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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE SINALOA

Maestría en Ciencias Sociales


con Énfasis en Estudios Regionales

Identidad y
multiculturalidad:
una vía del desarrollo
endógeno
Ensayo

Materia: Teorías del Desarrollo


Profesor: MC Pedro Brito Osuna

Alumna: Sibely Cañedo Cázarez


05/12/2011
Dentro de los bienes intangibles de una comunidad o región, se encuentra
la identidad. Algo que puede parecer tan difuso y, a veces tan volátil, puede
convertirse en una forma de capital, en una vía para lograr un desarrollo
endógeno, entendiendo éste como la potencialidad de un territorio y sus actores
para lograr un crecimiento económico que lleve al mejoramiento de la calidad de
vida de sus habitantes, de forma equitativa y sustentable. De hecho, el desarrollo
endógeno valora no sólo el soporte físico del territorio sino las habilidades,
conocimientos, así como el capital social y cultural de sus habitantes, y la
potencialidad de la región con su entorno económico.

El desarrollo endógeno opera a través de una estrategia territorial que


aprovecha los procesos favorables de la globalización para insertar a las regiones
de los países más atrasados en las dinámicas de la competitividad mundial, para
que de esa manera irradien beneficios sostenidos en la localidad. “La
endogeneidad también representa la capacidad del territorio para invertir los
beneficios generados por su actividad productiva, promoviendo la diversificación
de sus economías. Se refiere además a la capacidad del territorio para estimular e
impulsar el progreso tecnológico del tejido productivo a partir de procesos de
innovación que reditúan en un fortalecimiento de la organización económica local y
de su competitividad” (Delgadillo, 2008).

No obstante, una condición para lograr lo anterior es contar con una cultura
de identidad territorial que permita potenciar los bienes intangibles de la localidad,
como la capacidad de organización, la confianza, la habilidad para negociar, la
capacidad de innovación, la participación social y otras más, ya que la cultura es el
soporte de estas cualidades, así como el territorio es el soporte de los recursos
naturales geofísicos.

Existen cuatro dimensiones para posicionar el desarrollo endógeno como


una realidad y no sólo como un modelo conceptual para las teorías económicas: la
dimensión política, que se refiere a la capacidad local de tomar decisiones; la
dimensión económica, la capacidad de reinversión de los capitales para lograr un
desarrollo a largo plazo; en tercer lugar el plano científico y tecnológico, como la

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capacidad interna de un sistema para generar sus propios impulsos de cambio; y
por último, fundamental, la cultura, como una “matriz generadora de identidad
socioterritorial” y que promueve la participación colectiva como parte de un
sistema de valores y como elemento unificador para un proyecto de desarrollo
común (Boisier citado por Delgadillo, 2008).

El debate sobre la identidad y el territorio se intensifica, como veremos más


adelante, con los procesos de globalización y la prevalencia de nuevos flujos de
comunicación, de mercancías, de personas, pero sobre todo de capitales y de
conocimiento, lo que ha hecho decretar a una corriente fuerte de pensadores la
“muerte del territorio” como elemento catalizador del desarrollo económico y
social. Sin embargo, se advierten nuevas propuestas donde lo local y, por tanto, el
factor territorio y sus identidades, continúan preservando su importancia aunque
de distintas formas.

Identidad y ciudad

La identidad socioterritorial puede presentar beneficios desde el punto de


vista del desarrollo endógeno tanto visto como una “auto-identidad” o una “exo-
identidad”, tomando en cuenta que la identidad encuentra su lugar en las
relaciones sociales y se manifiesta sólo en la intersubjetividad, es un juego jugado
únicamente por los sujetos, por tanto, la identidad se presenta en un contexto
psicosocial pero también en una situación externa (Giménez, 2009).

La “auto-identidad”, o la identidad percibida desde dentro, cuando desarrolla


ciertas características favorables al desarrollo, beneficia las relaciones
económicas al generar confianza entre aquellos que se sienten adscritos a una
identidad, o también puede generar un vínculo de pertenencia hacia el territorio
que impida que la población migre en busca de mejores oportunidades y prefiera
crear opciones de desarrollo económico dentro de la región valorizada como
propia.

La “exo-identidad” (percibida desde fuera) posee el potencial de aparecer


como la carta de presentación de las ciudades, en una especie de marketing hacia

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el exterior que proyecta las ventajas en cuanto a recursos naturales y sociales. Y
más allá, de eso puede generar procesos de simbolización de la ciudad que
capitaliza las capacidades de una urbe cuando ésta es percibida desde el exterior.
Es el caso de ciudades como París, Nueva York, Barcelona y Tokio, por decir sólo
algunas, cuyos nombres evocan sensaciones, historias, recuerdos e ideas
poderosas. Se convierten en ciudades-símbolo. Lo simbólico adquiere una vital
importancia, sobre todo en lo que se refiere a la actividad turística al vender una
ciudad no por sus atributos físicos, sino porque se constituye en un conjunto
insustituible de valores culturales, asociado al estatus al prestigio e incluso a la
clase social.

Como habíamos comentado párrafos arriba, la acumulación de historia


estimula en la memoria colectiva la creación de una identidad particular
relacionada a un territorio; a veces estos procesos se conforman de forma
sistemática pero involuntaria hasta cierto punto, pero en otros puede provocarse a
manera de operación kenynessiana en la esfera cultural al estimular la formación y
difusión de símbolos que proporcionen identidad a un espacio social determinado,
esto puede ser con algún objetivo particular como parte de estrategias de
desarrollo económico o social.

Así, las ciudades adquieren una cierta personalidad, una serie de


características compartidas socialmente que las hace únicas. Al igual que sucede
en los individuos, quienes se pueden diferenciar unos de otros por su aspecto,
carisma y otras cualidades, esta personalidad le da a las ciudades un toque
distintivo que hace que ninguna ciudad sea exactamente igual a otra. La clave es
la originalidad y la autenticidad de una identidad, que a pesar de ser una esencia
mutable en el tiempo, conserva la unicidad y la cualidad de no poder ser
intercambiable por otra identidad.

En torno a la ciudad se construyen imaginarios y se generan vínculos con


puntos geográficos estratégicos que se convierten en geosímbolos, los cuales
contribuyen a la cohesión social de un grupo que se identifica como una
comunidad, como parte del mismo territorio. Las historias se inscriben en los

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espacios y los espacios dan cabida a las historias para perpetuarlas dentro de un
espacio ya sea urbano o rural. Sin embargo, en este proceso de retroalimentación
lo más importante es la intersubjetividad de los actores sociales, ya que el espacio
se convierte en lugar de vida, en terruño, en la matria, debido únicamente a la
valoración que aquellos le atribuyen, al peso afectivo y de utilidad que pueden
llegar a imprimirle.

Sin embargo, el territorio es muchas cosas más. La identidad y sus


referentes —tanto objetivos como subjetivos— no se limitan a la esfera de la
cultura o del simbolismo, sino que trascienden a los subsistemas político, social y
al económico. La identidad es como la cultura y comparte su carácter de
transversalidad y de ubicuidad, es decir, se encuentra en todas partes aunque a
veces su esencia sea difícil de captar. Y en los procesos económicos, también
ejercen una influencia poderosa que puede llegar a ser un factor determinante
para el destino de una región.

Con el paso del tiempo las diferentes escalas del territorio (continente,
nación, estado-región, comarca, barrio…) adquieren nuevos significados e incluso
surgen nuevas formas de ordenamiento territorial apegados a conceptos
diferentes de acuerdo a los procesos económicos y sociales de cada época. Para
ilustrar vemos, por ejemplo, que el desarrollismo nacionalista ha cedido paso a los
procesos globales entre naciones.

La palabra global emerge con nuevas connotaciones a partir de la década


de 1990 y con los avances en las tecnologías de comunicación. A pesar de que se
cría que el territorio dejaría de ser crucial en la gestión de la economía mundial,
algunas ciudades en el siglo XXI brillan en el “firmamento” de la globalización. Se
han convertido más que entes pasivos dependientes de sus gobiernos locales y
nacionales, en actores políticos. Para lograr esta carga de poder, la identidad es
un factor importante en las ciudades, pues ayuda a la cohesión social y a la
integración de diferentes visiones sobre el desarrollo en un proyecto común.

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Sobre este punto, resaltan Borja y Castells:

La ciudad se expresa mejor como actor social en la medida que realiza un articulación entre
adminsitracioens públicas (locales y otras) , agentes económicos públicos y privados,
organizaciones sociales y cívicas, sectores intelectuales y profesionales y medios de
comunicación social. Es decir, entre instituciones políticas y sociedad civil […] 1

Pero la identidad también puede catapultar la imagen de una ciudad e influir


en su poder al momento de los flujos internacionales de capital, de personas o de
mercancías; la identidad le proporciona una dimensión simbólica que respalda las
potencialidades reales de la ciudad o incluso los maximiza; sucede con los
atributos subjetivos de confianza, credibilidad y prestigio, tan importantes en la
actual etapa del sistema capitalista, la era post-industrial, donde los productos
financieros con base en la especulación representan divisas de miles de millones
de dólares; aunque es pertinente agregar que la carga de poder que simbolizan
muchas ciudades corresponde en ocasiones a procesos que tienen lugar
efectivamente, es decir, que no corresponde únicamente a un aspecto puramente
subjetivo o simbólico, sino que también presenta bases reales.

Ambas dimensiones, objetiva y subjetiva, se retroalimentan para completar


el círculo virtuoso en la acumulación de capital; lo mismo puede ocurrir en el caso
contrario, en detrimento de una ciudad, cuya imagen negativa sea percibida y
contribuya a su vez a empeorar las condiciones económicas existentes, como el
caso de México con su crisis de violencia en el presente sexenio.

En el nuevo contexto de la globalización económica, la pérdida de


autonomía de los Estados nacionales y el nuevo mapa geoestratégico del mundo,
han elevado a las ciudades y a las regiones como herederas de un nuevo
protagonismo en el ámbito global en una reestructuración de las fronteras entre los
países. Uno de los conceptos más trabajado en este sentido es el ciudades
globales de Saskia Sassen (2003), quien ha descubierto que algunas megalópolis
concentran la toma de decisiones en el ámbito político y financiero, pero sobre
todo constituyen los nodos que articulan los flujos de información, de capitales y

1
Borja, Jordi y Castells, Manuel (1998). Lo local y lo global. Grupo Santillana Ediciones, España, pp. 139

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de personas, además de ejercer un nuevo tipo de control con base en las
tecnologías de comunicación como el Internet y con una nueva valoración de las
distintas etapas del territorio y una manera de trazar las fronteras en contraste con
las divisiones geopolíticas convencionales.

[… ]Podemos observar un reescalamiento de lo que son los territorios estratégicos que articulan el
nuevo sistema. Con el desmembramiento parcial o al menos debilitamiento de lo nacional como
unidad espacial llegan las condiciones para el ascenso de otras escalas y unidades espaciales. Entre
éstas se encuentran las subnacionales, en especial, ciudades y regiones; las regiones fronterizas
que comprenden dos o más entidades subnacionales; y las configuraciones supranacionales, por
ejemplo mercados digitalizados y bloques de libre comercio.2

Estas nuevas formas de concebir y reorganizar el territorio modifican las


estrategias económicas en las distintas regiones y microrregiones, pero a su vez
una nueva forma de interconexión entre éstas y las ciudades; o entre lo local y lo
global, como proponen Borja y Castells (1997), quienes proponen que la
articulación entre sociedad y economía, tecnología y cultura, puede desarrollarse
de forma más eficiente y equitativa a partir del reforzamiento de la sociedad local.
“La importancia estratégica de lo local como centro de gestión de lo global en el
nuevo sistema tecno-económico puede apreciarse en tres ámbitos principales: el
de la productividad y competitividad económicas, el de la integración socio-cultural
y el de la representación y gestión políticas” (Ibíd.)

La cohesión social, a través del valor de la tolerancia y de códigos de


comunicación entre los distintos grupos, cobra vital importancia ante la gran
diversidad de las ciudades en la era contemporánea, que se han convertido en
espacio de confrontación de identidades diversas. Ante la fuerza universalista de
los procesos globales, las identidades étnicas y otras identidades particulares
adscritas a un territorio proporcionan el sentido de pertenencia a una vida social
concreta, donde la identidad no es algo homogéneo, sino con pliegues, fracturas y
diversidad al interior. El riesgo de fragmentación y, por tanto, de conflictos y
tensiones sociales, crece en las ciudades que cada vez más presentan una

2
Sassen, Saskia. (2003). Localizando ciudades en circuitos globales. EURE Revista Latinoamericana de
Estudios Urbano Regionales, pp. 23

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composición multicultural, debido a los grandes movimientos migratorios tanto
nacionales como internacionales, así como al mecanismo de atracción que ejercen
las grandes urbes para millones de excluidos del sistema económico y de
seguridad social.

La cohesión social puede resolverse sólo de forma parcial mediante la


articulación de las distintas identidades en los niveles macro, mezzo y micro a
través de la existencia de un común denominador, como puede ser el Estado-
nación, cuando no se contrapone con la existencia de facetas diferentes de la
identidad, la religión, el género, la raza y otras. Pero resulta de importancia
estratégica la actuación de los gobiernos locales de igual forma que en la gestión
económica.

Los gobiernos locales juegan un papel preponderante en lo relativo a la


integración cultural porque las diferencias culturales se expresan en territorios
concretos y el Estado no posee la capacidad de llegar a las pequeñas escalas del
territorio de igual forma que los gobernantes que se encuentran en la proximidad
de la problemática en cuestión. Todo este panorama exige una redefinición del
papel del Estado en relación con los gobiernos locales y las ciudades, así como de
las interacciones de las ciudades y regiones entre sí.

Una clara demostración del papel determinante que pueden jugar los
proyectos impulsados desde el gobierno, cuando éstos se fundamentan en una
base social amplia e incluyente, es el Plan estratégico, económico y social
Barcelona 2000, el cual tuvo como su eje rector la implementación de los Juegos
Olímpicos de 1992 como punto de partida para impulsar la proyección de la
ciudad, fortalecer la identidad local y atraer la atención del mundo entero, y para
ello se plantearon las siguientes estrategias principales:

-Conexión de Barcelona con la red de ciudades europeas mediante potenciación de los elementos de
comunicación y transporte y por vertebración interna de la metrópolis buscando su equilibrio y
mejorando la movilidad y accesabilidad;

- Mejora de la calidad de vida de los habitantes, acciones en el campo del medio ambiente, vivienda,
formación, cultura y bienestar social.

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- Desarrollo económico equilibrado, creación de infraestructuras de ayuda a las actividades
económicas, acciones para hacer más competitivo el tejido industrial y de servicios avanzados, y
acciones para el desarrollo de sectores económicos con potencial.

El plan obtuvo en 1991 el Premio Especial de Planificación por parte de las


Comunidades Europeas, puesto que ayudó a una zona metropolitana a integrarse
de forma exitosa en los procesos globales, conservando la matriz cultural que ha
mantenido desde hace siglos un cierto estado de cohesión en Cataluña como
región autónoma de España. Este tipo de iniciativas logran cimentar una identidad
pero al mismo tiempo articulando sus procesos económicos y culturales con su
entorno europeo y global, lo cual contribuye al desarrollo social e incluso a la
tranquilidad de la población mediante la eliminación de conflictos sociales y
políticos. Otra lección es la importancia de un proyecto común, lo cual es
imposible de lograr sin la existencia de un determinado capital social traducido en
capacidad de organización, de negociación y de innovación. Es común ver en
muchas ciudades que no logran ser ganadoras en el aspecto económico y social,
que sus actores sociales no son capaces de crear un futuro común, sino que cada
cual va en busca de sus propios intereses, lo que fragmenta el tejido social,
porque concentra las políticas de gobierno en determinados sectores, como
sucede en México, por ejemplo, con el sector empresarial.

Nuevos esquemas de organización territorial

La tendencia creciente hacia la concentración poblacional en núcleos


urbanos es abrumadora. En 1995, de acuerdo a reportes de la ONU, el 46 por
ciento de la población mundial vivía en áreas urbanas. Si la tendencia persiste,
alcanzará el 60 por ciento para el año 2030 y más del 70 por ciento para el 2050,
lo que puede dificultar no sólo las formas sociales de convivencia, sino el abasto
de los servicios básicos, como el agua potable ya que millones de personas se
concentrarán en áreas relativamente reducidas y aumentará el costo de llevar el
vital líquido a las megalópolis, mientras tanto, quienes vivan alejados de las zonas
metropolitanas sufrirán escasez de agua, sólo para mostrar una de tantas
dificultades de las grandes urbes.

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En este rubro, es necesario partir de la diferenciación entre urbanización y
ciudad. La primera se refiere a la articulación espacial continua o discontinua, de
población y actividades. En cambio, la ciudad implica un “sistema específico de
relaciones sociales, de cultura y, sobre todo, de instituciones políticas de
autogobierno” (Borja y Castells, 1997). Como se advierte, la ciudad es algo más
que un conglomerado de habitantes y de construcciones, representa una unidad
social y simbólica, aunque compuesta de forma heterogénea.

Ante el nuevo panorama mundial, diversos autores proponen a la ciudad


como el espacio donde se gesta el desarrollo económico y social. Las ciudades
generan la cercanía entre actores sociales, empresas y gobierno, favorecen la
diversidad en la producción, la competitividad y la formación de redes; crean
lugares de encuentro y estimulan la innovación (Vázquez Barquero, 2005).

Las interacciones sociales y económicas entre ciudades y sus regiones


desembocan en la prevalencia de un sistema urbano regional, que concatena las
distintas localidades de una demarcación territorial, así como el sistema de ciudad-
región que conecta la ciudad a través de los procesos políticos, económicos y
socioculturales y de una infraestructura tecnológica de conocimiento. Sin embargo,
habría que advertir que en algunas sociedades latinoamericanas, como es el caso
de México, la articulación ciudad-región se da en un continuum urbano con las
zonas rurales, las cuales presentan características territoriales y económicas de
deterioro en su mayoría, pero culturalmente y desde el punto de vista de la
sociología de la vida cotidiana, poseen una fuerte carga en la conciencia colectiva
de los habitantes, quienes en el plano empírico viven más en la movilidad de lo
urbano a lo rural y viceversa, tomando en cuenta el origen de la población, que
aunque estadísticamente cuenten con un domicilio urbano, su modo de vida
corresponde a formas tradicionales de lo rural, lo que da procesos diferenciados
de urbanización del campo como de “ruralización” de las ciudades. 3

3
La población total del país aumentó de 48.2 millones en 1970 a103.3 millones en 2005, mientras que la
urbana lo hizo de 22.7 a 71.5 millones, contribuyendo esta última con casi 90 por ciento del incremento

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Para muestra del vacío conceptual en esta materia, basta mencionar la
confusión en cuanto a las definiciones de ciudad y de zona rural. Se presentan
criterios que determinan una ciudad por el número de habitantes o por su actividad
industrial, o por sus características de infraestructura; y en contraparte, al campo
como la zona dedicada principalmente a la agricultura, y por tanto, áreas
atrasadas per se desde el punto de vista de las teorías de la modernización y su
respectiva ideología del progreso: la dicotomía campo-ciudad, como modernidad-
premodernidad, y lo que ha llevado a su vez a un consecuente abandono del
campo en las políticas públicas como lugar de vida y no sólo como proveedor de
materias primas y de alimentos.

El esquema dualista, adoptado desde hace mucho tiempo por las Ciencias
Sociales, excluye los estados intermedios, diferentes, y como puede ser el caso de
la región, al utilizar las definiciones global-local, territorios-redes, individual-social,
privado-público, entre otras concepciones que tienden a polarizar la discusión y a
borrar teóricamente aspectos trascendentes de la realidad empírica. (Rózga,
2001)

Este tipo de ideologías influyen a su vez en cómo una determinada


localidad se inserta en los procesos de globalización y nos habla de cómo cada
sistema regional presenta situaciones específicas que deben ser tomadas en
cuenta a la hora de planear una estrategia de ordenamiento territorial y de
desarrollo económico. Es el problema de estandarizar medidas y políticas a nivel
internacional, como si todas las recomendaciones rindieran los mismos resultados
a todas las regiones o países. La visibilidad de las diferencias y de las identidades
socio-territoriales es importante también a nivel de política económica.

En México, por ejemplo, se ha presentado un crecimiento económico y


demográfico acelerado. Sin embargo, este proceso no se ha acompañado de un
desarrollo armónico y progresivo ni equitativo entre sus diversas regiones. En
2005, en el país se contaba con un sistema de 367 ciudades y un porcentaje de

demográfico nacional. Lo anterior de acuerdo a información del libro Desarrollo Urbano y regional,
coordinado por Gustavo Garza y Matha Schteingart.

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población urbana de 69.2 por ciento, especialmente desde la década de 1980 las
grandes zonas metropolitanas concentran las principales actividades económicas,
además de la población y de los flujos de capitales y financieros. (Garza, 2010)

El entorno neoliberal obliga a los países a abrir sus economías con no


pocas consecuencias internas y también a elevar la competitividad de las
regiones, y ante ello surge la necesidad de la descentralización, ya que las
decisiones de Estado carecen de la flexibilidad, rapidez y maleabilidad que exigen
los tiempos actuales de la globalización (Boisier, 1999).

Pero también esta competitividad se da al interior de las regiones y es aquí


donde se necesitan vincular estos procesos con una dinámica de cooperación en
forma simultánea para crear mecanismos de desarrollo endógeno, como se
presenta en el modelo de distrito industrial. Para Giacomo Becattini (1994), en el
distrito se presenta un juego de empresas, medianas y pequeñas, en el que el
perdedor siempre tiene la posibilidad de jugar otra vez, siempre y cuando respete
las reglas de la comunidad. El distrito tiene que ser competitivo hacia el exterior y,
es por eso, que no se lleva una lucha encarnizada de forma interna, es decir, que
si una empresa o agente mantiene una función dentro del territorio lo más
conveniente para todos es que ésta sobreviva.

Los modos de solidaridad empresarial van desde la organización para


realizar compras de mayor escala a bajos precios, hasta la transferencia de
maquinaria de una empresa a otra menos modernizada o pasando por la fijación
de precios en conjunto para garantizar un punto de equilibrio ante los costos. Por
otra parte, la competencia entre empresas puede redituar en una competitividad
hacia el exterior al empujar a los productores a innovar y elevar sus niveles de
productividad. De tal forma, se puede apreciar que cooperación y competencia son
dos caras de un mismo proceso que interactúan hacia dentro y fuera de las
ciudades.

El distrito industrial puede presentar diversas lecturas de tal manera que se


pueden extrapolar sus estructuras y principios al desarrollo local. “El distrito

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industrial es un concepto que nació en el campo de la economía política y se
difundió sucesivamente a otros campos disciplinarios […] El desarrollo local no
nació en el campo de la economía de desarrollo; por eso su concepto no es tan
fácil de encontrar en esa área metodológica, sino que tiene que ser una fusión de
diversas categorías ya que la noción de desarrollo se explica con otras
condiciones de bienestar humano, como la libertad de expresión, los derechos
humanos, la equidad en la repartición de los recursos, la tolerancia y la aceptación
de la multiculturalidad. (Sforzi, 2007)

Reflexiones finales para la discusión

Como parte de los procesos de globalización, surgen microrregiones,


regiones, ciudades intermedias, ciudades globales, que se insertan de manera
distinta y de acuerdo a sus capacidades naturales, humanas y tecnológicas al
sistema económico; dependen de su capacidad de adaptación social, de
organización y de innovar para generar valor en sus economías. Bajo esta
dinámica, se entiende que el desarrollo endógeno es un modelo que más que
teorizar en una problemática, presenta alternativas y bases para la acción, de lo
cual deriva la dificultad de abordar la temática del desarrollo regional o local, para
empezar por la cualidad polisémica de la noción de desarrollo, que fue equiparada
por mucho tiempo con el concepto de crecimiento económico proveniente, desde
luego, de la economía.

El desarrollo implica, hasta cierto punto, subjetividad debido a que las


concepciones culturales vigentes en una sociedad pueden hacer variar el
concepto de desarrollo, si bien hay una base objetiva en que parece presentarse
el consenso generalizado, como es la satisfacción de las necesidades básicas
(alimentación, vivienda, educación, seguridad, salud) y la existencia de un entorno
económico que proporcione los empleos y los bienes suficientes para una
población. No obstante, en la forma de llegar a esos objetivos y en el modo de
implementarlos depende en gran medida de las diferencias culturales de cada
grupo social, por ello, la capacidad de convivencia y la tolerancia hacia la otredad
y lo diferente serán cada vez más importantes para la sobrevivencia y la calidad

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de vida de la humanidad. Cabe hacer mención que estas diferencias se expresan
en numerosas ocasiones en términos de clase social, como con los grupos
indígenas, casi siempre asociados a la pobreza, al ser la contraparte del
paradigma cultural vigente proveniente de la cultura occidental y de la
modernización económica; y lo mismo sucede con otros grupos vulnerables, como
las mujeres, los campesinos y otros más. De tal forma, que al incluir las
diferencias se llegue a la conclusión de que no hay una sola vía para obtener la
integración económica y social en estos tiempos de globalización, sino que la
creatividad de las sociedades humanas se convierte en un detonante del
desarrollo a través de su riqueza cultural, compuesta de una amplia gama de
historias, de saberes, de habilidades, técnicas y conocimientos que pueden ser
reciclados y readaptados para el bienestar de la humanidad.

Por lo tanto, los elementos que conforman las identidades culturales


deberán modelar la instrumentación de políticas públicas diferenciadas, mediante
una mayor participación social en todas las facetas del desarrollo. Y, por otro lado,
el reconocimiento de la multiculturalidad como una condición inherente a las
ciudades del siglo XXI (e incluso desde hace siglos) es el primer paso hacia una
sociedad más incluyente y equitativa.

Bibliografía:

Boisier, Sergio (1999). Teorías y metáforas sobre el desarrollo territorial. Comisión

Económica para América Latina y el Caribe. Santiago de Chile, pp. 2.

Becattini, Giacomo (1994). Las regiones que ganan: distritos y redes. Losnuevos

paradigmas de la geografía económica. Ed. Alfons el Mananim, Valencia,

Expaña.

Borja, Jordi y Castells, Manuel (1997). Lo local y lo global. La gestión de las

ciudades en la era de la información. United Nations for Human Settlements

(Habitat). Grupo Santillana Ediciones, Madrid, España.

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Delgadillo Macías, Javier (coordinador) [2008]. Política territorial en México. Hacia

un modelo de desarrollo basado en el territorio. Ed. Plaza y Valdés. UNAM.

México, DF.

Garza, Gustavo y Schteingart Martha [2010] (coordinadores). Desarrollo urbano y

regional. Colección: Los grandes problemas de México. Vol. II. El Colegio de

México. México, DF. Pp 657.

Giménez, Gilberto (2007). Estudios sobre la cultura y las identidades sociales,

CONACULTA, México, pp. 25-50; 115-147; 149-172.

Vázquez Barquero, Antonio (2005). Las nuevas fuerzas del desarrollo. Antoni

Bosch, Editor. Barcelona, España, pp. 95

Sassen, Saskia. (2003). Localizando ciudades en circuitos globales. EURE Revista

Latinoamericana de Estudios Urbano Regionales, pp 23-51

Sforzi, Fabio (2007). “Del distrito industrial al desarrollo local”. EN: Rocío Rosales

Ortega (coordinadora). Desarrollo local: Teorías y prácticas socioterritoriales.

Ed. Miguel Ángel Porrúa Librero-editor Universidad Autónoma Metropolitana

(Iztapalapa). México.

Rózga, Luter (2001). “Región y globalización.” CONVERGENCIA, Año 8. No. 25

Mayo-agosto 2001. Revista de Ciencias Sociales. Facultad de Ciencias

Políticas y Administración Pública (UAEM), pp 83-102

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