Sie sind auf Seite 1von 15

Wolfgang Giegerich

El error básico de la psicología de la oposición entre “individual” y


“colectivo”: reflexiones sobre el Magnum Opus del Alma hoy
(Publicado en Harvest: Journal for Jungian Studies, 1996. V. 42 nº 2, pp. 7-27)

Traducción de Enrique Eskenazi


Agradezco al autor su amable permiso para traducir y publicar este artículo

Volver

Wolfgang Giegerich es un destacado psicólogo analítico cuya obra ha sido considerada por David L.
Miller como un avance radical en el pensamiento junguiano, más aún, como "pensamiento junguiano
de tercera ola", comparando la obra de Giegerich con la de Jung mismo y con la "segunda ola", la
psicología arquetipal asociada con James Hillman.

No todo lo doloroso es verdad. Pero con frecuencia la verdad es dolorosa. Considero que la
tarea de la psicología, del psicoanálisis, es tratar de producir y decir la verdad. Por supuesto,
no sé si lo que escribiré aquí será de hecho la verdad; no soy yo quien deba decidirlo. Pero al
menos sé que será doloroso.

Permitidme que comience con el lema de esta serie de lecciones, “La salvación de la propia
alma consiste en la salvación del mundo”. Como autor de esta afirmación, podría tener
derecho a someterla a una reflexión autocrítica. Y debo someterla a una reflexión crítica a
fin de disipar desde el comienzo un posible malentendido respecto a mi posición básica, y
una posible expectativa que la cita podría haber despertado respecto a la línea general de
pensamiento de la siguiente exposición. Escuchando hoy esa frase, no estoy contento con la
palabra “salvación” y la preocupación que ella expresa. Ciertamente, a pesar de los nuevos y
estimulantes desarrollos en las ciencias y la tecnología, hay suficientes cosas en el mundo
que provocan en nosotros un deseo de salvación del mundo: terrorismo, hambruna de
millones, brutal injusticia social y represión política en muchas partes del mundo, guerras,
millones de refugiados, desempleo, epidemias, la imbecilidad de gran parte del espectáculo
televisivo, para mencionar sólo unas pocas vejaciones insoportables. Sin embargo, tal como
lo veo hay dos problemas con la intención de salvación. Primero, la idea es grandiosa,¿no es
hybris ya el hecho de jugar con la imaginaria de idea de salvar el mundo? ¿Quiénes somos
para esperar ser capaces de contribuir de alguna manera a la salvación de algo, y nada
menos que el mundo? Salvación, sotéria, liberación, es un programa de un tipo demasiado
grandioso, un programa adecuado exclusivamente para un sotér, un Salvador.

En segundo lugar, me parece que el proyecto de salvación contradice también el impulso


mismo del psicoanálisis. Una de las pacientes de Jung tuvo el sueño siguiente. Se le decía
que descendiera en un foso lleno de material caliente y que se sumergiera en él. Obedeció,
dejando tan sólo un hombro fuera del foso. Entonces Jung vino y la empujó del todo en el
material caliente diciendo: “no fuera, sino a través”. Aniela Jaffé nos cuenta que cuando
Jung relataba este sueño en un seminario, lo hacía con evidente placer (1). Este es un
ejemplo simple y claro del impulso de la psicología profunda. El instinto psicológico ante
una dificultad, una patología, un síntoma, en tanto es un instinto verdaderamente
psicológico, no consiste en salirse de ello, ni en desear "corregirlo". El anhelo del alma es
que la consciencia entre cada vez más profundamente en el problema, hasta el corazón
mismo del asunto, no por un masoquismo enfermizo, sino para preservar la visión alquímica
de que, para comenzar, la confusión en que nos hallamos es la materia prima a la que están
dedicados el eros psicológico y toda la Obra. En este sentido, incluso podría decirse que ni el
mundo ni nosotros debiera salvarse de la dificultad; al contrario, es el problema o la
patología misma lo que debe salvarse o liberarse, en el sentido de la exigencia platónica de
“sozein tà phainómena”, "salvar el fenómeno".

El sueño de la paciente de Jung muestra que la primera obligación del analista es con el
opus, y no con los deseos de la persona empírica. Vemos que la inclinación del soñante en
tanto que persona empírica o ego-personalidad es salirse del foso. Pero en este sueño Jung
no le tiende una mano auxiliar. La idea implícita de psicoterapia que subyace tanto a este
sueño como al deleite de Jung con él, es que la psicoterapia no es una profesión de ayuda en
el sentido usual de la palabra. Su propósito no es corregir, curar, mejorar, ya sea el mundo o
la gente individual. Tales intenciones son deseos subjetivos que surgen de nosotros como
ego personalidades. Por supuesto, no hay nada malo con tales objetivos. Son muy naturales
y muy humanos. Y con frecuencia la psicoterapia tiene de hecho un efecto curativo. Pero
como ya el mismo Freud advirtió, el efecto curativo es un mero producto colateral (si bien
deseable) del trabajo analítico, no su objetivo inmediato. El objetivo inmediato de la
psicoterapia es el “análisis”, esto es, obtener conocimiento, hacer justicia a los fenómenos
psicológicos penetrando en su núcleo más profundo y comprendiéndolos. Así, aunque los
deseos de curarnos, de liberarnos de los síntomas, de mejorar y de crecer son intereses
legítimos, no son las metas dadas para el proyecto llamado psicología o psicoterapia. Si,
como dice el título de un libro, hemos tenido cien años de psicoterapia y el mundo va peor,
¿acaso había que esperar que fuera mejor? Y lo más importante, ¿sería tal expectativa una
expectativa psicológica? No. La psicología no tiene que ver con mejorar el mundo, ni con la
esperanza o con la desesperación. Tiene un trabajo que hacer. Este es su compromiso. Aquél
que desee entrar en el campo de la psicología debe por ello cruzar un umbral, el umbral que
separa nuestros sentimientos, necesidades y deseos de la intencionalidad “objetiva” propia
de la psicología.

De hecho, mi crítica de la palabra “salvación” en mi frase de hace varios años no implica un


cambio de parecer por mi parte. Pues no había hablado entonces con mi propia lengua. Más
bien, había tomado una afirmación de Jung e intentado examinarla en sus propios términos,
y no lo en los míos. Y el título bajo el cual se anunciaba mi lección, “La salvación del
Mundo” tampoco provenía de mí. Se debía al editor. En la frase mencionada, Jung había
dicho (OC 10:536) que la salvación del mundo consiste en la salvación de la propia alma. De
modo que en este caso era Jung quien puso en juego la fantasía de la salvación. Todo lo que
intenté hacer fue poner a prueba la versión de Jung de la relación entre la salvación del
mundo y la de la propia alma. Y el resultado de esta prueba no fue una simple inversión del
dicho de Jung. Mi respuesta a ello fue más compleja. Sugerí que la frase de Jung sólo podía
volverse verdadera si se la reformulaba de la siguiente manera: “la salvación del mundo
consiste en la salvación de la propia alma sólo en la medida en que la salvación de la propia
alma consista en la salvación del mundo”. En otras palabras, puesto que estamos operando
dentro de una fantasía de salvación, ni la salvación del mundo ni la de la propia alma
pueden pretender prioridad. Intenté expresar la dialéctica que gobierna la relación entre la
propia alma y el mundo.

Y con esta palabra clave, dialéctica, así como con mis comentarios de arriba sobre la
diferencia entre la intencionalidad “subjetiva” en nosotros la gente y la intencionalidad
“objetiva” del proyecto llamado psicología, les he dado una primera indicación de mi
posición intelectual y de por qué creo que la simple oposición entre “individual” y “colectivo”
es el error básico de la psicología. Hay un punto más que debiera mencionarse a fin de que
tengáis una idea de dónde ubicarme. Mi obra como psicólogo está inspirada principalmente
por un doble compromiso. Por lo que toca a la tradición, me siento comprometido con Jung,
y sistemáticamente me siento comprometido con la tarea de dar una respuesta, mi
respuesta, a la vida, a nuestra situación, a nuestra realidad. No hay conflicto real entre estos
dos compromisos. Esto es así porque, tal como lo veo, el mismo Jung se sintió
comprometido con la misma tarea de dar su respuesta a la vida y a la realidad tal como
estaban condicionadas en el siglo XX. Toda su obra fue el resultado de su lucha con la
problemática, de hecho con la dificultad que la situación moderna había traído para el alma.
Si bien no hay conflicto real entre mis dos compromisos, hay una tensión dentro del primer
compromiso, dentro de mi sentirme comprometido con y por Jung. La tensión es entre la
letra de su obra escrita por un lado, y la visión que impulsa su idea desde atrás por el otro.
Podría decirse que es la tensión entre la obra manifiesta y el opus magnum latente, entre
doctrina escrita y proyecto viviente. Puedo caracterizar mi relación con Jung diciendo que
intento medir la obra contrapuesta al opus, o la doctrina contrapuesta a la visión y, donde
sea necesario, defender la intencionalidad de la visión contra las limitaciones de algunas de
las formulaciones. De este modo creo que pueden ir juntas una profunda gratitud y fidelidad
a Jung y una mayor libertad respecto a cualquiera de sus convicciones particulares.

No requiere más discusión concordar en que Jung, cuando hablaba del proceso de
individuación, no intentaba proponer un individualismo unilateral. Aún cuando el telos de
la individuación es el desarrollo del Self (Sí Mismo), el Self junguiano no debe verse
solipsísticamente, ni puesto en contraposición con la humanidad, o con el mundo a gran
escala. “Este self, empero, es el mundo”, dijo Jung en una ocasión (OC 9/1:46). Respecto a
los arquetipos, afirmó que se comportan como si pertenecieran tanto a la sociedad como al
individuo (OC 10:66o) Y sólo tenemos que recordar que con su teoría de la sincronicidad
Jung dio expresión a su visión de una posible unificación de psicología y física, para darnos
cuenta de que su pensamiento intentaba, y podía, abarcar ambos a la vez, el individuo y el
mundo como lo colectivo, así como el individuo y el mundo como naturaleza o cosmos.

Fuera porque los junguianos posteriores no fueron capaces de captar plenamente esta
noción abarcadora de Self e individuación o que la concepción de Jung no les resultó
plenamente convincente o, tercera posibilidad, que el modo en que se habían desarrollado la
teoría y la práctica junguiana no apoyaba de hecho este sentido abarcador -en cualquier
caso, aproximadamente durante la última década ha habido un número de voces dentro del
campo junguiano expresando la necesidad de desplazar el acento de la individuación hacia
el mundo. James Hillman intencionadamente tituló una de sus conferencias “Del espejo a la
ventana”. La psicoterapia tal como había evolucionado se ve bajo la imagen del espejo
porque ocurre en el temenos, o la vasija cerrada, de la sala de consulta y trabaja
predominantemente por medio de la autorreflexión. Hillman quería romper el espejo que
devolvía la mirada del individuo a sí mismo, a lo que ocurre dentro de uno mismo, y abrir la
ventana de la sala de consulta para permitirnos percibir lo que ocurre en el mundo real a
nuestro alrededor, el mundo con su belleza así como sus deformidades, y tratar nuevamente
de animar este mundo. Así le dio un alcance mucho mayor a la psicoterapia. Por un lado,
debía atender directamente a tales realidades próximas como el transporte público, la
política de la comunidad, la moda, la arquitectura con la que nos rodeamos y vivimos, y por
el otro lado, la psicología se dirigía a la idea en gran escala de un anima mundi, el alma del
mundo. Al preservar el concepto de anima mundi se exigía un retorno a la idea de cosmos,
como opuesta a la idea abstracta del universo de las ciencias modernas; en otras palabras,
se le daba a la psicología la tarea de trabajar por el desarrollo de una nueva cosmología.

Las ideas que he bosquejado brevemente, demasiado brevemente, hablan inmediatamente


al alma: cosmos, anima mundi, animar el mundo. Sencillamente se sienten bien. Evocan
profundas anhelos y contienen una preciosa promesa. El único problema con ellas, creo, es
que son psicológicamente anacrónicas o atávicas, tan regresivas como la idea del Concilio
Mundial de las Iglesias de hace unos años de Salvaguardar la Creación. Y es por esto por lo
que incluso se apartan las necesidades psicológicas reales de hoy y se nos tienta a alejarnos
de la situación real del alma. ¿Puede una conciencia que ha pasado por el proceso de
cristianización regresar a una idea del mundo, la tierra, la naturaleza como un sitio del alma,
un sitio de significación teológica o metafísica? El propósito mismo del cristianismo es
vencer este mundo, y el anhelo más profundo del alma cristiana es la de un mundo nuevo. El
Cristianismo ha sido verdaderamente un acontecimiento incisivo en la historia del alma
occidental. Con él, el velo del templo fue rasgado “de arriba abajo; y la tierra tembló y las
rocas se desgarraron” (Mateo 27:51). Esto implica una revolución de la conciencia. Más que
una revolución de la conciencia, ha ocurrido un cambio real, un corte real. No hay camino
de regreso, así como hay camino de regreso detrás de la pubertad hacia la inocencia de la
infancia, o detrás de la Reforma y la Revolución Francesa hacia un marco mental
verdaderamente medieval. Por supuesto, siempre podemos repudiar lo que ha ocurrido,
negar su realidad. Podemos fingir que lo que ocurrió no fue de hecho un acontecimiento
psicológico tan real como un terremoto, sino tan sólo una falsa opinión o un sistema de
creencias engañoso por nuestra parte, una visión humana equivocada de las cosas, nuestra
falta de respeto por el planeta Tierra. Las falsas opiniones o actitudes pueden corregirse más
o menos a voluntad.

Pero tales argumentos son excusas. Mediante ellos podemos, ciertamente, jugar a la “Edad
Media” o incluso al “paganismo” de un modo semejante a cómo los veteranos de guerra
vuelven a jugar las batallas de la Guerra Mundial. Esto siempre es posible, pero más que un
pasatiempo es una huida.

Hace 2000 años se dijo que había llegado la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén
adoraréis al Padre (Juan 4:21). El mundo en tanto que mundo natural ya no contiene más
nada sagrado. Podemos deplorar esto, pero ello no cambia la situación psicológica. Cuando
en el año 724 Bonifacio rompió el Roble Sagrado de los Teutones, nos presentó una imagen
que muestra objetivamente que la transición del paganismo al cristianismo es un
acontecimiento literalmente incisivo, sin vuelta atrás.

En un pasaje de Chaucer, de “El cuento de la comadre de Bath” (2) se hace claro que esta
transición no fue meramente un cambio mental de actitud y de creencia, sino una
revolución completa real e irrevocablemente, que cambió el estatus de la naturaleza.

En los viejos tiempos del rey Arturo,


cuya fama todavía pervive entre los naturales de Gran Bretaña,
todo el reino andaba lleno de grupos de hadas.
La reina de los Elfos y su alegre cortejo
danzaba frecuentemente por los prados verdes.
Según he leído, ésta es la vieja creencia;
hablo de hace muchos centenares de años;
pero ahora ya no se ven hadas,
pues actualmente las oraciones
y la rebosante caridad cristiana
de los buenos frailes llenan todos los rincones
y recovecos del país como las motas de polvo
centellean en un rayo de sol,
bendiciendo salones, aposentos, cocinas y dormitorios;
ciudades, burgos, castillos, torres y pueblos;
graneros, alquerías y establos;
esto ha ocasionado la desaparición de las hadas.
En los lugares que frecuentaban los elfos,
ahora andan los frailes mañana y tarde,
musitando sus maitines y santos oficios
mientras rondan por el distrito.
Por lo que, actualmente, las mujeres
pueden pasear tranquilamente
junto a arbustos y árboles;
un fraile es al único sátiro que encuentran,
y todo lo que éste hace es quitarles la honra.

Aunque escrito en una vena cómica, este texto debe considerarse sin embargo como un
documento que refleja la experiencia efectiva de un cambio histórico revolucionario, que
tomó lugar afectando el estatus lógico de la naturaleza o, como también podemos decir, a la
naturaleza de la naturaleza. Hay un claro sentimiento de pérdida fundamental. Lo que se ha
perdido (e irrevocablemente perdido) es el mundo natural como lleno de alma, como
animado, como habitado por todo tipo de hadas, espíritus, gnomos y pequeñas gentes. Ya no
podemos encontrarnos estos espíritus en la naturaleza. La naturaleza ya no es un lugar
investido con un significado autónomo y que aparezca de un modo personificado, en figuras
reales. Ya no habla. El de Chaucer es sólo uno de los muchos testimonios de este cambio
fundamental, así como hay incontables informes de los pueblos precristianos y de pueblos
poco afectados en su profundidad por la revolución cristiana, que se han encontrado
realmente elfos y hadas, espíritus y muertos en la naturaleza. El fragmento de Chaucer
atribuye este cambio a la influencia del cristianismo, que en efecto había cambiado
fundamentalmente la constitución del estatus lógico del mundo. Había privado a la gente de
la posibilidad de experimentar la naturaleza del modo en que se la había experimentado en
tiempos paganos, no volviéndolos ciegos, empero, sino vaciando metafísicamente la misma
naturaleza.

Después de este cambio no veo cómo se puede aún albergar seriamente la idea de un anima
mundi. Esta idea es una verdad arquetipal, sin duda. Pero es una verdad que tiene su lugar
legítimo en las culturas antiguas. Es parte de la psicología histórica. En nuestro mundo es
sólo una ilusión, una expresión de nostalgia. Me temo que para la psicología no tiene más
que el estatus lógico que tienen las telenovelas para las masas -y uso una comparación
provocativa. Podría ser que la tarea psicológica que llamamos el magnum opus
permanezca igual a través de las eras. Pero lo que obviamente no permanece igual es el nivel
en que se plantea la tarea para nosotros. El cristianismo catapultó la psique hacia un nivel
muy diferente, y es en ese nivel en el cual actualmente está la psique donde tenemos que
afrontar nuestro magnum opus. Hoy la psique ya no está en el nivel de la antigüedad y de
la psicología pagana.

Por supuesto, no debiéramos conectar ningún juicio de valor con esta observación. Si este
cambio es bueno o malo es irrelevante, en tanto que es real. Ocurrió, y así la situación ha
cambiado totalmente.

De modo que pareciera psicológicamente equivocado tratar de re-animar directamente el


mundo, así como así, o esperar experimentar de nuevo la naturaleza como divina. Sería una
nueva representación nostálgica de una situación psicológica histórica. No puedo ver cómo
podríamos aspirar a una nueva cosmología, una nueva re-mitologización de la naturaleza. Y
tampoco necesitamos una nueva mitología o una psicología de la naturaleza. ¿Por qué?
Porque ya tenemos nuestra psicología de la naturaleza. Nuestra real y legítima psicología de
la naturaleza se llama física, un término que aquí incluye todas las ciencias naturales, así
como nuestra psicoterapia real de la naturaleza o del mundo se llama tecnología. El trabajo
psicológico que la tiene física en tanto psicología moderna de la naturaleza es demostrar que
no hay nada divino en la naturaleza, no hay elfos, ninfas o espíritus. La naturaleza no es sino
una especie de máquina, un sistema de leyes formales abstractas. Esta es la verdad del alma
cristiana respecto a la naturaleza. Por lo tanto jugar al cosmos animado en contra del
universo abstracto de la física no ayuda al alma; contribuye a la escisión neurótica, que
prevalece en nuestra situación moderna. Poner la psicología y la psicoterapia en contra de la
física y la tecnología, tan solo porque la física y la tecnología no satisfacen nuestras antiguas
ideas de lo que tiene alma y lo que no, ideas desarrolladas anteriormente, cuando la psique
estaba aún en un nivel muy diferente, es un acto de escisión. El alma ha emigrado del
cosmos y se ha mudado al universo. Y, según parece, no lo ha hecho sólo como una broma o
por error. Por lo que respecta al mundo natural, toda la pasión del alma parece ir hacia la
física y la tecnología. Aquí es donde está la verdadera acción. Y parecería un grave error
psicológico denegar el predicado de psicológico o animado (soulful) a aquello que está
movido por tanta pasión del alma.

Por supuesto, no deseo sugerir que el mundo tal como nos lo presenta la física es emotivo y
animado en el mismo viejo sentido de la palabra, y no pretendo que aspiremos a descubrir
este viejo tipo de animación en la física, porque estoy de acuerdo en que no puede
encontrarse allí. Esta es la cuestión misma: que el significado mismo de alma y de
emocionante ha cambiado. El alma ya no está donde estaba una vez. Y por doloroso que sea,
nuestra trabajo es seguir sometiendo a juicio nuestro pensamiento y adquirir una nueva
definición de lo que es animado, y reconocer la física y la tecnología como partes
inalienables de nuestro trabajo en el alma. Esto exigiría que nuestra conciencia se someta a
una revolución con respecto a sus categorías y que aprendamos a ver el alma donde menos
lo esperamos, y hasta ahora hemos detestado verla. ¿De qué otro modo podría vencerse la
escisión neurótica? ¿De qué otro modo podría restituirse lo que por tanto tiempo ha sido
mantenido separado del alma? Pero nos aferramos a la vieja idea de animación, y por tanto
negamos necesariamente la visión de la física de la naturaleza como expresión legítima del
trabajo del alma hoy, insistiendo en cambio en una nueva cosmología, una nueva
concepción de la naturaleza en términos del anima mundi. Y con ello hacemos más
profunda la escisión y repudiamos una parte esencial del magnum opus de hoy.

En mi visión el camino hacia el anima mundi está cerrado. La naturaleza está “acabada”, al
menos en cualquier sentido psicológico, teológico o metafísico, y que esté “acabada” es el
sentido mismo del mensaje que nuestra psicología de la naturaleza, la física, tiene para
nosotros. En la medida en que el intento de re-mitologizar y re-animar la naturaleza fue un
distanciamiento del acento que puso Jung en la individuación, ¿regreso ahora con mi crítica
del alma del mundo simplemente a la misma psicología de la individuación que los colegas
junguianos preocupados por el mundo intentaron abandonar? Me temo que la idea del
proceso de individuación, si se la examina críticamente, pertenece tanto a la psicología
histórica como la psicología del anima mundi. Hoy la vida real de la psique no está en el
proceso de individuación. Está en otra parte. El estatus lógico de la individuación es que
está psico-lógicamente obsoleta, es verdaderamente ya cosa del pasado. Esto no significa
que el proceso de individuación no exista o no ocurra más. Sólo significa que, incluso
cuando y donde ocurre, junto con la experiencia profundamente satisfactoria del significado,
ocurre sólo desconectado, separado de lo que psicológicamente está de verdad aconteciendo
en nuestra era, y suspendido dentro de esa burbuja autocontenida que llamamos nuestra
psicología personal.

La individuación ha perdido su raison d'être metafísica del mismo modo que aquel viejo jefe
africano al que Jung una vez le preguntó por sus sueños. El jefe respondió con lágrimas en
sus ojos que en los antiguos tiempos los jefes solían tener sueños, y así sabían si habría
guerra o enfermedad, si vendrían las lluvias y adónde debían conducirse los rebaños.
Todavía su abuelo tenía sueños. Pero desde que el hombre blanco había llegado a África, ya
nadie tenía sueños, informa Jung en sus Memorias. ¡Tampoco se necesitaban ya los sueños,
porque ahora los ingleses lo sabían todo! Jung añadió a modo de comentarios que el
chamán que anteriormente conversaba con los dioses o los hados y aconsejaba a su pueblo
había perdido su raison d'être. La autoridad del chamán había sido reemplazada por la del
Comisario del Distrito. Jung decía que este hombre no era una personalidad impactante en
ningún sentido, sino un viejo llorón. Sin embargo, o acaso por esa misma razón, era una
representación visual impresionante del colapso, que se expandía subterráneamente, de un
mundo obsoleto y definitivamente irrevocable.

Hasta ahora he proclamado que la individuación está “acabada” por lo que respecta a su
raison d'être psicológica o metafísica más profunda, como tambén el intento de retornar al
anima mundi. Ahora debo mostrar que en verdad la individuación es obsoleta.

Lo que estamos presenciando actualmente en nuestro mundo es una gigantesca revolución


que hace que la revolución industrial parezca inofensiva. En la economía está ocurriendo un
proceso radical y extremadamente poderoso de reestructuración, recorte, racionalización. Es
un proceso que vuelve redundante a miles o millones de empleados y asigna los restantes al
estatus lógico de una masa colectiva maniobrable. Paralela a la producción "a tiempo justo”
hay una tendencia al empleo "por el tiempo justo” (“MacJob”). En Alemania suele aludirse a
la gente con contratos temporales como “Durchlaufmaterial”, lo cual podría traducirse
como “material de tránsito”. El término es una alusión al “Durchlauferhitzer”, el calentador
de agua corriente, sugiriendo que, por lo que respecta a su estatus en la industria, se los
considera como una substancia tan amorfa y continuamente reemplazable como el agua, y
ya no como seres humanos diversos, cada uno con su identidad individual y su dignidad
personal.

Este proceso no es la fechoría de administradores individuales. No es culpa de nadie. Es un


desarrollo que nos engulle con necesidad compulsiva, y tiene que ser comparado más con
una fuerza elemental de la naturaleza que con un acto humano deliberado.

Por supuesto, se podría decir que la gente siempre ha sido una masa maniobrable. Basta con
pensar con el estatuto de trabajo de los señores feudales, o los esclavos de la antigüedad o
las masas que fueron obligadas a construir las pirámides egipcias. Pero los esclavos o los
siervos no eran gente real en nuestro sentido. No tenían su libertad y su dignidad
“metafísica” en sí mismos; el Faraón, el rey, o su señor incorporaban más o menos
exclusivamente y llevaban su dignidad (majestad) y libertad en lugar de ellos. De modo que
la esclavitud no le ocurría realmente al individuo, al núcleo “metafísico” de los humanos.
Sólo golpeaba a aquellos humanos que en esta forma de sociedad representaban lo que era
meramente “empírico” o “accidental” respecto a la existencia humana. Pero el proceso que
hoy da a la gente el estatus de nada más que una masa maniobrable, le ocurre precisamente
a gente que está definida como teniendo su “majestad”, que llamamos dignidad humana, en
sí mismos, como un derecho humano constitucional. Esto es lo que hoy da a este proceso
una significación lógica, no meramente empírica, en tanto que alcanza al individuo
“metafísico”.

Hablando empíricamente, este proceso afecta sólo a gente individual, aún cuando puedan
contarse por millones. Pero psicológicamente o lógicamente ha de verse como expresión
simbólica y como visualización concreta de un cambio fundamental mucho más profundo y
de otro modo invisible en el estatus de los humanos como tales. Arriba me he referido a esta
proceso como una gigantesca revolución. Ahora, cuando es cuestión de comprender su
significado, puedo ser más específico y decir que es una revolución copernicana. Así como
en astronomía Copérnico destronó a la tierra de su posición hereditaria como centro del
cosmos y la volvió un mero satélite del sol, así hoy el ser humano está destronado. No sólo la
gente individual se vuelve redundante. Esto es sólo la verdad literal. La verdad psicológica es
que este fenómeno empírico cuenta algo acerca del hecho de que nosotros los humanos
somos vueltos metafísicamente redundantes. La relación entre el proceso de producción y el
ser humano se ha invertido. El factor humano está deviniendo secundario. Idealmente, la
industria quisiera poder prescindir completamente de los humanos, dejando que los
servicios de bienestar asumieran responsabilidad por ellos, y trabajar sólo con robots y con
procesos totalmente automatizados. Desgraciadamente, en la realidad empírica esto no es
posible. La gente todavía es necesaria para diseñar y programar los robots. Pero esta
necesidad empírica de humanos es sólo un tributo a las circunstancias, no una expresión de
la verdad de la era. En verdad, o psicológicamente, el ser humano ya ha perdido su raison
d'être; del mismo modo que el jefe africano de Jung. La economía ya no está allí para el
bienestar de los humanos, sino que los humanos están allí para el bienestar del proceso de
producción, y sólo cuentan hasta el punto en que son necesarios para el avance de la
producción. Se espera de la gente que se acomoden a lo que el proceso de producción exige;
tienen que desplegar el grado más alto de movilidad y de rapidez de re-entrenamiento para
nuevos empleos. De este modo se pone en evidencia que, de ahora en adelante, los
humanos, como masa maniobrable o como material de tránsito, tienen que subordinarse a
las necesidades objetivas del proceso de producción, que es la única cosa que realmente
tiene una raison d'être, porque está autorizada por el supremo valor de hoy, al que a su vez
se subordina: el del máximo beneficio en el contexto de una competencia global. Al igual
que el faraón en el antiguo Egipto, el máximo beneficio es el sol alrededor del cual hoy
hemos sido asignados para girar nosotros los humanos, y de ningún modo a causa de la
codicia personal de aquellos que se benefician de este beneficio, sino porque la revolución
copernicana ha redefinido el rol de los humanos como meros satélites. Y este sol es, así
como para Platón, to agathon, el mayor bien, el summun bonum. Es el único valor exclusivo
que hoy prevalece; no tiene otros valores, otros soles, delante o detrás suyo. Es un fin, qué
va, es el fin en sí mismo. Es nuestro verdadero Dios, nuestro verdadero Yo (Self). Esta
revolución copernicana no es sangrienta, pero lo que está ocurriendo por su causa es
terrorífico. Su violencia es lógica o psicológica, incluso podríamos decir metafísica.
Comparada con ella, las revoluciones francesa y rusa son como tomar el té.

En un contexto tal, donde la meta del proceso en el que nos encontramos consiste
objetivamente en volver redundante, metafísicamente o lógicamente, al ser humano y la
identidad individual como tal, no hay lugar para el proceso de individuación. Continuar
defendiéndolo es el movimiento equivocado. Pierde de vista el sentido. El proceso de
individuación está totalmente desconectado de lo que realmente está ocurriendo. El
magnum opus del alma hoy no es la individuación, sino la globalización. Y globalización
significa la eliminación de la identidad personal como algo de propio derecho y el
sometimiento lógico de todo lo individual a la única gran meta abstracta del máximo
beneficio: la ganancia debe aumentar, pero yo debo decrecer. El proceso de máximo
beneficio (junto con la necesidad de que tanto compañías como individuos se erijan en
competencia global) provoca la sujeción de todo en la vida, y en verdad del Ser, bajo la
lógica del dinero.

Aquí se vuelve necesario recordarles que con estas afirmaciones no estoy dando mi
programa. No estoy describiendo lo que pienso que sería bueno y correcto y deseable y
debiera hacerse. Meramente intento formular el programa o la lógica inherente en el
poderoso movimiento “autónomo” del alma.

Pero este es un punto donde tienden a despertarse violentas objeciones en nosotros,


objeciones que se aplican también a mi afirmación de arriba de que la naturaleza y el anima
mundi están “acabadas” psicológicamente o lógicamente. Las principales objeciones son
dos. La primera se basa en el testimonio de nuestra experiencia y sentimiento personal. Con
mucha frecuencia nuestros sentimientos personales contradicen mi análisis. Se refieren a
nuestros sueños, a nuestra experiencia interior tal como podría ocurrir en un proceso
analítico profundo o a los sentimientos que la naturaleza despierta en nosotros. Podríamos
haber experimentado a un proceso de individuación profundamente significativo. En la
naturaleza podríamos haber sentido una presencia divina. Ambos tipos de experiencia
podrían haber venido con un sentimiento innegable de realidad y convicción que no es
invalidado por ningún argumento racional.

La segunda objeción es de una naturaleza más teórica. Opera mediante la distinción entre
interior y exterior, proceso individual y vida colectiva, una distinción que viene con una
valoración. La psicología tiende a tomar partido por la vida personal interior, y no tomar en
cuenta o despreciar el desarrollo social y económico objetivo. Se supone que toda la
importancia psicológica permanece en nuestra experiencia interior arquetipal, nuestros
sueños, lo imaginal, mientras que lo que ocurre en el mundo a gran escala se considera parte
de la consciencia colectiva, lo que implica que es de una naturaleza psicológicamente más
superficial y por ello de menos peso y sentido. Desde este punto de vista uno puede
concordar en que hay obviamente el proceso de globalización que he descrito, pero negar
llanamente que este proceso es la forma de hoy del magnum opus. Por el contrario, se vería
en él un tipo de defensa contra el verdadero magnum opus del proceso de individuación, al
estar unilateralmente atrapado por intereses materialistas, meramente externos y del ego,
desprovistos de cualquier significado profundo para el alma. Pero estas objeciones, por
poderosas que sean, debe ser vistas a través como trampas psicológicamente peligrosas.
¿Por qué es así?

Primero consideraré la segunda objeción. La oposición de la propia vida interior y la


consciencia colectiva, tal como se la entiende y usa generalmente, contiene una
equivocación, o es la contaminación de dos oposiciones diferentes que debieran mantenerse
separadas. Una oposición es fenomenológica y positiva (positivista). Para ella hay dos tipos
de experiencia o dos reinos de experiencia. Por una lado están nuestros sueños,
sentimientos y visiones, que aún cuando son arquetipales en naturaleza, sin embargo son
estrictamente individuales y personales. Ciertamente, puedo compartirlos con los demás,
pero también tengo que compartirlos si quiero que los demás los conozcan, porque sólo
pueden aprender de mí lo que experimento en mis sueños. Por el otro lado, hay aquellos
procesos que son públicamente visibles, conocimiento común. De modo que esta oposición
distingue de manera muy directa dos reinos de experiencia, de acuerdo a la fuente de
conocimiento o al sitio de la experiencia.

La segunda oposición es de sentimiento o valoración. Como tal, no es positiva (positivista).


Requiere una cierta sensibilidad. Los fenómenos se distinguen respecto a si se sienten como
teniendo una significación más profunda, más emocional, plenos de sentido, y como parte
de los verdaderos misterios del alma -o si parecen ser más superficiales y tener que ver con
intereses prácticos cotidianos, con la propia orientación y supervivencia en la realidad
práctica, con lo humano-demasiado-humano. Aquí el magnum opus del alma tiene que
distinguirse de los esfuerzos comunes al servicio de las necesidades y deseos de nuestro ego.
Otra formulación para esa diferencia es la distinción entre la cualidad arquetipal y
numinosa de las experiencias en oposición a la cualidad común, racional, empírica, profana
de los fenómenos de la vida. Esta oposición atribuye a los fenómenos un estatus lógico
diferente, según su valor de sentimiento o su significación para el alma. Acontecimientos
políticos de suma importancia pueden ser de poca significación para el alma, mientras que
acontecimientos profundamente arquetipales pueden ser poco llamativos y pasar
inadvertidos para el público.

En la psicología junguiana tradicional, la oposición positivista y objetiva de experiencias


exclusivamente accesibles a través del individuo en oposición con experiencias que
pertenecen al dominio público, se ha confundido con la oposición no positivista y no
objetiva de dos tipos de estatus o valores de sentimiento que asignamos o denegamos a las
experiencias. El status de un magnum opus, de un misterio arquetipal del alma, se
reservaba para la experiencia interior individual, y por el mismo parámetro se le denegaban
tales predicados a lo que ocurría en el mundo exterior del desarrollo social, económico y
político. Por definición, eso tenía que ser psicológicamente insignificante, cuando no
directamente desalmado.

Pero ¿es sostenible esta identificación a priori de lo numinoso con la experiencia interior
del individuo? No lo es, porque positiviza una distinción que no puede positivizarse por
cuanto depende de nuestra apreciación original de sentimiento de cara a cada nuevo
fenómeno. No hay razón a priori por la que lo arquetipal, el magnum opus deba aparecer
en la privacidad de la sala de consulta o en alguna otra vasija alquímica, y por la cual no
podría tener lugar en el mundo ahí afuera, en lo que pertenece al dominio público. Aquí
quisiera introducir una frase acuñada por Goethe: “das offenbare Geheimnis”, “el misterio
evidente o llamativo”. Lo que Goethe tenía en mente no era un misterio o secreto que
hubiera sido revelado. Quería decir algo que, aún cuando es de conocimiento público,
permanece siendo un misterio. Acaso se podría decir que, precisamente porque está en las
candilejas, no se lo reconoce como un misterio; se vuelve la Piedra rechazada por los
constructores. El carácter de misterio se ve oscurecido porque el fenómeno es tan exotérico,
tan manifiesto. Lo exotérico es la mejor ocultación, el mejor escondite del misterio esotérico
del alma. Esto es análogo a la idea de Jung de que el ego, que pretendida y ficticiamente es
lo más conocido y lo mas evidente, es en realidad un insondable cuerpo oscuro (OC 14:129)

Efectivamente, hay buenas razones para creer que ha habido un cambio fundamental en la
historia del alma. He presentado dos historias que sugieren ésto: el pasaje de Chaucer y el
informe de Jung sobre el chamán africano. Este cambio no es sólo una ruptura radical, es
también una inversión. En el tiempo de los antepasados del chamán, el magnum opus
venía del interior. Ocurría mediante sueños, visiones, meditación. Era una situación en la
que, para darse cuenta de los misterios de alma, era conveniente algún tipo de reclusión,
irse al desierto, volverse un eremita, un monje. Pero ahora no sólo los africanos de hace
setenta años, sino también nosotros en el mundo Occidental, vivimos bajo la nueva regla del
Comisario del Distrito, que vuelve obsoleto e irrevocable el mundo del chamán y, como
sabemos, el Comisario del Distrito no guía sus decisiones por sueños, por meditación y otras
experiencias interiores. El cambio del chamán al Comisario del Distrito es un cambio del
lugar del alma, una inversión del origen de la inspiración, que ya no viene de dentro sino de
fuera. Ahora el verdadero magnum opus ocurre alrededor nuestro, en los tremendos
cambios públicos, en la globalización, la racionalización y la automatización que
experimentamos actualmente. Éste es el nuevo lugar del movimiento del alma, la forma
actual del misterio. Y es un misterio real, absoluto, porque generalmente no tenemos la
menor sospecha de que, apareciendo tan evidente y tan profanamente, podría ser un proceso
arquetipal altamente numinoso.

Aquí nuevamente entra en juego la primera objeción que mencioné más arriba.
Especialmente si seguimos la intuición de que la diferencia entre lo profundamente
significativo y lo psicológicamente superficial depende de nuestra apreciación de
sentimiento respecto a cada fenómeno, ¿no es acaso el proceso de individuación, con sus
experiencias imaginales profundamente conmovedoras, algo que inmediatamente adviene
con un sentido del más alto valor de alma y con profunda convicción, mientras que el
proceso de globalización se aúna con un sentimiento de falta de alma, de carencia de
sentido? Ciertamente es así. Pero también esto es una trampa. Porque no se trata en
absoluto de si nuestros sueños y experiencias imaginales advienen con convicción y rico
sentimiento o no. Por supuesto, las experiencias que son parte del proceso de individuación
son profundamente conmovedoras y satisfactorias. Hay un sentimiento de innegable
realidad. Pero lo que aquí nos interesa es la intuición sorprendente, exigente, de que todas
estas experiencias junto con los sentimientos intensos que evocan pertenecen al mundo del
chamán africano en nosotros, y que este mundo como un todo, es decir, junto con nuestros
sentimientos personales de su realidad y su satisfactorio sentido, se ha vuelto
implacablemente obsoleto por el advenimiento del Comisario del Distrito, un Comisario de
Distrito que, en nuestro caso, es el abrumador jalón hacia el máximo beneficio.

El narrador del pasaje de Chaucer y el chamán africano de Jung eran lo suficientemente


humildes y honestos para admitir lo obsoleto del mundo de elfos y sueños, a pesar de los
sentimientos de profunda apreciación y significado que este mundo les evocaba. Reconocían
que los elfos y los sueños, por significativos y satisfactorios que pudieran ser, ahora tenían el
estatus de nada más que “antigüedades psicológicas”, podríamos decir. Las antigüedades
están revestidas con mucho valor anímico. Pero, en tanto que antigüedades, se sabe que
pertenecen a un mundo que ha pasado irrevocablemente.

Nosotros no somos tan honestos y humildes. Todo lo que queremos ver con nuestros
sentimientos, es que las imágenes producidas por el proceso de individuación despiertan en
nosotros sentimientos personales profundamente satisfactorios de sentido y convicción.
Porque sentimos ésto, insistimos en que todavía debe ser verdad. Rehusamos plantear la
cuestión del estatus lógico actual en el que permanecen nuestras experiencias, junto con
todos los sentimientos que evocan. Rehusamos reconocer que el desarrollo real ha dado al
traste y da constantemente al traste con el significado de aquellas experiencias. El proceso
de individuación como un todo pertenece a la psicología histórica, arqueológica. Sus
imágenes no son irreales, pero representan la realidad del pasado, de lo que habiendo
estado una vez al frente de la vida, es ahora histórico en nosotros. Las imágenes no
representan la realidad del presente. Toda nuestra psicología personal, con todos nuestros
sentimientos de significado, es "historia hundida”, son las condiciones reales de vida de eras
anteriores, colapsadas o condensadas e interiorizadas. Al insistir porfiadamente en nuestros
sentimientos de profundo significado, evocados por la experiencia de individuación,
nosotros en tanto que gente moderna, estamos por así decirlo jugando a ser “chamanes
africanos” o “brujos” -sin admitir sin embargo que meramente estamos representando estos
papeles. En un sentido, somos como turistas que contemplan un espectáculo de danza tribal
o una sesión chamánica, y como estamos profundamente conmovidos por ello en nuestros
sentimientos personales, tomamos este sentimiento como marca de verdad, cerrando
nuestros ojos al hecho de que estamos presenciando una mera atracción turística.
Ciertamente, este espectáculo es la exhibición de una antigua verdad, pero esta exhibición
misma no tiene ya más el estatus de verdad .

Los sueños de los verdaderos chamanes de antaño trataban de dónde había que llevar los
rebaños, de si habría guerra o enfermedad, lluvia o sequía. Como lo dice Jung, “negociaban
con los Dioses” acerca del destino, el destino real (también político, económico) de todo su
pueblo. No hay nada comparable en el proceso de individuación de hoy. Generalmente los
sueños en los procesos de individuación de hoy, por arquetipales que puedan ser, son sin
embargo sólo de significado personal, privado, lo que muestra claramente que el significado
que indudablemente tienen es un significado suspendido, ocioso, similar al significado de
un entretenimiento (hobby) personal. Es un significado que está allí, pero ya no es más
verdadero, si por verdadero queremos decir un significado que también abarca y hace
justicia a lo que realmente está ocurriendo en nuestro mundo moderno.

Jung recuperó para nuestro tiempo la idea del magnum opus o la vida simbólica (acerca
de la cual habló en 1939). La recuperó mediante su estudio de los procesos históricos del
alma, tales como aquellos del mundo de la alquimia, y mediante su hallazgo de procesos
paralelos en el análisis personal de sus pacientes. Debido a este paralelismo formal, Jung
pensó que el desarrollo que ocurría en el interior de estos individuos modernos era el
mismo magnum opus. Pero creo que esto fue un error, un error referente al orden de
magnitud. La nueva visión de la realidad recuperada por Jung, llamada magnum opus, es
una idea preciosa, un descubrimiento inestimable. Debiéramos conservarlo -pero
debiéramos retirar el predicado “magnum opus” de la experiencia individual, a la que Jung
todavía lo asignaba. La experiencia individual del proceso de individuación hoy ya no
merece este título. Como parte de nuestra psicología estrictamente personal, aún puede ser
la Obra, el opus, más que tan sólo una actividad del ego, pero ciertamente no cualifica como
la Gran Obra. Es opus parvum, la “pequeña obra”. Es parte de nuestra psicología
personal, y por tanto de una psicología finalmente histórica. Como tal, tiene tanto su propia
dignidad e importancia, por cuanto que nuestra preocupación por el pasado, que llevamos
en nosotros, siempre es importante, pero su estatus es tal que ya no puede considerarse
“magnum”. El verdadero opus magnum de hoy tiene lugar en un campo enteramente
diferente, no en nosotros como individuos, sino en el campo de los asuntos del mundo, de la
competencia global, en el campo del Comisario del Distrito psicológico, que en nuestro caso,
como dijimos, es el jalón abrumador hacia el máximo beneficio. El individuo meramente
siente los efectos del opus magnum como los de un destino ciego, pero permanece
absolutamente desconcertado, desvalido y perplejo respecto a lo que le está ocurriendo y por
qué.

Podemos conseguir apoyo del mismo Jung para la crítica de la visión de la experiencia
individual como un magnum opus. Cuando Jung en sus Memorias explícitamente se
refiere a la obra Fausto como el opus magnum de Goethe y cuando ve su propia obra como
continuación de la obra sobre la problemática psicológica con la que lucharon Goethe en su
Fausto y Nietzsche en su Zaratustra, él mismo ve el magnum opus como una Obra no-
individual, no-personal. Obviamente, el drama de Goethe no es un informe sobre su proceso
de individuación personal. Se ocupa de una problemática del alma, que es la problemática
del alma occidental a gran escala (incluso en la visión de Jung). Lo mismo vale para el
Zaratustra de Nietzsche. Y por supuesto, el opus alquímico medieval, también fue un
proyecto decididamente cultural (Jung hubiera dicho “colectivo”), no uno personal, no uno
que enfoque sobre el desarrollo individual del alquimista, en tanto que esta persona
particular, aún cuando naturalmente en los tres casos (alquimia, Goethe, Nietzsche) la
persona a través de la cual la Obra se expresaba figura en el “coloreado” particular del
resultado.

La psicología es incapaz de ver el opus magnum de hoy, el opus del máximo beneficio,
como el opus magnum del alma de hoy (o más bien como una fase, la presente, de ese
opus en curso). La psicología siente que tiene que despreciarlo como un desarrollo
equivocado, tiene que negar su origen en el alma, negar que es la forma presente de la vida
simbólica del alma. ¿Por qué? Debido al error básico de la psicología, que es operar con (y
dentro de) la oposición de “individual” y “colectivo”. La poderosa dinámica de máximo
beneficio en el contexto de la competencia global, no es ni individual ni colectiva (un
término que, hablando estrictamente, no denota nada más que un tipo plural de
“individual”, en todo caso. Denota una “colección de individuos”). Esta dinámica no tiene
nada que ver con la gente, es de un orden completamente diferente. Es la lógica de nuestra
realidad, la lógica o la verdad en la cual estamos (sin tomar en cuenta si somos sólo las
aturdidas víctimas de este proceso o, como administradores en la industria o cosas
semejantes, somos participantes activos y contribuímos a ella) Por supuesto, “lógica” no en
el sentido de la Lógica formal abstracta. Lo que quiero decir es una lógica concreta, una
realidad, una dyamis: psico-lógica. Es el movimiento real del alma; es la vida del alma, que
es vida lógica (3)

Lo que he dicho acerca de la dinámica de la maximización de la ganancia tiene que


extenderse a los fenómenos psicológicos como tales, en tanto que, como psicológicos, no son
ni individuales ni colectivos. Estas son categorías erradas. Simplemente no tienen
aplicación. El alma puede mostrarse en y desarrollarse a través de las vidas de individuos y
colectividades, pero no es ella misma algo que pertenezca a lo uno o a lo otro. Con la
oposición de “individual” y “colectivo”, la psicología aún permanece sujeta a la falacia
antropológica, es decir, al supuesto de que la psique es una parte de los humanos, una
especie de “atributo” de la “sustancia” llamada gente, de modo que la psicología finalmente
tendría que ser acerca de los seres humanos, en lugar de acerca del alma; trataría de lo que
los humanos sienten, piensan y desean, sobre sus experiencias imaginales -en general,
acerca de lo que ocurre dentro de ellos. La psicología sería una subdivisión de la
antropología.

Pero aparte del hecho de que tal concepción de la psicología es insostenible por razones
metodológicas, también es insostenible en vista de lo que hoy experimentamos. Después de
todo, el telos inherente y el sentido mismo del proceso de máximo beneficio es volver
radicalmente imposible esta concepción. Este proceso está alrededor nuestro, como nuestro
absoluto; es el medio o el elemento de nuestra existencia, así como el aire es el elemento de
la existencia del organismo humano, y es el Dios al que sacrificamos lo que más queremos.

Si, como hemos visto, el telos y significado del opus de máximo beneficio es hacer
redundante a la gente, ¿acaso este momento de la vida simbólica no sirve como nuestra
iniciación a lo que yo llamo “la diferencia psicológica”, la diferencia entre humano y alma?
¿No debiéramos reconocerlo como nuestro psicopompo, que nos guía fuera de la falacia
antropológica u ontológica que domina a la conciencia presente, y hacia una nueva forma de
conciencia? Más de 450 años después de la revolución copernicana en astronomía, el
proceso de máximo beneficio hoy da finalmente a la psicología (o a la misma conciencia)
una oportunidad de experimentar su revolución copernicana. Mientras el ser humano es
destronado del lugar central a cuyo alrededor la vida psicológica supuestamente tenía que
girar, la psique finalmente puede en verdad ser reconocida tal cual Jung intentó verla: como
psique objetiva o autónoma, o como prefiero decir, como la vida lógica del alma, una vida
que es su propia meta (aún cuando vive a través nuestro y nos necesita para que le demos
expresión). Jung dijo que estamos en la psique, que la psique no está en nosotros. Para él el
significado de la existencia humana era expresar y representar la vida simbólica; la vida
simbólica no estaba allí para servir a los intereses y a las metas de la gente. Creo que esto es
lo que aún está ocurriendo de hecho hoy en la gigantesca revolución a la que me referí, si
bien en un nivel fundamentalmente distinto.

Pero en tanto la psicología se adhiera a la idea de lo individual y lo colectivo, permanecemos


ciegos para eso, y mientras rendimos servicio verbalmente a la idea de Jung de la psique
autónoma, reducimos la psique (que después de todo es en realidad la verdad en la cual
vivimos) a un tipo de apéndice humano. Al operar más o menos exclusivamente dentro de la
fantasía de “individual” y “colectivo”, la psicología comprime necesariamente todos los
fenómenos del alma en estos moldes. Mutilándose, hace que su propio pensamiento sea y
permanezca ontológico (esté inevitablemente interesado por y sistemáticamente sujeto al
nivel de las entidades ónticas y de sus estados). Como un globo atado a la mano del niño que
lo sujeta, a la idea del alma y de la vida psicológica no se le permite volar . Esta idea se pone
a priori bajo limitaciones fundamentales. Se ve atada a la idea de ser humano, de “gente”, y
se la subordina a ello. La idea del alma y de la vida psicológica no puede liberarse en sí
misma a fin de que se le dé la oportunidad de volverse verdaderamente psicológica.

Ahora bien, no se niega que el proceso de globalización y del máximo beneficio es una
ocurrencia absolutamente brutal, que destruye mucho de lo que hasta ahora se había
considerado parte de una existencia humana con alma. Viola todos nuestros valores y
expectativas. Al provocar la subyugación de toda la vida bajo el principio del dinero,
implacablemente barre con mucho, si no todo, lo que solía dar sentido a la vida. Así no es
difícil entender porqué es visto como un desarrollo equivocado y como uno que
supuestamente la psicología debería compensar, por ejemplo, con la experiencia de la
individuación personal (cuando no se la conmina a pelear directamente en contra del
proceso mismo). Sin duda esta visión es una reacción honorable. Sin embargo, también está
descaminada, por dos razones.

Primero de todo, esta reacción sucumbe a la falacia moralista y tiene el carácter de una
“defensa” en el sentido psicoanalítico. Introduce una respuesta moral (una condena) en un
punto donde sería adecuado establecer una relación consciente y de conocimiento con el
fenómeno en cuestión. Así, la psicología hace aquí más o menos lo mismo que la gente no
analizada tiende a hacer generalmente con respecto a la “sombra”: porque es “mala” tratan
de librarse de ella o de negarla, reprimirla. Pero, antes que nada, la sombra necesita ser
reconocida e investigada (“analizada”) sin reservas, antes de cualquier juicio de valor, a fin
de volverse más plenamente conocida. Me parece que el proceso global con el que hoy
estamos enfrentados requiere, en primer lugar, el mismo tipo de respuesta a fin de que
podamos conocer exactamente con qué realidad nos estamos encontrando aquí, y cuáles son
su orden de magnitud y su significación psicológica. La prematura condena moral impide el
“análisis” imparcial. No da una oportunidad a “la sombra”. Así, yerra respecto a la misma
naturaleza y realidad de lo que condena. Pelea no tanto contra este “enemigo” real, como
piensa y espera hacerlo; más bien se defiende contra tener que enfrentarlo y volverse
consciente de ello (y posiblemente volverse consciente a través de ello) Pero esto significa
que incluso se extravía en términos morales, en otras palabras, en su propio campo, porque
la tan necesitada respuesta moral adecuada es sólo aquella que surge después de un
reconocimiento sin compromisos y una comprensión psicológica.

Lo que supuestamente ha de lograr finalmente la defensa moral, empero, es impedir


ficticiamente la revolución copernicana de la que hablamos, el cambio hacia el pleno
reconocimiento de la “psique autónoma”. Su propósito es mucho más fundamental que
defenderse contra tener que enfrentar ciertos desarrollos desagradables. Pelea por algo
mucho mayor, mucho más radical. Pelea para retener el mismo principio que constituye la
autocomprensión moderna del hombre; pelea para salvar la lógica que gobierna la
conciencia moderna, su metafísica del ego, y conversamente para eludir la visión sobre el
hecho de que esta metafísica ya ha sido superada. Al requerirnos que tomemos una posición
a favor o en contra, la defensa moral trata una vez más de convocar al “ego responsable” a
las armas y que se ubique de este modo en el centro, como si no fuera demasiado tarde.
Intenta así después de todo proveer a la largamente obsoleta falacia antropológica de una
(aparente) fortaleza.

Ahora vengo a la segunda razón, por la cual la visión de que la dinámica del máximo
beneficio es un “desarrollo equivocado” está descaminada. Desde un punto de vista
psicoterapéutico, la cuestión se nos impone: ¿no podría ser que seamos nosotros mismos los
que forzamos a este desarrollo a permanecer sin alma y sin significado, precisamente
porque rehusamos reconocerlo conscientemente como un movimiento auténtico del alma?
¿Al igual que los conflictos psicológicos no reconocidos pueden forzarse a manifestarse bajo
la forma sintomática de somatizaciones “sin alma”? Al volver un oído sordo a lo que está
ocurriendo, y al denegarle nuestra apreciación, le privamos de la posibilidad de conectarse a
la consciencia. Lo forzamos en el estatus de literalismo y lo retenemos allí.

No debemos disociarnos de lo que está ocurriendo, sea lo que sea. Por el contrario, al igual
que Jung dijo de Dios que Él nos necesita para volverse consciente, este proceso nos
necesita, necesita nuestro corazón, nuestro sentimiento, nuestra atención imaginativa y el
esfuerzo riguroso del pensamiento para tener una oportunidad de imbuirse con mente, con
sentimiento, con alma. No debe abandonarse como algo que ocurre totalmente fuera de
nosotros y aparte de nuestra conciencia. Por así decirlo, debe renacer a través del alma y en
el alma; en nuestra comprensión real, es decir, en nosotros como el “Concepto existente”
(Hegel)

En tanto que, debido a nuestro antiguo y porfiado rechazo, estamos muy pero muy lejos de
entender lo que nos está ocurriendo en este proceso, por el tiempo presente no podemos ni
soñar en una comprensión real. Probablemente sea una tarea de generaciones trabajar hacia
una situación donde este proceso se haya comprendido plenamente en la conciencia. De
modo que lo que significaría para nosotros hoy más inmediatamente “no retirar nuestra
apreciación de sentimiento y atención del pensamiento de este proceso”, es que nos
permitamos ser afectados, en verdad heridos, por él; que aún cuando nos apene, le dejemos
entrar en nuestros corazones, abriéndonos a él. La tarea es padecer (¡aguda e
inteligentemente, no emocionalmente = sentimentalmente!) la pérdida fundamental que
este proceso nos inflige y permitirle operar en nosotros, como una especie de cincel que
factual y objetivamente, y no meramente de modo subjetivo, nos despoja de nuestra
egocentrismo inflado y nuestro subjetivismo (4), de nuestro modo-de-ser-en-el-mundo
personalista y, junto con ello, de toda la “falacia antropológica”. La conciencia, o la Idea
real, de la “psique objetiva” debe verdadera y objetivamente adquirirse mediante un lento
proceso de experiencias dolorosas. Debe ser más que una “idea” o “representación” en
nuestra mente a la cual suscribimos. Conversamente, debe haberse inscrito en nosotros.
Sólo llegamos a un conocimiento real aprendiendo “por la vía dura”. El entendimiento
subjetivo y estar de acuerdo no son suficiente (5). El estatuto de Zeus, páthei máthos (que
podría traducirse como “consciente a través del sufrimiento”) todavía es válido hoy (6)

Wolfgang Giegerich
Volver

Notas
(1) Aniela Jaffé: Aus Leben und Werkstatt von C. G. Jung, Zurich & Stuttgart (Rascher) 1968, p. iii
(2) Geoffrey Chaucer. Los cuentos de Canterbury. Advertí este pasaje en un documento de Heino
Gehrts.
(3) He elaborado esta idea en mi Animus-Psychologie, Frankfurt am Main (Peter Lang) 1994.
(4) Vale la pena advertir que no hablo aquí acerca de un subjetivismo personal o subjetivo. Sin tomar
en cuenta si yo o Ud. como individuos privados estamos caracterizados personalmente por una
egocentricidad inflada o no, sin tomar tampoco en cuenta cómo nos sentimos subjetivamente y qué
pensamos de ello, esta egocentricidad inflada y subjetivismo son objetivamente el carácter lógico de
nuestro ser puesto que es la verdad prevalente o la lógica de nuestra era.
(5) Piénsese tan sólo en el comunismo, cuya insostenibilidad había sido visto intelectualmente mucho
tiempo antes, pero cuyo colapso objetivo, en la realidad económica “ahí afuera” y como forma de
organización de una sociedad real, empírica, fue sin embargo necesario para hacer que esta intuición
volviera a casa. La alquimia de la historia hace consciencia por medio de operaciones factuales
(calcinatio, putrefactio, mortificatio, solutio, etc.) sobre nosotros en tanto que prima materia, no
mediante nuestro intento de obtener visiones racionales. Produce el Concepto real, que no es
sinónimo con “lo que imaginamos o pensamos subjetivamente acerca de la situación allí afuera”. Es la
unidad de lo que pensamos y de lo que se ha vuelto manifiesto como teniendo presencia real “ahí
afuera”.
6. Esquilo, Agamemnon, línea 187.

Volver

Das könnte Ihnen auch gefallen