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El Catoblepas, número 156, febrero 2015, p. 2, http://nodulo.org/ec/2015/n156p02.htm, (02/02/16)
G. Bueno – La ilustración, como idea fuerza del presente
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G. Bueno – La ilustración, como idea fuerza del presente
proceso de desarrollo de cada cultura (puesto que Spengler negó la historia universal, es
decir, la historia universal como un todo atributivo). De este modo Spengler podía
hablar de la ilustración de la época de los sofistas de la cultura griega, o de la ilustración
en la época de los sufíes y mutazilitas de la cultura árabe, o de la ilustración en la época
de los sankhya de la cultura india.
Sin embargo, la oposición entre los conceptos idiográficos y los conceptos
nomotéticos de Ilustración no es dicotómica o disyuntiva, porque caben conceptos que,
siendo idiográficos (como conceptos estratiformes) asuman a su vez un carácter
universal, que les permite ser utilizados como conceptos plataforma (lo que ocurre
cuando se dispone de una teoría de la historia de carácter lineal-atributivo pero a la vez
cíclico o simplemente acumulativo).
D’Alembert, considerado como uno de los personajes más relevantes de la
Ilustración (a la que habría dado un giro positivista), describe así su época, a mediados
del siglo XVIII: «En cuanto observamos atentamente el siglo en el que vivimos, en
cuanto nos hagamos presentes los acontecimientos que se desarrollan ante nuestros ojos,
las costumbres que perseguimos, las obras que producimos y hasta las conversaciones
que mantenemos, no será difícil que nos demos cuenta que ha tenido lugar un cambio
notable en todas nuestras ideas, cambio que, debido a su rapidez, promete todavía otra
mayor para el futuro… Nuestra época gusta de llamarse la época de la filosofía. La
ciencia de la naturaleza adquiere día por día nuevas riquezas; la Geometría ensancha sus
fronteras, y lleva su antorcha a los dominios de la Física… Todo ha sido discutido,
analizado, removido [pensaba ingenuamente D’Alembert, inspirado sin duda por su
perspectiva enciclopedista] desde los principios de las ciencias hasta los fundamentos de
la religión revelada, desde los problemas de la metafísica hasta los del gusto, desde la
música hasta la moral… Fruto de esta efervescencia general de los espíritus, una nueva
luz se vierte sobre nuestros objetos…»
D’Alembert está describiendo sin duda la Ilustración como un episodio
(idiográfico) de su siglo, y desde su propio interior cóncavo (emic). Aunque en el texto
citado no aparece el término «ilustración» sí aparece la metafísica de la luz, la Idea de
una estela que viene de otra parte y promete iluminar en el futuro las oscuridades
remanentes. Ernesto Cassirer, en su obra ya clásica (Filosofía de la Ilustración) y
consciente de que la Ilustración ha pasado y de que muchas de sus preguntas y
respuestas están ya «anticuadas», pero gracias a que existen las personas que pueden
considerarse como productos genuinos de la misma ilustración, intenta, sin embargo,
reactualizar la ilustración misma, como identificándose con ella o al menos tomándola
como plataforma. Kant ha hecho, según Cassirer, que no sea ya posible volver
sencillamente a las preguntas y respuestas de la filosofía ilustrada. Sin embargo, desde
su posición, de algún modo etic, Cassirer no cree que la ilustración pueda tratarse hoy
con una orientación puramente histórica: «La consigna Sapere aude! [Atrévete a saber]
que Kant señala como lema de la Ilustración se aplica también a nuestra propia relación
histórica con ella. En lugar de rebajarla y de mirarla despectivamente desde nuestra
altura, debemos osar el volvernos a medir y a confrontarnos internamente con ella».
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El Catoblepas, número 156, febrero 2015, p. 2, http://nodulo.org/ec/2015/n156p02.htm, (02/02/16)
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G. Bueno – La ilustración, como idea fuerza del presente
una televisión china. Esta serie se emitió en España en mayo de 2013 por TVE2 (por
cierto, un núcleo residual, a la sazón, de ideólogos socialdemócratas).
El esquema de esta serie alcanza la simplicidad pedagógica más escandalosa,
basada en esquemas adolescentes, en contraposiciones entre el progreso y la reacción, o
entre la razón y las superestructuras eclesiásticas. Según este esquema la humanidad
habría permanecido a oscuras (desde hace veinte siglos, después del esplendor de la
cultura griega) por culpa sobre todo de la acción de la Iglesia católica. Pero el siglo
XVIII trajo la luz: comenzó por Inglaterra, donde Newton ofreció por primera vez una
visión científica del universo. Fue Newton quien, según dice la serie, al ver caer una
manzana del árbol bajo el cual estaba sentado, fue el primero en formular la pregunta:
«¿Por qué cae hacia abajo la manzana y no se mueve hacia arriba?», como si Aristóteles
y tantos otros no se hubieran hecho ya esta pregunta y no hubieran dado respuestas más
o menos razonables dentro de sus sistemas respectivos. La Ilustración —dice la serie—
sigue propagándose por Francia (Diderot, D’Alembert) y por Portugal, en donde las
noticias sobre el terremoto de Lisboa habrían desacreditado a la Iglesia católica. Y
habrían dado lugar a que el Marqués de Pombal, que había expulsado del reino a los
jesuitas, reconstruyera la ciudad y el reino siguiendo la inspiración de la Ilustración. La
serie continúa: la Ilustración se extendió a la Prusia de Federico el Grande, renació en la
Inglaterra de Erasmus Darwin (quien, al descubrir fósiles en las montañas «demostró
que el relato bíblico de la creación era una patraña») y más tarde en la Inglaterra de su
nieto Carlos Darwin. En Norteamérica, la Ilustración inspiró a los «padres fundadores»:
Jefferson estuvo en Europa y asimiló las tradiciones de Bacon, Newton y Locke, y
contribuyó a una constitución política que anticipó la Declaración de los derechos del
hombre de 1789 (por cierto, el pedagogismo simplista y sectario de esta serie ni siquiera
menciona a España, como si la leyenda negra hubiera preferido darle la pena del
silencio).
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Sin embargo, el adjetivo «reaccionario» del título del libro de Herrero tiene un
sentido peyorativo. Es decir, el sentido que el adjetivo asume en boca de un ilustrado. Y
con ello se evapora la importancia de la contrafigura de la ilustración implícita en el
adjetivo reaccionario. Porque, para el «ilustrado», el «reaccionario» no merece ser
tenido en cuenta y, por tanto, no hay que darle beligerancia en el momento de definir la
Ilustración.
Sin embargo, podremos siempre preguntarnos (al menos con el espíritu escéptico
de Sexto Empírico): ¿acaso la idea «reaccionaria» de la Ilustración no debe considerarse
como el complemento imprescindible de la idea «ilustrada»? Más aún, como la
visión etic de su convexidad (de quien sigue encerrado en su esfera), inseparable de la
visión emic de los propios ilustrados y afines que la percibían desde su concavidad (tal
como la percibieron sus agentes y propagandistas, como D’Alembert o Kant).
En efecto, la «reacción» ofreció una teoría de la Ilustración metafísica o mítica,
sin duda, pero no menos metafísica o mítica de la que ofrecían los propios ilustrados de
la Ilustración.
La teoría reaccionaria apelaba a un combate milenario entre Cristo (Dios hecho
hombre) y el Anticristo. Un Anticristo que, en los años de la invasión francesa a España
se identificó con Napoleón. Esta visión contrafigura de la Ilustración resucitó con toda
su fuerza en la interpretación de la Guerra Civil española de 1936-39 como una
Cruzada. Interpretación que había sido ya expuesta por el cardenal Gomá, o por el
cardenal Pla y Deniel y acogida por el papa Pío XII.
Precisamente es la «teoría reaccionaria de la Ilustración» la que nos advierte de la
posibilidad de regresar más atrás del siglo XVIII en el momento de determinar el origen
de la idea de ilustración. En otras ocasiones hemos sugerido la posibilidad de vincular
los movimientos de la ilustración a la herejía maniquea, a Mani, que nació en Babilonia
el año 216 después de Cristo y murió un lunes 26 de febrero de 277 (sus discípulos
llamaron «crucifixión» a su pasión y muerte). La Iglesia maniquea siguió viva, como
iglesia misionera, a pesar de las implacables persecuciones que sufrió (como la de
Diocleciano en 297), hasta que fue prácticamente aniquilada. San Agustín fue maniqueo
en su juventud, pero su característico dualismo metafísico lo mantuvo siempre, sin
perjuicio de sus cambios de expresión. Por otra parte, el dualismo cósmico teológico
maniqueo (si nos atenemos al Evangelio viviente o Gran evangelio desde Aleph hasta
Tau) está muy relacionado con otro dualismo del área irania, aquella en la que nació
Zaratustra (Azerbaiyán en la actualidad) en el siglo VI antes de Jesucristo, dos siglos
antes que Alejandro. Como es sabido, el dualismo zaratústrico enfrentaba la Luz y las
Tinieblas, Ormuz y Ariman. Un dualismo que, por cierto, fue tomado como referencia
constante, por escritores políticos del siglo XIX español, desde Julián Zugasti hasta
Manuel de la Revilla.
En otros lugares hemos sugerido (y no hemos sido los únicos, como hemos
comprobado al «descubrir» la obra del erudito colombiano Nicolás Gómez Dávila) la
conexión histórica entre los dualismos socialdemócratas español (ilustración/reacción,
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privado y el uso público de la razón, manteniéndose éste delimitado por un ejército que
asegure a la Razón de Estado la tranquilidad pública. Hamann está advirtiendo que esa
razón, cuyo uso confiere al parecer la libertad, no es una facultad privada (subjetiva,
psicológica, diríamos nosotros) sino que implica una organización social y política (y no
únicamente religiosa) de la que puede emanar la fuerza capaz de mover a la voluntad
colectiva. La Ilustración, tal como la ha definido Kant —que anunciaba el «despotismo
ilustrado» implícito en la distinción entre el uso privado y el uso público de la razón—
resulta ser sólo un puro esqueleto escolástico, para uso de filósofos especulativos
liberales que reducen la libertad a las especulaciones más o menos sutiles que suelen
producirse cuando se sientan en torno a una estufa.
Pero la crítica trituradora de Hamann a la Ilustración, tal como fue definida por
Kant, podría extenderse fácilmente a las concepciones que de la ilustración ofrecieron
discípulos de Kant de la talla de Hegel o de Schopenhauer. Discípulos que, por otro
lado, ya habían desbordado el «dualismo dioscúrico» originario, constituido por la
oposición recíproca entre la razón autónoma (luminosa) y la fe revelada (tenebrosa).
Hegel (en su Filosofía de la Historia y en la Fenomenología del Espíritu) tomó en
serio a la Ilustración, hasta el punto de «elevarla» a la condición de una fase definida del
desarrollo del Espíritu (parece que se inspiró, para definir a la Ilustración desde su
sistema, en el Mahoma de Voltaire). Pero Hegel desbordó claramente los límites del
dualismo dioscúrico kantiano, porque en la exposición de Hegel, la Aufklärung, queda
enmarcada en otros dualismos, no menos metafísicos (Naturaleza/Espíritu, Espíritu
subjetivo/Espíritu objetivo, Materialismo/idealismo), pero con referencias histórico
positivas y sociales más precisas.
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entre los expropiados y sus expropiadores de los medios de producción cada vez más
complejos.
Desde este punto de vista, la ilustración perdía necesariamente la importancia
histórica que la «burguesía ilustrada» le había otorgado. La Ilustración quedaba
reducida, a lo sumo, a una etapa del desarrollo de la burguesía muy importante, sin
duda, pero enteramente subordinada al desarrollo global del Género humano.
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que consideramos clave, sin duda ninguna, en la dialéctica de la ilustración, tal como la
presentaron Horkheimer y Adorno? Aunque los autores no lo digan explícitamente, más
bien parecen decir, como un sobreentendido, que este nexo no es otro sino el hecho de
la dominación, o la idea de dominación (que envuelve este hecho).
La razón sería, ante todo, una dialéctica de dominación, tanto en la ilustración
como en el mito. En este punto Horkheimer y Adorno se apoyan en Bacon (como
podían haberse apoyado en el verum factum de Vico). Así, los relatos míticos de
Homero (por ejemplo en la Odisea) contendrían una racionalización de la Naturaleza,
gracias a la cual «las divinidades ctónicas de los aborígenes son desterradas al infierno,
o a la región turbia del principio religioso —que perderá en la misma luminosidad de la
propia religión griega—, que en los estados más antiguos conocidos por la humanidad
fue conocida como mana».
Pero Odiseo —dicen— es un burgués del mundo antiguo, es decir, un propietario
que, pasado el nomadismo, forma parte del orden social constituido sobre la base de la
propiedad estable, en el momento en el cual dominio y trabajo se separan. Un
propietario como Odiseo —dicen los autores citando a Glotz— «dirige desde lejos un
personal numeroso y escrupulosamente diferenciado de los cuidadores de bueyes,
pastores, porqueros y servidores». Cuando Homero, en el decimosegundo canto de
la Odisea, narra el paso ante las sirenas, nos revela que lo que Odiseo busca es no ser
dominado por sus cantos irresistibles y para ello tapa con cera los oídos de los remeros
y él miso se hace atar al mástil, y más fuerte cuando más fuertemente resulta la
seducción. Lo mismo que más tarde también los burgueses se negarán la felicidad [el
ascetismo de los grandes capitalistas en el que insistió Max Weber] «y con tanta mayor
tenacidad cuanto más se le acerque el incremento de su poder». En el discurso I de su
libro («Odiseo o mito e ilustración») Adorno y Horkheimer extienden el concepto de
burguesía a las amas de casa burguesas, laboriosas tejedoras como Penélope, la esposa
de Odiseo que «examina con desconfianza, como una prostituta, al marido que ha
vuelto, no sea que se trate solo de un viejo mendigo o de un dios en busca de
aventuras». Obviamente la visión de Penélope, desde la categoría de «prostituta», no es
de Homero, sino de la cosecha hermenéutica y gratuita de los autores (acaso dispuestos
a epatar a los precursores del mayo francés) de la Dialéctica de la Ilustración.
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