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No saber reconocer la voz de Dios es una de las quejas más frecuentes que
tenemos. Queremos hacer la voluntad de Dios, anhelamos tener una relación
más estrecha con nuestro Creador, pero… ¡cuánto nos cuesta entender cómo
él nos habla, cuándo lo hace, y, sobre todo, qué nos dice!
En honor a la verdad yo anhelo desarrollar una relación con Dios como Moisés
la tuvo con él. Moisés hablaba con Dios y Él le respondía en el momento.
También como Enoc, el cual era íntimo amigo del Señor porque caminó con él
toda su vida. Para no ir muy lejos, me gustaría ser como Lucas, o Juan o
Pedro, que caminaron, comieron, conversaron con Jesús; lo oyeron, lo vieron y
lo tocaron, y lo amaron de una manera física, íntima y personal. Hablo de la
relación que incluye un diálogo fluido; tal como lo hacemos con nuestros
amigos, pienso particularmente en aquellos que hablan demasiado, que ni
siquiera nos dejan hablar. A veces le clamamos diciendo: «¡Dios, por favor, no
nos dejes ni hablar, interrúmpeme, por favor… ¡ háblame! En ocasiones el
silencio de nuestro Señor es mayor que nuestra paciencia, y a veces sus
respuestas me parecen extrañas y cargadas de humor. Ni siquiera utiliza su
boca para hablarme. Entonces me surgen las preguntas millonarias: ¿cómo
saber que Dios me está hablando? ¿Cómo no escuchar la multitud de voces
que se confunden con la Suya —incluso con la mía — que procuran llevarme
hacia otros destinos?
Quiero comenzar por el final de la historia, pues es muy valioso para nuestro
tema: Samuel responde: ¡Habla, que tu siervo escucha! ¡Eso es lo mismo que
siempre le decimos a Dios!, solo que a veces no lo escuchamos ¿Por qué
Samuel sí lo escuchó?
Es un joven que está al servicio del Señor, entregado por completo a los
intereses del Reino. Es un joven con deseos de estar ahí, muy cerca de la
presencia de Dios. Todavía quedan muchos como él. Samuel entendía este
principio: «no hay adoración sin servicio». Jesús lo expresó mejor: «Al Señor tu
Dios adorarás y solo a él servirás» (Mt. 4:10). Es un principio fundamental, se
sirve a Dios y de esa manera se le adora. Dios se manifiesta en medio de las
alabanzas de su pueblo, en medio de la adoración de su gente. Es cuando lo
adoramos que podemos escuchar mejor su voz.
El punto es que Dios siempre habla y los que estén más cerca de él serán los
que mejor lo escuchen. Pero que escuchen no asegura que hagan lo que él
dice, tampoco asegura que ellos sepan que era Jesús el que estaba hablando.
Pero, de que lo escuchan, lo escuchan, por estar más cerca de él. Felipe le
pide a Jesús: «Muéstranos al Padre y nos basta»; tenía frente a él no solo la
voz sino a Jesús mismo; y aún así no lo había conocido. Jesús le responde:
«Tanto tiempo he estado delante de ti y no me has conocido».
Juan 10:3-5 cita la parábola del buen pastor: «El portero le abre la puerta, y las
ovejas oyen su voz. Llama por nombre a las ovejas y la saca del redil. Y
cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas lo
siguen porque conocen su voz. Pero a un desconocido jamás lo siguen; más
bien, huyen de él porque no reconocen voces extrañas.
Sirve, adora y entonces podrás decir al Señor: ¡Habla, que tu siervo escucha!
La diferencia es tan sutil que a veces se hace difícil distinguir una de la otra.
Ante hombres con aires de grandeza dócilmente aceptamos todo lo que nos
dicen, sin investigar siquiera si lo que afirman tiene fundamento bíblico. Sus
declaraciones son aprobadas sencillamente por su grandiosa imagen.
Tenemos el espíritu de «Plutón»; ¡estamos mejor donde está el montón!,
aunque este no tenga la verdad. Por ejemplo, para los conciertos de un
cantante famoso, se congregan miles de personas, hasta dejar los lugares
repletos. Pero no por generar un llenazo se puede calificar de bueno el
mensaje de sus canciones. Igual, podemos tener iglesias repletas de gente,
pero no por ello dar por un hecho que en ellas se enseña la verdad. Los
musulmanes también llenan sus templos y no por eso lo que predican es
Palabra de Dios. Estoy convencido de que es imposible escuchar la voz de
Dios cuando es más importante la del líder cuya imagen nos seduce, o la del
que arrastra multitudes.
«¡Habla, que tu siervo escucha!», es una respuesta directa al trono del que
sabe cómo hablarnos. Muchas veces la respuesta de parte de Dios podría ser:
«¡Te he hablado, pero solo escuchas a tus líderes no a mí!» No estoy
promoviendo que te levantes en armas en contra del liderazgo, sino que te
animo a utilizar tu inteligencia para discernir el mensaje que recibes. Examina
que sea sin adulterar, sin intereses personales de por medio. Revisa y
comprueba que lo que escuchas es palabra del trono de la gracia, fresca,
desafiante, que penetra tu alma y transforma tú corazón a Su semejanza.
3. Samuel dormía en el templo del Señor en el mismo lugar del arca del
pacto
Por supuesto, una razón obvia por la que no escuchamos la voz del Señor es
porque estamos «dormidos» en su «templo». Como se anunció a la iglesia de
Sardis en Apocalipsis: «tienes nombre de que vives pero estás muerta».
¿Puede alguien dormir en medio de la presencia de Dios? La respuesta es
afirmativa. Samuel, Carlos, Roberto, Ana, Rolando, Ángel parecen dormidos en
la iglesia. Ven las cosas suceder y no hacen nada. Ven la juventud que sus
grupos cada vez son más pequeños y dicen; ¡ay, que estará pasando…!
Pero… nada mueven.
¡Despierta tú que duermes! Y dile a Dios con todas tus fuerzas: «¡Habla que tu
siervo escucha!» ¡Y si estás despierto, corre a despertar a los tuyos, que falta
mucho por hacer!
Nuestras iglesias necesitan entender esta revelación que nos ha sido dada.
Necesitan que la palabra de Dios sea iluminada, entendida y vivida en los
corazones de su gente. Me refiero a ver esas «cosas que ojo no vio ni oído oyó
ni han subido al corazón del hombre» (1Co 2:9). Son las verdades que el Señor
afirma que ha preparado para los que lo amamos. Es la revelación que llega
mediante la acción del Espíritu a aquellos que se sujetan a él; que es dada por
el deseo genuino de conocer íntimamente al Dios que revela sus misterios. Con
el mismo anhelo y expectativa que los discípulos aguardaron la promesa del
Espíritu, también nosotros debemos esperar la revelación de su voluntad, de su
poder, de su amor. Es bueno que nuestra oración a Dios sea: «¡Habla, que tu
siervo escucha… porque te ANHELO!» ¡No solo porque necesitas oír su voz,
sino porque lo deseas a él y anhelas entender lo que él ha revelado en su
Palabra!
Tres veces acudió Samuel a Elí para averiguar por qué lo llamaba. Ni siquiera
pensó en otras posibilidades. Samuel creía que el único que podía hablarle era
Elí. «Solo Elí estaba con él». Su oído estaba predispuesto a escuchar lo que él
ya conocía. Me pregunto cuántas veces me habrá hablado el Señor y como no
dijo lo que yo quería oír seguí repitiendo: «¡Dios no me responde!»
Esta es una de las luchas más grandes de nuestra vida. Escuchar lo que no
queremos oír y obedecer a eso. Tuve un amigo que apreciaba mucho. Cuando
estaba con él, me sentía lejos de Dios, cuando estaba lejos de él, me sentía en
paz con Dios. Un día escuché a un predicador comentar lo siguiente por la
radio: «Es como cuando uno tiene un diezmo en el bolsillo del pantalón desde
hace tres días porque no lo ha podido entregar en la iglesia, suéltelo en el
nombre de Jesús, suelte esa amistad que no le conviene». ¡Aunque usted no lo
crea!, ese día yo andaba con el diezmo en el bolsillo y tenía tres días de no
haberlo entregado. Lo primero que dije fue: «Cochino diablo» y después;
gracias Señor por hablarme aunque yo aprecie tanto esa amistad. Con el dolor
de mi alma lo dejé de visitar. Después de esa decisión, Dios me ha
recompensado con nueva amistades aquí en la iglesia y fuera de ella, la cuales
para la gloria de Dios son unas amistades maravillosas. ¿Pero si no lo hubiera
hecho? Seguramente hoy estaría contándole como llegue a ser un enfermo de
hígado y peor aun de mi divorcio.
Dios habla, desde el principio lo ha hecho y hasta el fin lo hará. Dios responde,
siempre lo ha hecho. Dios confronta. Dios guía. Dios orienta. Sea con una
mula, con piedras, con un ejemplo, con la vida misma, con un suspiro, con una
historia, o con su propia voz. El punto no es si él habla, sino si nosotros
sabemos o queremos escucharlo.
El hermano del hijo pródigo habló con el padre de ambos quejándose de que él
siempre había estado allí y nunca le habían dado ni siquiera un cabrito para
celebrar con sus amigos. El padre le dijo, entonces: «lo tienes todo», solo que
no te has dado cuenta. Felipe le pidió a Jesús, «muéstranos al Padre y nos
basta». Jesús le respondió: «Tanto tiempo he estado con ustedes y ¿y no me
conocen?»
Amigo líder, Dios está más cerca de lo que crees, y su respuesta está en tu
oído. Solo necesitas decir ¡Habla que quiero servir, habla que solo quiero oír tu
voz, habla que quiero dejar de dormir, habla que quiero tu revelación, habla
aunque cueste hacer lo que dices!, Solo ¡habla que tu siervo escucha!