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¿Qué papel desempeño la predicación expositiva en la Reforma?

Por Michael Reeves

Casi con toda seguridad, el cambio práctico más notable en el momento de la Reforma fue
el surgimiento de la predicación expositiva en las iglesias locales.

LA PREDICACIÓN ANTES DE LA REFORMA


En los siglos que precedieron a la Reforma, la predicación había sido una práctica en
declive constante. Eclipsada por la misa y producida sin esencia por la teología del
catolicismo romano medieval, la predicación había perdido la primacía que había disfrutado
en los días de la primera iglesia post-apostólica.
En el siglo XV, sólo un porcentaje muy pequeño de la gente podía esperar oír a su
sacerdote predicarles regularmente en su iglesia parroquial local. El reformador inglés,
Hugh Latimer, habló de «los curas fresas» que, como las fresas, aparecieron solamente una
vez al año. Incluso entonces, la homilía sería a menudo en un latín ininteligible para el
pueblo (y quizás, para mismo el sacerdote).

En cuanto al contenido de esas delicadezas raras, era muy improbable que se acercaran a la
Escritura. La gran mayoría del clero simplemente no tenía el conocimiento bíblico para
hacer el intento. En su lugar escribió Juan Calvino, los sermones antes de la Reforma se
dividían generalmente de acuerdo con este patrón básico:
La primera mitad de los sermones se dedicó a preguntas nubladas de las escuelas que
podrían asombrar a la gente común, mientras que la segunda mitad contenía encantadoras
historias o especulaciones no tan divertidas, por el cual los oyentes pueden ser mantenidos
en alerta.
Sólo unas pocas expresiones fueron lanzadas desde la Palabra de Dios, que por su
majestuosidad podrían adquirir crédito por estas frivolidades.
Como resultado, la ignorancia de la Palabra y el evangelio de Dios fueron profundos y
generalizados.

PREDICACIÓN EN LA REFORMA
En llamativo contraste, la Reforma hizo del sermón el punto focal de la adoración regular
de la iglesia, y enfatizó esto arquitectónicamente a través de la centralidad física y visible
del púlpito. Y mientras hoy tendemos a pensar en los líderes reformadores como teólogos
— y por lo tanto, no como predicadores—, era la predicación — especialmente la
predicación expositiva— lo que normalmente definía y tomaba la mayor parte de sus
ministerios.
En Wittenberg, durante un cuarto de siglo, Lutero predicó a través de la Biblia,
generalmente por lo menos dos veces los domingos y tres veces cada semana. En Zúrich, la
Reforma comenzó realmente el 1 de enero de 1519, cuando Zwingli anunció desde el
púlpito del Gran Ministro que, en lugar de llenar sus sermones con los pensamientos de los
teólogos medievales, el predicaría su manera a través del Evangelio de Mateo versículo por
versículo. Y cuando hubiese terminado eso, seguiría pasando por el resto del Nuevo
Testamento.
En Ginebra, Calvino pasó gran parte de su tiempo predicando: dos veces los domingos
(Nuevo Testamento) y, en semanas alternas, todos los días de la semana también (Antiguo
Testamento), cada vez durante una hora aproximadamente.

NINGUNA PALABRA, NINGUNA IGLESIA


No es difícil ver por qué la predicación expositiva era tan intrínseca a la Reforma y tan
marcada característica de los ministerios personales de los Reformadores. Fue a través de la
Palabra de Dios que Lutero había escuchado por primera vez el gozoso mensaje del
evangelio.
El temprano reformador inglés, Thomas Bilney, encontró en su primera lectura de la
Palabra esto: «La Escritura comenzó a ser más agradable para mí que la miel o el panal de
miel» Su anhelo era, pues, que muchos otros pudieran, como Lutero lo señaló: «Agarrar y
saborear la clara y pura palabra de Dios mismo y sostenerla».

Más aún, escribió Calvino: «la iglesia no puede ser llevada a la solidez, ni seguir en buen
estado, sino por medio de la predicación de la Palabra» De hecho, declaró la Confesión
Luterana de Augsburgo, y aquí hablaría por toda la corriente principal de la Reforma, la
iglesia se define precisamente por ser el lugar donde la Palabra de Dios es puramente
predicada y los sacramentos se administran debidamente. La iglesia es la creación de la
Palabra de Dios. Por lo tanto: no hay palabra predicada, no hay ninguna iglesia.

Ya fuera en Alemania, Suiza, Inglaterra o en otros lugares, la predicación expositiva de la


Palabra de Dios era la verdadera sala de máquinas de la Reforma. Y ahí radica tanto el reto
y estímulo para todos hoy en día que se consideran herederos de la Reforma. Cuando
leemos todas esas horribles estadísticas acerca de la deriva y la decadencia de la iglesia
actual, es fácil perder la confianza en la simple predicación de la Palabra. Es tentador
buscar en otra parte la bala de plata.

Pero hace 500 años, la Reforma demostró el asombroso poder transformador de la


exposición regular y clara de las Escrituras. Se erige como evidencia histórica de que no
hay nada inevitable sobre el declive de la iglesia. La oscuridad espiritual de nuestros días
puede ser revisada y regresada. Se hizo hace quinientos años, y fue por la misma Palabra
que no ha perdido nada de su inexorable poder.
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Michael Reeves es presidente y profesor de Teología de la Unión de Escuelas de Teología en
Oxford, Inglaterra.

Traducido por Renso Bello, Venezuela.

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