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RESPONSABLES
INTRODUCCIÓN
En este sentido, América Latina enfrenta un pesado lastre que nos pone en una
descomunal desventaja si osáramos compararnos con países de otras regiones del
mundo, debido a que, somos de éste, la región más inequitativa, con nuestros
consabidos índices de pobreza y desigualdad.
Sin embargo, la pobreza y la desigualdad son solo el resultado final de una larga
lista de factores que los originan y los ahondan: la desigualdad entre las zonas
poblacionales, rurales y urbanas, siendo la rural donde están mayormente asentadas las
poblaciones nativas, étnicas y raizales, víctimas históricas de flagelos como la
discriminación, el abandono sociopolítico, y el conflicto armado que los obliga a migrar
hacia las zonas más pobres de las grandes orbes, donde se enfrentan a carencias que
nunca les han sido ajenas como lo son el acceso a educación, empleo, salud, vivienda,
servicios básicos, etc.
Pero, aún más grave, es el hecho de que ––y a pesar de todo–– nuestras
inequidades y desigualdades sociales no sólo trascienden y son medibles o comparables
con respecto del nivel de vida y/o niveles de igualdad socioeconómica de las demás
regiones, sino que también ostentamos grandes índices de desigualdad dentro de
nuestras propias sociedades. En Colombia, por ejemplo, existen estudios que revelan
que la riqueza del país se concentra en un 0,4% de la población, exhibiendo
escandalosas cifras de pobreza y pobreza extrema que se encuentran en el orden del
45% y 20% de la población, respectivamente. Es decir, el 65% de su población se
encuentra en enorme desventaja de desigualdad social, lo que se ve, inexorablemente,
reflejado en factores como acceso y calidad a la educación, (entro otros); no sólo porque
esta población carezca de los recursos, sino porque los gobiernos, tanto nacionales
como subnacionales, suelen canalizar sus recursos prioritariamente hacia las escuelas
de estratos clase media y alta, descuidando así, el sector educativo cuyas escuelas se
encuentran situadas en las zonas marginales y/o rurales. Lo anterior es debido a varios
factores; por ejemplo, el hecho de que en los sectores de dominancia económica, los
estudiantes tienen acceso al conocimiento extraescolar (en sus hogares o, a través de
museos, bibliotecas, teatros, lugares de esparcimiento cultural y académicos, acceso a
redes sociales e Internet etc.) lo que potencia su desarrollo intelectual y, en
consecuencia, su rendimiento académico. Por otro lado, cuentan con asociaciones
organizadas de padres de familia, con las herramientas y discurso legales y formación
académicos que les facilita reclamar, exigir y hacerse un actor activo en los procesos de
enseñanza-aprendizaje de sus hijos, mientras que del otro lado, éstos suelen ser sólo
una figura decorativa y ausente en el gobierno escolar.
Así las cosas, estos sectores privilegiados están casi siempre a la cabeza de los
resultados académicos medidos a través de pruebas externas del orden nacional e
internacional, al tiempo que tienen mejor y mayor oportunidad de integrarse al mercado
laboral, que es, finalmente, el método más eficaz para visibilizar y cuantificar el éxito de
un modelo educativo. En consecuencia, podemos establecer por qué los gobiernos, ––
con el afán de mostrar resultados ligeros sobre sus políticas de gobiernos, encaminadas,
por una parte a satisfacer sus financistas, y demás grupos a los que representan––
suelen enfocar su capital político-económico hacia escuelas situadas en los sectores de
la población más favorecida, los cuales, por los motivos ya expuestos, suelen ofrecerles
resultados concretos, en el entendido de que ellos son una muestra ––falaz, por su
puesto–– del “éxito” de las políticas educativas de sus gobiernos, casi siempre,
incapaces de trascender sus períodos de mandato.