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Kristen Hawkes creció creyendo que la evolución del hombre comenzó cuando se puso de pie, salió

a cazar y su cerebro creció debido a que las nuevas habilidades para enfrentar el mundo y para
alimentar a su familia propiciaron su desarrollo cognitivo. Así, desde el mono hasta el ‘Homo
sapiens’ actual.

Pero lo que esta antropóloga nunca se esperó fue que, en medio de sus investigaciones sobre el
desarrollo de la humanidad, surgiría una hipótesis que daría vuelta a ese paradigma.

Investigando a los hadza, un pueblo de Tanzania que en los años 80 aún vivía de la caza y la
recolección, vio que eran las abuelas las que buscaban alimento para los más pequeños.
Descubrió que la caza no era tan central como se creía y vio, además, cómo el rol de las abuelas
permitía a las mujeres concentrarse en la cría de los lactantes y, luego, tener otros hijos sin dedicar
mayor cuidado a los que ya habían crecido.

La profesora Hawkes imaginó esta práctica en tiempos ancestrales y planteó preguntas claves para
entender, desde una nueva perspectiva, la evolución humana: ¿por qué, a diferencia de otros
primates, las mujeres viven más allá de su edad fértil? ¿Por qué sus cuerpos se mantienen en buena
forma si han parido un hijo tras otro? ¿Por qué no vivieron el desgaste de amamantar a sus crías y
luego sacarlas al mundo? La respuesta a todos estos interrogantes fue una sola: gracias a las
abuelas. Ellas serían las responsables de la longevidad de la especie y de que existiera un
periodo de desarrollo llamado infancia en el que surgirían habilidades sociales.

La llamada ‘hipótesis de la abuela’ se abre paso en un mundo académico que, a lo largo de todo el
siglo XX, giró alrededor de un modelo de evolución centrado en el hombre y en la caza.

Hawkes cuenta que ni ella ni sus colegas que se adentraron en la vida de los hadza tenían como
objetivo observar a las viejitas de la comunidad.

Entonces, ¿qué esperaba encontrar esta antropóloga cuando se internó en Tanzania?

“Quería indagar sobre las estrategias masculinas. En trabajos previos con los cazadores de Ache, en
Paraguay, ya habíamos explorado las hipótesis con las que entramos a Tanzania”, recuerda Hawkes.

Con la ayuda de las abuelas se pudo doblar la esperanza de vida en primates en los últimos 60.000
años de evolución
“Dábamos por hecho que la clave de la evolución humana era que los hombres cazaban para
abastecer a sus esposas e hijos. Pero los datos que recogimos con los Ache contradecían esa
versión”, añade la antropóloga, y cuenta que cuando ella y su equipo llegaron a Tanzania,
concentraron su análisis en un curioso fenómeno: los hombres hadza no buscaban a sus familias
cuando volvían de cazar.

“¿Por qué cazan? Nos preguntábamos. La caza no siempre daba buenos resultados, y cuando tenían
éxito, la carne se distribuía entre todos, pero no se proveía a los suyos, a sus familias”, explica
Hawkes.

Entonces –pensó la antropóloga– el motor de lo que llamamos humanidad no estaba dado por el
modelo de “hombre proveedor”. Ante sus ojos apareció algo mucho más relevante y diferenciador
de nuestra especie: las relaciones que se dan en torno a la crianza, la tendencia a la protección y
las habilidades que se gestaban a partir de ese motor.

Pero, entonces, ¿qué define a la humanidad?

El psicólogo evolutivo Michael Tomassello dice que un elemento definitorio de la humanidad es la


“intencionalidad de compartir”. La profesora Hawkes sumó esa idea a su hipótesis y planteó que
solo después de que la especie humana desarrolló esa forma de relacionarse habría venido todo lo
que hasta ahora entendemos como la clave de la humanidad.

Con los años, Hawkes ha ido juntando evidencia para cuestionar la ecuación según la cual el
hombre se puso de pie, desarrolló el tamaño del cerebro y aprendió a cazar para la familia.

A su favor, han surgido hallazgos en otras áreas de la ciencia relacionada con la evolución, como la
arqueología y la paleontología.

“La evidencia fósil demostró que el bipedalismo ocurrió millones de años antes de aumentar el
tamaño del cerebro. Estas piezas, por tanto, no van juntas. La etnografía, por otro lado, ha
demostrado que la mayor parte de lo que los cazadores mataban lo entregaban a otros y no a sus
propias esposas e hijos”, insiste.

En los últimos años, Hawkes ha trabajado con Peter Kim, un brillante matemático interesado en sus
mismos interrogantes. “Hemos publicado varios artículos científicos en los que el modelamiento
matemático es central”, comenta la profesora.

Gracias a estos modelos de simulación matemática, Hawkes y Kim lograron establecer, en 2012,
que con la ayuda de las abuelas se pudo doblar la esperanza de vida en primates en los últimos
60.000 años de evolución.

Ambos investigadores analizaron un grupo de chimpancés hembras, que rara vez viven hasta los 40
años y no tienen conductas de ‘abuelaje’. Al compararse este grupo con uno de hembras homínidas,
los resultados mostraron que los cuidados de las abuelas a sus nietos aumentaban en 49 años la
esperanza de vida y en un breve periodo de tiempo evolutivo.

Y Kristen Hawkes define así su hipótesis: “Muchos aceptan que las abuelas tienen su lugar en la
historia de la evolución. Pero mi hipótesis las hace absolutamente centrales”, explica Hawkes.
“Lo que queda por discernir –agrega– es el papel de los padres”.

De acuerdo con la investigadora, la ‘hipótesis de la abuela’ se centró, primero, en las historias de


vida de las mujeres. No obstante, señala que “es imposible desconocer que las estrategias que
desarrollaron los hombres están directamente conectadas con las prácticas del ‘abuelaje’”, señala la
antropóloga.

¿Una hipótesis feminista?

“Entiendo la importancia del sexo y los conflictos de interés que pueda tener por mi condición
de mujer en el desarrollo de esta investigación”, aclara Hawkes. “Pero cualquier persona que
preste algo de atención a la biología evolutiva eventualmente se convertirá en feminista”, advierte.

El trabajo silencioso –aunque revolucionario– de Kristen Hawkes sufrió una inesperada visibilidad
a partir del 2011, cuando la celebre guionista Sarah Treem (también guionista de ‘House of Cards’)
tomó la hipótesis de Hawkes como argumento central de ‘El cómo y el porqué’, una obra que relata
la historia de dos biólogas que, a partir de sus teorías, resuelven una relación personal conflictiva.

Hawkes solo conoció la obra a través de comentarios, ya que nunca la ha podido ver en vivo.

“Me encantaría verla. La leí hace mucho tiempo y tuve algunas dudas sobre cómo se
describieron mis hipótesis, pero fue hace tanto que no recuerdo bien por qué”, cuenta la
antropóloga.
Hawkes admite que para la sociedad actual debe resultar extraño escuchar la ‘hipótesis de la
abuela’, una teoría que intenta explicar, en pleno siglo XXI, el nacimiento de la humanidad millones
de años atrás. Más aún cuando las relaciones humanas parecen seguir en evolución, con grandes
descensos de natalidad, con hembras incorporadas en el mundo de la ‘caza’ (laboral) a la par de los
machos y con familias nucleares que se alejan de sus familias de origen.

“Ni hablar de las madres solteras que están completamente solas, tratando de hacer por sí mismas
algo que no estamos diseñados para hacer”.

¿No será que las abuelas están en peligro de extinción?, le preguntamos a la antropóloga.

“Las sociedades actuales presentan ciertos síntomas que nos podrían dar pistas”, dice Hawkes.
“Vemos familias nucleares muy separadas, que se desenvuelven en lugares de trabajo ubicados lejos
del hogar e inapropiados para bebés y niños. Todo esto contradice gran parte de la experiencia
humana”, señala la investigadora.

Hoy –dice Hawkes– los padres tienen que sobrellevar mucha más carga que en las sociedades
tradicionales de pequeña escala. No obstante, las abuelas no dejan de existir. Y el ‘abuelazgo’
permanecerá, siempre y cuando la gente propicie las condiciones para que las abuelas lo
ejerzan en el más tradicional sentido de la crianza y el cuidado.

CLAUDIA GUZMÁN
El Mercurio (Chile) - GDA@ClaudiaGuzmanV

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