes, y Hasin, 2009).
En esta misma línea, algunos investigadores alertan que la separación de los
progenitores, antes de la edad adulta, minimiza su esperanza de vida (p.e., Brown,
Anda, Tiemeier, Felitti, Edwars, Malarcher, Croft y Giles, 2010; Ge, Natsuaki y
Conger, 2006; Martin, Friedman, Clark y Tucker, 2005; Weitoft, Hjern, Haglund y
Rosén, 2003; Schwartz, Friedman, Tucker, Tomlison-Keasey, Wingard y Criqui, 1995;
Singh y Yu, 1996). Como recogen Larson y Halfon (2012), en una investigación
realizada con niños de altas capacidades, participantes en el Terman Lifecycle Study, en
1921, aquellos cuyos padres se separaron tuvieron una media de cuatro años menos de
esperanza de vida; también precisaron que en ese estudio se había obtenido que al inicio
de la vida social lo que más correlacionaba con la muerte era el divorcio de los padres.

En la salud psicoemocional
El divorcio parental puede afectar a la salud física de los hijos, tal y como hemos
señalado en el apartado anterior; pero las consecuencias más devastadoras son de índole
psicoemocional (Ackerman, 1995, Cherlin, Chase-Lansdale y McRae, 1998, Garnefscki
y Diekstra, 1997, Wallerstein y Kelly, 1980). En este sentido, Ellis (2000) ha informado
que el divorcio duplica la proporción de problemas de ajuste emocional y también
conductuales.
Fariña y Arce (2006); Fariña, Novo y Vázquez (2007) y Fariña, Seijo, Arce y
Novo (2002) afirman que los niños, tras la separación, manifiestan sentimientos
disfuncionales, a saber:
– Sentimientos de culpa. Los hijos frecuentemente se sienten culpables por la
separación de sus progenitores, circunstancia que les provoca enorme malestar.
– Sentimientos de abandono y rechazo. Muchos niños, especialmente los más
pequeños, no comprenden porqué uno de sus progenitores deja el hogar, e
interpretan este hecho como una conducta de abandono. Además, las múltiples
gestiones y problemas que genera el proceso de ruptura, y que sus progenitores
han de resolver, provoca que éstos dediquen menos tiempo a sus hijos,
incrementando y reforzando los sentimientos de abandono y rechazo.
Referencia: Fariña, F. Arce, R., Seijo, M., y Novo, M. (2013). El hijo como víctima de los problemas de
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– Sentimientos de impotencia e indefensión. Se generan esencialmente por


encontrarse con una situación y realidad con la que no contaban y que les
cambia substancialmente su vida (costumbres, colegio, vecindario, hogar), y en
la cual no participaron ni se ha tenido en cuenta su opinión.
– Sentimientos de frustración. Se deben, principalmente, al no cumplimiento de la
expectativa de familia unida.
– Sentimientos de inseguridad. Se producen debido a los sentimientos de rechazo,
abandono e impotencia y a la inestabilidad de la situación.
Además, pueden sufrir problemas psicoemocionales. “De hecho, los hijos de
padres divorciados acuden a las consultas y servicios de Psiquiatría del niño y del
adolescente en mayor proporción que los niños de familias no separadas” (Mardomingo,
1994, p. 623). En este sentido son los hallazgos de Seijo, Novo, Carracedo y Fariña
(2010), quienes obtuvieron en un estudio realizado con estudiantes universitarios
españoles, que aquellos que sus padres se habían separado cuando eran niños, habían
padecido durante su infancia y juventud más alteraciones psicoemocionales y habían
recibido más atención psicológica y psiquiátrica, que aquellos que sus padres vivían
juntos.
Las alteraciones de índole psicoemocional más frecuentes en estos menores son,
primordialmente, baja autoestima, ansiedad general y por separación, depresión e
inadaptación personal, familiar, escolar y social, que pueden derivar en problemas de
conducta, comportamientos disruptivos e incluso, a largo plazo, conductas desviadas,
como consumo de sustancias y alcohol, así como comportamientos delictivos. Estas
manifestaciones, según su origen, se pueden dividir en internalizantes o externalizantes
(Allison y Fustemberg, 1989; Amato, 2000, 2010; Arce y Fariña, 2007; Averdijk, Malti,
Eisner y Ribeaud, 2012; Hetherington y Kelly, 2005; Landsford, Malone, Castellino,
Dodge, Pettit y Bates, 2006; Méndez, Inglés, Hidalgo, García-Fernández y Quiles,
2003; Orgilés y otros, 2008; Wallerstein y Kelly, 1980).
Los efectos psicoemocionales pueden acompañarlos a lo largo de la vida,
provocando que padezcan un mayor número de problemas mentales en la edad adulta
(Amato, 2000; Nunes-Costa, Lamela y Figueiredo, 2009; Ross y Mirowsky, 1999;
Waterickx, Gouwy y Bracke, 2006). Como precisa Mardomingo (1994), de las más
prestigiosas psiquiatras españolas infantojuveniles, “La aparición de trastornos
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emocionales en la vida adulta está condicionada no sólo por la deprivación parental,


sino por las características del medio familiar y por el tipo de interacción que se
establece entre sus miembros” (p. 227).

Factores de riesgo y protección

Es importante precisar que no todas las investigaciones e informes aportan


evidencias del elevado impacto del divorcio en los hijos. En este sentido, Kelly (2003),
informan que la mayoría de los hijos de divorciados y separados presentan un nivel
medio de ajuste y adaptación, y que entre el 75% y el 80% no padecen más problemas
psicológicos que sus iguales, realizan formación universitaria y conservan los lazos
afectivos con sus familiares. Kelly (2007) afirma que aquellos estudios que emplean una
metodología más sofisticada (p.e. Amato, 2001; Hetherington y Sanley-Hagan, 1999)
encuentran que las diferencias entre los hijos de familias intactas y los hijos de familias
separadas o divorciadas son menores de lo que inicialmente se consideraba destructor en
la vida de los hijos o una experiencia superable. Así, las consecuencias del divorcio en
los hijos, como ya se ha referido en párrafos anteriores, no son las mismas para todos
los casos, sino que van a depender de diferentes factores como las circunstancias previas
al divorcio, la manera en que el proceso se afronta por los adultos, y el nivel de
conflicto entre los progenitores. Además de éstos, existen otros factores de carácter
interno y externo a los menores, de riesgo o de protección, que pueden mediar en el
logro de un ajuste adecuado (p.e., Affi y Hamrick, 2006; Braver, Shapiro y Goodman,
2006; Cheng y George, 2005; Greef y Van Der Merwe, 2004; Kelly y Emery, 2003).
En cuanto a los factores externos, Mardomingo (1994, p. 633) estableció los
siguientes:
– Factores de riesgo: “Clase socioeconómica desfavorecida; psicopatología
paterna; conflictividad prolongada previa al divorcio; carácter repentino del
divorcio; múltiples cambios en el medio familiar; conflictividad de los padres
después de la separación; problemas legales; ausencia física o emocional de uno
de los padres”.
– Factores protectores: “Ausencia de discordia o, en todo caso, escasa
conflictividad marital; cambios mínimos en la organización y funcionamiento de
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la familia; mantenimiento de la relación con el padre ausente; apoyo económico


y emocional a los hijos por parte de ambos padres; apoyo de otros miembros de
la familia, así como los profesores y amigos; ausencia de juicios negativos de un
padre acerca del otro en presencia de los hijos; pocos cambios en la
reorganización y funcionamiento familiar; mantenimiento del contacto con el
progenitor no custodio; apoyo económico y emocional a los menores por parte
de ambos progenitores; ausencia de valoraciones negativas de un progenitor
hacia el otro delante del menor”.
Ruiz, Gómez-Ferrer y Romero (2010), señalan también como factores de
protección la fortaleza de la familia y los lazos de unión entre sus miembros; precisando
“El niño se protege de la separación si cuenta con suficiente afecto y una disciplina
consistente con una supervisión adecuada. Lo más importante de todo es mantenerlos
fuera del conflicto parental” (p. 293). Igualmente, coincidiendo con Cheng y George
(2005) y Ge, Natsuaky y Conger (2006), consideran como factor protector que los hijos
dispongan de una red social de apoyo, significando la escuela y otros grupos sociales y
religiosos. En nuestra opinión, los clubes o asociaciones de carácter deportivo
desempeñan un papel protector muy destacado, porque permiten que los niños, además
de obtener apoyo del grupo, disfruten de emociones positivas y realicen ejercicio físico,
que con carácter moderado tiene efectos positivos sobre el estrés. Además, Ruiz,
Gómez-Ferrer y Romero (2010), señalan como factores protectores de carácter
individual atributos relacionados con el temperamento del niño: “la sociabilidad, la
inteligencia, el nivel de actividad, la capacidad para resolver problemas y la
competencia social y académica” (p. 293).
En procesos de separación y divorcio el factor que mejor protege a los hijos es
que la familia, especialmente los progenitores, respeten sus derechos; de la misma
manera el factor de riesgo más importante es que los progenitores no cumplan con sus
obligaciones o responsabilidades. Los derechos de los niños ante el divorcio y
separación de sus progenitores fueron descritos en una sentencia dictada por la Corte
Suprema de Wisconsin y, posteriormente, otros autores los han asumido (p.e., Blanch y
Shelton, 1997 y Arce y Fariña, 2007). Esta sentencia supuso una importante aportación
a nivel internacional para entender el significado del mejor interés del menor. Por su
parte Arce y Fariña (2007) establecen cuáles son los deberes de los progenitores
Referencia: Fariña, F. Arce, R., Seijo, M., y Novo, M. (2013). El hijo como víctima de los problemas de
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después de la ruptura, considerando que éstos han de asumir determinadas pautas para
minimizar o eliminar las posibles consecuencias negativas derivadas del proceso de
separación o divorcio, tanto en ellos mismos como en los hijos. Seguidamente se
detallan ambos.
Derechos de los menores:
– El derecho a ser tratados como personas que tienen intereses y que están
afectadas, y no como meras prendas o posesiones, pudiendo expresar sus
sentimientos acerca del divorcio.
– El derecho de querer a su padre y a su madre sin tener sentimientos de presión,
culpa o rechazo.
– El derecho a no encontrarse en un conflicto de lealtades y a no ser alienado en
contra de ninguno de sus padres.
– El derecho a que no le pregunten sobre la elección de uno u otro progenitor o en
qué lugar quiere vivir.
– El derecho a mantener una relación positiva y constructiva con cada progenitor.
– El derecho a no tener que tomar decisiones propias de adultos.
– El derecho a permanecer siendo niños, sin tener responsabilidades de adultos, y
sin tener que “cuidar a sus padres” o asumir tareas de éstos.
– El derecho a que no se le meta en un juego doloroso e hiriente entre ambos
padres.
– El derecho a un nivel y apoyo económico adecuado, proporcionado por ambos
padres.
– El derecho a aprender comportamientos adecuados, a través del ejemplo de sus
padres.
– El derecho a tener amigos y a participar en actividades escolares y de la
comunidad.
– El derecho a lograr éxito académico y prepararse para ser autónomos e
independientes.
– El derecho a conocer sus orígenes y a formar una identidad personal basada en
sus experiencias.
Deberes de los progenitores:
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– Separar los papeles conyugales de los parentales, de modo que ambos colaboren
para dar una respuesta eficaz a las necesidades de los hijos.
– Obligación de dejar al margen de las disputas conyugales a los menores,
centrándose en el rol parental y en las necesidades de éstos.
– Tomar conciencia de que los hijos no son un bien ganancial a repartir, sino una
responsabilidad parental para ambos padres.
– Disminuir la tensión, subrayando los aspectos positivos asociados a la
separación.
– Comprender que la separación es un suceso traumático que afecta a todos los
miembros de la familia y muy especialmente a los hijos. Por tanto, éstos
necesitan ayuda y apoyo para sobrellevarlo.
– Dar oportunidad a los hijos de expresar sus sentimientos, ayudándoles a superar
de forma constructiva las reacciones emocionales negativas asociadas a la
separación.
– No obligar a los hijos a escoger entre uno u otro progenitor, o en qué lugar
quiere vivir.
– Contribuir a la manutención y cubrir las necesidades de los hijos, pensando
siempre en su bienestar.
– No desacreditar al otro progenitor y promover una imagen positiva de él.
– Procurar que los hijos tengan contactos suficientes, frecuentes y con regularidad
con ambos progenitores.
– Manifestar a los hijos que siempre cuentan con los dos progenitores y que ambos
le quieren mucho.
– Obligación de cooperar como padres en la toma de decisiones importantes sobre
los hijos, involucrándose tanto como sea posible en la vida del menor.
– Obligación de educar a los hijos, proporcionando modelos adecuados.
– Obligación de garantizar el pleno desarrollo de las capacidades cognitivas,
afectivas, sociales y morales de los hijos.
– Obligación de no sobrecargar a los menores con responsabilidades propias de
adultos.
– Obligación de pedir ayuda cuando el estado psicológico le impida cumplir
eficazmente con su responsabilidad parental.
Referencia: Fariña, F. Arce, R., Seijo, M., y Novo, M. (2013). El hijo como víctima de los problemas de
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– Anteponer los derechos y necesidades de los hijos a los suyos propios.

Comentarios finales

En este capítulo se han precisado diferentes consecuencias nocivas para los hijos
que pueden producirse tras la separación de los progenitores. Su lectura podría llevar a
interpretar que independientemente de las circunstancias, por el bien de los hijos, los
progenitores no deberían nunca tomar la decisión de separarse. Sin embargo, esta
conclusión sería plenamente errónea. Así, cuando la relación es altamente conflictiva,
existe maltrato, o simplemente genera infelicidad, la mejor opción es la separación
conyugal. No en vano, el divorcio puede representar un alivio para toda la familia y una
oportunidad para recomponer las relaciones intrafamiliares (Mardomingo, 1994), de
manera positiva. Como señalan Fariña y Arce (2008) y Fariña, Novo y Vázquez, (2007)
si la ruptura de la pareja se realiza sin desembocar en ruptura familiar, los progenitores
se mantienen psicológicamente equilibrados y desarrollan con responsabilidad su labor
de coparentalidad, los hijos no tendrían que entrar dentro del grupo de riesgo de
desajuste emocional, psicológico, familiar, escolar o social; muy por el contrario, podría
ser un garante de bienestar. No obstante, este proceder resulta altamente complejo en un
proceso de separación o divorcio, especialmente cuando el procedimiento es
contencioso. En México, como acontece en otros países, muchas familias no
experimentan el divorcio como una oportunidad; muy por el contrario, incrementan el
malestar de todos sus miembros, hasta llegar a suponer un maltrato hacia los hijos.
Empero, cuando esto ocurre, los progenitores no tienen conciencia del daño que causan,
aunque sea altamente evidente para otras personas ajenas al proceso.
Se encuentran dentro de un círculo vicioso que deben romper por su bienestar, pero
especialmente por el de sus hijos, quienes en el momento en que más apoyo y
protección precisan de sus padres más abandono reciben, colocándolos en una situación
de alto riesgo personal.
En este sentido, la Justicia Terapéutica (TJ) se presenta como una corriente
jurídica necesaria para mejorar la vida de las familias que experimentan la separación y
el divorcio. Ésta asume, entre otras cuestiones de interés, que los procesos judiciales de
familia requieren, por parte de todos los agentes jurídicos, un abordaje sensible al estado
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psicoemocional en el que se encuentran los progenitores, para que el proceso sea lo más
terapéutico posible. Bajo esta premisa, la TJ dirige los procesos de divorcio a
procedimientos de mediación, y apuesta por que vaya acompañada con programas de
apoyo psicoeducativo específicos para estas familias, en la línea del programa “Ruptura
de Pareja no de Familia” (Fariña, Novo, Arce y Seijo, 2002). Esto se debe a que la
mediación, lejos de las intervenciones iatrogénicas de los procesos contenciosos,
propicia el bienestar emocional de los progenitores y de los restantes miembros de la
familia; pacificando el conflicto y facilitando la coparentalidad positiva. Los programas
de apoyo en Latinoamérica son poco conocidos y mucho menos implantados que la
mediación familiar, pero tan importantes y necesarios como ésta; puesto que favorecen
la adaptación positiva de todos los miembros a la nueva realidad familiar. Y, a su vez,
conciencian a los progenitores de la necesidad de respetar los derechos de sus hijos, y
les enseñan a responsabilizarse de sus obligaciones para alcanzar una labor coparental
armónica y equilibrada, centrada en el mejor interés de los menores.

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