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Allá por el año 1962, (ELLACURÍA Y SOBRINO 1990: 30) momento en el que Juan
XXIII inauguraba el concilio Vaticano II, se elaboró, en América latina, la teoría de la
dependencia, cuya filiación marxista fue puesta en tela de juicio por considerarse una
cuestión burguesa en la que lo que se produce es una lucha entre capitales. Fue entre 1966
y 1968 cuando se realizó la segunda Conferencia general del Episcopado, Sínodo, en
Medellín. Este lapso supuso un conjunto extraordinario de reuniones y documentos
(ELLACURÍA Y SOBRINO 1990: 31-32) que manifestaron la raíz crítica de parte del
cristianismo latinoamericano, a saber, la pregunta por la causa de la pobreza en
Latinoamérica y la exhortación no solo a realizar una crítica sino a remediar, realmente,
la situación manifiesta de injusticia. Esta cuestión cristalizó en una obra de Gustavo
Gutiérrez, Teología de la liberación, obra que expresa el quehacer teológico real
(ELLACURÍA Y SOBRINO 1990: 33) en América Latina: «Hablar de una teología de la
liberación es buscar una respuesta al interrogante: ¿qué relación hay entre la salvación y
el proceso histórico de liberación del hombre?» (GUTIÉRREZ 1969). Este hito inició, aun
siendo deudor de sus precedentes, una etapa histórica que todavía hoy es poco conocida
en Europa.
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Citando a Kohan: «Entendemos con Gramsci que toda afirmación teórica que se postule como algo
universal al margen de la historia y la política se convierte en pura metafísica. Las verdades de la metafísica
no tienen tiempo ni espacio, son (falsamente) universales y abstractas. Están separadas de la vida histórica
de la humanidad; en sus formulaciones hacen completa abstracción de dicha historia y jamás explicitan los
condicionamientos sociales de los que surgen los términos planteados». Para esta definición de “metafísica”
véase Antonio Gramsci: Cuadernos de la cárcel. [Edición crítica de Valentino Gerratana]. México, ERA,
2000. Tomo 4, p. 266. (KOHAN, 2013: 34).
irremediablemente, que el cerebro y su organización son quienes ciertamente deciden qué
tipo de conocimientos son posibles o imposibles. Para salvar, en esta circunstancia, el
materialismo y la objetividad, Lenin debería recurrir a una armonía preestablecida y
preexistente entre el mundo exterior y el cerebro, premisa de corte metafísico. Como no
puede aceptarlo, se ve obligado a aceptar, con toda paradoja, que «la existencia de la
materia es independiente de la sensación». Con esta premisa salva la materialidad objetiva
del mundo exterior. Esta hipótesis, sin embargo, contradice su anterior afirmación,
utilizada para salvaguardar los mismos principios ahora en el campo epistemológico: «la
sensación está determinada por el cerebro». (ASSMANN 1975: 21). El contenido ofrecido
en este párrafo nos otorga las condiciones necesarias para sostener la que se convierte en
nuestra hipótesis en este punto: Lenin reproduce el fetichismo, en el campo
epistemológico, del que Marx es, en el propio de la socioeconomía, su principal crítico.
Ofrecidas las razones por las que la teología de la liberación no aceptó, en modo
alguno, el materialismo dialéctico, es momento de apreciar cual fuera la recepción
producida. Cabe decir, con el profesor Dussel, que el acceso a Marx se manifestó doble.
(DUSSEL 1990: 124). En primer lugar, el contacto se produjo a partir de lecturas
secundarias, como Yves Calvez en Francia o Welte en Alemania. Por otra parte, al
principio, la aproximación vino mediatizada por el Marx joven, esto es, por las lecturas
de las obras hasta el Manifiesto de 1848. La primera generación de pensadores vino
determinada, como decíamos, por el modelo francés, abanderado por J. Maritain y, con
mayor radicalidad, por E. Mounier y Lebret. Sin embargo, la entrada de Marx llega,
fundamentalmente, por la revolución cubana de 1959, a partir de la cual se produce una
lectura, a un tiempo, del joven Marx, las obras del Che Guevara, Gramsci y Lukácks.
Otros autores, como Korsch, Goldmann o Trotsky no han influido, según Dussel, en la
teología de la liberación. Como se evidencia, la primera generación se suministró de las
herramientas marxianas a partir de autores secundarios. Una línea también primeriza vino
mediatizada por la Escuela de Frankfurt a través de Marcuse y el teólogo J. B. Metz.
Marta Harnecker, como avanzábamos, realizó una versión didáctica de Althusser, con la
que influyó a una segunda generación de teólogos. Respecto a los marxistas
lationamericanos, cabe destacar a Mariátegui y a Sánchez Vázquez, así como el propio
Fidel Castro, cuya postura ante la religión viene dada por la línea de Rosa Luxemburgo,
muy influente en Brasil gracias a los trabajos del teólogo italiano Giulio Girardi.
Ahora bien, el marxismo que más influyó en el continente americano se manifestó
de la mano de la corriente socioeconómica que acuñó la teoría de la dependencia, con
autores como Orlando Fals Borda, Faletto, Cardoso, etc. Muchos de ellos, como señala
Dussel, no fueron Marxistas. (DUSSEL 1990: 124). De manos del teólogo y economista F.
Hinkelammert, el Marx más maduro hará su aparición en América Latina, pues en la
década de 1960, Hinkelammert por una parte y Dussel por otra, dieron comienzo, en
grupos, a un estudio exhaustivo y completo de toda la obra de Marx, incluso aquella que
todavía no había sido editada. Entre otras obras, encontramos, a partir de la década de
1980, la trilogía del profesor Dussel: (1) La producción teórica de Marx: un comentario
a los Grundrisse: (2) Hacia un Marx desconocido: un comentario a los manuscritos del
61-63 y (3) El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana. Estamos, con
toda seguridad, ante el estudio más exhaustivo, aún en el año 2018, de la obra del filósofo
de Tréveris. Esta trilogía se ha reeditado y ampliado en años sucesivos. En América
Latina se trató, con anterioridad a Marzoa, aun sin un contacto presumible, la exigencia
“de tratar los textos de Marx «como textos», es decir, de acuerdo con reglas filológicas,
con el mismo rigor que los de Aristóteles o Hegel. Esta exige, primero, delimitar un
corpus de fuentes” (Ramas 2015: 20-21), así como el proyecto real e histórico en el que
se produjeron. Se trata, por utilizar la terminología más precisa posible, de hacer una
lectura exegética y arqueológica. Este tipo de recepción ha pasado desapercibida incluso
en los editores alemanes de los Manuscritos. (DUSSEL 1988: 256; 1990B: 332).
Los pioneros (DUSSEL, 1990: 127) de esta asunción de Marx fueron Hugo
Assmann, quien categorizó las distintas recepciones (teología del desarrollo, de la
revolución, de la esperanza de Moltmann, política de Metz, etc.) y la obra fundamental
del teólogo Porfirio Miranda: Marx y la Biblia. Esta última obra, sin embargo, caracteriza
la mirada de un cristiano hacia Marx, pero no una lectura marxista de tal casamiento.
(DUSSEL, 1990: 127). Sea como fuere, lo cierto es que, si es verdad que hay diversos
marxismos, también así, en función de cuál de ellos asuman, dispares teologías de la
liberación y autores varios. (DUSSEL, 1990: 127- 132). Sin embargo, todas tienen un
elemento común, a saber, el estudio marxista de la fe en tanto justificación de la
dominación o de la liberación, es decir, la fe como praxis: «la teología de la liberación
asume el marxismo como teología que no sólo interpreta la realidad, sino justifica su
transformación, aun revolucionaria» (DUSSEL, 1990: 131). Se trata, en suma, de una
recepción rigurosa, crítica y exegética de las herramientas categoriales marxistas,
entendidas como marco y método, puesto al servicio de una teología cuyo fin no es
conocer, sino, siguiendo la epistemología judeocristiana, transformar la realidad de la cual
la fe y la religión son elementos constitutivos o, en palabras de Marx, determinaciones,
determinadas y determinantes.
140 y ss.
En España los estudiosos del marxismo son, como adelantábamos, una rara avis.
Incluso los primeros en dar algunos pasos, como Jacobo Muñoz y Marzoa, su pupilo,
trataron muy escuetamente la teoría del fetichismo. Tanto es así, que, en una de las
recientes publicaciones de Muñoz, editada en la famosa casa de Gredos, obra que consta
de más de 700 páginas, tan solo aparece la categoría “fetichismo” (o con raíz similar) en
diez ocasiones. (MUÑOZ 2012). El resto de autores (RAMAS 2015:29) introducen la
cuestión de forma muy tardía respecto del continente latinoamericano y siquiera son
citados por Clara Ramas como bibliografía básica para el estudio de la materia que nos
ocupa. En el plano internacional, Clara Ramas ha señalado a autores como Adorno y
Sohn-Rethel, quienes tratan, influyentemente, el fetichismo. Otros autores son: Backhaus,
Reichelt, Marxhausen y Heinrich, algunos de ellos pertenecientes a la llamada “Nueva
lectura de Marx” (RAMAS 2015: 30-31), tendencia pretendidamente europea nacida,
aproximadamente, en la década de 1960. En este punto finalizaría, según la doctora
Ramas, la recepción de la teoría del fetichismo. El panorama internacional, sin embargo,
es mucho más rico cuando se tratan autores como Guy Debrod y su escuela, la “crítica
del valor”. Estos, sin duda, son pioneros y profundizadores en el estudio de esta teoría.
De entre algunos representantes de la misma, cabe destacar la obra producida por A. Jappe
y, a partir de 1987, el papel de las revistas alemanas Krisis y Exit!. En ellas destaca, por
la abundancia de trabajos, Robert Kurz. Moishe Postone realizó, asimismo, algunas obras
al respecto. Giulio Girardi, por su parte, publicó numerosas obras acerca del marxismo y
el cristianismo, tratando, así, la cuestión misma de la teoría del fetichismo.
Sin embargo, tal y como hemos apreciado en la breve reseña acerca de la recepción
del Marxismo en Latinoamérica, las cronologías rebasan a los autores españoles y, en
alguna ocasión, a los propios europeos.
El primer texto del que tenemos constancia data de 1952, cuyo autor, Alfonso
Magallón de la Vega publicó, en el volumen 19 de la revista “El Trimestre Económico”,
del Fondo de Cultura Económica, un artículo titulado La propensión metafísica de la
economía. Para Magallón, la introducción de la metafísica en la Economía Política es un
error. Los orígenes de este error son explicados, dice el autor, en el apartado del
fetichismo de las mercancías: “la razón de ser [del error] consiste, en esencia, en atribuir
a objetos inanimados facultades que están más allá de su naturaleza física” (MAGALLÓN
1952: 301). Nos encontramos ante la que quizás sea una primera definición, en la
recepción latinoamericana, de qué sea el fetichismo. Sin embargo, el autor no menciona
nada más al respecto.
El siguiente texto que nos es conocido se publicó en 1968 de manos del profesor
F. Hinkelammert. Su título reza: La crítica de la religión de Marx y su concepto de
fetichismo. En esta obra, Hinkelammert explicita que Marx, a diferencia de Feuerbach,
no tuvo como objeto específico la religión o el cristianismo. Sin embargo, prosigue, la
obra marxiana, en su análisis socioeconómico, descubre lo que denomina “fetichismo”.
El fetiche se caracteriza, según el autor, por ser “un ídolo que tiene como esencia ser
antihumano” que se descubre en la relación del hombre con la naturaleza trabajada,
mediatizada por otros hombres. (HINKELAMMERT 1968: 1). Indica que, en este sentido,
existe una continuidad entre el joven Marx y el último Marx: «la naturaleza es el cuerpo
ampliado del hombre, lo que significa que la naturaleza es una relación social objetivada».
El ser humano, al no conocer esta relación, convierte en fetiche la materia trabajada. En
un primer momento, el fetichismo se reduce a un error epistemológico. Sin embargo, acto
seguido, Hinkelammert explicita que “el valor de cambio no aparece como un fenómeno
dominable por el hombre, sino una fuerza a la cual hay que someterse”. Se trata, en
consecuencia, no de un mero ideologismo, sino de un carácter real de la mercancía en su
forma aparente, en cuya cúspide se sitúa la mercancía-dinero. En consecuencia, dice el
autor, Marx sabe que “cuando existe producción mercantil, existe el ídolo y cualquier
crítica del ídolo es inefectiva si no se descubre la praxis” (HINKELAMMERT 1968: 2), que
es, en el fondo, “la liberación”. Comienza, en este momento, a elaborar una teoría crítica
de la praxis en relación a la Biblia, que él mismo resume:
Es, sin embargo, en la década de 1970, cuando la teoría del fetichismo irrumpe,
en Latinoamérica, de una manera insospechada hasta el momento. El mismo
Hinkelammert publica, en 1971, un artículo de 42 páginas titulado Fetichismo de la
mercancía, del dinero y del capital (la crítica marxista de la religión). Se trata de una
posición bastante más meditada y madura que su anterior texto. La tesis básica sostenida
por Hinkelammert es anunciada en un primer momento: «Marx analiza el carácter
fetichista de la mercancía como culminación de su análisis general de la mercancía»
(HINKELAMMERT 1971: 42). La mercancía, por su parte, es bifronte. Citando a Aristóteles,
Marx evidencia que el “valor de uso” es una propiedad inherente a la mercancía en tanto
relacional con las necesidades humanas, esto es, con el sujeto vivo. Sin embargo, el “valor
de cambio” no es una propiedad natural. A la hora de caracterizar el fetichismo,
Hinkelammert se expresa con meridiana claridad: «El fetichismo es un poder real que
surge en el mundo de las mercancías y que se reproduce en el pensamiento humano sobre
este mundo» (HINKELAMMERT 1971: 43). El mismo Marx se encarga de especificar que
el fetichismo es, ante todo, una realidad de la mercancía y no un mero problema de
conocimiento, sino que estos antojos “salen de la cabeza de madera [de una mesa] y son
mucho más peregrinos y extraños que si de pronto rompiese a bailar por su propio
impulso” (Capital, I, 37). La mercancía es, realmente, un “objeto físicamente metafísico”.
¿En qué consiste, pues, este carácter misterioso real?
Así, Hinkelammert explicita que la teoría del fetichismo es válida mientras el tipo
de producción imperante que lo provoca permanezca. En ella, se produce una reificación
del sujeto vivo y una espiritualización de la mercancía mediante la que se establecen
relaciones entre los humanos que, además, resultan contradictorias en cuanto a los
intereses. En consecuencia, la inversión del fetichismo consiste en la libertad humana,
esto es, en el modelo productivo en el que el ennoblecimiento de uno mismo exija estar
condicionado por la necesidad y el ennoblecimiento del semejante, que, a la sazón, es la
tesis del primer texto que conservamos de Marx. (MARX 1982: 1-4).
Sin embargo, prosigue el autor, el fetichismo está oculto en el valor, pues este “no
lleva escrito en la frente lo que es”, está escondido tras las apariencias. (HINKELAMMERT
1971: 43). Con ello retoma la cuestión de la categoría “apariencia”, cuestión
tradicionalmente y típicamente filosófica.