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LA PRENSA Y LA GUERRA DE CUBA

La guerra de 1898 con los Estados Unidos era una cuestión que venía
debatiéndose durante décadas antes. En ese sentido, la importancia de la prensa usense
fue decisiva a la hora de preparar la invasión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Pero, ¿qué hacía la prensa española al respecto?

Desde que se reanudó en 1835 la insurrección de Cuba, los políticos gringos,


así yankees como ingleses, y la prensa amarilla de todo el orbe no han cesado
de insultar a España y al criterio en todos los tonos y con los epítetos más
injuriosos, presentando como razón la conducta del pueblo ibero en sus
diferentes colonias. (Aragón 1898: 14)

Pero, ¿qué sucedía con la prensa nacional?


La muestra de lo que ocurría nos la señala lo que, al embarcar Domingo Dulce
en Cádiz en 1869, decía la prensa peninsular:

¿Quiere el general Dulce que los cubanos le presten atención? Propóngales el


reconocimiento de su independencia; otra cosa es estrellarse en una Roca.
(Pirala 1895: 384)

A toda la maledicencia surgida de la prensa peninsular y cubana contra Weyler,


respondieron sus antiguos subordinados en El Eco de Cárdenas de 26 de abril de 1894

La saña con que tratan hoy al general Weyler los periódicos que aquí se titulan
liberales, no puede tener más fundamento que el de haber sido un entendido
jefe, que á todo trance quería desbaratar á los enemigos de España, habiéndolo
conseguido muchas veces.
Y á pesar de las mil y tantas iniquidades que esos enemigos cometían con
nuestros soldados que se extraviaban por los intrincados montes de manigua; á
pesar de la carnicería que solían hacer con los infelices soldados que eran
sorprendidos en algún pequeño destacamento, por numerosas fuerzas
enemigas, nuestro antiguo jefe no descendía á maltratar á los prisioneros ni
presentados, los cuales, después de cubrir sus desnudas carnes con nuestra
ropa y mermar nuestras escasas raciones, pagaban con la ingratitud más negra,
huyendo nuevamente al campo enemigo. Algunos de éstos han vuelto á caer
por segunda vez en poder de nuestras fuerzas, y nuestro jefe, en vez de
aplicarles el castigo que era de rigor, les volvía á indultar, mitigándoles el
hambre. (Weyler 1910: 110)

Declaramos, por lo tanto, que El País y La Lucha falsean la verdad al


acriminar tan innoblemente al hoy dignísimo general Weyler, á quien no
pueden acusar de otro delito esos periódicos, que el de haber sido un jefe
activo y valiente para castigar á los que desolaban los campos; á los que
reducían á cenizas valiosas fincas; á los que, á imitación de los moros del Rif,
desenterraban nuestros muertos, para escarnecerlos, cortándoles ciertas partes
del cuerpo, colgando después de los árboles los cadáveres; hechos éstos que
pudieran haber obligado á nuestros jefes á la mejor de las represalias, y, sin
embargo, el hoy general Weyler castigaba á cualquiera de sus subordinados
que ofendiese á un prisionero, si ofensa pudiera caber al medir á los enemigos
de España por el mismo rasero que ellos nos medían á nosotros, haciéndoles
creer á sus mujeres que los españoles éramos unos salvajes que no dábamos
cuartel ni á los niños, cuando es lo cierto que muchas madres y muchos

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inocentes deben la vida á los jefes, oficiales y soldados del ejército español.
(Weyler 1910: 110-111)

El 25 de febrero de 1895, la prensa peninsular daba noticia de los primeros


levantamientos separatistas ocurridos el día 23. Sobre el asunto decía:

Cuba no pertenecerá a España más que durante el tiempo que España tenga
fuerza para sujetarla. Y cuando un padre y un hijo viven de esta suerte, ¿vale
la pena de obligarles a que sigan juntos? (Soldevilla 1896: 69)

Por su parte, el Mercantil Valenciano reclamaba a Weyler como Capitán General


de Cuba, apoyándose en su extrema reacción y crueldad extrema. Al respecto, y en
concreto a los fusilamientos que en la anterior guerra llevó a efecto en Cuba, al mismo
diario escribiría Weyler el 27 de diciembre de 1895:

se me achaca en el cumplimiento de tan triste y penoso deber un celo


pernicioso, debido al cual los fusilamientos de mi columna eran en mayor
número que en las demás, y esto, que en rigor resulta cierto, obedecía á otras
causas, á saber: á la especialidad de las tropas que la formaban y á su
constante movilidad, debido á lo cual caían en su poder muchos más
enemigos, y necesariamente por imperio de la ley muchos tenían que sufrir el
horrible fallo. Esto es todo. (Weyler 1910: 104)

El 7 de enero de 1896
El Imparcial publicó un extenso telegrama dando cuenta de la importante
reunión de los tres partidos españoles en Cuba, verificada en el Casino
Español de La Habana. Los Sres. Guzmán, Montero y Martínez hablaron en
nombre de los respectivos partidos (constitucional, autonomista y reformista),
y manifestaron que ante todo eran españoles incondicionales y darían á
España cuanto necesitara para la defensa de la integridad del territorio.
Se acordó procurar que se nutrieran bien los batallones de voluntarios, pero no
hicieron donativo alguno. (Soldevilla 1897:15)

El Heraldo de Madrid de 26 de enero de 1896, comentando en un amplio artículo


los sucesos de Cuba señalaba:

En Cuba hay á estas horas un verdadero caos militar. Casi se puede decir que
no tenemos allí más que Infantería, y esa con tres armamentos de tres distintos
calibres: Remington (calibre 11), Maüser argentino (calibre 7,65) y Maüser
español (calibre 7)…/… El general Valmaseda persiguió tan ejecutivamente al
enemigo, que pacificó las Villas y casi todo el Camagüey, dejando la rebelión
reducida á las montañas orientales. Pero fué sustituido el año 72 por el general
Cevallos, quien se propuso regularizar la campaña, para lo cual concentró las
tropas, empezó la construcción de la Trocha dsl Bagá y tomó otras medidas
que permitieron al enemigo descansar y rehacerse. La moribunda insurrección
resucitó con mayores bríos. (Weyler 1910: 73-74)

Finalmente, el 17 de enero de 1896 Valeriano Weyler tomaba posesión del


mando en Cuba. Y llegados los años finales de la presencia española en el mundo, la
propia prensa española; la misma que había exigido poco antes que Weyler accediese a
la Capitanía General en sustitución de Sabas Martín González, cargaba contra el único
capitán general que a lo largo del siglo XIX puede ser calificado limpiamente como
honesto.

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En 1896
Por su parte, la prensa, decidido elemento usense en la usurpación de Cuba,
decía:

España debe abandonar Cuba si quiere salvarse. Si no actúa, un poder mayor


que el de España será el que notifique que la guerra se ha de terminar.
(Thomas 1971)

Mediado el año 1896

Con motivo de la discusión .de la beligerancia en los Estados Unidos, recordó


la prensa de Cuba los abusos á que daban lugar los privilegios que gozaban los
Estados Unidos respecto á la facilidad con que los cubanos podían obtener la
ciudadanía americana y el no llevarse en los Gobiernos de la Isla los Registros
ordenados, lo que autorizaba reclamaciones del Cónsul cuando se aprehendían
insurrectos que invocaban aquella ciudadanía. (Weyler 1910: 170)

El día uno de marzo se celebraron manifestaciones en toda España contra los EE.UU.
En la de Barcelona se produjeron altercados y en Valencia llegó a declararse estado de
sitio. Los EE.UU. pidieron explicaciones. España no hizo lo propio con las
manifestaciones antiespañolas que se desarrollaron en los EE.UU.

La opinión en España recibió con profunda indignación la absurda intrusión


propuesta por las Cámaras americanas en nuestros asuntos, ni más ni menos
que si se tratara de Turquía ó Marruecos; pero se confiaba en que el Gobierno
sabría mantener la altivez y dignidad de nuestra nación. (Soldevilla 1897: 146)

El 17 de marzo de 1896, decía la prensa:


De un lado la opinión en la Península y de otro las contrariedades de la
beligerancia y de las elecciones, pueden acarrear tan grandes perturbaciones
en la política de la guerra que el general Weyler se creería en el caso de
dimitir. (Soldevilla 1897: 128)

Remington, enviado del dueño de la prensa, Hearst, envió a este un telegrama en el


que decía: «Todo está tranquilo… No habrá guerra. Deseo volver». Hearst contestó: «Por
favor, quédese. Usted proporcione los dibujos y yo proporcionaré la guerra». (Thomas
1971)

Mandaron a las islas a sus mejores corresponsales con la orden de que


contaran las atrocidades que allí cometían los españoles. El problema es que la
situación en Cuba era casi normal y salvo algún “aburrido” enfrentamiento
entre rebeldes y españoles no había gran cosa que contar. Incluso uno de los
corresponsales, que además era dibujante, mandó un telegrama a su jefe que
decía:
“Todo está en calma. No habrá guerra. Quiero volver”
La respuesta de su jefe fue la siguiente:
“… Usted suministre las ilustraciones que yo suministraré la guerra.”
(Vaquero)

El jefe en cuestión era William Randolph Hearst.

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La prensa usense había empezado una nueva carrera para conseguir grandes
tiradas. Los protagonistas de la contienda eran el Journal de Hearst y el World de
Pulitzer con el apoyo del Sun, editado por el amigo de Martí, Dana.
No era sólo Hearst quien ahora pregonaba la guerra, sino también Pulitzer.

Más tarde reconoció que había fomentado la guerra por los efectos que
pudiera tener en la circulación de sus periódicos. En 1897, los periódicos de
Pulitzer tenían una tirada de más de 800 000 ejemplares diarios, y los de
Hearst, de 700 000. El Sun, también partidario de la guerra, por lo menos
teóricamente, no tiraba más de 80 000. (Thomas 1971)

Valeriano Weyler, sufría una interminable condena de la prensa hacia su persona,


a quién acusaban de cruel. A las continuas acusaciones de que era objeto responde en su
descargo en su obra “Mi mando en Cuba”:

los insurrectos y los laborantes de Cayo Hueso y Tampa que se hallaban allí
huyendo de mis bandos, y los mismos americanos que siempre habían
ayudado y protegido la insurrección de la Isla, favoreciendo las expediciones
filibusteras, con pertrechos y toda clase de elementos a los insurrectos, no
podían estar conformes con mis éxitos ni con mis procedimientos de rigor, con
los que veían el fin de la campaña, y apelaban a toda clase de calumnias sobre
la conducta de las tropas y sobre mi persona, viéndome obligado a acudir en
varias ocasiones a nuestro Ministro en Washigton para desmentirlas, sobre
todo cuando relataban fusilamientos y crueldades que allí no se cometían.
Y sin embargo, no consideraban crueldad el cumplimiento de los bandos
insurrectos, por los cuales se fusilaba a los que aprehendían componiendo las
vías férreas, cortando caña para moler en los ingenios, trabajando en éstos,
llevando víveres o efectos a las poblaciones, etcétera. (Weyler 1910: 171)

En una carta de Silvela publicada en El Imparcial el 24 de junio de 1896, afirmaba que

el ejército –se refiere al de Cuba- está dando allí testimonios individuales de


heroísmo y de las virtudes más nobles, pero su dirección es por todo extremo
deficiente y desacertada, su movilidad escasa, y que un cambio de jefe
favorecería eficazmente una solución honrosa, pues el quebrantamiento de las
fuerzas rebeldes parece indudable, y con una activa campaña militar podría
lograrse mucho en poco tiempo, y para lo cual la división de mandos sería a
todas luces inoportuna.

El mismo día 24, Pi y Margall declaraba la

conveniencia de conceder la absoluta independencia á Cuba, mediante una


convención en la cual se obligase la nueva república a favorecer á España en
sus relaciones comerciales y al pago de la deuda pública contraída por nuestro
país para saldar el déficit del Tesoro de la isla.
»Afirma el Sr. Pí y Margall que en esa transacción nada habría de depresivo
para España, y cita en apoyo de sus palabras el hecho de haber reconocido
Inglaterra, tras larga y costosa lucha, la independencia de las colonias que
constituyen hoy los Estados Unidos de la América del Norte. (Soldevilla
1898: 28)

Los separatistas cubanos elogiaban los artículos de Caslelar, de Pi y


Margall, de Moret, de Comas, de Valera, y principalmente el de
Caslelar. (Soldevilla 1898: 57)

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La prensa se quejaba del trato dado a los insurrectos… pero nada decía del trato
recibido por los soldados españoles, al tiempo que los Estados Unidos instaban al
gobierno de Madrid para que España se condujese en la guerra con arreglo á los
principios consagrados por las naciones civilizadas.
El 16 de julio de 1896, “el Imparcial” decía:

El dinero dado por la nación para lograr la paz cae en un pozo sin fondo. A
favor del decaimiento público se hace el matute de los más ruinosos negocios.
Se regalan millones á los agentes de un empréstito y á los constructores de los
barcos de guerra. (Soldevilla 1898: 256)

En honor a la verdad, no estaba sólo Weyler en defensa de su dignidad y de la de


España. Al respecto de la injerencia que la prensa usense estaba reclamando, J. Phelps,
ex ministro de los EE.UU en Londres exponía el 28 de marzo de 1898:
Cuando en la guerra civil los puertos del Sur fueron bloqueados por las
Escuadras federales, sufrió grandes pérdidas el comercio de otras naciones,
especialmente tratándose de un artículo tan importarte como el algodón. Y sin
embargo, las naciones perjudicadas no hicieron por ello la menor indicación
de ingerencia, ni se la hubiéramos tolerado. Debe, pues, reconocerse, y todo el
mundo lo reconoce, excepto los periódicos interesados, que no estamos en la
necesidad de propia defensa contra España, ni tenemos derecho alguno a
vindicar agravios que nos den títulos a interponer nuestras armas en pro de la
rebelión cubana. (El Mundo Naval Ilustrado nº 27 Junio de 1898)

En la misma exposición, y en lo relativo a las falacias divulgadas por la prensa


usense, decía:
Cierto que el derecho internacional reconoce como única y rara excepción de
la regla que hemos mencionado respecto de la intervención que una nación
puede intervenir cuando se hace absolutamente necesario impedir una matanza
injustificada o ultrajes monstruosos en otro país; pero esta excepción, que sólo
rarísimas veces se ha invocado para proceder, sólo es aplicable en casos
extremos y clarísimos y no tiene aplicación al caso presente. (El Mundo Naval
Ilustrado nº 27 Junio de 1898)

Era una voz honesta que poco podía hacer frente a la campaña de
prensa llevada a cabo por los magnates usenses, que no tardarían en ver
culminados sus objetivos, con la inestimable colaboración de los separatistas,
que nunca dudaron ponerse en manos de aquellos.
Todos los ataques a Weyler se amparaban en la libertad de prensa, pero la
libertad de prensa no era aplicada a todos con el mismo criterio. Así, el presbítero José
Domingo Corbató Chillida, autor del libro “León XIII, los carlistas y la monarquía
liberal”, fue condenado a la pena de once años y cinco meses de prisión.
Y mientras los Estados Unidos no cesaban en sus ataques; mientras la guerra se
iba desarrollando en Cuba, el silencio administrativo era la respuesta con la que se
mantenía “in albis” al pueblo español.
Y mediado el año 1897, parecía que un resquemor hacía despertar las
conciencias. En ese sentido, “El Motín” de 10-7-1897 decía:

Desde el 1.° de Julio ha comenzado el pueblo español á enterarse de que hay


guerra en Cuba, Hasta hoy únicamente lo sabían las madres que tienen allí sus

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hijos, vivos ó enterrados. Y se ha enterado el pueblo, porque comienza á pagar
los gastos, que han venido sufragándose con lo que existía y con el producto
de los empréstitos.
Hoy ya la situación se ha despejado, y números cantan.
Tenemos un presupuesto de ingresos que no llega a pesetas …….900.000,000
De estos se destinan al pago de los intereses de la Deuda y
amortización ,…………………………………………………….. 537.000,000
El ejército de Cuba nos cuesta al año próximamente ……………..280.000,000
Las clases pasivas (ídem) …………………………………...…….100.000.000
El clero (ídem) ……………………………………………………...42.000,000
De manera que, sin pagar la lista civil, ni el ejército de la Península, ni el de
Filipinas, ni todas las grandes atenciones que pesan sobre el Estado, nos
resulta un déficit de un centenar y pico de millones de pesetas.
Y yo pregunto: ¿Puede la monarquía resolver este problema? No.
Pues so pena de resignarnos á morir por consunción, hay que ver cómo lo
resolvemos.
No se trata ya de forma de gobierno, de patria, de honor, de vida.

Así, la prensa, y en concreto “El Motín”, servía los mismos intereses que estaban
aniquilando literalmente España desde hacía un siglo. Y a nadie se le ocurría señalar
que, contra lo afirmado, si se trata de forma de gobierno, de patria, de honor, de vida.
La misma publicación, en el mismo número, se hacía mención a la permanente
desamortización lesiva que, desde tiempos de Mendizábal se estaba aplicando a los
bienes nacionales.

Desde 1890 a 1896, se han vendido de los particulares contribuyentes


1.891.457 fincas; por los recaudadores del banco, 592.571, y por el Estado,
1.289.904.
Han quedado sin remate, en erial y sin producción, 942.561 fincas.
Se han dado de baja en las matrículas por no poder pagar los infinitos
impuestos que sobre las industrias pesan, ni los alquileres, 159.642
industriales.
Se ha instruido 60.415 expedientes de quiebra por no poder cumplir sus
atenciones los interesados.
Han emigrado, entre artesanos y braceros para la Argelia francesa, 64.626 y
para la América del Sur, 1.592.635.
Se han cerrado 1.892 fábricas de diferentes productos y artículos.
La riqueza oculta, la que tiene el privilegio de no tributar, pasa de 2.000
millones, como se ha demostrado en la provincia de Granada, y una gran parte
de la propiedad rústica y urbana es presa de la usura.
La hipoteca es el testimonio de la escasez y el prólogo del hambre que
amenaza las ciudades y los campos.
Hay poblaciones donde con buena hipoteca no hallan dinero los particulares ni
al 60 por 100 anual, porque la propiedad apenas hay quien la cultive, ni ofrece
garantías.
La usura resta el sueldo de los empleados y de los militares, lo mismo que
saca el jugo á los labradores.
Se ha aumentado en miles de millones la Deuda Nacional.
Y á partir de hoy habrá más catástrofes, más quiebras y más ruinas, hasta
llegar á la bancarrota.

Sí, se trata de una publicación incendiaria, pero de una publicación incendiaria


de España, pues esas evidencias las exponía, no como una crítica de la política
eminentemente antinacional llevada a cabo por las administraciones coloniales

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(recordemos que España es colonia británica desde 1808), sino como justificación de la
misma, pues a línea seguida marcaba de dónde debía entenderse que venía esa
descomposición.

En cambio se han levantado á miles los conventos, y nos han invadido toda
especie de frailes y monjas.
Aunque esto es natural. La descomposición engendra gusanos.

No venía de la política de sumisión a intereses extranjeros sino de los restos de


los valores espirituales que habían sobrevivido a la traición de quienes debían proteger
el ser colectivo de España.
No venía de quienes habían esquilmado toda la riqueza nacional y la habían
entregado a poderes extranjeros; no venía de quienes habían vendido las
infraestructuras, el subsuelo y la independencia nacional a esos mismos poderes, sino de
quienes a duras penas intentaban mantener la integridad espiritual. Y ese era el objetivo
que quedaba por cubrir para conseguir los objetivos británicos de 1711 manifestados en
“Una propuesta para la humillación de España”.
Pero la triste realidad es que la actuación de los gobiernos “españoles” no parece
que se dirigiese en otro sentido.
Por las referencias que podemos tener de esta época, parece que ese sentimiento
estaba bastante generalizado, si bien el temor hacía que la expresión del mismo no se
hiciese abiertamente.
Se vislumbraba la realidad; a saber, el gobierno estaba buscando la forma de
trocear nuevamente España para beneficio de sus enemigos históricos. Era evidente que
Cuba, Puerto Rico y Filipinas eran la cuota que debía pagar España en esos
momentos… Luego llegarán otros… ¿Cataluña?, ¿la disgregación total de la España
europea?... Eso llegará. Ahora, de momento, no tocaba…
Se vislumbraba la realidad, y era el mismo sistema el que tomaba cartas en el
asunto para tranquilizar las mentes asegurando que tal extremo era una falacia. Así, en
los primeros días de agosto de 1897, se hacía pública una información relativa a la
actuación del gobierno español, cuya evidencia era ridiculizada por los asalariados del
sistema.

el periódico New York Herald añadió más confusión al insertar un interview


celebrado con el senador Mr. Morgan con motivo de las declaraciones
“supuestamente” hechas por “un diplomático” español en Londres: “Dicho
interview es un tejido de disparates, como basta a demostrarlo la especie de
que España desee la guerra con Estados Unidos para desprenderse dignamente
de la isla de Cuba”. (Adán García: 60)

No se hacía referencia a qué diplomático había filtrado esa información,


quitando así verosimilitud al asunto. Pero serían los hechos los encargados de dar esa
verosimilitud.
La constatación de la traición, sin embargo, no representó un alzamiento contra
la monarquía y el gobierno colonial, sino tan sólo algún amago sin consecuencias. Para
contrarrestar esos amagos, la prensa democrática jugaba su papel a la perfección; así,
“El Motín” de 4-9-1897 decía:

Todas las señales lo denuncian. El carlismo trabaja y se agita como nunca.


Viajes, reuniones, conferencias, recuentos.../… Convenimos en que la prensa
liberal y democrática no debe hacer nada que sea propaganda inconsciente,

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pero eficaz, del carlismo. A estas opiniones nuestras responde nuestra
conducta desde hace mucho tiempo. Pero como lo que ocurre en Valencia, en
Cataluña, en Navarra, en Vizcaya y en otras regiones reviste, a juicio de
personas serias, imparciales y poco alarmistas que lo conocen, extraordinaria
gravedad, creemos muy conveniente cuando no necesario, dar la voz de alerta
para que se formen en un mismo ejército, y vivan prevenidos y vigilantes
cuantos pertenezcan, cualesquiera que sea su partido y su nombre, á la
gloriosa España liberal.
…/…En Navarra, en Valencia, en Andalucía y allí donde subsisten las
raíces del carlismo, se nota agitación y se supone que los secuaces del
Pretendiente hacen preparativos para inaugurar un nuevo ciclo sangriento.

Pero lamentablemente no se produjo esa respuesta popular. De evitarla se había


encargado el gobierno, reclutando miles de soldados que eran enviados a Cuba en
condiciones infrahumanas; soldados que, de otro modo sí podían haber iniciado en la
península un levantamiento contra la tiranía imperante, pero que fueron condenados,
antes de que pudiesen dar ese paso, a morir en la manigua, no por enfrentamientos
militares, sino por la exposición a enfermedades que los diezmaron miserablemente y
los dejaron incapacitados para una sublevación en la península.
La venta de la Patria exigía esa actuación.
Y todo estaba coordinado, no sólo en España, sino especialmente en el mundo
anglosajón, donde el 13 de enero de 1898

el Journal, bajo el titular «La guerra con España está próxima», contaba un
cuento sobre ciudadanos norteamericanos que se refugiaban en el consulado.
Esto no era cierto. El World proclamaba: «Los alborotos de La Habana
significan la revolución». El Sun informó sobre la continuación de los
alborotos durante cuatro días. Todo esto era totalmente falso. (Thomas 1971)

Luego, con el conflicto de Maine como eje central de las actuaciones, esa misma
prensa escribía cuentos con los que caldear el ambiente contra España.

El 17 de febrero, el Journal llevaba un titular que decía: «El buque de guerra


Maine fue partido en dos por una máquina infernal secreta del enemigo».
Debajo había un dibujo de un barco anclado encima de unas minas y un
diagrama que mostraba unos cables que llevaban a la Cabaña. (Thomas 1971)

Pero, lamentablemente, la máquina infernal secreta que, efectivamente podía


haber estado al servicio de España, el submarino, había sido hundida por el propio
gobierno español diez años antes.
El hundimiento del Maine se produjo por una explosión interna del buque;
¿provocada de forma intencionada por los mismos Estados Unidos?... Muy
probablemente. Es el caso que, incluso en los Estados Unidos, algún periodista honesto
señalaba que el hundimiento de la nave no había sido consecuencia de una acción
española.

Con fecha 23 de Febrero, el corresponsal de la Prensa Asociada en


Washington, telegrafió lo siguiente al Bureau Central en Nashville:
“Un diplomático que goza de la entera confianza del Ministerio, y que
interpreta la actitud del Gobierno, me dijo esta mañana que tanto el Presidente
McKinley, como todos los miembros de su Gabinete, tienen amplias pruebas
de que la explosión del Maine no fue causada por un acto, en el cual haya
tenido ingerencia el Gobierno español”. (Mendoza 1902: 68)

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Pero la noticia no era sino una gota en el océano de informaciones tendenciosas,
creadas con la intención de llevar a efecto los proyectos de los Estados Unidos.

Los medios de la prensa estadounidense controlados por los grandes


magnates Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst encendieron los ánimos
belicistas del pueblo americano con titulares como ‘The War Ship Maine was
Split in Two by an Enemy's Secret Infernal Machine’. “Pongan las fotos, que
yo pongo la guerra”. La famosa frase del magnate de la comunicación William
Hearst pone de manifiesto hasta qué punto Estados Unidos tenía interés en
participar en el conflicto entre Cuba y España a finales del siglo XIX. La
extraña explosión del acorazado ‘Maine’, que Washington esgrimió como
‘casus belli’ contra España, está plagada de sombras. (Daóiz 2014)

La guerra con los Estados Unidos, que se venía anunciando durante


todo el siglo, estaba ahora en puertas; el pueblo español, desangrado y
desarmado… y de juerga.
Al respecto, en los primeros días de marzo de 1898, el arzobispo de
Valladolid publicaba una pastoral en la que señalaba la triste realidad del
momento.

Todos reconocen que la actual situación de España es la más crítica por que ha
atravesado nuestra patria en la actual generación, y sólo comparable á la que
precedió á la invasión francesa de principios del siglo; todos reconocen que
en el exterior la tempestad nos azota, y en el interior ruge un volcán bajo
nuestros pies; y, sin embargo, á nuestros oídos llegan con más estruendo que
nunca los rumores de públicas diversiones, preparativos ruidosos de festejos,
de batallas de flores, de fiestas taurinas, de expediciones de placer, de bailes
de máscaras.

Contados eran los que señalaban la realidad. Entre ellos, J. Phelps, ex


ministro de los EE.UU en Londres, que e el 28 de marzo de 1898 señalaba:

Todo elector y todo periódico que en la última campaña presidencial se


declaró por Bryan y la libre acuñación de la plata, vocifera hoy pidiendo la
guerra con España por el mismo motivo. Hay politicastros que se atropellan
mutuamente para declararse á favor de cualquier guerra que se proponga, no
sea que vaya á acusárseles de haberse opuesto á la guerra. Y hay, por último,
periódicos infames que sólo escriben para la muchedumbre ignorante, que
encienden sus pasiones tratando de un asunto del cual no saben una palabra, y
empleando para ello todos los recursos de la mentira y toda la retórica del
vituperio. Si los tales representan el sentir del pueblo americano, si los tales
son la mayoría que ha de dirigir los asuntos de la nación, ¡que Dios se apiade
de nosotros! (El Mundo Naval Ilustrado nº 27 Junio de 1898)

Y ya en el principio del fin, cuando nada tenía posible reparación, entonces sí, la
prensa, necesitada de lectores, señalaba una evidencia que estaba poniendo España a los
pies de los caballos:

El 20 de Julio censuraba unánimemente la prensa de Madrid la tolerancia


verdaderamente inexplicable de las autoridades y del Gobierno con los espías
norteamericanos. Se hacia constar el hecho de que el New York Herald,
llegado aquel día, publicaba un plano completo de las fortificaciones de Tarifa.

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Y se añadía que un espía norteamericano en Cádiz fue quien, habiendo visto o
que las cajas que se cargaban allí en el Alfonso XII y en el Antonio López
iban rotuladas al capitán general de Puerto Rico, dio aviso de ello, y así
pudieron los barcos norteamericanos prepararse y dar enza á los dos
trasatlánticos, con los resultados que se conocen. (Isern 1899: 451)

Y curiosamente se daban cuenta de la situación dos semanas después


del desastre de Santiago, cuando aún no se había desvanecido las fatuas y
embaucadoras noticias que pocos días antes del desastre habían propalado
relativas a la fortaleza marítima de España, que presentaba chalupas como
acorazados.
¿Dónde estaba la escuadra? Se había esfumado.
Y tras el desastre, el miedo a que el enemigo (de España, se entiende, que no de
su gobierno) siguiese su acción sobre lo que quedaba de España era manifiesto. Los
periódicos se mostraban catastrofistas:

Conviene irse acostumbrando a la idea de que una escuadra norteamericana


puede venir a bombardear puertos españoles [...] Varios puertos pueden recibir
las granadas del enemigo. Y si alguno de sus barcos sufriera averías, no le
faltarían medios de repararlas. La empresa, repetimos, no ofrece dificultades
insuperables, y conviene que la opinión vaya haciéndose cargo del nuevo
aspecto que probablemente revestirá la guerra. Las ilusiones que luego no se
realizan deprimen más el ánimo que la probable realidad, por desfavorable que
sea. (La Época 1-7-1898)

En cuanto a las Canarias, aquella provincia adyacente, siempre lealísima a la


patria, está bien guarnecida y fortificada; pero las islas son siete, el enemigo
busca lo fácil, y no teniendo intereses en África, no aspirando a una ocupación
permanente, tal vez se estableciese en alguna de aquéllas poco defendida, y de
la que no sería fácil expulsarle por nuestra inferioridad marítima. (La Época
30-6-1898)

Pero ese no era el objetivo. Sencillamente no lo necesitaban, porque el control


absoluto sobre la España Occidental lo tenían asegurado desde ya hacía un siglo.

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Bibliografía

Adán, José A. (1979) El lobbysmo en la independencia de Cuba. En Internet


http://www.autentico.org/oa09036.php Visita 22-12-2016

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