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La Biblia en la familia
Marcelo Figueroa

Las familias, si bien forman una entidad social autónoma, vi-


ven y se desarrollan en un contexto social y temporal determina-
do. En la actualidad, ese contexto presenta características
singulares y contradictorias que influyen en la vida familiar de di-
versas maneras y con intensidades diferentes. En las líneas si-
guientes intentaremos explicar algunos aspectos de la cultura
actual, hacer una aproximación general de cómo influyen esos as-
pectos en las familias y plantear de qué manera la Biblia da res-
puesta a los desafíos contemporáneos.
Es mi deseo, que estas breves reflexiones estimulen a otros
a continuar y perfeccionar estos pensamientos. De esta manera,
que la Biblia no signifique para la vida individual, familiar y de la
sociedad actual un libro, sino el horizonte y la guía indispensable
para una vida más plena que dé honra a Dios, nuestro Padre, Crea-
dor del maravilloso continente llamado «familia».

I – Del relativismo a los valores eternos

Jesús finaliza su sermón del monte con una parábola en lo


cual participan dos personas que construyen su casa (Mt 7.24-29).
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Allí, el Señor traza una relación directa de causa-efecto, siem-


bra-cosecha, de dos conductas opuestas frente a un mismo hecho.
No duda en calificar a uno de los edificadores como prudente y al
otro como insensato. El prudente trabaja sobre bases firmes y el otro
construye sin fundamentos sólidos. Luego, circunstancias adversas
afectan a ambos por igual y las consecuencias resultan inevitables y
evidentes: para el insensato la ruina de su casa y para el otro la per-
manencia de su vivienda. Esta enseñanza magistral de Jesús relacio-
na al prudente con aquel que oye la Palabra de Dios y la pone en
práctica, y al insensato con aquel que oyendo esa misma Palabra no
la obedece.
El pasaje muestra una comparación entre alguien que hizo lo
correcto y alguien que no lo hizo, y las consecuencias resultan tam-
bién diametralmente opuestas, sin puntos grises: la permanencia o
el desastre. Esta clara diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, y
sus efectos están prácticamente ausentes en el pensamiento actual.
Se me ocurre inevitable trazar, entonces, un paralelismo en-
tre los edificadores de las casas de la parábola de Jesús y los inte-
grantes de una familia y evaluar asimismo esos conceptos frente a
las circunstancias que afectan la vida familiar en la época que nos
toca vivir.
Los conceptos sicológicos actuales de «construccionismo»
que sostienen que todas las identidades, inclusive las familiares,
están en permanente elaboración o construcción, debemos acer-
car el concepto bíblico de esta parábola. Asimismo, debemos con-
siderar que San Pablo nos recuerda que además de poner cuidado
en la piedra fundamental de la construcción se debe seleccionar
diligentemente los materiales de la edificación (1 Co 3.10-14). En
la construcción de una familia cristiana vigorosa es fundamental la
aceptación de la autoridad de la Palabra de Dios que tendrá su ma-
nifestación práctica en el desarrollo de las virtudes cristianas como
el amor, el servicio, la piedad, etc.
Hoy existe la extendida premisa que todo esta permitido
mientras se enmarque dentro de la utilidad propia y el ejercicio
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privado. Esos paradigmas derivan en un relativismo moral que en-


mascarado de tolerancia y respeto, encierra tras de sí el anti-amor
de la indiferencia, rasgo característico de una sociedad autista y
utilitaria. Bajo estas premisas, nada es malo ni bueno en sí mismo.
Se pueden escuchar afirmaciones como esta: «Si ser (homosexual,
drogadicto, vago, trabajador, intelectual, religioso, .......y así hasta
el infinito) te sirve y te hace feliz, entonces: ¡Adelante!».
Además, en la actualidad, la aprobación del pensamiento
mayoritario es un elemento determinante en la calificación de
cualquier conducta individual y familiar. El hecho de que la mayo-
ría avale o no algo, se transforma en un veredicto inapelable para
encontrar apoyo y justificación ante cualquier pensamiento o ac-
ción.
La familia, está amenazada por estos conceptos. Y en mu-
chos casos, los introduce y los adopta como propios. Esta siembra
del «desvalor» en la vida familiar lejos de ser en un signo de madu-
rez, como se quiere mostrar, es la semilla de la permisividad que
dará necesariamente como fruto la destrucción de la familia como
refugio y referente valorativo en la vida de quienes la integran.
Frente a los embates de ese relativismo posmoderno, la Bi-
blia debe significar para la familia cristiana la norma suprema y su
aplicación la única forma de mantenerse firme y sana.
El relativismo moral, la carencia de normas explícitas y uni-
versales sobre los principios fundamentales de la vida llevan al re-
chazo y menosprecio de cualquier normativa absoluta, sea de
índole social, legal y especialmente espiritual. Rechazando nor-
mas absolutas se rechaza a un Dios Absoluto.
En el Pentateuco se resalta especialmente la existencia de
un Dios absoluto y la necesidad de la familia de transmitir y vivir
sobre la base de la Palabra de Dios. En Deuteronomio 6, se presen-
ta un Dios que demanda un amor absoluto (de todo corazón, alma
y fuerzas). Inmediatamente después, demanda que los integrantes
de la familia tengan siempre presentes las Sagradas Escrituras fren-
te a sus ojos y en los lugares más importantes de la casa, como
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signo evidente de vida familiar y normas permanentes de su exis-


tencia.
La pérdida de valores y principios morales y éticos es men-
cionada con nostalgia y angustia por distintos pensadores actua-
les. Éste es el caso del escritor argentino Ernesto Sábato cuando
recuerda que en tiempos pasados: «La vida de los hombres se cen-
traba en valores espirituales hoy casi en desuso, como la dignidad,
el desinterés, el estoicismo del ser humano frente a la adversidad»
y luego reparando en la frase «Dios proveerá» de antaño, afirma
que «también los valores que surgían de los textos sagrados, eran
mandatos divinos»; párrafos más adelante, al considerar esa perte-
nencia a un Ser Supremo en la que se creía, no vacila en afirmar:
«Los hombres creían ser hijos de Dios y el hombre que siente se-
mejante filiación puede llegar a ser siervo, esclavo, pero jamás será
un engranaje». La relevancia de un Dios absoluto y sus mandatos
para la vida son resaltados por Sábato, cuando cita a Kirilov: «Si
Dios no existe, todo está permitido».1
El Dios de la Palabra de Vida es un Dios absoluto y excluyen-
te. En la revelación veterotestamentaria lo encontramos presentán-
dose ante Moisés como Yo soy el que soy (Ex 3.14). Luego en el
primer mandamiento del decálogo, Jehová reclama exclusividad a
sus seguidores cuando dice: No tendrás dioses ajenos delante de
mí (Ex 20.3). En el Nuevo Testamento es Jesucristo quien se pro-
clama el «Yo soy». Lo hace por ejemplo al declararse la manifesta-
ción visible de elementos o valores absolutos como la luz, el
camino, la verdad, la vida, etc. en su dimensión espiritual (Jn 8.12;
14.6; 11.25). También es Jesús quien se muestra excluyente cuan-
do proclama que: El que no está conmigo, está contra mí; y el que
conmigo no recoge, desparrama (Mt 12.30, RVR-95).
Para el hombre y la mujer actual no existen inconvenientes
en creer en uno o en varios dioses, y eso no solo facilita el

1 Ernesto Sábato, La Resistencia (Buenos Aires: Editorial Planeta, 2000),


pp.47-49.
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relativismo moral y la ausencia de valores sino que también lo pro-


mueve. Estos dioses convencionales y acomodaticios no hacen
ninguna demanda moral; simplemente están al servicio utilitario
de quien los invoque y los haga actuar con la fuerza y el mérito de
su propia fe.
¡El Dios de la Biblia está lejos de esta concepción! Mientras
que el Dios revelado en las Sagradas Escrituras crea al ser humano
a su imagen y semejanza (Gn 1.26), hoy es el ser humano quien
«crea» sus dioses a su propia imagen y semejanza. La iglesia cris-
tiana y la familia que quieren seguir los pasos de Jesucristo deben
cuidarse especialmente de no caer en la trampa de estos concep-
tos «posmodernos» que tienen un antiguo origen animista.
Resulta imperioso, en estos tiempos, que las familias abra-
cen la Biblia y encuentren allí la fe en un Dios galardonador de los
que le buscan y da a sus seguidores leyes inmutables y eternas,
para que siguiéndolas, alcancen la plenitud de su existencia indivi-
dual y familiar. Solo la familia que oye las palabras de la Biblia y
vive de acuerdo con ellas, permanecerá firme frente a los proble-
mas, pruebas y angustias de la vida actual.
Josué, en una actitud digna de ser imitada, tomó esa deci-
sión para su familia y la comunicó así al pueblo reunido: Si mal os
parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dio-
ses a quienes sirvieron vuestros padres cuando estuvieron al otro
lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis;
pero yo y mi casa serviremos a Jehová (Jos 24:15, RVR-95).

II – Del individualismo a la unificación

De la mano del relativismo se transita hacia el individualis-


mo y el hedonismo, en las cuales la búsqueda de la felicidad se
constituye en el motor único de la existencia. Esta felicidad con-
siste en la satisfacción inmediata de los deseos y apetitos más ur-
gentes, los que paradójicamente se tornan en absolutos
autoritarios. Los conceptos de libertad individual se reducen en la
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práctica al sometimiento a esos impulsos sin un fin relevante des-


de el punto de vista ético, moral o espiritual. En el libro Así habla-
ba Zarathustra escribía Nietzshe «¿Te llamas libre? Dime qué idea
te domina, y no que has escapado de un yugo... ¿Libre para qué?»
La familia actual, afectada por estos conceptos individualis-
tas y egoístas, debe buscar en la Biblia los valores más sublimes del
amor y la verdadera libertad.
En los Evangelios, Jesucristo enseña que la libertad viene
del conocimiento de la verdad revelada en las Sagradas Escrituras
las cuales a su vez dan testimonio de él (Jn 5.39), quien a su vez
encarna la Verdad (Jn 14.6). También el apóstol Pablo nos habla
de la responsabilidad que tiene cada cristiano de no buscar su pro-
pio bien sino el del otro. (1 Co 10.24)
El abandonar los conceptos fundamentales de la vida fami-
liar en manos del análisis subjetivo de cada integrante lleva en mu-
chos casos al vaciamiento de la familia como una entidad. Este
concepto es resaltado por Lipovetsky cuando dice: «Lejos de ser
un fin en sí, la familia se ha convertido en una prótesis individua-
lista en la que los derechos y los deseos subjetivos prevalecen so-
bre las obligaciones categóricas».2
En algunos casos, hasta la maternidad es considerada sola-
mente como una experiencia de autorrealización individual que
no necesita de la formación de una familia. De esta manera se pue-
de considerar al hombre como mero semental al servicio de este
concepto egoísta de maternidad. Por otro lado, a partir de la gené-
tica de la fecundidad, una mujer podría decidir ser madre a partir
de un «padre» conocido o desconocido, vivo o muerto, y hasta
elegir los rasgos raciales del hijo que sean de su agrado.
En un mundo dominado por el consumismo y sus principios
de marketing y de satisfacción del cliente, no resulta extraño pen-
sar en este atroz concepto de niño a la medida y «familia»

2 Gilles Lipovetsky, El crepúsculo del deber (Madrid: Editorial Anagrama,


2000), p.162.
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monoparental. Como lo expresa Lipovetsky: «No asistimos al re-


surgimiento del orden familiar sino a su disolución posmoralista,
no es el deber de procrear y de casarse el que nos caracteriza, es el
derecho individualista al hijo, aunque sea fuera de lazos conyuga-
les... La procreación artificial hace estallar las normas estables del
orden familiarista.»3
En el contexto individualista que estamos considerando, el
narcisismo y el culto a la imagen son consecuencias de anteponer
el «parecer» al «ser».
Uno de los aspectos que resulta más patético en la parábola
de los edificadores que considerábamos al principio es que exte-
riormente, las dos casas eran iguales. En lo exterior parecían idén-
ticas, pero en lo fundamental y profundo sus diferencias eran
dramáticas. Mientras en un caso se puso el empeño y el esfuerzo
en sustentarla en bases sólidas, en el otro se buscó el camino fácil
de la apariencia creyendo que los fundamentos eran un aspecto in-
trascendente de la existencia, mientras lo aparente era la meta úl-
tima. Este aspecto de la parábola describe muy bien el
pensamiento actual.
Los integrantes de una familia se ven muchas veces invadi-
dos por esta exaltación de la apariencia y la imagen que proclama
la sociedad actual. Se debe destacar de antemano que hoy existe
una encomiable tendencia a estimular conductas de vida sanas, a
través de dietas equilibradas, prácticas de ejercicio y abandono de
hábitos nocivos para la salud. Sin embargo, actualmente también
se ejerce una fuerte presión, especialmente hacia las mujeres, para
que desarrollen físicos delgados y atléticos. Este culto al cuerpo es
fogoneado por toda una gama de propuestas inalcanzables y ar-
tículos absurdos que se exhiben por todos los medios. La utiliza-
ción de modelos con sus figuras esbeltas raya lo insultante y
patético frente a la realidad cotidiana de la inmensa mayoría de las
mujeres en nuestros pueblos. En algunos países como Argentina,

3 Lipovetsky: 161
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la complicidad de la industria que solo fabrica tallas para mujeres


delgadas resulta un hecho moderno de indignante discriminación.
Esta superficialidad socava a la familia reflejándose, muchas veces
en los adolescentes, en crisis de identidad y aceptación que pue-
den llegar hasta la bulimia o anorexia. Ante esto, los padres de fa-
milia cristianos deben dar un marco de contención que ofrezca a
sus hijos principios de aceptación basados en el amor incondicio-
nal inspirado en la persona de Dios. Frente a estas enormes presio-
nes de modelos estándares, la familia debe esforzarse en guardar
su identidad particular. Más aún, ante estas tendencias masifica-
doras, debe promover en cada integrante el desarrollo de una
identidad propia, resaltando el enriquecedor efecto de la diversi-
dad que encuentra sus raíces en un Dios creador y amoroso.
El mundo globalizado en que vivimos, ejerce una nueva for-
ma de presión a sus habitantes al imponer sin fronteras un único
modelo exitoso de apariencia e imagen. Esta imposición afecta a
todos los integrantes de las familias, aun a los más pequeños que
van creando una imagen de aceptación estética a través de muñe-
cas desproporcionalmente estilizadas o esculturales superhéroes.
Aun en países culturalmente diferentes a los occidentales como
los asiáticos, gran cantidad de jóvenes cambian sus hábitos musi-
cales, comida, vestido y hasta apariencia física con operaciones
quirúrgicas para parecerse a los modelos publicitarios norteameri-
canos y europeos. Este fenómeno también se da, en los jóvenes de
los pueblos del interior de nuestros países, en relación con las mo-
das de los grandes centros urbanos. Sin embargo, la pobreza en
que la gran mayoría están sumidos estos compatriotas, trasforma
esta necesidad de apariencia en una absurda e irreal búsqueda de
lo estético, recibiendo así una bofetada en la dignidad de sus valo-
res culturales mas bellos. Todas estas caricaturas surrealistas de lo
importante colisionan con sus tradiciones autóctonas y repercu-
ten inmediatamente dentro de su familia.
En la Biblia vemos como aun los detractores de Jesús lo re-
conocían como quien no se basa en las apariencias y la imagen
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exterior de las personas: Maestro, sabemos que eres amante de la


verdad y que enseñas con verdad el camino de Dios, y no te cui-
das de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres (Mt
22.16, RVR-95). Nosotros debemos imitar al Maestro en esa acti-
tud valorativa hacia otros. También haríamos bien en cuidarnos
de no caer en el grosero error de los fariseos de este relato, que
aun conociendo esto, intentaron ante el mismo Señor Jesucristo
aparentar y fracasaron rotundamente (Mt 22.18).
Cada integrante de la familia debe encontrar en su seno el
ambiente de aceptación y amor para desarrollar su personalidad
con autenticidad. En la riqueza de la diversidad de caracteres debe
hallarse un lugar para vivir en armonía con todos y en comunión
con Dios. En la Biblia, este concepto es frecuente cuando se compa-
ra la iglesia a un cuerpo donde todos sus miembros son importantes
porque se necesitan mutuamente (1 Co 12.14-26).
En un mundo individualista no resulta sorprendente que el
materialismo cautive primero con sus promesas de poder, autosa-
tisfacción e influencia, y rápidamente se transforme y desarrolle
hasta alcanzar características de deidad. El tener pasa a ser un ab-
soluto indiscutible que sobrepasa al ser. El poder demoníaco de
las riquezas (Mamón) se extiende a través de la sociedad capitalis-
ta neoliberal disfrazándose una vez más de ángel de luz o ángel de
felicidad.
El materialismo no funciona sin la teoría de la «zanahoria
inalcanzable». Por eso es importante mostrar la «zanahoria» pero
como alcanzable, y de esto se encarga el marketing. La tarea del
marketing no es mostrar la mejor opción para alcanzar los logros
más profundos, sino crear la necesidad imperiosa de obtener co-
sas. Dicho en otras palabras, explotar la codicia, generando el de-
seo de tener algo sin analizar si realmente se necesita.
Los medios de publicidad globalizados constituyen el
vehículo ideal para la extensión de este antievangelio materialista
«hasta lo último de la tierra». Muchas familias se desesperan y se
endeudan para adquirir cosas inútiles que han interpretado como
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urgencias existenciales por la influencia de la publicidad, la cual


explota hasta la obscenidad, diciendo que dice que para ser feliz
sólo debe obtenerse tal o cual artículo: desde un suntuoso auto de-
portivo a un superfluo cosmético.
Para acceder a las «necesidades» que el mercado crea hay
que tener recursos económicos, la cual genera el moderno culto al
dinero. Este culto al dios del dinero está destruyendo actualmente
la paz familiar de miles de hogares. Es imprescindible que éstos
encuentren en la Biblia una guía segura para orientar su adminis-
tración familiar a la luz del Evangelio.
La Palabra de Dios enseña que la felicidad del hombre no se
encuentra en los bienes que posee (Lc 12.15), y que ese amor al
dinero no es otra cosa que el principio de todos los males, que
hace tambalear la fe y produce efectos dolorosos (1 Timoteo
6.10). La avaricia, según la Biblia, es idolatría (Col 3.5), y Jesús lla-
ma a los suyos a una decisión moral definitiva: Dios o Mamón,
pues es imposible servir a ambos (Mt 6.24).
Hay costumbres familiares concretas con que podemos en-
frentar el materialismo, desde un punto de vista cristiano. Estas
costumbres llevan a la familia a una vida de fe genuina en Dios
(Heb 13.5). En mi familia, por ejemplo, disfrutamos con mi esposa
el tiempo de ordenar la ropa al cambiar la temporada. En ese mo-
mento, identificamos las prendas que no hemos utilizado frecuen-
temente, las cuales separamos para donar a quienes las necesiten.
Realizar esta experiencia selectiva junto con nuestros hijos nos
ayudó a transmitirles esos valores, quienes rápidamente quisieron
imitar la experiencia con sus juguetes.
Hay claros ejemplos bíblicos de desprendimiento y solidari-
dad, especialmente en la vida de los primeros cristianos narrada
en el libro de los Hechos. En estos textos encontramos a las fami-
lias reunidas en sus casas, y en una actitud de alegría y sencillez
atender las necesidades de cada uno ofreciendo sus bienes mate-
riales al servicio de los otros (Hch 2.43-47; 4.32-37). Sin embargo,
en contraste con el ejemplo piadoso de Bernabé, encontramos el
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de Ananías y Safira: lo que hacen tiene por meta la vanagloria y el


engaño (Hch 5.1-11). Esta familia equivoca el camino y utiliza
una mentira para transformar un acto de amor sublime en una ac-
ción digna de las más graves consecuencias para sus vidas. En pa-
sajes como estos, la Biblia nos enseña que la motivación y el amor
genuino en la piedad familiar son más importantes que el hecho
mismo que se hace en forma visible. Pablo también resalta este
concepto en su primera carta a la iglesia de Corinto cuando enfati-
za que aunque en la práctica se den todos los bienes a los necesita-
dos, si el amor está ausente, el acto resulta inservible (1 Co 13.3).
También el apóstol Pablo llama la atención sobre reuniones
en casa de familia donde se desvirtuaba la dignidad de la Cena del
Señor (1 Co 11.17-34). ¿Por qué sucedía esto? Una de las causas
fundamentales era que algunas familias más ricas se adelantaban
para comer lo que habían llevado para el ágape comunitario, dis-
criminando de esa manera a las familias más pobres. La familia se
reunía alrededor del evangelio de Cristo, pero la piedad cristiana
quedaba marginada al momento de satisfacer el apetito personal.
Es también importante que se inculquen en la familia valo-
res de responsabilidad comunitaria hacia afuera; pero es igual-
mente importante que estos principios se vivan dentro de su
propio techo y de manera solidaria entre sus integrantes. Esto sig-
nifica, por ejemplo, que las distintas tareas de la vida familiar pue-
dan ser compartidas y llevadas adelante con el fin de afianzar los
sentidos de pertenencia responsable. El uso del dinero debe tener
también un criterio solidario. Debe contribuir al crecimiento de
todo el grupo, y no ser usado de una manera egoísta o basado en
principios de poder y dominación.
La solidaridad familiar toma una dimensión importantísima
en momentos de enfermedad, dolor o dificultad de uno de sus in-
tegrantes. En la búsqueda de la solidaridad familiar real que en-
frente a una sociedad insensible, Giorgio Campanini expresa: «En
el seno de la familia, el dolor y el sufrimiento no pueden ser a la
larga negados, porque están encarnados en personas vivas; allí los
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discursos abstractos sobre la humanidad se hacen encuentros con-


cretísimos con el otro...De aquí pueden surgir, para incorporarse
en lo externo, nuevas energías espirituales y morales que hagan
un mundo más humano».4
Entre los relatos bíblicos, la tragedia de Job es el ejemplo indis-
pensable al considerar el sufrimiento privado y familiar. Incontables
generaciones encontraron en sus páginas la fortaleza, el consuelo y la
dirección para enfrentar situaciones difíciles de prueba y enferme-
dad. La mujer de Job es considerada como el ejemplo paradigmático
de la insensibilidad familiar. Sin embargo quisiera en breves líneas ir
en un rescate misericordioso de esta mujer. Ella sufrió como Job
enormes perjuicios económicos y dolorosas pérdidas familiares y,
como si fuera poco, veía a su esposo sufriendo enormemente. Si criti-
camos a los amigos de Job porque teorizaron sobre el dolor ajeno sin
comprometerse, creo que haríamos muy bien en no hacer lo mismo
con la esposa de Job a quien, a diferencia de los otros, Dios no censura.
Para que la familia encuentre vías de consuelo y fortaleza en
situaciones de dolor, es necesaria una lectura bíblica completa y
cuidadosa que nos ilumine para ver la realidad de dolor en una di-
mensión completa y realista de cada uno de los integrantes del
grupo familiar. Ante el dolor, no caben los argumentos ni las teo-
rías de responsabilidad. La identificación bíblica, en esos momen-
tos, debe ser tan intensa como para llevarnos a mezclar con
nuestras lágrimas el llanto del otro (Ro 12.5).

III – Del aislamiento a la integración

Cada integrante de la familia se desarrollará personalmente


interrelacionándose con los otros. Si la tendencia actual es hacia el
aislamiento, los principios bíblicos nos deben llevar a la integra-
ción en un contexto de amor.

4 Georgia Campanini (citado por Enrique Fabbri), La familia fra publico e pri-
vato (Milán: Editorial Vita e Pensscero, 1979), p. 82
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Obviamente, la base y fundamento de la integración fami-


liar primaria es el matrimonio. La Biblia desde sus primeras pági-
nas nos ayuda a entender que la unión completa y
complementaria de un hombre y una mujer es la base de la fami-
lia. A la integración marital bíblica—los dos llegan a ser como
una sola persona—se agrega la separación familiar anterior—Por
eso el hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su espo-
sa (Gn 2.24, DHH)—, que como veremos más adelante no signifi-
ca el aislamiento irresponsable de los mayores.
La Biblia presenta en sus páginas variados ejemplos de fami-
lias. Sus integrantes son personas de carne y hueso, con sus victo-
rias, pero también con sus miserias. Esta pintura humana y trágica
de la vida familiar, especialmente la de algunos héroes bíblicos,
nos ayuda a iniciar la búsqueda de los valores espirituales de la fa-
milia desde una perspectiva realista, y desde allí, encontrar la res-
puesta a los interrogantes para el día de hoy.
Ya el primer matrimonio humano tuvo problemas de inte-
gración. La crisis de Adán y Eva los llevó a acusarse mutuamente
ante su desobediencia a Dios. Sin quitar responsabilidad a Caín y
Abel, Adán y Eva, como padres, no consiguen que sus hijos apren-
dan a amarse, y, como una de las consecuencias, se produjo el pri-
mer crimen filial de la historia humana.
La falta de armonía en el matrimonio de Isaac y Rebeca
provocó una crisis familiar profunda (Gn 25.28). Más adelante,
las evidentes diferencias afectivas que Jacob hizo con sus hijos
produjo la lucha entre hermanos que desencadenó un plan si-
niestro para deshacerse de José. Un plan que se presenta como
alternativa «misericordiosa» al fratricidio, y que construye la
mentira de una muerte accidental para ocultar la venta de un
hermano con fines de esclavitud. ¿Podemos imaginar la vida de
esta familia en la que cada hermano desconfía que el otro pueda
contar la verdad? ¿Podría existir algún tipo de integración sana
entre éstos y su padre? Por supuesto que no. Sin embargo resulta
aleccionadora la noble actitud de José que, con base en el perdón
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y el amor, logra integrar a esta familia cuando esto parecía impo-


sible.
Los errores y las victorias de estos personajes bíblicos y sus
consecuencias nos sirven como enseñanza y ejemplo aleccionador.
Así lo remarca Pablo cuando asevera que las cosas que se escribie-
ron antes, para nuestra enseñanza se escribieron (Ro 15.4), y
cuando alerta al decir: y estas cosas les sucedieron como ejemplo
(1 Co 10.6). Los matrimonios y familias actuales haríamos muy
bien si tomáramos estas enseñanzas y ejemplos muy en serio.
La Biblia guía la integridad matrimonial por los senderos
más profundos del amor, y no olvidemos que en el Nuevo Testa-
mento, el amor está modelado en la persona de Jesucristo. El espo-
so debe recordar siempre que su amor conyugal está guiado por el
ejemplo sacrificial de Cristo (Ef 5.25-27). Por su parte, la esposa
decide, ante el amor sacrificial del marido, sujetarse a él por amor
a Jesucristo (Efesios 5.22-24).
El Cantar de los Cantares resulta una inmejorable referen-
cia inspiradora para la vida matrimonial. Allí se expone, en forma
poética, la belleza y pureza de la intimidad marital.
Dios y su Palabra deben ocupar un lugar central en la vida
de toda pareja cristiana que esté en una sincera búsqueda de la
plenitud y de la integridad matrimonial. En efecto, la ausencia de
cohesión espiritual en el ámbito conyugal está en proporción di-
recta con la falta de integración bíblica.
Para el matrimonio, el cuidado y la formación de los hijos,
así como su integración al continente familiar, son tarea indele-
gable. Esto debería significar una de las experiencias más fasci-
nantes y hermosas de la existencia humana. En el mundo actual,
sobre-informado en lo general pero infra-informado en lo tras-
cendente, los padres deben enfrentar el desafío de transmitir a
sus hijos los valores y principios que regirán sus primeros pensa-
mientos así como sus conductas concretas. Esos valores y princi-
pios los llevarán consigo en su memoria por toda su vida. La
instrucción bíblica temprana del niño le dará herramientas para
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que en su vida adulta no se aparte del camino de la vida trascen-


dente (Pr 22.6).
Sin embargo, en la actualidad muchos padres, para no ser
considerados como autoritarios ni perder su cómoda pasividad a
causa de su propia carencia valorativa, abandonan su responsabili-
dad de transmitir valores absolutos a sus hijos arrojándolos a la ti-
ranía del desvalor y de sus impulsos naturales.
Debemos reafirmar que es imprescindible para todo padre
de familia transmitir esos valores y principios absolutos a sus hi-
jos. Hay principios absolutos porque existe el Absoluto, hay valo-
res trascendentes porque reina un Dios eterno. Como dice Jaime
Barylko: «La religión es educación en la ética. Si Dios existe no
necesita de ti; te necesita a ti».5 La comunicación de los valores
bíblicos a nuestros hijos es una obligación imprescindible. Bary-
lko presenta como su postulado básico: «La religión es una parte
de la cultura, que debemos conocer y dominar. Así como no hay
derecho a criar a hijos ignorantes en matemáticas o en gramática
o en ciencias naturales, tampoco lo hay para cercenarles la posi-
bilidad de conocer los significados de la religión...A la pregunta
¿con qué derecho cría a su hijo en religión?, creo que correspon-
de otra pregunta: ¿Con qué derecho cría usted a su hijo sin reli-
gión?»6
Los padres deben también ser sabios administradores del
tiempo en la familia.
La cantidad y la calidad de tiempo que los padres dedican a
sus hijos son muy importantes. Debe buscarse tiempo asegurán-
dose la atención concentrada en cada actividad, ya sea un juego,
tareas del colegio o la lectura de un libro. El Dr. Ross Campbell
afirma: «Uno puede decir que esto es lo que separa a los mejores
padres de los demás; a los sacrificados de los no sacrificados; a los

5 Jaime Barylco, Los hijos y la religión (Buenos Aires: Emecé Editores, SA,
2000), p.36
6 Barylco: 26

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que más se preocupan de los que se preocupan menos; a los pa-


dres que establecen prioridades de aquellos que no lo hacen».7
Por otro lado, algunos padres que desatienden a sus hijos
buscan reparar esta falencia por medio de compensaciones mate-
riales. Les regalan juguetes en forma exagerada o adoptan actitu-
des permisivas y contradictorias. Esos padres no se dan cuenta esa
conducta contradictoria crea en el niño confusión en los concep-
tos de autoridad y roles familiares. Al respecto José Manuel Sara-
via dice: «En lugar de educarlos, ceden a sus caprichos, los
halagan, y procuran trabar con ellos una amistad que la diferencia
de edad y de posición biológica torna imposible».8 La Biblia indica
que existen roles determinados para cada miembro de la familia y
que la autoridad tiene parámetros expresos: Hijos, obedeced a
vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor. Padres, no
exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten (Col
3:20-21, RVR-95).
La enseñanza bíblica es fundamental en la educación reli-
giosa de los niños. Leemos en el libro de Deuteronomio 6.4-7
(RVR-95): Oye, Israel: Jehová, nuestro Dios, Jehová uno es. Ama-
rás a Jehová, tu Dios, de todo tu corazón, de toda tu alma y con
todas tus fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy, estarán
sobre tu corazón. Se las repetirás a tus hijos, y les hablarás de
ellas estando en tu casa y andando por el camino, al acostarte y
cuando te levantes.
Esta permanente actitud de enseñanza de las verdades de la
Biblia debe existir en ambos padres. Además, es importante esta-
blecer una rutina de enseñanza. Para muchos, entre los cuales me
incluyo, la hora antes de ir a dormir es la mejor para relatar a los
hijos historias de la Palabra de Dios. También es un buen momen-
to para que el niño pueda tener un espacio de intimidad que

7Ross Campbell, Si amas a tu hijo (San Juan: Editorial Betania, 1985).


8José Manuel Saravia, El silencio de Dios (Buenos Aires: Emecé Editores,
SA, 2001).
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permita contar a sus padres sus temores, conflictos y problemas


que lo inquietan. Mucho de la apertura comunicativa futura de un
hijo con sus padres dependerá del aprovechamiento de estos mo-
mentos desde muy temprana edad. Es también una excelente
oportunidad para ayudar al niño a buscar la solución y el consejo
de Dios para las circunstancias de su vida.
Una parte muy importante en la formación de valores en los
niños y su integración familiar es la disciplina. Ésta no solo es insepa-
rable del amor sino que es una manifestación de éste. En la Biblia, la
disciplina del Señor es una señal de su amor personal (Heb 2.6), y en
ella se exhorta a los padres a criar a sus hijos en disciplina (Ef 6.4). Si-
guiendo con el Dr. Ross Campbell éste dice: «La disciplina es la pre-
paración de la mente y del carácter de un hijo con objeto de
capacitarlo para que llegue a ser un miembro constructivo de la socie-
dad y con dominio propio». El niño debe sentirse amado en y por la
disciplina. Existe toda una gama de disciplinas correctivas que pue-
den usarse dependiendo las circunstancias, desde las privaciones mo-
mentáneas a determinadas actividades hasta la disciplina física.
La disciplina física es también resaltada en las Escrituras
como un método de provecho para el alma del niño (Pr 23.4) que
le proporcionará sabiduría (Pr 29.15). Si bien la disciplina física
provocará un dolor momentáneo en el niño, los padres deben
siempre poner especialísimo cuidado de no lastimar al niño ni físi-
ca, ni emocionalmente.
Los padres deben ejercer la disciplina asegurándose que el
niño entiende las causas que hayan originado su mala conducta.
Deben cuidar de guardar coherencia con correcciones anteriores
y proporcionalidad entre el hecho a corregir y la disciplina utiliza-
da. Además es importante que la misma se lleve a cabo dentro de
un evidente marco de amor y dominio propio. Los padres deben
comunicar por todos los medios al hijo disciplinado que su amor
por él se mantiene invariable e independiente de su conducta. El
acto de disciplina debe completarse con la iniciativa paterna a la
reconciliación. El niño será entonces invitado a una actitud de
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arrepentimiento, lo que dará a los padres la oportunidad de corres-


ponder con expresiones genuinas y claras de perdón.
Los valores bíblicos, como el amor genuino y el perdón, de-
ben hacerse presentes en el ámbito familiar, no como un postula-
do teórico, sino como una experiencia cotidiana, vivencial y
renovada. Es muy importante enseñar sobre el perdón, pero nada
es más importante para la vida familiar que perdonar o pedir per-
dón. Cuando corresponde, la enseñanza práctica de un padre o
una madre para un hijo, a quien le piden perdón sobre un error co-
metido, es un fuerte impacto pedagógico y formativo en su vida.
El rol de los padres en la transmisión de los valores funda-
mentales es determinante para sus hijos. Es en esa enseñanza, en
la cual los adultos, como modelos, deben buscar siempre vivir en
coherencia con lo que dicen y lo que hacen. Otros valores bíblicos
como el cumplimento de la palabra empeñada son muy importan-
tes para la enseñanza familiar.
Hace algunos años, le había prometido a mi hijo David que
una tarde íbamos a jugar algo especial ya que inmediatamente de-
bía viajar a dar unas conferencias fuera de casa. Lamentablemen-
te, el tiempo me fue escaso para darle los últimos retoques a mi
presentación, y me vi en la disyuntiva de terminar con éstos antes
del viaje en la tranquilidad de mi hogar o jugar con mi hijo y luego
buscar algún incierto espacio de tiempo antes de enfrentar el audi-
torio. A pesar de que yo hubiera podido tomar la decisión de cul-
minar mi trabajo y luego explicar el cambio a mi hijo, preferí
buscar de una manera simple la comprensión de David sobre mi
problema, a la vez de confirmar en la práctica mis enseñanzas del
valor de la palabra empeñada. Subí a mi hijo sobre mi regazo e in-
tenté explicarle mi situación y la necesidad de su consentimiento
de postergación del juego para cuando regrese. David pensó un
poco y luego asintió satisfecho con su cabecita. El auditorio más
importante de mi vida (mi familia) había recibido una enseñanza
real y genuina y los principios de la palabra, y el amor penetraron
con más fuerza en la mente de mi hijo.
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Otro aspecto de aislamiento familiar se presenta cuando por


la actitud de sus integrantes hacia sus antecesores, se deja a éstos
en una situación de carencia afectiva o material. Esto significa no
solo un menosprecio a los valores de la experiencia de los ancia-
nos, sino un cruel rechazo y un abandono causados por un sentido
utilitario de la vida impulsado por un modelo social personalista y
«descartable» de la familia.
Principios bíblicos profundos como el honrar al padre y a la
madre, tallados en la piedra del decálogo mosaico (Ex 20.12), no
se deben abandonar al formar otra familia nuclear; por el contra-
rio, se crean otras circunstancias en donde estos mandatos bíbli-
cos se presentan como imperativos imprescindibles. Proverbios
bíblicos pertinentes necesitan de una aplicación práctica para en-
frentar a la luz de la verdad bíblica esta circunstancia como Pro-
verbios 23:22 (RVR-95): Escucha a tu padre, que te engendró; y
cuando tu madre envejezca, no la menosprecies.

Consideraciones finales

Si bien es cierto que la sociedad y su contexto tienden a ejer-


cer influencia y condicionar a la familia, también podemos afirmar
que las familias a su vez impactan y modelan a la sociedad en que
viven. Es, por lo tanto, un camino de doble vía en donde familia y
sociedad interactúan y se transforman entre sí.
Existe el dicho popular que dice que «si la familia es fuerte,
el país es fuerte». Desde este postulado debemos considerar a la fa-
milia como principio, no como fin de su entorno social, y transfor-
madora de la sociedad. Este concepto es mantenido por G.
Madinier cuando afirma: «Cualquier otra unidad reúne a seres ya
constituidos; aquí, en la familia, la unión es fuente, origen. La fa-
milia es la unión más elevada, puesto que no es una unión resul-
tante, sino una unión principio».9

9 G. Madinier, citado por Enrique Fabbri, Naturaleza y misterio de la familia.


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El rol de influencia y cambio social que puede producir la fa-


milia es expresado por Enrique Fabbri al afirmar:

«Sólo una estructura personalizante, en su doble ver-


tiente: hacia la conversión del corazón y hacia el servicio del
otro, puede superar la estructura funcional eficientista y por
ende despersonalizante de la actual sociedad occidental. No
se puede lograr un mundo seriamente sensibilizado en pro-
mover la justicia, la libertad, el amor y la paz, si no se esta-
blece en el interior de las familias un cálido culto a esos
valores. La clave primaria que invita a solucionar los proble-
mas desgarrantes del mundo y a desterrar sus injusticias,
egoísmos y odios, hay que buscarla en las familias.»10

Resultaría entonces necesaria una refundación ética, moral


y espiritual de nuestra sociedad a través de familias en las cuales,
en forma individual y en conjunto, estén dispuestas a vivir las ver-
dades inmutables de las Escrituras.
En tiempos de Nehemías y Esdras, cuando se realizó el re-
torno del pueblo judío a Jerusalén se debió poner manos a la obra
para reconstruir completamente la nación. En esa oportunidad las
murallas y sus alrededores fueron levantados con enorme esfuer-
zo e igual emoción y entusiasmo. Sin embargo, era necesario una
reconstrucción espiritual fundamental para «refundar» la vida de
un pueblo que deseaba vivir bajo el amparo y la dirección de Dios.
Esta reconstrucción espiritual recién comenzó cuando se abrió
públicamente la Palabra de Dios y se la colocó en lo alto de la vida
familiar. Esa Palabra debía ser oída por toda la familia (Neh 8.3);
era menester que cada cabeza de hogar la estudiara detenidamen-
te (8.13); la lectura bíblica debía ser aplicada a una vida de adora-
ción y confesión (9.3); y finalmente toda la familia reunida se
comprometió solemnemente a obedecerla (9.38 y 10.28-29).
10 Enrique Fabbri, Familia – Puente entre lo humano y lo divino (Buenos Ai-
res: Ediciones Paulinas, 1998).
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Nos ha tocado vivir en una época sumamente difícil, pero


nacer y vivir en este tiempo es algo que ninguno de nosotros ha
elegido. Lo que sí podemos y debemos decidir es el rumbo que da-
remos a nuestra vida y la de nuestras familias. Podemos tomar la
decisión de aceptar las pautas y normas éticas, morales y espiritua-
les actuales o bien tomar la decisión valiente y esperanzada de en-
frentar la vida con valores y principios superiores. Aquí se hace
especialmente pertinente el consejo paulino: No vivan ya según
los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su mane-
ra de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a
conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le
es grato, lo que es perfecto (Ro 12.2, DHH).
Si optamos por la decisión de la esperanza, debemos saber
que la voluntad de Dios, lo bueno, lo grato y lo perfecto se encuen-
tra en la Palabra de Dios y en la comunión con el Dios de la Pala-
bra. De esta única manera, nuestras vidas y las de nuestras
familias darán un testimonio vivo de que una sociedad mejor, más
trascendente y profunda, es posible y desde luego necesaria.

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