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La formulación de un orden cultural pan-latino pronto tuvo la oportunidad de apropiarse, para sus
propósitos, de la circunstancia histórica que creó un contexto ideal para su desarrollo y que ayuda
a comprender la aparición de la literatura criollista: el primer centenario del movimiento
independentista en Latinoamérica en 1910.
El último factor que contribuye a la aparición de los intereses criollistas, es el impacto continental
de la Revolución Mexicana (1910-1920). La empresa cultural que comenzaron los intelectuales
mexicanos posrevolucionarios aportó un modelo para la institucionalización de la ideología
nativista para el resto del continente.
Los límites cronológicos de la novela de la tierra se pueden situar entre los años 1910 y 1945. La
primera fecha refleja el surgimiento de un deseo de afirmar la existencia de una identidad nacional
o continental, a través del vehículo de una creación literaria. La fecha final refleja el ascendiente
de la filosofía existencialista en Latinoamérica. No obstante, pronto se evidenció la naturaleza
problemática de este proyecto en Latinoamérica. La dificultad residía en el mito latinoamericano
de la fundación cultural, es decir, en su identificación completa con la modernidad desde el
comienzo de su surgimiento histórico. Por ello si tal Texto pretendía demostrar de alguna manera
su autenticidad, debía a la vez incorporar un discurso que garantizara esa legitimidad, en otras
palabras, la composición de tal texto literario tendría lugar dentro de los confines de un discurso
que pudiese autentificar el reclamo del Texto como una obra literaria nativa, un discurso cuyos
preceptos se integraran dentro del texto para certificar sus pretensiones de ser verdaderamente
una creación literaria nativa. Este es el papel que llegó a cumplir la disciplina de la filología en el
discurso literario criollista.
La lengua hablada fue el vehículo principal a través del cual este espíritu colectivo se expresó, pero
no fue el único; las tradiciones, leyendas, mitos, fueron otros campos en donde se manifestó esta
voluntad. La cultura y la historia estaban influidas hasta cierto punto por la geografía ya que esta
última siempre dejaba su huella característica en la hechura espiritual del pueblo que vivía dentro
de sus fronteras. Esta relación orgánica abrió el camino para una espiritualización correlativa del
ambiente, es decir una concepción del medio físico como un agente telúrico que forma
secretamente a todas las creaciones del ser colectivo. Textualizar una esencia espiritual colectiva
es un proyecto que adquiere su inteligibilidad completa dentro del horizonte conceptual
delimitado por la disciplina de la filología. El discurso de la filología proporciona los conceptos y las
relaciones esenciales que legitiman la escritura de estas obras. Esto explica por qué, en un nivel
más superficial, la novela de la tierra se asemeja a un conjunto indiscriminado y sencillo de lugares
comunes filológicos: el habla como un ejemplo privilegiado del lenguaje, la geografía como una
presencia telúrica sempiterna, la representación detallada de una actividad humana surgida en
consonancia perfecta con el ambiente. Sin embargo, mientras que la filología trataba de cotejar e
interpretar textos para llegar al espíritu ontológico colectivo que se escondía bajo ellos, los
escritores de la novela de la tierra tomaban como punto de partida esta supuesta esencia y luego
procedían a escribir el texto que le daría cuerpo ostensiblemente. Por ello en la novela de la tierra
hay un reversión de la trayectoria interpretativa que la filología propuso. Es decir, estas novelas
imaginan el proceso de su nacimiento como un desplazamiento desde la esencia espiritual al
texto.