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El Empate Argentino:
Portantiero intenta explicar por qué razón fracasó la Revolución Argentina. En este sentido,
afirma que lo que ocurrió en la Argentina, luego del golpe de Estado a Perón en 1955, fue
que ningún grupo fue capaz de constituirse como dominante y legítimo, es decir, de
imponer su propio proyecto particular como válido para la sociedad en su conjunto.
En efecto: el efecto del primer experimento nacionalista popular de Perón, septiembre 55,
implica el cierre de un ciclo histórico:
Según el autor, esta incapacidad de las clases dominantes comienza a ser evidente con la
llegada de Frondizi al gobierno en 1958 ya que es en este momento cuando empiezan a
sentarse las bases que provocarán modificaciones profundas en el modelo de acumulación,
poniendo en crisis al modelo populista. Se abre un proceso de contradicciones y luchas de
clases y de fracciones de clase por el poder político y económico. Un nuevo actor clave, el
capital extranjero, provoca que la burguesía urbana local deba amoldarse a sus decisiones y
que la burguesía pampeana quede desplazada de su posición de liderazgo, aunque sin
perder su capacidad de presión, sobre todo en los momentos de crisis (desequilibrio de la
balanza de pagos). Esto hizo que se modificaran profundamente las relaciones de fuerza de
la sociedad y se produjera una heterogeneización de la clase dominante.
El período anterior (55-58) fue de transición. Implico un intento de las clases dominantes
por poner “orden en la casa”. Esto es, recuperarse (sobre todo la BA) del deterioro que le
había inferido el nacionalismo popular, desarmar su aparato político en su núcleo más
conflictivo: el sindicalismo. Se buscaba un retorno a las condiciones del pre-peronismo,
Este intento, aunque sin producir las modificaciones propias de un nuevo modelo) al
desintegrar los mecanismos políticos-sociales del nacionalismo popular abrió las
compuertas para que ese nuevo proyecto sea posible. Desarticulo la participación política
de los sindicatos como interlocutores privilegiados para la elaboración de proyectos
sociales.
“La mayor complejidad de la economía y el desplazamiento que en este nivel opera lo que
podríamos llamar la “burguesía internacionalizada” en detrimento del viejo capitalismo
urbano y rural, habrá de irse transformando en el progresivo intento por proyectar ese
predominio económico en hegemonía política. El experimento llamado “Revolución
Argentina”, especialmente sus primeros tres años, configurara la expresión aparentemente
más compacta del mismo…”. Los militares desarrollistas aseguran que su intervención es
necesaria dada la incapacidad de los partidos políticos de llevar adelante un gobierno y que
la crisis institucional se estaba haciendo insostenible. La realidad es que la lógica pluralista
y competitiva de la democracia no hacía posible la consolidación del nuevo régimen de
acumulación, oligopólico e internacionalmente concentrado. Para ello era necesario
concentrar el poder político y un Estado autoritario aprecia la mejor opción. La razón del
golpe no era ya desplazar un gobierno ideológicamente peligroso, que pusiera la
normalidad institucional en peligro sino, justamente, poner en jaque esa normalidad y
reemplazarla por otra.
La Revolución Argentina fue el primer intento de una fracción del bloque dominante, la
burguesía industrial (aunque internacionalizada) de desplazar del poder al bloque agrario y
modernizar tanto la economía como la política nacional, es decir, de ponerle fin a ese ciclo
de stop and go. Durante la autodenominada Revolución Argentina, especialmente con la
llegada de Krieger Vasena al Ministerio de Economía, entre 1967 y 1969, por primera vez
un grupo de la burguesía urbana intenta romper con ese empate económico y político,
modernizar la estructura del capitalismo y consolidarse como grupo hegemónico frente a la
burguesía agraria. “La lógica de esa nueva fase de acumulación de capital busco
subordinar a ese mercado político desajustado con respecto al mercado económico, a esa
institución concurrencial a la que confluyen las presiones de todos los sectores en que se
divide la clase dominante, para que de sus cenizas se alzara la autoridad del Ejecutivo,
exponente de una coalición entre Fuerzas Armadas y “Establishment””. En términos de
Tarcus, un cambio en el modelo de acumulación trae aparejada la modificación del modelo
de Estado que lo sustenta: esta es la crisis del Estado y el modelo de acumulación populista.
Los factores económicos, si bien son importantes, no son los únicos que pueden construir
un modelo estable o desatar una crisis. El peronismo fue, para los sectores trabajadores,
más que una reivindicación de sus necesidades materiales históricas: fue la ruptura
simbólica de las instituciones sociales y culturales que también lo excluían de la
participación. De la misma manera, la crisis hegemónica argentina hunde sus raíces no en
cuestiones materiales, económicas, sino en razones sociales, políticas y culturales, de
revancha y veto constante entre las fuerzas, que no permite que una construya el consenso
necesario para crear un orden estable.
En 1955, una insurrección civ́ ico-militar puso fin al gobierno peronista. Esto no solo llevó
al derrocamiento de Perón sino que logró desmantelar el modelo político prevaleciente
durante los diez años anteriores (gobierno de masas- líder que relegaba a segundo plano los
canales parlamentarios y partidarios y que consideraba la oposición como manifestaciones
intereses sectoriales ilegítimos).
Los líderes del golpe del 55 caracterizaron al régimen peronista como una dictadura
totalitaria y levantaron estandartes de la democracia y la libertad proponiéndose como
objetivo el establecimiento de un régimen parlamentario y de partidos. Esto se frustró
recurrentemente: en 1955, en 1962 y en 1966: administraciones militares con el objetivo de
la proscripción del peronismo (y su definitiva erradicación).
Los elementos más importantes de esos nuevos modos de hacer polit́ ica son tres:
Era una comunidad política desarticulada. Derrocamiento del gob peronista en 1955 fue
promovido por un amplio frente polit́ ico: partidos no peronistas, representantes de las
clases medias y la burguesiá urbana y rural, las Fuerzas Armadas y la Iglesia. Pero todos
perseguían objetivos dispares, lo que los mantuvo unidos por cierto tiempo fue la bandera
de la “democracia” que se oponía al carácter dictatorial y totalitario de Perón. El peronismo
sobrevivió a la caid́ a de su gobierno y se constituyó en el eje de un vigoroso movimiento
opositor. Sin embargo, los antiperonistas consideraban que la proscripción del peronismo
era una acción democrática. El corolario de la exclusión del peronismo fue una profunda
disyunción entre la sociedad y el funcionamiento de la política en Argentina que llevó al
surgimiento de un sistema político dual (mecanismos parlamentarios coexistieron con
modalidades extrainstitucionales de hacer polit́ ica). Los bloques de sociedad (sector
popular y frente antiperonista: sectores burgueses y de clase media) rara vez compartieron
misma arena política para resolución de conflictos y acuerdos. El sector popular quedo
privado de toda representación mientras que sus adversaros sociales recurriá n a
mecanismos tanto parlamentarios como extrainstitucionales. Por lo tanto, las presiones
populares fueron de carácter extrainstitucionales: el mov sindical peronista fue la expresión
mas poderosa del sector y se redujo a desestabilizar todos los regim ́ enes civiles y militares
del periodo.
3. La posición liberal fue más lejos en la crit́ ica del proceso de industrialización iniciado
en el 30. Criticaron modelo de conciliación de clases y la premisa en la que el desarrollo
industrial era el núcleo dinámico de una economía cerrada. La imagen del mercado pasó a
constituir la piedra fundamental de su posición: *implicaba apertura de la economiá
argentina y su reintegración al mercado internacional (reducción aranceles y eliminación
“distorsiones” que protegiá sectores “artificiales”: consideraban industrias creadas en el
periodo anterior como “industrias artificiales/ficticias”; *reducción de la intervención
estatal en la economiá y restauración de la iniciativa del sector privado.
Cuando eligieron dar prioridad a sus objetivos económicos, como entre 1959 y 1961,
tendieron a aliarse con el desarrollismo. Las negativas del gobierno frondizista a
desmantelar la CGT y las idas y vueltas con respecto a la proscripción del peronismo
agudizaron la tensión. En consecuencia, aquéllos se inclinaron por resaltar sus
orientaciones antiperonistas (1956-1958 y 1962-1963) los llevo a unirse al populismo
reformista. Los Radicales del Pueblo ofrecieron una plataforma antiperonista y anti
integracionista atractiva pero que constituiá la antípoda del liberalismo en términos de
polit́ ica económica. En consecuencia, uno de los rasgos sobresalientes de la disyunción que
recorrió al antiperonismo en este período fue que cada uno de los resultados sucesivos
estuvo determinado por el sentido en que oscilaron los liberales. Al mismo tiempo, sin
embargo, los liberales ejercieron sólo una influencia mínima en el curso seguido por la
polit́ ica y la economía. Los liberales adquirieron una conciencia creciente de la futilidad de
sus pendulaciones y, hacia mediados de la década de 1960, esto fue un factor decisivo que
indujo a los liberales a optar por una estrategia antidemocrática. Tal estrategia puso énfasis
en la necesidad de eliminar aquellas mediaciones políticas, los partidos y los mecanismos
parlamentarios que habían impedido la implementación del programa liberal.
El intento del régimen militar de 1955-1958 de rondar un régimen polit́ ico basado en los
partidos y en el fortalecimiento de los mecanismos parlamentarios fracasó. Sin emb tuvo
consecuencias significativas.
Más allá de haber causado el colapso del régimen peronista, la intervención militar
favoreció, a partir de 1955, el surgimiento de una suerte de "parlamentarismo negro".
Este estilo de polit́ ica se fue conformando a raíz de la frustrada implementación de los
proyectos de los militares "democráticos" y de la no prevista configuración de nuevos
patrones de acción polit́ ica que fueron prevaleciendo. La misma situación se reprodujo con
las políticas hacia la clase obrera y las relaciones laborales.
Sin embargo estos intentos produjeron cambios importantes en el interior del movimiento
obrero a partir de 1955: 1. El estilo de control polit́ ico de la época peronista (tutelaje
benévolo de la clase obrera por el Estado y en la subordinación ideológica del movimiento
sindical a Perón) fue modificado. Los lid́ eres sindicales peronistas que habiá n controlado
los sindicatos hasta 1955 se vieron desplazados de la escena sindical. 2. El frustrado
proyecto de los militares creó las condiciones para el surgimiento de un movimiento
sindical peronista diferente que ganó independencia frente a Perón y fue capaz de
desarrollar su propia estrategia polit́ ica. 3. Perón no desapareció de la escena polit́ ica
aunque su rol sufrió cambios: *la naturaleza de su viń culo con las masas populares cambió
(ya no puede satisfacer sus demandas y apelar periódicamente a ellas en forma directa); *su
figura emergió como el principal sim ́ bolo del retorno; *Perón perdió su poder de controlar a
los lid́ eres peronistas ( algunos polit́ icos provinciales y numerosos lid́ eres sindicales,
generaron bases propias de poder, lo cual les dio un espacio para desafiar la autoridad del
"lid́ er”); *un peronismo menos subordinado a la autoridad de Perón se transformó en un
peronismo crecientemente proletario.
Esta gradual transformación fue favorecida por un factor adicional: en cada ocasión que la
proscripción electoral del peronismo fue levantada la esfera de acción de los lid́ eres
sindicales se vio expandida al tener la oportunidad de incidir en la lucha polit́ ica en torno a
los comicios. El voto de los trabajadores se transformó así en un instrumento de presión y
negociación, comparable a los paros y huelgas.
Los lid́ eres sindicales del peronismo desarrollaron la capacidad de negociar con actores
políticos no peronistas (partidos, asociaciones empresariales y militares). El poder del
movimiento sindical peronista se amplió después de 1955.
. Los nuevos sectores pronto desplazaron a estos últimos de su rol de núcleo dinámico del
capitalismo argentino.
Las prácticas polit́ icas del movimiento sindical combinaron dos elementos: 1) un patrón de
esporádicas penetraciones en los mecanismos de representación parlamentaria(capacidad de
los lid́ eres sindicales para influir sobre conducta electoral de los trabajadores); y 2) una
acción de desgaste a largo plazo a los regímenes políticos que excluyeron al peronismo.
Las administraciones del perió do 1955-1966 resultaron debilitadas por los efectos de la
exclusión del peronismo de la escena polit́ ica legal que llevó a la clase obrera a obtener
concesiones a través del quebranto de las reglas formales: el sindicalismo peronista se tornó
una fuerza subversiva. Los sindicalistas contribuyeron a crear circunstancias que indujeron
a los militares a deponer a las administraciones civiles, o frustraron los objetivos de los
regímenes militares, induciéndolos a abandonar el poder para evitar situaciones que
hubieran requerido la aplicación de medidas represivas. La estrategia del movimiento
sindical peronista tuvo 3 características:
1una ventaja importante: su poder se materializó a través de las acciones de otros actores.
Esto permitió a los sindicalistas disociarse de las consecuencias indeseables de los ciclos de
golpes y repliegues de los militares.
2 que el movimiento sindical promoviera el logro de sus objetivos a través de otros actores
dio lugar a que los objetivos de estos "intermediarios" interfirieran o modificaran los
propios del movimiento sindical.
Entre 1930 y 1955, las fuerzas armadas se habiá n constituido en guardianes de los
gobiernos constitucionales, derrocando tres administraciones civiles. Sin emb, a excepción
del corto perió do entre 1943 y 1945, los militares se abstuvieron de participar directamente
en la conducción del Estado y no se propusieron institucionalizar regiḿ enes no
democráticos controlados permanentemente por las fuerzas armadas. A partir de 1955, los
militares modificaron ese patrón de intervención. Durante una primera etapa, desarrollaron
un estilo de intervención tutelar, que resultó en 1) la exclusión del peronismo del proceso
electoral y de las instituciones representativas del Estado, y 2) el ejercicio de presiones y de
su poder de veto sobre las medidas e iniciativas políticas del gobierno constitucional
instalado en 1958.
Durante el perió do de intervención tutelar, los militares coartaron las prácticas y principios
democráticos de dos maneras: denegaron el derecho a elegir los candidatos de su
preferencia a una porción significativa de la ciudadaniá y recurrieron a la amenaza de
deponer las autoridades constitucionales si las mismas no satisfaciá n sus demandas (todo
esto en nombre de la democracia). El peronismo y, luego de 1959, el comunismo fueron
equiparados con la "antidemocracia".
Eran percibidas por la opinión pública como responsables de la distorsión de las prácticas
democráticas y el alto grado de compromiso de los militares con el manejo de los asuntos
públicos implicó que debieran asumir posiciones específicas con respecto a asuntos de
polit́ ica económica, represión política, legislación laboral y cuestiones semejantes, lo cual
contribuyó a generar una profunda fragmentación interna.
La fragmentación militar alcanzó su punto más crítico entre los años 1959 y 1963, a raiź de
confrontaciones entre facciones opuestas que culminaron en enfrentamientos armados. La
victoria de una de estas en 1963 —los "azules", y la emergencia del general Ongania—
abrió el camino a una profunda revaluación de la estrategia polit́ ica de los militares. Las
prácticas de intervención tutelar fueron abandonadas en la medida que se las percibió como
responsables de la pérdida de prestigio y unidad de las fuerzas armadas.
A partir de 1963, con el advenimiento de los Radicales del Pueblo al poder, los militares
suspendieron su intromisión en los asuntos de gobierno. Sin embargo, el interregno
"profesionalista" de 1963-1966 —y la reunificación del ejército, y del conjunto de las
fuerzas armadas, alrededor de Onganía— precedió e hizo posible la articulación definitiva
de la doctrina de la "seguridad nacional”.
Uno de los principales corolarios de la doctrina emergente fue que las fuerzas armadas
deberían asumir la responsabilidad única en el manejo de los asuntos públicos, con la
exclusión de los partidos políticos y la abolición de los comicios y los mecanismos
parlamentarios.
Onganía y sus asociados llegaron a la conclusión de que el experimento semidemocrático
iniciado en 1955 debiá darse por concluido ya que tenía dos inconvenientes: * incentivaba
la fragmentación militar; * esa situación induciá a los políticos a no trascender las
demandas sectoriales de corto plazo de los diversos sectores sociales, haciéndose imposible
el crecimiento económico sostenido. Todo eso, a su vez, proveía un terreno fértil para la
subversión. Los grupos liberales recibieron con beneplácito la posición antipartidista
adoptada por las fuerzas armadas, ya que resolvía el problema de su carencia de votos y les
proveería los medios para dar un golpe final a los sindicatos peronistas.
Lo que resultó en parte paradójico fue que las consignas de los militares fueron acogidas
con beneplácito tmb el sindicalismo peronista y la corriente hegemónica dentro de él, o sea
el vandorismo. La presencia de militares que condenaban el juego partidario integro (no
solo peronismo), y pareciá n responder a consignas de tono nacionalista, estatista y contra el
gran capital fue vista por los sindicalistas peronistas como el posible agente catalizador de
un régimen polit́ ico no parlamentario que sirviese para cimentar la alianza entre fuerzas
armadas y sindicatos que se habiá frustrado en 1955.
Las fórmulas políticas ensayadas a partir de 1966 tuvieron un carácter marcadamente más
totalizador que las visiones y concepciones que subyacieron a los gobiernos militares y
constitucionales del período 19551966. Durante la década posterior al derrocamiento de
Perón, cada quiebra institucional no alteró, sino que contribuyó a conformar una manera
común de hacer política. A partir de 1966 subsistió el patrón de alternancia entre gobiernos
militares y civiles, pero la similitud con la década previa fue superficial, cada cambio de
gobierno en esta última década estuvo asociado a una ruptura con respecto a las
modalidades previas de hacer política e introdujo novedades significativas. Cada corte
institucional redefinió cualitativamente el material político a disposición de los actores
fundamentales de la sociedad argentina.
El transcurrir de los años del gobierno de Ilia sirvió para reforzar las tendencias que habían
sido pronunciadas por los episodios que rodearon la caída de Frondizi en 1962: la cada vez
más decidida inclinación de la gran burguesía y de los sectores liberales a apoyar la
instalación de un régimen no democrático; la escasa predisposición de los sindicalistas
peronistas a contribuir a legitimar y estabilizar gobiernos semidemocráticos que
continuaban proscribiendo su movimiento y el progresivo “deslizamiento” autoritario de las
F. A.
La política argentina pareció por un par de años transitar por las rutas prescriptas por
Onganía y sus asociados. El gobierno se anotó una serie de importantes triunfos políticos:
los partidos cayeron en un pozo de irrelevancia e inactividad, los sindicatos fueron forzados
a aceptar sucesivamente la abolición del derecho de huelga y la intervención gubernamental
de los gremios industriales más importantes como resultado del rotundo fracaso del “Plan
de Acción” de comienzos de 1967. Perón fue despojado de sus armas para desestabilizar a
gobiernos civiles y militares. Se genero por un lapso la impresión de que se estaba
conformando un eficiente y armonioso sistema de decisiones.
Durante los 2 años y medio transcurridos entre fines de 1966 y mediados de 1969 hubo dos
espacios en los cuales fueron dándose fenómenos novedosos. El primero fue la creciente
gravitación que adquirió el mayor perfilamiento de las corrientes internas dentro de las F.
A. Lo que si cambio radicalmente a partir de 1966 fue que las disensiones internas de las F.
A. se dieron dentro de un ordenamiento institucional en el que quedaba presuntamente
excluida la permanente gimnasia conspirativa que los militares habían desarrollado entre
1955 y 1966. A esto se agrego la veda en las F. A. a la participación directa en tares
gubernamentales. Las tensiones y conflictos internos de los militares y los contactos con
personajes externos pasaron a un lugar muy secundario, lo que derivo en que el caudillo
militar de los 3 años previos fue quedando progresivamente aislado de sus camaradas de
armas. La rígida personalidad de Onganía contribuyó también a que se fueran evaporando
las posibilidades de que éste respondiera a sugerencias opresiones de dichos camaradas.
El segundo espacio fue el de una serie de ámbitos de la sociedad civil que, hasta 1966,
habían sido dominados por la lógica de las negociaciones y presiones extra institucionales,
pero controladas. Entre 1955 y 1966 algunas organizaciones fundamentales como los
sindicatos y las asociaciones empresariales, desbordaron los canales institucionales
gubernamentales, procurando evitar ser ellas mismas desbordadas por la movilización de
sus propios miembros. Las movilizaciones y las acciones colectivas de obreros y
empresarios se subordinaron a una lógica de negociación de cúpulas.
Las medidas antisindicales tomadas a partir de fines de 1966 no liquidaron a los gremios ni
a sus dirigentes sino que los forzaron a aceptar dócilmente las política gubernamentales.
Otras causas que venían minando el poder y el grado de control de la dirigencia sobre las
bases obreras era la política de las grandes empresas en sectores de punta de promover la
acción de sindicatos por empresa en desmedro de las uniones y federaciones que
culebreaban acuerdo salariales de alcance nacional, y la estrategia del gobierno Radical del
Pueblo de favorecer el pluralismo sindical buscando el debilitamiento de los sindicalistas
peronistas.
1* aquellos centrados en las políticas económicas “liberales” que comenzaron a exigir cada
vez más las satisfacciones de las reivindicaciones de los sectores mas postergados a partir
del 67, (empleados públicos y privados de baja calificación, pequeños y medianos
empresariados, etc.).
En mayo de 1973 cuando el peronismo triunfante accedió al poder, la situación política era
muy diferente a la de 1966. El arrinconamiento político de las fuerzas que habían
predominado durante la etapa ascendente de la “Revolución Argentina”, se revertiría en un
par de años produciendo el cierre de la apertura democrática, con la consecuente apertura
del periodo más trágico de la historia argentina contemporánea. Retorno de Perón y fracaso
de su proyecto de institucionalización política La formula de Perón apunto a crear un doble
arco de articulaciones de los actores sociales y políticos. El primero consistió en el intento
de reedición en una versión, ampliada de los acuerdos entre asociaciones gremiales de
trabajadores y empresarios. Se convoco a las entidades gremiales confederales, la CGT y la
CGE a que acordaran los niveles generales de aumentos salariales comprometiéndose a
respetarlos durante su vigencia y a someterse al arbitraje final del estado en caso de
eventuales desacuerdos.
El “Pacto Social” fue firmado a los pocos días de llegado Cámpora a la presidencia,
estableciéndose en él un moderado aumento de salarios y su posterior congelamiento, así
como la suspensión de los mecanismos de negociación colectiva.
La propuesta de perón contemplo la redefinición del rol de las F.A., tratando de quebrar el
estilo de acción que había llevado a éstas a intervenir recurrentemente en la política.
Procuro preservar una esfera de autonomía corporativa. Como contrapartida procuro que
los militares se subordinaran efectivamente a las autoridades constitucionales del Estado,
cuya cúpula paso a ser ocupada por el viejo líder. Las movilizaciones populares que se
multiplicaron a partir del 25 de mayo y la elección y el nombramiento de algunos
funcionarios que respondían a la izquierda peronista realzaron la moderación de Perón y el
tono y el contenido de los mensajes que este comenzó a emitir a partir de su nuevo retorno
al país del 20 de junio.
Los casi tres años del gobierno peronista presenciaron una constante aceleración del tiempo
político que la mayor parte de los casos fue resultado de la premura de los actores interno
del peronismo por consolidar sus ganancias inmediatas y desalojar a sus adversarios de toda
posición de poder, cualquiera fuera el costo.
Hacia mediados de 1975 ya habían sido excluidos de la lucha por el poder la izquierda
peronista y los sectores empresariales y políticos vinculados Gelbard. A esta altura la
camarilla agrupada en torno a López Rega intento liquidar al único contendiente de peso
que se le oponía dentro del peronismo: la dirigencia sindical. Se procuro contener mediante
un retraso salarial la desenfrenada carrera de precios y salarios desatada desde 1974. Se
trato de lograr la involucración de las fuerzas armadas con la pretensión de que los militares
se convirtieran en el sostén principal de un régimen político que tendiera a la liquidación
completa de las instituciones parlamentarias y de las libertades públicas. La operación
política concebida en torno al Rodrigazo resultó un escalabro total que culmino con la
defenestración de López Rega y el irreparable deterioro de la figura de Isabel Perón. Esta
ultima marco un momento en que las fuerzas armadas recuperaron plenamente la iniciativa
política, y junto con ellas, los sectores de la gran burguesía.
A partir del tercero trimestre de 1975, los militares empezaron a manejar el tiempo de la
política en función de un proyecto de liquidación del régimen democrático que iba muchos
allá de la coparticipación que le ofrecía Isabel Perón. Durante el lapso que medio entre el
Rodrigazo y la caída de Isabel Perón en marzo del 76 se fue configurando aceleradamente
el síndrome de una sociedad desgobernada. El plano más visible del proceso fue la
descomposición misma del gobierno peronista, éste perdió totalmente el contacto con la
sociedad quedando despojado de toda posibilidad de regular o influir sobre los procesos
sociales en medio de una sucesión de episodios de histeria presidencial, complots para
ciegos y parálisis de las cúpulas del Parlamento y los partidos. La política global se redujo a
las salvajes confrontación de fuerzas armadas y a la caza de víctimas indefensas, la
violencia se transformó en el recurso cotidiano y casi exclusivo. En la política la búsqueda
de la negociación y acuerdo ceso por completo y tanto los trabajadores como los
empresarios tornaron a vivir el día. Todo ello conformó un patrón de economía del saqueo
que redondeo la imagen de caos e incertidumbre absoluta que ofrecía la sociedad argentina
entre fines de 1975 y principios de 1976.
A partir de mediados de 1975 dicha imagen fomentada deliberadamente por los dos actores
que fueron constituyéndose en los censores severos y externos del gobierno y de toda una
manera de organización de la sociedad argentina. La fuerza armada y la cúpula empresarial
y liberal formularon criticas casa vez mas demoledoras que denunciaron un gobernó
incapaz de “poner orden”. Las críticas fueron mucho mas allá, apuntando por elevación a
toda la sociedad, con respecto a la cual el populismo fue postulado como arquetipo de un
estilo de organización en la cual los actores desarrollaban conductas perniciosas que
finalmente conducían a un estado de desorden cuya manifestación más diabólica era la
subversión.
En 1976 el diagnostico de los militares argentinos tuvo un carácter más global que los que
precedieron a las irrupciones en la política que las fuerzas armadas habían venido
protagonizando desde 1955. Mientras en 1955 y 1962 los militares se limitaron a impedir la
continuación de régimen políticos a los cuales se oponían, ya en 1966 la ideología golpista
fue más allá y propugnó la instalación de un régimen no democrático sostenido por las F.
A. En 1976 la ideología del golpismo fue todavía más revolucionaria: al proyecto de
establecer un gobierno de las fuerzas armadas se agrego la visión de la necesidad de
producir un cambio profundo en la sociedad argentina.
El desafío de la guerrilla y la aguda crisis social que se superpuso con dicho desafío fueron
interpretados por los militares como la manifestación de una sociedad enferma cuyos
orígenes se remontaba a 1945 ó 1930. El populismo y el desarrollismo modernizante
aparecieron como las dos caras de una misma moneda. El primero había logrado bloquear
los proyectos desarrollistas apoyados por los militares, impidiendo su consolidación. El
desarrollismo, si bien intento favorecer a los sectores más concentrados de la burguesía
nacional y extranjera, propició un pacto con el sindicalismo peronista sentando las bases
para la creación y expansión de su formidable poder organizativo.
Para los militares de 1976 el desarrollismo se transformo en el correlato del populismo. Las
condenas simultáneas dejo el capo abierto a los postulados liberales y a sus sostenedores.
Los liberales pudieron aducir su inocencia en relación a las políticas económicas
mplementadas desde 1943. Después de la caída de Perón las sucesivas figuras del elenco
liberal que alcanzaron la cima de la conducción económica no pudieron ejecutar a fondo las
“verdaderas” políticas liberales.
Los ministros Alsogaray y Krieger Vasena implementaron políticas liberales que fueron a
menudo saboteadas por otros sectores de los propios gobiernos, debido a que las
presidencias de Frondizi y Onganía respectivamente no compartían los preceptos de
liberalismo. A su vez, ninguno de los dos ministros pudieron cuestionar la premisa básica
de las policitas posteriores a la segundo G.M.: el énfasis puesto en la industrialización. La
llegada de Martínez de Hoz al Ministerio de Económica hizo creíble el reclamo de que les
había llegado el turno a aquellos a quienes se le había negado por más de 30 años. La
Argentina de mediados de la década del 70 la ideología liberal tuvo una virtud adicional
que resulto fundamental para garantizarle audiencias más nutridas y predispuestas dentro de
las fuerzas armadas. Por primera vez en la h. argentina contemporánea los viejos preceptos
liberales tendieron a armonizarse con el pensamiento militar, proporcionando una filosofía
fundante a una reformulada doctrina de seguridad nacional.
La revolución en serie que proponían los liberales exigía que el estado se disciplinase a sí
mismo, eliminando empresas públicas, desmantelando sistemas de subsidios y
absteniéndose de fijar precios sociales para su servicios. La reforma del estado avanzo muy
lentamente, los mandos militares permanentemente sabotearon la iniciativa de Martínez de
Hoz. Asimismo, encararon proyectos que resultaron en incrementó significativo del gasto
publico. Martínez de Hoz tuvo más éxito en difundir la consigna acerca de destruir los
“viejos hábitos” de trabajadores y empresarios. En el caso de los trabajadores, la apelación
de la idea del mercado (un universo en el cual sus componentes son átomos), respondió al
propósito de destruir los mecanismos mediadores, devino la disolución de las centrales
empresariales y de trabajadores y la intervención de los gremios. La disolución simultanea
de la CGT y la CGE altero radicalmente el tanteador de la puja social a favor de la
burguesía debido a una razón más general. La fuerza de la clase obrera depende de sus
posibilidades de actuar colectivamente. Un proceso de atomización que debilita la
capacidad de asociación de ambas clases trae como resultado en reducir considerablemente
el poder de negociación de los trabajadores que el de los empleadores.
Los resultados de las políticas del gobierno militar en el campo obrero fueron
espectacularmente exitosos. El objetivo más global fue el de modificar el sistema todo de
relaciones sociales. Para ello también había que reformar a los empresarios. La estrategia
adoptada fue el de la instauración de un sistema económico de libre mercado a través de la
apertura del mercado interno a la competencia exterior.
El hito crucial lo constituyo la adopción de la política del tipo de cambio futuro pautado en
diciembre del 78; dicha política apareció como el exponente en materia de política
antiinflacionaria y termino llevando a la economía argentina a un callejón sin salida que la
sumió en la crisis más profunda de su historia, L a continuidad del comportamiento
empresarial anterior a 1978, puso de manifiesto el fracaso de la reforma promovida por
Martínez de Hoz entre 1978 y 1981. El fracaso no hizo más que resaltar la resistencia del
viejo modelo a ser destruido. Lo que subsistió de él fueron sus componentes más negativos:
los comportamientos rentísticos, mientras que resulto arrasado lo que tenia de cooperativo y
solidario.
En 1975 se había desatado una crisis aguda que resultaba incontrolable para el
gobierno peronista.
La Argentina asistió al último ciclo expansivo de la matriz económico-política que
se había desplegado a partir del periodo de entreguerras. En ese año la inflación
alcanzo un record histórico y las exportaciones cayeron en un 50% respecto al año
previo.
Durante los 2 últimos años del gobierno militar los indicadores económicos
tornaron a reproducir la situación de mediados de la década anterior. La inflación de
descontroló nuevamente, el PBI cayó y los saldos de la balanza de pagos se tornaron
crecientemente negativos.
En 1983 el déficit alcanzo niveles 10 veces superiores al promedio del periodo
1970-1976.
1. El sistema impositivo.
El fracaso de la reforma económica intentada por el gobernó militar a partir de 1978 hizo
reaparecer los síntomas de la crisis que ya se habían manifestado seis años antes. En 1981-
1983 esos síntomas reaparecieron agravados. Las políticas económicas implementadas
entre 1978-1981 tuvieron un fuerte impacto negativo sobre las finanzas públicas.
A ello se sumó una fuga masiva de capitales de enorme magnitud gracias a la apertura
financiera. A SUVEZ, la deuda privada fue transferida al sector público, con lo que la
viabilidad de las empresas privadas se recupero a costa de agravar aún más las
vulnerabilidad de las finanzas públicas.
Por último, con relación a la posición de los socialistas y comunistas durante el gobierno de
Aramburu, puede decirse que los primeros mantuvieron una actitud ambivalente frente al
gobierno, mientras que los segundos adoptaron en las fábricas una línea de trabajo junto a
los obreros peronistas en defensa de las condiciones laborales y la permanencia de los
delegados gremiales. Los socialistas creían que la Revolución Libertadora reestablecería la
democracia y pondría fin a la tiranía de Perón pero criticaban a los militares por aliarse con
los empleadores en el ataque a las condiciones laborales; por otra parte, criticaban al
gobierno cuando reconocía las comisiones de base de los trabajadores dominadas por los
peronistas y que defendían aquellas condiciones de trabajo.
Capítulo III: Comandos y sindicatos: surgimiento del nuevo liderazgo sindical peronista
En 1957, algunos de los gremios normalizados crean una Comisión Intersindical para
restablecer a todos los sindicatos mediante elecciones libres, liberar a los encarcelados y
reabrir la CGT. La fuerza propulsora inicial de la Intersindical fueron los comunistas y
después queda en manos peronistas.
En septiembre de 1957 se realiza un congreso para normalizar a la CGT y de allí surgen las
62 Organizaciones. Su nombre remite a las 62 organizaciones peronistas y comunistas que
permanecieron en el mencionado congreso luego de la partida de los antiperonistas que
esperaban ser mayoría en aquel. Los comunistas pronto se alejaron y formaron un cuerpo
de 19 gremios controlados por ellos; los antiperonistas que se marcharon del congreso
confluyeron en las 32 Organizaciones Democráticas. El surgimiento de las 62 fue un hecho
importante porque confirmó la posición dominante de los peronistas en los gremios y
porque proporcionó una entidad peronista para presionar al gobierno.
Para Perón la estrategia general del movimiento debía basarse en la “guerra de guerrillas” y
la resistencia civil debía cumplir un rol importante. Era necesario evitar cualquier intento de
hacer frente al régimen militar en su nivel puramente militar. Perón veía más eficaces las
pequeñas acciones que desgataran poco a poco al régimen. En el terreno social, la
resistencia debía impulsar la huelga, el trabajo a desgano y la baja productividad; y en el
plano individual debían realizarse acciones activas y pasivas. La primera podía incluir el
sabotaje y la segunda consistiría en la difusión de rumores, distribución de volantes y
pintada de consignas. Todo esto tornaría ingobernable el país y prepararía el terreno para la
huelga general revolucionaria que daría la señal para la insurrección a escala nacional;
momento en que actuarían los comandos, que junto a los sectores leales de las fuerzas
armadas garantizarían el éxito de la insurrección. La meta era una revolución social. Ahora
bien, en la práctica existieron divergencias entre los comandos de sabotaje y otras
actividades clandestinas y el movimiento de resistencia en los sindicatos; todo lo cual se
reflejó en la tensión que subyacía en los sindicatos recientemente reconquistados. Los
sindicatos eran instituciones sociales arraigadas en la existencia misma de la sociedad
industrial y cumplían un papel funcional en la misma. Los comandos, en cambio, eran
organizaciones políticas cuya existencia dependía de un conjunto de circunstancias
particulares. De todas formas, en la mente de los peronistas el camino de la insurrección
representaba una posibilidad no muy consistente; de hecho las negociaciones secretas con
Frondizi demostraron que la opción revolucionaria estaba lejos de concretarse. El voto por
Fondizi ayudaría a consolidar las posiciones ganadas, además podría reconstituirse la CGT
y esto consolidaría a los gremios. Finalmente, se ordenó dar el voto al candidato radical,
quien gracias a los votos peronistas obtuvo el porcentaje necesario para llegar a la
presidencia.
Muchos de los hombres y mujeres jóvenes que tomaron las armas en los 60 movidos
por ideales populares nacionalistas y socialistas, habían recibido su bautismo político en
ramas de la tradicionalista Acción Católica; algunos incluso habían partido de la falangista
Tacuara, muy pocos procedían de la izquierda y casi ninguno había comenzado su vida
como peronista. Su filosofía se basaba en la fusión, por parte de los montoneros, de la
guerrilla urbana-adaptada de la teoría foquista de Guevara- con las luchas populares del
Mov. Peronista, unificando las actividades de la vanguardia con las masas.
El MNRT definido por García Lupo como” los jóvenes peronistas que querían
pelear”, leía, sin mucha selección, cuanto había de subversivo y clandestino en el deseo de
aprender a dirigir una lucha guerrillera, aunque su izquierdismo era ambiguo. La
continuación genealógica del MNRT fueron las FAP, aunque sus mandos tuvieron
influencia en 3 organizaciones políticamente distintas. Su progresión ideológica hacia la
izquierda no carecía de importancia, pero debe señalarse que la tendencia a la acción
directa, puesta en práctica en la guerrilla urbana, fue la única cte., aparte del nacionalismo,
en la evolución de los montoneros que habían partido de la derecha. Cada vez más gente se
mostraba de acuerdo con la máxima de perón: “Contra la fuerza bruta, sólo puede ser eficaz
la fuerza aplicada con inteligencia”.
Para el puñado de católicos que constituían el núcleo montonero de 1968, tales ideas
eran el elemento más importante de su radicalización. El Padre Carlos Mugica propagó y
Juan García Elorrio desarrolló el ejemplo dado por Camilo Torres, sacerdote-guerrillero
colombiano con impronta de mártir. El Vaticano temeroso de que sus millones de pobres
cayeran en las manos del ateísmo marxista, empezó a preocuparse más por ellos a partir de
Juan XXIII y Pablo VI. El primero llegó a decir incluso que en el marxismo había “buenos
elementos merecedores de aprobación”.
El lanzamiento de las guerrillas urbanas era una iniciativa procedente “de arriba”
como decisión de pequeños grupos de militantes y no como respuesta a una amplia
exigencia popular, y nunca serían capaces de transformar las “formaciones especiales” del
Mov Peronista en un verdadero ejército popular.
Los jóvenes argentinos se veían frustrados y desilusionados tanto por los gobiernos
constitucionales de Frondizi e Illia como por el espurio de Onganía y eso explica en parte la
adhesión que tuvieron los Montoneros. El onganiato fue el fenómeno decisivo para el
apoyo ya que aquel régimen socavó el apoyo obrero al conciliatorio vandorismo, abriendo
el camino a una importante radicalización de la clase obrera. El objetivo económico de
Onganía fue pronto interpretado como un intento de consolidar la hegemonía de los grandes
monopolios industriales y financieros asociados al capital extranjero, a expensas de la
burguesía rural y de los sectores populares.
Peronismo Montonero
El grupo original no tenía teóricos de relieve, pero su pragmatismo era a menudo su fuerza.
Algunos montoneros consideraban que el objetivo perseguido era una variante nacional de
socialismo; otros veían en él una forma socialista de revolución nacional. Todos creían que
la principal contradicción que afectaba a la argentina era la del nacionalismo contra el
imperialismo y que los intereses del país estaban representados por una alianza popular
pero multiclasista. Debido a su relegamiento de la lucha de clases a un plano secundario y a
su devoción por un líder que preconizaba la armonización de clases, puede decirse que los
montoneros eran todo lo izquierdistas que le permitía el peronismo y viceversa. Ellos no
pertenecían a la clase obrera y más que buscar el “Estado de los trabajadores” a que
aspiraba la izquierda no peronista, sus principales objetivos eran el desarrollo nacional, la
justicia social y el poder popular. Todos crearon a un Perón a su propia imagen y semejanza
y se mostraron más dispuestos a escuchar la retórica que a estudiar historia política. Los
monólogos de Perón dirigidos a sus seguidores en la Plaza de Mayo eran considerados parte
de un diálogo simbiótico. A criterio de os Montoneros, el nexo de unión entre Perón y las
masas, murió en 1952.
Su “evitismo” los llevó incluso a cree la afirmación de que ella y no los líderes
sindicales fueron los organizadores del 17/10. Fueron las diatribas de Evita contra la
oligarquía y las vehementes denuncias de la injusticia social lo que realmente le granjeó las
simpatías de la izquierda peronista. Los Montoneros al “descubrir al pueblo” se mostraron
dispuestos a compartir con éste la adoración que la gente tenía por ella.
Tras varios años de hallarse aislados de los trabajadores argentinos, los militantes de
la clase media aceptaron entonces por completo la mitología peronista, pues, por muchas
que fueran las críticas contra Perón y su esposa, no podían creer que el pueblo se hubiese
equivocado en su inquebrantable fe en ellos. De ahí las consignas: ¡evita-Perón,
Revolución!, Si Evita viviera... La teoría de la guerrilla urbana y el atractivo de la lucha
armada Ongaro y otros revolucionarios peronistas se congregaron desde 1970 en la
creación del Peronismo de Base (PB), especialmente en las fábricas de Córdoba, donde,
junto a los sindicatos marxistas SITRACSITRAM y los sindicalistas peronistas combativos,
siguieron una trayectoria mucho más militante que la tomada por la CGT reunificada.
Sin embargo para los Montoneros, su composición de clase hizo inviable una
orientación decisiva hacia el clasismo y la participación en las luchas obreras. Tampoco la
guerrilla rural era atractiva para los Montoneros, pues pensar en términos de Montañas y
terrenos escabrosos resultó desastroso en un país donde todas las luchas decisivas se
libraron en grandes urbes y las zonas industriales cercanas a ellas.
Este plan de una retirada militar y celebración de elecciones para aislar a las guerrillas no se
logró hasta la substitución de Levingston por Lanusse en el 71. Los Montoneros se
creyeron en la necesidad de un 2do golpe espectacular y el 1 de Julio 4 unidades
montoneras mandadas por Emilio maza, coparon la población cordobesa de La Calera, se
apoderaron del banco local, la comisaría y la municipalidad, pero la retirada no resultó
según lo planeado, ya que uno de los autos se descompuso en la huida y fueron capturados
dos militantes. Gracias a la información que presumiblemente se les sustrajo la policía se
dirigió a una vivienda donde Maza fue herido de muerte junto a otros compañeros. Su
sepelio movilizó a 3000 personas y se hicieron colectas en fábricas y universidades para los
montoneros torturados en la cárcel. Pero los Montoneros estuvieron a punto de ser
aniquilados en Julio-Agosto de 1970 si no fuera por el apoyo logístico de las FAP que les
permitieron esconderse en diversos puntos del país. El 7 de setiembre 5 de los principales
miembros de la conducción se reunieron en una pizzería de William Morris y fueron
atacados por la policía luego que el dueño diera aviso de su presencia. Abal Medina y
Ramus perdieron la vida en el tiroteo y por no haber tomado las medidas de seguridad más
elementales sus jefes y casi todos sus secretos fueron descubiertos. Pero su supervivencia se
vio favorecida por el aumento de apoyo popular en particular del grupo de sacerdotes por el
tercer mundo. Mugica hizo una defensa de los guerrilleros católicos y ofició en el funeral
de Ramus y Abal Medina, refiriéndose a ellos como “un ejemplo para la juventud”. Arturo
Jauretche presentó sus respetos en el funeral y Perón envió una corona, en tanto centenares
de militantes de la AC asistieron al sepelio. En un documento publicado a fines de 1970 en
Cristianismo y Revolución, los Montoneros se presentaban a sí mismos como parte de la
síntesis final de un proceso histórico con 160 años de historia. Su revisionismo presentaba
la historia de la Argentina en términos de la oligarquía liberal claramente antinacional y
vendepatria por un lado y por otro el pueblo, identificado con la defensa de sus intereses,
que son los de la nación contra los ataques imperialistas de cada situación histórica. La
simplicidad del esquema montonero y su atractivo dicotómico facilitaban su asimilación
popular. Para ellos, los conflictos de clase eran de importancia secundaria en comparación
con las luchas nacionalistas contra la dominación e influencia extranjeras. Había un culto a
la acción implícito en la visión montonera de que el peronismo se componía históricamente
de 2 tendencias, burocrática la una y revolucionaria la otra; y de que lo que las distinguía
eran los métodos que usaban. Los revolucionarios eran los que habían luchado empleando
los métodos guerrilleros, rebeliones militares, movilizaciones, y el arma de la huelga, aún
cuando nunca hubieran oído hablar de “socialismo nacional”. En cambio, los burócratas
formaban parte “objetivamente” del campo enemigo, porque se abstenían de tales métodos
en favor del pactismo y el electoralismo. Aún cuando los Montoneros aspiraban a formar
parte de una estrategia “integral” que comprendiera las actividades políticas, sindicales y
estudiantiles, así como el elemento armado, les complacía claramente promover ellos
mismos el aspecto guerrillero y dejar las actividades complementarias restantes a los otros
sectores del movimiento. Esto significa que la posibilidad de una estrategia tendiente al
establecimiento de un “socialismo nacional” dependía de que Perón y el resto del
Movimiento fueran tan revolucionarios y progresistas como, equivocadamente, creían los
Montoneros.
Al impulsar las actividades de los Montoneros desde su exilio en Madrid, Perón descartaba,
con razón, la posibilidad de que los trabajadores se unieran, en masa, a los guerrilleros.
Manipulaba sus “formaciones especiales” con la máxima habilidad y, aunque la mitología
predominante sostuviera que los Montoneros estuvieran especulando sobre la inminente
muerte del líder con la esperanza de heredar la jefatura del Movimiento, no hay pruebas de
que la manipulación se operara en sentido inverso. La visión errónea que tenían los
Montoneros de las verdaderas diferencias estratégicas entre ellos y el líder se hizo visible
después de noviembre de 1970. Aquel mes Perón patrocinó “La Hora del Pueblo”, que era
una declaración colectiva reclamando las elecciones. Pero lejos de advertir que la actitud y
proceder de Perón eran de corte reformista, los Montoneros consiguieron encontrar una
razón revolucionaria en su comportamiento. Para estos, la “Hora del Pueblo” era sólo una
treta de su líder con miras a una “maniobra táctica destinada a mantener al régimen en la
mesa de negociaciones mientras el Movimiento profundiza sus niveles organizativos y sus
métodos de lucha para emprender las próximas etapas de la guerra” (Montoneros). Durante
aquellos años Perón no criticó ni una sola operación montonera y en Noviembre de 1971
pareció que en efecto reafirmaba la perspectiva revolucionaria al destituir a Paladino y
nombrar a H.Cámpora, como delegado personal. Si bien Cámpora estaba dispuesto a
trabajar con el ala revolucionaria del Movimiento, su nombramiento no era un giro a la
izquierda por parte de Perón. Quizá la izquierda peronista debía de haber dado más
importancia la nombramiento del teniente coronel Jorge Osinde (ex jefe del servicio de
informaciones el ejército) como su consejero militar y político. 2 años después dirigiría este
la masacre de Ezeiza. En 1971 el otrora trotskista y ahora guevarista ERP era la
organización guerrillera más activa militarmente, pero otras 4 organizaciones que serían las
que terminarían por convertir a Montoneros en la más poderosa de todas, estaban
emprendiendo un proceso decisivo hacia la unificación. Las FAP, las FAR y los
Descamisados. En 1968 las FAP habían sido creadas para la guerrilla rural y urbana. Sus
ambiciones en el ámbito rural fueron desbaratadas en setiembre del 68 cuando trece
miembros fueron capturados en La Cañada, cerca de Taco Ralo, en Tucumán. A pesar de
ello en el 69 se reorganizaron para llevar adelante acciones urbanas y tuvieron una acción
sostenida en 1970. ese año varios de sus integrantes dieron soporte a sindicalistas de la
CGTA para armar una organización peronista revolucionaria, el Peronismo de Base para
actuar a nivel de las fábricas.
La historia de las FAR se remontaba al 66 cuando un grupo se formó con la intención de ser
el apéndice argentino del foco boliviano del Che. Su muerte y desarticulación condujo a las
FAR bajo el mando de Carlos Enrique Olmedo a iniciar la guerra urbana en 1969, con un
giro hacia la peronización que se consolidaría en 1971. El comando descamisado fue un
pequeño grupo fundado en 1968 por futuros líderes Montoneros como Horacio Mendizábal
y Norberto Habeegger. Tras ser excarcelado en 1969 Dardo cabo se convirtió en líder del
grupo. Aunque en 1971 se hicieron grandes esfuerzos por unir a estos grupos la unificación
en las OAP (Organizaciones armadas Peronistas) nunca alcanzó una estructura formal. Al
principio los guerrilleros no alcanzaban a ponerse de acuerdo sobre si debían concentrarse
solamente en la lucha armada o bien seguir una estrategia integral consistente en
implementar múltiples formas de acción, postura adoptada por montoneros. También
tuvieron que vencer la hostilidad de los Montoneros hacia el marxismo. Finalmente había
un elemento competitivo entre las organizaciones por dirigir la organización. Los acuerdos
alcanzados en cuanto al socialismo como objetivo y el imperialismo estadounidense como
enemigo fueron insuficientes para lograr la unidad. Se necesitaba un acuerdo sobre las
concepciones políticas y organizativas, cosa que no se consiguió hasta fines del 72 entre
Montoneros y descamisados, en Octubre del 73 con las FAR y con un pequeño grupo de las
FAP en el ´74. La mayoría de las bases para la convergencia entre los montoneros y las
FAR se establecieron durante las conversaciones celebradas en 1972 por los militantes
recluidos en a cárcel de Rawson. Naturaleza y efectos de la actividad montonera Para
comprender la creciente popularidad de los Montoneros, en esos años, resulta esencial
examinar la naturaleza de su actividad guerrillera. La mayoría de sus acciones, más que
operaciones militares, fueron ejemplos de propaganda armada. No hubo asaltos a
guarniciones militares y tampoco ejemplos de comandos Montoneros que provocaran
deliberadamente el enfrentamiento armado con el ejército o la policía. Los blancos
favoritos de los montoneros para la colocación de bombas fueron, en aquellos primeros
años, los símbolos del privilegio oligárquico, tales como el jockey Club, las instalaciones
de campos de golf y clubes de campo, guarderías de lanchas, etc. Al no matar soldados y
atacar muy pocos policías, no dieron ocasión a sus enemigos de presentarlos con éxito, a
través de os medios de comunicación como “sanguinarios terroristas”. La disuasión de los
inversores extranjeros en Argentina se llevó a cabo volando las casas de los directivos, pero
no dañando a estos, las propiedades y no las personas eran el blanco de la violencia
montonera. En conjunto, aún incluyendo las operaciones conjuntas, no pueden atribuirse
más de una docena de muertes durante aquellos años del régimen militar. Al parecer habían
aprendido lecciones sobre la naturaleza contraproducente del terrorismo respecto a la
muerte de personas y policías.
Todos los desafíos que venía sufriendo el régimen, acompañados de las huelgas,
convencieron a Lanusse de la necesidad de buscar una salida y restaurar la democracia
“para quitar todo argumento a la subversión”. Cuando los 7 años de régimen militar estaban
llegando a su fin los Montoneros poseían una capacidad de movilización de decenas de
millares de personas, pero su verdadera fuerza organizativa quedó muy reducida en las
bases y los sindicatos. La falta de apoyo de estos últimos había sido el talón de Aquiles
desde los 70, cuando a CGT condenó el secuestro de Aramburu calificándolo de inspirado
desde el extranjero. El hecho de que sus actividades sólo hubieran estado ligadas
tangencialmente a las luchas obreras no les ayudó a superar la línea divisoria entre guerrilla
y sindicatos: una línea impuesta por las exigencias de seguridad de los rebeldes, basadas en
el anonimato y el aislamiento, y además una línea divisoria de clases que separaba ante
todo a los luchadores de la clase media de una clase obrera generalmente reformista. Sólo al
volverse hacia la campaña política a fines de 1972, salieron realmente los Montoneros de su
cuarentena social, pero su repudio cte a los líderes sindicales ayudó a dejar fuera de su
influencia a un gran número de trabajadores. Perón percibió con claridad que sus
“formaciones especiales” aún cuando acosaban al régimen eran incapaces de organizar el
apoyo de las masas de modo que la restauración peronista condijera al establecimiento de la
patria socialista que preconizaban. Cuando hubo servido a los propósitos de Perón, la
“juventud maravillosa” fue vilipendiada por su líder al llamar infiltrados y mercenarios a
sus componentes.