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"AMANDA"
Propietario: Ramiro Fortuna.
Y ni siquiera fue dueña del instante
preciso para detenerse a acariciar ese
rótulo significativo.
Una vez que estuvo sobre la barca,
como observara a nuestro hombre
atareado disponiendo el aparejo, sintió
urgente ya la necesidad de asistirle en la
maniobra. Pero, al no encontrar en aquel
menester una función propicia y
descubriendo en el cajón de los útiles la
bola de hilo que en él guardaba el
muchacho, tomóla, para iniciar con
mano hábil y mediante la ayuda de la
primitiva aguja de hueso, que extrajo del
envoltorio, el tejido de una atarraya.
Hasta entonces habíanla gobernado
la imprevisión y el aturdimiento. Pero,
ahora, estaba echada su suerte y no
quedaba otro remedio que tomar en
serio la vida.
¡Y era aquélla su noche de bodas,
cuando apenas acababa de dejar,
precipitadamente y sin otro tributo al
placer que el hálito de tres suspiros
entrecortados, los cendales de su
virginidad entre el pajonal espeso y
rumoroso de los flancos de la isla!…
Ramiro, ese hombre que tres días
antes ni siquiera conocía, y que entonces
se le figuraba tal como si hubiera sido
su dueño a través de una prolongada
existencia, la vio, fugazmente, trabajar
en la red. Pero, considerando
innecesario ponderar una actitud tan
razonable y lógica en quien aspiraba a
convertirse en su mujer, simuló no
reparar en ello.
Teníale preocupado el hecho de
que los remiendos provisionales
practicados en la averiada carena de su
embarcación daban señales de estar
desmoronándose. No parecía nada
remoto que esto le obligase a navegar
atormentado otra vez por la precisión de
achicar a intervalos el agua que
embarcara por las abiertas junturas.
De todos modos, debían huir cuanto
antes de la isla del Presidio…
Y, desentendiéndose de aquellos
inconvenientes, izó toda la entena, para
recoger en el regazo de la frágil vela
blanca el impulso desarticulado de un
colimote inestable, que traía adentro de
sus hinchados carrillos unos inciertos
presagios de tormenta.
Como quiera que el viento era
favorable, la canoa entró muy pronto en
desenfrenada carrera.
Pero Ramiro no se equivocaba, y
pronto advirtió que, con la marcha, el
agua penetraba más fácilmente e iba
inundando la barca hasta la altura del
panel.
Amanda había encontrado en ello
una excelente oportunidad para
demostrar sus méritos de compañera.
Dejó el tejido de la red, y se dispuso a
achicarla… Por suerte, la noche no lucía
todo lo oscura que se hubiera debido
esperar de la ausencia de la luna. Y,
cuando se empezaban a cansar de
aquella brega, vieron venir en pos, del
lado de Tuxcueca a juzgar por el sentido
en tangente de su rumbo, a una canoa
grande, con su velamen grávido, y que
probablemente se dirigía hacia Ocotlán.
Y en el acto resolvió nuestro hombre
solicitar su ayuda.
Una remolcada tan oportuna
aligeraría el peso de la chalana y el
esfuerzo de su navegación, aminorando
las filtraciones que la amenazaban;
dejaríale a él liberado de la necesidad
de atender a la escota y al maneral para
ayudar a vaciarla; y disiparía los riesgos
de una persecución y un alcance por
parte de los pescadores de la isla de
Mezcala, poniendo a la pareja, mucho
antes de lo previsto, al amparo de Las
Tortugas.
Y gritó, pidiendo el remolque.
Los dos hombres que tripulaban el
lanchón no tuvieron inconveniente en
complacerlo. Ciñéronsele para pasarle
muy cerca a la chalupa, y, cuando lo
hacían, le lanzaron un cabo que el
muchacho pudo asir y que amarró
sólidamente de la argolla de proa de su
barca, jalándose después de él para
repegarla al costado de la canoa de
rancho, aventar a ésta los remos, el
trinquete, la entena y la manta, y hacer
que la joven se trepase a ella por la
borda.
Creía Ramiro poder marchar así
más descansada y placenteramente,
permaneciendo él solo en la chalana
para ir extrayendo el agua y tapando un
poco las filtraciones.
El lanchón que le proporcionó
generoso auxilio era nada menos que el
de el Pájaro, un navegante de Ocotlán
conocido suyo, y que lo tripulaba
asistido por otro muchacho con el cual
nuestro hombre había llevado cierta
amistad. Ambos se mostraban muy
complacidos de la oportunidad de
hacerle ese servicio al mozo, así como
intrigados por la presencia de la
desconocida. Y el patrón acabó por
incorporarse del asiento de popa,
ganado por el afán de ir cambiando
algunas frases con Ramiro.
Sin embargo, no tardó mucho en
acudir a descomponerlo todo un nuevo
incidente.
El colimote, que a medida que
avanzaban se iba insuflando, vino a
acrecentar el impulso que el lanchón
recibía. Y con ello, la pequeña canoa
empezó a cabecear con furia sobre el
oleaje que levantaban, simultáneos, el
brisote y la poderosa estela de la nave,
siguiendo a muy duras penas a ésta. Y,
resistiéndose al cabo a mantener aquella
velocidad que no correspondía a los
elementales dispositivos de su
configuración, empezó a tironear
amenazadoramente de la soga de
remolque.
De primer intento, Ramiro no le
concedió la merecida importancia a lo
que acontecía, limitándose a achicar con
más tesón el agua, para evitar que
aumentara el peso. Pero, como al ir
pasando por frente a Santa María la Joya
el viento arreciase más aún, no pudo
menos de preocuparle la observación de
que los chapoteos de la pequeña barca
se volvían tan violentos, que su panza
resonaba como tambor a cada rebote
sobre el lomo de las fugaces olas, cuyos
airones de cierzo escupían ya con
amenazante encono a la cara del
muchacho.
Temeroso de que la averiada
carena acabara por abrirse, o de que el
violento tironeo pudiera reventar el
cabo, el Pájaro le sugirió que recogiera
un tanto éste, para que controlada más
estrechamente, la chalana encontrase
alivio…
Y fue fatal error aquella medida.
La Amanda perdió la facilidad que
le prestaba la holgura de las amarras
para capear la marejada con sus
particulares recursos. Y en los
escarceos de su resistencia embarcó,
por sobre la borda, los primeros tragos
de agua.
Puede decirse que los tres sorbos
iniciales fueron suficientes y definitivos.
Al ganar con ellos peso y calado,
perdió su agilidad frente al impetuoso
asalto del oleaje. Y en unos cuantos
segundos, mucho antes de que los
hombres tuvieran tiempo de organizar
alguna providencia, habíase anegado por
completo y marchaba medio hundida,
navegando pesadamente entre dos aguas.
A tal velocidad y en semejantes
condiciones, la situación se volvió muy
peligrosa. No era de creerse que la
soga, con toda su bien probada
consistencia, resistiera el fabuloso peso
que entonces llevaba a rastras. Y, de
resistirle, el maderamen de la Amanda,
que ya se oía crujir amenazadoramente,
no iba a tardar mucho en hacerse
pedazos.
Comprendiéndolo así, Ramiro tuvo
que tomar una resolución desesperada.
Gritóles a los tripulantes del chalán
urgiéndoles para que soltasen el cabo de
remolque y trataran de detenerse y
esperarlo.
El Pájaro entendió la disyuntiva y
fue presto en obedecer la demanda.
Y con ello, Ramiro y su canoa se
quedaron rezagados y libres en la oscura
noche de la laguna, manteniendo, medio
hundidos, un equilibrio muy precario
sobre el vaivén del irritado oleaje.
Percibiendo el peligro en toda su
dimensión, la chica púsose a emitir,
desde la canoa de rancho, una serie de
penetrantes y desgarradores chillidos, en
los que no se hubiera logrado establecer
si lo que vibraba era el terror o la queja.
Y ellos ahogaron casi las vociferaciones
de el Pájaro, que mientras echaba al
agua el anclote, le gritaba a Ramiro,
estimulándole:
—A ver cómo le haces pa'
aguantarte a flote mientras vemos el
modo de llevarte ayuda, home.
La ocasión era tal como aquella en
que cayese al agua el Requinto de
Lodegario.
Al sentirse despojada de tan
pesado lastre, la nave de el Pájaro
había cobrado un ímpetu mayor. Y
cuando sus tripulantes consiguieron
detenerla, estaba trescientos metros más
allá de donde quedara la canoa.
No siendo factible retroceder
contra el viento, decidieron aguardar a
que Ramiro nadase hasta ellos y los
alcanzara.
Pero éste no podía abandonar a su
chalupa…
Mucho menos aún, cuando se
percató con sorpresa y desconcierto de
que habían quedado sobre un ignorado
bajo de arena de escasa profundidad,
parado en el cual, el agua apenas le
llegaba al pecho. Probablemente no
fuera este banco de mucha extensión,
pues, estimulados por la venturosa
novedad, que él les participara a
grandes voces, los de la canoa de rancho
trataron de utilizar la palanca sin que les
fuera dable alcanzar fondo. Pero
resultaba un apoyo inestimable, muy
capaz de proporcionarle a Ramiro la
oportunidad de proteger la barca y de
salvar su vida.
Tenía, no obstante, que decidir con
premura las cosas.
Los del lanchón le estaban
gritando:
—Vale más que t'hagas l' ánimo de
perder tu canoyita, y que te dejes venir a
nado, home…
Y él, reprimiendo cuanto pudo su
emoción, contestóles resuelto:
—Lo que han de hacer es que me
avienten mis remos y se vaigan. Al cabo
que la laguna está baja aquí, y tengo
modo de pararme pa' achicar l’agua…
Ai les doy las gracias.
Los hombres se resistieron
levemente a aceptar una solución tan
desesperada.
Deliberaron sobre todos los
medios de que hubieran podido valerse
para socorrerlos a él y a su canoa antes
de considerar aquella propuesta. Y, no
encontrando ninguno, decidieron que una
vez hecha a un lado la consideración de
los peligros que implicaría el quedar
abandonado allí, nadie en el caso de
Ramiro hubiese procedido en forma
distinta; y que, con sólo que las cosas
marcharan con un poquito de suerte,
nuestro hombre podría salvarse él y
salvar de paso a su anegada e
importantísima embarcación… En vista
de todo lo cual, y puesto que tan
obstinado parecía en correr aquellos
riesgos, ningún derecho ostentaban para
inducirle a mudar de propósitos.
—Ai tú sabrás lo que haces… —
gritóle, por consecuencia, el Pájaro—.
Nosotros tenemos que seguir antes que
cambée el viento y nos haga falta pa' que
lléguemos hoy mesmo a Ocotlán…
—Anden sin pendiente. Mándenme
nomás mis remos, y allá me alzan lo
demás —los estimuló él—. ¡Y que Dios
les pague l’ayuda!
Sobrevino, después, un intervalo de
silencio. Y, al cabo de él surgió de la
oscuridad el muchacho que acompañaba
al Pájaro, nadando y trayendo por
delante y a empujones un tablón sobre el
cual venían no sólo los adminículos
solicitados, sino también una muchacha
empavorecida y llorosa.
—¡¿Qué vienes a hacer con la
vieja?! —preguntóle Ramiro con
reproche—. Llévinsela pa’Ocotlán, que
allá pasaré a recogerla…
—Pos, ai tú, si puedes, hazla cair a
la razón —dijo el muchacho—. Se le
puso que se’bía de quedar contigo y no
hubo otra que tráirtela.
FIN
dado, rendido.
dar el norte, indicar un rumbo.
de arranque, se dice del hombre
valentón y de la mujer liviana.
de proporción, económico.
de retache, por consecuencia, y
también, de regreso.
detalle, anécdota, sucedido.
de temporal, se dice de los
terrenos cultivables en los que la
cosecha, por falta de regadío,
depende de los temporales de la
estación lluviosa.
disparar, en sentido figurado,
convidar, obsequiar.
disparejo, barbarismo de
desparejo; poco equitativo en sus
procedimientos.
ultimar, matar.