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9-11
1"Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios.
2Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya
terminó el tiempo de su servidumbre y que ya ha satisfecho por
sus iniquidades, porque ya ha recibido de manos del Señor
castigo doble por todos sus pecados".
3Una voz clama: "Preparen el camino del Señor en el
desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro
Dios. 4Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se
rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane.
5Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la
verán". Así ha hablado la boca del Señor.
9Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas
para Sión; alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias
alegres a Jerusalén Alza la voz y no temas; anuncia a los
ciudadanos de Judá: 10"Aquí está su Dios. Aquí llega el Señor,
lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo. El premio de
su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden. 11Como
pastor apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los
corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres".
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SALMO RESPONSORIAL Del salmo 84, 9ab-10. 11-12. 13-14.
Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos al Salvador.
Exégesis 1ª Lectura
La conmovedora lectura de Isaías forma parte de una
profecía proclamada en tiempos del retorno del exilio, cuando el
edicto del rey persa Ciro permitió a los hebreos, desterrados en
Babilonia, volver a su patria.
El oráculo da paso a diversas voces: aparece el profeta
que habla, están los oyentes a los que el profeta ordena ser
mediadores de consuelo con la ciudad de Jerusalén, víctima de
tantas humillaciones, finalmente la misma ciudad de Jerusalén
(Sión) a quien se dirige en definitiva el mensaje.
El mensaje central es la venida de Dios: «Aquí está el
Señor» (v. 10). Sólo el Señor sabe verdaderamente consolar, y lo
hace con dos actitudes: la primera, con su autoridad cambiando
la suerte de este pueblo, eliminando la esclavitud (v. 2); la
segunda, presentándose como pastor que guía su propio rebaño
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acomodándose al caminar de cada uno (v. 11: «Lleva en brazos
los corderillos, conduce despacito a las madres».
Sólo Dios puede consolar, pero los hombres deben ser
portavoces y mensajeros de consuelo: «Consolad, consolad a mi
pueblo... hablad al corazón de Jerusalén» (vv. 1-2); los que
anuncian el consuelo deben compartir la pasión de Dios por su
pueblo y ser capaces de "hablar al corazón". El consuelo de Dios
no excluye la parte correspondiente al hombre. Por eso se invita
a «preparar un camino en el desierto»; literalmente hay que
entenderlo como el camino que lleva a los hebreos desde el
destierro de Babilonia a Jerusalén, pero la exhortación cobra un
sentido más profundo: hay que abrir el corazón a Dios mediante
un movimiento de auténtica conversión.
Exégesis 2ª Lectura
Las palabras de Pedro hoy están el relación con un
problema concreto de la comunidad cristiana, creado por alguno
que turba la fe de los creyentes al poner en duda la promesa de
la vuelta del Señor, diciendo: «¿Dónde queda la promesa de su
gloriosa venida?» (2 Pe 3,4). La objeción va incluso más allá
cuestionando la consistencia misma de la Palabra de Dios, que
parece que no hace cambiar nada en la historia humana: «iYa
han muerto nuestros padres y todo está igual que al principio del
mundo!» (3,4).
La primera respuesta es una cita del Sal 90,4: «Para el
Señor, un día es como mil años»; la espera de la vuelta de Jesús
no es cuestión de cantidad, de días o siglos, sino de calidad del
tiempo concedido a cada uno. Desde el punto de vista de Dios, el
tiempo humano no es la suma de los días de su vida, sino que es
el año de gracia concedido para la conversión (cf. Lc 4,19 Y
13,8), es «un día solo», es un tiempo unificado por la única
preocupación que lo debe llenar: la de ser Ie fieles. Los días
concedidos al hombre son un tiempo disponible para la
conversión que Dios quiere ofrecer a todos, pero los que piensan
que no necesitan conversión no saben acoger esta posibilidad
que se les brinda y piensan que retrasa su intervención en vez
de considerar la paciencia divina (v. 9).
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Del mismo modo, también las imágenes cosmológicas que
siguen: «El cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos
se desintegrarán abrasados y la tierra se consumirá... » (vv.
10.12), más que describir con anticipación y literalmente lo que
sucederá a la tierra, quieren afirmar que Dios aniquilará la
maldad de este mundo, que lo renovará hasta sus raíces y se
producirá una nueva situación (los cielos nuevos y la nueva
tierra).
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Una metáfora domina las lecturas de hoy: es la del
"camino". Correlativa a la del camino, aparece la idea de Iglesia
como nuestro ser pueblo que se forma poniéndose en camino.
Isaías se dirige a un pueblo desconfiado, con necesidad de
consuelo y ayuda para ponerse en marcha; necesitamos profetas
capaces de hablar al corazón, profetas de confianza, no de
desventuras.
Ante la devastación de nuestras conciencias,
bombardeadas por mensajes negativos y nihilistas, es importante
para cada uno de nosotros el aliento que nos llega del mensaje
profético.
También las palabras del Bautista apuntan en esta
dirección, preparando nuestro corazón a la venida del que
bautizará con Espíritu. Ciertamente su figura austera y penitente
no deja de ir contra nuestro estilo de vida cuando ya no sentimos
necesidad de conversión: una consolación "barata" no nos
enriquecería con frutos duraderos.
Es indispensable sobre todo nuestro testimonio inspirado
en una fe honda en la salvación que nos ofrece Dios, nuestro
querer ser pueblo de Dios atraídos por la promesa del Bautista,
para después convencer a los demás de la salvación inminente.
Por otra parte, siempre nos acuciará la pregunta de los
escépticos: ¿es que vale la pena? La Palabra de Dios nos
responde que sí vale la pena. La carta de Pedro nos recuerda
que éste es un tiempo lleno de la presencia de Dios y sólo
podemos verlo así creyendo de verdad y comprometiéndonos
con nuestra existencia: la promesa de «cielos nuevos y tierra
nueva» genera en el que cree una vida de auténtica santidad, y
ella misma es anuncio y signo tangible de aquel mundo nuevo.
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Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: «Muéstrame,
Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).
Plegaria Universal
Sacerdote: Oremos a Jesús, luz y esperanza de la humanidad.
Después de cada petición diremos: