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Dieciocho meses después de la conjura, uno de los nefandos atropellos de la tiranía militar fue la
usurpación violenta del citado libro, historia del contrabando y otros delitos conexos en los que se
hallaban comprometidos funcionarios, ministros, un diputado y altos jefes militares y policiales. Fue
la madrugada del 30 de abril de 1970, cuando una horda de militares armados de fusiles y
metralletas, invadió violentamente la imprenta “Industrial Gráfica” de la calle Chavín en Breña-Lima,
y se apropiaron de 5,000 libros ya impresos, así como de materiales, implementos y de cuanto
pudieron, después de bloquear con tanquetas y camiones la citada calle.
El general Velasco quien no llegó a explicar la razón del sospechoso cargamento de mercancía
suntuaria, que bajo la denominación de “paracaídas” había sido desembarcado en el Callao, a
nombre de la Comandancia General del Ejército a su cargo, fue el mismo que ordenó el secuestro
del libro, según las afirmaciones vertidas en “El Tiempo”, de 6 de mayo de 1976, por el general
Armando Artola Azcárate, ministro del interior de la dictadura. Textualmente dijo: “la incautación e
incineración de los libros en los barrancos de “La Herradura” fueron efectuadas por orden directa y
personal del general Velasco”.
Durante más de cinco años fue imposible reeditar el libro debido a la persecución de la tiranía,
como también lo fue reclamar justicia ante un poder judicial sumiso y genuflexo. Sólo fue posible
hacerlo seis años después del contragolpe del general Francisco Morales Bermúdez a fines de
1975, amparado por resolución del 1 de diciembre de 1975, por la que se me otorgó garantías para
su aparición profusa en tres ediciones de diez mil libros cada una.
Para la sometida policía el secuestro fue sólo un robo, como si los ladrones se interesaran en robar
libros. Por su parte, el juez Reynaldo Martín, del 11º Juzgado de Instrucción, también amordazado,
se limitó a abrir instrucción contra posibles autores de un robo, sumisamente ignoró la prepotente
confiscación y retuvo el expediente durante meses. Y el agente fiscal, Rodrigo Arriola Iglesias,
también la escondió durante más de nueve meses, hasta el 3 de enero de 1972 en que la envió al
4º Tribunal Correccional. Igual consigna acató el fiscal Fernando Cochela Caravelli, inmovilizando
el proceso durante seis meses, hasta que aquel desgraciado tribunal la envió al archivo provisional
el 9 de julio de 1973, con el argumento de “no haberse identificado a los responsables”.
Para los abyectos jueces no tuvieron validez ni siquiera el testimonio de quien fuera el más cercano
colaborador de la tiranía velasquista, el general Armando Artola, ministro del Interior de la
dictadura, quien, producido el derrocamiento del general Velasco, por el general Francisco Morales
Bermúdez, el 6 de mayo de 1976 sostuvo ante el semanario “El Tiempo”, dirigido por Alfonso
Baella Tuesta, el siguiente revelador interrogatorio:
¿Cree usted que Velasco fue contrabandista antes del 3 de octubre de 1968?
No me consta. Pero sí estoy seguro de que era lo bastante vivaz para saber para quién era el
contrabando que se pasó como paracaídas.
¿Por qué no se siguió investigando los casos de contrabando?
¿Dónde están los archivos de la Comisión del Contrabando? Usted como ministro tenía que
saberlo.
Ya he explicado esto al señor Vargas Haya. El Ministerio del Interior nada tuvo que hacer en la
desaparición de esos libros. Fue una operación dirigida personalmente por Velasco. Aconséjele
que busque por los barrancos de Chorrillos. Allí puede encontrar alguna pista”