Sie sind auf Seite 1von 10

TÍTULO: LA PÉRDIDA DE CHANCE Y EL DAÑO AL PROYECTO DE VIDA

AUTOR/ES: Werlen, Cristian O.


PUBLICACIÓN: Temas de Derecho Civil, Persona y Patrimonio
TOMO/BOLETÍN: -
PÁGINA: 21
MES: Noviembre
AÑO: 2015

CRISTIAN O. WERLEN(*)

LA PÉRDIDA DE CHANCE Y EL DAÑO AL PROYECTO DE VIDA

NOCIONES RELACIONADAS EN EL CÓDIGO CIVIL Y COMERCIAL DE LA


NACIÓN

I - INTRODUCCIÓN
La pérdida de chance y la interferencia al proyecto de vida son dos categorías que el nuevo Código receptó
dentro de la sección referida al “Daño resarcible”. Resulta interesante comprobar este fenómeno legislativo por
el que se otorga carta de ciudadanía normativa a figuras que tenían un cierto grado de reconocimiento en la
doctrina autoral y judicial, aun con posiciones encontradas y ciertas polémicas que analizaremos en este
ensayo. Este es el alcance que debe darse a la expresión nuevos daños, que se utiliza para identificar a rubros
que aparecen por primera vez en la legislación de fondo nacional, pero lejos están de constituir una novedad
para la dogmática jurídica nacional.
En general, cuando aparece un nuevo daño, los autores son conscientes de que tienen frente a sí “la
necesidad imperiosa de resolver el triple problema de identificarlo, categorizarlo y cuantificarlo”(1). Agregamos
otra cuestión que tiene su campo específico en los daños extrapatrimoniales o personales y que es la vinculada
a la legitimación activa. Es decir, en primer término, nos deberíamos preguntar qué son cada uno de estos
daños, para lo cual es imprescindible precisar su contenido y deslinde conceptual. A continuación, corresponde
determinar si tendrán autonomía o si corresponde subsumirlos en alguna de las categorías existentes. Al difícil
interrogatorio del cuánto que impone asignarle un valor pecuniario -independiente o integrativo de los géneros-
, se suma otra pregunta: ¿quién? y que se responde con la legitimación que el ordenamiento otorga a ciertas
personas para reclamar su resarcimiento (ahora, en un régimen polifuncional, agregamos la prevención).
Para empezar a responder estos interrogantes respecto de las construcciones que analizaremos en este
trabajo, acudimos en forma prioritaria al nuevo Código Civil y Comercial (CCyCo.), que distingue claramente el
concepto de daño-lesión (art. 1737) de las indemnizaciones-consecuencias derivadas del perjuicio base (art.
1738) y menciona en esta última norma la pérdida de chance dentro de los rubros que comprenden la
indemnización al lado de las otras categorías tradicionales del daño material: “la pérdida o disminución del
patrimonio de la víctima” (el clásico daño emergente) y “el lucro cesante en el beneficio económico esperado
de acuerdo con la probabilidad objetiva de su obtención”. Por ello, en el cuerpo codificado de reciente entrada
en vigencia, el procedimiento de categorización determina que podrán solicitarse tres especies de
indemnizaciones por daño patrimonial: el perjuicio emergente, el lucro cesante y la pérdida de chance.
La misma norma citada enumera a continuación otros supuestos de indemnizaciones, pero ya
pertenecientes al género de las no patrimoniales, derivadas de la violación de los derechos personalísimos, la
lesión a la integridad personal, a la salud psicofísica, a las afecciones espirituales legítimas y las interferencias
en el proyecto de vida. Destacamos esta última categoría porque algunos autores observan en ella la expresión
personal de la pérdida de chance, encuentran puentes que la comunican en un intento de asimilación que
merecerá una particular reflexión en este trabajo. Este novedoso rubro se encuentra apoyado en los cimientos
del Título Preliminar del Código patrio, que contiene principios y valores, y son estas expresiones del daño
resarcible las que confirman su adhesión a una visión integral de la persona humana (mencionada
prioritariamente en el art. 1737), reforzada por el expreso reconocimiento de su inviolabilidad (art. 51), el
extenso e indispensable listado de los derechos personalísimos tutelados, cuya lesión habilita acciones
preventivas y resarcitorias (art. 52).
Asimismo, se ratifica el principio de la reparación plena consagrado en el artículo 1740 pero, para
salvaguardar el necesario equilibrio y la mesura que debe existir, el nuevo texto establece los requisitos para la
procedencia de la indemnización por pérdida de chance, ya que solo será indemnizable “en la medida en que
su contingencia sea razonable y guarde una adecuada relación de causalidad con el hecho generador” (art.
1739). La norma es rigurosa desde lo técnico al imponer estas dos pautas de valoración: la razonabilidad y el
nexo adecuado de causalidad, que constituye la aplicación al caso específico de la teoría plasmada en el
artículo 1726 del Código como norma general del sistema. Estos eran presupuestos ya reconocidos por autores
extranjeros, quienes condicionaban su reparación a que el dañado demuestre la existencia de un nexo causal
entre el hecho y la razonable probabilidad del acaecimiento.(2)
Por último, dentro de la misma sección, el Código prevé una hipótesis específica del rubro que analizamos:
“la pérdida de chance de ayuda futura como consecuencia de la muerte de los hijos” [art. 1745, inc. c)], como
integrante de la denominada indemnización por fallecimiento, asignando legitimación también a quien tenga la
guarda del menor fallecido. La referencia merece algunas aclaraciones, porque en lo legislativo -como lo
anticipábamos- se regula otro supuesto reconocido por la tradición jurídica nacional, se plasma una
indemnización ya aceptada por la mayoría de la dogmática; sin embargo, esta consagración no debe llevarnos
a pensar que la mención de esta especie excluye numerosas aplicaciones de la pérdida de chance (ahora, como
nueva categoría de daño indemnizable) vinculada a otros casos especiales de responsabilidad (mala praxis
profesional, daños deportivos, etc.).
Orientados por las preguntas con las que iniciamos este comentario, abordaremos a continuación el
análisis autónomo de los aspectos sustanciales de cada uno de los dos rubros que integran el título de este
trabajo, pero destacando también los problemas y las aristas comunes que pueden existir entre ellos.

II - PÉRDIDA DE CHANCE

II - 1. Nociones conceptuales
La reciente sanción del nuevo Código y la reiterada invocación de esta particular categoría en su articulado
nos compelen a recordar en pocas líneas sus orígenes y penetrar en la esencia y requisitos de esta concreta
clase de perjuicio. La expresión -una vez más- fue tallada por la doctrina francesa, que definió la pérdida de
chance como la “desaparición de la probabilidad de un suceso favorable”(3); el perjudicado pierde la expectativa
de conseguir o tener un bien (material o inmaterial) o evitar un mal. El recurso de una metáfora para describir
el suceso fáctico lesivo puede resultar útil y así afirmamos que el daño se configura cuando el sujeto afectado
emprende un camino que lo llevaría a obtener una ganancia o eludir una pérdida, pero ese sendero resulta
injustificadamente interrumpido por el hecho antijurídico de un tercero.
En agudas palabras de Zannoni, en la pérdida de chance coexisten “un elemento de certeza y un elemento
de incertidumbre”(4). La seguridad aparece cuando se comprueba que, de no mediar el evento dañoso, el
damnificado conservaría la esperanza de obtener una ganancia o evitar una pérdida patrimonial. En línea
paralela se vislumbra la incertidumbre, definitiva ya, que se traduce en la siguiente duda: de mantenerse la
situación de hecho o de derecho que era el presupuesto de la chance, ¿se habría obtenido la ganancia o
suprimido la pérdida?
El debate alcanza el análisis semántico del sintagma pérdida de chance, nos recuerda Juan Prevot al
comentar un fallo de la Justicia Federal(5), que si bien resulta ajeno a nuestra lengua, es absolutamente
dominante en la doctrina y jurisprudencia universal; no obstante, existen quienes bregan por utilizar en su
reemplazo la expresión “pérdida de una probabilidad”(6), argumentándose entre otros motivos que la palabra
“chance” de origen francés equivale en español a “ocasión” u “oportunidad”(7). En el contexto normativo del
nuevo Código, pensamos que la chance puede extenderse más allá de la probabilidad y comprender aquellos
supuestos en los que se frustra una posibilidad razonable, que además se encuentra en adecuado nexo causal
con el hecho que la interrumpe.
Estos son los presupuestos que ahora impone el derecho positivo nacional, ya que el uso de los vocablos
puede inducir a errores. La chance es cierta, su existencia no debe provocar dudas; no obstante, para que
resulte resarcible su aniquilamiento, la posibilidad de conseguir ventajas o de evitar pérdidas debe ser
razonable. Acreditado este extremo, estamos convencidos de que algunos de los cuestionamientos que se
realizaron sobre esta figura parten del desconocimiento de que lo que se indemniza en realidad es la chance,
por lo que no es cierto que en este rubro desaparezcan los requisitos del daño resarcible (como analizaremos
con mayor profundidad en el apartado que sigue), sino que estos se predican respecto de esa posibilidad
razonable, no ya de la ventaja o pérdida en su integridad.
La jurisprudencia sigue el criterio expuesto al entender por chance la probabilidad de una ganancia que
resulta frustrada por el incumplimiento del deudor(8). Para su resarcimiento, debe acreditarse la existencia de
un perjuicio con un concreto grado de probabilidad de convertirse en cierto, razón por la cual no es admisible el
reclamo si versa sobre un daño puramente hipotético(9). Esta es la doctrina de la Corte Nacional, que también
exigió, para que la chance sea indemnizable, que exista un interés actual del interesado, lo que se verifica solo
si “quien se pretende damnificado llegó a emplazarse en la situación idónea para obtener la ganancia o evitar
la pérdida”(10). Y en este punto precisamente es donde se encuentra la razonabilidad reclamada, porque quien
invoca la desaparición de esa posibilidad debe estar en condiciones, tener las aptitudes y oportunidades
necesarias para conseguir la ventaja que finalmente se frustró.
Cuando la chance implica una posibilidad suficiente de beneficio económico que se ve aniquilada por culpa
del responsable, se convierte en un daño actual resarcible; por ello, la indemnización debe ser de la chance
misma y no de la ganancia estimada en forma matemática, por lo que debe ser apreciada judicialmente y de
acuerdo con las circunstancias de cada caso(11). En síntesis, como se indicó en ilustrativas palabras contenidas
en una sentencia, la pérdida de chance confronta dos extremos: por un lado, aquello que podría calificarse
como castillos en el aire y, del otro, la predecible -por lo razonable- expectativa de contar con determinada
utilidad.(12)
II - 2. La controversia sobre el requisito de la certeza del daño y la respuesta en la extensión del
resarcimiento
Al analizar los presupuestos para que un daño sea resarcible, los autores clásicos no dudan en colocar en
el trono a la “certeza”(13), también lo hace el CCyCo. (art. 1739) de reciente entrada en vigencia. En la
actualidad no existe una conclusión uniforme, ya que los presupuestos se relativizan con la aparición de
particulares perjuicios que se contentan con la probabilidad, en virtud de que su propia esencia excluye la
seguridad de aquel grado de conocimiento (entre ellos, el modelo paradigmático del daño ambiental).
El problema es claro, como quedó expuesto, ya que, tratándose de una situación en la que el
comportamiento antijurídico de un tercero interfiere en el curso normal de los acontecimientos, nunca se podrá
saber con certeza absoluta si el afectado por el mismo habría o no obtenido una ganancia o evitado una
pérdida de no mediar aquel. Sí es correcto lo que afirman los autores del país que acunó la figura, cuando la
ubican en “una zona gris, limítrofe, situada a mitad de camino entre lo cierto y lo puramente eventual (o
hipotético)”(14). Como el primero (el perjuicio cierto), y a diferencia del segundo (la mera conjetura), concluye
Chartier que la chance “es reparable”.(15)
Incluso, el CCyCo. establece el estándar de la probabilidad objetiva como requisito para la procedencia del
lucro cesante, por lo que deberíamos ser cuidadosos y técnicamente precisos para delimitar su frontera
respecto de la pérdida de chance, en la que es indudable que aquella certidumbre del daño “aparece esfumada
o borrosa”(16), aunque se halle presente en la existencia de la posibilidad misma, pues de otro modo no se
trataría de un daño indemnizable. Una vez más, es importante acudir al derecho vivo de nuestros tribunales
para fijar esos límites difusos entre el lucro cesante y la pérdida de chance. La situación paradigmática es la de
los ascensos laborales cuando constituyen una posibilidad razonable que pierde el damnificado. De este modo,
existen precedentes que rechazaron la procedencia del lucro cesante como categoría resarcitoria para esas
situaciones lesivas argumentando que no existía una probabilidad objetiva que opere ese crecimiento
profesional, pero sí se admitió el daño bajo el rótulo de “pérdida de chance”, “ya que el accidente ha privado al
actor de la posibilidad futura de ascender y, por ende, de obtener los beneficios en cuestión”.(17)
En el afán de buscar precisiones, algún sector de la doctrina considera que la diferencia fundamental entre
la pérdida de chance, el lucro cesante y el daño emergente (es decir, las tres categorías que prevé el art. 1738
del Código en su primera parte) puede estar en una cuestión de grados de certidumbre, en el mismo orden
creciente en el que enumeramos estos ítems. Así, podría afirmarse también que la pérdida de una oportunidad
o chance constituye una zona fronteriza entre lo cierto y lo incierto, lo hipotético y lo seguro (18), pero de ningún
modo la reparación de la chance significaría (siempre que reúna los requisitos que impone nuestro Código)
vulnerar el principio de certeza del daño(19), porque precisamente es la chance en cuanto tal la que ostenta ese
requisito. Insistimos, la chance es cierta, pero en su esencia no deja de ser una posibilidad razonable.
En consecuencia, a nuestro entender, hay que desplazar el eje de la cuestión e instalarlo en una discusión
sobre la extensión del resarcimiento, pero no ya sobre su procedencia, que resulta innegable cuando se frustra
una posibilidad cierta, razonable y en adecuada relación causal con el hecho generador (art. 1739). Aquí se
ingresa al controvertido terreno de la pregunta de cuánto, porque es uno de los campos en que la prudencia
judicial es determinante al momento de la valuación. El juez tendrá el difícil pero loable propósito de cuantificar
la chance perdida, fijar la suma que permita volver las cosas al estado anterior a la frustración de esa
posibilidad. Como lo sostuvo la doctrina, en estos detrimentos, “la cuantificación del daño es una de las facetas
más complejas de la actividad de los magistrados judiciales”(20), sus alcances variarán según las características
del daño en el caso concreto, tallarán aspectos tan subjetivos como la experiencia y hasta la intuición del juez.
Pese a ello, siempre deberán buscarse las pautas objetivas para fundamentar la sentencia, en cuya faena los
abogados tendremos la misión de aportar el material probatorio necesario para acreditar la chance en toda su
extensión. La posición debe ser firme en descartar la discrecionalidad absoluta que se identifica con la
arbitrariedad, con un procedimiento vacío de los fundamentos que el Código impone como deber al dictar una
resolución (art. 3).
II - 3. Casuística
El ejemplo clásico de pérdida de chance es el del caballo de carrera que por culpa de su transportista o de
un tercero no pudo participar en una competencia; la pérdida de la posibilidad de ganar el premio asignado
ofrecido configura para su propietario un daño indemnizable, a título de pérdida de chance. Es el ejemplo de
los manuales de grado de las materias de Obligaciones o Derecho de daños, pero los casos se multiplican y se
extienden a otras hipótesis.
Por ello, los redactores del Código decidieron incluir una figura genérica y contemplar una hipótesis
normativa (no excluyente de otras, por vía de la remisión a esos principios generales), en la que podrán
subsumirse aquellos trágicos y dolorosos supuestos constituidos por la muerte de un hijo (en especial, cuando
se trata de un adolescente o menor de edad), lo que origina un perjuicio patrimonial cierto y que se concreta
en la pérdida de las esperanzas legítimas de ayuda futura de sus progenitores (21). La Corte Suprema de Justicia
Nacional -en fallos clásicos, anteriores a la sanción del nuevo Código- ya había resuelto que no podía negarse
la indemnización por la pérdida de chance derivada de la muerte de un hijo menor con el argumento de que es
imposible asegurar que la pérdida de esa vida cause un perjuicio. Con ese criterio, se resolvió que la exigencia
de certidumbre es extraña al concepto mismo del daño de cuya reparación se trata, cuya existencia, por otro
lado, no cabe excluir en función de la corta edad del fallecido, pues es dable admitir la frustración de una
posibilidad de futura ayuda y sostén para los progenitores, expectativa legítima y verosímil según el curso
ordinario de las cosas, particularmente en medios familiares de condición humilde.(22)
En el ámbito de la responsabilidad profesional, ahora específicamente regulada en el CCyCo. (art. 1768),
también se sustanciaron procesos que aplicaron la figura en análisis. Los casos de mala praxis en los que el
abogado pierde un pleito o el médico fracasa en la curación del enfermo, y en ambas hipótesis con la presencia
de los presupuestos de responsabilidad civil (antijuridicidad, factor de atribución y relación de causalidad), nos
trasladaban a la pregunta de ¿cuál es el daño resarcible? La jurisprudencia tiene resuelta la cuestión con cierto
consenso, porque reconoce que la pérdida del juicio por omisión imputable al abogado representa un daño
cierto, pero la indemnización no debe equipararse a la suma reclamada en la demanda, toda vez que, por
depender en alguna medida de circunstancias ajenas al profesional del derecho, se desconoce a ciencia cierta
si la sentencia hubiera reconocido la totalidad de lo reclamado, por tanto, el resarcimiento debe consistir en la
pérdida de una chance(23). Con similar criterio, en otra sentencia se declaró responsable a la apoderada que por
su culpa dejó prescribir la acción que se le encomendó promover, condenándola a indemnizar a su mandante el
importe equivalente a las costas del juicio perdido, más el valor de la chance de triunfo que tenía la acción
prescripta.(24)
En daños producidos en el ejercicio de otra disciplina científica pero con análogas pautas, se afirmó que, si
el proceder negligente privó al actor de obtener el tratamiento médico que resultaba específicamente adecuado
para el cuadro que presentaba, aun cuando no puede conocerse cuál hubiera sido el resultado obtenido, resulta
claro que el enfermo se vio privado de la chance de ser sometido al tratamiento aconsejable(25) para su
dolencia.

III - DAÑO AL PROYECTO DE VIDA


III - 1. Aproximación al concepto de la lesión por interferencia al proyecto de vida en un análisis
comparativo con la pérdida de chance
La regulación de los daños extrapatrimoniales se amplió en el CCyCo. de reciente entrada en vigencia;
para sostener esta conclusión bastaría la lectura de las normas contenidas en el Capítulo 3 (“Derechos y actos
personalísimos”) del Título I de la Parte General, integrado con algunas disposiciones del Capítulo dedicado a la
responsabilidad civil (en concreto, el art. 1770, que tiene el epígrafe protección a la vida privada) y la
referencia a las altas fuentes del Título Preliminar, en concreto, la Constitución Nacional y los tratados de
derechos humanos como fuentes del sistema. El Código constituye un mapa que nos permite un estudio
interrelacionado con remisiones que permiten fortalecer el análisis argumentativo, contemplar la tutela
superadora que el nuevo sistema exhibe respecto de su antecedente al reconocer que la persona humana es
inviolable y, posteriormente, desarrollar un extenso listado de derechos personalísimos que, cuando son
vulnerados o amenazados, habilitan el ejercicio de las funciones resarcitorias y preventivas de la
responsabilidad civil, respectivamente [arts. 52, 1708 y concs., CCyCo.].
En ese catálogo de lesiones nuevas (insistimos con la aclaración que utilizamos el adjetivo en el sentido de
que no se encontraban reguladas en el Código de Vélez Sarsfield, aunque no eran ajenas a la bibliografía
nacional), aparece, como quedó expuesto, la interferencia en el proyecto de vida, que ya era expresamente
reconocida en el proyecto de unificación del CCyCo. del año 1998(26). La investigación del origen y ulterior
desarrollo de este particular perjuicio tiene un destino común -más cercano al que señalamos para la pérdida
de chance- que es el derecho peruano y específicamente el destacado jurista de este vecino país Carlos
Fernández Sessarego. Prácticamente no hay obra de doctrina sobre la materia que no cite sus estudios,
algunos ya publicados en la década del ochenta del pasado siglo.
Con el auxilio de estos trabajos de la dogmática jurídica, intentaremos bosquejar el contenido esencial del
daño al proyecto de vida y especular sobre la trascendencia que tendrá su reconocimiento expreso en el
CCyCo. argentino, no sin antes recordar la inteligente identificación que formulara Matilde Zavala de González
de dos términos que integran esta expresión: “La vida de todas las personas es proyecto, en tanto seres libres
y condenados a ser así”(27). El autor peruano citado apoya su doctrina en la premisa de que el ser humano no
es solo libre, sino también temporal y proyectista, “la vida no es algo acabado o terminado”(28), se va
realizando en el tiempo a través de decisiones libres, en lo esencial, “es tiempo”(29), tiempo existencial. Estas
pocas palabras permiten introducirnos en una valiosa construcción, enriquecida por su profundo sentido vital y
existencial.
El proyecto de vida es el “rumbo o destino que la persona otorga a su vida … lo que la persona decide
hacer con el don de la vida”(30), por lo que el atributo de la libertad de la persona es el presupuesto de la
elección del propio proyecto de vida y, aunque podría discutirse si es uno o, en realidad, la vida puede
integrarse por varios proyectos, lo que no puede negarse es que todas las personas tenemos un plan
existencial, con mayor o menor grado de elaboración, con diversa intensidad en su complejidad, pero admitir
su carencia absoluta implicaría tanto como declarar la muerte espiritual del sujeto, la derrota de todos sus
sueños y anhelos, su vacío existencial. Por ello, consciente o no, el individuo diseña su proyecto vital como un
arquitecto en sus horas más creativas, lo imagina, lo sueña y lo empieza a desarrollar, por lo que el
intempestivo arrebato implica un despojo vital, el aniquilamiento de un programa que otorga sentido a sus
actos. La interferencia no opera en la instancia de la decisión como dimensión subjetiva de la libertad, sino en
la concreción del proyecto, cuando aquella se convierte en acto exterior, cuando se encuentra en trance de
objetivizarse y al mismo tiempo se malogra por el hecho lesivo.
La causa de la frustración será usualmente sucesos graves e irreversibles, pero también lo puede ser un
hecho puntual y concreto que no tenga incidencia en el mundo físico, como una calumnia que desprestigie
definitivamente a una familia. Pero no hay que distraerse tanto en la lesión en sí como en sus efectos, el que
analizamos es un típico daño-consecuencia, porque lo que interesa determinar es si esa lesión interfiere en “el
destino del sujeto, menoscabando o postergando su realización personal”(31). La lesión a la integridad
psicosomática puede ser el punto de partida de un daño al destino vital, para lo que resulta imprescindible
proyectarnos en las consecuencias, porque no se trata de un simple plan cotidiano afectado, sino de la
interferencia en el proyecto más elevado que tiene un individuo. Asimismo, resultan lógicamente excluidos en
la tutela jurídica aquellos proyectos de vida que se encuentran prohibidos por el ordenamiento jurídico o
resultan contrarios a la moral o buenas costumbres.
Una vez más habrá que distinguir los presupuestos de procedencia de las pautas de valuación, operada
que sea la acreditación de los primeros. En ningún caso el análisis será en abstracto, sino que deberá
indagarse la situación personal de la víctima de este daño, sus posibilidades específicas de ejecutar ese
proyecto, porque tampoco se trata de indemnizar las irrealizables especulaciones de los desvelados, los sueños
de una persona sin alternativa de concretarlos ni indicios serios que permitan suponer que intentará llevarlos a
cabo, alcanzar la meta positiva propuesta.
En este punto, consideramos que resulta interesante la utilización de algunas de las pautas de procedencia
que se indicaron para el resarcimiento de la pérdida de chance, porque en ambos casos existe un elemento de
incertidumbre que condiciona la indemnización. Por ello, el primer requisito que debería analizarse es si el
damnificado se encuentra emplazado en una situación idónea para aspirar al proyecto de vida que finalmente
considera frustrado, para lo cual tendrán que ponderarse sus concretas capacidades y oportunidades. No
estamos solicitando otra exigencia que la ponderación de razonabilidad del proyecto de vida frustrado y si esa
afectación guarda adecuado nexo causal con el hecho-fuente. En definitiva, puede ser útil la aplicación
analógica de los requisitos que el Código establece para la pérdida de chance (art. 1739) a la indemnización
por interferencia al proyecto de vida.
Algunos autores avanzan aún más, porque no solo permiten este procedimiento, sino que además
establecen entre los dos rubros una relación de género (pérdida de chance) y especie (el daño al proyecto de
vida como pérdida de chance personal o no patrimonial), o declaran “la existencia de dos tipos de pérdida de
chances, oportunidades o expectativas. Una genera solo consecuencias patrimoniales y otra … origina un
menoscabo o un retardo en el cumplimiento del proyecto de vida”(32). Como quedó expuesto, esta composición
no constituye un mero posicionamiento teórico, sino que, en el análisis del rubro interferencia al proyecto de
vida, determinaría la remisión a los requisitos que surgen del artículo 1739 del CCyCo., exigiendo que sea
razonable y que su frustración guarde una adecuada relación de causalidad con el hecho generador para que
solo así resulte indemnizable. En este contexto, se repararía el daño al proyecto de vida cuando se interrumpa
una posibilidad razonable de realización y esa interferencia tenga un ligamen de causalidad adecuado con la
fuente a la que se imputa (arts. 1726, 1739 y concs. del nuevo Código).
Por su propia jerarquía, también citamos otras voces que denuncian diferencias esenciales entre ambas
categorías, que descartan que en el daño al proyecto de vida se frustre solo una chance, ya que no estaría en
el terreno de “meras aspiraciones investidas de alguna posibilidad”(33), sino en un nivel de probabilidad
objetiva. En esta posición también se ubica un leading case en la materia dictado por la Corte Interamericana
de Derechos Humanos en la causa “María Elena Loayza Tamayo”, en el que se analizaron las consecuencias de
la detención ilegítima de la víctima durante cuatro años y ocho meses en un establecimiento carcelario de Perú,
período en el cual fue sometida a diversas agresiones y vejámenes. Este Tribunal realizó un deslinde
conceptual que derivó en un tratamiento autónomo de los perjuicios materiales (daño emergente y lucro
cesante) y el daño moral, para finalmente abocarse al estudio de la procedencia del daño al proyecto de vida
(ap. 144 y ss. del fallo), al que asoció con el concepto de realización personal, que a su vez se sustenta en las
opciones y decisiones para conducir la vida y alcanzar el destino propuesto. Por ende, la Corte sostuvo que “la
pérdida de dichas opciones es reparable aun cuando no se trate de un resultado seguro sino probable -y no
meramente posible- dentro del natural y previsible desenvolvimiento del sujeto, que resulta interrumpido y
contrariado por hechos violatorios de sus derechos humanos”(34). La frustración de ese proyecto vital se verificó
con el cambio drástico en el curso de la vida de la persona detenida, que modificó los planes y proyectos que
había formulado a la luz de su existencia y de las aptitudes para llevarlo a cabo con probabilidades de éxito.
Sin embargo, esta corriente de pensamiento parece apuntar no solo a una nueva discusión de grados de
certeza como elemento diferencial, sino también al contenido del rubro que analizamos, a “un matiz de
diversidad más profundo: un auténtico plan de vida no coincide por lo general con algo ceñido y puntual … sino
que compromete el destino mismo del sujeto y, por eso, adquiere un perfil definitorio del ser existencial…”(35) y,
consecuentemente, su lesión implica una pérdida o grave menoscabo de su desarrollo personal y profesional.
Compartimos estas notas diferenciales entre las dos categorías que analizamos en este trabajo, lo que no
impide encontrar aristas comunes y fundamentalmente destacar la necesidad que el proyecto de vida (al igual
que la chance) resulte razonable, como condición para la procedencia de su indemnización cuando se frustra.
Otro aspecto es el de su cuantificación y es en este procedimiento en el que se deberá distinguir, como
nos advierte la doctrina cordobesa que citamos, si se frustró todo el proyecto vital (en términos absolutos,
como ocurre cuando una persona queda con una secuela incapacitante total e irreversible) o “tal o cual
proyecto (pueden ser plurales)”(36), para el supuesto que sean admisibles. Precisamente, aun cuando solo se
reconozca la existencia de un único proyecto radical de vida, puede recibir diferentes grados de afectaciones,
postergaciones, hasta llegar a su más absoluta frustración. Si se aceptan proyectos plurales (familiares,
personales, profesionales), no solo deberá contemplarse la incidencia del programa parcial afectado respecto
de las expectativas globales del sujeto, sino también las concretas posibilidades de sustitución o readaptación
de este, capacidades que indudablemente morigerarán el valor de la indemnización. Asimismo, aunque sea
procedente, también corresponderá reducir la cuantía cuando el proyecto solo se dilata en el tiempo, pero aún
puede cumplirse, a diferencia de lo que ocurre con la interferencia definitiva.
Entre las pautas, aun con las diferentes consideraciones de la doctrina, deberá neutralizarse el riesgo de
incurrir en una visión reduccionista que limite el proyecto de vida a la vocación profesional o laboral. Es cierto
que no ingresan en esta categoría los planes provisorios, accesorios en la vida de los individuos, pero también
lo es que existen otros programas en la existencia de una persona que, al frustrarse, también deberían
incluirse en esta partida, como la posibilidad de formar una pareja o tener hijos. El concepto de la justa
indemnización anclado en el principio de la reparación plena (art. 1740, CCyCo.) debe servir de faro para
iluminar el procedimiento de valuación sin que ello implique interpretar que la emancipación nominal del rubro
y hasta la autonomía conceptual que pueda tener como categoría habilite la duplicidad o superposición de
daños y cuantificaciones.
III - 2. Especulaciones casuísticas y algunas cuestiones de interés práctico
Los antecedentes en la jurisprudencia nacional son escasos; cuando se describe una lesión semejante, se
la ubica bajo otro título, con otro ropaje y es lógico que así sea, porque es reciente su incorporación al derecho
de fondo. Es decir, el interés en el análisis del rubro resultó cercenado por su falta de regulación, ausencia que
determinó que esta lesión resulte usualmente incluida dentro de una extendida incapacidad sobreviniente, el
daño a la vida de relación o el daño moral, según el caso. Este condicionamiento nos compele a ensayar
algunas pautas y especular sobre las hipótesis que podrían constituir daños al proyecto de vida.
En primer término, hay cierto consenso en el sentido de que, para interferir en el destino vital de una
persona, la lesión debe tener cierta gravedad, sea física, psíquica o espiritual. No cualquier molestia o
turbación reviste esa entidad. Pero, como ya lo advertimos, más que analizar el hecho, la causa fuente,
tenemos que detenernos en los efectos, en las consecuencias disvaliosas que se ocasionan. En las hipótesis
que se nos presentan habrá que calibrar su potencialidad para trastocar un plan de vida y se nos ocurren las
incapacidades totales e irreversibles que anulen todos los proyectos, un hecho traumático que frustre una
vocación profesional, el fallecimiento de un integrante de la familia que provoque un desmembramiento o
disolución de la misma, entre otros. La Corte Nacional se ha pronunciado sobre sucesos lesivos que
determinaban incapacidades absolutas y definitivas, acudiendo a una noción equivalente a la que analizamos,
por cuanto sostuvo que verificaba en esos siniestros una “frustración del desarrollo pleno de la vida que en
este caso alcanza restricciones casi absolutas”(37). Sin embargo, al momento de indemnizar, utilizó el rubro
daño a la integridad física, que tiene por sí misma un valor indemnizable al margen de lo que puede
corresponder por el menoscabo de la actividad productiva y por el daño moral.
Ya mencionamos los otros debates y estos giran en torno a la posibilidad del cercenamiento de proyectos
parciales de vida y las hipótesis de postergaciones que aún dejan latente una alternativa de realización
personal ulterior, con la consecuente morigeración de las indemnizaciones. Lo que no puede negarse es la
procedencia del resarcimiento cuando el hecho reúne las notas expuestas y provoca una lesión a la realización
personal en el caso concreto. Es decir, no encontramos un fundamento para desechar daños a proyectos
parciales de vida ni lesiones que no frustran pero sí dilatan la realización de esos planes, no es una segregación
plasmada en la norma. Sin embargo, la discusión es principalmente conceptual, porque aun cuando se acepte
que el proyecto de vida es único y singular, las afectaciones parciales que dañen algunas de sus
manifestaciones también deberían indemnizarse, incluso con importes menores.
De regreso a los casos que mencionamos, por un suceso se puede frustrar un proyecto de vida profesional
y no el familiar que tenga una misma persona. Asimismo, es factible que la lesión se genere por el injustificado
aplazamiento de un proyecto laboral concreto pero existencial, aunque no se descarte en modo absoluto que
en el futuro pueda desarrollarse. Pensamos que estas hipótesis deberían indemnizarse cuando las
consecuencias encuadran en la definición expuesta, aunque la cuantificación sea inferior a los casos de
interferencias totales en el proyecto de vida o supresión definitiva e irreversible del mismo. En la oportunidad
de la valuación, una pauta insoslayable para este perjuicio es la capacidad de adaptación o readecuación a
otros planes existenciales, por lo que también es importante considerar la edad y demás condiciones
personales de la víctima.
En estrecho vínculo con lo expuesto, el análisis de la relación entre la interferencia vital y el componente
temporal es interesante, como en la mayoría de los daños personales. Constituye una exigencia insoslayable
posicionarnos en la edad del damnificado y el tiempo probable de duración de la lesión. Dejamos simplemente
planteado el ejercicio especulativo de pensar la entidad del daño al proyecto de vida en los diferentes grupos
etarios, lo que constituye una de las pautas más relevantes que deberá considerarse y exponerse en los
fundamentos de la resolución, como ocurrió en un fallo de segunda instancia de la Cámara Civil y Comercial de
Córdoba, referido a una lesión grave a la salud de un niño que afectó su proyecto de vida (38). Por último,
tendremos que analizar si se declararán procedentes los reclamos en los que existe la frustración del proyecto
de vida de niños que no tengan al momento del hecho la capacidad para definir su plan existencial y que por
ello no han siquiera imaginado el destino que quieren darle a sus vidas. Una respuesta afirmativa por la que
nos inclinamos implicaría aceptar proyectos de vida no intencionales, que no son voluntariamente escogidos,
sino que el juzgador deberá analizarlos como probables ante la falta de discernimiento de la víctima.
A la luz del nuevo Código, pensamos que la indemnización por interferencia al proyecto de vida podría
reclamarse como un rubro independiente, para lo que es imprescindible dotar de argumentación autónoma a la
pretensión, que también determinará una resolución particular y fundada sobre el mismo. También puede
integrar una especie dentro de la partida titulada consecuencias no patrimoniales indemnizables. Pero más allá
del nombre con el que se titule o la redacción que se utilice, lo importante es su reconocimiento expreso y que
la apertura que realiza el sistema que entró en vigencia este año evita que quede diluido dentro de los
denominados daños tradicionales. Como contrapartida, habilita la posibilidad de exponer esta específica lesión
y obtener un pronunciamiento judicial respecto del resarcimiento peticionado, que no es lo mismo que la
censurable práctica de duplicar indemnizaciones cambiando solo las denominaciones; este es un vicio que debe
desterrarse, pero que es diferente al tratamiento autónomo de un perjuicio que ahora está expresamente
admitido. Otro aspecto práctico que entendemos no debería generar controversias a la luz de la continuidad del
régimen de alternativas en la modalidad de la reparación (actual art. 1740, CCyCo., como sucesor del art.
1083, CC) es la posibilidad de que el daño al proyecto de vida se indemnice en dinero o se ordene un reintegro
específico.
En esta segunda opción, resulta relevante la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos al utilizar particulares mecanismos de reparación in natura en los procesos en que consideró
lesionado el proyecto de vida de los reclamantes. Entre las resoluciones que citamos, encontramos la condena
impuesta en la causa “Loayza Tamayo”(39), en la que se comenzó por distinguir ese perjuicio del daño
emergente y el lucro cesante, para luego afirmar que el daño al proyecto de vida derivado por la detención
ilegítima en un establecimiento carcelario peruano “no permite traducir ese reconocimiento en términos
económicos, con la consiguiente imposibilidad de efectuar su cuantificación, no obstante ello, el acceso de la
víctima a la jurisdicción internacional y la correspondiente sentencia de fondo implican un principio de
satisfacción”.
Puede coincidirse o no con esta conclusión del fallo, pero es imprescindible realizar un análisis integral de
las otras modalidades de reparación que impuso la Corte en esa misma sentencia, porque no solo fijó una
indemnización por el daño material (salarios no percibidos, gastos de traslados de los familiares para visitarla
durante su encarcelamiento más los gastos médicos, actuales y futuros) y moral, sino también el deber del
Estado responsable de realizar todas la gestiones necesarias para reincorporar a la víctima a las actividades
que venía desarrollando en instituciones públicas (recordemos que fue separada de su cargo de docente de
Historia con la absurda invocación de la causal de abandono injustificado, tres meses después de la detención).
Frente a las dificultades en la salud de María E. Loayza Tamayo, se condenó al gobierno peruano a adoptar
todas las medidas necesarias para asegurarle sus salarios, garantías sociales y laborales a partir de la fecha de
la sentencia y hasta la incorporación, debiendo recurrir a mecanismos internos para situaciones de incapacidad
laboral y reinscribir a la víctima en el registro de jubilaciones con efecto retroactivo.
En definitiva, la Corte Interamericana consideró que la libertad otorgada por el Estado no era suficiente
para reparar plenamente la violación de los derechos humanos de la víctima, por lo que, en primera instancia,
impuso formas sustitutivas de reparación para los que expresamente calificó de daño material y daño moral,
fijando indemnizaciones autónomas para estos conceptos, que tuvieron también como beneficiarios a sus
familiares. También buscó asegurarle el restablecimiento de la ocupación de la víctima o su ingreso a sistemas
internos de tutela para situaciones de incapacidad laboral e incluso asegurándole la integridad de su haber
jubilatorio. Finalmente, reconoció la existencia de un grave daño al proyecto de vida de María E. Loayza
Tamayo, derivado de la violación de sus derechos humanos, pero se quedó a mitad de camino, porque en
forma expresa se abstuvo de cuantificarlo. Invocó para ello al estado de la jurisprudencia y la doctrina al
momento de emitirse el pronunciamiento, declarando que el acceso a la jurisdicción internacional y la emisión
de la sentencia implicaron un principio de satisfacción de ese rubro y de otras formas de reparación que había
solicitado la víctima (entre ellas, el pedido de disculpas públicas a cargo del Estado y la restitución de su
honor). Discrepamos con la resolución en la explícita abstención de la valuación del perjuicio que analizamos,
aun cuando existieron resarcimientos específicos y dinerarios para los otros rubros peticionados, pero a la vez
reconocemos la existencia de un voto parcialmente disidente (del juez Carlos Vicente de Roux Rengifo), que
fijó una importante indemnización dineraria.
En una causa posterior caratulada “Luis Alberto Cantoral Benavidez”(40), la Corte Interamericana debió
resolver el caso de un estudiante que “fue sometido a condiciones de reclusión hostiles y restrictivas, fue
torturado y sometido a diversos tratos crueles, inhumanos y degradantes y esto le produjo intensos dolores
corporales y sufrimientos emocionales”(41). El Tribunal ratificó su criterio al estimar que la sola expedición de la
sentencia constituía per se una forma de reparación, pero además le impuso al Estado la obligación de
restablecer el proyecto de vida del joven afectado, proporcionándole una beca de estudios superiores o
universitarios en un centro de alta calidad académica con el fin de cubrir los costos de la carrera profesional
que la víctima elija. La referencia a los precedentes de la Corte Interamericana tienen importancia porque los
fallos que pronuncia son de cumplimiento obligatorio para nuestro país [cfr. art. 68, L. 23054, Pacto de San
José de Costa Rica y art. 75, inc. 22), CN]. Incluso Argentina también fue condenada por esa misma Corte en
la causa “Bulacio”(42), oportunidad en la que, sin mencionar expresamente el daño al proyecto de vida, se
determinó la violación del derecho a la vida, a la libertad e integridad personal, fijándose lo que consideró una
justa indemnización por el daño patrimonial familiar, la indemnización por pérdidas de ingreso y el daño
inmaterial.
En el mismo sistema normativo nacional, una cuestión que merece un análisis particular es la legitimación
activa para reclamar este particular perjuicio. El CCyCo. vigente sigue un criterio de distinción entre el daño
(art. 1737) y la indemnización (art. 1738) y podemos pensar que la utilización de dos oraciones dentro de esta
misma norma parecería que marca una línea divisoria entre las indemnizaciones patrimoniales y no
patrimoniales. Con algunas reservas en el vocabulario jurídico utilizado y en la metodología aplicada, existen
dos disposiciones (arts. 1741 y 1772 del Código) en distintas secciones dentro del Capítulo que otorgan aptitud
para el reclamo de esas indemnizaciones.
En este breve repaso, consideramos que el daño por la interferencia al proyecto de vida se encuentra
entre las consecuencias no patrimoniales indemnizables, por lo que se aplica el artículo 1741 con su apertura a
un criterio amplio y en concordancia con los reclamos de la doctrina y la jurisprudencia. La regla será la
legitimación de la víctima directa por el daño al proyecto de vida, pero cuando del hecho generador resultara
su muerte o gran discapacidad (esta es la primera gran reforma en el tema respecto del antecedente del art.
1078, CC), se establece una lista de damnificados indirectos más extensa que el parámetro objetivo de los
herederos forzosos de esta norma que integraba el modelo anterior. En primer término, debe aclararse y
ratificarse el acierto de señalar que estos tienen legitimación a título personal, es decir, deben reclamar su
propio daño al proyecto de vida que resulta de la muerte de otra persona, respecto de la que ostentan algunos
de los siguientes vínculos: ascendientes, descendientes, cónyuges o convivientes en trato familiar ostensible
(esta es la otra importante novedad). En definitiva, se podrá demandar la indemnización por interferencia al
proyecto de vida que resulte de un hecho en el que el reclamante es el damnificado directo como principio
general. Pero cuando este fallece o resulta con gran discapacidad, los indicados damnificados indirectos podrán
peticionar el resarcimiento del daño a su proyecto de vida derivado de ese hecho en el que no fueron víctimas
directas.
La misma norma fija la posibilidad de transmitir la acción en términos análogos al sistema derogado y
contiene interesantes pautas para la cuantificación basadas en el criterio de las satisfacciones sustitutivas y
compensatorias, lo que constituye una de las tareas más complejas de la responsabilidad civil: valuar este tipo
de daños con sensibilidad pero con equilibrio a la vez.

IV - PRIMERAS REFLEXIONES PROVISORIAS


A pocos días de la entrada en vigencia del CCyCo., el debate recién se inicia, no puede hablarse de
conclusiones, sino antes bien de algunas líneas de pensamiento que se exponen como punto de partida de un
largo proceso que definirá los contornos de estas categorías de daños que se incorporaron a nuestro
ordenamiento positivo.
Con esta aclaración preliminar, intentamos realizar algunas aproximaciones y compartir algunas ideas para
reflexionar sobre estos rubros. La pérdida de chance es una consecuencia patrimonial indemnizable que
completa el tridente con las dos categorías clásicas: el daño emergente y el lucro cesante. El Código la
menciona como una de las partidas que deberá integrar la indemnización (art. 1738), pero en la norma
inmediata posterior le fija específicos requisitos de procedencia (art. 1739, segunda parte), convenciéndonos
de que no cualquier chance será resarcible. Asimismo, regula un tipo particular, que es la pérdida de chance de
ayuda económica futura como consecuencia del fallecimiento de los hijos [art. 1745, inc. c)].
La regulación normativa es adecuada y contiene las pautas necesarias para determinar su procedencia.
Traduce una valiente decisión legislativa que movilizó el requisito tradicional de certeza del daño resarcible,
asignándole nuevos significados y alcances. El turno ahora es de la doctrina y la jurisprudencia, que deberán
completar y definir los contenidos de las normas que citamos (en algunos casos, como quedó expuesto, ya
existe una tradición jurídica que simplificará esta labor). Como lo reseñamos también, la tarea judicial más
compleja será la de cuantificarla, investigando los parámetros que existan en cada caso para valuar
económicamente la chance frustrada con el máximo de prudencia judicial para satisfacer el principio de
reparación plena, pero en el marco de un justo equilibrio que descarte la tentación de incurrir en excesos.
La mención expresa de la indemnización por interferencia al proyecto de vida implica inscribirse en la
vanguardia del pensamiento jurídico, pero fundamentalmente un radical posicionamiento respecto de la tutela
integral de la persona y sus opciones vitales. Normas como las que comentamos ratifican el tránsito de una
visión patrimonialista a otra que coloca a esa persona en el centro, a partir del reconocimiento de valores que
la conciben como unidad psicosomática apoyada en todas las dimensiones de su libertad, entre otros derechos
fundamentales que se le reconocen como una exhibición notoria de humanismo jurídico y que exigen una
protección jurídica prioritaria, ya que resulta difícil concebir para el derecho una tarea más importante que
esta.
Por ello, más allá de los matices diferenciales que se observan en doctrina, entre quienes aceptan que el
daño que analizamos se considere conceptualmente una pérdida de chance personal y quienes no, entre los
autores que conciben la posibilidad de que existan proyectos de vida parciales frustrados y con ello
indemnizables y la otra corriente que solo parece aceptar el resarcimiento de la interferencia al plan vital
singular y global, lo importante es su reconocimiento expreso, una de las mayores conquistas en los últimos
tiempos.
La construcción de sus perfiles será tarea de la dogmática jurídica, ya existen algunos consensos, como el
que advertimos en la doctrina respecto de la entidad que tiene la lesión base de esta partida indemnizatoria y
sus efectos, ya que el análisis deberá centrarse en la verificación de un cambio drástico en el curso de la vida
de la persona afectada. El plan vital es una expresión de la libertad del sujeto en el ejercicio de sus opciones
existenciales, exteriorizada a través de actos que se proyectan en el mundo exterior, “la más importante
dimensión de la libertad ontológica en que consiste el ser humano”(43), por lo que, para que se verifique un
daño resarcible, deberá producirse una postergación o pérdida del proyecto vital.
No duda la dogmática que analizamos en considerar que en esta noción está en juego “el destino mismo
de cada ser humano. El mayor daño que se puede causar a la persona es la frustración, menoscabo o retardo
en la realización del proyecto de vida”(44). Por ello, la intervención funcional de la responsabilidad civil debe ser
efectiva, los jueces no deben esperar que se consume semejante perjuicio cuando pueden intervenir
anticipadamente, incluso con mandatos preventivos de oficio (art. 1713, CCyCo.), para proteger la más
relevante manifestación de la libertad de la persona, cual es la posibilidad de decidir lo que quiere ser en la
vida y otorgarle así un sentido a su decurso existencial temporal. Somos responsables de nuestras decisiones,
pero tenemos el derecho a que se respete la libertad de tomarlas y ejecutarlas, por ello, con la incorporación
del daño al proyecto de vida, tendremos habilitada, en primer término, una tutela preventiva de ese derecho a
nuestra realización personal que, si se lesiona, habilitará el ejercicio de la función resarcitoria. En este
contexto, la incorporación de este concepto, típicamente latinoamericano(45), no se limita a sumar un rubro más
a la cuenta indemnizatoria, sino que implica una revalorización de la persona humana, protegiendo y
defendiendo sus derechos fundamentales, tutelando una de las manifestaciones que se vincula con un atributo
esencial y existencial, tal vez el supremo: la libertad.
Notas:
(*) Abogado (Universidad Católica de Santa Fe). Posgrado en Derecho de Daños (UNL). Abogado especialista en
Derecho Civil (daños y contratos) (Fundación General Universidad de Salamanca, España). Especialista en procesos
colectivos y acciones de clases (UNL)
(1) Galdós, Jorge M.: “¿Hay daño al proyecto de vida?” en “Responsabilidad civil. Doctrinas esenciales” - LL - Bs. As. -
2007 - T. II - pág. 1297.
(2) Cfr. Violante: “La chance di un giro di valzer (sul danno biològico dell’aspirante ballerino)” en “Danno e
responsabilità” - 1999 - pág. 534
(3) Cfr. Le Tourneau-Cadiet: “Droit de la responsabilité” - pág. 213.8
(4) Zannoni: “El daño en la responsabilidad civil” - pág. 76
(5) Prevot, Juan M.: “La pérdida de una chance deportiva: ¿es un daño resarcible?” - DJ - 6/9/2006 - pág. 17, como
nota al fallo “Palmigiano, Diego Ezequiel c/Federación de Natación de Buenos Aires y otros” - CNFed. CC - Sala III -
6/7/2006
(6) Cfr. Vansweevelt y Pillet: “La responsabilité civile du médecin et de l’hôpital” - pág. 288 y ss.
(7) Mayo, Jorge: “Estudios de derecho civil” - pág. 207
(8) “Reinoso” - SCBA - 6/3/1990
(9) “R., P. A. c/Estado Nacional” - CSJN - 15/7/1997
(10) “Rodríguez Santorum, Claudio c/Tap Air Portugal” - CSJN - 8/3/1994
(11) “Panza” - CNCiv. - Sala E - 21/3/1986
(12) “Longas” - CNCiv. - Sala B - 10/4/1997
(13) Mosset Iturraspe, J.: “Responsabilidad por daños. Parte general” - Ed. Rubinzal Culzoni Editores - Santa Fe -
1998 - T. I - pág. 258
(14) Cfr. Pradel: “Le préjudice dans le droit civil de la responsabilité” - pág. 237
(15) Chartier: “La réparation du préjudice” - pág. 9 y ss.
(16) Trigo Represas, Félix A. y López Mesa, Marcelo J.: “Tratado de responsabilidad civil” - LL - 2004 - T. I. - pág. 465
(17) “Honorio Juan Luján c/Nación Argentina” - CSJN - 5/9/1996
(18) Trigo Represas, Félix A.: “Pérdida de la chance de curación y daño cierto, secuela de mal praxis” - LL - 1986-C -
pág. 36
(19) Cfr. Kemelmajer de Carlucci: “Reparación de la chance de curación y relación de causalidad” - Revista de Derecho
de Daños - Ed. Rubinzal Culzoni Editores - 2003 - 2 - pág. 221
(20) Martínez Rave, Gilberto y Martínez Tamayo, Catalina: “Responsabilidad extracontractual” - 11ª ed. - Ed. Temis -
Bogotá - 2003 - pág. 289
(21) Criterio de la CNCiv. en la mayoría de sus salas
(22) “Peón” - CSJN - 17/3/1998
(23) “Pinheiro” - CNCiv. - Sala E - 26/12/1991
(24) “Berger” - CNCiv. - Sala F - 7/7/1987
(25) “Tallón” - CNCiv. - Sala G - 27/10/1987
(26) Art. 1600 - “El daño extrapatrimonial comprende al que interfiere en el proyecto de vida, perjudicando a la salud
física o psíquica o impidiendo el pleno disfrute de la vida, así como al que causa molestias en la libertad, en la
seguridad personal, en la dignidad personal o en cualesquiera de otras afecciones legítimas” (ap. b)
(27) Zavala de González, Matilde: “Daño a proyectos de vida” en “Responsabilidad civil. Doctrinas esenciales” - LL -
Bs. As. - 2007 - T. II - pág. 1271
(28) Fernández Sessarego, Carlos: “El daño al proyecto de vida en una reciente sentencia de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos” - RCyS - 1999 - pág. 1324 y ss.
(29) Heidegger, Martin: “El ser y el tiempo” - Ed. Fondo de Cultura Económica - México - 1951
(30) Mosset Iturraspe, Jorge: “El valor de la vida humana” - 4ª ed. ampl. y actual. - Ed. Rubinzal Culzoni Editores -
Santa Fe - 2002 - pág. 30
(31) Fernández Sessarego, Carlos: “El daño al proyecto de vida en una reciente sentencia de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos” - RCyS - 1999 - pág. 1324 y ss.
(32) Fernández Sessarego, Carlos: “Daño moral y daño al proyecto de vida” en “Daño moral” - Ed. Rubinzal Culzoni
Editores - Revista de Derecho de Daños - N° 6 - Santa Fe - 1999 - pág. 42
(33) Zavala de González, Matilde: “Daño a proyectos de vida” en “Responsabilidad civil. Doctrinas esenciales” - LL -
Bs. As. - 2007 - T. II - pág. 1275
(34) Corte Interamericana de Derechos Humanos de San José de Costa Rica - 27/11/1998, RCyS, 1999-1324 -
(35) Zavala de González, Matilde: “Daño a proyectos de vida” en “Responsabilidad civil. Doctrinas esenciales” - LL -
Bs. As. - 2007 - T. II - pág. 1275
(36) Zavala de González, Matilde: “Daño a proyectos de vida” en “Responsabilidad civil. Doctrinas esenciales” - LL -
Bs. As. - 2007 - T. II - pág. 1272
(37) “Posé, José Daniel c/Provincia de Chubut y otra” - CSJN - 1/12/1992, con reenvío a Fallos: 308:1109; 312:2412.
Con posterioridad, pero con análogos alcances, pueden citarse otras de sus resoluciones en “Camargo, Martina y otro
c/Provincia de San Luis” - CSJN - 21/5/2002
(38) Cámara 1ª Civil y Comercial de Córdoba - 6/6/2002, Ed. Zeus - Córdoba - 23/7/2002
(39) Corte Interamericana de Derechos Humanos de San José de Costa Rica - 27/11/1998 - RCyS - 1999 - pág. 1324
(40) Corte Interamericana de Derechos Humanos de San José de Costa Rica - 3/12/2001 - RCyS - 1999 - pág. 1324
(41) Fernández Sessarego, Carlos: “Nuevas reflexiones sobre el daño al proyecto de vida” - RCyS - Año IV - N° VI -
pág. 22
(42) Corte Interamericana de Derechos Humanos de San José de Costa Rica - 18/9/2003, LL - 2004-A-682.3
(43) Fernández Sessarego, Carlos: “El daño al proyecto de vida en una reciente sentencia de la Corte Interamericana
de derechos humanos” - RCyS - 1999 - pág. 1324 y ss.
(44) Fernández Sessarego, Carlos: “El daño al proyecto de vida en una reciente sentencia de la Corte Interamericana
de derechos humanos” - RCyS - 1999 - pág. 1324 y ss.
(45) Puede citarse al Código Civil peruano de 1984 y el proyecto de Código Civil argentino del año 1998, ambos con
un perfil diferencial al reconocimiento de otras figuras que, aun con similitudes, responden a otros ordenamientos
positivos (puede verse como muestra la evolución de la doctrina italiana en construcciones como el daño biológico, el
daño a la salud y el daño existencial)

Das könnte Ihnen auch gefallen