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Es importante subrayar que desde muy antiguo y hasta hoy existe algo así
como una retórica de la migración que pone énfasis en sentimientos de
desgarramiento y nostalgia y que normalmente comprende el punto de
llegada —la ciudad— como un espacio hostil, aunque de algún modo
fascinante o simplemente necesario, a la vez que sitúa en el origen
campesino una positividad casi sin fisuras, con frecuencia vinculada a una
naturaleza que es señal de plenitud y signo de identidades primordiales.
Sintomáticamente, esta perspectiva cruza de parte a parte el espesor de
los varios discursos que constituyen la literatura peruana y se puede
encontrar en canciones quechuas, en formas mestizadas como el yaraví,
en cantos criollos de la costa y en textos definidamente inscritos en el
canon de la literatura culta. No es el momento de acumular citas, pero no
sería vano recordar que en el cancionero quechua abundan expresiones
de desarraigo que casi siempre tienen que ver con la migración a la ciudad
(Montoya 1987:423-470);
que desde antiguo varias generaciones recuerdan, y hasta hoy los versos
del siguiente yaraví:
Las consecuencias en las poblaciones de origen por la migración (de los ’50)
Los excedentes de población, expulsados de regiones transformadas por el efecto
de la maquinización o expulsados de regiones atrasadas, tratan de reubicarse
regionalmente para lograr de alguna manera los bienes necesarios para su
subsistencia; o, porque se ven afectados por las ideologías que acompañan a la
gran transformación, tratan de alcanzar los bienes de consumo y el estilo de vida
prometidos por los medios masivos de comunicación. Esto globalmente conduce a
migraciones hacia los centros de más afluencia de capital.
La ausencia de los grupos de edad se puede apreciar tanto a nivel comunal, como
a nivel provincial y departamental. Esta virtual ausencia de jóvenes plantea
problemas serios a varios niveles. El sistema político-administrativo en casi todas
las comunidades, al igual que su organización religiosa festiva, se basaba en un
escalonamiento de cargos, por los cuales iban ascendiendo los individuos,
cumpliendo cargos de mayor trascendencia cada vez, que en su ejercicio dependían
de la delegación de tareas a los cargos inferiores. Este sistema, en cuanto a lo
político-administrativo, en muchos casos se vuelve impracticable, dada la ausencia
de los jóvenes. Lo mismo vale para la organización del ciclo festivo comunal, que
marca las actividades anuales, y le da al grupo un sentido de pertenencia, amén de
que los integra en un sistema de contraprestaciones de invitaciones festivas
Tal como la ausencia de jóvenes afecta el sistema religioso y administrativo,
también conduce a la transformación del sistema económico. La consecuencia más
simple es la ausencia de mano de obra, tanto a nivel general como familiar. Una
consecuencia parece ser el abandono de áreas de cultivo menos productivas en
términos del valor mercantil de la producción. Pero también puede conducir a que
las mismas comunidades se conviertan en centros de inmigración proveniente de
otras zonas más atrasadas.
En este contexto también habría que considerar la inducción a la migración que
parte de los migrantes establecidos, sea para tener mano de obra familiar en sus
empresas y talleres, sea para tener ayudantes domésticos, que permiten a los
migrantes ya establecidos dedicarse con más tiempo a sus proyectos económicos.
También habría que señalar que la misma fluidez de información permite adecuar
los flujos de migración que parten de un pueblo con más conocimiento de las
oportunidades que se presentan en los diversos centros de inmigración.