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30/12/2017 Alejandra Pizarnik: la sonrisa desde el precipicio - 26.09.

2014 - LA NACION

Alejandra Pizarnik: la sonrisa desde el


precipicio
La correspondencia ampliada de la gran poeta argentina, que llegará a las
librerías la semana próxima, suma textos desconocidos y nuevos destinatarios; la
crítica Ivonne Bordelois, amiga y estudiosa de la autora de Extracción de la
piedra de la locura, analiza ese eslabón que une de manera decisiva la vida con
una obra brillante y atormentada

VIERNES 26 DE SEPTIEMBRE DE 2014 Ivonne Bordelois PARA LA NACION

L a mejor literatura no es sino la sombra de una buena conversación, solía decir Borges
citando a Stevenson. Y qué son las cartas sino conversaciones, en las que el espacio entre
una y otra permite la reflexión, la incertidumbre, el espejo lejano que nos ofrece el otro.
Aquellos que tuvimos el privilegio de conversar con Alejandra Pizarnik recordamos esa pradera
de luces e incertidumbres que se abría cuando con su voz titubeante, avanzando entre tinieblas
luminosas, proponía juegos, citas, adivinaciones, ráfagas de abismo. El epistolario de Alejandra
Pizarnik, en esta tercera edición de Alfaguara -la primera fue en 1998, Seix Barral y la segunda
en 2013, México, Posdata- permite reabrir una vez más la puerta y adentrarse en la atmósfera
encantadora, pero a veces también escalofriante, de las conversaciones con Alejandra.

Las últimas ediciones, gracias al talento detectivesco y el dinamismo inagotable de Cristina


Piña, han aumentado la cantidad de corresponsales de veinticuatro a cuarenta. Entre los
incorporados se encuentran, entre otros, Antonio Beneyto, pintor y poeta español, editor de El
Deseo de la Palabra, que apareció póstumamente (Ocnos, 1975); Raúl Gustavo Aguirre, Manuel
Mujica Lainez y Esmeralda Almonacid, cuya correspondencia incluye deliciosos dibujos,
tarjetas, collages (un cuadernillo de imágenes facsimilares acompaña el texto). Impresiona el
número y la diversidad de los corresponsales de Pizarnik, que muestran la intensa complejidad
de su vida.

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Entre la intimidad de los diarios y la profusión de la obra editada, los epistolarios constituyen
ese eslabón reencontrado que une la vida personal del autor con su creación: puente efectivo
que nos deja vislumbrar su día a día, sus vacilaciones y aflicciones, sus lecturas, amistades y
amores. Los epistolarios de Kafka y Virginia Woolf son excelentes muestrarios de estas
revelaciones, un taller interior en donde la obra y su relación con la persona del escritor se va
ofreciendo a la mirada amable y a la vez temible de los interlocutores válidos. También lo es el
epistolario de Pizarnik:

No te envío poemas porque están en laboratorio. Estoy en un gran proceso de síntesis. Muy
pronto te enviaré algo, unos pocos pájaros de fuego, una breve palmada en el hombro tieso de
la señora muerte. (Carta a Rubén Vela, 1957).

Mientras el diario -cuya última edición, considerablemente aumentada, acaba de aparecer en


Barcelona- muestra a veces descensos abruptos en la más oscura melancolía, y los poemas, por
otra parte, son revelaciones, relámpagos oscuros de una mente singularmente lúcida y
atormentada, las cartas retratan a Pizarnik en diálogo con el mundo, en su esfuerzo de
construir con otros y a través de otros un lenguaje de señales y sobreentendidos que la
resguarden de las intemperies del tiempo, de la temida locura, de la soledad. Personajes
cruciales en la vida de Pizarnik, como Juan Jacobo Bajarlía, no aparecen en el diario, pero sí en
las cartas, cubriendo vacíos que sería interesante explorar. Al decir de ella,

la poesía tiene que ser el lugar del encuentro. Un espacio donde encontrarse con lo ausente, con
el ausente, con lo que no está. Lugar de la obsesión. De allí que todo poema inauténtico
significa falta de obsesión o de necesidad de ese encuentro. Dije lo ausente. Por ello entiendo el
deseo, el lugar vacío o la herida que nos dejó alguien (Dios?) yéndose para sólo dejar sed de su
presencia imposible.

En este caso las cartas, sin duda, son también un lugar de encuentro, de intento de derrota de lo
ausente. Son tentativas de comunicación, voluntad de compartir espacios secretos, confidencias
obscenas o tiernas, indicaciones para encuentros reparadores, llamados pasionales, pedidos
patéticos de socorro, advertencias, juegos de amor y de humor. Nos la muestran diversa y
estratégica, adaptándose a las expectativas de sus destinatarios, tratando de adivinar sus
deseos, balanceándose entre el cariño, la admiración, la inseguridad y la adulación, intentando
proyectar una imagen de sí misma donde alternen la niña menesterosa, la amante

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empedernida, la consejera lúcida, la amiga de las bromas y los juegos de palabras, la arquitecta
de su carrera, la vigía del tiempo por venir.

Foto: LA NACION

Notable es la prolijidad clásica del formato de las cartas de Alejandra -líneas muy regulares
realizadas con su letra infantil y aplicada, que Enrique Molina describía como el hilo tenue que
conduce fuera del laberinto- o bien las misivas tecleadas a máquina, donde exhibe una rara
perfección. Aquí resulta curioso el contraste entre la forma y el contenido a veces inesperado,
calcinante o perturbador, que en ocasiones encierran en estas cartas. Mientras que el diario -
sobre todo en las últimas etapas- es desolador y avanzamos por sus páginas con terror, casi por
obligación, con un sentimiento lúgubre que invita a compadecerla o incluso a menoscabarla
contra nosotros mismos, en sus cartas se respira en ocasiones un aire alto y refrescante, pero
con esa frescura que viene del abismo y nos conforta.

Pienso que en algunas de ellas apuntaba a lo mejor y más hondo de sus interlocutores en
muchos sentidos, abriendo posibilidades de una nueva manera de ser: ésa ha sido por lo menos
mi experiencia al recibirlas y recordarlas. Pero en otras, como en las dirigidas a Osías Stutman,
lo que se percibe es una aterradora cercanía con un precipicio inevitable:

Osías, amigo mío, tuve que haberme muerto en diciembre, cuando terminé de escribir esas
prosas de humor, las corrosivas que ya te mencioné. Ahora solo me la paso pensando qué mala
suerte tuvo Hölderlin al vivir 40 años después de su erosión y corrosión. Y qué suerte morir
joven.

Pero hay también lugar para la gratitud y la celebración, como en esta carta dirigida a Mujica
Lainez:

Manucho hermoso, Manucho querido (y tan admirado!) de repente en una breve, luminosa
carta, aludís a mis "difíciles" poemas con una exactitud que ni los más grandes poetas o críticos
lograron. Y todo de un modo dulce y refinadísimo, como un pequeño príncipe danzando o como
un niño genial y autómata de un museo francés que escribe genialmente distraído. Gracias,
gracias.

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Ciertos textos de humor obsceno aparecen en la Correspondencia, en particular en las muy


significativas cartas a Stutman -pero debo decir que no regreso a ellos con predilección: me
resultan aún más ominosos que aquellos donde Alejandra invoca líricamente a la muerte. Hay
una suerte de desenfreno de espiral negra en estos textos, que producían una irreprimible
angustia en los que la rodeábamos- Olga Orozco decía experimentar algo parecido al respecto.
Era como si asistiéramos a un paseo por la cornisa del abismo, a una suerte de desfonde
deliberado en donde nadie podía detener lo inevitable. En otras palabras, más que textos, estos
escritos me parecían o me resultaban síntomas, y nunca he podido distanciarme
suficientemente de ellos como para considerarlos de otra manera, lo cual, naturalmente,
desvirtúa la interpretación literaria, como la que ofrecen en este punto los escritos críticos de
María Negroni o Cristina Piña. Para acercarse acertadamente a estos textos, con todo, entiendo
que se precisa recordar en primer lugar lo que dice Alejandra: "La obscenidad no existe; existe
la herida". Así le escribe a la filósofa tucumana Eugenia Valentié, en una de las cartas
incorporadas a esta nueva edición:

Solamente vos, en este país inadjetivable, comprobás con notable facilidad y prodigiosa
rapidez, que el personaje -esa Érzebet increíblemente siniestra- no es una sádica más sino
alguien que pertenece a lo sacro: eso a lo que intentamos aludir en las palabras del sueño, las de
la infancia, las de la muerte, las de la noche de los cuerpos. Solamente vos comprendiste
(atendiste a) mi última frase: "la libertad absoluta? es terrible" que tanto escandalizó a los
izquierdistas de salón que, para fortuna de ellos, nada saben de la falta absoluta de límites,
sinónimo de locura, de muerte (y de la poesía, de la mística?) Nadie odia más que yo a la
Bathory.

Pero también hay lugar para disquisiciones sobre el humor, como en esta carta que dirige a
Antonio Fernández Molina -una novedad de esta edición:

Por cierto que siendo el humor -el "alto don sagrado" del humor- una de mis preocupaciones
constantes, me encantó sentirlo encarnado en poemas como los tuyos, enteramente insólitos en
nuestra lengua, empleada tan a menudo para la sátira (tan inútilmente cruel) pero no para el-
humor-ácido-corrosivo- de-la-llamada-realidad.[?] Quiero decir que nunca, hasta ahora, la
lengua española ha sido instrumento apto para ciertas metamorfosis de que sólo es capaz el
humor. Quisiera que no abandonaras esta preciosa vía de iniciación hacia lo otro.

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Lo que estas cartas señalan es que había en Alejandra una intuición central que daba en el
corazón de cada cosa -textos, situaciones o personas circundantes-, ya que nada ni nadie podía
escapar a su formidable perspicacia: era el suyo un poderío difícil de conjurar. Pero se matizaba
con una extrema sutileza, lirismo y comicidad en todos sus giros, donde lo obsceno y lo delicado
alternaban de forma sorprendente. Cautivaba el clima que comunicaba, tanto en sus
conversaciones como en sus escritos: las citas exactas, el humor negro o maravilloso, las
lecturas abracadabrantes que proponía, su manera de dar vuelta la literatura con una sola frase.
Su voluntad de descifrar y poner a prueba, con palabras precisas, "el corazón de las tinieblas",
era admirablemente obstinada, e imponía una suerte de compasión mezclada de reverencia y
terror. Por eso acaso su existencia tuvo un breve límite, porque semejante intensidad no era
sostenible más allá de ciertos plazos naturales.

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Pizarnik hizo del español un idioma vacilante y nocturno, frágil y misterioso. Foto: Sara Facio

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Y aquí aparece una veta acaso lamentable en la atención despertada por Pizarnik: la excesiva
concentración en su suicidio -ocurrido en 1972, cuando tenía 36 años - y a la vez la ignorancia
de su tenacidad y valentía hasta el final. Pizarnik fue muy tenaz en su vocación y valiente en su
sufrimiento; se interrogó hasta el final y hasta las más extremas consecuencias acerca del
sentido de su escritura, de lo que su compromiso con la poesía significaba, sin renunciar a la
más intensa soledad: "Ayúdame a no pedir ayuda". Y si es verdad que en ella el enigma de la
tragedia es permanente, patente y central, también son centrales el humor, la infancia, la
reflexión sobre la música, la pintura y el silencio, la mirada crítica sobre la tradición literaria:
estas dos son las pautas obligatorias cuando nos aproximamos a ella.

No se trata sólo de una poeta de la muerte, sino también una escritora extraordinariamente
lúcida, con una visión crítica sumamente rica y compleja. Es raro en nuestros tiempos
encontrar una conciencia como la suya, tan persuadida del contacto de la belleza con lo
tenebroso, no como una moda literaria sino como una propiedad de la vida misma. Su no
pertenencia al mundo no era un gesto, sino una convicción física y metafísica inapelable. Lo
muestra este fragmento de su diario que me transmitió en una de sus cartas: "La vida perdida
para la literatura por culpa de la literatura. Por hacer de mí un personaje literario en la vida real
fracaso en mi intento de hacer literatura con mi vida real pues esta no existe: es literatura".

La obra y la existencia de Pizarnik atestiguan permanentemente el sentimiento de la


inadecuación del lenguaje para expresar al mundo, y la inadecuación del mundo con respecto a
nuestros deseos más profundos. En esto se aparta de la tradición de la poesía de lengua
española, que no suele internarse con tanta tenacidad, verdad e intensidad en estas zonas de la
experiencia. Ella es un testigo trágico e insobornable de este sentimiento, y lo expresa con
fuerza, como por ejemplo en esta carta no enviada a Jean Staborinski:

Sí, usted lo dice perfectamente: "mis terribles experiencias deben ser recubiertas por los signos
de la poesía [?]". Sí, hay que recubrir con poemas las desgarraduras, las fisuras, los agujeros
todo lo que alude a la presencia de la ausencia (o del ausente). Creo también y sobre todo en la
corrección de los escritos. "Curar" un poema significa curar esa desgarradura [?].

Tanto en sus cartas como en su poesía, Alejandra realiza una operación muy extraña en el
español, lengua sólida, sonora y solar en su sustancia prima, que con ella se vuelve un idioma
vacilante y nocturno, frágil y misterioso, lleno de acechanzas y vislumbres, mucho más sutil y

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profundo de lo que suele ser; tanteos y resistencias que ceden al paso de una voz única e
irrepetible. Por eso, aun cuando mucho se la ha plagiado, lo que no puede plagiársele es la voz
poética, que la señala como una poeta mayor de nuestro siglo. Ella escribe sin mediaciones,
directamente desde el inconsciente: hay una suerte de electricidad negra en estos textos de la
cual cuesta mucho desprenderse.

Paradójicamente, a pesar de las trágicas circunstancias que rodearon su desaparición, el


mensaje de Alejandra Pizarnik ha sido un muy potente mensaje de vida. Pero se trata de un
mensaje de "la otra vida", la que Rimbaud evocaba cuando decía: "La vraie vie est ailleurs"(La
vida verdadera está en otra parte). Es este ailleurs el que Pizarnik atestigua y reivindica con su
existencia y con su poesía; con su humor, su amor y su terror. Terror de estallar en la
dispersión, en la fuga, en la no-pertenencia:

Heredé de mis antepasados las ansias de huir. Dicen que mi sangre es europea. Yo siento que
cada glóbulo procede de un punto distinto. De cada nación, de cada provincia, de cada isla,
accidente, archipiélago, oasis. De cada trozo de tierra o de mar han usurpado algo y así me
formaron, condenándome a la eterna búsqueda de un lugar de origen.

Quizá ésta es la realidad que subyace bajo la pluralidad de "sus voces". Porque hay motivos para
creer que en verdad ella construyó, a través de su poética, una personalidad que, bajo la
apariencia de continuidad de una voz torturada, en realidad estaba constituida por muchas
voces. Algo en este lenguaje, en el tono de este lenguaje, representa algo así como un contrapelo
absoluto frente a lo que se da en llamar poesía en nuestro tiempo. Reconocer que estamos
heridos es un tabú fundamental en un mundo donde el hedonismo es ley. Es en vano decir que
este lenguaje de Pizarnik suena a romanticismo trasnochado, a metafísica, a religión. Lo que
ocurre es que este lenguaje suena a cierto, con una certidumbre que nos lastima y en la que no
podemos dejar de reconocernos. Pero había nacido en un grupo -en un mundo- que temía sus
poderes extraordinarios y no supo preservarla ante ellos. Así, es notable la escasez de reacción a
su obra en la Argentina comparada con su impacto en el exterior, el ingente volumen de
estudios colectivos, tesis y congresos que se celebran en su nombre. En parte esta retracción es
explicable por la época oprobiosa en que escribió sus obras más candentes, pero más tarde
resulta más difícil de entender. ¿Un espejo intolerable?

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En verdad, Alejandra Pizarnik encontró ese lugar en el que los lenguajes tiemblan, un lugar que
muy pocos poetas pueden alcanzar. Como Kafka y como Vallejo, ella escribe con los huesos,
razón por la cual no envejece nunca, porque más allá del sufrimiento, está escribiendo desde lo
esencial con lo esencial. Y muchas de estas cartas encierran pasajes donde vibra ese verbo
aterido y aterrado que es la voz inconfundible de Pizarnik, sólo que en lugar de estar encerradas
en un poema, la reflexión, la imploración que se niega a implorar están ahora dirigidas a
destinatarios concretos que serán luego testigos, y se matizan o iluminan con inflexiones
personales únicas e insustituibles en cada caso. Por eso son imprescindibles señales de su paso
memorable por nuestro mundo, como un cometa que iluminara el fin de una época maravillosa
y rebelde que ella ha encarnado y seguirá encarnando hasta la eternidad.

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