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Spleen y técnica en el Baudelaire de Benjamin

Luis Enrique Juárez Avena

La palabra Spleen proviene del griego splên que refiere al bazo que es el órgano que produce
los humores negros, o, en otros términos, la melancolía. La apropiación de Baudelaire se
sirve en un sentido de este significado, pero lo amplía. Baudelaire dedicó a este tema una
parte de su libro de Las flores del mal que se llamó ‘Spleen e ideal’ y también trató el tema en
su obra póstuma El Spleen de París. El Spleen es la sensación propia de una realidad y una
forma de estar en ella. Este modo de existir se caracteriza por la sensación de desánimo
melancólico que no tiene consciencia clara de su porqué, por un tedio que es un aburrimiento
aplastante y abrumador que se le impone al ánimo, por una sensación de disgusto de todo
que casi roza con la desesperación existencial de no saber qué hacer cada día de rutina
laboral, es la incertidumbre de la mañana siguiente en la que uno se alista para hacer lo que
se debe. Baudelaire vivió afortunada y desafortunadamente el Spleen en París. Al respecto
Baudelaire dice en su poema llamado El crepúsculo de la tarde:
El día cae. Un gran sosiego se genera en los espíritus pobres, fatigados de la labor de la
jornada, y sus pensamientos toman ahora los colores tiernos e indecisos del crepúsculo.1

Lo que se presenta en el fragmento a primera vista es que el decaimiento del ánimo es


paralelo al final de la jornada laboral, que la tristeza se muestra a la consciencia al dejar de
contar el tiempo de trabajo y al dejar las ocupaciones obligatorias. Benjamin trabajó este
tema en un texto llamado “Sobre algunos motivos en Baudelaire”. Al principio de este texto
nos dice que los poemas de Baudelaire estaban dirigidos a un público que tenía un especial
conocimiento del Spleen, tanto como el mismo Baudelaire. La pérdida de receptividad y el
placer de los goces superficiales y banales es lo que el Spleen deja cuando pasa por el alma.
De ahí que el interés de Benjamin radique en comprender la experiencia de la ciudad, de las
masas civilizadas y normalizadas en el capitalismo, de la melancolía, o en palabras de
Baudelaire, de los cuadros de la vida moderna. Para acometer este propósito, Benjamin pone
a dialogar a dos conceptos que estructuran su reflexión. Éstos son: vivencia y experiencia.
Para comenzar es necesario situar socio-históricamente la inquietud de Benjamin. Esta
inquietud se encuentra en dos textos temporalmente anteriores a éste que presento. Estos
textos se titulan “Experiencia y pobreza” y ‘hacia el planetario’ que es el último aforismo de su
libro “Calle de dirección única”. Comenzaré con el texto llamado “hacia el planetario”. En este
aforismo quiero rescatar la oposición entre la experiencia del hombre antiguo que se
encuentra vedada para el hombre moderno. El hombre antiguo tiene una experiencia de
embriaguez que al hombre moderno le parece reservada a las noches estrelladas
acompañadas por un vino tinto. Esta embriaguez es un modo de comunicarse con el cosmos.
Es la experiencia en la que uno se cerciora de lo más cercano y de lo más lejano

1
Charles Baudelaire. Le Spleen de Paris. Ed. Le livre de poche. Paris., p. 123.
simultáneamente. Con esta experiencia, el hombre antiguo se sentía en comunión con el
cosmos. Por su parte, el hombre moderno asienta a cada paso que da en su historia la
disminución de este trato con el cosmos. La guía propia del hombre moderno es el espíritu
de la técnica. Esto lo demostró la primera guerra mundial. Por cielo, mar y tierra se
experimentó la potencia destructiva de la técnica. La eficacia y eficiencia de la destrucción
no había acontecido antes así. Los actores de este teatro de sangre se compusieron por la
clase dominante que no escatimó nada en aras del lucro. Aquí, Benjamin dice algo muy
importante: “el dominio de la naturaleza, enseñan los imperialistas, es el sentido de toda técnica”.2
Paso al segundo texto. En este texto llamado “Experiencia y pobreza”, Benjamin apunta desde
el principio que Europa, de hecho, está padeciendo un silencio aterrador de sentido después
de la primera guerra mundial. Es decir, ya nadie podía decir lo que habría de esperar la
siguiente generación cuando ellos mismos habían sufrido la abrupta aparición de las
maquinarias de guerra y de los estallidos que iluminaron el cielo con fuego. Benjamin dice
que “una miseria completamente nueva cayó sobre los hombres con el despliegue formidable de la
técnica”.3 Después de que todo pierde sentido, creer en lo que sea se vuelve una ganancia. Y
así pasó en la Alemania Nacionalsocialista. Así pues, bajo este dramático contexto se inscribe
propiamente el interés por Baudelaire. De esto podemos resaltar algunos elementos que
están presentes en su reflexión: el espíritu de la técnica, la experiencia, el capitalismo, la
melancolía, lo moderno y el sentido de la existencia. Lo anterior ilumina el sentido propio
de poner a dialogar en la poesía urbana de Baudelaire los conceptos de vivencia y
experiencia. Esto es, comprender cómo es posible la sensación de vértigo generada por la
incapacidad de tirar de lo transitorio algo de eterno, de la sensación de no encontrar solidez,
del escape de la infinita finitud.
La pregunta que responderemos y que Benjamin planteó es ¿qué condiciones hacen posible
la sensación de Spleen? Lo primero por aclarar es que la pregunta por las condiciones remite
directamente a las relaciones sociales que posibilitan el spleen. El punto de comienzo es lo
que se presenta primero, como algo aparentemente desconectado de la totalidad, esto es, el
psiquismo.
Benjamin pone a dialogar a Bergson, Freud, Proust y Valéry para explicar el funcionamiento
psíquico bajo determinadas condiciones de existencia. Así pues, la función psíquica básica y
necesaria de la existencia es la memoria. Benjamin parte de la distinción de la noción de
experiencia que Proust sigue en Bergson. Para Bergson sólo existe la memoria pura que
remite a los recuerdos anclados en una duración determinada, pero para Proust esto es
insuficiente. Él distingue entre una memoria voluntaria y una involuntaria. La memoria
voluntaria es aquella que puede ser manejada por la inteligencia. Esto significa básicamente
que es aquella memoria de la que nos podemos servir voluntariamente dirigiendo nuestra
atención. Es una acción dirigida del psiquismo hacia sus recuerdos. Por el contrario, la
memoria involuntaria es aquella que es imposible manejar o dirigir. Sólo la conocemos a

2
Walter Benjamin. Poesía y capitalismo. Iluminaciones IV. Ed. Taurus., Madrid., p. 90.
3
Ibíd., p. 217.
partir de los recuerdos que sobrevienen y que asaltan nuestra consciencia de modo azaroso.
A partir de estas definiciones, Proust defiende que es imposible recobrar realmente el pasado
a partir de la dirección voluntaria de la consciencia, pues la memoria que contiene un
recuerdo propiamente del pasado es memoria involuntaria. Es, entonces, una cuestión del
azar el poder recuperar la experiencia. En este punto específico, Benjamin critica esta idea
de experiencia, pues no se debe a las limitaciones inherentes al psiquismo ni al azar y
considera que la idea de Proust plantea que se trata sólo de un problema individual, atómico
y privado, de una mente cerrada sobre sí misma. Esto solo muestra una óptica que radicaliza
la consciencia de la vida privada y la eleva a fin moral.
Para avanzar en el problema, Benjamin recurre a Freud para reflexionar la relación entre
memoria involuntaria y consciencia. De Freud recupera, en primer lugar, que la consciencia
tiene por función primaria el hacer presente los recuerdos y que es un mecanismo del
psiquismo en el que la estimulación externa no deja huellas duraderas ni permanentes. En
segundo lugar, constata que “los residuos del recuerdo son a menudo más fuertes y más
firmes, cuando el proceso que los deja atrás jamás llega a ser consciente”4. Estas dos ideas
le llevan a concluir que dentro de este campo de acción de la consciencia y de la memoria
voluntaria sólo y únicamente puede formar parte todo aquello que ha sido “vivido explícita
y conscientemente, lo que no le ha ocurrido al sujeto como vivencia”5. De modo que guardar
recuerdos significativos forma parte de un proceso que excluye los mecanismos de la
consciencia y de manera inversa, las vivencias no atesoran recuerdos significativos ni
duraderos. Ahora bien, la consciencia tiene la función simultánea de ser una capa protectora,
un filtro frente a los estímulos externos. De ahí que la atención forme parte integral de la
consciencia, pues la atención funciona de modo selectivo frente a los estímulos para excluir
los estímulos que son innecesarios o inútiles. La utilidad de la consciencia es entre otras
cosas la de conservar el equilibrio del psiquismo. Así pues, cuando este equilibrio es
fracturado, sea porque el estímulo exterior es demasiado fuerte o porque la consciencia no
pudo atajar el estímulo, se produce un efecto de shock. El modo en que se reducen las
posibilidades de fracturar el equilibrio del psiquismo es mediante la habituación a las
estimulaciones y lo que hace la consciencia junto con la memoria voluntaria es neutralizar
los efectos a los que se ve sometido el psiquismo. Este fenómeno psíquico es llamado por
Benjamin “vivencia de shock”. El genio de Baudelaire fue sintetizar las vivencias de shock
como experiencias y que fue uno de los temas preponderantes de sus poemas. Hacer esto le
proveyó de una autodeterminación histórica que al mismo tiempo fue un intento de liberarse
de ellas. Y esto no es otra cosa que el carácter moderno de su trabajo. El nombre que tiene
la actividad poética de Baudelaire es la experiencia de shock.
Paso a definir la experiencia. La fórmula que se propone de lo anterior es que entre más
vivencias se generen, existen menos posibilidades de hacer experiencia, pues lo que se le
escapa a la vivencia es el contenido, el sentido, lo significativo que sí tiene una experiencia.

4
Ibíd., p.129.
5
Ibídem.
La experiencia no se construye de manera voluntaria, es decir, no es racional, ni puede ser
planificada, escapa a las determinaciones de la razón. Sólo reconocemos la experiencia como
un recuerdo que aparece involuntariamente en la consciencia, cuando guarda un hálito del
pasado. Su lugar se encuentra en lo inconsciente. Es decir, no hay modo de ponernos
voluntariamente en un punto de vista subjetivo en el que podamos planificar una
experiencia, más bien necesita que la consciencia se sumerja en el flujo del acontecimiento
mientras sucede. Benjamin añade que “cuando impera la experiencia en sentido estricto,
ciertos contenidos del pasado individual coinciden en la memoria con otros del colectivo”6.
A partir de lo anterior, es posible indagar bajo qué condiciones tuvieron lugar las
experiencias de Baudelaire y qué rol ocupa el espíritu de la técnica en el Spleen parisino. Y
bien, como el nombre lo indica, la situación de Baudelaire se da en París que Benjamin
califica como la “capital del siglo XIX”. Una de las cosas que más produjeron shocks a todo
habitante de la ciudad de París fue el despliegue físico en las calles de las multitudes. Esta
multitud se distingue no por ser de una clase, ni de ningún colectivo, sino la masa de los
transeúntes, del público de la calle.7 “La masa era el velo agitado a través del cual veía
Baudelaire París”8. Es sólo en la capital dónde las masas se mueven y pasan de un lado a
otro, donde reina ya no el amor a primera vista, sino un amor a última vista. Benjamin
sugiere que las masas que se encuentran presentes en la experiencia urbana de Baudelaire
es la masa de los oprimidos. Esta imagen sólo podía decirnos lo que habría de venir como la
lucha salvaje del tráfico, de los transeúntes que se trasladan de casa al trabajo y del trabajo
a casa. Es en su mayoría una masa de trabajadores asalariados. Benjamin añade que: “la
multitud de la gran ciudad despertaba miedo, repugnancia, terror en los primeros que la
miraron de frente”9. No hay duda de que la ciudad es un producto de lo que conocemos como
civilización. Paradójicamente, ha tomado el lado más salvaje al momento de aislar,
individualizar y elevar a fin moral la vida privada. Es un nuevo tipo de barbarie. Otro aspecto
muy importante es que la ciudad como testimonio de la civilización se estructura a partir
del espíritu de la técnica. Así pues, la ciudad tiene sus principios reguladores en las ideas de
eficiencia, de racionalización y de progreso en su producción. Quien más ha necesitado del
espíritu de la técnica es el modo de producción capitalista que tiene por fin último el lucro.
Es aquí donde la tecnología en el espíritu de la técnica ha sido su medio específico. Lo que
busca lograr y lo que de hecho logra es “sustituir una sucesión compleja de operaciones por
una manipulación abrupta”10. No hay duda de que el progreso tecnológico se entiende en el
sentido de que las funciones que llevan procesos separados y por una manipulación manual
dirigida por un humano, gradualmente comiencen a funcionar automáticamente sin ayuda
de la operación manual. El progreso es la reducción de la manipulación humana. De ahí que
este mecanismo tenga por consecuencia el confort y al mismo tiempo el aislamiento. Es
importante ver aquí como Benjamin vio en potencia lo que ha venido sucediendo. Esto es,

6
Ibíd., p.128
7
Ibíd., p.135
8
Ibíd., p.139
9
Ibíd., p.146
10
Ibídem.
que el principio rector de la tecnología como mercancía: los aparatos funcionan como
intermediarios en cualquier actividad humana, y eso es confortable en tanto que se reduce
esfuerzo y aumenta la eficiencia y la velocidad. Esta intermediación ha sido más intrusiva,
lo que da por resultado nuevos modos de percepción. En palabras de Benjamin: “la técnica
ha sometido al sistema sensorial a un entrenamiento de índole más compleja”11.
Ahora bien, siguiendo el punto de vista de Marx, Benjamin observa que la vida psíquica que
tiene trabajador asalariado mientras opera la maquinaria en la fábrica ilumina a modo de
correspondencia la vida social de los ciudadanos. Hace una paráfrasis de Marx cuando dice
que la diferencia entre el trabajo manual y el trabajo de fábrica es que en el primero los
momentos de la producción son continuos, mientras que la producción del obrero se le
presenta como una relación con la maquinaria de manera cosificada. El obrero toma la figura
del autómata. Es decir, la relación cosificada del obrero con la maquinaria es lo que se
convertirá en principio de toda relación social. Las acciones y los gestos de los individuos
inmersos en la multitud se comportan como autómatas en la vida cotidiana. En palabras de
Benjamin “a la vivencia del shock que tiene el transeúnte en la multitud corresponde la
vivencia del obrero en la maquinaria”12. Esto es, que la manipulación del obrero frente a la
maquinaria se basa en el principio de la repetición que cada movimiento es volver a
comenzar de cero. Se evidencia a partir de esto que la vivencia excluye el contenido. Del
mismo modo, los comportamientos automatizados y mecánicos de la masa de oprimidos
excluyen el contenido tanto en la vida pública como en su vida privada. Esto puede verse
también desde otro punto de vista como una tecnificación de la vida. Es decir, las relaciones
sociales se estructuran semióticamente a partir de los conceptos de progreso, eficiencia,
racionalización, de beneficios y perjuicios. Todas ellas son categorías económicas que
estructuran todos los comportamientos sociales de modo cosificado. Todo esto no significa,
sino que la capacidad de hacer experiencia disminuye de forma inversamente proporcional
a partir del aumento de la vivencia a la que está sometida el trabajador asalariado. Y en otro
sentido, la vida humana va tomando las exigencias que se le hacen a las máquinas.
En este sentido, la vivencia de shocks del habitante en la ciudad, el cual ejerce relaciones
cosificadas, que vive en el automatismo, en la mecanización, es un estado psicológico en que
el sujeto se encuentra fuera de sí. Estas condiciones imposibilitan la posición subjetiva
adecuada para hacer experiencias. Tanto más cuanto pierde de vista sus deseos, pues el deseo
pertenece al orden de la experiencia desde su punto de vista psíquico. En palabras de
Benjamin: “cuánto más lejos alcance un deseo en el tiempo, tanto mejor podremos esperar
su cumplimiento. Pero lo que nos conduce a la lejanía del tiempo es la experiencia que lo
llena y estructura. Por es el deseo cumplido es la corona que se destina a la experiencia”13.
Todo lo anterior se inscribe en lo característico de la modernidad como la entiende
Baudelaire: es la añoranza de la experiencia que no se quiere mostrar a la consciencia, es la
pérdida de sentido, son los deseos oscurecidos por el exterior, es la sensación del tiempo

11
Ibíd., p.147
12
Ibíd., p.149
13
Ibíd., p.152
vacío y homogéneo que cubre la consciencia como copos de nieve. Es el tiempo cosificado
que no permite la experiencia y que sólo deja lugar para las vivencias del día. En una palabra,
es el Spleen.
Finalmente, cuando todo parece que está puesto para buscar una solución al problema,
Benjamin nos deja caer el verdadero problema. La idea es la siguiente. La experiencia,
además de ser lo significativo, de tener contenido, de tener un carácter colectivo, de ser la
condición de posibilidad de lo tradicional y de la consciencia de lo histórico, necesita de lo
cultual y de lo aurático. Estos rasgos están en afinidad con el enano teológico escondido
bajo el tablero de ajedrez. A partir de estos dos elementos añadidos, la vivencia toma un
carácter cosificado. Así pues, Benjamin sigue a Baudelaire en la opción de salvar al arte como
antídoto contra el Spleen, y aún más, es una forma de resistencia contra el espíritu de la
técnica moderna-capitalista. El arte es, justamente, lo que contiene un tipo de experiencia
cultual y aurática. Y en este sentido Benjamin discute el concepto de experiencia. El poema
Correspondencias da cuenta de la idea de experiencia, en palabras de Benjamin: “lo que
Baudelaire tiene en mientes con las correspondencias puede ser definido como una
experiencia que busca establecerse al abrigo de toda crisis”14. En el terreno de la experiencia
se trata de aquellas reminiscencias que hace que los días festivos sean grandes e importantes
como el reencuentro de una vida anterior15. Es un tiempo que así recupera lo histórico,
mientras que en el Spleen como vivencia el tiempo está cosificado. Es decir, en la vivencia
lo histórico y lo tradicional están excluidos. Benjamin hace un comentario crítico a propósito
de la vivencia y la experiencia: “es la vivencia por antonomasia que se pavonea con el traje
prestado de la experiencia. El spleen, por el contrario, expone la vivencia en su desnudez.
El melancólico ve con terror que la tierra recae en un estado meramente natural. No exhala
ningún hálito de prehistoria”16.
Así pues, las representaciones que se hallan guardadas en la memoria involuntaria y que
forman relaciones en torno a un objeto de la sensibilidad, es la experiencia. El objeto de la
sensibilidad en el que se forman las relaciones de representaciones se distingue por tener
significatividad y sentido. Esta praxis de elaborar sentido, se ve atrofiada cuando los
aparatos y la reproducción técnica se subjetivan. Es decir, cuando la fotografía se apropia de
las cosas perecederas que formaban parte de la actividad de la memoria. La consecuencia de
esto es que la fantasía tiende a disminuir, y con ella, un ámbito desiderativo que tiene como
meta el cumplimiento de algo bello. Y, en última instancia, lo bello está en relación con el
goce inagotable como el que tiene una obra de arte. Un cuadro es la proyección de un ojo
que daba vida a un deseo, de modo que el contemplarlo nos hace parte de ese goce inagotable.
Por su parte, la cámara fotográfica carece de deseos en tanto que carece de mirada subjetiva.
Así pues, lo que logra el arte es recuperar de las honduras del tiempo lo bello y lo infinito,
lo que no es posible en la reproducción técnica. En palabras de Benjamin: “si lo distintivo de
las imágenes que emergen de la memoria involuntaria hay que verlo en que tienen aura, la

14
Ibíd., p.155
15
Ibíd., p.156
16
Ibíd., p.160
fotografía tendrá entonces parte decisiva en el fenómeno de la decadencia del aura”17. Lo
que sucede aquí es que las fotografías al no tener mirada, no puede serle devuelto al
individuo la mirada. Toda mirada quiere que se le corresponda de vuelta. Y cuando se da la
correspondencia, se genera el aura. Otorgar una mirada es ofrecer un deseo, y quien recibe
esa mirada puede sentirse deseado lo que le llenara de vitalidad. “Experimentar el aura de
un fenómeno significa dotarle de la capacidad de alzar la vista. A lo cual corresponden los
hallazgos de la memoria involuntaria”18. Aquí se confirma la idea de que esta experiencia es
como en el hombre antiguo de embriaguez. Baudelaire magistralmente nos regaló poemas
en donde se muestra esta decadencia de aura, de la experiencia, de la historia, de la tradición,
donde se presenta la soledad y la melancolía, donde los ojos del hombre de la gran ciudad
están cargados de deseos de escape. En palabras de Benjamin: “Baudelaire señaló el precio
al que puede tenerse la sensación de lo moderno: la trituración del aura en la vivencia del
shock”19.

17
Ibíd., p.163
18
Ibídem.
19
Ibíd., p.170

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