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La Verdad

os hará libres
José Luis Argumedo

JA C

DAVIS
d ig ita liz a d o p o r d pm
Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin el
debido consentimiento escrito del autor.

JA C

DAVIS
P.O. BOX 251078
GLENDALE, CA 91205-1078
Contenido
Introducción

1. ¿Biblia o Tradición? - I

2. La Madre de Jesús - 13

3 .El Papa-2 5

4. El Papado y las Escrituras - 33

5. Títulos Papales - 43

6. ¿Santa Cena o Misa? - 51

7. El Purgatorio - 59

8. ¿Confesión o Confesionario? - 65

9. El Rosario - 73

10. Los Santos - 77

11. Eunuquismo - 87

12. Papas y Padres Contra el


Celibato O bligatorio - 93

13. ¿Fuego Eterno? -101


Introducción
Si todo se puede por la verdad y nada contra la verdad, sean las
páginas de este libro un poder para abrir los ojos de quienes
perdieron su vista, acaso porque nacieron ciegos o por no haberla
ejercitado demasiado en la oscuridad.
Y si la verdad gusta de ser leída y oída por aquéllos que son de
Dios, sean las letras y palabras de esta obra un saludo piadoso y un
pequeño ensayo espiritual sin ningún propósito de ofender anadie.
Un solo interés me mueve a escribir, el de hacer el bien por medio
de la verdad expuesta con la misma sencillez y claridad con que la
luz desciende cada mañana sobre nuestra tierra. Sin sombras
escolásticas o falsas filosofías capaces de nublar la visión perfecta
y sin el más mínimo ánimo de enturbiar la piedad religiosa de las
almas.
Lógicamente que el Evangelio se nos dio para difundirlo y
predicarlo. Esa fue la orden de Cristo. Ese es nuestro deber. Hay
que presentar, pues, un testimonio vivo y eficaz del camino seña­
lado por Jesús.
Es verdad que para construir muchas veces hay que derribar.
Hagámoslo, No por la fuerza sino por la razón y la fe. Sin
sectarismos, ni fanatismos. Sin violencias. Sin exageraciones
nocivas. Con la serenidad del alma propia de quien sabe que posee
la verdad. Con la esperanza de ser leídos y oídos y la certeza de
sembrar solamente el bien. Deshacer equívocos, destrozar supers­
ticiones, enterrar idolatrías, entronizar la fe: ese es nuestro deber en
la hora presente de tanta confusión.
Si sabemos en quién hemos creído, pongamos en práctica el
consejo del apóstol San Pablo: "Creí y por tanto hablé” (2 Corintios
4:13). Es preciso recordar también el grito de júbilo lanzado por el
apóstol San Juan frente a los males morales y religiosos de su época:
“Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe” (1 Juan 5:4).

José Luis Argumedo


Los Angeles, California
Capítulo uno
¿B ib lia o Tradición?

La palabra “Tradición5’ viene de la raíz latina traditio-onis y


significa: comunicación o transmisión de noticias, doctrinas, ri­
tos, o costumbres, referidos de padres a hijos al correr del tiem­
po y sucederse las generaciones.
En el sentido más amplio la Iglesia Católica define tradición
como “la transmisión oral o escrita de un hecho histórico o de
una doctrina cualquiera.” Mientras que en el sentido estricto se
define como “la transmisión oral de la doctrina revelada por Je­
sucristo a los apóstoles de la Iglesia, independientemente de que
conste o no en la Escritura Sagrada”.1
La Iglesia Católica usa los últimos capítulos del Evangelio de
San Juan como los textos principales en los que basa su defini­
ción de “tradición”. Aprovechando las concluyentes palabras del
apóstol Juan, en el capítulo 20, hacen buen uso de la siguiente
declaración: ",Jesús realizó en presencia de los discípulos otras
muchas señales que no están escritas en este libro. Estas lo han
sido para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y
para que creyendo tengáis vida en su Nombre. ” (San Juan 20:
30,31).
Este texto da a entender claramente que Jesús hizo muchos
milagros más, los cuáles no se escribieron, pues con lo que se
había escrito ya era suficiente para creer en el origen y el poder
de Jesucristo. Las señales hechas por Jesús en forma de milagros
fueron sus mejores y más poderosas credenciales, las que le con­
firmaron como de origen divino. Es claro que el Evangelista no
pretendía dar un relato completo de la vida y enseñanzas de Je­
sús. Su relato no es una cronología diaria y exhaustiva de todo lo
que hizo y dijo.
Tampoco se trata de una biografía de Jesús. Su intención al

1 Bujanda, Manual de Teología Dogmática, pág, 95.

1
indicar eventos aislados y escogidos, era mostrar a Jesús como
Salvador, Maestro y Señor. Fue escrito no para dar información
sino para dar vida. Su propósito era pintar el cuadro de Jesús de
tal manera que el lector pudiese encontrar en él al Mesías y al
Hijo de Dios. Así, pues, toda señal, portento o milagro de Jesús
fueron hechos con el propósito de dar respaldo, credibilidad o
confirmación a lo que el apóstol consideraba lo más importante:
“sus doctrinas”.
Todas las doctrinas de Jesús están contenidas en el Nuevo
Testamento, respaldadas por el testimonio de su poder divino.
Otro pasaje que usan, es el último versículo del evangelio de
San Juan: “Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si
2 se contaran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría
para contener los libros que se escribieran ” (San Juan 21:25).
La Verdad
os hará libres En este pasaje, el apóstol llega al fin de su presentación. Ter­
mina su evangelio pensando de nuevo en la grandeza de Jesús.
Sin importar qué tan maravillosa sea nuestra imaginación no po­
demos comprender la maravilla de Jesús. Las palabras humanas
son insuficientes para describirlo. Los libros incapaces de conte­
nerlo. Así es que San Juan hace uso de una hipérbole. Una hipér­
bole es una figura gramatical que consiste en aumentar o
disminuir excesivamente la verdad de aquello de que se habla.2
Así, por ejemplo, decimos: “Te lo he dicho un millón de veces.”
“Podría comerme una vaca.” “Estoy muerto de cansancio.” To­
das estas son expresiones hiperbólicas. No lo hemos dicho un
millón de veces. No podríamos comemos una vaca. Y, si estu­
viéramos muertos de cansancio no podríamos estarlo diciendo.
No pueden tomarse estos textos en otro sentido que el que
surge del deseo de reforzar una idea. Es entonces difícil validar
con estos versículos toda la tradición católica.
Es interesante que mientras usan estos dos textos bíblicos, pa­
san por alto otros textos de la Escritura. Así encontramos al mis­
mo apóstol San Pedro, quien de acuerdo a la Tradición Católica
fuera el primer papa señalando:
“La paciencia de nuestro Señor juzgadla como salvación, co-

2 Diccionario de la Lengua Española.


mo os lo escribió también Pablo nuestro querido hermano, se­
gún la sabiduría que le fue otorgada. Lo escribe también en to­
das las cartas cuando habla en ellas de esto. Aunque hay en
ellas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles
interpretan torcidamente, como también las demás escrituras,
para su propia perdición. Vosotros, pues, queridos, estando ya
advertidos, vivid alerta, no sea que, arrastrados por el error de
esos disolutos, os veáis derribados de vuestra firme postura*\2
San Pedro 3:15-17— Biblia de Jerusalén).

El Concilio V atic an o II y la tradición.


Dice el Concilio Vaticano II: “Es evidente por tanto, que la
Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura, y el Magisterio de la
Iglesia, según el designio sapientísimo de Dios, están entrelaza­
dos y unidos de tal forma que no tienen consistencia el uno sin
los otros.”3
De esta declaración se concluye que actualmente no tiene nin­
guna consistencia la tradición (liturgia, ritos, dogmas, etc.), ni el
Magisterio de la Iglesia (encíclicas, bulas, cartas pastorales), ya
que han hecho caso omiso de la verdadera fuente: la Sagrada Es­
critura. Porque yo protesto a cualquiera que oye las palabras de
la profecía del Libro Sagrado:
“Si alguno añadiere a estas cosas, Dios pondrá sobre él las
plagas que están escritas en este libro ” (Apocalipsis 22:18).
No se nos advierte únicamente contra añadir a la voluntad re­
velada de Dios, sino que San Pedro reconoce a las Escrituras co­
mo la palabra profética más permanente:
“Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estába­
mos juntamente con Él, en el monte santo. ”
“Tenemos también la palabra profética más permanente, a la
cual hacéis bien de estar atentos como a una antorcha que
alumbra a lugar oscuro hasta que el día esclarezca, y el lucero
de la mañana salga en vuestros corazones." (2 San Pedro
1:18,19).
San Pedro identifica a la Biblia como “La palabra profética
3 Const. Dogmática Sobre la Divina Revelación, pág. 86. Doc.
más permanente” y la muestra como una luz que nos señala el
camino. Jesús usó palabras todavía más fuertes que las de San
Juan o San Pedro al hablar a los fariseos: “Así habéis anulado la
Palabra de Dios por vuestra tradición. Hipócritas, bien profeti­
zó de vosotros Isaías cuando dijo: Este pueblo me honra con los
labios pero su corazón está lejos de mi. En vano me rinden cul­
to, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres. ”
(San Mateo 15:6-9 - Biblia de Jerusalén).
Les llamó hipócritas porque ponían la tradición antes que el
servicio a Dios. Continúa después diciendo: “Anulando así la
Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmiti­
do; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas. ”(San Marcos
7:13).
San Pablo, preveía tiempos terribles, en los cuáles el compor­
tamiento de los hombres sería peor que el de los fariseos: “Por­
que vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la
doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones,
se harán con un montón de maestros por el prurito de oír nove­
dades, apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fá ­
bulas” (2 Timoteo 4 :3,4).

Tradiciones posteriores a las Escrituras


Trágicamente la Iglesia Católica ha adoptado y perpetuado
una enorme cantidad de tradiciones durante los últimos 1600
años. A continuación presento una lista parcial de estas tradicio­
nes. Algunas de estas fechas son aproximadas ya que por el mis­
mo hecho de ser tradiciones, carecen de certeza histórica en
cuanto al año exacto en que se iniciaron:
Año Tradición______________ ________ ______
113 El Papa Alejandro I ordena el uso de “agua bendita”.
Esta costumbre fue tomada del paganismo oriental.
140 Se instituye el “ayuno de cuaresma”. Tratan de im ita r
el ayuno de 40 días observado por nuestro Señor Jesús.
160 Aparecen las primeras “oraciones por los muertos. ”
La Escritura dice: “Porque los vivos saben que han de
morir, pero los muertos no saben nada, y no hay ya pa-
ga para ellos pues se perdió su memoria ” ( Eclesiastés
9:5).
257 En este año comienzan a “consagrar los ornamentos re­
ligiosos y vestiduras sacerdotales”. Los ritos de consa­
gración de vestiduras y los ornam entos, son
completamente de origen pagano.
260 Se inician las “primeras comunidades monásticas”.
320 Empieza el uso de tas “velas y de los cirios”.
Mientras que La Biblia dice: “Lámpara es a mis pies tu
palabra, y lumbrera a mi camino. ” (Salmo 119:105).
321 Se cambia por primera vez “el día del Señor” de Sábado
a Domingo por el Decreto de Constantino que dice: 5
“Descansen todos los jueces, la plebe de las ciudades y
los oficios de todas las artes, en el venerable día del ¿Biblia o
sol” [Domingo]. Tradición?
“Otro es según Jesús el “Día del Señor: “Orad por que
vuestra huida no suceda en invierno ni en día Sábado ”
(San Mateo 24:20).
431 El Concilio de Efeso decreta la “adoración de María co­
mo Madre de Dios.”
“Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu
Dios adorarás, sólo a Él darás culto”{ San Mateo
4:10).
593 La doctrina del “purgatorio”. La comenzó el Papa Gre­
gorio Magno.
Escrito e$Xé:“Todas sus rebeliones que cometió no serán
recordadas” ( Ezequiel 18:22).“No me acordaré más
de su pecado” (Jeremías 31:34).
600 El latín como idioma de oración y culto sagrado. Esto
es anterior a la reforma litúrgica.
“Así también vosotros; si al hablar no pronunciáis pa­
labras inteligibles, ¿cómo se entenderá lo que decís?
Es como si hablaréis al viento ” (I Corintios 14:9).
604 Se ordena que haya siempre una “lámpara encendida en
cada templo”. Esta costumbre fue tomada de Roma, y
ésta la tomó a su vez de los egipcios. Los egipcios la
utilizaban para alejar los malos espíritus de sus templos.
610 Bonifacio III es el primero en asumir el título de “Pa­
pa”, que literalmente significa “Padre”. (San Mateo
23:9).
709 Se instituye el besar los pies y el anillo del papa.
“Cuando Pedro entraba salió Comelio a su encuentro
y cayó postrado a sus pies. Pedro le levantó diciendo:
Levántate que también yo soy un hombre ” (Hechos
10:25.26). “Entonces me postré a sus pies para adorar­
le pero él me dice: No, cuidado; yo soy un siervo como
6 tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de
La Verdad
Jesús. A Dios tienes que adorar” (Apocalipsis 19:10).
os hará libres 788 La veneración (en realidad adoración de imágenes, reli­
quias y la cruz).
A esto se refiere el Mandamiento: “No te harás escultu­
ra ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos,
ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en
las aguas debajo de la tierra ” ( Exodo 20:4). También
está escrito: “Y porque alzando tus ojos al cielo, viendo
el sol y la luna y las estrellas; y todo el ejército del cie­
lo, no seas incitado y te inclines a ellos y les sirvas; que
Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos de­
bajo de todos los cielos ” (Deuteronomio 4:10-19).
995 La canonización de los santos (San Antonio, San Juan
Bosco, San Martín, efe.) Fue aceptada esta tradición por
el Papa Juan XV.
“A la Iglesia de Dios que está en Corínto; a los santifi­
cados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuan­
tos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo,
Señor nuestro, de nosotros y de ellos. ” (I Corintios 1:2)
“Porque la voluntad de Cristo es vuestra santificación
que os apartéis de fornicación” (I Tesalonicenses 4:3).
998 La misa como sacrificio.
“Y en virtud de esta voluntad somos santificados, mer-
ced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo
de Jesucristo. Y ciertamente, todo sacerdote está en pie,
día tras día, oficiando y ofreciendo muchas veces los
muchos sacrificios, que nunca pueden borrar los peca­
dos. El, por el contrario, habiendo ofrecido por los pe­
cados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios
para siempre” (Hebreos 10:10-12).
1079 Se impone el "celibato a los sacerdotes y monjes," por
el Papa Bonifacio VIII.
“Si alguno aspira el cargo de epíscopo desea una noble
función. Es pues necesario que el epíscopo sea irre­
prensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educa­
do, hospitalario, apto para enseñar, que gobierne bien
su propia casa, y mantenga sumisos a sus hijos con to­
da dignidad pues si alguno no es capaz de gobernar su ¿Biblia o
propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Tradición?
Dios?” (I Timoteo 3:1-5).
1B70 El Papa Pío IX declara la ‘Infalibilidad Papal”.
“Que nadie os engañe de ninguna manera, primero tie­
ne que venir la apostasía y manifestarse el hombre im­
pío el hijo de perdición, el adversario que se eleva
sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de
culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el san­
tuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios. ” ( 2
Tesalonicenses 2:3,4).
1931 El Papa Pío XI afirma que “María es la madre de Dios”.
"Tres días después se celebraba una boda en Cana de
Galilea y estaba allí la madre de Jesús”(Sm Juan 2:1).
1950 El Papa Pío XII declara el “dogma de la asunción de la
Virgen María”. En 1965 el Concilio Ecuménico Vatica­
no II proclama a María “Madre Universal de la Iglesia”.

P ro y ecció n M o d e r n a Post-C o n ciliar


Para obtener una idea más clara de cuál es la posición actual
de la Iglesia Católica, aún a la luz de los acuerdos tomados en el
Concilio Ecuménico Vaticano II, vamos a dejar que nos hable la
Enciclopedia Teológica Católica:
“Y en consecuencia se puede enseñar que la tradición poste­
rior a la Biblia no tiene mas misión que la de transmitir la Escri­
tura en cuanto tal, la de interpretarla, actualizarla y desarrollar
sus implicaciones; o bien, expresándonos con mayor precaución,
que la tradición se produce siempre y en todos sus aspectos por
la audición de la Escritura; bajo la Escritura como norma crítica
que es necesaria siempre y en toda para distinguir la tradición
[divina] como comparación de la revelación en Cristo, de las tra­
diciones humanas.”4

8 La tradición a la luz de la P atrología 5


La Verdad San Justino afirmaba: “Cristo mismo nos enseñó que no debe­
os hará libres
mos poner nuestra confianza en las doctrinas humanas, sino en
las que El y los profetas enseñaron.”6
San Irineo en una de sus obras dijo:
“Las Escrituras son en efecto, perfectas porque fueron habla­
das por el Verbo de Dios y su Espíritu... Cuando se quiere con­
vencer a los herejes con las Escrituras, se revuelven como si
fueran inciertas y tales que no se podría deducir la verdad sin co­
nocer la tradición. Las Escrituras son perfectas, ellas mismas son
la tradición apostólica, la cual en la Iglesia le orienta claramente
a cualquiera que quiera conocer la verdad.”7
San Basilio, un cristiano del Siglo V, indicó: “Sin duda es
muy manifiesta la caída de la fe, y una de las más ciertas señales
de orgullo, el introducir cualquier cosa que no se halle escrita en
las Escrituras.”8 “Aquellos que son instruidos en las Escrituras
deben someter a prueba las declaraciones hechas por sus maes­
tros y recibir lo que está de acuerdo con ellas.”9

4 E. T. Sacram entum Mundi, Tomo 2, pág.773. parte 3a.


5. Padres de la Iglesia Primitiva
6. Diálogo con Tritón XLVIil
7. Adv.Haer.. III
8*Def¡de. 11:313.
9* Morada 11:428
San Eusebio, en el Concilio de Nicea, exclamó “Creed las co­
sas que están escritas; las cosas que no están escritas ni penséis
en ellas, ni las examinéis.”10
San Cipriano declaró “Que orgullo y que presunción es ésta
de comparar las tradiciones humanas con ordenanzas divinas.”11
San Agustín añade a uno de sus escritos: “Yo leo los escritos
de los doctores no por santos y sabios que ellos sean, creyendo
verdadero lo que ellos dicen, sino porque lo prueban con las Es­
crituras canónicas.”12
San Jerónimo, conocido como “Doctor maximus in interpre-
tandi sacris scripturis ” (el mejor doctor en las interpretaciones
de las Sagradas Escrituras), tiene una hermosa declaración que
dice: “La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo.”
Continua diciendo: “Las cosas que se inventan bajo el nombre
de tradición apostólica, sin la autoridad de las Escrituras, son
castigadas con el estoque de Dios.”13
San Atanasio, cuando escribió contra los Arríanos, después de
hacer mención del Antiguo y del Nuevo Testamento, dijo: “Estas
son las fuentes de vida eterna en que el sediento puede apagar su
sed bebiendo los oráculos que contiene. Solo aquí se halla pro­
clamada la doctrina de salvación. Nadie ponga ni quite de
ello.”14
San Juan Crisóstomo dice: “Pone en gran peligro la propia
salvación aquel que ignora las Sagradas Escrituras. Esta igno­
rancia ha introducido el desorden y la corrupción en la Iglesia.”
La Sagrada Escritura con respecto a la tradición
Ya se ha indicado en varios pasajes anteriores lo que las Es­
crituras indican acerca de algunos aspectos que tienen que ver
con la tradición. Es necesario señalar dos pasajes más. El prime­
ro es un consejo que el apóstol San Pablo nos da en la epístola a
los Colosenses:

10* Euseb. Coment. Act. Conc. Nic. pág. 2.


11 Epist. 71, Ad., Quint. 74
12* Epist. 19.
13* Adv. Helv.
14. LardnerCred. Vol. III, pág. 112.
“Mirad que nadie os esclavice mediante la vana falacia de
una filosofía fundada en tradiciones humanas, según los ele­
mentos del mundo no según Cristo. ” (Colosenses 2:8).
El segundo es una advertencia del apóstol San Juan:
“Yo advierto a todo el que escuche las palabras proféticas de
este libro si alguno añade algo sobre esto, Dios echará sobre él
las plagas que se describen en este libro” ( Apocalipsis 22:18).
Una escritora contemporánea, Elena White, lo comenta de es­
ta manera:
“Innumerables son las doctrinas erróneas y las ideas fantásti­
cas que imperan en el seno de las Iglesias de la cristiandad. Es
10 imposible calcular los resultados deplorables que acarrea la eli­
minación de una sola verdad en la Palabra de Dios. Pocos son
La Verdad los que, habiéndose aventurado a hacer cosa semejante, se con­
os hará libres tentan con rechazar lisa y llanamente una sencilla verdad. Los
más siguen rechazando uno tras otro los principios de la verdad,
hasta que se convierten en verdaderos incrédulos.
‘Los errores de la teología hoy de moda han lanzado al es­
cepticismo muchas almas que de otro modo habrían creído en
las Escrituras. Y ese es el objeto que Satanás trata de conseguir.
Nada desea él tanto como destruir la confianza en Dios y en su
Palabra. Satanás se encuentra al frente de los grandes ejércitos
de los que dudan, y trabaja con inconcebible energía para sedu­
cir a las almas y atraerlas a sus filas. La duda está de moda hoy.
Una clase muy numerosa de personas mira la Palabra de Dios
con la misma desconfianza con que fue mirado su Autor: porque
ella reprueba y condena el pecado.’’15

Roma Sem per Idem 16


“Y téngase presente que Roma se jacta de no variar jamás.”17

15 Elena White, E! Conflicto de los Siglos, pág. 580


16. Roma Siempre la Misma
17. Ibiú; pág. 638
La celebración en Roma del Segundo Concilio Vaticano, de
1962, marca un novedoso viraje en la posición de dicha Iglesia
en el mundo de hoy. La Iglesia Católica ha hecho algunos cam­
bios y adaptaciones de orden interno y ha reestudiado su cuerpo
de doctrinas teológicas.
El Segundo Concilio Vaticano ha dejado en muchos la impre­
sión de que la Iglesia Católica se ha reformado a si misma, se ha
rejuvenecido, y ahora está a tono con las modalidades del mun­
do moderno. Según una declaración reciente del sacerdote Joa­
quín Antonio Peñalosa, “el Concilio no es una ruptura de la
tradición doctrinal y disciplinar, sino una nueva toma de con­
ciencia de la vida de la Iglesia.” Sin embargo, una evaluación
objetiva de los resultados concretos del Concilio nos hacen ver “¡ “j
fácilmente que si bien es cierto que se han introducido algunos
cambios, y se han hecho algunas concesiones en el ámbito de las ¿Biblia o
relaciones religiosas, la posición oficial teológica de la Iglesia Tradición?
Católica sigue siendo la misma. No ha habido, pues, una refor­
ma substancial; las interpretaciones dogmáticas que han caracte­
rizado a la Iglesia como una institución conservadora,
tradicional ista y cerrada, no sufrieron en el pasado Concilio nin­
guna alteración fundamental.
“Roma está aumentando sigilosamente su poder. Sus doctri­
nas están ejerciendo su influencia en las cámaras legislativas, en
las Iglesias y en los corazones de los hombres.”18
Es pues en Jesucristo y en la Biblia donde nosotros podremos
experimentar el verdadero nacimiento espiritual, del Padre de las
luces, Dios nuestro Señor. Y la necesidad de aferramos a la ver­
dad, la verdad de Dios. Jesús dijo: "Y conoceréis ia verdad y la
verdad os hará libres” (San Juan 8:32).

» . Ibid.
I

12
La Verdad
os hará libres
Capítulo dos
La Madre de Jesús

Bs muy poco lo que dice el Nuevo Testamento acerca de la


madre de Jesús. Pero es todo lo que de ella hay que decir. Esta
parquedad de los escritores sagrados ha sido explicada por un
autor católico en el libro titulado Le Mois de Marie, de esta cu­
riosa manera:
“Para celebrar a la más noble de todas las criaturas la escritu­
ra le dedica solo algunas palabras, y la tradición se limita a po­
cos recuerdos ya sea porque los evangelistas y doctores hayan
querido respetar el grueso velo en que se envolvió la humilde
Virgen, o ya porque el lenguaje humano no puede llegar a esas
alturas.”
De modo que el lenguaje humano alcanzó, según este punto
de vista, para hablar de Dios y del hijo de Dios, pero se halló im­
potente para hablar de María. Es interesante como cuando nos
encontramos con el silencio, tanto histórico como bíblico, recu­
rrimos a la imposibilidad humana de describir adecuadamente
una cosa. Es verdad que en la Biblia aparecen algunos de esos
casos (por ejemplo, la trinidad), pero con todo y ello, encontra­
mos amplia cantidad de referencias. Resultan apropiadas las pa­
labras del apóstol San Pablo en la epístola a los Romanos:
A ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y
adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador, que es
bendito por los siglos. Amén (Romanos 1:25 Biblia de Jerusalén).
M aría en la Biblia
En el Nuevo Testamento encontramos solamente 13 pasajes
en los cuáles se registra a María:
1. La anunciación—San Lucas 1 :26-3S
2. Visita a Elizabeth— San Lucas 1:39-45
3. “Magníficat” (glorifica)—San Lucas 1:46-55

13
4. Nacimiento de Jesús -San Mateo 1:18-25.
5. Los pastores — San Lucas 2:8-20
6. María en el templo — San Lucas 2 :21-32
7. La huida a Egipto — San Mateo 2:13-23
8. Jesús a los 12 años — San Lucas 2:41 -52
9. En las bodas de Caná — San Juan 2:1-5
10. ¿Quién es mi madre? — San Mateo 12:46-50
11. Alabanzas de una mujer — San Lucas 11:27,28
12. Junto a la cruz — San Juan 19:25-27
13. María con los apóstoles en Jerusaién — Hechos 1:14
Por supuesto, en cada uno de estos pasajes, María no es el
personaje central. En algunas ocasiones solamente se alude a
ella. En ningún momento es María el centro de la atención. In­
cluso en el establo es Jesús el foco del relato. En la huida a
Egipto y en el relato de Jesús a los doce años, tanto ella como
José juegan un papel igual. En las bodas de Caná de Galilea es
Jesús en quien se centra el evangelista en su relato.
Relación de Jesús y M aría
La primera persona que consideró importante la posición de
María fue aquella mujer que interrumpió a Jesús mientras ense­
ñaba:
Estando él diciendo estas cosas, alzó la voz una mujer del
pueblo y dijo: ¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te
criaron! Pero él dijo: Dichosos mas bien los que oyen la pala­
bra de Dios y la guardan (San Lucas 11:27,28).
La fraseología parece haber sido común, ya que era aplicada
por los rabinos a Moisés e incluso a algún gran rabino. Más im­
presionante quizás sea el pasaje rabínico en el cual Israel es des­
crito como pronunciando estas palabras al contemplar al Mesías:
“Bendita la hora en la cual el Mesías fue creado; bendito el vien­
tre de donde salió; bendita la generación que le contempla; ben­
dito el ojo que es digno de contemplarle. ’MPero a Jesús pareció
no gustarle. Se estaba exaltando únicamente su humanidad y su1

1. Alfred Edersheim, The Life and Times of Jesús the Messíah, vol 2,pág. 202.
conexión humana. El ojo humano se estaba centrando en el
hombre y su trabajo terreno y poniendo a un lado a Dios y su
trabajo celestial.
No es de extrañar que cada vez que el hombre trató de resal­
tar la humanidad de Jesús, sin negarla, el señaló hacia su espiri­
tualidad :
El les responde: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mi­
rando en tomo a los que estaban sentados en coro, a su alrede­
dor, dice: Estos son mí madre y mis hermanos. Quien cumpla la
voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre
(San Marcos 3 :33-45; cf. San Mateo 12:46-50; San Lucas 8:19-
21).
Cabe hacer la pregunta: ¿Cómo se consideraba María con re­ 15
lación a su hijo? Vez tras vez encontramos a María sujeta a su La madre
hijo. Le obedece y acata su voluntad ante la cruz cuando la con­ de Jesús
signa al cuidado de Juan. Le obedece y reconoce su lugar en la
boda de Caná de Galilea. Es obediente y le reconoce como su
Salvador en el momento de la anunciación:
Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se
alegra en Dios mi Salvador... (San Lucas 1:46,47).
Vemos claramente que María estuvo sujeta a Jesús como su
superior. En ningún momento leemos de sus intenciones de do­
minio y autoridad sobre su hijo. María reconoció siempre su pa­
pel y su lugar. Fue un instrumento en las manos de Dios y se
gozó en llevar a cabo su obra.
Ni María ni Jesús tuvieron problema en su relación de autori­
dad. Por lo menos no encontramos ningún registro de ello en la
Biblia o en la Tradición. Después de la ascensión de Jesús, Ma­
ría no ocupó ningún lugar de preeminencia entre los discípulos.
Para ellos estaba clara su misión. En ningún evangelio o epístola
se niega su función. Pero jamás se le otorga ninguna cualidad re-
dentiva especial. Tanto para María como para los discípulos el
principio es sencillo:
Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás (San Mateo
4:10).
En tiempos neotestamentarios nunca surgió el problema del
lugar de María. Fue cuando el hombre trató de ganarse la salva­
ción que la adoración idólatra de María como madre de Dios
surgió. Consciente de este falso culto, la Iglesia Católica ha
hecho la siguiente clasificación, dividiendo el culto en tres cate­
gorías:
1) el de latría, que rinden a Dios
2) el de dulía, que rinden a los santos
3) el de hiperdulía, que rinden a la Virgen.
Pero tengamos muy en cuenta que sólo hay un culto, el que se
rinde al Todopoderoso, y cualquier otro que se invente, con cual­
quier otro nombre que se le asigne, es una abominación que
16 Dios condena.
M aría y las enseñanzas de Cristo
La Verdad
os hará libres • A María no se le deben dirigir oraciones y peticiones:
“Cuando vosotros oraréis, decid: Padre nuestro. . . ” Así ense­
ñó el Señor y ninguna otra oración cabe en el sistema cristiano.
• María no es mediadora:
Hay un solo mediador y este es Cristo. El mismo dijo: “Nadie
viene al Padre sino por mí" (Juan 14:6). San Pablo declaró enfá­
ticamente lo mismo al escribir a Timoteo: “Porque hay un Dios;
asimismo un mediador tenemos para con el Padre, a Jesucristo
hombre" (1 Timoteo 2:5).
• María no es abogada:
No es ella la que puede abogar por nosotros ante Dios. San
Juan escribió: “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos pa­
ra con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 San Juan 2:1).
• María no puede salvamos:
San Pedro dijo ante el concilio de los judíos: “Y en ningún
otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, da­
do a los hombres, en que podamos ser salvos " (Hechos 4:12).
Expresiones heréticas y profanas acerca de M aría
San Anselmo escribió que cuando recurrimos a la Madre de234

2 Alfonso María de Ligorio. Las Glorias de María, pág. 605, B. A. C. 33


3 Ibld., pág. 763.
4 Ib id ', págs. 605-606.
Dios, no solo debemos estar seguros de su protección sino que a
veces seremos más pronto escuchados y atendidos, recurriendo a
María e invocando su santo nombre que invocando el nombre de
nuestro Salvador Jesucristo.2 También sostenía que por María to­
do se ha reparado y vuelto a su primitivo estado.3
Nicéforo escribió siguiendo esta misma cadena de pensamien­
to, concluyendo que muchas cosas se piden a Dios y no se alcan­
zan, y se piden a María y se alcanzan.4
Santo Tomas de Villanueva, en su oración a la Virgen, excla­
ma: “Señora, no sabemos mas refugio que el vuestro. Vos sola
sois la esperanza en que confiamos, vos sóla la abogada en quien
ponemos los ojos. ”5
Ricardo de San Lorenzo escribió que antes que viniera María
al mundo, se lamentaba Dios de que no hubiera quien contuviese
los castigos contra los pecadores, pero que, nacida María, está
encargada de detenerlos.6
San Jorge Obispo de Nicomedia puso a Jesús bajo la autori­
dad de María. Para él, Jesucristo, ejecutando las órdenes de su
madre, no hace, en cierto modo más que pagarle la deuda con­
traída con ella.7 Ricardo de San Víctor decía que María reparó
la caída de los ángeles y reconcilió con Dios a la naturaleza hu­
mana.89
El D ogm a de la Inm aculada Concepción
Fue el Papa Pío IX quien en su bula Inejfabilis Deus, del 8 de
Diciembre 1854, señaló la inmaculada concepción de María co­
mo un dogma en la Iglesia Católica:
“Definimos que... la doctrina que dice que la bienaventurada
Virgen María, en el primer instante de su concepción... fue pre­
servada inmune de toda mancha de culpa original está revelada
por Dios, y se ha de creer por todos los fieles firme y constante­
mente”
Es interesante que San Anselmo, quien considerase a Mana

5 Ibld., pág. 594.


6 Ibld.. pág. 595.
7 Ibld.. pág. 655.
8 Ibld., pág. 763.
9 Santo Tomas de Aquino, Suma Teológica, parte 3, pág. 65.
como aseguradora de nuestra salvación de una manera más efi­
ciente que Jesús, también se expresase así: “Si bien la concep­
ción de Cristo ha sido inmaculada, no obstante, la misma virgen
de la cual nació, ha sido concebida en la iniquidad, y nació con
el pecado original; porque ella pecó en Adán, así como por él to­
dos pecaron.”
Santo Tomas de Aquino, doctor angélico de la Iglesia Católi­
ca consideraba que el dogma de la inmaculada concepción es
una herejía y declaró “La bienaventurada Virgen María, habien­
do sido concebida por la unión de sus padres, ha contraído el pe­
cado original. ”9
uq El Papa Inocencio III ( 1198-1216), declaró "Eva fue formada
•O sin culpa, y engendró en la culpa; María fue formada en la culpa
y engendró sin la culpa a Cristo Jesús.”
La Verdad
os hará libres León I (440-641) escribió “Entre los hombres, Cristo sola­
mente es limpio, porque solo él ha sido concebido sin la concu­
piscencia de la carne.”
Eusebio, célebre autor de la “Historia Eclesiástica de la Igle­
sia Primitiva” opinó a este respecto: “Ninguno está exceptuado
de la mancha del pecado original, ni aun la madre del Redentor
del mundo; sólo Jesús quedó exceptuado de la ley del pecado,
aun cuando haya nacido de una mujer sujeta al pecado.”
Todas estas declaraciones no hacen sino concordar con las pa­
labras de Jesús, cuando dijo:
Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es es­
píritu. (San Juan 3:6).
Pero el hombre ha dogmatizado la divinidad de la madre de
Jesús a tal grado que se asegura que el cuerpo de la Virgen no
sufrió corrupción sino que subió a los cielos junto con su alma a
la edad de 72 años. Su muerte no fue causada ni por la vejez ni
por enfermedad alguna sino por el anhelo del amor divino que
ardía en su alma. La Iglesia afirma también que por la omnipo -
tencia de Dios su cuerpo resucitó glorioso e inmortal, y fue lle­
vada al cielo por los ángeles. Este dogma lo declaró de fe y
obligatorio el Papa Pío XII en la bula Munificentissimus Deus el
día Io de noviembre de 1950 de la siguiente manera: “Definimos
ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de
Dios siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida sobre
la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial.”
Declaraciones como ésta, están en abierta contradicción a las
enseñanzas bíblicas. El apóstol San Pablo nos dice:
Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os
anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado,
¡sea anatema! Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito:
Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibi­
do, ¡sea anatema!(G‘álatas 1 :8,9).
El apóstol San Pablo se ponía a sí mismo bajo prueba. E iba
un poco más lejos. Ni siquiera los ángeles, nos dice, pueden
cambiar la verdad del evangelio. jMucho menos los hombres!
El apóstol animó a los cristianos a mantenerse firmes en la
verdad del evangelio y a no confiar en aquellos que presentasen
un mensaje diferente. Escribiendo a los cristianos en Tesalónica,
encargó: Que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros áni-
unos, no os alarméis por alguna manifestación profética, o por
alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que
está inminente el día del Señor (2 Tesalonicenses 2 :2).
El consejo de San Pablo a los tesalonicenses es el mismo que
se nos hace a nosotros. No hemos de ser llevados de la verdad
por las doctrinas de los hombres. La expresión “no os alarméis”,
literalmente significa “gritar en voz alta”, “estar con miedo”. To­
do esto con relación a la segunda venida de Jesús. El consejo del
Apóstol es: “El Señor viene, pero no es para asustarse.” Pero
además, continúa diciendo: “Si alguien está torciendo mis ense­
ñanzas, no le hagan caso”. Debemos tener presente que las ense­
ñanzas de San Pablo son finalmente las enseñanzas de Dios. Es
Dios quien nos hace esta advertencia, por medio de su siervo el
apóstol.
Los escapularios
Quizá la forma mas generalizada de culto a María se encuen­
tra en la forma de los escapularios. La palabra “escapulario” vie­
ne del latín escápula (espalda) que significa propiamente un
vestido que cubre las espaldas.
San Simón Stock, Padre General de la Orden de los Carmeli­
tas, recibió, según la tradición, un escapulario, en el año 1265,
de las manos de María. En esa ocasión Mana le hizo la promesa:
“El que muriere con el escapulario no padecerá del fuego eter­
no”. Más tarde, en el año 1322, el Papa Juan XXII tuvo otra apa­
rición supuesta de la Virgen en la que le comunicó que los que
llevasen el escapulario cuando murieran y fueran al purgatorio
saldrían al siguiente sábado después de su muerte, a ésto se le
llamó Indulgencia Sabatina.
Los principales escapularios aprobados por la Iglesia Católica
son: el de la Santísima Trinidad, el de la Pasión, el de los Siete
Dolores de Nuestra Señora, el de Nuestra Señora del Carmen, el
de la Merced, y el de la Tercera Orden de San Francisco. El es­
capulario del Carmen es el más generalizado por ser el más anti­
20 guo y el más rico en privilegios.
¡Qué contraste tan notable existe entre el uso del escapulario
La Verdad con las enseñanzas simples de las Escrituras! Sin lugar a dudas,
os hará libres
previendo el surgimiento de tales prácticas y enseñanzas, el
apóstol San Pablo aconsejó: Rechaza, en cambio, las fábulas
profanas y los cuentos de viejas. Ejercítate en la piedad 1Timo­
teo 4:7; cf. Tito 1:14; 2 Pedro 1:16; Exodo 20:4,5; Deuterono-
mio 4:15,16).
M aría en el culto católico
Es curioso que en la ciudad de Roma existen solamente quin­
ce iglesias dedicadas a Cristo, nuestro Salvador, mientras que a
María se le han dedicado 121. En el calendario de festividades
litúrgicas se encuentran 22 festividades dedicadas a Cristo y 41
festividades dedicadas a María. En el Rosario, que está formado
por 166 cuentas, 155 representan “Aves” u oraciones a María;
quince representan “Padre Nuestros” y una representa el Credo.
¿Es esto lógico? ¿Tiene alguna explicación plausible? No es ló­
gico y la única explicación que hallamos es que se dedica más
tiempo en adorar a María que al Redentor del mundo. ¡Hasta
dónde ha llegado el hombre!
Vírgenes mas populares de América Latina y España
Argentina Nuestra Señora de Luján
Bolivia Nuestra Señora de Copacabana
Colombia Nuestra Señora de Chiquinquira
Costa Rica Virgen de los Angeles
Cuba Nuestra Señora de la Caridad del Cobre
Chile Nuestra Señora del Carmen
Ecuador Nuestra Señora del Quinche
Filipinas Nuestra Señora de Aulipola
Guatemala Virgen del Rosario
Honduras Virgen de Suyapa
México Nuestra Señora de Guadalupe
Nicaragua Purísima de Granada
Panamá Virgen de Penonome
Paraguay Nuestra Señora de la Merced
21
Puerto Rico Virgen del Carmen La madre
de Jesús
El Salvador Virgen de Guadalupe de la Ceiba
Santo Domingo Nuestra Señora de Altagracia
Uruguay Virgen de Treinta y Tres
Venezuela Nuestra Señora de Coromoto de los Cospes
España Nuestra Señora de Almudena
Nuestra Señora de Monserrat
Nuestra Señora de la Peña de Francia
Nuestra Señora de Roncesvalles
Nuestra Señora de Aranzazú
Nuestra Señora de Covadonga
Nuestra Señora de la Merced
Virgen del Pilar
Virgen de la Macarena
María y el Concilio Vatican o II
En ocasión de ese concilio se produjo un debate ardoroso so­
bre si el tema de María debía tratarse aparte, en un esquema es­
pacial, o si se debía incluir en el esquema “De Ecclesia". Los
que abogaban por lo primero, aducían al razonamiento que ella
era merecedora de una consideración especial, a tono con su ele­
vada dignidad. Los otros, quienes por escasa mayoría hicieron
triunfar su tesis, expresaron que era conveniente tratarlo priva­
damente para no herir las susceptibilidades no católicas. Hay
que recordar que detrás de todos los debates estuvo latente el de­
seo del Papa Juan XXIII, de que el espíritu conciliador caracteri­
zara al Concilio, a fin de allanar, en lo posible, el acercamiento
de los “hermanos separados”. Así es que con el título de “La
Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el Misterio de
Cristo y de la Iglesia”, se introdujo en el capítulo XIII del esque­
ma De Ecclesia la consideración de María.
Apreciación A d ventista
22 La escritora adventista que ya citáramos, Elena White, ha co­
mentado: “La única esperanza de redención para nuestra especie
La Verdad caída está en Cristo; María podía hallar salvación únicamente
os hará libres
por medio del Cordero de Dios. En sí misma, no poseía méritos.
Su relación con Jesús no la colocaba en una relación espiri­
tual con él diferente de la de cualquier otra alma humana. Así lo
indicaron las palabras del Salvador. El aclara la distinción que
hay entre su relación con ella como Hijo del Hombre y como Hi­
jo de Dios. El vínculo de parentesco que había entre ellos no la
ponía de ninguna manera en igualdad con él."10
Los Adventistas del Séptimo Día tenemos en alta estima a la
Madre de Jesús. Cuanto decimos de ella, que es la realidad, es
bueno y hermoso. No puede ser de otro modo. María es merece­
dora de nuestro aprecio y amor sincero. Mujer santa, piadosa,
humilde,obediente hasta el sacrificio y estudiosa de las Escritu­
ras del Antiguo Testamento. Llena de fe, bella en su carácter y, a
no dudarlo, en su aspecto físico también. Madre candorosa, ella
será siempre, como lo dijera el ángel Gabriel: "bienaventurada
por todas las generaciones."

10 Elena White, El Deseado de Todas las Gentes, pág. 121.


La Verdad
os hará libres
Capítulo tres
El Papa

De acuerdo a la Iglesia Católica el Papa es el Vicario de Jesu­


cristo, el sucesor de San Pedro, el doctor infalible, el Padre co­
mún de los pastores y de los fieles, la cabeza suprema y visible
de la Iglesia. Se le llama también Sumo Pontífice porque él es el
príncipe de los pontífices, el obispo de los obispos.
La Iglesia Católica sostiene que ser vicario de Jesucristo es
hacer sus veces. De esta manera Nuestro Señor Jesucristo es el
jefe invisible de la Iglesia. El Papa es el Jefe visible de la Igle­
sia. “Como Vicario de Jesucristo en la tierra el Papa hace las ve­
ces del divino Salvador”1
Por supuesto, ante tales enseñanzas, debemos tener presente
lo que la Biblia presenta como las enseñanzas de Jesús:
Aún resta un poco de tiempo; después del cual el mundo ya
no me verá. Pero vosotros me veréis, porque yo vivo, y vosotros
viviréis (San Juan 14:19).
Después de la crucifixión y sepultura el mundo ya no vería
más a Jesús. Pero los discípulos le podrían ver en su cuerpo re­
sucitado. Las palabras sin lugar a dudas tienen un significado es­
piritual. Incluso después de la ascensión los discípulos podrían
continuar viendo a Jesús con sus facultades espirituales. El he­
cho de que él moriría para volver a vivir garantizaba también la
posibilidad de tener vida tanto espiritual como corporalmente.
Estos principios encajan perfectamente con las palabras que Je­
sús dijera en ocasión de su despedida con los discípulos:
Enseñándoles a observar todas las cosas que yo os he man­
dado, y estad ciertos que yo estaré siempre con vosotros, hasta
la consumación de los siglos (Mateo 28:20).
A simple vista parece raro que Jesús hiciera tal anuncio cuan-1

1. Doctrina Cristiana, F.T.D., pág. 84

25
do estaba a punto de abandonar a sus discípulos corporalmente y
ascender a los cielos. Sin embargo, en virtud del don del Espíritu
Santo, Jesús estaría más cerca de sus discípulos en toda la tierra
que si permaneciera corporalmente entre ellos. La Escritura hace
real la presencia de Jesús para cada creyente humilde. Por medio
del don y la dirección del Espíritu Santo, cada discípulo del
Maestro podría encontrar comunión con Cristo tal y como lo hi­
cieron los apóstoles. Elena White ha comentado apropiadamen­
te: “Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo
lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípulos que
fuese al Padre y enviase el Espíritu como su sucesor en la tie­
rra.”2
OC En cuanto al papel de vicario de Cristo, Tertuliano (145-220)
uno de los Padres de la Iglesia, escribió “Ese vicario del Señor
La Verdad es el Espíritu Santo.”3 Podemos estar de acuerdo con las pala-
os hará libres bras del historiador Adventista Leroy Edwin Froom: “El Espíritu
Santo es el verdadero vicario y sucesor de Cristo aquí en la tie­
rra.”4
Sucesor d e San Pedro
La Iglesia Católica sostiene que como sucesor de San Pedro,
en la sede de Roma, el Papa ha heredado la autoridad del Prínci­
pe de los Apóstoles primera cabeza de la Iglesia Universal. El
es, por consiguiente, como San Pedro, el Supremo Jerarca de to­
da la Iglesia.
En el Concilio Vaticano I (1869-1S70) se señaló:“Si alguno
dijere que no es por institución de Jesucristo o de derecho divino
que el apóstol Pedro tenga sucesores perpetuos de su primado
sobre toda la Iglesia; o que el Pontífice Romano no es el sucesor
del apóstol Pedro en este primado, sea anatemizado.”
Examinaremos varios pasajes del Nuevo Testamento en los
que veremos que por alta que haya sido la estima en que Pedro
era tenido, por muy grande su primado moral, que nadie le des­
conoce, no ejerció jamás autoridad sobre los demás apóstoles ni
sobre la Iglesia en general. Ninguna diferencia había entre após­
tol y apóstol.
2 Elena White, El Deseado de Todas las Gentes, págs. 622,623.
3. Tertuliano, 4 ANF 27
4. ve. 60
¿Es Pedro la "roca"?
Un texto bastante común para justificar la posición de Pedro
como principal discípulo y cabeza de la Iglesia, es el siguiente:
Y yo te digo que tu eres Pedro, y sobre esta piedra voy a cons­
truir mi Iglesia (Mateo 16:18).
Dirigiéndose a Pedro como Simón Bar-jona, en el versículo
17, Jesús estaba usando el nombre que el le había dado a Pedro
después de su primer encuentro (ver San Juan 1:40-42; San Ma­
teo 4:18). Las palabras “sobre esta piedra” o “sobre esta roca”
han sido interpretadas de muchas maneras: 1) que Pedro es esta
“roca”; 2) que la fe de Pedro en Jesús como el Cristo es “esta ro­
ca”; 3) que Jesús mismo es “esta roca”. Razones de peso han si­
do dadas en favor de cada una de estas explicaciones. 27
La mejor manera de determinar lo que Jesús quiso decir en El Papa
esta frase es indagando lo que estas formas de expresión signifi­
caban para los judíos de su tiempo. El testimonio de los escritos
de los discípulos mismos nos da una clave. Afortunadamente te­
nemos los registros de sus escritos que nos iluminan en cuanto al
significado de las palabras de Jesús (ver 2 Pedro 1:16; 1 Juan 1:1-
3).
El mismo Pedro, a quien fueron dirigidas estas palabras, ne­
gó, por sus enseñanzas que la “roca” a la que Jesús se refirió
fuera el mismo (ver Hechos 4:8-12; 1 Pedro 2:4-8). Mateo regis­
tra el hecho de que Jesús usó de nuevo esta misma expresión ba­
jo circunstancias que indican claramente que se refería a sí
mismo (ver Mateo 21:42; Lucas 20:17, 18).
Desde tiempo antiguo la figura de una roca era usada por los
hebreos como un término específico para designar a Dios (ver
Deuteronomio 32:4; Salmo 18:2). Así encontramos que el profe­
ta Isaías habla de Cristo como “una gran roca en el desierto”
(Isaías 32:2), y como “una piedra escogida y valiosa” (Isaías
28:16). San Pablo afirma que Cristo era la “Roca” que iba con
su pueblo en tiempos antiguos ( 1 Corintios 10:4; cf. Deuterono­
mio 32:4; 2 Samuel 22:32; Salmo 18:31). En un sentido secun­
dario las verdades que Jesús habló son también la “roca” en la
cual todos los hombres pueden edificar con seguridad (Mateo
7:24,25), porque él mismo es la palabra viva hecha carne (Juan
1:1,14; cf. Marcos 8:38; Juan 3:34; 6:63,68; 17:8).
Jesús es la “roca de nuestra salvación” (Salmo 95:1; cf Deute-
ronomio 32:4, 15,18). El solo es el fundamento de la Iglesia
porque “nadie puede poner otro fundamento que el que ya está
puesto, que es Jesucristo” ( 1 Corintios 3 :11), y “en ningún otro
hay salvación” (Hechos 4: 12).
San Agustín (c. 400 A.D.), el más grande de los teólogos ca­
tólicos de los primeros siglos de la Iglesia, deja que sus lectores
decidan por sí mismos si Jesús se refería a sí mismo o a Pedro
cuando utilizó estas palabras.5 Crisóstomo, otro Padre de la
Iglesia Cristiana, dijo que Jesús prometió establecer el funda­
mento de la Iglesia en la confesión de Pedro [no en Pedro mis­
28 mo] y que Jesús solamente es el fundamento de la Iglesia.6
Eusebio, uno de los primeros historiadores cristianos, cita a Cle­
La Verdad
mente de Alejandría declarando que Pedro, Santiago y Juan no
os hará libres
buscaron la supremacía en la Iglesia, sino que escogieron a San
tiago como su dirigente.7 Otros Padres de la Iglesia, como Hila­
rio de Arles, enseñaron lo mismo.
Fue cuando se buscó apoyo escritural para el obispo de Roma
como primado de la Iglesia, que las palabras usadas por Jesús en
esa ocasión fueron sacadas de su contexto. A partir de entonces,
las palabras de Jesús se consideraron como si estuviera haciendo
a Pedro la “roca”. El Papa León I (c. 445 A.D.) fue el primer
pontífice que pretendió que su autoridad venía directamente de
Cristo a través de Pedro.
El nombre Pedro se deriva del griego petros, una “piedra” ge­
neralmente un pedazo de piedra. La palabra “roca” es la palabra
griega petra, una masa grande de roca, un “peñasco” o “grupos
de rocas” una “cima rocosa”. Una petra es una “roca” masiva,
fija, inamovible. Una petros es una pequeña piedra. Obviamente,
una petros, o piedra pequeña, difícilmente se podría convertir en
el fundamento de un edificio, y Jesús está diciendo que solamen­
te una “roca” puede servir como tal. Esto mismo indicó Jesús
cuando dijo, en otra ocasión:
Por tanto, el que me oye y hace lo que yo digo, es como un
5 Retracciones i. 2 1.1
6 Comentario en Gálatas, cap. 1:1-3; Homilías en Timoteo. No. xvíii cap. 6:21.
7 Historia de la Iglesia, ii. 1.
hombre prudente que construyó su casa sobre la roca (Mateo
7:24).
La palabra aquí empleada por “roca” es petra. Cualquier edi­
ficio construido sobre Pedro, petros, un humano frágil y propen­
so a errar, tal y como lo registra el evangelio, no puede ser el
fundamento de la Iglesia. Es tanto como edificar sobre la arena.
Es interesante que cuando los discípulos le preguntaron al Se-
ñor: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?” (Mateo
18:1), nunca dijo que Pedro o cualquier otro apóstol, sino que
tomando a un niño lo puso en medio de ellos, diciéndoles que el
que se humillare como ese niño, el tal era el mayor en el reino
de los cielos.
Dignatarios d e la Iglesia Católica 29
Papa Significa padre y se le da el título de
El Papa
Santidad,
Cardenal Significa fundamental y es un Príncipe
de la Iglesia.
Nuncios e Internuncios: Son representantes del Papa en las
naciones que mantienen relaciones ofi­
ciales con la Santa Sede.
Delegado Apostólico Actúa en las naciones que no mantie­
nen relaciones con el Vaticano.
Arzobispos Tiene, cada uno, la vigilancia de uná provincia
eclesiástica; ésta se compone de varios obis­
pados. Se les da el título de Excelentísimo.
Obispo Significa guardián, el cual está a cargo de una
diócesis. Recibe el título de Reverendísimo.
Canónigos Tienen el deber de ser consejeros del obispo. Se
les da el título de ilustrísimo.
Cura Significa cuidar, está encargado de un área
parroquial.
El Papa com o d o c to r infalible
De acuerdo a la tradición y el dogma católico, el Papa ha reci­
bido de Jesucristo la misión de enseñar a todos, pastores y fieles,
las verdades de la fe. El es infalible, a saber, no se equivoca
cuando llena los deberes de su cargo.
Para que el Papa sea infalible, se requieren tres condiciones:
1) Que su decreto recaiga sobre una cuestión concerniente a la fe,
a las costumbres, o a la disciplina de la Iglesia; 2) que emita un
juicio definitivo con la voluntad formal de obligar las concien­
cias; 3) que hable como pastor y doctor de todos los cristianos
en virtud de la autoridad apostólica. Se dice entonces que el Pa­
pa habla ex cáthedra, es decir, sentado en la sede de Pedro, co­
mo debe estar sentado todo juez que dicta sentencia.8
De una manera práctica, cuando el Papa habla como cabeza
de la Iglesia en materia de fe y moral, es infalible. Cuando el Pa­
pa, aunado a los obispos del mundo en un concilio general, ha­
bla en materia de fe y moral, es infalible. Cuando el Papa
aunado a los obispos en sus diócesis, en armonía con la doctrina
revelada, habla en materia de fe y moral, es infalible. Elena,
White, ha comentado: “Una de las principales doctrinas del ro-
manismo enseña que el Papa es la cabeza visible de la Iglesia
universal de Cristo, y que fue investido de suprema autoridad
sobre los obispos y los pastores de todas partes del mundo. Aun
más, al Papa se le han dado los títulos propios de la divinidad.
Se le ha titulado ‘Señor Dios el Papa,’9 y se le ha declarado infa­
lible. Exige que todos los hombres le rindan homenaje. La mis­
ma pretensión que sostuvo Satanás cuando tentó a Cristo en el
desierto, la sostiene aún por medio de la Iglesia de Roma, y mu­
chos son los que están dispuestos a rendirle homenaje.”10
El Segundo Concilio Vaticano no trajo a debate ni el principio
de autoridad religiosa ni la doctrina del papado. Fue a todas lu­
ces una confirmación esencial de los Concilios de Trento (1545-
1563) y Vaticano I ( 1869-1870). A sí que las definiciones
dogmáticas de Roma sobre estos asuntos siguen vigentes. Sobre
esto se nos ha amonestado: “La Iglesia papal no abandonará
nunca su pretensión a la infalibilidad. Todo lo que ha hecho al
perseguir a los que rechazaban sus dogmas lo da por santo y
bueno; y ¿quién asegura que no volverían a las andadas siempre
que se les presente la oportunidad? Deróguense las medidas res-

8. Pág. A. Hilfaíre.
9 Dominum Deum nostrum Papam.
10 Elena White, El Conflicto de los Siglos, pág. 54.
trictivas impuestas en la actualidad por los gobiernos civiles y
déjesele a Roma [Vaticano] que recupere su antiguo poder y se
verán resucitar en el acto su tiranía y sus persecuciones.”11 To­
dos estamos de acuerdo en que es necesaria una guía infalible y
confiable para los asuntos que conciernen a la fe, a la doctrina y
a la vida espiritual de la Iglesia de Jesucristo y de sus discípulos.
Es innegable que en la humanidad hay tinieblas de ignorancia,
de error, de empecinamiento y de desorientación. Entonces,
¿dónde se hallará esa luz que nos guíe? ¿Dónde esa verdad que
merezca ser abrazada con absoluta confianza? Y ¿quién será el
que tenga la autoridad suficiente para decimos que se debe creer
y que no se debe creer?
Los Adventistas del Séptimo Día reconocemos que la autori­ 31
dad para estas cosas está en las Sagradas Escrituras. El Espíritu
Santo, la tercera persona de la trinidad, quien es el autor de ellas, El Papa
da luz a las mentes que en actitud humilde y reverente las leen,
meditan y estudian para conocer la verdad y la voluntad de Dios.
La Biblia, con la ayuda del Espíritu Santo, es la guía infalible y
nuestra luz.

1 * Ibíd., pág. 6 2 0 .
La
Verdad
Capítulo cuatro
El Papado y las
Escrituras
Mientras yo estaba mirando los cuernos, vi que de entre ellos
salía otro cuerno más pequeño, y entonces le arrancaron tres
cuernos para dejar lugar al último que le había salido, el cual
tenía los ojos como los de un ser humano y una boca que habla­
ba con mucha arrogancia (Daniel 7:8).
Insultará al Dios Altísimo e irá acabando con su pueblo; tra­
tará de cambiar la ley de Dios y las fiestas y el pueblo de Dios
estará bajo su poder durante tres tiempos y medio. (Daniel 7:25).
La Iglesia Católica considera su máxima autoridad al Papa.
Su autoridad reside, no únicamente con relación a sus poderes
para aplicar las leyes eclesiásticas, sino en su poder y autoridad
de aplicar las leyes divinas e incluso modificarlas. Un escritor
católico ha comentado:
“El Papa dispone de una autoridad y un poder tan grande que
puede modificar, aplicar o interpretar aún las leyes divinas... El
Papa puede modificar la ley divina, puesto que su poder no se
deriva del hombre sino de Dios, y está actuando como vice-ge-
rente de Dios en la tierra con la más completa autoridad de ligar
o desatar a sus ovejas.” 1
Algunos papas mismos han hecho declaraciones aun más
pretenciosas que la anterior. El Papa León XIII (1873-1903) de­
claró en su encíclica de junio 20, de 1894: “Ocupamos en esta
tierra el lugar de Dios Omnipotente.”12 El Papa Bonifacio VIII
(1294-1304) llegó a considerar sumisión a la autoridad papal in­
dispensable para la salvación: “Declaramos, afirmamos, defini­
mos y proclamamos que cada ser humano debe someterse al
Pontífice Romano para que sea salvo.” El Papa Gregorio VII
(1073-1085) asignó al oficio papal el manto de la infalibilidad:
1 Traducido de Prompta Biblioteca, Papa II por Lucio Ferrari. Citado en S. D. A. Comm
IV: 831.
2 Las Grandes Cartas Encíclicas (New York, Denziger Bros ), pág. 304.

33
“La Iglesia de Roma nunca ha errado, ni errará jamás.”
Por supuesto, este tipo de declaraciones no han sido tomadas
con mucho gusto por aquellos cristianos, tanto católicos como
protestantes, que son conscientes de la realidad bíblica. No sólo
ha cometido errores en el pasado sino que aún hoy pueden seña­
larse prácticas que están en oposición las verdades bíblicas. Así
encontramos al cardenal Gibbons que opina: “Usted puede leer
la Biblia de Génesis a Apocalipsis y no encontrará una sola línea
que autoriza la santidad del día domingo. Las Escrituras dan vi­
gor a la observancia religiosa del día sábado, día que nosotros
nunca santificamos.”3
La escritora que ya citamos anteriormente comentó a este res-
34 pécto:
La Verdad “Antes de la caída, nuestros primeros padres habían guardado
os hará libres sábado que había sido instituido en el Edén; y después de su
expulsión del paraíso continuaron observándolo... El sábado fue
honrado por todos los hijos de Adán que permanecían leales a
Dios. Pero Caín y sus descendientes no respetaron el día en el
cual Dios había reposado. Eligieron su propio tiempo para el tra­
bajo y el descanso sin tomar en cuenta el mandamiento expreso
de Jehová.”4
El Papa y la Dispensa de las Am éricas
La autoridad papal rigió los acontecimientos humanos de tal
manera durante siglos, que en ocasión del descubrimiento de
América, los reyes españoles Femando II de Aragón e Isabel de
Castilla, los “Reyes Católicos” (1479-1516) tuvieron que acudir
al Papa para conseguir sanción sobre las nuevas tierras:
El rey Fernando no reposaba hasta haberse asegurado del so­
berano pontífice (Alejandro VI) la sanción sobre la posesión de
todas las tierras ya descubiertas y aquellas que Colón pudiera to­
davía descubrir. Inmediatamente envió a Roma un embajador
para solicitar del Papa la concesión oficial de aquellas tierras en
favor de los españoles, excluyendo a todas las demás naciones.
Pidió que esta concesión fuera exclusiva y hereditaria. Alejandro

3 Cardenal Gibbons, La Fe de Nuestros Padres {Baltimore,MD:John Murphy & Co.,


1093), pág. 111.
4 Elena White, Patriarcas y Profetas, págs. 66,67.
(1492-1503) tiró en el mapa una línea recta de un polo al otro
y a unas 200 leguas por el otro lado de las islas Azores y a la
misma distancia del Cabo Verde y declaró que todo aquel territo­
rio y cualquier otro territorio que pudiera haber al Oeste de
aquella línea, pertenecía al rey de España.
Así es que en la bula de Alejandro V I, fechada el 4 de mayo
de 1493, se dice: ...“que el Pontífice concede al rey de España
las islas y las tierras descubiertas y aún para ser descubiertas y
que el Santo Padre confiere a Femando todas esas islas con sus
gobiernos, sus ciudades, castillos, plazas, aldeas, también dere­
chos y jurisdicción legal y otras propiedades y dependencias, y
todo esto en virtud de la autoridad del Dios Omnipotente, de la
cual eí Papa goza en este mundo como Vicario de nuestro Señor 35
Jesucristo.”5
La bula incluía las ciudades de los incas, los aztecas *y* los Ei papado y
Ue peer turas
chibchas, que todavía no habían sido descubiertas. La bula con­
tiene esta frase concluyente:
“De mi propia voluntad (motu propio) y no a base de vuestra
instancia o petición que hicisteis o que otro hiciera en nombre
vuestro, sino de mi propia liberalidad y en virtud de la plenitud
de nuestra autoridad apostólica, concedemos”...6
' M udará los tiem p o s y la ley''
Conforme se ha mostrado anteriormente, el papado se ha
considerado a lo largo de los siglos con la autoridad no única­
mente de interpretar y aplicar la ley divina, sino de cambiarla e
incluso de anularla completamente. Una de las declaraciones
más audaces a este respecto quizás sea la que hiciese el Papa Ni­
colás “El Grande” (858-867):
“No os maravilléis, pues, si está en mi poder el cambiar el
tiempo y los tiempos, mudar y abrogar las leyes, disponer de to­
das las cosas hasta de los preceptos de Cristo; porque en cuanto
Cristo manda a Pedro que vuelva su espada a su lugar y amones­
ta a sus discípulos que no empleen ninguna fuerza en vengarse,
yo, el Papa Nicolás, en escribir a los obispos de Francia, les ex-

5 J.H.Campo, Descubrimiento y Conquista de América. {Madrid: La España moderna).


t> Ibíd.
horto a que desenvainen sus espadas materiales, y por cuanto
Cristo asistió a las bodas de Caná de Galilea, yo, el Papa Nico­
lás, en mi distinción prohíbo al clero espiritual que asistan a las
fiestas de boda y también que se casen.”7

7* Heath, Las Profecías de Daniel, pág. 90. Citado en The Approaching End of the Age.
por Guinness.
D a n ie l 8
La P r e v a r ic a c ió n A s o la d o r a

BIBLIA IGLESIA CATOLICA


Quitarán el continuo... Y pondrán la abominación
espantosa...

LO QUITADO LO SUSTITUIDO

1. El Espíritu Santo 1. El Papa. Vicario de Cristo.


Vicario de Cristo.

2. Cristo el único 2. Mediadores: Papa, Maria y 37


mediador. los santos.
El papado y
3. El Santuario en el cielo. 3. El Santuario en la tierra las escrituras
(el Vaticano).

4. Un solo sacerdote según 4. Muchos sacerdotes, según


el orden de Melchlsedec. el orden de la tradición.

5. Cristo, Rey y Sumo 5. El Papa, Rey y Sumo


Sacerdote. Pontífice.

6. Cristo en su tem plo 6. El Papa en su tem plo en


celestial. Roma (cf. 2 Tes. 2:4).

7. Entronización de Cristo 7. Entronización del Papa y


com o S um o Sacerdote. de los prelados (los principes
de la Iglesia).

8. Salvación por fe en 8. Salvación por fe en la


Cristo. Iglesia. Fuera de la Iglesia
no hay salvación.

9. Fuera de Cristo nadie 9. Fuera de la iglesia nadie


se salva (Fiech 4:12). se salva.

10. La Biblia, e! guia (Salmo 10. El catecismo y la


119:130). tradición.
11. El Espíritu Santo, el intér­ 11. El clero, el intérprete de la
prete de la Palabra de Palabra de Dios.
Dios.

12. La persuación por el 12. La coerción por medio de


Espíritu Santo. la Iglesia y el Estado.

13. El sacrificio del Calvario. 13. El sacrificio de la misa.

14. Al Crucificado. 14. El crucifijo (un talismán).

15. Cristo, la piedra angular 15. Pedro, la piedra angular


de la Iglesia. de la Iglesia.
38
16. Jesucristo, hecho de 16. Jesucristo, hijo de una
La Verdad
m ujer (Gál 4:4). “Semejante m ujer que no participó en el
os hará libres
a sus hermanos" pecado original (inmaculada
(Heb. 2: 17. concepción).

17. El arrepentimiento. 17. La penitencia.

18. La confesión directa a 18. El confesionario. La confe


Dios. sión al sacerdote.

19. El perdón de Dios. 19. El “ego te absolvo” del


sacerdote (yo te absuelvo).

20. Todo pecado es mortal. 20. H ay pecados mortales y


pecados veniales.

21. Después de la muerte no 21. Después de morir, la p u r­


hay redención del alma. gación de pecados en el
purgatorio.

22. El alma que muere en el 22. El alma no muere. Su sal­


evangelio puede descansar vación depende todavía de
en paz; las consecuencias una estadía en el purgatorio
de sus pecados no le y de los sufragios de las
persiguen después de la misas en favor del muerto.
muerte.
23. Sólo Dios controla el 23. El clero controla el perdón
perdón y la remisión de y la remisión de pecados.
pecados.

24. Salvación por fe en 24. Salvación po r la fe en


Cristo. obras meritorias.

25. Bautismo por inmersión 25. Bautismo por aspersión.

26. Bautismo del creyente 26. Bautismo de infantes.


después de haber sido instrui­
do (Mat 28:19,20: M a ri 6:16)

27. Santificación por obra del 27. Santificación por medio


Espíritu Santo. de los sacramentos.

28. Oración espontánea. 28. Oración rezada.

29. La ley de Dios 29. La ley del papado:


(Exodo20:2-17) a) anula el segundo man -
damiento.
b) Parte en dos el 102
mandamiento.
c) Cambia el día de reposo
según está identificado
en el cuarto manadamiento.

30. Reposo en sábado, sépti­ 30. El domingo, primer día


m o día de la semana. de la semana.

31. Cristo declara: “ Mi reino 31. “El Papa es...principal


no es de este m undo...” rey de reyes, que tiene la
plenitud del poder, a
quien el Dios omnipoten -
te ha confiado no solo la
dirección de lo terrenal,
sino tam bién dei reino
celestial.”
32. Unicamente los méritos de 32. Los méritos de los santos,
Cristo

33. Unidad espiritual e interna 33. Unidad formal y externa.

34 El ministerio de los ángeles 34. El ministerio de los santos.

35. El poder del amor 35. El am or al poder.

HEBREO GRIEGO LATIN GRIEGO LATIN


40
La Verdad 200 L 30 D 500 I 10 V 5
os hará libres T 300 I 1
A 1 U 5 A 1 C 100
) 6 L 30 A 0
T 300 X 10 I 10 R 0
K 20 I 1
D 40 E 5 A 1 V 5
C 100 S 0
I 10
> 10 L 50 E 5 F 0
N 50 K 20 1 1
E 0 K 20 L 50
* 10 O 70 L 30 I 1
R 0 E 8 1 1
S 200 S 200
r j 400 1 1 I 10 D 500
666 A 1 E 0
666 I 1
666
666 —
666
Reino El hombre El jefe del Iglesia El Vicario del
Romano que habla clero italiana Hijo de Dios
[aun
¡Aquí está la sabiduría! que el inteligente calcule la cifra
de la bestia; pues es la cifra de un hombre.
Su cifra es 666 (Apocalipsis 13:18 - Biblia Católica de
Jerusalén)
La Verdad
os hará libres
Capítulo cinco
Títulos Papales

Sobre la personalidad del Príncipe de la Iglesia Romana, recaen


alrededor de quince títulos diferentes, cada uno con su significa­
do característico. No intentamos analizarlos a todos, ello sería
demasiado extenso. Solamente veámos algunos de los principa-
es más estimados entre los romanistas:
1. PAPA. Literalmente esta palabra significa “Padre”. Cristo
prohibió aplicar este título espiritual a hombre alguno, por muy
piadoso y santo que fuese.
He aquí su orden: "Y vuestro padre no llaméis a nadie en la
tierra; porque uno es vuestro Padre, el cual está en los cielos”.
(San. Mateo cap. 23; ver. 9).
El mismo nos dejó el ejemplo cuando en repetidas ocasiones,
al dirigirse a Dios, le llamó con este bondadoso nombre: Padre.
El enseño a los suyos a utilizarlo en sus relaciones íntimas y di­
rectas con Dios. Cuando orareis decid: Padre nuestro... Padre,
porque El es quien nos engendró, por su Palabra santa y su Espí­
ritu divino, para que fuéramos por la fe y la gracia hijos suyos.
“Padre” , porque su amor providencial vela por la vida de sus hi­
jos con una fidelidad maravillosa. “Padre”, porque El, en su pa­
ternidad gloriosa ha creado todo un universo de seres vivos y en
su sabiduría infinita les ha entregado armas suficientes para su
conservación y perpetuación. “Padre”, porque El, con su hálito
de poder, lo llena todo de majestad, belleza, maravilla y amor.
“Padre” sólo es Dios, el Dios santo y misericordioso, ante quien
los creyentes de todas las razas y de todos los tiempos deben in­
clinar su frente y doblegar su corazón. El sólo es el “Padre” es­
piritual de la Humanidad y por eso El es quien busca y desea
ardientemente la redención del alma humana y la glorificación
de su nombre sobre la tierra. “Santo es su nombre” y “santifica­
do” debe serlo siempre. Cuando en un sentido espiritual el roma-
nismo obliga a sus devotos a llam ar “padre” a hombres

43
imperfectos, está ofendiendo a Dios y desobedeciendo a Cristo.
Por eso jamás encontramos escrita esta palabra aplicándose a
los profetas, apóstoles, evangelistas, etc., en las páginas escritu­
rarias. Hasta el cuarto siglo no comenzó a generalizarse la cos­
tumbre de llamar “Padre” al ministro o sacerdote. Después de
esa fecha, cuando gobernaba la Iglesia Gregorio VII, obispo de
Roma, se diferenció esta palabra de la de “Papa”, siendo esta úl­
tima únicamente el obispo de Roma, elevado a la categoría de
“Padre de la Cristiandad”. Existen otros títulos bondadosos que
pueden ser aplicados a los ministros del Señor sin necesidad de
usurpar a Dios lo que solamente a Dios le corresponde.
2. SUMO PONTIFICE: “Pontífice” significa
44 “constructor de puentes”. Fue el título que llevaron los sacerdo­
tes paganos de Roma porque oficiaban sobre el puente del río
La Verdad Perusa y también de aquellos otros que construyeron un puente
os hará libres so^ re e j r f0 xiber. Después pasó a poder de reyes y emperadores
como puede verse en las inscripciones de algunas monedas ro­
manas. Es pues, un título de origen pagano.
Cierto es que Pablo emplea la misma palabra aplicada a Cris­
to, en el sentido de “Sacerdote o Sacrificador”. Sin embargo, no­
temos que es a Cristo y no a ningún sacerdote a quien Pablo
distingue con este nombre. El dice literalmente: "Porque ¿al
pontífice nos convenía: santo, inocente, limpio, apartado de los
pecadores y hecho mas sublime que los cielos". (San. Pablo a los
Hebreos cap. 7; vers. 26).
Cristo es el único Pontífice de la Iglesia por estas razones:
1. - El es el Sacerdote eterno, propuesto por Dios al mundo
creyente.
2. - El tiene poder para salvar a todos los que por su mediació
se allegan a Dios.
3. - El es el Mediador o Intercesor único entre Dios y los hom­
bres.
4. -El es perfecto.
5. - El se ofreció una sola vez en sacrificio redentor. Por tanto,
El solamente es acreedor a este glorioso título.
Así lo entendieron los primitivos cristianos para quienes sólo
Cristo fue el “Pontífice Máximo”. El puente construido por Cris­
to para que por El las almas lleguen a Dios, es el único puente
salvador y eterno. Y ese puente esta construido con el precio de
una sangre derramada en un sacrificio augusto. Unicamente, di­
ce Juan, “la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado
Cuando el obispo de Roma hace gala de tal título, está contra­
diciendo las Sagradas Escrituras y pretendiendo ocupar, en la
Iglesia, el lugar que únicamente a Cristo corresponde.
3. VICARIO DE CRISTO. Acaso sea éste el título más apre­
ciado por el romanismo y el que peores consecuencias ha aca­
rreado a la Iglesia. La palabra “vicario” quiere decir sustituto,
representante o el que hace las veces de otro.
Ya existía este nombre en el imperio romano. Es de significa­ 45
do representativo. Según él, el Papa ostenta toda autoridad, espi­
Títulos
ritual y religiosa, sobre la Iglesia, sus ministros, el dogma y la papales
moral.
Unicamente a Cristo concedió el Padre: ‘W a potestad sobre
los cielos y la t i e r r a Insistimos, únicamente a Cristo. El Papa,
al pretender ser sustituto de Cristo, hace ostentación del mismo
poder. Investido, según el romanismo, con la potencia del Espíri­
tu Santo, su santidad, su sabiduría, su infalibilidad radican en él
de un modo permanente y exclusivo.
Es cierto que Cristo dejó como representantes suyos en la tie­
rra a sus discípulos. Así dijo El: "El que os recibe a vosotros, a
mi recibe; y el que a m í recibe, recibe al que me envió”. Y tam­
bién: "El que a vosotros oye, a m í oye; y el que a vosotros dese­
cha a mi deshecha”. (San. Mateo, cap. 10:40). Oír, recibir o
rechazar a uno de sus enviados equivale a hacer lo mismo con
Cristo. Sin embargo, la afirmación de Cristo no se refiere a uno
solo, sino a todos los apóstoles. De tal suerte que, recabar para
sí, dirigida a uno sólo y no a todos esta potestad, significa limitar
y trastornar el ideal cristiano.
También Cristo señaló a sus representantes en la tierra por
medio de una vigorosa parábola, conocida comunmente bajo el
nombre de “Parábola del Juicio Final” En ella Cristo dice: “Todo
cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a Mí lo
hicisteis”. ¿Quiénes eran estos hermanos pequeñitos? La parábo-
la lo aclara: los hambrientos, los sedientos, los solitarios, los
desnudos, los enfermos, los prisioneros. Estos, dice El, son sus
representantes, de tal modo que hacer por ellos alguna cosa es
hacerlo por el mismo Cristo. Servirles, sacrificarse por ellos, ha­
cerles un bien es hacérselo al mismo Cristo. De este modo, al
identificarse Cristo con la Humanidad sufriente, lanza audaz­
mente un reto a la mente cristiana, invitándola a realizar, por
amor a El, toda clase de beneficios al mundo.
Entendemos que jamás pasó por el pensamiento de Cristo ins­
tituir a una persona con este privilegio de ser representante suyo
en la tierra. Jamás pronunció la menor alusión sobre el particular
hacia uno de sus apóstoles. Siempre, al destacar esta representa-
46 ción habló en términos generales, incluyendo a todos los creyen­
tes y a todos los necesitados. Hubiéramos querido encontrar un
La Verdad solo texto bíblico que contuviera estas palabras: “En tí delego mi
os hará libres autoridad, mi sabiduría, mi poder”. No lo hallaremos por parte
alguna de la Escritura. Porque si hubiera existido algún cristiano
ungido con esa gracia sobrenatural, la Iglesia Cristiana Univer­
sal lo hubiera reconocido como tal y se hubiera inclinado ante él.
Por esto, nada tiene de extraño que para llegar a la posesión
del título de “Vicario de Cristo” hayan tenido que pasar quince
siglos y esperar a que el Concilio de Florencia lo decretara así,
en favor del obispo de Roma.. El obispo de Constantinopla se le­
vantó violentamente contra el decreto, indicando claramente que
no podía transigir con tal dictadura religiosa.
No podemos concebir cómo existe un hombre en la tierra ca­
paz de cargar con la responsabilidad de “representar a Cristo”
entre los hombres. Conociendo la verdad de la naturaleza huma­
na, tan imperfecta, tan insegura, tan enferma, no podemos creer
que alguien, sea quien fuere, se atreva a presentarse ante el mun­
do diciendo: “Yo soy el sustituto de Cristo, de aquel Cristo ino­
cente, limpio, puro, santo, divino, Hijo Unigénito de Dios y
Redentor del mundo”. Unicamente la soberbia o la ceguera es­
piritual han podido volcar sobre un solo hombre todo el peso
enorme de semejante responsabilidad.
4. SU SANTIDAD. He aquí otro de los títulos exclusivamen­
te papales. Este, por supuesto, tomado del judaismo. El sumo sa­
cerdote judío llevaba sobre su frente, como parte de su atavío
religioso, una placa de oro en la que podía leerse este rótulo:
“Santidad a Jehová”. Tales palabras hacían de él una especie de
labú sagrado, intocable y santo.
El Papa, como Sumo Pontífice de la Iglesia o Sumo Sacerdote
ludio, no lleva sobre sus vestiduras nada semejante, pero sí es
saludado y reconocido como compendio y suma de todas las vir­
tudes, como único representante de la santidad más absoluta.
Precisamente por esta aureola de santidad es por lo que recibe
acatamientos y homenajes semejantes a aquellos que, de vivir
entre los hombres, recibiría el mismo Cristo. Y, sin embargo, no
es posible borrar el contenido solemne de la escritura cuando
nos afirma que: “por cuanto todos pecamos todos estamos desti­
tuidos de la gloría de Dios”.... “Y el que se dijere sin pecado es 47
mentiroso y hace a Dios mentiroso”... “Que no hay hombre que
haga siempre el bien y nunca peque”...“Que somos nacidos y Títulos
concebidos en pecado” y solamente la fe y la misericordia divi­ papales
na pueden librarnos del peso enorme de la culpa y de la herencia
. . “Que el pecado está en nosotros” y no es posible la salva­
ción de criatura alguna si no aceptare el perdón concedido por
Dios en Cristo.
La propia historia eclesiástica lo demuestra. El romanismo re­
conoce, en parte, que la santidad pontifical siempre relativa, no
ha residido sino en un pequeño número de papas quienes supie­
ron destacarse por sus virtudes y su piedad. El romanismo reco­
noce las manchas terribles que recayeron sobre la Iglesia por
culpa de hombres elevados a la categoría papal que no supieron,
no pudieron o no quisieron mantenerse dentro de los límites es-
irictos de la moralidad cristiana. No queremos lanzar anatemas
contra nadie. Nosotros somos también hombres y por tanto con­
laminados de pecado. Nuestra miseria espiritual, nuestra impo­
tencia para vencer el pecado son bien manifiestas. No podemos
arrojar la piedra contra nadie. No debemos hacerlo. Cristo es el
que juzga. Pero sí, lamentamos esta ceguera romanista y lamen­
tamos, más aun, que el Sumo Pontífice romano, sabedor como lo
es de la teología cristiana, acepte, sobre sí un título tan glorioso
como inmerecido.
La santidad no estuvo ni estará jamás en criatura humana. La
pureza del ángel ha sido negada al hombre. Solo Dios es Santo,
solo Dios lleva sobre sí, en justicia y verdad, el título precioso
de “Su Santidad”. Fuera de Dios, la relativa santidad humana,
tan lejos de la perfección, obliga a toda criatura a inclinarse so­
bre el polvo de la tierra y gritar con el humilde Publicano de la
parábola de Cristo: “Oh, Dios, sé propicio a mí, pecador

48
La Verdad
os hará libres
Capítulo seis
¿Santa Cena o M isa?

La Iglesia Católica tiene como centro de su culto lo que se co­


noce como el sacrificio de la misa. La Misa es definida por la
Iglesia Católica como el sacrificio del cuerpo y sangre de Jesu­
cristo ofrecido a Dios en el altar, bajo las especies o apariencias
de pan divino, para representar y continuar el sacrificio de la
cruz.
1.a misa, como tal, no se comenzó a celebrar en la Iglesia
Cristiana, como rito diario, hasta el año 394. Pasaron otros tres­
cientos años más, hasta el año 700, para que la hostia comenzara
a usarse en la forma circular que se usa hasta el día de hoy. La
hostia no es sino una imitación de las obleas esféricas que usa­
ban los egipcios. Casi novecientos años mas tarde, en el Conci­
lio de Trento (1545-1563) se estableció el dogma de la
transubstanciación por los papas Pablo III, Julio III y Pío IV.
De esta manera, durante el culto católico, cada vez que se
efectúa una misa se lleva a cabo el sacrificio de Jesús. La misa
se convierte entonces en una repetición del Calvario. Esto da a
entender que el sacrificio de! Calvario no fue suficiente una vez.
Es necesario que se repita continuamente. Esta es la función que
cumple la misa. El apóstol San Pablo, escribiendo a los hebreos,
trató este mismo tema:
En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la
oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo...Y,
ciertamente, todo sacerdote está en pie, día tras día, oficiando y
ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca
¡meden borrar pecados... El, por el contrario, habiendo ofreci­
do por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de
Dios para siempre... En efecto, mediante una sola oblación ha
llevado a la perfección para siempre a los santificados.... ahora
bien, donde hay remisión de estas cosas, ya no hay más oblación
por el pecado (Hebreos 10:10,14, 18).
51
El sacrificio de Jesús fue suficiente. No hay necesidad de re­
petirlo. Por medio de su sacrificio, podemos ser limpios de pe­
cado. Su sacrificio no fue como los sacrificios rituales de la
ley, una simple sombra. El sacrificio de Jesús es para siempre.
Su sacrificio tiene un valor permanente. Su sacrificio obtuvo lo
que los sacrificios de animales no podían lograr. El contraste
no es entre el sacrificio de un animal y la obediencia moral. El
contraste está en la muerte de un animal que no entiende que
está sucediendo y la muerte en la cual Jesús aceptó la voluntad
de Dios.
Cuando el pecador acepta por fe los beneficios del sacrificio
de Cristo, es aceptado en el Salvador, siendo contado como
52 perfecto, ya que Jesús toma su lugar como su sustituto para
“ siempre. Esto es lo que distingue al cristianismo de todas las
La Verdad demás religiones. No existe otra religión en ia cual un solo
os hará libres evento de significante trascendencia traiga consigo salvación a
todo el mundo a lo largo de todas las edades. Esta es una doc­
trina distintiva del cristianismo.
Repetir su sacrificio en la misa es entonces innecesario y
absurdo. Es negar la eficacia de su servicio. Pero la Iglesia Ca­
tólica sostiene: Si alguien dijere que en la misa no se ofrece a
Dios un verdadero y propio sacrificio, y que esta oblación con­
siste solamente en que Jesucristo se nos da como alimento, sea
anatema.1
Algunas clases de misas
1. Misa rezada u ordinaria
2. Misa cantada
3. Misa conventual
4. Misa de campana
5. Misa de exposición
6. Misa del gallo
7. Misa del trigésimo día
8. Misa de réquiem

. Declaración de! Concilio de Trento sobre la misa.


9. Misa de difunto
10. Misa parroquial o mayor
11. Misas gregorianas
12. Misa pontificial
Partes de la misa
1. Preparación
Confesión (yo pecador)
Gloria
Introito
Kyries
Oraciones
53
Epístolas ¿Santa Cena
o Misa?
Gradual
Evangelio
Credo
2. Ofertorio
Ofrenda (pan y vino)
Lavabo
Secreta
Prefacio
Sanctus
Canon
Consagración
Comunión
Color de los o rn am ento s y su uso.
Blanco Domingo de Navidad, Fiestas de la Virgen,
San José, Los Angeles.
Rojo Fiesta de Pentecostés, Mártires y Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo.
Morado Fiesta de los Santos Inocentes y Días de Cuares­
ma.
Verde Domingo después de Epifanía y Pentecostés.
Negro Viernes Santo y Oficios de difuntos
Azul Inmaculada Concepción.
Rosado Tercer domingo de Adviento y cuarto de
Cuaresma.
Oro Suple al blanco, al rojo y al verde.
Palabras esenciales de la consagración
Las palabras que usa el oficiante durante la misa, en el mo­
mento de la Eucaristía, son: Hoc est corpas meus, “éste es mi
cuerpo”. Se trata de las palabras que usase Jesús cuando impar­
tiese la última cena a sus discípulos. La expresión “éste es mi
54 cuerpo ” debe tomarse por lo que es, una metáfora. Una metáfora
es una figura de retórica por la cual se transporta el sentido de
La Verdad una palabra a otra, mediante una comparación mental. Metáfora
os hará libres
son las expresiones de Jesús: “Esto es mi cuerpo ” (Lucas 22:19,
20), “yo soy la puerta” (Juan 10:9), “yo soy la vid” (Juan 15:1).
La intención de Jesús no era que estas palabras se tomasen de
una forma literal. De la misma manera que no tomamos como li­
terales las palabras que dirigiera a Juan y a su madre desde la
cruz: “Mujer, he ahí tu hijo, hijo, he ahí tu madre. " En nuestro
lenguaje diario usamos constantemente estas expresiones. Ha­
blamos de Miguel Hidalgo, en México, como “El Padre de la
Patria.” Nos referimos a monumentos diciendo: “Este es Bolí­
var.” Cuando queremos que alguien nos ayude de alguna manera
decimos: “Dame una mano.” No necesariamente necesitamos su
mano, necesitamos su ayuda.
Jesús dijo: “Esto es mi cuerpo” y lo tomamos literalmente
Pero cuando dijo “yo soy la puerta” no pretendemos que sea
plano y de madera. También dijo que era la vid, y no esperamos
que de uvas. Jesús dijo que era el buen pastor, pero sabemos que
era carpintero. ¿Estaba mintiendo? No, estaba hablando por me­
dio de metáforas.
Testim onios de la Iglesia prim itiva
San Juan Crisóstomo dijo con respecto a la Eucaristía: “El
pan después de que se bendice es digno de ser llamado el cuerpo
del Señor como figura, permaneciendo inalterables las sustan-
cias del pan.”2
San Agustín opinaba: El Señor no dudó en decir: “Esto es mi
cuerpo” cuando sabía que era el signo de su cuerpo. Estos son
sacramentos en los cuáles debe atenderse, no a lo que son, sino a
lo que representan porque son signos de las cosas, siendo una y
significando otra.
Sus opiniones van de acuerdo a lo expresado por el apóstol
San Pablo: “Somos santificados por la ofrenda del cuerpo de
Cristo hecha una sola vez" (Hebreos 10:14).
La mayor diferencia que existe entre el misterio de la Eucaris­
tía, palabra griega que significa “acción de gracias”, y los mila­
gros de Cristo, estriba en que durante la misa se efectúa un
milagro repetido a voluntad del individuo. Cada vez que el ofi­ 55
ciante pronuncia las palabras hoc est corpus meus, el pan y el vi­
¿Santa Cena
no se convierten en el cuerpo de Cristo, lo cual es un milagro o Misa?
repetido a voluntad. Pero encontramos que nuestro Señor Jesu­
cristo no hacía milagros para efectuar una cosa anormal, sino pa­
ra establecer la normalidad.
El verdadero sacrificio
La obra de Jesús por la humanidad fue llevada a cabo donde y
cuando hacia falta hacerla, de una forma definitiva:
“Pues no penetró Cristo en un santuario hecho por mano de
hombre, o en una reproducción del verdadero, sino en el mismo
cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en
favor nuestro. Y no para ofrecerse a sí mismo repetidas veces al
modo como el sumo sacerdote entra cada año en el santuario
con sangre ajena. Para ello habría tenido que sufrir muchas ve­
ces desde la creación del mundo. Sino que se ha manifestado
ahora una sola vez en la plenitud de los tiempos, para la des­
trucción del pecado mediante el sacrificio de sí mismo ...
A sí también Cristo, después de haberse ofrecido una sola vez
para quitar los pecados de la multitud, aparecerá por segunda
vez sin relación ya con el pecado a los que le esperan para su
salvación (Hebreos 9:24-26, 28).

2 Episl. ad. Caesarim.


La implicación de este pasaje es que no hay otra manera de li­
diar con el pecado que por medio de la ofrenda hecha por Cristo.
El razonamiento es que si tal ofrenda no fue suficiente, Cristo
hubiera tenido que ofrecerse de nuevo vez tras vez. También se
muestra la superioridad del sacrificio de Cristo al tratarse de su
misma sangre que se derrama en sacrificio. Jesús usó su propio
sangre y de esa manera hizo que la ofrenda fuese satisfactoria.
Pero ésta no es toda la historia. Cristo vendrá por segunda vez y
entonces ya no estará preocupado por el pecado. El ya lidió con
ese problema en su primera venida. Ya no habrá nada más que
hacer al respecto. La segunda vez vendrá “a traer salvación!*
Esa salvación fue ganada en la cruz, de una vez por todas.
56
^ San Pedro confirma este mismo pensamiento:
La Verdad Pues también Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola
os hará libres vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la car­
ne, vivificado en espíritu (1 Pedro 3:18).
Pues también Cristo... murió es traducido de hoti kai Chris-
tos... epathen, literalmente: “porque el Mesías también... sufrió”.
El pensamiento no es solamente que murió, sino que sufrió en el
proceso. “Una sola vez,” indica lo definitivo y final de su salva­
ción. “Por los pecados,” describe la razón de su muerte (cf. Ro­
manos 4:25; 1 Corintios 15:3; Gálatas 1:4; Hebreos 10:12). En
otras palabras, Cristo ya padeció por nuestros pecados y pagó el
precio de los mismos de una vez por todas. No se trató de un pa­
go a plazos, en "abonos" o “cuotas” dando un “enganche”. El
pago fue total, definitivo.
En otro pasaje más, San Pablo nos dice:
Sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre EL
Su muerte fue un morir al pecado, solo una vez para siempre;
más su vida, es un vivir para Dios (Romanos 6:9, 10).
Con justa razón Martín Lutero escribió contra esta práctica de
la Iglesia Católica, diciendo: “Les reto (papistas) a que prueben
que se les ha dado autoridad a cambiar cualquiera de estas cosas
por lo menos en un pelo, mucho menos de poder acusar de here-
jes a otros porque no están de acuerdo con su arrogancia. Son
ustedes los que tienen que ser encontrados culpables del crimen
de haber abandonado a Dios y de ser unos déspotas.”3
El traductor de la Biblia, Cipriano Valera, comentó también:
“Hacen grandísima injuria a la Santa Cena que el Señor insti­
tuyó, diciendo ser lo mismo que la misa, la cual ellos se han
imaginado y fabricado. Porque, cuan grande diferencia hay entre
la verdad y la mentira, la luz y las tinieblas, Dios y Belial, tal di­
ferencia hay entre la Santa Cena y la profana misa. ”4

57
¿Santa Cena
o Misa?

3. Martín Lutero, La Cautividad Babilónica de la Iglesia, pág. 140


4. Cipriano de Valera, Del Papa y la Misa, pág. 357.
Capítulo siete
El Purgatorio

La Iglesia Católica enseña que además del cielo y el infierno


existe un tercer lugar al cual llaman purgatorio. Al purgatorio
van a sufrir penas temporales los fieles que mueren en gracia de
Dios, hasta que son purificados totalmente para poder entrar en
el paraíso. La Iglesia enseña que las almas en el purgatorio pue­
den ser ayudadas desde este mundo por medio de las oraciones y
las obras pías que por ellas se hagan. Se anima y se recomienda
que se hagan misas especiales por los fallecidos para que puedan
encontrar más pronto acceso a la presencia de Dios.
Tan infiltrada está esta enseñanza que algunos católicos de re­
nombre se han entretenido especulando acerca del lugar donde
el purgatorio está localizado. San Gregorio el Magno pensaba
que estaba en el volcán Etna, en Sicilia, y aseguraba que en las
vecindades de ese volcán los demonios atormentaban a las al­
mas haciéndolas hervir en una inmensa caldera.
Teniendo en cuenta que el purgatorio es para los píos, para
los que mueren en gracia de Dios pero que no son del todo puri­
ficados, encontramos una puerta abierta para supercherías. Te­
nemos que reconocer que nos fascina escuchar historias
espeluznantes y aterradoras de apariciones de muertos que im­
ploran la ayuda de los vivos. Son comunes en nuestro pueblo
leyendas y tradiciones de aparecidos. Las historias van desde
“la llorona” hasta “el niño que llora en la noche pidiendo mise­
ricordia.”
El Concilio de Trento expresó de esta manera el concepto de
la Iglesia con respecto al purgatorio:
“Si alguno dijere que después de recibida la gracia de la justi­
ficación, queda de tal manera remitida la culpa al pecador peni­
tente, y extinguida la penalidad del castigo eterno, que no resta
ninguna pena de castigo temporal, por la cual haya de satisfacer

59
o en este mundo, o en el purgatorio en el mundo venidero, antes
de que pueda batirse la entrada al reino de los cielos; sea anate­
ma."
Esta idea del purgatorio, la creencia en un fuego que purifica
a las almas, es de origen pagano. En Grecia fue sostenido por Pi-
tágoras y Platón. Platón, hablando acerca del futuro de los muer­
tos, afirmaba que “de aquellos que han sido juzgados, algunos
deben primeramente ir a un lugar de castigo donde deben sufrir
la pena que han merecido.”' Entre los latinos lo sostuvo Virgilio,
como puede ser encontrado en su libro “La Eneida” y en algunos
otros de sus escritos. Así lo encontramos habiendo enseñado que
“algunas almas quedan suspendidas al viento (limbo), otras son
echadas al agua y otras purgadas en fuego hasta que se haya
60 agotado toda la malicia del pecado.” 2 Del paganismo pasó a la
La Verdad Iglesia Católica entre otras muchas creencias y prácticas.
os hará libres
La Iglesia sostiene que las penas del purgatorio son tan gran­
des que superan a todas las penas de este mundo.3 Las almas en
el purgatorio, aunque mueren en la gracia de Dios, se ven priva­
das de la visión de Dios. El fuego, según Tomás de Aquino, es
tan intenso como el del infiemo ya que declara que es el mismo
calor que atormenta a los condenados. El purgatorio terminará
con el mundo, pero las almas que hayan merecido estar más
tiempo, verán aumentadas sus penas, y así la duración será com­
pensada por la intensidad.
Esta enseñanza de la Iglesia, aunque asentada como dogma,
no siempre ha sido bien recibida. San Agustín, uno de los Pa­
dres más ilustres de la Iglesia, a principios del siglo V dijo; “La
fe católica descansando sobre la autoridad divina, cree que el
primer lugar es el reino de los cielos y el segundo el infierno.
Desconocemos por completo otro tercero; más aún, encontramos
que no existe en la Escritura tal lugar ” 4
La Biblia habla claramente del cielo y del infierno. Pero para
nada se nombra un tercer lugar, mucho menos de un purgatorio.
Las enseñanzas de la Iglesia a este respecto son contrarias a la
enseñanza de la Biblia. Mientras la Iglesia enseña acerca de un
1 Platón, Phaedrus, pág. 249.
2 Dryden, Virgilio. Libro VI, lins, 995-1012.
3 DocL Cristiana F. T. D. pág. 104.
4 San Agustín, Enquiridon, VIII y LXIX.
lugar de tormento, la Biblia enseña acerca de un Dios de amor
i|ue nos ha lavado y perdonado los pecados:
De Jesucristo, el cual es el testigo fiel, primogénito de entre
los muertos y soberano de los reyes de la tierra, el cual nos amó
y nos lavó de nuestros pecados con su sangre (Apocalipsis 1:5).
El apóstol Pablo, con repetida insistencia traía este mismo
punto a colación:
El cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su esen­
cia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de
llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la dies­
tra de la Majestad en la alturas (Hebreos 1:3- Biblia de Jerusa-
lén).
San Pablo nos presenta aquí al Hijo de Dios habiendo efec­
61
tuado la purificación por el pecado. El mismo vino a resolver el El Purgatorio
problema del pecado. Cristo ha ofrecido el sacrificio que quita el
pecado de una vez por todas. Cristo ha llevado a cabo una purifi­
cación completa y total.
Creer en la doctrina católica del purgatorio es desechar toda
la enseñanza de la Biblia a este respecto. Creer en esta doctrina a
pesar de los claros preceptos bíblicos es rebelamos contra Dios.
Fue en armonía con el apóstol San Pablo que San Juan Cri-
xóstomo (347-430) escribió: “En donde hay gracia, hay remi­
sión; en donde hay remisión, no hay castigo.” 5
A este respecto Elena White ha comentado:
“Los siglos que se sucedieron presenciaron un constante au­
mento del error en las doctrinas sostenidas por Roma. Las ense­
ñanzas de los filósofos paganos habían recibido atención y
ejercido influencia dentro de la Iglesia. Muchos de los que pro­
fesaban ser convertidos se aferraban aún a los dogmas de su filo­
sofía pagana. Así se introdujeron graves errores en la fe
cristiana. De este modo se preparó el camino para la introduc­
ción de otra invención del paganismo, a la que Roma llamó pur­
gatorio, y de la que se valió para aterrorizar a las muchedumbres
crédulas y supersticiosas.” 6

5 San Juan Crisóstomo, Homilía VIII en Epit. ad Roma.


6. Elena White, El Conflicto de los Siglos, pág. 63.
Así como se introdujo la mentira, Dios desea que su verdad
prevalezca. Así como existen aquellos que enseñan la mentira,
Dios desea que los suyos enseñen la verdad. Todos los que per­
tenecen a Cristo han de dar gracias a Dios porque El es su justi­
cia, su mediador y su redentor. Hay un gozo especial en aquellos
que reconocen que sus culpas han sido llevadas por el Cordero
de Dios. Hay un gozo especial en saber que somos aceptados de­
lante de Dios.
El Reformador Juan Calvino escribió:
“Se ha de clamar, no sólo con la voz, sino con todas las fuer­
zas posibles, que el purgatorio es una invención perniciosa del
diablo, la cual deja vacía la cruz de Cristo y hiere y derroca
62 nuestra fe.”
Gracias a Dios que ya muchos creyentes saben que para ellos
La Verdad
os hará libres “no hay ninguna condenación” y que son rescatados “no con
cosas corruptibles como oro y plata, sino con la sangre preciosa
de Cristo” (1 Pedro 1:18, 19).
El Purgatorio
64
La Verdad
os hará libres
Capítulo ocho
¿C o nfesió n o
C onfesionario?
La Iglesia Católica sostiene que la confesión auricular se ins­
tituyó cuando Jesús dijo a sus discípulos: Recibid el Espíritu
Santo, a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados;
a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.(San Juan
20:23).
Empecemos por tener en cuenta que aquí no hay confesor
particular de ninguna clase. Tal oficio no existía en las Iglesias
primitivas. El verdadero sentido de este versículo es: cuando en­
tre vosotros alguien cometiere alguna falta, si por vosotros fuere
perdonado, en vista de su arrepentimiento, también yo lo perdo­
naré. Pero si ese hermano endureciera su corazón, no dando se­
ñales de arrepentimiento y pesar por su falta,y os viéreis en la
dolorosa necesidad de excluirlo de vuestro círculo, yo también
lo excluiré del mío. Si vosotros, guiados por el Espíritu Santo,
que acabo de impartiros, no lo juzgáis digno de perdón, tampoco
yo lo perdonaré.
Notemos también que estas palabras Cristo no sólo las dijo a
los apóstoles, sino también a las mujeres que fueron al sepulcro
y a los dos discípulos que iban con él en camino a Emaús, llama­
do uno de ellos Cleofas (Lucas 24:8, 9,18, 35 36).
Pero la Iglesia Católica, en palabras de Voltaire, ve de esta
manera a la confesión: “La confesión es una institución que data
desde el origen del mundo. El deber de arrepentirse se remonta
hasta el día en que el hombre fue culpable; porque sólo el arre­
pentimiento pudo reemplazar su inocencia y para mostrar que se
arrepiente, ha de empezar por confesarse. Por ésto Adán fue el
primero que se confesó a Dios diciendo con alusión al fruto pro­
hibido: “Me dio del árbol y comí” (Génesis 3:12,13).
Una mejor definición es quizás la siguiente: “Confesión es la
acusación de los propios pecados, hecha a un sacerdote, para re-

65
cibir de él, la absolución o perdón.” 1 Bajo esta definición, la
Iglesia Católica considera tres diferentes tipos de confesión: or­
dinaria, extraordinaria y frecuente.
En el IV Concilio de Letrán (1215), el Papa Inocencio III en
su bula Ego te Absolvo, introdujo esta forma del sacramento de
la confesión, la cual no fue adoptada por la Iglesia sino hasta el
año 1545-1563.
No cabe la menor duda que la confesión fue tomada de las
costumbres Medo-Persas. El libro persa pagano Zend Avesta,
que existió 400 años antes de Cristo, se refiere a lo que llamaron
patest, arrepentimiento y confesión. En el mismo se especifica­
ban todos los pecados que el hombre puede cometer y era de es­
66 ta manera: I) presenta el penitente al doctor de la ley; 2 )
empieza elevando una súplica a Ormuz y a su ministro en la
La Verdad tierra; 3) resuelve hacer todo el bien posible y se consagra a su
os hará libres
dios y cuando se confiesa dice: “Yo me arrepiento de todos mis
pecados, y renuncio a ellos. ¡Oh dios mío! Lastimaos de mí
cuerpo y de mi alma en este mundo y en el otro. Yo deshecho to­
do mal, en pensamiento y en obra. ” 2
Otra vez traemos a referencia testimonios de los Padres de la
Iglesia:
San Basilio (329-379), quien viviera en Atenas, comentando
sobre el salmo 31 indicó:
Yo no me pongo en espectáculo delante del mundo para hacer
una confesión con mis labios, yo cierro mis ojos y hago la con­
fesión en el secreto de mi corazón. Es sólo delante de ti, ¡Oh, mi
Dios!, donde yo dejo escapar mis suspiros. Tú sólo eres testigo
de ello. Mi gemir es en el secreto de mi alma. No hacen falta
muchas palabras para confesar que los gemidos y los suspiros
del corazón son la confesión mas aceptable.”
San Juan Crisóstomo (347-407) consideró también necesaria
la confesión únicamente delante de Dios:
“Es admirable que Dios no solamente nos perdona los peca­
dos, sino que los perdona sin obligar a revelarlos, solamente

I Doc. Cristiana Curso Sup. F.T.D.


2. Zend Avesta, Tomo II pág. 28
constriñe a contárselos a El.” Termina comentando un salmo que
ilice: “Confesad, declarad vuestros pecados, pero sólo a Dios
i|ue los perdona.”
San Agustín (354-430) concordó:
"Así pues, mi confesión en tu presencia Dios mío, se hace
callada y no calladamente; calla en cuanto al ruido de las pala­
bras, clama en cuanto a la fe... ¿Que tengo pues yo que ver con
los hombres para que oigan mis confesiones, como si ellos fue­
ran a sanar todas mis enfermedades?... Curioso linaje para ave­
riguar vidas ajenas, y desidiosos para corregir las de ellos.” 3
En otra ocasión comentó:
“Yo confesaré mis pecados a mi Dios; y El me perdonará to- g ~J
das las iniquidades de mi corazón. No es con la boca, sino única­
mente con el corazón, como esta confesión ha de hacerse. No he ¿Confesión o
abierto aun mi boca para confesar los pecados y ya están perdo- confesionario?
nados; porque Dios ha oído verdaderamente la voz de mi cora­
zón.” 4 El comentario de Elena White es el siguiente:
“El que se arrodilla ante un hombre caído y le expone en la
confesión los pensamientos y deseos secretos de su corazón, re­
baja su dignidad y degrada todos los nobles instintos de su alma.
Al descubrir los pecados de su alma a un sacerdote -mortal, des­
viado y pecador, y demasiado a menudo corrompido por el vino
y la impureza- el hombre rebaja el nivel de su carácter y conse­
cuentemente se corrompe. La idea que tenía de Dios resulta en­
vilecida a semejanza de la humanidad caída, pues el sacerdote
hace el papel de representante de Dios. Esta confesión degradan­
te de hombre a hombre es la fuente secreta de la cual ha brotado
gran parte del mal que está corrompiendo al mundo y lo está
preparando para la destrucción final. Sin embargo, para todo
aquel a quien le agrada satisfacer sus malas tendencias es más
fácil confesarse ante un pobre mortal que abrir su alma a Dios.
Es más grato a la naturaleza humana hacer penitencia que renun­
ciar al pecado; es mas fácil mortificar la carne usando silicios,
ortigas y cadenas desgarradoras que renunciar a los deseos car­
nales. Harto pesado es el yugo que el corazón camal está dis-

3 San Agustín, Libro 10, Cap. II.


4 Ibíd., Homilía sobre el Salmo XXXI.
puesto a cargar antes de doblegarse al yugo de Cristo.” 5
E nseñanza bíblica acerca de la confesión
¿Cómo trató Jesús a los pecadores? San Marcos nos refiere
que trajeron a Cristo a un hombre paralítico; como no podían
llegar hasta El a causa del gentío, descubrieron el techo y baja­
ron el lecho en el que yacía. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al
paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Marcos 2:5).
No le preguntó cuantos pecados había cometido, ni le pidió que
se los describiera; Jesús simplemente lo perdonó.
Cuando Cristo enseñó a sus discípulos el Padre Nuestro, les
enseñó a buscar directamente en Dios el perdón de sus pecados:
¿ 'q Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a núes—
tros deudores.
La Verdad Lucas 7:37,38 nos presenta el caso de la pecadora que enjugó
os hará libres los pies de Jesús con perfume. Lucas 23:39-43 nos presenta el
caso del ladrón en la cruz. En ambos casos los pecadores reci­
bieron simpatía y perdón de parte de Jesús. En ninguno de ellos
encontramos la confesión tal y como la presenta la Iglesia Cató­
lica.
¿Qué debemos hacer cuando pecamos? El consejo del apóstol
San Juan es:
Hijitos míos, os escribo ésto para que no pequéis. Pero si al­
guno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre. A Jesucris­
to, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados,
no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo enterar
(I Juan 2:1,2).
¿Qué condición debemos cumplir para que se nos perdonen
los pecados? Las palabras del Padre Nuestro, la oración maestra,
nos dan la clave:
...y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos
perdonado a nuestros deudores;... que si vosotros perdonáis a
los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vues­
tro Padre celestial; pero si no perdonareis a los hombres tampo­
co vuestro Padre perdonará vuestras ofensas (Mateo 6:12 14,
15).

5 Elena White, El Conflicto de los Siglos, págs. 623, 624.


¿A quién debemos confesar nuestras faltas? Las indicaciones
de Jesús fueron que debemos confesamos unos a otros, de her­
mano a hermano, cuando cometemos faltas, cuando nos herimos
mutuamente:
Cuidaos de vosotros mismos. Si tu hermano peca, repréndele;
y si se arrepiente, perdónale (Lucas 17:3).
Cristo ya perdonó nuestros pecados. El sacrificio de Cristo
fue con el fin de que fuésemos perdonados. Jesús vino a morir
en lugar nuestro. Nuestros pecados fueron clavados en la cmz.
Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonán­
doos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo (Efesios
4 :32).
Jesús es nuestra ayuda. La obra de la redención fue completa
en la cruz. La obra de la intercesión continúa llevándose a cabo
¿Confesión o
en nuestro beneficio. Jesús ministra por nosotros ante el Padre. confesionario?
Así fue como El lo enseñó:
Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el
Padre sea glorificado en el Hijo (Juan 14:13).
Sus palabras más consoladoras quizás sean: “Venid a m í to­
dos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré ”
(Mateo 11:28).
Algunas personas declaran que al confesarse solamente con
Dios sienten una sensación de que no están totalmente perdona­
das porque a fuerza de la costumbre y tradición tienen un senti­
miento de inseguridad. Permítanme contestar con la siguiente
cita:
“Los sentimientos no han de ser vuestra norma, pues las
emociones son tan mutables como las nubes. Debéis tener algo
sólido como fundamento de vuestra fe. La Palabra del Señor es
una Palabra de infinito poder, en ella podéis confiar, y El ha di­
cho : ‘Pedid y recibiréis.’ Mirad al Calvario. ¿No ha dicho Cristo
que es vuestro abogado? ¿No ha dicho que si pedís cualquier co­
sa en su nombre, la recibiréis? No habéis de depender de vuestra
propia bondad o de vuestras buenas obras. Habéis de venir de­
pendiendo del Sol de justicia, creyendo que Cristo ha quitado
vuestros pecados y os ha imputado justicia. Habéis de venir a
Dios como un pecador arrepentido, mediante el nombre de Je-
sus, el divino Abogado, a un Padre misericordioso y perdonador,
creyendo que cumplirá lo que ha prometido.”67
No necesitamos entrar en una celda para arrepentimos del
pecado, ni imponemos penitencias para expiar nuestra iniquidad,
pensando que al hacer así ganamos el favor de Dios. Se hace la
pregunta: ¿Daré mi primogénito por mi rebeldía, el fruto de mis
entrañas por el pecado de mi alma? Solamente lo que de ti (Je-
hová reclama es practicar la justicia, amar la piedad y caminar
humildemente con tu Dios. (Miqueas 6:7, 8 ).
Dice el salmista: Al corazón contrito y humillado no des­
precias tú, oh Dios (Salmo 51.17).
y rv “La única razón por la cual no tenemos remisión de los peca-
‘ dos es que no hemos reconocido a Aquel que fue herido por
La Verdad nuestras transgresiones, que fue traspasado por nuestros peca-
os hará libres d°s- P°r eso estarnos en falta y en necesidad de misericordia La
confesión que es la efusión de lo mas íntimo del alma, llegará
hasta el corazón de infinita piedad; pues el Señor está cerca de
los quebrantados de corazón y salva a los de espíritu contrito.’^

6. Elena White, Mensajes Selectos, Tomo I, pág. 386.


7. Ibíd., pág. 383.
71
¿Confesión o
confesionario?
72
La Verdad
os hará libres
Capítulo nueve
El Rosario

El rosario es una devoción en honor de la Virgen María, que


consiste en rezar cinco decenas de Aves Marías, precedida
cada decena de un Padre Nuestro y un Gloria al Padre, meditan­
do sobre los principales misterios de nuestro Señor y la Virgen
María.
La Iglesia Católica llama misterios a los principales hechos
de la vida de Cristo y de la Virgen María. Estos están distribui­
dos en tres grupos. Primero, los misterios gozosos. Estos miste­
rios incluyen: a) la anunciación del ángel a María; b) la
visitación de María a su prima Isabel; c) el nacimiento de
Jesús; d) la presentación del niño en el templo; e) el niño perdi­
do y hallado en el templo.
Segundo, están los misterios dolorosos. Estos misterios son
cinco: a) la agonía de Jesús en el huerto; b) los azotes que
recibió atado a la columna; c) la coronación de espinas; d)
Jesús con la cruz a cuestas; e) la crucifixión.
Tercero, están los misterios gloriosos. Tanto estos misterios
como los primeros, incluyen igualmente a Jesús como a su
madre: a) la resurrección de Jesús; b) la ascensión de Jesús a los
cielos; c) la venida del Espíritu Santo; d) la asunción de María a
los cielos; y d) la coronación de María.
Según la Tradición Católica, la devoción del rosario fue
revelada por la Santísima Virgen a Santo Domingo de Guzmán
(siglo XIII). Los rosarios materiales o colección de cuentas
son anteriores al cristianismo y hoy se usan en diversas reli­
giones. Nada más natural para contar oraciones que han de
repetirse. Por eso aparece en una escultura de Nínive nueve
siglos antes de Cristo, y por eso lo usaba el rey Malabar según
Marco Polo. Esta costumbre pasó sencillamente a los cris­
tianos.

73
Pero siendo su uso anterior al de la existencia del Ave
María (San Antonio empleaba unas piedrecitas), hay que decir
que se comenzó a utilizar para otras oraciones y, especialmente,
para el Padre Nuestro. En Inglaterra se llamaba a los rosarios
paternosíers y a sus fabricantes paternosterers. Aun hoy, tan
poco amigos como son los ingleses de cambiar el nombre de las
calles, existe la Paternóster Row, donde antiguamente se habían
agrupado los de este oficio.
También el nombre de rosario es anterior a la devoción que
conocemos hoy por él, y con ésto nos adentramos ya en la histo­
ria de su formación.
Junto con la devoción alegre y gozosa nacieron los sim­
74 bolism os. El más fácil de todos ellos fue el de la rosa.
“Coronémonos de rosas” se dice en el libro de Sabiduría 2:8, y
La Verdad se coronaban realmente de ellas en la época medieval. Estas
os hará libres
coronas de rosas dieron nacimiento a esta forma de expresión
sim bólica religiosa. En un francés hablado vulgarmente
recibió el nombre de chapelet de roses. En español se le llegó a
conocer, lógicamente, como rosario. Y en italiano se le conoce
con el nombre de corona, evidentemente teniendo en mente la
idea de una corona de rosas.
Tan arraigado está el rosario en el culto católico, que un
rezo popular mexicano dice: “El rosario de María no lo dejes
de rezar, es el primer escalón de la gloria celestial”
Esta costumbre popular católica en nada tiene base bíblica. Ni
Jesús, ni los apóstoles, ni los Padres de la Iglesia apoyan esta
práctica y costumbre. El ejemplo que Jesús nos dejó fue:
Cuando oréis no seáis como los hipócritas, que gustan de
orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para
ser vistos de los hombres; en verdad os digo, ya tienen su paga.
Tu, al contrario, cuando quieras orar, entra en tu aposento,
corre el cerrojo de la puerta y ora a tu Padre que está en lo
secreto, y tu Padre que ve en lo secreto, te lo pagará. (San
Mateo 6:5, 6 ).
Ninguna nación ha tenido un ideal de oración tan elevado
como los judíos. Ninguna religión la ha colocado en un nivel
tan alto como la de los judíos. “Grande es la oración,” decían
los rabinos, “mas grande que todas las obras.” Una de las
mejores cosas que se podían decir de un hogar, en el dicho
rabínico es ésta: “El que ora dentro de su casa se rodea de una
muralla que es más fuerte que el hierro.” Lo único que lamenta­
ban los rabinos era que no se podía orar todo el día.
Pero su manera de orar se volvió demasiado formal. Entre
sus oraciones estaba el Shema, que consistía de tres pasajes
cortos de la E scritu ra—D euteronom io 6:4-9; 11:13-21;
Números 15:37-41. Shema es un imperativo de la palabra
hebrea por oír. El Shema toma su nombre del versículo que
dice: “Oye, oh Israel, el Señor tu Dios uno es.” La repetición del
Shema y el Shemoneh'esreh— literalmente, el dieciocho, porque
consistía de dieciocho oraciones—, llegó a carecer de significa­ 75
do. En los días de Jesús se había convertido en una repetición
baladí y supersticiosa. El Rosario
Entre los judíos, en los días de Jesús, existía una tendencia
a las oraciones largas. Se creía también que ciertos lugares
eran sagrados. De esta manera las oraciones eran únicamente
efectivas si eran largas y eran recitadas en esos lugares sagrados.
Fue contra este tipo de pensamientos que Jesús estuvo en
desacuerdo.
¿No existe la misma tendencia en el rosario? Se trata de una
repetición inútil de líneas ya trazadas. Es, sin lugar a dudas,
largo. ¡Cincuenta y ocho cuentas en un rosario! ¡Cincuenta y
ocho oraciones! ¡Todavía más largo que el Shema y
Shemoneh ’esreh juntos!
Jesús nos da dos reglas simples de oración. 1) Toda oración
debe ser dirigida a Dios. El problema es que tendemos a orar a
los hombres y no a Dios. A un santo y no a Dios. A una imagen
y no a Dios. Ya sea en público o en privado, el hombre debe
poner su mente en contacto con Dios por medio de la oración. 2)
Debemos siempre recordar que Dios es un Dios de amor que
está más listo a contestamos que nosotros dispuestos a orar. No
tenemos que aburrirlo con nuestras peticiones hasta el fastidio.
Debemos venir hacia El sabiendo que está dispuesto a dar.
Capítulo diez
Los Santos

La Iglesia Católica llama santos a “los elegidos que han mere­


cido en el cielo especial recompensa. Esto es muy contrario a
la definición bíblica. La Biblia presenta a los santos como aque­
llas personas que han sido justificadas por la gracia de Dios, que
han nacido otra vez y son nuevas criaturas en Cristo Jesús y han
sido selladas con el Espíritu Santo.
La palabra santo tiene un doble sentido: puro y apartado. Pu­
reza mora! y una vida apartada de la mundanalidad y consagrada
al servicio del Dios santo y verdadero.
¿Cómo se Mega a ser santo en la Iglesia Católica?
En la Iglesia Católica, el calificativo de “santo” se alcanza
por vía de la canonización . La canonización es el acto solemne
por medio del cual el Papa decreta que una persona difunta ha
sido admitida en la lista de los santos y puede ser venerada pú­
blicamente por la Iglesia Católica. Por lo menos deben transcu­
rrir 50 años desde la muerte del candidato hasta el inicio de su
causa.
El proceso consta de dos etapas. La primera es la beatifica­
ción. El obispo de la diócesis debe verificar por si mismo que las
dos condiciones necesarias —virtudes cristianas en grado heroi­
co y realización de milagros— hayan quedado establecidas. Se
hacen comparecer testigos en pro y en contra y después, si el ca­
so queda comprobado, se envían los documentos a Roma, donde
se presentan a la Sagrada Congregación de Ritos. Allí se repite
el proceso. El promotor fidei, llamado popularmente “abogado
del diablo” examina el expediente a fin de asegurarse de que to­
das las formas han sido observadas y que la causa merece consi­
deración. El promotor causae “abogado de Dios” defiende al

1. Diccionario Larousse.

77
candidato. Si todo resulta satisfactorio, se anuncia que el falleci­
do pertenece al número de los elegidos del cielo. Se le concede
el título de “Bienaventurado” o “Beato” y se le da autorización
para que su imagen o sus reliquias sean veneradas públicamente—
Para llegar a la etapa final—la de santo-, debe demostrarse
que el beato ha realizado por lo menos dos milagros desde su
beatificación. La Sagrada Congregación de Ritos investiga las
pruebas al respecto. Si todas las etapas del proceso han sido sa­
tisfactorias, se celebra la ceremonia de canonización con toda la
pompa tradicional en la basílica de San Pedro en Roma. Enton­
ces el Papa anuncia que el Bienaventurado queda incorporado al
número de los santos y merece recibir veneración pública de la
Iglesia Católica.
78
E jem plo verdadero d e canonización
La Verdad
os hará libres En 1569 nació en Lima, Perú, un niño a quien pusieron por
nombre Martín. Aquel niño, con el correr de los años, ingresó en
el convento de los Padres Dominicos de la Ciudad de Lima. Al
parecer se destacó allí por su humildad, pues se nos cuenta que
se conformó con ser un hermano lego, barrendero del convento.
Martín de Porres murió en 1639. En 1836, a los 197 años de su
muerte, fue declarado Bienaventurado o Beato. 126 años des­
pués, a los 323 años de su muerte, fue declarado santo. En Perú
se le conoce popularmente como el santo de los ratones, pues
cuenta la tradición que Martín de Porres hizo pacto con los rato­
nes que destruían la ropa en el convento, comprometiéndose los
roedores a vivir en el jardín y el monje a darles allí el alimento
necesario. El hecho de que Martín de Porres fuese elevado a la
categoría de santo ha constituido un gran acontecimiento en el
Continente Latinoamericano. Los oportunistas y mercaderes del
cine, que siempre están a la caza de la última sensación o acon­
tecimiento, llevaron a la pantalla la vida de Martín de Porres ba­
jo el titulo de Fray Escoba. Convirtieron así en un medio más de
explotación de dinero y sentimientos, la vida del humilde Martín
de Porres.
¿Cuántos santos ha producido la Iglesia Católica?
De acuerdo con una información, publicada en 1979, la Igle­
sia Católica tiene 4.394 santos. En el proceso de canonización,
los santos son elegidos del cielo. Lógicamente, los que no son
elegidos no pueden llegar al cielo.
En los días de San Pablo había muchos más santos que todos
los santos reconocidos por la Iglesia Católica. Escribiendo a una
de las Iglesias cristianas en el Asia Menor, el apóstol se refirió a
las Iglesias del área como “las Iglesias de los santos” (1 Corin­
tios 14:33). Los santos de las Iglesias primitivas eran de carne y
hueso. En aquel tiempo los cristianos llegaban a ser santos en un
día, en un momento. Cuando arrepentidos de sus pecados abrían
su corazón al Salvador y eran regenerados por el Espíritu Santo,
llegaban a ser santos.
Primera canonización
Durante mil años vivió y prosperó la Iglesia Cristiana sin la 79
canonización de los santos. La primera canonización que se lle­
Los santos
vó a cabo fue la del obispo Ulderico de Augsburgo en el año
995, por obra del Papa Juan XV.
En la primera etapa de la canonización se declara bienaventu­
rado al difunto candidato. Gracias a Dios que la Santa Biblia nos
da la seguridad de que el que quiere puede alcanzar el calificati­
vo de bienaventurado. Aun antes de morirse. He aquí las prue­
bas:
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos
(Salmo 1:1). Bienaventurados todos los que en El (Dios) confían
(Salmo 2:12). Bienaventurados los que oyen la palabra de
Dios, y la guardan (Lucas II :28).
Santos discontinuados
La Sagrada Congregación de Ritos declaró el día 14 de febre­
ro de 1961 fuera del santoral a 1 0 1 santos que por su antigüedad
crearan serias dificultades para probar su verdadera existencia.
Vamos a considerar a algunos solamente, cuyas festividades y
cultos son muy populares.
Enero 15 San Mauro. Siglo VI.
Enero 30 Santa Martina. Patrona de la ciudad de Roma.
Febrero 14 San Valentín (269 A.D.). Patrono de los
enamorados.
Mayo 18 San Venancio (257 A.D.).
Julio 17 San Alejo, siglo V. Patrono de las enfermeras
y los limosneros.
Julio 20 Santa Margarita o Marina. Patrona de las
futuras madres.
Julio 25 San Cristóbal. Patrono de los choferes y
conductores.
Septiembre 23 Santa Tecla.
Noviembre 22 Santa Cecilia. Patrona de los músicos
Noviembre 25 Santa Catalina. Patrona de los filósofos.
Diciembre 2 Santa Bibiana. Patrona de los epilépticos y
locos.
80 Diciembre 4 Santa Bárbara. Se le invoca contra el rayo y
La Verdad el fuego. Es patrona de los artilleros, inge­
os hará libres nieros, militares y mineros. En algunos paí­
ses también la han hecho patrona de los ar­
quitectos, albañiles y constructores.
Por q u e no creer en los santos
La respuesta es sencilla, porque las Sagradas Escrituras — la
Palabra de Dios— lo prohíben. Esta prohibición la podemos co­
locar en dos grupos:
El primer grupo incluye textos que nos dan una prohibición
directa. Los diez mandamientos incluyen un mandato en contra
de la adoración de cualquier cosa que no sea el verdadero Dios:
No te harás ninguna escultura ni imagen alguna ni de lo que
hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni
de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás
ante ellas ni les darás culto (Exodo 20:4,5).
El mandato es claro. Dios nos ordena que no adoremos nada
que no sea a El mismo. Eso incluye todo lo que está en los cielos
lo mismo que en la tierra. Incluido en esto está el hacer imagen
alguna con el fin de rendirle adoración. Este mismo pensamiento
lo encontramos de esta forma:
Tened mucho cuidado de vosotros mismos; puesto que no vis­
teis figura alguna el día en que Yahveh os habló en el Horeb en
medio del fuego, no vayáis a prevaricar y os hagáis alguna es—
cultura de cualquier representación que sea; figura masculina o
femenina (Deuteronomio 4:15,16).
Más adelante, en el mismo libro, se nos da la razón por la cual
no hemos de hacer imágenes y adorarlas.
Ni te levantarás estatua, lo cual detesta Yahveh tu Dios (Deu­
teronomio 16:22).
¡El Señor detesta todo tipo de estatua que se levanta con el fin
de adorarla! No solamente Dios detesta este tipo de estatuas, si­
no que se pronuncia una maldición contra los que no tienen ésto
presente.
Maldito sea al hombre que hace un ídolo esculpido o fundido,
abominación a Yahveh, obra de manos de artífice, y lo coloca en 81
un lugar secreto. Y todo el pueblo responderá y dirá: Amén
(Deuteronomio 27:15). No solamente Dios detesta este tipo de Los santos
idolatría sino que la tiene por abominable. El salmista lo pone de
esta forma vivida:
Nuestro Dios en los cielos y en la tierra, todo cuanto le place
realiza.
I j j s ídolos de ellos, plata y oro, obra de mano de hombre. Tie­
nen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen oídos y no
oyen, nariz tienen y no huelen.
Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan, ni un
solo susurro de su garganta. Como ellos serán los que los ha­
cen, cuantos en ellos ponen su confianza (Salmo 115).
El segundo tipo de prohibición incluye aquellos textos que
son una advertencia en contra de lo grandioso, espectacular e in­
verosímil.
La venida del impío estará señalada por el influjo de Sata­
nás; con toda clase de milagros, señales y prodigios engañosos
(2 Tesalonicenses 2:9).
San Pablo señala a Satanás como la fuente de todo engaño.
En este pasaje hace referencia a personas con poderes sobrehu­
manos que podrán hacer “milagros, señales y prodigios.” No es­
tá diciendo que estos eventos sobrenaturales sean falsos. Lo que
está diciendo es que estos eventos sobrenaturales producirán fal­
sas impresiones, engañando a las gentes. Sus actos extraordina-
rios llevarán a muchos a aceptar la mentira como verdad. Esta es
la motivación de Satanás. Es la naturaleza de la impiedad de pre­
sentarse a si misma como la piedad. No es solamente asunto de
confundir la verdad con la mentira y la impiedad con la piedad.
El más grande de los engaños incluye hacerse pasar por la divi­
nidad. Para esto, no hace falta hacerse pasar por Dios. Basta con
tomar sus atributos.
¿Es ésto raro? ¿Es ésto extraordinario? Escribiendo a los co­
rintios, San Pablo dice que no es raro ni extraordinario:
Y nada de extraño; que el mismo Satanás se disfraza de ángel
de luz (2 Corintios 11:14).
0 2 Concordando con estas advertencias y amonestaciones bibli —
cas, Elena White ha comentado:
La Verdad “El culto de las imágenes y reliquias, la invocación de los
os hará libres santos y la exaltación del Papa son artificios de Satanás para ale­
jar de Dios y de su Hijo el espíritu del pueblo. Para asegurar su
ruina, se esfuerza en distraer su atención del único que puede
asegurarle la salvación. Dirigirá las almas hacia cualquier objeto
que pueda sustituir a Aquel que dijo: ‘Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os daré descanso’ (Mateo
11:28.)2
Los Padres de la Iglesia y el culto a los santos
San Cipriano recomendó: “¿Para qué postrarse delante de las
imágenes? Eleva tus ojos al cielo y tu corazón, allí es donde de­
bes buscar a Dios.” 3
San Agustín (A.D. 389) exhortó a la imitación de la piedad
manifestada por los hombres del pasado, pero rechazó su culto:
“Que no sea nuestra religión el culto de las obras hechas por ma­
no de hombre. Que no sea nuestra religión el culto de los anima­
les. Que no sea nuestra religión el culto de los difuntos. Porque
si vivís una vida santa, es imposible creer que desean tales hono­
res, antes desearían que nuestro culto lo diésemos a Aquel por
quien debemos ser participantes con ellos de la salvación. Por lo
tanto, tenemos que rendirles honor imitándoles, y no rindiéndo-

2 Elena White, El Conflicto de los Siglos, pág. 625.


3 Ad Demetr., pág. 191.
es culto religioso.”4
Orígenes (A.D. 230), comentando sobre este mismo punto,
amonestó a los que confían en los santos en lugar del Señor:
“Nadie de nosotros confíe en su padre justo, en su santa ma­
dre, en sus castos hermanos. Bienaventurado el hombre que po­
ne su esperanza en sí mismo y en el camino recto. A los que
confían en los santos les diré como amonestación: ‘Mejor es es­
perar en Jehová que esperar en el hombre’ (Salmo 118: 8).
‘Maldito el varón que confía en el hombre’ (Jeremías 17:5). Si
fuera necesario confiamos a alguien, dejemos a todos los demás
y confiemos en el Señor”.5
¿Son los santos m ediadores?
83
El paganismo grecorromano inventó dioses, genios y héroes
de diferentes categorías y naturalezas y los situó en diferentes Los santos
esferas de la tierra y el cielo. Cuando el Imperio Romano cedió
al empuje vigoroso del cristianismo, éste vino a tomar en la vida
religiosa de las naciones, el lugar que había ocupado aquél. Pero
el sistema pagano no murió sin renunciar plenamente a muchas
de sus nociones paganas. Y, con el correr de los años el cristia­
nismo nominal fue asimilando muchas de las ideas o concepcio­
nes del paganismo. Entre ellas las que se refieren a conferir a
ciertos seres humanos que se han destacado por sus virtudes, la
función de protectores y mediadores entre la divinidad y la hu­
manidad. Diríamos que una parte del paganismo cambió de eti­
queta pero no de doctrina. Desde entonces hay cristianos que
piensan que los santos tienen y ejercen la facultad de escuchar
las peticiones de sus devotos, presentarlas a Dios, interceder a
favor de los seres humanos y ejercer funciones protectoras en di­
ferentes esferas de la raza humana.
Por regla general, en la esfera donde predomina la Iglesia Ca­
tólica, cada nación, ciudad, parroquia, pueblo y creyente suelen
tener un santo protector. Por ejemplo, de acuerdo con el santoral:
Inglaterra tiene por patrono a San Jorge. España a Santiago
Apóstol. Roma a San Pedro y San Pablo. Buenos Aires tiene a
San Martín de Porres. México a San Felipe de Jesús.

4 De Vera Reí. LV. 108 MI. 34,169.


5 Exequial 17:17, Homilía IV, MG 13, págs. 702, 703
Así encontramos, que entre los santos más populares, San An­
tonio es el protector de las muchachas casaderas. San Blas, de
los enfermos de la garganta. San Crispín, de los zapateros. Santa
María Magdalena de las prostitutas. Santa Lucía, de los enfer­
mos de la vista. San Valerio, de los que padecen reumatismo. A
Santa Apolonia, se le pone una vela por los que padecen dolores
de muelas. Y San Serapio es especialista en cólicos.
Las almas de los santos que están en el sueño de la muerte no
pueden oír nuestras peticiones, ni conocen los problemas que es­
tamos confrontando en la tierra. Dios es el único que conoce
nuestros pensamientos, está al tanto de nuestras necesidades y
escucha nuestras oraciones. En relación con nuestras oraciones y
84 peticiones, Jesús dijo: “Todo lo que pidiereis al Padre en mi
nombre, lo haré” (Juan 14:13, 14). También nos dice la Escritu­
La Verdad ra: "Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hom­
os hará libres bres” (1 Timoteo 2:5).
85
Los santos
86
La Verdad
os hará libres
Capítulo once
Eunuquism o

Acostumbra el románismo a recordar ciertas palabras de


Cristo en pro de su celibato obligatorio. Las palabras son es-
las: “Hay eunucos, que son hechos eunucos por los hombres y
hay eunucos que se hicieron así mismos eunucos por causa del
reino de los cielos; el que puede ser capaz de ésto, séalo”.
(San. Mateo, cap. 19; vers. 12).
Cristo reconoce, en efecto, tres clases de eunucos. Primera­
mente los que por defecto orgánico o herencia congénita vinie­
ron al mundo incapacitados para la procreación.
Sobre estos casos lamentables nada tenemos que decir, a no
ser que no afecta a la casi totalidad de sacerdotes, frailes y mon­
jas catalogados dentro de las filas del romanismo. Salvo alguna
contadísima excepción y algunos bien lo han sabido demostrar,
han venido al mundo en condiciones fisiológicas normales. No
han nacido eunucos. Sin embargo, hoy la ciencia puede resolver
ciertos casos de eunuquismo.
El segundo grupo de eunucos, afirma Cristo, que obedece a la
crueldad humana, disfrazada bajo ciertos conceptos de seguridad
de las mujeres en los harenes o por la ley de la guerra, es decir,
para que los vencidos convertidos en eunucos se conviertan así
mismo en esclavos al servicio de los vencedores, perdiendo con
esta mutilación su personalidad de hombres.
Tampoco en este grupo quedan comprendidos los sacerdotes
y monjes romanistas. No sabemos de ningún caso en el que la
Iglesia, celosa de la castidad sacerdotal o monjil haya procedido
a la esterilización de sus ministros o de sus frailes o monjas. Si
hubiera decidido esta mutilación creeríamos más en su acalorada
defensa sobre la pureza camal de su objetivo. Pero, repetimos, la
Iglesia de Roma no ha recurrido jamás a estos procedimientos.
Queda el tercer caso: el eunuquismo teórico. Es, sin duda, és-

87
te el caso del romanismo relacionado con el voto de castidad o
abstinencia total de los apetitos camales. Con esto, el matrimo­
nio pasa a la categoría de pecado. ¿Por qué? ¿Existe alguna ne­
cesidad fundamental para ello? ¿Ordena el Evangelio algo
parecido? Cristo no dice más que “el que sea capaz de hacerse
eunuco por causa del reino de los cielos, que se haga”. No obliga
a nadie. No impone a nadie semejante yugo. El que sea capaz de
un sacrificio parecido, que se sacrifique y nada más.
Cristo no considera que el eunuquismo pueda salvar al mun­
do, ni servir de ejemplo a la Humanidad. El jamás forzó a los su­
yos para que se abstuvieran del matrimonio, ni aconsejó jamás el
seguir parecida senda a los hombres. Cristo, el Príncipe de los li­
bertadores, no podía encadenar al mundo creyente con cadenas
88 de oprobio y oscuridad. Cristo no deseó jamás una humanidad
La Verdad mutilada ni desprovista de aquellos atributos naturales con que
os hará libres Dios mismo la creó. Antes por el contrario, El compartió su pan
y su vino con unos y con otros, sin considerar si quienes le se­
guían o le necesitaban eran solteros o casados. Léanse las condi­
ciones, pero ni una de ellas guarda relación con la vida sexual
de hombres y mujeres. El se complació en compadecer a los pa­
dres y a las madres en aflicción por causa de sus familiares; en
bendecir a los niños y en inculcar en la mente de todos, los debe­
res más respetuosos para con la familia y en especial entre las
mujeres para bendición de su propio hogar, sin que por eso su
maternidad fuera obstáculo a su pureza. Tampoco el matrimonio
de su propia madre con José, hombre justo, fue condenado por
Dios. Y creemos con todo el corazón que María la madre de
Cristo, fue verdaderamente santa.
Por otra parte, ¿en qué se puede fundar el romanismo para
imponer el celibato obligatorio a sus sacerdotes, frailes, y mon­
jas? En que, como dice el apóstol Pablo “el casado tiene cuida­
do de las cosas del mundo y en como ha de agradar a su mujer”.
¡Ese no es un argumento! Cierto que la preocupación del ho­
gar es inevitable para quien se casa. No solo el hombre ha de
cuidar de su mujer, sino que cuando en el hogar los hijos apare­
cen, estos cuidados aumentan y con ellos las preocupaciones e
inquietudes...¿Pero acaso ésto no es también cosa del Se­
ñor?...Servir a los familiares, desvivirse por el hogar, sacrificar
tiempo, dinero, salud y vida por causa semejante, podrá desagra­
dar a Dios? La buena monja Teresa de Jesús supo decir que:
‘También entre los pucheros esta Dios”...y no dijo ningún dis­
parate. Si Dios nos ha dado el privilegio maravilloso de ser pa­
dres y madres ¿por qué hemos de pensar que nos hurtamos a su
servicio dedicando parte de nuestros esfuerzos al cultivo de los
hogares y de los seres queridos que en el hogar conviven con no­
sotros?
Pero se nos objeta que eso puede ir en menoscabo del servicio
de la Iglesia. Creo que es un error demostrable por todos aque­
llos que estando casados y con familia han dedicado sus esfuer­
zos máximos a servir a Dios dentro de su Iglesia.
El mismo apóstol Pablo dice: “Para gobernar bien la Iglesia 89
se debe comenzar por gobernar bien el hogar”. Eso es indiscuti­
ble. La Iglesia es al fin y al cabo un hogar, el hogar de la familia Eunuquismo
de Dios y aquellos que están llamados al servicio de la Iglesia
verán siempre en ella como una continuación de su propio ho­
gar. Dentro de la Iglesia, en efecto, los problemas, las inquietu­
des, las enfermedades, los pleitos se presentan con la misma y
frecuente naturalidad que en los hogares. Si hemos empezado
por encauzar y resolver los problemas familiares, seguro que
tendremos mucho camino adelantado para administrar debida­
mente la Iglesia. Todo depende de la consagración del corazón a
Dios.
Y si se nos aduce la falta de tiempo para compaginar el servi­
cio de la Iglesia con el servicio del hogar responderíamos con el
capítulo tres del libro del Eclesiastés, donde se afirma que “hay
tiempo para todo cuanto se quiere debajo del 5 0 I ” .
En una palabra, no podemos ver causa alguna justificante
del celibato obligatorio impuesto por el romanismo.
Acaso se pretenda hacer resaltar la pureza moral del estado
del matrimonio, considerando como exponente de mayor
santidad la situación del soltero que la del casado. Tal cosa
sería un desconocimiento total de lo que implica la verdadera
santidad.El matrimonio no impide ni priva de la santidad. Antes
bien, existe mayor santidad en el esposo fiel y en el padre
honrado que en cualquier célibe impenitente. Porque la santidad
en sí no depende del celibato o del matrimonio, sino de la consa­
gración de la vida a Dios y esta consagración de la vida a Dios
puede lograrla cualquier hombre o mujer sin imposición de nin­
guna dase ni sacrificios estériles. La doncella o la casada pue­
den servir al Señor, lo mismo dentro que fuera de la Iglesia y
conservar la honestidad del espíritu, lo mismo haciendo que no
haciendo voto de castidad. Si honramos justamente el nombre de
madre, en su sentido litera!, es porque sabemos que en ella se
dan las excelsas virtudes de amor, humildad, abnegación y casti­
dad mucho más abundantemente que en las mujeres que no lo
son.
Y bendecimos más justamente, al padre honrado, trabajador,
90 cuya vida es un dechado de sacrificio, que al hombre, que por el
hecho de conservarse soltero, vive para sí, aunque se diga vivir
La Verdad totalmente para el Señor,
os hará libres «• , . ~ .
Si el matrimonio fuera causa de impureza tendríamos que
culpar a Dios por haberlo instituido; tendríamos que renegar de
nuestros padres por habernos traído al mundo; tendríamos que
abominar de la Humanidad por estar formada, no por ángeles,
sino por hombres y mujeres creados para vivir en sociedad
complementándose los unos con los otros.
El voto de castidad obligatorio corta sus alas al amor humano,
lo mas hermoso que existe sobre la tierra. Rasga la virilidad del
hombre y le sepulta en los antros de la desesperación. Hunde a
la mujer entre las obras de una dicha improbable a cambio de la
ternura de su cariño natural y ancestral. Porque en toda mujer
existe el sentido de lo maternal, que lejos de ser vergüenza para
la Humanidad es orgullo y dignidad para la raza humana. Los
escrúpulos romanistas hacia el matrimonio ni tienen razón de
ser, ni pueden alcanzar la aprobación de Dios, por ser contrarios
a su voluntad.
Capítulo doce
Papas y Padres Contra
el Celibato O bligatorio
Obispos tan respetables como Hilario, Gregorio, Nicianceno y
Basilio fueron casados y el obispo de Tolemaida Synesio, en el
siglo V, fue también casado. Por eso en el año 692 y en el VI
Concilio General se ordenó que: “fueran depuestos los que in­
tentaran privar a los sacerdotes y diáconos, después de haber re­
cibido las órdenes en la compañía de sus esposas y que si alguno
se apartara de su esposa bajo pretexto de mayor santidad fuera
depuesto y excomulgado”. Por eso el Papa Pío XII en el 1958,
después de haberle impuesto el celibato a los sacerdotes y mon­
jes escribió: “Quizás no fuera lo peor que muchos sacerdotes
estuviesen casados, pues de esta manera pudieran salvarse en el
matrimonio sacerdotal los que ahora, en el celibato sacerdo­
tal, son condenados.” Y añadió: “Como el matrimonio ha sido
prohibido por razones de peso, atendiendo a consideraciones de
más peso aun parece que debería devolvérseles.”
El piadoso San Bernardo afirmo'. “Quitad del sacerdocio el
matrimonio honrado y lo llenaréis de guardadores de concubi­
nas.” Y recordando una mejor época para la Iglesia dijo: “Mien­
tras los sacerdotes engendraron hijos legítimos, la Iglesia
floreció con una legión feliz de hombres; vuestros papas fueron
mas santos, vuestros obispos mas inocentes y vuestros sacerdo­
tes y diáconos mas honestos y mas castos”. Y al referirse al voto
de castidad obligatorio escribe: “Esta castidad forzada está tan
lejos de sobrepujar a la castidad conyugal que ningún otro cri­
men ha traído mas desprecio al santo orden, mas peligro para la
religión, más pesar a todos los hombres que la deshonra produci­
da en el clero por su lujuria. Por esto sería en interés tanto del
cristianismo como del santo orden que el derecho de matrimonio
público fuere devuelto al clero”.
¿Para qué mas comentarios? Si los propios jerarcas del roma-
mismo consideran que ha sido un nefasto error imponer el celiba-

93
to al clero y a las órdenes monacales, nada más tenemos que
añadir.
Pero volvamos la atención hacia Cristo. El apeló varias veces
al simbolismo de la parábola para elogiar el matrimonio. Ya los
místicos del siglo XVI, vieron en las maravillosas páginas del
Cantar de los Cantares, la figura piadosa de Cristo como el espo­
so de la Iglesia.
Una de las más bellas parábolas se refiere a una boda. Otra, al
hogar de un buen padre de familia cuyos hijos siguen diferentes
caminos. En su método de enseñanza, descriptivo y realista El
ensalza las virtudes de los hogares y advierte a la Humanidad de
los peligros de la vida solitaria. Su discípulo Juan, en su libro de
94 Revelación o Apocalipsis, habla de la “bienventuranza” de cuan­
tos se hallen presentes en las bodas del Cordero de Dios y gusta,
la Verdad así mismo de presentar a la Iglesia bajo la forma alegórica de
os hará libres
una esposa buena, fiel, honrada y piadosa... Si todo esto no es un
homenaje de Dios hacia el matrimonio ¿Qué es?...
Creemos que el romanismo ha cometido un tremendo error al
imponer el celibato a sus sacerdotes y monjes. Creemos que este
error se hace más patente cuando se enfrentan las tres ramas his­
tóricas del cristianismo: la Iglesia Romana, la Iglesia de la Re­
forma y la Iglesia Ortodoxa, porque en estas dos últimas, los
ministros y todos los demás servidores de la Iglesia, quedan en
completa libertad para contraer o no matrimonio. Y la historia
demuestra que en esta libertad se halla, no solo la voluntad de
Dios sino también la dignidad de la propia Iglesia.
¿Rectificará el romanismo? ¡Puede hacerlo! Tenemos la segu —
ridad de que el día en que lo hiciese así, será un día de fiesta pa­
ra todos sus servidores y la simpatía del mundo y el agrado de
Dios, lo acompañarían para siempre.
C re c e d y m u ltip lic a o s (Libro del Génesis Cap. 1; vers. 28)
Ley de Dios es que la naturaleza humana encuentre una legíti­
ma expresión en la unión de los seres de distinto sexo y que se
sujeten a dicha ley todos los organismos vivos.
“Creced y multiplicaos ”, fue la voz que dio expresión a este
mandato divino y, salirse de su disciplina equivale a intentar
evadir el plan de Dios. Por eso, dóciles al imperio de la naturale—
za y a la inefable influencia de esta orden, todos los seres vivos,
desde el principio de los tiempos, la han obedecido... y la tierra,
antes tan desordenada y vacía, ha visto crecer y desarrollarse,
progresivamente, hombres, animales y plántas hasta cubrirla casi
totalmente.
Cuando Dios vio la enorme tristeza del primer hombre, a
quien no podía bastarle la maravilla inmensa de un paraíso, ni
la presencia de los animales más corpulentos y domésticos, ni
la tarea necesaria de laborar la tierra para hacerla producir... di­
jo: “haréle una ayuda idónea para él" y creó a la mujer, de la
misma substancia del hombre y semejante a él en todo.
Dios la creó como ayuda y compañera para el hombre, bus­
cando que entre ambos no existiera ni aun el orgullo de la prima­ 95
cía, sino más bien la igualdad en todas las cosas.
Celibato
“No es bueno que el hombre esté solo”, dijo Dios. No lo esta­
rá nunca. La soledad puede a veces servir para escudar el dolor y
el desengaño; para hacer soñar y meditar, pero cuando se prolon­
ga demasiado engendra el hastío y produce tristeza, forja el há­
bito de la rutina y presenta ante los ojos abiertos un horizonte sin
objetivo ni esperanzas. Pero cuando el hombre encuentra en la
mujer el complemento necesario para su vida, cuando acierta a
sentir en ella como el eco de si mismo y de su soñada felicidad,
por fuerza ha de acatar con júbilo la decisión divina,ha de aplau­
dir, sin reservas, la gran sabiduría de la determinación eterna.
El hombre al permanecer solitario, debería sentirse suma­
mente pequeño en su grandeza, contemplando la soledad de su
vida no como una caricia sino como un castigo, porque el hom­
bre nació para ser sociable para vivir en sociedad, compartiendo
su pan y su esperanza, su ilusión y su dolor con los demás, de­
jando a su paso una estela de sanos recuerdos entre aquellos que
le hicieron sentirse hombre, esposo y padre.
El estado del matrimonio es, pues, consecuencia imperativa
de una ley biológica y moral. Cuando se pretende substituirla o
anularla se atenta contra la naturaleza y contra Dios. Cuando se
inculca en el ánimo de las gentes la idea bastarda de que el ma­
trimonio encierra la llama devastadora del “pecado”, se contra­
dice a la moral y se traiciona a la vida. No puede haber pecado
en una institución de carácter divino. El matrimonio obedece a
una ley, no a un capricho; es una necesidad, no un instinto de­
senfrenado.
Por eso el apóstol Pablo escribió esta frase lapidaria: “En to­
dos es honroso el matrimonio”, Hebreos 13:4. Y al decir esto,
pensó en si mismo, tanto como en toda la Humanidad. No olvidó
que Cristo sanó a la madre de la esposa de Pedro cuando ésta,
adolorida por la fiebre, yacía en cama. El apóstol Santiago fue
acompañado de “su esposa” en sus continuas peregrinaciones y
aun el mismo apóstol San Pablo reclama para si la potestad de
llevar consigo una “hermana mujer”, argumentado de este modo:
“¿No tengo yo, dice Pablo,también la potestad de llevar conmi­
go una “hermana mujer, como Pedro y Santiago?” (I Cor. 9:5.)
Insistimos: el matrimonio es una escuela universal, adecuada
para instruir en la disciplina del deber, de la abnegación, del sa­
crificio y del amor verdadero. Por eso el apóstol tiene toda la ra­
zón al asegurar que es “honroso para todos”. Así lo creyó en un
principio la Iglesia romana al elevarlo nada menos que a la cate­
goría de “sacramento”, cometiendo bajo este punto de vista un
nuevo error doctrinal, porque el matrimonio, como argumenta
Casander, “no confiere la gracia del Espíritu Santo a los contra­
yentes”. De esta misma opinión fue Durando, quien afirmó que
el matrimonio “ni confiere ni aumenta la gracia de quienes con­
traen”. Durante quince siglos creyó la Iglesia romana esta ver­
dad y la mantuvo en su doctrina hasta llegar al Concilio de
Florencia en el año 1439, en que admitió la existencia de siete
sacramentos, en lugar de dos, y entre ellos el del matrimonio.
Con anterioridad a esta fecha el matrimonio únicamente fue con­
siderado como una “institución divina” por su origen, digna de
todo respeto y honra, pero nada más.
Los apóstoles Pablo y Pedro escriben mucho sobre el particu­
lar y aconsejan sabiamente a los contrayentes haciéndoles saber
sus deberes recíprocos y múltiples para el buen gobierno del ho­
gar y de la familia.
Cristo mismo santificó con su presencia el matrimonio cele­
brado en Caná de Galilea, donde realizó su primer milagro en fa­
vor de los contrayentes y sus convidados. Siem pre la
presencia de Cristo en el matrimonio cristiano será garantía in­
mediata de santificación, en cuanto al vínculo matrimonial se re-
fiere; pero no de santificación constante para los contrayentes,
porque la presencia de Cristo en el hogar y en la familia está
condicionada a la buena voluntad y al esfuerzo personal de los
desposados y de sus familiares. En el hogar de los creyentes pia­
dosos Cristo siempre está bendiciendo con su presencia espiri­
tual, a la familia, así como deja de estar en los hogares en donde
por carencia de fe o frialdad de espíritu, la familia prefiere orien­
tar sus vidas por otros caminos alejados de la voluntad divina.
En los hogares donde el amor lo es todo, la gracia de Dios abun­
da y aun sobreabunda. En los hogares donde el cieno del “peca­
do” enloda la vida conyugal o familiar, la gracia de Dios se
ausenta por incompatibilidad. De moda es que el matrimonio no
confiere por si mismo la gracia, aun cuando la fe y el amor sean
la base primordial del vínculo. También Cristo, reconociendo el
97
origen divino del matrimonio y la absoluta unidad manifestada Celibato
por el hecho matrimonial, decreta su indisolubilidad, afirmando
que solamente la muerte de uno de los cónyuges anula el víncu­
lo. Otro motivo, aparte del hecho de la muerte, capaz de produ­
cir la disolución matrimonial la establece Cristo en el caso del
adulterio comprobado. Para el cristianismo no existen, pues, más
que dos causas capaces de romper “lo que Dios unió”: la muerte
y el adulterio. El divorcio tan en boga en nuestro tiempo, no es
lícito bajo el punto de vista cristiano, salvo en el caso de adulte­
rio comprobado. Las leyes civiles modernas lo permiten por un
sinnúmero de causas, a veces desprovistas de razón y buena fe.
Es mucho más cristiana la separación de cuerpos entre los espo­
sos que el divorcio, con vistas, sobre todo, a un nuevo matrimo­
nio, creador casi siempre de problemas innecesarios y enojosos.
Este rigor de Cristo para con el vínculo matrimonial debiera ha­
cer pensar a quienes lo contraen, sabiendo que lo hacen para to­
da la vida, y por tanto, es de conveniencia personal y social el no
proceder desconsideradamente, ni presentarse ante Dios con pro­
mesas fingidas, ni acercarse al altar con miras interesadas o
egoístas, debiendo, en todo momento, contraerlo por amor y con
la esperanza cierta de la bendición de Dios. Quedan, pues, bien
sentados estos puntos principales: primero que el matrimonio es
honroso para todos, y segundo, que la Iglesia, al reconocer su
origen divino no lo sanciona y reconoce como un precepto dado
por Dios a toda la Humanidad.
¿Por q u é R om a lo p ro h íb e a sus sacerd otes y
monjas?
Siendo esto así ¿Por qué razón prohíbe el romanismo contraer
matrimonio a sus sacerdotes y monjes? En el canon 21 del Pri­
mer Concilio Lateranense, año de 1123, se decretó lo siguiente:
“Prohibimos contraer matrimonio a los presbíteros, diáconos,
subdiáconos y monjes y juzgamos que los matrimonios contraí­
dos por los tales deben ser anulados y los individuos llamados al
arrepentimiento.” La confirmación de este decreto tuvo lugar en
el año 1139, en el segundo Concilio Lateranense. Para llegar a
este acuerdo tuvieron que pasar muchos años. El papa Gregorio
VII, en el año 1070, trató de imponer el celibato obligatorio a los
98 clérigos y monjes separándolos de sus legítimas esposas, habien­
do sido sancionado su matrimonio por la propia Iglesia, y con-
La Verdad minó, bajo pena de excomunión, a los tales, para que hicieran
os hará libres voto de continencia y castidad. Este intento papal fue recibido
con la más dura reprobación por parte del clero, hasta el punto
de que la vida del arzobispo que presidió el Concilio de Magun­
cia, en 1075, corrió serio peligro. Mas, a pesar de la justa ira del
clero y del alarido razonable de las esposas legítimas y de los hi­
jos habidos en el matrimonio canónico y hasta sacramental; a
pesar de la protesta de la conciencia religiosa, contra toda la tra­
dición observada por el romanismo durante nueve siglos, acabó
por imponerse la voluntad papal hasta el día de hoy. He aquí la
gran paradoja del romanismo: por un lado admite la legitimidad
de la ley divina y, repetimos, hasta se atreve a convertir en sacra­
mento el matrimonio y, por otro, lo repudia, lo anatematiza, lo
proscribe a sus sacerdotes y monjes, casados muchos de ellos le­
galmente ante Dios, la Iglesia y los hombres. San Pablo acierta
al afirmar “que en todos es honroso el matrimonio”, el romanis­
mo se atreve a rechazar esta opinión apostólica, considerándolo
deshonroso para sus sacerdotes y monjes. Si Dios ordena a la
Humanidad: “creced y multiplicaos”, dotando a todo hombre y
mujer, salvo contadas excepciones, de los medios factibles para
ello, el romanismo ordena que desacaten este mandamiento sus
sacerdotes y sus monjes. ¿Por qué? ¿Acaso estas personas con­
sagradas al servicio de la Iglesia no son dignas de contraerlo?
¿Quizá su constitución física los sitúa, sin excepción, en un or­
den humano para quien sea absurdo o imposible cumplir las exi-
gencias del vínculo matrimonial? La realidad ha probado en de­
masía que los sacerdotes y los monjes son personas de carne y
hueso, como los demás, sujetos como todos a las exigencias sa­
bias de una Humanidad creada por Dios en una absoluta igual­
dad. ¿Por qué entonces, lo que se considera normal para los
demás seres humanos que nacieron ya con la determinación di­
vina de su sexo, el romanismo intenta anular lo que Dios deter­
minó que fuera así? En otros térm inos mas claros: si el
matrimonio es de Dios, ¿Por qué el romanismo lo prohíbe?... y
si no-es de Dios, ¿Por qué lo bendice?... Se nos alega un argu­
mento de muy poco valor. Se nos dice que en la Escritura Sagra­
da se recomienda y se bendice la continencia - no lo creemos.
Dios está a favor de los hogares, de las familias y de los hijos.
En Dios no hay contradicción. Si El ordena el matrimonio, no
99
puede ordenar ni bendecir la continencia y la soltería Y añade: Celibato
“bueno es al hombre no tocar mujer”; pero enseguida advierte:
“Si tomares mujer no pecaste y si la doncella se casare no pecó”;
añadiendo: “que las jóvenes se casen, que críen hijos, que go­
biernen bien su casa para que no den ocasión al adversario para
maldecir”. Y en cuanto a los ministros, sacerdotes, directores es­
pirituales de la Iglesia, el mismo apóstol enfatiza diciendo:
“Conviene, pues, que el obispo (pastor, anciano sacerdote, etc.),
sea irreprensible, marido de una sola mujer...que gobierne bien
su casa, que tenga hijos en sujeción, con toda honestidad, porque
el que no sabe gobernar su casa ¿Cómo cuidará de la Iglesia de
Dios? (San Pablo a 1 Timoteo, 3: 2-5). Y el apóstol tiene mu­
cha razón al aconsejar esto: La razón apostólica.
Capítulo trece
¿F u e g o Eterno?

Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí,


malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ánge­
les.
(Mateo 24:41)

Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá


su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se
apagará.
(Mateo 3:12)

Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego


azufre, donde estaba la bestia y el falso profeta; y serán ator­
mentados día y noche por los siglos de los siglos.
(Apocalipsis 20:10)

Los griegos contaban una leyenda según la cual Perseo, uno


de los dioses menores, compadecido de la situación de los hu­
manos, robó fuego del Monte Olimpo y lo compartió con ellos.
Cuando Zeus y los demás dioses se dieron cuenta, se molestaron
mucho. El hombre ahora era como ellos. Tenía el fuego. Ya no
eran los dueños absolutos de ese elemento. Como castigo, enca­
denaron a Perseo a una peña en un acantilado junto al mar. Su
castigo consistía en que cada día un águila venía y devoraba las
entrañas de Perseo. Estas volvían a restaurarse durante la noche
y al siguiente día pasaba lo mismo. El castigo de Perseo duraría
por toda la eternidad. Tenía que sufrir por haber afrentado a los
dioses.
Dios nos da a todos oportunidad de que lleguemos a conocer-

101
le. En su amor y misericordia “El no quiere que ninguno se pier­
da, sino que todos procedan al arrepentimiento”. Pero, no todos
aceptan su llamado. No todos podrán ser salvos. Aquellos que
rechazan la gracia salvadora de Jesús serán echados al infierno,
al fuego eterno, al fuego que nunca se apagará. ¿Es posible que
esas personas vayan a arder eternamente, sin consumirse?
La idea de un infierno eterno, donde se dice que existen las
más terribles formas de sufrimiento mental y físico por toda la
eternidad, es un concepto heredado de la mitología pagana, car­
gada de dioses tiranos, vengativos y crueles. Lamentablemente
esa idea equivocada comenzó a introducirse en los conceptos
cristianos de una manera tan sutil que terminó siendo aceptada
102 como un hecho bíblico. Cuando se empezó a traducir la Biblia a
los diferentes idiomas, a las palabras hebreas y griegas que se re—
La Verdad fieren al sepulcro, se las tradujo en muchas ocasiones por “in—
os hará libres fiemo”, con lo cual se produjo mucha confusión.
De acuerdo a nuestra limitada y humana manera de entender
la justicia, comprendemos que las equivocaciones de los hom­
bres deben de ser pagadas con penas carcelarias o materiales en
conformidad con la falta cometida. Acusamos de tiranos deshu—
manizados o hasta de criminales a los que además de encarcelar
al culpable, le aplican castigos físicos o de orden psicológico.
Nos espantamos cuando se nos dice que eso sucede en países ci­
vilizados. Sin embargo, con la doctrina del infiemo le estamos
endosando a Dios la monstruosidad de encarcelar a los pecado­
res en un lugar donde hay toda clase de espantosas penas físicas
y terribles sufrimientos morales. A esto hay que agregarle que
esas condiciones inenarrables las padecerán los reprobos por to­
da la eternidad. ¿Será que eso es la justicia de Dios? De ninguna
manera.
La Biblia nos enseña que cuando Dios permite sufrimiento o
pruebas es para purificar nuestra fe:
En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de
tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas
pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más
preciosa que el oro, el cual aunque perecedera se prueba con
fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea már-
nifestado Jesucristo.(\ Pedro 1:6,7)
Nos dice que su amor nunca admite pruebas mayores de las
que podemos soportar: No os ha sobrevenido ninguna tentación
que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser ten­
tados más de lo que podéis resistir, sino que dará también junta­
mente con la tentación la salida, para que podáis soportar.(1
Corintios 10:13)
También dice la Escritura que Dios nos disciplina porque nos
ama y quiere prepararnos para la salvación. Y que cuando “deja
sin disciplina de la cual todos han sido participantes, entonces
sois bastardos y no hijos” (ver Hebreos 12:4-11). Sin embargo,
el amor de Dios sigue esperando, pues no quiere que nadie se
pierda, sino que todos se arrepientan: El Señor no retarda su
promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es pa­ 103
ciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, si­
no que todos procedan al arrepentimiento.(2 Pedro 3:9) ¿Fuego eterno?
Frente a este claro proceder de Dios, ¿qué objeto tendría Dios
al hacer sufrir a los impenitentes en un infierno eterno? Esas po­
bres criaturas endurecidas en el pecado ya no buscarán el arre­
pentimiento, ¿para qué entonces el sufrimiento? ¿Será que Dios
siente placer al hacer sufrir a los malos por la eternidad? Por otra
parte, Jesús dijo que cuando regrese “pagará a cada uno confor­
me a sus obras” (Mateo 16:27). ¿Será un pago conforme a sus
obras el que los pecadores que apenas vivieron unas décadas,
nunca jamás en la eternidad terminen de pagar sus faltas? Las
Escrituras nos enseñan que el fuego final será purificador: Pero
el día del Señor vendrá como ladrón en la noche, en el cual los
cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo
serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán
quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas,
¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de
vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios
en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los ele­
mentos, siendo quemados, se fundirán! (2 Pedro 3:10-13)
Además se le describe como una acción total y culminante:
Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los
soberbios, y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día
que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no
les dejará ni raíz ni rama... Hollaréis los malos, los cuáles serán
ceniza bajo las plantas de vuestros pies, en el día en que yo ac­
túe, ha dicho Jehová de los ejércitos. (Malaquías 4:1,3)
Con esto entendemos que los que amaron el pecado, el diablo
y sus demonios, serán destruidos para siempre. No existirá un
lugar en el universo de Dios donde por la eternidad vivirán los
rebeldes. La triste historia del pecado habrá terminado para
siempre.
Fuego Eterno.
La palabra griega correspondiente a “eterno”, en Mateo
25:41, es la palabra, aionios. Al analizarla se descubre que el
tiempo de duración de ese “eterno” tiene que ver con la existen­
cia del sujeto al cual se refiere. Ese es el sentido en el cual apa­
104 rece en la Biblia. Así, por ejemplo, encontramos; Como Sodoma
La Verdad y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuáles de la misma mane­
os hará libres ra que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios con­
tra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo
del fuego eterno. (Judas 7)
Ese “fuego eterno” no está ardiendo todavía. Se conoce el lu­
gar en Palestina donde estuvieron esas ciudades, pero allí no hay
fuego. El fuego viene siendo entonces eterno en sus resultados,
porque nunca más se han edificado esas ciudades, ni hay planes
de hacerlo, porque el lugar donde estaban edificadas ha sido
inundado por las aguas del Mar Muerto. El apóstol Pedro confir­
ma esto cuando dice que Dios “condenó por destrucción a las
ciudades de Sodoma y Gomorra, reduciéndolas a ceniza y po­
niéndolas por ejemplo a los que habían de vivir impíamente... ”
(2 Pedro 2:6). Siendo ese fuego eterno “ejemplo a los que habían
de vivir impíamente”, nos demuestra que así como las ciudades
fueron destruidas para siempre, así será con el diablo, sus ánge­
les y los que insisten en rebelarse contra Dios. Serán destruidos
para siempre. El fuego eterno es eterno en sus resultados.
F u e g o q u e n u n c a se a p a g a rá .
Probablemente Juan el Bautista se inspiró en el pasaje de Ma­
laquitas 4:1-3, cuando enunció su descripción de la obra del Me­
sías en Mateo 3:12. La mención evidentemente es con relación a
la destrucción total de aquellos que no aceptan el mensaje de
salvación. Se le describe como un fuego que “no les dejará raíz
ni rama ”, o sea que nadie podrá apagar. Se apagará únicamente
cuando haya terminado de destruir. Un ejemplo bíblico corrobo­
ra este concepto. Jeremías advirtió a sus contemporáneos que si
seguían siendo rebeldes, Dios haría “descender fuego en sus
puertas, y consumiría los palacios de Jerusalén, y no se apaga­
rá” (Jeremías 17:27). En 2 Crónicas 36:19-21 se registra que ese
día de destrucción había llegado habiéndose consumido “al fue­
go todos sus palacios”, con lo que se cumplió “la palabra de
Jehová por boca de Jeremías ", El fuego que destruyó a Jerusa­
lén en los días del profeta, no pudo ser apagado. Se apagó cuan­
do completó su obra. Del mismo modo al fuego final nadie
podrá apagarlo. Sólo se extinguirá cuando haya destraído el pe­
cado. Esa destrucción será eterna. Las palabras de Juan el Bau­
tista son una promesa al mismo tiempo que una amenaza, el
105
cuadro de uno separando el grano de la espiga. Se usaba en ¿Fuego eterno?
aquellos tiempos un enorme abanico en el cual se depositaban
las espigas a paladas. Por un movimiento mecánico, el abanico
lanzaba las espigas al aire. El grano pesado caía al suelo, pero la
paja era llevada por el viento. El grano era entonces almacenado
y la paja quemada. La venida de Cristo involucra separación. Su
mensaje lleva a aceptarlo o a rechazarlo. Cuando oímos de Jesús
somos confrontados con una decisión que no se puede evitar. Es­
tamos con él o contra él. Esa es la decisión que decide nuestro
destino. Tu y yo somos separados por nuestra reacción ante Je­
sús.
Atorm entados por los siglos
En la visión del apóstol Juan, la descripción que hace de los
condenados refiriéndose a su tormento que dura por “los siglos
de los siglos ” (Apocalipsis 20:10) es derivada de Isaías 34:10:
No se apagará de noche ni de día, perpetuamente subirá su
humo; de generación en generación será asolada, nunca jamás
pasará nadie por ella.
Aunque algunos pretenden que estos pasajes de Isaías y Apo­
calipsis enseñan que el humo del infierno asciende al universo
para siempre, un vistazo al contexto de Isaías 34 muestra que es­
to no es así.
Refiriéndose a la ciudad de Bosra, un pueblo edomita a.20
millas al sureste del Mar Muerto (ver.6), Isaías declaró
...su tierra se (convertirá) en brea ardiente (Su fuego) no se
apagará de noche ni de día, perpetuamente subirá su humo; de
generación en generación será asolada...Se adueñará de ella el
pelícano y el erizo...En sus alcázares crecerán espinos, y ortigas
y cardos en sus fortalezas; y serán morada de chacales, y patio
para los pollos de los avestruces^Isaías 34:9-13)
De Isaías descubrimos que el fuego destruidor cuyo humo as­
ciende “perpetuamente”, no está ardiendo para siempre. En el
pensamiento hebreo esa expresión significaba destrucción com­
pleta, no arder para siempre. De otra manera, ¿cómo podría ha—
_ ber cardos y ortigas, espinos y pollos de avestruz?
Por otra parte, en Apocalipsis 20:9 dice que “de Dios deseen—
La Verdad dió fuego del cielo, y los consumió”. Una cosa consumida no
os hará libres puede seguirse quemando. Es lógico concluir que la expresión
“serán atormentados por los siglos de los siglos ” tiene el mis­
mo sentido que la expresión “fuego eterno ” o “fuego que nunca
se apagará”.
Se trata del fuego que cumple la misión de destruir el pecado
y a los pecadores para siempre. Arderá hasta no dejar “ni raíz ni
rama”, hasta que sean “ceniza” hasta que sean "consumidos”
completamente. Entonces se apagará solo, como se apagó el
“fuego eterno ” que consumió a Sodoma y Gomorra. Se trata de
un fuego eterno en sus resultados. Arderá hasta que el pecado y
sus resultados hayan quedado erradicados de la creación de
Dios. En su misericordia Dios nos invita a considerar su oferta.
La elección es entre vivir eternamente o dejar de existir eterna­
mente. Dios no se complace en el sufrimiento de sus criaturas.
Dios quiere damos la vida eterna. Pero tu y yo tenemos que ele­
gir. Por otra parte, Dios no quiere que vayamos a El por miedo.
El quiere que vayamos a él por amor. El es justo y bueno. Quiere
que vayamos a él porque le reconocemos como nuestro redentor.
No por miedo a sufrir eternamente.
Más importante que eso es la recompensa que espera a quie­
nes le aceptan. Vivir en un mundo sin dolor ni sufrimiento. Vi un
cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la pri­
mera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la
santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios
dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y o í una
gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios
con los hombres, y él morará con ellos;y ellos serán su pueblo, y
Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda
lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más
llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.
(Apocalipsis 21:1-4)

El gusano que no muere

Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es en- 107


traren la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al
fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no ¿Fuego eterno?
muere, y el fuego nunca se apaga (Mar. 9:43,44)
Los rabinos judíos tenían varios dichos para indicar la forma
como algunas partes del cuerpo nos pueden llevar al pecado.
“Los ojos y el corazón son los dos agentes del pecado”. “Los
ojos y el corazón son los dos sirvientes del pecado”. “La pasión
se anida únicamente en el que puede ver”. “Ay de aquel que va
tras lo que ven sus ojos, pues los ojos son pecaminosos”. Por su­
puesto, estos dichos no eran para ser tomados literalmente, como
tampoco lo son las palabras de Jesús.
Este pasaje hace mención al infierno. Las palabras traducidas
“infierno” en la Biblia son la palabra hebrea sheol y la palabra
griega hades. La traducción correcta en ambos casos es tumba.
Así, por ejemplo, tenemos que David bajo inspiración predijo
que Dios no abandonaría al Mesías en la tumba, implicando así
su resurrección: Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni per­
mitirás que tu santo vea corrupción (Salmo 16:10; c f hechos
2:31).
Por otra parte la palabra “infierno” en algunas ocasiones es la
traducción de la palabra griega Geenna (Gehenna). Esta expre­
sión es usada doce veces en el Nuevo Testamento (Mateo
5:22,29,30; 10:28; 18:9; 23:15,33; Lucas 12:5; 16:23 Hechos
2:27; Santiago 3:6; Apoc 20: 14) y viene siendo la translitera­
ción del hebreo Ge Hinnom (valle de Hinnom), un barranco cer-
ca de Jerusalén. Este lugar tiene un pasado maligno.
Este fue el lugar en el cual el rey Acaz, en tiempos antiguos
había instituido la adoración del fuego y había sacrificado sus
hijos pequeños en el fuego.
Quemó también incienso en el valle de los hijos de Hinom, e
hizo pasar a sus hijos por fuego, conforme a las abominaciones
de las naciones que Jehová había arrojado de la presencia de
los hijos de Israel (2 Crónicas 28:3).
Esta forma de adoración fue también seguida por Manasés (2
Crónicas 33:6). El valle de Hinom, Gehenna, fue entonces esce­
nario de una de las más terribles caídas de Israel en la idolatría.
Cuando Josías reformó a la nación lo declaró un lugar inmundo:
“Asimismo profanó a Tofet, que está en el valle del hijo Hinom
para que ninguno pasase su hijo o su hija por fuego a Moloc ”
(2 Rey 23: 10)
Este lugar fue entonces apartado como el basurero local, en
donde los desperdicios de Jerusalén eran quemados diariamente.
Aunque los peores criminales recibían la sentencia de muerte, el
Sanedrín el grupo de 71 miembros que formaban la corte más al­
ta que supervisaba las ofensas más graves podía condenar a los
peores criminales a recibir la doble indignidad de no recibir se­
pultura, y ser tirados junto con los cadáveres de los perros en el
basurero local. Para esto era usado el valle de Hinom, o Gehena.
Allí se consumía por fuego la basura y los cadáveres de los pe­
rros y los indeseables. Como resultado, este no era el lugar más
agradable de Jerusalén. Este pasaje, en realidad, viene de la des­
cripción de los males que caerían sobre los enemigos de Israel,
que hiciera el profeta Isaías: “Y saldrán, y verán los cadáveres
de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano
nunca morirá, ni su fuego se apagará, y serán abominables a to­
do hombre ” (Isa 66:23). La intención del profeta, evidentemen­
te, tiene que ver con la forma en que se daba el castigo a los
criminales. El profeta sin duda tenía en mente el valle de Hinom,
donde los cadáveres yacían siendo consumidos. Una aplicación
literal no es posible, dando a entender un infierno con suplicios
eternos ya que este pasaje indica que los redimidos podrán ver­
los en sus sufrimientos.

108
El gusano en estos textos no se refiere a una alma inmortal
como muchos suponen. Las palabras griegas skolex (Mar 9), y
tola'ath (Isa 66), se traducen refiriéndose a gusanos como los
que se nutren de cadáveres. De esta manera, el fuego que no se
puede apagar, esto es el fuego que no se puede apagar hasta que
cumple su propósito divino, y el “gusano”, simbolizan la muerte
segura y la destrucción completa de los perdidos.
Para los judíos la condenación del cuerpo al Gehena, en don­
de era consumido por fuego, significaba la pérdida de cualquier
esperanza en la resurrección. Gehena para el judío en los días de
Jesús era el símbolo de la segunda muerte (Apoc 20:15). No
había otro símbolo más rotundo que éste. Para los judíos en los
días de Jesús, Gehena en ningún momento implicaba un lugar de
tormento eterno, sino de destrucción total. En su misericordia
Dios no va a mantener un museo de pecadores sufriendo en un
fuego eterno. En su justicia y misericordia el castigará a los re­
beldes, porque “se apagará la lámpara de los im p ío s”
(Proverbios 13:9). Unicamente hay dos destinos para el hombre:
vida eterna o muerte eterna. Nosotros somos los que hacemos la
decisión. Dios nos invita a que escojamos la vida. A esto se le
llama también el reino de Dios. ¿Qué es el reino de los cielos?
La definición nos la da Jesús en su oración: “Hágase tú volun­
tad en la tierra como en los cielos”. Entonces ser miembro de
ese reino significa hacer su voluntad. En vista del destino final
de los impíos, vale la pena hacer cualquier sacrificio y negarse
cualquier cosa para hacer la voluntad de Dios. Este pasaje es pa­
ra tomarse muy en serio. Es necesario poner a un lado cualquier
hábito, abandonar cualquier placer malsano, cualquier amistad,
desarraigamos de algo que quizás ha llegado a ser muy aprecia­
do por nosotros, para poder ser obedientes a la voluntad de Dios.
Este es un asunto que únicamente tu puedes resolver. Unicamen­
te tu puedes hacer la decisión. No va a ser fácil. Va a doler. Pero
es la única manera de confrontar la realidad de la vida.

El rico y Lázaro

Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fi-

109
no, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también
un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de
aquel, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que
caían de la mesa del rico; y aún los perros venían y le lamían
las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por
los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue
sepultado . Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y
vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dan­
do voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía
a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque
mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.
Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bie­
110 nes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es con­
solado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran
La Verdad sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los
os hará libres que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pa­
sar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a
la casa de mi padre, no vengan ellos también a este lugar de
tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen
¡óiganlos!. El entonces dijo: No padre Abraham; sino que si al­
guno va a ellos de entre los, muertos, se arrepentirán. Mas
Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco
se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos. (La-
cas 16:19-31)
¿De qué está hablando Jesús en esta parábola? ¿Está Jesús en­
señando acerca de la existencia del infierno? ¿O está mostrando
a los que le escuchan la inconsistencia de su manera de vivir?
¿De quién está Jesús hablando? ¿De el rico y Lázaro o de los ju­
díos de su tiempo? Algunos creen que esta no es una parábola,
sino un evento real. Incluso creen que se trata del mismo Lázaro
al que Jesús resucitó (Juan 11). Pero el Lázaro que fue resucita­
do nunca fue un pordiosero.
Es más, hay evidencia que Jesús dijo esta parábola antes que
resucitase a Lázaro. Entonces, ¿por qué se usa el nombre de Lá­
zaro en esta parábola? Se usa para mostrar, bajo el velo de una
parábola, una amonestación a los fariseos por su persistente re­
chazo de Jesús como el Hijo de Dios. El hombre rico representa
a los fariseos. Aunque más tarde Lázaro dio testimonio de Jesús,
los fariseos no estuvieron dispuestos a aceptarle. No se arrepin­
tieron.
Jesús no les dijo la verdad en lenguaje literal. Pero sabía que
ellos entendían. Debemos tener en cuenta que esta historia es
una parábola. Sus símbolos son símbolos, no hechos literales. Si
esta parábola ha de ser tomada literalmente, ¿por qué no hacer lo
mismo con las otras? Si ese fuera el caso, entonces todo padre
tiene que dar la mitad de su heredad a su hijo menor. Todos los
patrones tienen que dar el mismo sueldo a todos sus obreros, sin
importar su trabajo, señoría o habilidad. Pero esto sería una per­
versión y una mala representación de la palabra de Dios.
Veamos que fue lo que dijo Jesús acerca de la muerte. 111
El. campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del rei­ ¿Fuego eterno?
no, y la cizaña son los hijos del malo. El enemigo que la sembró
es el diablo; la siega es el fin del siglo; y los segadores son los
ángeles. De manera que como se arranca la cizaña, y se quema
en el fuego, así será en el fin del siglo. Enviará el Hijo del Hom­
bre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven
de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el hor­
no de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes (Mateo
13:38-42).
Ten presente que este no es lenguaje figurativo. Jesús estaba
explicando literalmente a sus discípulos que los malvados serían
arrojados en el fuego en el fin del siglo. Jesús se contradeciría a
sí mismo si la parábola del rico y Lázaro enseña que los malos
se van al infierno al morir.
Jesús también enseñó: Porque el Hijo del hombre vendrá en
la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada
uno conforme a sus obras (Mateo 16:27).
Jesús claramente dijo que cada quien recibiría su recompensa
cuando el regresase en su gloria. ¿Podría Jesús decir en un lugar
una cosa y en otro lugar decir otra completamente diferente? Je­
sús no se contradijo, ha sido la interpretación de los hombres la
que ha hecho que Jesús parezca contradecirse. Si tomamos esta
historia literalmente, tenemos entonces que el cielo y el infierno
están el uno al lado del otro. El hombre rico puede ver a Lázaro
y viceversa. Pueden hablarse de un lado a otro. ¿Te puedes ima­
ginar eso? ¿Te puedes imaginar a una madre yendo a visitar a su
hijo en el otro lado, en el infierno, mientras ella goza de la glo­
ria? Ir a visitar a alguien en la cárcel es suficientemente malo,
¿te imaginas ir a ver a alguien al infierno?
¿Cómo podrían los redimidos soportar tal cosa? Me duele es­
cuchar a un niño que llora de hambre, ¡me sería insoportable oir
a alguien gritar en su suplicio etemol Ese lugar no sería la gloria
para mí. Esta parábola no puede ser tomada literalmente.
Otro problema que surge es: ¿qué es lo que está sufriendo en
el infierno? ¿qué es lo que está gozando en la gloria? La teoría
es que el alma, al morir el hombre, se va a uno o al otro. Pero
112 aquí tenemos que Lázaro tiene un dedo. Si tiene un dedo, tiene
que tener una mano. Si tiene una mano, tiene que tener un brazo
La Verdad
y el brazo tiene que tener un cuerpo. No se puede tratar de su al­
os hará libres
ma, entonces. El rico tiene ojos. Entonces tiene una cabeza. En­
tonces tiene un cuerpo. ¿Dónde está la base para la idea de un
alma inmortal sufriendo en el infiemo o gozando en el paraíso?
No en esta parábola.
En la parábola el rico conversa con Abraham, quien supuesta­
mente está en el paraíso. Pero la Biblia dice que Abraham aún
no está en el cielo. En la epístola a los Hebreos, se mencionan
muchos nombres de hombres de fe de la antigüedad, entre ellos
a Abraham (Heb 11:8-19). Después de hacer mención de estos
hombres, el apóstol dice: Y todos estos, aunque alcanzaron buen
testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido; proveyen­
do Dios alguna cosa mejor para nosotros para que no fuesen
ellos perfeccionados aparte de nosotros (Hebreos 11:39,40). Co­
mo se ve, Abraham ni ninguno de los fieles de la antigüedad han
recibido el cumplimiento de la promesa de Dios respecto a la
salvación, pues él ha dispuesto que “no fuesen perfeccionados
aparte de nosotros”. Cuando Jesús venga todos los redimidos re­
cibirán el mismo día el galardón de vida eterna prometida por la
gracia de Dios.
Alguien puede preguntar, “Si los muertos están inconscientes,
cómo puede el hombre rico hablar después que se murió?” En el
libro de los Jueces tenemos una parábola en la cual los árboles
están teniendo una conversación:
Fueron una vez tos árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al
olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de de­
jar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres,
para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron luego los árbo­
les a la vid: Pues ven tú, reina sobre nosotros. Y la vid les res­
pondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los
hombres,para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron enton­
ces todos los árboles a la zarza: Anda tú, reina sobre nosotros. Y
la zarza respondió a los árboles: Si en verdad me elegís por rey
sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de mi sombra; y si no, sal­
ga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano (Jueces
9:8-15 113
Todos sabemos que los árboles no hablan. Se trata de una pa­
rábola. No dice que es una parábola, pero nosotros sabemos que
lo es. Está basada en algo que nunca sucedió. Su intención es ha­
cer entender a los demás un punto por medio de una ilustración.
El Señor usó la parábola del rico y Lázaro para advertir a sus
oyentes avaros y confiados en sus riquezas que la salvación no
depende de los bienes materiales que se poseen, sino de la con­
ducta y los procederes correctos de la persona. Entre los judíos
era común creer que la pobreza y la enfermedad eran maldicio­
nes de Dios (Juan 9:1-3) y que la riqueza era una bendición divi­
na. Jesús contradijo tales creencias por medio de esta parábola.
El punto importante de esta parábola es que es necesario obede­
cer a Dios. La recompensa viene ciertamente después de la
muerte, durante la segunda venida de Jesús. En esta historia en­
contramos que no hay una segunda oportunidad después de la
muerte. Nadie puede hacer su decisión después de la muerte. La
decisión tiene que ser hecha hoy. Si no obedecemos hoy, nunca
vamos a tener otra oportunidad después de la muerte.
Esta parábola nos indica que nuestra única esperanza es obe­
decer las Escrituras. “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tam­
poco se persuadirán aunque alguno se levantare de los
muertos”L. 16:31 Si lo que haz escuchado y estudiado de este li­
bro no te convence, no hay nada en el mundo que te pueda con­
vencer.
Tienes que hacer algo con la verdad que has conocido. De he­
cho ya estás haciendo algo. La estás aceptando o la estás recha­
zando. Si la estás rechazando te pido que reconsideres tu
posición, Cuando el Señor venga con su recompensa, va a haber
tan solo dos bandos: Los que van a la vida y los que van a la
muerte. No hay término medio. O estás en la ciudad o eres con­
sumido para siempre.
El Señor, en aquel día dirá a unos: “Venid, benditos de mi Pa­
dre heredad el reino preparado para vosotros desde la funda­
ción del mundo” (Mateo 25:34). Y a los otros: “Apartaos de mí,
malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ánge­
les” (v. 41)
114 ¿En qué grupo estarás tú?
José Luis Argumedo nació
el 19 de agosto de 1943, en la
ciudad de Fresnillo, provincia
de Zacatecas, México. Inició
sus estudios religiosos en el
Sem inario C onciliar de San
L uis P o to sí (M éxico) para
co n tin u ar en el S em inario
P o n tific io de B a rc e lo n a ,
E sp a ñ a , d o n d e o b tu v o su
licen ciatu ra en F ilo so fía y
Letras. Cursó tam bién en el
Instituto de Arte Sacro de la
ciudad de Lyon, Francia. Recibió la ordenación sacerdotal en
México en el año de 1966.

M ás tarde renunció al sacerdocio y emigró a los Estados


Unidos donde, después de estudiar detenidamente las gloriosas
verdades de la Santa Biblia, fue bautizado en la Iglesia
Adventista del Séptimo Día en la ciudad de Santa Ana,
California.

En 1969 asistió al Instituto Colombo-Venezolano en la ciudad


de Medellín, Colombia, para estudiar cursos especiales en
Teología.

En 1970 contrajo matrimonio con Rose Villarreal y ahora es


verdaderamente “Padre” de una simpática joven de 20 años:
Ruth Leticia, y de un vivaracho jovencito de 13: José Luis Jr.

En 1976 asiste a la Universidad de Andrews, M ichigan y


enseguida regresa para continuar cpn su ministerio en el área
de Los Angeles donde ha pastoread© las siguientes Iglesias:
Culver City, Inglewood, Ditman, Panamericana, Hollywood
y South Gate. Actualmente es evangelista de la Conferencia
del Sur de California.

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