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LA TACONA

Esta leyenda de la ciudad de Esmeralda habla del fantasma de una hermosa joven que
transita las calles y seduce a los hombres cuando hay luna llena. Estos mueren de susto
cuando se les revela el espantoso rostro de cadáver esquelético de la mujer.
Según la historia, fue una mujer que murió luego de ser violada una noche en un callejón.
Su espíritu no sabía que había muerto, por lo que decidió regresar a casa a bañarse y
maquillarse para quitarse el sucio y la sangre. Juró frente al espejo nunca más dejarse
hacer daño por nadie.
Decidió transitar calles y recorrer bares atrayendo a hombres malintencionados con su
vestido rojo y tacones muy altos.
Una vez un hombre apuesto la invitó a la playa, a lo que ella aceptó decidida. Luego él
intentó abusar de ella, pero al mirar su rostro se espantó y echó a correr.
La carrera lo llevó sin querer al cementerio, en donde sorpresivamente lee el nombre de
aquella mujer. Años más tarde el hombre visita la tumba de la joven llevándole una rosa
roja. Arrodillado agradece que aquella noche lo hizo cambiar y ya no utiliza a las mujeres.
El hombre sintió una palmada en el hombro y una voz le dijo: “Eso era lo que quería
escuchar”. Al voltear, una mujer de vestido rojo se alejaba.
EL TINTÍN
El diablo tiene varios nombres: Tintín, El Duende, El Malo, Diablo. Se aparece en toda la
geografía de la Costa, en lugares apartados, peligrosos o en horas intempestivas.
Enamora a las mujeres o las viola, las deja encinta y luego, a veces, engendran y dan a
luz niños anormales, muchas veces mitas animales, mitad hombres. Asusta a los niños y
también a los hombres. Es muy frecuente que a las noches, en la cama, les jalen de las
piernas y quieran llevarse a las personas.
Yo he visto al diablo pasar por delante de casa; iba montado en un caballo negro, con un
sombrero grande y una capa también negros. No le vía la cara porque el sombrero se la
tapaba. Un día el diablo casi se lleva a mi primer marido, que era un chino. Estaba yo
desgranando maíz y como estaba muy cansada me tumbe en la cama; era el día siete de
febrero, le digo para que vea que es verdad y me acuerdo bien. De pronto oí a mi marido
que me llamaba. Cuando me volví para mirarlo, ya dos llamas lo estaban llevando, pero
cuando el diablo me vio a mí, desapareció” (Señora Julia).
En Palenque, durante varias noches seguidas
la gente escuchó el galope del caballo.
Coincidió con la enfermedad del papá de una
autoridad del pueblo, que dizque tenía tratos
con el Malo, y por eso sus vacas aumentaban
de día en día, y los cuatreros no lo
molestaban. Llevaron al enfermo a
Guayaquil, y despareció el misterioso jinete
(Comentario popular).
Es una leyenda típica de la Costa, propia de la
zona montubia. El folclorista Guido Garay
recuerda: “Era la época en que las mujeres no
salían a la calle. Y como esto no ocurría, si en
una casa una de ellas salía embarazada, la
respuesta inmediata de la gente del vecindario era: “Es obra del Tintín”.
Aunque de alguna manera, refiere la historiadora Jenny Estrada, realmente este
personaje encubría el incesto, muy común en la Costa ecuatoriana, pues como las
jovencitas no salían del hogar, se quedaban al cuidado de los varones de la casa.
En los libros de duendes y leyendas urbanas se lo describe como “un enanito con un
gran sombrero y una cabezota de unos 30 o 40 centímetros, los pies vueltos hacia atrás
y el miembro viril sumamente desarrollado, al extremo de llevarlo arrastrando por el
suelo. Usa sombrero que le llega un poco más abajo de las orejas y produce un silbido
lúgubre”.
Persigue y acecha a las mujeres casadas o solteras, “melenudas y cejonas” para
poseerlas carnalmente, luego de sumirlas en un trance hipnótico.
Cuando se enamora de una mujer sale por las noches de los huecos donde vive, y lleva
una piedra imán en un mate, la cual coloca debajo de las escaleras para que todos los
habitantes de las casas se duerman.
EL HUESO DE VACA

Esta leyenda de Manabí tiene origen en la historia de una joven muy bonita y virtuosa
que vivía en una casa llamada La Floresta, en la vía de Chone a Canuto.
En una choza fea cercana, con olor a azufre, vivía un señor viejo de muy mal aspecto, de
larga barba y vestido de trapos.
El anciano se había enamorado de aquella chica de nombre Dulce María, pero nunca
manifestó nada. Un día los padres de la chica fueron al pueblo de compras, dejándola
sola en casa. Ella salió a regar y arreglar el jardín de flores.
De repente una vaca negra apareció de la nada y comenzó a perseguirla por todos lados.
Ella corrió hacia el interior de la finca hasta que tropezó con unas cañas y cayó muerta
cerca de un árbol de matapalo.
Al final del día sus padres consiguieron el cadáver de su hija acompañado de la vaca
negra y mucho olor a azufre. También la casa y el jardín despedían dicho olor.
Luego de varios días a la gente le pareció extraño no haber visto más al vecino de la
choza. Decidieron entrar a la casa y solo encontraron un hueso de vaca; el anciano no
estaba.
En otra versión de la leyenda, el hueso de vaca es encontrado en el matapalo y la casa
del anciano estaba vacía.
EL NARANJO DE CHOCOTETE

Esta es la leyenda de un árbol de naranjas en la zona de Chocotete de Manabí, que


siempre tenía frutos sin importar la estación; pero estos frutos solo podían ser comidos
en el lugar. Nadie sabía la razón.
La historia era común entre las mujeres de antaño que acostumbraban a usar los
manantiales de Chocotete para lavar la ropa y degustar la fruta durante la faena.
Un día un chico travieso quiso llevarse unas naranjas a su casa. El camino de regreso
cambió mágicamente por árboles de cactus, moyuyo y cerezo, y empezó a escuchar
voces extrañas. Asustado, el joven intenta volver a los manantiales sin poder hallarlos
en su lugar.
La vegetación cobró vida, los animales hacían sus sonidos rápidamente, muchas aves
revoloteaban entre los árboles, peces dorados saltaban de un lago recién aparecido. En
medio de la conmoción, el chico logró correr por un pequeño camino entre el monte y
llegó al naranjo.
Se tira al suelo agotado y las naranjas caen a la tierra. De pronto el paisaje cambia y
vuelve a ser como antes.
Inmediatamente logra escuchar a las lavanderas y corre hacia ellas. El chico relata lo
sucedido a las mujeres y las ramas del árbol de naranja sueltan una gran carcajada.
EL CERRO DEL MUERTO

El nombre del Cerro del Muerto se debe a que según los primeros navegantes de mar
afuera, se ve como un muerto acostado. Antiguamente se consideraba ¨pesado porque
a las 12 de la noche se escuchaba a una banda de música que producía sorpresa.

Aseguran los antiguos que allí existió un encanto, por los rumores que se oían en la
noche. Se cree que allí se acostumbraba a enterrar a los muertos con todas sus prendas
en vasijas de barro.

Dicen que existían unos pozos de agua dulce en el sitio. Gente que escuchaba bandas de
músicos y salían asustados. A los chicos que acostumbraban a salir por ahí, se les
presentaba una luz en forma de relámpago que seguía a la persona y luego se
desaparecía, la persona que veía la luz, sele erizaba la piel y la cabeza ase le hacía grande.

En otra ocasión, en invierno, se presentó un burro grande, cuyos ojos brillaban en la


noche, la gente que lo montaba se perdía, los moradores temerosos, ya no querían salir
de sus hogares.

A las doce de la noche se sentía un murmullo, eran las ánimas que salían a la iglesia para
rezar y luego regresaban al cementerio, se sentía que eran bastantes. Las personas que
lo escuchaban, se asomaban y no veían nada.
CANTUÑA...
Famosa es la leyenda que cuenta cómo el convento de San Francisco de Quito fue
construido por Cantuña mediante pacto con el diablo. Ésta relata cómo Cantuña
contratista, atrasado en la entrega de las obras, transó con el maligno para que,
a cambio de su alma, le ayudara a trabajar durante la noche. Numerosos diablillos
trabajaron mientras duró la oscuridad para terminar la iglesia. Al amanecer los dos
firmantes del contrato sellado con sangre: Cantuña por un lado, y el diablo por el otro,
se reunieron para hacerlo efectivo. El indígena, temeroso y resignado, iba a cumplir su
parte cuando se dio cuenta de que en un costado de la iglesia faltaba colocar una piedra;
cuál hábil abogado arguyó, lleno de esperanza, que la obra estaba incompleta, que ya
amanecía y con ello el plazo caducaba, y que, por lo tanto, el contrato quedaba
insubsistente. Ahora bien, la historia, a pesar de haber contribuido al mito, es algo
diferente. Cantuña era solamente una guagua de noble linaje, cuando Rumiñahui quemó
la ciudad. Olvidado por sus mayores en la historia colectiva ante el inminente arribo de
las huestes españolas, Cantuña quedó atrapado en las llamas que consumían al Quito
incaico. La suerte quiso que, pese a estar
horriblemente quemado y
grotescamente deformado, el
muchacho sobreviva. De él se apiadó
uno de los conquistadores llamado
Hernán Suárez, que lo hizo parte de
su servicio, lo cristalizó, y, según dicen,
lo trató casi como a propio hijo. Pasaron
los años y don Hernán, buen
conquistador pero mal administrador,
cayó en la desgracia. Aquejado por las
deudas, no atinaba cómo resolver
sus problemas cada vez más acuciantes.
Estando a punto de tener que vender casa y solar. Cantuña se le acercó ofreciéndole
solucionar sus problemas, poniendo una sola condición: que haga ciertas modificaciones
en el subsuelo de la casa. Cantuña fue declarado su único heredero y como tal siguió
gozando de gran fortuna. Eran enormes las contribuciones que el indígena realizaba a
los franciscanos para la construcción de su convento e iglesia. Los religiosos y
autoridades, al no comprender el origen de tan grandes y piadosas ofrendas, resolvieron
interrogarlo. Tantas veces acudieron a Cantuña con sus inoportunas preguntas que éste
resolvió zafarse de ellos de una vez por todas. El indígena confesó ante los estupefactos
curas que había hecho un pacto con el demonio y que éste, a cambio de su alma, le
procuraba todo el dinero que le pidiese. Algunos religiosos compasivos intentaron el
exorcismo contra el demonio y la persuasión con Cantuña para que devuelva lo recibido
y rompa el trato. Ante las continuas negativas, los extranjeros empezaron a verlo con
una mezcla de miedo y misericordia. A la muerte de Cantuña se descubrió en el subsuelo
de la casa, bajo un piso falso, una fragua para fundir oro. A un costado había varios
lingotes de oro y una cantidad de piezas incas listas para ser fundidas.
EL GALLITO DE LA CATEDRAL...
En los tiempos en que Quito era una ciudad llena de imaginarias aventuras, de rincones
secretos, de oscuros zaguanes y de cuentos de vecinas y comadres, había un hombre
muy recio de carácter, fuerte, aficionado a las apuestas, a las peleas de gallos, a la buena
comida y sobre todo a la bebida. Era este don Ramón Ayala, para los conocidos "un buen
gallo de barrio".
Entre sus aventuras diarias estaba la de llegarse a la tienda de doña Mariana en el
tradicional barrio de San Juan. Dicen las
malas lenguas que doña Mariana hacía
las mejores mistelas de toda la ciudad. Y
cuentan también los que la conocían, que
ella era una "chola" muy bonita, y que
con su belleza y sus mistelas se había
adueñado del corazón de todos los
hombres del barrio. Y cada uno trataba
de impresionarla a su manera.
de un santo, y la gente dice que los gritos
de don Ramón acabaron con la santa
paciencia del gallito de la Catedral. Una
noche, cuando el "gallo" Ayala se acercaba al lugar de su diario griterío, sintió un golpe
de aire, como si un gran pájaro volara sobre su cabeza. Por un momento pensó que solo
era su imaginación, pero al no ver al gallito en su lugar habitual, le entró un poco de
miedo. Pero don Ramón no era un gallo cualquiera, se puso las manos en la cintura y
con aire desafiante, abrió la boca con su habitual valentía.
- ¿Prometes que no volverás a tomar mistelas?- Ni agua volveré a tomar, dijo el
atemorizado don Ramón.- ¿Prometes que no volverás a insultarme, insistió el gallito.-
Ni siquiera volveré a mirarte, dijo muy serio.- Levántate, pobre hombre, pero si vuelves
a tus faltas, en este mismo lugar te quitaré la vida, sentenció muy serio el gallito antes
de emprender su vuelo de regreso a su sitio de siempre.
Don Ramón no se atrevió ni a abrir los ojos por unos segundo. Por fin, cuando dejó de
sentir tanto miedo, se levantó, se sacudió el polvo del piso, y sin levantar la mirada, se
alejó del lugar.
Cuentan quienes vivieron en esos años, que don Ramón nunca más volvió a sus andadas,
que se volvió un hombre serio y muy responsable. Dicen, aquellos a quienes les gusta
descifrar todos los misterios, que en verdad el gallito nunca se movió de su sitio, sino
que los propios vecinos de San Juan, el sacristán de la Catedral es posible que, como les
consta a algunos vecinos, nada haya cambiado. Que don Ramón, después del gran susto,
y con unas cuantas semanas de por medio, haya vuelto a sus aventuras, a sus adoradas
mistelas, a la visión maravillosa de doña Mariana, la "chola" más linda de la ciudad y a
las largas conversaciones con sus amigos. Lo que sí es casi indiscutible, es que ni don
Ramón, ni ningún otro gallito quiteño, se haya atrevido jamás a desafiar al gallito de la
Catedral, que sigue solemne, en su acostumbrada armonía con el viento, cuidando con
gran celo, a los vecinos de la franciscana capital de los ecuatorianos.
LA CAPA DEL ESTUDIANTE

Todo comenzó cuando un grupo de estudiantes se preparaban para rendir los últimos
exámenes de su año lectivo. Uno de ellos, Juan, estaba muy preocupado por el
estado calamitoso en el que se hallaban sus botas y el hecho de no tener
suficiente dinero para reemplazarlas.
Para él era imposible presentarse a sus exámenes en
semejantes fachas; sus compañeros le propusieron
vender o empeñar su capa, pero para él eso era
imposible finalmente le ofrecieron algunas monedas
para aliviar su situación, pero la ayuda tenía un precio;
sus amigos le dijeron que para ganárselas debía ir a las
doce de la noche al cementerio del El Tejar, llegar hasta
la tumba de una mujer que se quitó la vida, y clavar un
clavo, Juan aceptó.
Casualmente aquella tumba era la de una joven con la
que Juan tuvo amores en el pasado y que se quitó la
vida a causa de su traición. El joven estaba lleno de
remordimientos, pero como necesitaba el dinero,
acudió a la cita.
Subió por el muro y llegó hasta la tumba señalada
mientras clavaba, interiormente pedía perdón por el daño ocasionado. Pero cuando
quiso retirarse del lugar no pudo moverse de su sitio porque algo le sujetaba la capa y
le impedía la huida sus amigos le esperaban afuera del cementerio, pero Juan nunca
salió.
A la mañana siguiente, preocupados por la tardanza se aventuraron a buscarlo y lo
encontraron muerto. Uno de ellos se percató de que Juan había fijado su capa junto al
clavo no hubo ni aparecidos ni venganzas del más allá, a Juan lo mató el susto.
EL PADRE ALMEIDA

En el convento de San Diego vivía hace algunos siglos un joven sacerdote, el padre
Almeida, cuya particularidad era su afición al aguardiente y la juerga.
Cada noche, el padre Almeida sigilosamente iba hacia una pequeña ventana que daba a
la calle, pero como ésta se hallaba muy alta, él subía hasta ella apoyándose en la
escultura de un Cristo yaciente. Se dice que el Cristo, cansado del diario abuso, cada
noche le preguntaba al juerguista: "hasta cuando padre Almeida" a lo que él respondía:
"hasta la vuelta, Señor"
Una vez alcanzada la calle, el joven sacerdote daba rienda suelta a su ánimo festivo y el
aguardiente corría por su garganta sin control alguno con los primeros rayos del sol
volvía al convento.
Aparentemente, los planes del padre Almeida eran seguir en ese ritmo de vida
eternamente, pero el destino le jugó una
broma pesada que le hizo cambiar
definitivamente. Una madrugada, el
sacerdote volvía tambaleándose por las
empedradas calles quiteñas rumbo a su
morada, cuando de pronto vio que un
cortejo fúnebre se aproximaba. Le pareció
muy extraño este tipo de procesión a esa
hora y como era curioso, decidió ver en el
interior del ataúd, y al acercarse observó su
cuerpo en el féretro.
El susto le quitó la borrachera. Corrió como
un loco al convento, del que nunca volvió a
escaparse para ir de juerga.
EL PENACHO DE ATAHUALPA

Cuenta la leyenda que muerto el último shyri, los jefes del Reino de Quito proclamaron
como legítima dueña de la corona a la joven y bella Pacha, hija única del último jefe
shyri.
Huayna Cápac, el conquistador inca, fue donde la reina Pacha a ofrecerle su amistad. La
soberana escuchó con orgullo sus promesas de paz. Sin embargo, la inteligencia y
hermosura de Pacha conquistaron el corazón de Huayna Cápac, que desde aquel día sólo
quiso agradarla. La princesa aceptó ser su esposa.
Pacha y Huayna Cápac vivieron en un hermoso palacio llamado Incahuasi. Allí nació el
futuro soberano, el príncipe Atahualpa,
quien desde muy pequeño aprendió la
importancia de acatar y cumplir
las leyes y las decisiones que impartía su
padre.
Un día que practicaba con su lanza, le
llamó la atención una linda guacamaya
de hermosos colores. Al instante sacó su
arco, disparó con certeza y la mató. Con
la guacamaya muerta corrió en busca de
su madre. Pacha no lo recibió contenta,
al contrario, le hizo notar que había
incumplido con la ley.
Le recordó el mandato de su tribu: "Se mata al enemigo solamente en la guerra, porque
él también posee armas para defenderse. No así a las aves, que adornan
la naturaleza con sus colores y la llenan de encanto con sus trinos". Pacha arrancó una
pluma de la guacamaya y la puso en el penacho del pequeño, para que no olvidara nunca
la lección aprendida.
AYAYMAMA
El cacique Coranke tenía una hermosa esposa llamada Nara y una hijita, a quienes amaba
con toda el alma. Él era un hombre muy valiente y fuerte, continuamente estaba en la
selva cazando y guerreando. Tenía una puntería extraordinaria, donde ponía el ojo
clavaba la flecha.
Nara era muy trabajadora, su cabellera lucía la negrura del ala del paujil y su piel la
suavidad del cedro pulido. Era experta en hacer túnicas y mantas de hilo de algodón,
conocía el arte de trenzar hamacas, modelaba ollas y cántaros de arcilla. Cultivaba maíz,
yuca y plátanos en una chacra cerca de su
cabaña. Su hijita muy pequeña tenía la
belleza de Nara, era una hermosa flor de
la selva. El genio maligno de la selva, el
Chullachaqui, con figura de hombre, pero
con un pie humano y una pata de cabra,
era el azote de los indígenas y de los
cazadores blancos que se internaban en la
selva para extraer el caucho o para cazar
lagartos y anacondas, Un día, el genio
malo paso cerca de la casa de Coranke y al
ver a Nara se enamoró de ella, y se convirtió en pájaro. Con esta apariencia pudo estar
cerca a su amada; pero pronto se cansó de esta situación, entonces se internó en la selva
mato a un indígena para quitarle su túnica con la cual se vistió, ésta le cubría todo el
cuerpo. Luego a un niño le quito su canoa y se dirigió a la aldea de Coranke. Al ver a Nara
le declaro su amor, pero ella no lo acepto porque amaba a su esposo; Chullachaqui le
rogo y le lloro, pero ella no cedió, todo cabizbajo se retiró a su canoa y se perdió en las
aguas del río. Nara sigilosamente había observado las huellas de este personaje y se dio
cuenta de que se trataba de Chullachaqui. Serena le respondió: "Veo que eres poderoso,
pero por nada del mundo dejaré a Coranke”. El Chullachaqui furioso dio un grito y salió
la anaconda del río; dio otro grito y apareció el jaguar del bosque. El Chullachaqui se
retiró con sus dos animales, sus regalos y se subió a la canoa, navegando río abajo.
Cuando regresó Coranke de la cacería, Nara le contó lo sucedido. Este decidió
permanecer en su casa hasta el regreso de Chullachaqui. Coranke templó un arco y
comenzó a rondar por los alrededores de la cabaña. Pasados otros seis meses el malvado
se apareció intempestivamente le dijo a Nara: “Ven conmigo, es la última vez que te lo
pido. Si no vienes convertiré a tu hija en un pájaro, que se quejará eternamente en el
bosque y será tan arisco que nadie podrá verla; pues el día en que sea vista, el maleficio
acabará tornándola a ser humano”. Pero Nara, en vez de ir con él, comenzó a gritar a
grandes voces: "¡Coranke!, ¡Coranke!". El cacique llegó inmediatamente, temp1ó el arco
y colocó la flecha enseguida, dispuesto a atravesar el corazón del Chullachaqui; pero
este, desgraciadamente, había desaparecido en la espesura de la selva. Coranke y Nara
corrieron hacia el lugar donde dormía su hijita, pero encontraron la hamaca vacía. Desde
el interior de la selva, escucharon por primera vez el lastimoso alarido: ¡Ay, ay, mama!
que dio nombre al ave hechizada.
LA BOA Y EL TIGRE

Por el camino que lleva a Misahuallí, a 6 Km. de Puerto Napo, en la comunidad de Latas
vivía una familia indígena dedicada a lavar oro en las orillas del río Napo. Un día la madre
lavaba ropa de la familia, mientras la hija más pequeña jugaba tranquilamente en la
playa: tan concentrada estaba la señora en su duro trabajo, que no se percató que la
niña se acercaba peligrosamente al agua, justo en el lugar donde el río era más profundo.
Una súbita corazonada la obligó a levantar su cabeza, pero ya era demasiado tarde; la
niña era arrastrada por la fuerte correntada y sólo su cabecita aparecía por momentos
en las crestas de las agitadas aguas. ¡La mujer transida de dolor y desesperación,
hincando sus rodillas en la arena implora a gritos ... yaya Dios! .... yaya Dios! ¡Te lo
suplico salva a mi guagua, y Oh! sorpresa, la tierna niña retorna en la boca de una
inmensa boa de casi 14 metros de largo, que la deposita sana y salva en la mismísima
playa; la mujer abrazando a la niña llora y sonríe agradecida. Desde aquel día la enorme
boa se convirtió en un miembro más de la familia, a tal punto que cuando el matrimonio
salía al trabajo cotidiano, el gigantesco reptil se encargaba del cuidado del níspero un
tormentoso día, cuando los padres fueron a la selva en busca de guatusas para la cena,
la boa no llegó a vigilar a los niños como solía hacerlo todos los días. Este descuido fue
aprovechado por un inmenso y hambriento tigre, que se hizo presente con intenciones
maligna. Los muchachos desesperados gritaron a todo pulmón “!yacuman amarul! (boa
del agua), el gigantesco reptil al oír las voces de los niños salió del río y deslizándose
velozmente entró a la casa; se colocó junto a la puerta, para recibir al tigre que trataba
de entrar sigilosamente en el hogar de sus amigos; la lucha que se desató fue a muerte;
la boa se enroscó en el cuerpo de felino, pese a las dentelladas del sanguinario animal;
los anillos constrictores del reptil se cerraron con fuerza, mientras el tigre la mordía justo
en la parte de la cabeza, al final se escuchó un crujido de huesos rotos y ambos animales
quedaron muertos en la entrada de la casa. Cuando regresaron los padres de los chicos,
recogieron con dolor los restos de su boa amiga y ceremoniosamente la velaron durante
dos días, para luego enterrarla con todos los honores y ritos que se acostumbraban
utilizar para con los seres queridos.
EL MISTERIO DE LA BOCANA DEL RIO MISAHUALLI
Cuando recién se iniciaba la colonización del Oriente ecuatoriano, aguas arriba de la
bocana del río Misahuallí y en un fresco claro de la selva, asentó su campamento un
hombre blanco, que se dedicaba a la explotación del árbol de caucho en la cuenca del
río Aguarico. Así pasaron los meses y un nuevo colono llegó al lugar acompañado de su
hermosísima hija, la que inmediatamente causó estragos en el corazón del cauchero. La
playa, las aves y las flores, propiciaron el florecimiento del amor, y el romance sonreía
en los recodos del río
Como vivían en plena selva y ante la ausencia de una autoridad que legalizara la relación
de la pareja, ésta decidió unir sus cuerpos y sus destinos a la sombra de los frondosos y
florecidos árboles de guaba. Pero como el amor no produce para vivir, el cauchero tuvo
que viajar una vez más al Aguarico para recoger la balata recolectada por sus
trabajadores y llevarla a los mercados de Iquitos.
La bella chica con el recuerdo de
su amado en la hermosa sonrisa
de sus labios, recorría la extensa
playa solitaria cuando la bañaba
el suave sol de la mañana, era
ésta una costumbre que le había
impuesto el amor. Mas el tiempo
pasaba inmisericorde y al final de
su paso el cauchero jamás volvió.
La bellísima mujer presa de una
indescriptible pena, desapareció
un aciago día como si se la
hubiera tragado la tierra. Sus
familiares y amigos la buscaron
afanosamente por doquier, pero
todo fue en vano; las lágrimas y el tiempo, fueron borrando el dolor de su ausencia.
Los años pasaron dándole espacio a la historia y una mañana brumosa y fría, unos
indígenas que pescaban por el sector, vieron a una hermosísima mujer parada en la
piedra grande de la margen izquierda del río; se acercaron a ella y cuando le preguntaron
donde vivía solo señaló el agua, y lanzándose al torrente sin salpicar una gota ni producir
una onda en la superficie se sumergió.
Los ancianos al escuchar lo ocurrido, aseguraron que la dama era el espíritu de aquella
mujer que desapareció sin dejar rastros.
En esa enorme piedra rojiza de estructura volcánica asentada en el recodo del río
Misahuallí, se escucha con frecuencia en las mañanas, una dulce voz de mujer que canta
a su amor perdido. Algunas veces ella se aparece a los que pescan en el río, pero quien
acude al lugar con intención expresa de encontrarse con ella, nunca logran su objetivo.
EL CHIUTA Y EL SUMACO

Cuando el iñachic yaya (padre creador), castigó el pecado de las personas con el gran
diluvio universal, los cielos descargaron torrentes de agua que empezaron a inundar la
selva. La gente desesperada no sabía que hacer todas las que vivían en las zonas bajas
empezaron a morir ahogadas, muchos subieron al volcán Sumaco por ser la elevación
más alta de la zona y unos pocos se fueron hacia el Chiuta, que es un cerrito pequeño
que queda en la comunidad de el Calvario. Los que estaban en el Sumaco, se reían de
aquellos que estaban en la cumbre del Chiuta. Son unos tontos decían unos, con toda
seguridad los vamos a ver ahogarse decían otros.
Pero la risa les duró poco, pues el nivel de las aguas a medida que llovía subía
inexorablemente, y cosa rara; ¡ĄOh milagro! El Chiuta también crecía. No pasaron
muchos días y desapareció el Sumaco, con todos los indígenas que estaban subidos en
un gesto desesperado en las copas de los árboles. El Chiuta en cambio, se había
convertido en un monte muy alto, tan alto que su cumbre sobresalía de las aguas.
Cuando por fin cesó de llover y las aguas empezaron a bajar su nivel, el Chiuta a la par
que ella se iba haciendo cada vez más pequeño, hasta que al final llegó a su tamaño
normal, que es como lo conocemos actualmente. Del castigo de yaya Dios (papá Dios),
solo se salvaron los indígenas que estuvieron en la cumbre del Chiuta.
Se dice que en las noches cuando llueve torrencialmente, se escucha los lamentos de los
indígenas que se ahogaron en el Sumaco y las voces de alegría de los que estuvieron en
el Chiuta, un cerro donde habitan los espíritus y al que muy pocos se atreven a subir.
LEYENDA Y ORIGEN DEL RIO TENA
Muchísimos años antes de la sublevación del gran cacique Jumandy, más arriba de
donde actualmente se asienta la parroquia del Pano, vivían unas doscientas familias
quijos, procedentes de lo que es actualmente Archidona, celebra el nacimiento de su
hijo, a quien puso por nombre Pano; mientras que, en la comunidad del Calvario,
llenando de felicidad a la familia del gran cacique nacía una hermosísima niña, a la que
le pusieron por nombre Tena. El tiempo pasó veloz,
como vuelo de azulejo y Pano y Tena crecieron,
transformándose ella en una bellísima mujer y él en
un robusto guerrero. Pano hombre diestro en el
manejo de las armas, con un grupo de jóvenes de su
edad, participaba en una larga partida de caza.
Cruzaron buscando animales, lomas y planicies,
llenas de guaduales, pasos y pitones; era la época
que maduraba la guaba y la chonta, las guantas y las
guatusas se escabullían gordas y satisfechas. Los
muchachos cansados por el esfuerzo realizado,
acamparon a la orilla de un río repleto de carachamas. Cuando estaban tomándose el
último mate de chicha. Era la hermosísima Tena que, con un grupo de compañeras,
tomaban desnudas un baño en un remanso del río. De este inesperado encuentro nació
un intenso amor entre Tena y Pano y comenzaron a verse diariamente en un hermoso
lugar junto a un gran árbol de caoba, ubicado en un recodo del río, sitio discreto y
alejado de la murmuración. Pero como ningún secreto dura mucho tiempo, el padre de
Tena se enteró del romance y prohibió terminantemente que continúen las citas
clandestinas. Tena estaba prometida por su padre, al hijo de un gran Curaca de las
cabeceras del río Misahuallí. Tal como lo planificó lo hizo; saltando de una saliente cayó
en lo más profundo del río y mientras era arrastrado por la correntada y giraba con los
remolinos, iba llorando lastimeramente su desgracia. Las piedras y las garzas, las
apangoras y carachamas, los yutzos y los pindos, las ranas y los grillos, todos se
enteraron de su pena y dolor. Una lluviosa tarde, cuando Tena triste y resignada a su
suerte, tejía monótonamente sin ninguna prisa ni ilusión, una ashanga (canasta) para
transportar los productos de la chacra, un pingullo pishco (ave de mal agüero) que se
posó en una rama cercana con su canto aflautado, le contó el triste final de Pano. Tena
agobiada por un inmenso dolor decidió seguir la suerte de su amado; huyó de la casa de
sus padres, corrió y corrió por senderos y barrancos, por playas y lodazales y cuando ya
no pudo más, se lanzó finalmente al agua y bajó arrastrada por la fuerte correntada,
golpeándose contra las piedras y tostándose con el sol en los remansos. Un hermoso día
lleno de sol y mariposas se encontró con su amado, que bajaba llorando su desgracia,
fundido con las aguas del río, que había tomado el nombre de Pano, y ella rendida de
amor lo acogió en sus brazos, juntando los caudales de ambos ríos, que se hicieron uno
para toda la eternidad. Pano y Tena de esta forma engendraron un solo río: El caudaloso
Tena, que desde entonces corre alegre y rumoroso lamiendo las blancas playas y las
orillas llenas de guabas, guayabas y orquídeas fragantes.

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