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Efectos del hambre y la desnutrición crónica

Resolver la paradoja del problema del hambre, en un continente cuya oferta alimentaria
más que triplica los requerimientos mínimos de su población es ante todo un imperativo
ético, pues viola un derecho universal inalienable.

La desnutrición es la consecuencia más directa del hambre en las personas y, como tal,
se convierte en el canal a partir del cual se desarrolla una serie de efectos negativos que
abarcan distintas dimensiones, entre las que destacan los impactos en la salud, la
educación y la productividad.

Por lo tanto, constituye uno de los principales mecanismos de transmisión


intergeneracional de la extrema pobreza y la desigualdad. Algunos de estos efectos se
presentan concomitantemente con la desnutrición y otros a lo largo de la vida de las
personas, incluido un aumento en la probabilidad de desnutrición posterior entre quienes
la han sufrido en las primeras etapas del ciclo de vida.

Dados sus efectos negativos, que aumentan de manera significativa los costos públicos
y privados (directos e indirectos), debido a su impacto en el consumo, la producción y el
crecimiento económico, resolver este problema implica una estrategia económicamente
racional. Por lo tanto, su mitigación conlleva un aumento importante de beneficios
privados y sociales. Según la FAO, estos costos directos podrían representar unos 30mil
millones de dólares al año a nivel global (FAO, 2004).

De acuerdo con diversos estudios la desnutrición explicaría entre el 50% y 60% de la


mortalidad. Según la OMS, contribuye a un 60% de las muertes (3,4 millones). Por su
parte, meta análisis de 10 estudios longitudinales realizados en niños menores de 5 años
indican que un 53% de las muertes son atribuibles (directa o indirectamente) a este
flagelo. A esto se suma el hecho de que la desnutrición crónica −la de mayor
prevalencia en América Latina− aumenta la letalidad de muchas enfermedades
infecciosas propias del mundo subdesarrollado.

El déficit de micronutrientes, en especial hierro, zinc, yodo y vitamina A, se relaciona


con un deterioro cognitivo que se traduce en un menor aprendizaje. A modo de ejemplo,
utilizando datos del Instituto de Nutrición de Centroamérica y Panamá· (INCAP) sobre
habitantes guatemaltecos de ·reas rurales, fue posible demostrar que el hecho de haber
recibido un suplemento nutricional entre los 6 y 24 meses de edad tuvo un efecto
positivo significativo en el desempeño escolar.

La pobreza es un elemento normalmente asociado a la desnutrición crónica (talla para la


edad), debido a que se vincula con la posibilidad de acceder a una canasta alimentaria e
incide sobre otros factores como el acceso a servicios de salud y saneamiento,
considerados como determinantes clave de la desnutrición crónica. No obstante, es
posible encontrar casos en los que no hay una relación tan clara entre el nivel
nutricional y la tasa de pobreza. De hecho, de acuerdo con información de la ENNIV
2000, 65% de hogares pobres extremos no tienen niños afectados por desnutrición
crónica, mientras que 13% de hogares no pobres tienen niños con desnutrición crónica
(Francke 2004). Ello se explica porque factores como los malos hábitos de higiene,
salud y alimentación también son fundamentales en la desnutrición. El aumento del
gasto social alimentario y nutricional ha estado acompañado de una reducción de la
desnutrición crónica infantil de 33,2% en 1992 a 30% en 1996 y a 28,8% en el 2000.
Sin embargo, el progreso ha sido desigual y lento. De acuerdo con la Encuesta
Demográfica y de Salud Familiar (ENDES) del 2000, la desnutrición crónica infantil es
de 15% en zonas urbanas y 40% en zonas rurales.

Cabe mencionar, sin embargo, que estos programas no están directamente orientados a
luchar contra la pobreza, sino sobre todo a mejorar los niveles de vida de los pobres, en
el caso de los programas de asistencia alimentaria, y a reducir la desnutrición crónica,
en el caso de los nutricionales; estos últimos tienen, además, un objetivo de largo plazo
asociado al alivio de las consecuencias de la pobreza. El apoyo de los programas
nutricionales debe contribuir a alcanzar una adecuada inversión en capital humano (por
ejemplo, mediante el nivel nutricional necesario para mejorar las capacidades cognitivas
y lograr un mejor rendimiento en la escuela), y de este modo aumentar las posibilidades
de escapar de la situación de pobreza en el futuro, gracias a los retornos esperados del
capital humano.
En este sentido, se debe resaltar que el análisis de los indicadores actuales de pobreza
puede subestimar los efectos potenciales de estos programas, ya que dichos indicadores
no reflejan las consecuencias de las intervenciones en el largo plazo. Por ello, en las
siguientes secciones se analizan los efectos logrados por cada uno de estos programas.

En el grupo de programas sociales alimentarios y nutricionales existen veintesiete


programas que se ejecutan de manera descoordinada, y con objetivos a menudo
yuxtapuestos que se pueden resumir en: reducción de la desnutrición, alivio de la
pobreza y mejora de la calidad de vida de los grupos vulnerables. En términos de
tamaño, los principales programas se pueden dividir también en tres grupos: los de
asistencia alimentaria basados en organizaciones sociales de base (Vaso de Leche y
Comedores Populares); los ligados a establecimientos educativos (Almuerzos Escolares
y Desayunos Escolares); y los nutricionales, dirigidos a niños de menos de 6 años
(Programa de Complementación Alimentaria).

Los programas alimentarios concentran alrededor de 4,5% del gasto social, pero tienen
una gran importancia para la población sobre todo debido a su amplia cobertura. Según
la ENAHO 2003, 20% de la población accedió a por lo menos alguno de estos
programas, porcentaje que se eleva a 24% si consideramos los hogares de pobreza
moderada y a 32% tomando en cuenta solo los pobres extremos 75% de los niños que
asisten a la escuela primaria del quintil más pobre no acceden al Programa Desayunos
Escolares y 40% de los niños de entre 0 y 6 años del mismo quintil no acceden al
Programa Vaso de Leche.

Los efectos del programa, Gajate e Inurritegui (2001) estimaron su impacto nutricional
utilizando datos de la ENNIV 2000, complementada con información distrital de los
censos disponibles y los mapas de pobreza del FONCODES. El estudio se concentró en
la evaluación del impacto del programa en la nutrición de niños de hasta 5 años, usando
como variable proxy la talla para la edad, y como variables de control características del
niño, la madre y el jefe del hogar, el hogar, el distrito y geográficas.

Se encontró un efecto significativo en la asistencia de los niños a la escuela, aunque no


se halló que el programa lograra un impacto significativo en su capacidad cognoscitiva,
medida con pruebas de comprensión de lectura, de vocabulario y matemáticas.
Resultados similares halló varios años después una evaluación cuasi experimental del
programa en Apurímac y Cusco (Cueto y Chinen 2001). Este estudio encontró efectos
positivos en asistencia diaria, tasa de deserción, memoria a corto plazo y hemoglobina;
por el contrario, no los halló en otros indicadores nutricionales como talla para la edad,
ni en las pruebas de rendimiento escolar. Otro resultado importante es que el programa
reducía el tiempo que alumnos y profesores pasaban juntos en el aula.

Al igual que en el caso de la pobreza, en el Perú existe una alta heterogeneidad por
regiones. Apurímac, Amazonas, Cajamarca, Piura y Loreto sufren tasa elevadas de DCI,
de alrededor del 29% (2013), mientras que en Lima, Ica, Arequipa, Tacna y Moquegua
las tasas son de solo alrededor del 6% (2013). Asociada a la desnutrición, la deficiencia
de micronutrientes en niños y niñas menores de cinco años, reflejada en la anemia,
también presenta importantes efectos negativos a lo largo de la vida. La anemia sigue
representando un gran reto, pues el 34% de los niños menores de cinco años la padecen
en el Perú. La enfermedad se ha incrementado desde el 2011, año en el que estuvo en el
punto más bajo, 30,7%. La DCI ha disminuido como un efecto combinado del
crecimiento económico, las políticas del Programa Articulado Nutricional (PAN) y las
características de la madre, el niño y el hogar (Alcázar y otros 2015).

De acuerdo con la literatura internacional, para facilitar el análisis podemos agrupar los
programas alimentarios y nutricionales en tres grandes tipos: los asistencialistas, los
nutricionales y los de alimentación escolar.

Los asistencialistas están basados en la provisión de alimentos habitualmente a personas


de bajos recursos, niños y mujeres embarazadas. Por lo general incluyen un objetivo
nutricional, pero surgen sobre todo para aliviar la pobreza y reducir las brechas de
desigualdad en la población con inseguridad alimentaria.

Los programas nutricionales, a diferencia de los asistencialistas, están enfocados en


mejorar el nivel nutricional, generalmente de la población infantil y de las mujeres
embarazadas. Su principal característica es la entrega de alimentos fortificados o
suplementos nutricionales a la población objetivo.

Los programas de alimentación escolar podrían pertenecer a los dos grupos anteriores,
pero por su prevalencia y características especiales se pueden considerar un grupo en sí
mismo. Consisten en la entrega de alimentos en la escuela para promover la asistencia a
esta, aliviar el hambre de corto plazo y, de esta manera, aportar al aprendizaje de los
alumnos (Buhl 2010).

El Banco Mundial (2013) indica que la malnutrición y la anemia pueden disminuir el


crecimiento económico de un país, pero en una muy pequeña proporción. Para lograr
objetivos nutricionales a nivel nacional, es necesario que existan programas
nutricionales que entreguen alimentos fortificados y micronutrientes, y, en particular,
brinden educación nutricional a las familias. En esta línea, el Programa Mundial de
Alimentos y Unicef (2013), indica que los programas nutricionales de fortificación de
los alimentos, en particular con micronutrientes en polvo, han sido efectivos para
reducir la anemia y la deficiencia de hierro.

Por otra parte, los programas de alimentación escolar (PAE) son apoyados por la
evidencia internacional, pero no hay consenso respecto a su posible impacto nutricional
ni a sus posibilidades de lograr objetivos educativos. Además, existen dudas y debates
sobre dónde focalizar, si en los niños más pobres o en toda la escuela o los distritos, y
sobre qué se debe entregar en las escuelas, si solo alimentos o también componentes
nutricionales (Alderman y Bundy 2011). Sin embargo, no son la mejor opción para
combatir la desnutrición debido a que la edad crítica para intervenir es desde la
gestación hasta los 2 años, y no en la edad escolar.
FRANCKE, Pedro (2004). “Propuesta de reforma de programas nutricionales infantiles en el
Perú”. Mimeo.

GAJATE, Gissele y Marisol INURRETEGUI (2001). “El impacto de los programas alimentarios
sobre el nivel de nutrición infantil: una aproximación a partir de la metodología del ‘Propensity
Score Matching’”. Lima: Consorcio de Investigación Económica y Social. Mimeo.

Alderman, Harold y Donald Bundy (2011). School feeding programs and development: are we
framing the question correctly? World Bank Research Observer, 27(2), 204-221.

Buhl, Amanda (2010). Meeting nutritional needs through school feeding: a snapshot of
four African nations. Global Child Nutrition Foundation.

Cueto, Santiago y Marjorie Chinen (2001). Impacto educativo de un programa de


desayunos escolares en escuelas rurales del Perú. Documento de Trabajo, 34. Lima:
GRADE.

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