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Universidad de Chile
Facultad de Filosofía y Humanidades
CEE: Lenguaje y pensamiento. El problema de composicionalidad.
Profesor: Manuel Rodríguez T.
Nombre: Manuel Vargas T.

El debate actual en torno a la sistematicidad de la cognición: el caso de la


compleción a modal y la sistematicidad de la percepción

I. Introducción

La sistematicidad es uno de los tres explananda que, según Fodor y Pylyshyn, deben
ser explicados por una buena teoría cognitiva. Los otros dos son la productividad y la
composicionalidad.1 La productividad puede definirse como la habilidad que tenemos los
humanos para generar y comprender nuevos pensamientos y proposiciones; la
composicionalidad dice que el significado de una proposición es función del significado de
sus partes léxicas; y finalmente, la sistematicidad corresponde a la habilidad de entender
pensamientos y proposiciones a partir de haber entendido otros que estén relacionados
(Symons & Calvo, 2014, p. 4). Más específicamente y en virtud de la discusión que será
desarrollada más adelante, diremos que la sistematicidad es la habilidad de entender un
pensamiento de la forma “xRy” a partir de haber entendido el pensamiento de la forma
“yRx”, para cualquier “x”, “y” y relación “R”. La discusión a desarrollar girará en torno a
esta propiedad.

La propiedad de la sistematicidad del pensamiento juega un papel importante en el


debate acerca de qué teoría cognitiva o marco de explicación debe ser adoptado. En términos
generales, la propiedad viene a ser un argumento por parte de los clasicistas (defensores de
la Hipótesis del Lenguaje del Pensamiento) en contra del conexionismo, en particular por
autores como Fodor y Pylyshyn (Fodor & Pylyshyn, 1988) y McLaughlin (McLaughlin,

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Para ser más precisos, podemos decir que la composicionalidad es más bien un principio que los autores
estipularon a partir de la arquitectura cognitiva que defienden. Por lo tanto, puede verse como el explanans de
las otras dos propiedades. Sin embargo, seguiremos la exposición de los autores en Symons & Calvo (2014).
2

1993), que son los que tendremos en consideración. El argumento de Fodor y Pylyshyn puede
resumirse de la siguiente manera:

1. Es un hecho que el pensamiento es sistemático. Los pensamientos están


intrínsecamente interrelacionados en la medida que tener la capacidad de pensar
JUÁN AMA A MARÍA implica tener la capacidad de pensar MARÍA AMA A
JUÁN;
2. Una explicación de esta propiedad requiere de procesos computacionales entre
representaciones mentales, procesos que sean sensibles a la estructura interna de
las representaciones, estructura compuesta por una sintaxis y una semántica
combinatorias. Este tipo de explicación solo la provee la hipótesis del lenguaje
del pensamiento;
3. Una arquitectura conexionista no postula dicha configuración;
4. Por lo tanto, el conexionismo es incapaz de dar cuenta de la sistematicidad del
pensamiento. (Symons & Calvo, 2014, pp. 10-11).

Así, el debate que ha dominado la escena giró en torno a si el conexionismo puede


realmente explicar la sistematicidad. A pesar de que se han postulado soluciones al problema,
el requisito adicional que ponen los autores es el de que la explicación debe darse de manera
necesaria, es decir, la arquitectura misma debe obligar a que haya sistematicidad. De esta
manera, por mucho que se demuestre que el conexionismo puede dar cuenta de la
sistematicidad, sigue siendo una peor explicación que el clasicismo, pues permitiría la
sistematicidad a costa de agregar hipótesis ad-hoc.

En este texto se expondrá brevemente parte de la discusión actual acerca de la


sistematicidad de la cognición, teniendo en cuenta el contexto recién expuesto. Por una parte,
tenemos la posición de Aizawa (Aizawa, 2014), quien puede ser considerado un clasicista en
esta discusión, pues adhiere a los tres autores recién aludidos. Por otra parte, Gomila,
Travieso y Lobo (desde ahora, G-T-L) (Gomila, Travieso & Lobo, 2014) se oponen a la
postura de Aizawa y al clasicismo en general, y defienden una teoría alternativa.

Por un lado, Aizawa dirá que la cognición humana es sistemática en general, tal como
lo afirmaban Fodor, Pylyshyn y McLaughlin. Para defender su postura, expone sólo un caso
3

donde supuestamente habría sistematicidad, a saber, el caso de la compleción amodal. En


este caso, se está entendiendo sistematicidad como la habilidad de percibir que un objeto está
ocluyendo a otro a partir de percibir la oclusión al revés, siguiendo la descripción que realiza
McLaughlin (McLaughlin, 1993). De esta forma, la sistematicidad de la compleción amodal
sería un argumento en favor de la sistematicidad de la percepción y de la cognición en
general. Por otro lado, G-T-L ofrecen un contraejemplo, en el cual la compleción amodal no
parece funcionar sistemáticamente, y por lo tanto no habría sistematicidad en el sentido
requerido. De lo anterior se sigue que la compleción amodal no es suficiente para adscribir
sistematicidad a la percepción, por un lado, y que una explicación clasicista (es decir, en
términos de representaciones mentales y sintaxis y semántica combinatorias) no es la mejor
explicación para el fenómeno.

De la mano su contraejemplo, G-T-L postularán que (i) la sistematicidad es lenguaje-


dependiente y que (ii) la compleción amodal es una propiedad que emerge de una
configuración específica de los factores que influyen en la percepción y es contexto-
dependiente. Así, los autores propondrán una explicación no clásica y más coherente con la
evidencia acerca de la sistematicidad y su lugar en la discusión en torno a las arquitecturas
cognitivas. Como consecuencia, la posición de Aizawa se ve debilitada por los argumentos
de G-T-L.

II. La posición de Aizawa: la compleción amodal y la sistematicidad de la


percepción

La posición de Aizawa respecto a la sistematicidad de la cognición puede resumirse


en las siguientes afirmaciones:

 Fodor, Pylyshyn y McLaughlin están en lo correcto acerca de que el pensamiento es


sistemático en varios respectos.
 En particular, la visión humana presenta un tipo de sistematicidad.
 El clasicismo provee una mejor explicación de la sistematicidad del pensamiento que
las teorías alternativas.
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En el artículo que revisaremos (a saber, (Aizawa, 2014)), Aizawa se encargará de


defender estas tres tesis por medio del caso de la compleción amodal. Por un lado, le permite
definir un tipo de sistematicidad que, de ser cierto, implicaría que nuestra visión presenta
sistematicidad. Por otro lado, el ejemplo que presentará le sirve para explicitar su noción de
“mejor explicación”, que, según él, está implícita en el argumento de Fodor y Pylyshyn. En
conjunto, le permitiría reforzar las ideas de Fodor, Pylyshyn y McLaughlin acerca de la
sistematicidad de la cognición. La exposición tendrá la siguiente estructura: primero se
explicará qué estamos entendiendo por “sistematicidad” siguiendo a McLaughlin, pues es el
esquema que sigue Aizawa, tal como lo anticipamos en la introducción; luego, se define qué
es la compleción amodal y se presenta el ejemplo de Aizawa; finalmente, se explica por qué
habría sistematicidad en ese caso y cómo el clasicismo lo explicaría, para así explicitar la
noción de “mejor explicación”. Esto será suficiente para contrastar esta postura con la de G-
T-L, que presentaremos más adelante. Entonces, veamos primero el esquema que presenta
McLaughlin.

En su artículo, McLaughlin entiende la sistematicidad como relaciones entre


capacidades cognitivas, es decir, las capacidades cognitivas estarían relacionadas
sistemáticamente (McLaughlin, 1993, p. 217). Para comprender bien esta noción, primero
hay que suponer, como lo hace McLaughlin, que las capacidades cognitivas no son
independientes entre sí, sino que se relacionan de manera intrínseca, en el sentido de que
poseer una capacidad cognitiva consiste en poseer otras. En otras palabras, la posesión de
una capacidad C depende de la posesión de las capacidades C’, donde C’ será llamada base
constitutiva de C. Para mostrar esto, el autor presenta las siguientes cuatro duplas de
capacidades cognitivas:

1. La capacidad de creer que el perro está persiguiendo al gato y la capacidad de


creer que el gato está persiguiendo al perro.
2. La capacidad de pensar que si el gato corre, el perro lo hará y la capacidad de
pensar que si el perro corre, el gato lo hará.
3. La capacidad de ver un estímulo visual como un cuadrado sobre un triángulo y la
capacidad de ver un estímulo visual como un triángulo sobre un cuadrado.
5

4. La capacidad de preferir un objeto triangular verde a un objeto cuadrado rojo y la


capacidad de preferir un objeto triangular rojo a un objeto cuadrado verde.
(McLaughlin, 1993, p. 279)

Así, cada par de capacidades está relacionado sistemáticamente, en el sentido de que


tener una capacidad implica tener la otra. Las relaciones se dan porque los miembros de cada
par se asemejan en que:

(i) Son capacidades que tienen estados intencionales en el mismo modo


intencional (es decir, misma actitud proposicional) y
(ii) Los contenidos de dichos estados están relacionados semánticamente.
(McLaughlin, 1993, p. 219)

En general, dice el autor a continuación, cuando R no es una relación asimétrica,


ocurre que hay una gran cantidad de pares de capacidades cognitivas de la forma aRb y bRa.
Además, agrega, un poseedor de la capacidad de pensar aRb podría poseer también la
capacidad de pensar bRa, en todos esos casos.

Lo que explica, según McLaughlin, las relaciones entre los pares de capacidades
recién enumeradas es que están intrínsecamente relacionadas, lo que significa que están
conectadas por sus bases constitutivas (McLaughlin, 1993, p. 220). El autor dice que las bases
constitutivas de los miembros de los pares de capacidades que acabamos de enumerar
involucran:

a) Los mismos conceptos (por ejemplo, los conceptos PERRO, GATO y PERSEGUIR)

b) Una capacidad para emplear conjuntamente los conceptos de manera apropiada para
tener estados intencionales con los contenidos en cuestión (por ejemplo, el contenido
de que el perro está persiguiendo al gato y el contenido de que el gato está
persiguiendo al perro), y

c) Una capacidad para tener un estado intencional en el modo intencional en cuestión


(por ejemplo, el creer que). (McLaughlin, 1993, p. 222)
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De esta manera, según los clasicistas, dos capacidades están sistemáticamente


relacionadas si y sólo si tienen bases constitutivas tales que un poseedor de una capacidad
podría poseer la otra. Así, las capacidades relacionadas de la forma (i) y (ii) están
relacionadas sistemáticamente (McLaughlin, 1993, p. 220). En síntesis, el autor está
definiendo “sistematicidad” como la relación entre capacidades cognitivas que cumplen con
(i) y (ii), y esa relación es la que permite a un poseedor de una capacidad poder poseer la
otra. Una teoría cognitiva adecuada, entonces, deberá dar cuenta de la sistematicidad en este
sentido.

Ahora bien, en 1 – 4 tenemos capacidades que no son lingüísticas, y son las


capacidades que le interesan a Aizawa. En particular, éste se concentrará en el par 3, la
capacidad de ver un estímulo como una figura A sobre una figura B y como la figura B sobre
la A. Como un caso donde hay sistematicidad, siguiendo el modelo de McLaughlin que
acabamos de presentar, acudirá a la compleción amodal.

La compleción amodal es un fenómeno visual en el cual un objeto parcialmente


ocluido, ya sea por otro objeto o por sí mismo, es completado por la percepción,
permitiéndonos percibirlo como lo percibiríamos si estuviera completo. Por ejemplo, cuando
vemos un perro detrás de una vaya, parte de su cuerpo estará ocluido en parte por las barras
de metal o las tablas, y sin embargo somos capaces de percibir al perro como si viéramos su
cuerpo no segmentado. Según Aizawa, este fenómeno puede ser descrito como un tipo de
sistematicidad y sería explicado de mejor manera por la arquitectura clásica. El caso
particular que muestra es el de una compleción bastante simple, un cuadrado negro sobre un
círculo gris, más todas las otras combinaciones de colores, formas y superposiciones:
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Estas son las cuatro combinaciones posibles:

Así, según Aizawa, tenemos sistematicidad en el sentido en que McLaughlin la


describe (Aizawa, 2014, p. 80). Por ejemplo, la capacidad de ver un cuadrado gris ocluyendo
un círculo negro se relaciona sistemáticamente con la capacidad de ver un círculo gris
ocluyendo un cuadrado negro en tanto están semánticamente relacionadas en un solo modo
intencional (se cumplen (ii) y (i), respectivamente). A su vez, se cumplen a), b) y c), que
conforman la base constitutiva de las capacidades.

Ahora bien, el objetivo de Aizawa, como dijimos al comienzo de la sección, es


defender tres afirmaciones. Ya ha mostrado un caso donde aparentemente hay sistematicidad,
un caso que resulta ser un fenómeno bastante recurrente en nuestra vida diaria, por lo que, de
estar en lo correcto, Aizawa estaría presentando un argumento a favor de la sistematicidad
de la percepción. Con esto está también defendiendo la tesis de Fodor, Pylyshyn y
McLaughlin, la de que la cognición es sistemática en general. Por lo tanto, sólo le resta
explicitar la idea de “mejor explicación” que estaría implícita en esos autores.

Para conseguir dicho objetivo, compara la explicación clasicista y una no clásica, la


atomista representacional, para dar cuenta de la sistematicidad en su ejemplo. Como él mismo
lo afirma, su objetivo es básicamente dejar claro lo que se supone que sea una mejor
explicación (Aizawa, 2014, p. 81). Según Aizawa, la explicación clasicista sería la siguiente:
cuando se percibe una instancia de compleción amodal de este tipo, el sistema visual realiza
una partición de la imagen en dos objetos, formando una representación de cada uno; luego,
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combina esas representaciones con una tercera, la de la relación de oclusión; finalmente, la


representación mental total corresponde a la fórmula sintáctica OBJETO1 OCLUYE
OBJETO2. De esta forma, la compleción amodal es sistemática porque existe una gramática
para la representación mental que permite la formación de una colección de representaciones
mentales tal que se incluyen las cuatro combinaciones posibles que contemplamos en el
ejemplo (Aizawa, 2014, p. 81).

Por otro lado, la explicación del atomismo representacional, si bien también involucra
representaciones, éstas no se dan en función de una sintaxis y semántica combinatorias. En
su lugar, cada una de las cuatro representaciones del ejemplo es atómica. Aizawa lo grafica
así: cuando el sistema visual percibe el caso de compleción amodal del ejemplo, forma las
siguientes imágenes mentales: ♠, ♯, ◙ y ☼, donde cada uno representa una combinación
diferente. Con esta comparación, Aizawa pretende mostrar que tenemos dos distintas
explicaciones del mismo fenómeno, pero que es mejor la clásica. Dicho de otra manera, no
está diciendo que el atomismo representacional no dé una explicación, sino que la del
clasicismo es mejor. Según el autor, es una situación análoga a la disputa entre clasicismo y
conexionismo.

Los argumentos de Aizawa para defender este punto son textos de Fodor y
McLaughlin, nuevamente, en los que se afirma que una explicación adecuada de la
sistematicidad es aquella que la implica necesariamente dadas ciertas suposiciones (Aizawa,
2014, p. 82-83). En pocas palabras, la idea puede resumirse en que, si bien no se puede negar
que el conexionismo pueda dar cuenta de la sistematicidad, es una arquitectura en principio
neutral respecto a si las capacidades cognitivas se relacionan sistemáticamente, pues sus
explicaciones involucran la inclusión de hipótesis ad-hoc.2

Hasta aquí la exposición de la postura de Aizawa. A continuación presentaremos la


postura de G-T-L respecto a este tema, y centrándonos principalmente en el contraejemplo
que proponen para el caso de compleción amodal que ofrece Aizawa.

2
Por cuestiones de espacio, este tema no será desarrollado, además es suficiente con lo que se ha dicho hasta
aquí, puesto que ya se cumplió el objetivo de presentar la posición de Aizawa respecto a la sistematicidad de la
percepción. El argumento completo puede encontrarse en (Aizawa, 2014, p. 82-88).
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III. La posición de Gomila, Travieso y Lobo: la respuesta a Aizawa y la nueva


definición de sistematicidad

La postura de estos autores es crítica no sólo en relación a Aizawa, sino también


respecto al clasicismo en general. Nuevamente, podemos resumir la posición en algunas tesis
–sin olvidar que nos estamos refiriendo sólo a aquellas opiniones relativas al tema en
cuestión–:

 La sistematicidad depende de estructuras sintácticas (para usar su expresión,


es lenguaje-dependiente), por lo que no se puede decir bajo ningún respecto
que la percepción es sistemática (pues no es un procesos lingüístico).
 El caso de la compleción amodal presentado por Aizawa no es suficiente para
hablar de sistematicidad en la visión porque (i) requiere de cierta información
específica contexto-dependiente, por un lado, y (ii) de haber sistematicidad,
sería sólo a nivel conceptual o proposicional, pero el fenómeno mismo de la
compleción amodal no sería sistemático.

Los autores comienzan destacando que la sistematicidad es más bien una propiedad
intrínsecamente dependiente del lenguaje, en lugar de presentarse en la cognición en general,
pues de hecho los típicos ejemplos están siempre ligados a la sintaxis [syntax-bound]; pero
cuando examinamos el comportamiento no-verbal, no encontramos la sistematicidad
requerida (Gomila et al., 2014, p. 371). Por otro lado, se destaca también la forma en la que
los clasicistas pasan de la sistematicidad del lenguaje a la del pensamiento en general, en
particular a la de la percepción: parten del paralelo estructural entre lenguaje y pensamiento
para, por medio de una inferencia de la mejor explicación, postular que las propiedades del
lenguaje estarían también en la cognición, entendida como el procesamiento del lenguaje, la
toma de decisiones y la percepción; luego, es claro que para considerar a la percepción como
sistemática se requiere mostrar que las capacidades perceptuales vienen en grupo, es decir,
si tener una capacidad implica tener otras (Gomila et al., 2014, p. 372). Como vemos, se trata
de una caracterización muy acorde a lo que proponía McLaughlin, según la sección anterior.
Siguiendo este esquema, primero presentaremos su posición respecto a dicho autor, para
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luego exponer su contraejemplo concreto en respuesta a Aizawa, a partir del cual extraeremos
las conclusiones correspondientes.

En primer lugar, se critica la concepción de “sistematicidad” que está en juego, a


saber, la de McLaughlin, tal como fue presentada en la sección anterior. Para atribuir
sistematicidad a la percepción, dicen G-T-L, se requiere de un tipo de explicación que dé
cuenta de que las habilidades en cuestión están sistemáticamente relacionadas basada en
principios, no ad-hoc (Gomila et al., 2014, p. 375). Aquí se está atacando directamente la
noción de sistematicidad que tienen en mente McLaughlin y, por lo tanto, Aizawa. Para
ilustrar el punto, ponen el caso de dos capacidades, aparentemente distintas, y que podrían
relacionarse sistemáticamente: la capacidad de usar un lápiz rojo y la capacidad de usar un
lápiz azul. Así, poder usar uno implicaría poder usar el otro, si aceptamos la definición de
McLaughlin. Pero resulta que lo natural no es diferenciar ambas habilidades, sino
considerarlas como la misma habilidad instanciada en dos casos distintos. Según los autores,
esto es lo que sucedía en los pares de capacidades 1-4. Por tanto, tenemos la primera falla en
la teoría de McLaughlin y Aizawa, tal como lo afirman G-T-L: la identificación de
dependencias sistemáticas no garantiza que se capturen capacidades perceptuales diferentes
y conectadas intrínsecamente (Gomila et al., 2014, p. 376), en cambio, se estaría
presuponiendo erróneamente que se trata de habilidades distintas para poder relacionarlas,
cuando en la realidad se trata de la misma habilidad, pero instanciada en dos casos distintos.
De esta manera, no estamos frente a un explanandum genuino, pues para hablar de
sistematicidad, en estos términos, se requiere del reconocimiento de capacidades distintas,
pero resulta que se trata de la misma capacidad en cada par.

Por otro lado, G-T-L proponen la lectura que consideran correcta al respecto: el verbo
“ver”, en el par 3 de la enumeración de McLaughlin, tiene un aspecto transparente y uno
opaco; en su versión transparente, el sujeto obtiene información visual de la escena, sin
contenido; en su versión opaca, el sujeto reconoce contenido en la escena. De esta forma, el
par de capacidades en realidad es una sola capacidad, pero con dos versiones o momentos.
Si hay sistematicidad, dicen los autores, entonces es sistematicidad en el contexto opaco, es
decir, dependiente de los conceptos del sujeto. En otras palabras, si McLaughlin tiene razón,
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entonces su argumento aplica para la sistematicidad de la cognición, no de la percepción


(Gomila et al., 2014, p. 376-377).

Aizawa, por su parte, presenta el caso de la compleción amodal, siguiendo el mismo


esquema de McLaughlin. Como acabamos de ver, tenemos el primer problema para Aizawa,
a saber, el de que su noción de sistematicidad no parece estar bien fundada, pues se define en
función de una distinción entre capacidades que no es tal. Sin embargo, aún puede rescatarse
de su ejemplo que exista sistematicidad a nivel conceptual, pero eso sólo refuerza la idea de
G-T-L de que la sistematicidad es dependiente de la sintaxis, inherentemente. Por lo tanto, el
caso presentado por Aizawa no sería suficiente para atribuir sistematicidad a la visión.

Todavía falta ver el contraejemplo de G-T-L, no sólo porque es el principal argumento


en esta discusión, sino además porque les permitirá presentar otra explicación de la
compleción amodal, en contra, también, de la noción de “mejor explicación” defendida por
los clasicistas, y en particular por Aizawa. El caso es el siguiente:

En este ejemplo, no es verdad que tener la capacidad de ver un corazón negro


ocluyendo un cuadrado gris está sistemáticamente relacionada con la capacidad de ver un
cuadrado gris ocluyendo un corazón negro, por ejemplo. Este error en la versión de la
compleción amodal de Aizawa es una consecuencia de su versión de la sistematicidad, pues
al distinguir entre dos capacidades, y dándose que comparten la misma base constitutiva (los
mismos conceptos y las capacidades de emplearlos de manera apropiada en virtud de los
estados intencionales requeridos y de tener el mismo estado intencional en el mismo modo
intencional), debería haber sistematicidad a nivel perceptual. Pero este es un caso donde no
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la hay a ese nivel, por lo tanto, es claro que tanto la noción de sistematicidad como la
explicación de la compleción amodal están erradas. Esto último porque, con este
contraejemplo, se muestra que la compleción amodal no trabaja del modo en que Aizawa lo
describía (Gomila et al., 2014, p. 379).

G-T-L, en cambio, proponen una nueva noción de sistematicidad, que es la que ya


vimos, y una nueva explicación de la compleción amodal, que será explicada ahora. En sus
palabras: el proceso de compleción amodal depende de la posibilidad de establecer un borde
que delimite un objeto, ya sea para completar un objeto ocluido por sí mismo u ocluido por
otro objeto, en cuyo caso el sistema visual interpola el borde de tal manera que se cierre el
contorno del objeto ocluido y lo haga perceptible (Gomila et al., 2014, p. 379). Ahora
podemos explicar tanto el caso de Aizawa como el de los corazones, pues esta explicación,
propia de la psicología gestáltica, da cuenta de los casos donde sí hay compleción amodal y
de los casos donde no la hay. Esto porque el fenómeno es definido ya no como un proceso
sistemático, sino como el resultado emergente de la interacción y dependencia del contexto
de las formas, curvaturas, puntos de vista e información dinámica (Gomila et al., 2014, p.
379).

Para enfatizar más este último punto, los autores presentan un ejemplo que muestra
lo penetrante que llega a ser la información dinámica y contextual involucrada en el
fenómeno de la compleción amodal. El ejemplo intenta ilustrar que el contraste de colores
entre los objetos y el fondo influye en nuestra capacidad para completar los objetos ocluidos.
Más precisamente, lo que mostrará será que el fenómeno de la interpolación de los bordes
depende de la intensidad del contraste. El ejemplo es el siguiente:
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Claramente, la compleción de los bordes, es decir, su interpolación, está influida por


el contraste entre el fondo y los objetos. Este factor no está incluido en la explicación
clasicista, por lo tanto, aun cuando pueda seguir defendiéndose, no puede ser considerada la
mejor explicación, al menos no desde la perspectiva de Aizawa y los argumentos presentados
en su artículo.

Este y otro ejemplos brindados por los autores3 pretenden reforzar la idea de la
compleción amodal como un proceso dinámico y contexto-dependiente. Específicamente, lo
que se busca es argumentar en contra de que, en general, si uno es capaz de ver a X ocluyendo
Y, entonces uno debería ser capaz de ver a Y ocluyendo a X, para todo X e Y, tal como lo
requiere la sistematicidad definida al estilo de McLaughlin (Gomila et al., 2014, p. 379). Más
allá de esa formulación, lo que se busca es cuestionar la suposición de que ver una cierta
relación entre A y B implica que A y B estén en una cierta relación algebraica, para cualquier
A y B, y que ver tal relación garantiza además que dicha relación se dé también a la inversa
(Gomila et al., 2014, p. 382). Hasta aquí la presentación de la postura de G-T-L.

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No es necesario mostrar los ejemplos aquí, puesto que es suficiente con lo que se ha dicho hasta ahora, sin
embargo, pueden consultarse en (Gomila et al., 2014, p. 381).
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IV. Conclusión

Con lo que hemos visto, podemos decir que el contraejemplo propuesto por G-T-L
debilita notablemente las nociones de compleción amodal y de sistematicidad defendidas por
Aizawa. Por otro lado, G-T-L proponen una nueva forma de entender la sistematicidad, más
coherente con lo que usualmente se entiende por dicha propiedad, y con ella una nueva y
mejor explicación de la compleción amodal.

El hecho de que se entienda la sistematicidad como una propiedad intrínsecamente


dependiente de estructuras sintácticas implica una restricción de su alcance como explanans
de fenómenos que son esencialmente contexto-dependientes, es decir, se evitan los problemas
en los que cae Aizawa con su ejemplo. Por otro lado, permite cuestionar el estatus de mejor
explicación que se otorga al clasicismo, junto con cuestionar el concepto mismo de mejor
explicación, dando paso a explicaciones más prometedoras. Por supuesto, eso no significa
que haya que descartar completamente el clasicismo o que las nuevas explicaciones sean
automáticamente mejores. Más bien, se está diciendo que gracias al análisis más cuidadoso
de los conceptos en juego, conceptos cruciales en la discusión, se abre la posibilidad de
explorar nuevas vías explicativas y promover el avance de la investigación en general.
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Bibliografía

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(Eds.), The architecture of cognition. Rethinking Fodor and Pylyshyn’s Systematicity
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 McLaughlin, B. (1993). Systematicity, Conceptual Truth, and Evolution. Royal


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