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GAUDIUM ET SPES
CONSTITUCION PASTORAL
SOBRE LA IGLESIA EN EL MUNDO ACTUAL
Nos hallamos en una época de cambios profundos y acelerados, estos son provocados por el
hombre y luego recaen sobre el mismo. Esto trae aparejadas no leves dificultades. Mientras el
hombre amplía su poder no logra someterlo a su servicio. Quiere conocer a fondo su intimidad
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espiritual y se siente más incierto que nunca de sí mismo. Por otro lado, muchos se alejan de la
religión como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. También va
descubriendo las leyes de la vida social y duda sobre la orientación que debe darle. Entretanto,
crece la convicción que el hombre puede y debe perfeccionar las cosas creadas, además de
establecer un orden político, económico y social a su servicio, que le permita a cada uno afirmar y
cultivar su dignidad.
El mundo moderno poderoso y débil, capaz de lo mejor y lo peor, debe optar por ser libre o
esclavo, por el progreso o el retroceso, por la fraternidad o el odio. El hombre sabe que tiene en
sus manos el dirigir lo que él provocó, y que esto puede aplastarle o servirle. Por ello se interroga
y le genera desolación.
La iglesia cree que Cristo le da al hombre su fuerza y la luz del Espíritu Santo para que pueda
alcanzar su máxima vocación. Afirma además que bajo la superficie de lo cambiante hay muchas
cosas permanentes, que tienen su fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y siempre, y es
Él la clave para descubrir el centro y fin de toda la historia.
¿Qué es el hombre?
La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado “a imagen de Dios” con capacidad para
conocer y amar a su creador, y ha sido constituido señor de la creación para gobernarla y usarla
glorificando a Dios. Dios no crea al hombre solo, este es en efecto un ser social, y no puede vivir
sin relacionarse con los demás. El hombre es una unidad de cuerpo y alma, por tanto no debe
despreciar su cuerpo, sino lo debe honrar y tener por bueno; aunque herido por el pecado
experimente la rebelión del cuerpo. La dignidad humana pide que glorifique a Dios en su cuerpo y
no permite que sea esclavizado por las inclinaciones depravadas de su corazón. Por su
interioridad e inteligencia es superior al universo entero.
Al afirmar la espiritualidad e inmortalidad del alma, no debe el hombre estar sujeto a las
condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad mas profunda
de la realidad.
Creado por Dios en la justicia, el hombre instigado por el demonio, abusa de su libertad
levantándose contra Dios, prefiriendo servir a la criatura y no al creador. El pecado rebaja al
hombre impidiendo lograr su plenitud.
La naturaleza intelectual se perfecciona con la sabiduría, que atrae su mente a la búsqueda y el
amor a la verdad y el bien. Con el don del Espíritu Santo, llega a contemplar por la fe el misterio
del plan divino
En su conciencia descubre una ley que él no se dicta a sí mismo, pero que debe obedecer y
resuena cuando es necesario advirtiéndole que ame, haga el bien y evite el mal, esta ley es
escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana. La conciencia se
entenebrece progresivamente por el hábito del pecado.
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El máximo enigma de la vida humana es la muerte. Mientras la imaginación fracasa ante esta, la
Iglesia, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz mas allá de la frontera
de la miseria terrestre y al mismo tiempo ofrece una comunión con nuestros hermanos
arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que poseen ya la Vida Verdadera.
Dios deja en manos del hombre la decisión de buscar adherirse a su Creador y así llegar a su
plena y bienaventurada perfección, cumpliendo así su vocación: la unión con Dios.
Muchos son los que hoy niegan la existencia de Dios, esta vital e íntima unión o se desentienden
de esta. Es el ateísmo uno de los más graves problemas de nuestro tiempo. El remedio para éste
hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de la vida de la
Iglesia y sus miembros.
El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, pues todas las
verdades expuestas hasta aquí encuentran en Cristo su fuente y corona.
“La Iglesia es Santa, pues Cristo amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a Sí mismo por
ella para santificarla. Por ello, todos los apacentados por ella están llamados a la santidad”.
(Lumen Gentium 39)
La comunidad humana
Dios ha querido que los hombres constituyan una gran familia y se traten como hermanos. Todos
han sido creados a imagen y semejanza de Dios y todos son llamados a un único e idéntico fin,
Dios mismo. Esta semejanza demuestra que el hombre, único ser al que Dios ha amado por sí
mismo, no puede encontrar su plenitud sino es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.
Por esto el amor a Dios y al prójimo es el mayor y primer mandamiento. Esta doctrina posee hoy
en día gran importancia por dos razones, la interdependencia mutua de los hombres y la
unificación creciente del mundo.
El desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad están mutuamente
condicionados. A través del trato con los demás, la reciprocidad de servicios, y él diálogo con los
hermanos, la vida social engrandece al hombre y lo capacita para responder a su vocación. A
pesar de esto, no se puede negar que las circunstancias sociales en que vive desde su infancia,
con frecuencia le apartan del bien y le inducen al mal.
Cuando la realidad social se ve viciada, por las consecuencias del pecado, el hombre inclinado
hacia el mal desde su nacimiento, encuentra estímulos para el pecado, lo cual solo puede vencer
con su propio esfuerzo ayudado por la gracia de Dios.
El orden social debe subordinarse en todo momento a la persona humana y tender al bien de
todos. La interdependencia del hombre y su universalización hace que el bien común se
universalice.
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Todo grupo social debe tener en cuenta las necesidades de los demás grupos; más aún deben
tener presente el bien común de toda la familia humana. Es necesario que se le proporcione al
hombre todo lo necesario para una vida verdaderamente humana, como ser el alimento, vestido,
vivienda, derecho a la libre elección de estado y a fundar una familia, a la educación, al trabajo, al
respeto, etc. Para cumplir todos estos objetivos es necesario una renovación de los espíritus y
una profunda reforma de la sociedad.
Cada uno sin excepción debe considerar al prójimo como otro yo, cuidando en primer lugar de su
vida y de los medios para vivirla dignamente; incluso quienes sienten u obran de manera distinta
en el orden social, político o religioso, deben ser también objetos de nuestro amor y respeto. Esta
caridad no debe convertirse en indiferencia ante la verdad y el bien. Pero es necesario distinguir
entre el error y el hombre que yerra, el cual conserva su dignidad de persona. Dios es el único
juez y escrutador de corazones. Por ello, nos prohíbe juzgar la culpabilidad interna de los demás.
La doctrina de Cristo nos pide además que perdonemos las injurias recibidas.
La vida y sus cambios profundos y rápidos, exige que no haya nadie que permanezca indiferente
frente a la realidad, siguiendo una ética individualista, incluso, aquellos que profesan amplias y
generosas opiniones sobre temas sociales y viven sin tener cuidado alguno de las necesidades
sociales.
Es necesario, por lo tanto, estimular en todos la voluntad de participar en los esfuerzos comunes y
la toma de conciencia de sus responsabilidades.
La comunidad se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo, el Verbo encarnado que
quiso participar de la vida social humana.
La actividad humana individual y colectiva o el conjunto de los esfuerzos para mejorar la condición
de vida a través del tiempo responde a la voluntad de Dios.
Los cristianos lejos de pensar que las conquistas realizadas por el hombre se oponen al poder de
Dios, por el contrario creen que las victorias del hombre son signo de la grandeza de su Creador y
consecuencia de su inefable designio. Por tanto, la norma de la actividad humana es que de
acuerdo con los designios y voluntad divinos, sea conforme al auténtico bien del género humano y
permita al hombre cultivar y realizar íntegramente su plena vocación.
Muchos temen que por una excesiva vinculación entre la actividad humana y la religión sufra
trabas la autonomía del hombre, la sociedad o la ciencia. Si por autonomía de la realidad terrena
se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad gozan de propias leyes y valores, que el
hombre debe descubrir, emplear y ordenar, es legítima la exigencia de autonomía. Pero si
autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los
hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente a quien se le escape la
falsedad en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece.
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A través de toda la historia existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas. Por ello la
Iglesia a la vez que reconoce que el progreso puede servir a la verdadera felicidad humana, no
puede dejar de oír la voz del apóstol que dice: ” No queráis vivir conforme a este mundo (Rm12,
2.)
A la hora de saber cómo es posible superar tantas miserias, la norma cristiana es que hay que
purificar por la cruz y la resurrección de Cristo todas las actividades humanas, las cuales a causa
de la soberbia y el egoísmo corren peligro a diario.
El Verbo de Dios entró como el hombre perfecto en la historia del mundo. El sufriendo la muerte
por todos nosotros nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz, que la carne y el mundo echan
sobre los hombres que buscan la justicia y la paz. El nos dejó como alimento para el camino el
sacramento de la fe donde los elementos de la naturaleza convertidos por el hombre (pan y vino)
se convierten en el cuerpo y sangre del Señor, cena que nos anticipa el banquete celestial.
Se nos advierte que de nada la sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. Sin
embargo la espera de una tierra nueva no debe amortiguar la preocupación de perfeccionar esta
tierra, donde crece la familia humana.
Ayuda que la Iglesia presta a través de sus hijos al dinamismo humano: Exhorta a sus fieles a
cumplir con fidelidad sus deberes temporales. El cristiano que falta a sus obligaciones, falta a sus
deberes con el prójimo, falta sobre todo con Dios y pone en peligro su salvación.
Los laicos están obligados a cristianizar el mundo y ser testigos de Cristo en todo momento;
cumplan su función a la luz de la sabiduría cristiana y el magisterio de la Iglesia.
Los obispos y sacerdotes deben predicar el mensaje de Cristo, de tal manera que toda actividad
temporal de los fieles quede inundada por la luz del Evangelio.
Ayuda que la Iglesia recibe del mundo moderno: la experiencia del pasado, el progreso, los
tesoros escondidos de las diversas culturas, permiten conocer más a fondo la naturaleza humana,
abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia.
La Iglesia por disponer de una estructura social visible, señal de su unidad en Cristo, se enriquece
con la evolución de la vida social, no porque le falte en la constitución que Cristo le dio elemento
alguno, sino para conocerla con mayor profundidad, y expresarla de forma más perfecta y
adaptarla con mayor acierto a nuestros tiempos.
La Iglesia, al prestar ayuda al mundo y recibirla del mundo, sólo pretende una cosa:
El amor conyugal: este amor es eminentemente humano, por eso el Señor se ha dignado sanarlo,
perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad.
Este amor se expresa y perfecciona con los actos propios del matrimonio. Por ello, los actos de
los esposos en que se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos y, ejecutados de
manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se
enriquecen mutuamente. Este amor es ratificado por la fidelidad y sobre todo por el sacramento
de Cristo, es indisolublemente fiel en cuerpo y mente, en la prosperidad y en la adversidad, por lo
tanto queda excluida cualquier forma de divorcio y adulterio.
Se debe formar a los jóvenes sobre la dignidad, función y ejercicio del amor conyugal. Así
educados en el don de la castidad, podrán pasar de un honesto noviazgo al matrimonio.
El respeto a la vida humana: la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con máximo
cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes abominables.
Cuando se trata de conjugar el amor conyugal con la transmisión de la vida, la índole moral no
depende de la sincera intención y apreciación de los motivos solamente. No es lícito a los hijos de
la Iglesia ir por caminos que el magisterio de la iglesia reprueba sobre la regulación de la
natalidad.
Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina y
desarrolla sus cualidades espirituales y culturales.
El hombre es el promotor y el autor de la cultura de su comunidad y es cada día mayor el número
de personas que toman conciencia de esto.
Esto se ve más claro si nos fijamos en la unificación del mundo y en la tarea que se nos impone
de edificar un mundo mejor en la verdad y en la justicia. Somos testigos del nacimiento de un
nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido por la responsabilidad hacia sus hermanos
y ante la historia.
La fe y la cultura: los cristianos deben gustar y buscar las cosas de arriba; lo cual en nada
disminuye, por el contrario, aumenta, la importancia de la misión de trabajar con todos los
hombres en la edificación de un mundo más humano. El misterio de la fe ofrece a los cristianos
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valiosos estímulos y ayudas para cumplir su misión y descubrir el sentido pleno de esa actividad
que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre.
Es cierto que el progreso actual de las ciencias y la técnica, las cuales debido a su método no
pueden penetrar hasta las íntimas esencias de las cosas, puede favorecer cierto fenomenismo y
agnosticismo, cuando el método se considera como la regla suprema para hallar toda la verdad.
Además se puede caer en la tentación de que, al estar demasiado confiado en sus inventos, el
hombre crea que se basta a sí mismo y deje de buscar cosas más altas.
Sin embargo estas consecuencias no son efectos necesarios de la cultura contemporánea y no
nos deben hacer creer que no posee valores positivos. Entre tales se encuentran:
Todos estos valores positivos pueden aportar alguna preparación para recibir el mensaje del
Evangelio.
Múltiples son los vínculos que existen entre el mensaje de la salvación y la cultura humana. Dios,
al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí mismo en su Hijo encarnado, hablo
según los tipos de cultura de cada época.
Pero al mismo tiempo la Iglesia enviada a todos los pueblos sin distinción, no esta ligada a
ninguna raza o nación. Fiel y consciente de su universalidad entra en comunión con las diversas
formas de cultura.
La Iglesia recuerda que la cultura debe estar subordinada a la perfección integral de la persona
humana, al bien de la comunidad y la sociedad entera humana.
El sagrado Sínodo, recordando lo que enseño el Concilio Vaticano I declara que “existen dos
órdenes de conocimiento distintos, el de la fe y el de la razón; y que la Iglesia no prohíbe que las
artes y disciplinas humanas gocen de sus propios principios y de su propio método..., cada una en
su propio campo; por lo cual, reconociendo esta justa libertad...”, la Iglesia afirma la autonomía
legítima de la cultura humana, y especialmente la de las ciencias.
Todo esto pide también que el hombre, salvado el orden moral y la común utilidad, pueda
investigar libremente la verdad y manifestar y propagar su opinión, lo mismo que practicar
cualquier ocupación, y, por último, que se le informe verazmente acerca de los sucesos públicos.
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Es preciso por lo mismo procurar a todos una cantidad de bienes culturales de los que
constituyen la cultura “básica” a fin de evitar que un gran número de hombres se vea
impedido por su ignorancia al bien común. Además se debe hacer todo lo posible para que
cada uno tome conciencia del derecho que tiene a la cultura y del deber de cultivarse y
ayudar a los demás.
Vivan los fieles en muy estrecha unión con los demás hombres de su tiempo y esfuércense por
comprender su manera de pensar y sentir, cuya expresión es la cultura. Compaginen los
conocimientos de las nuevas ciencias y doctrinas y de los más recientes descubrimientos con la
moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y la
rectitud de espíritu vayan en ellos al mismo paso que el conocimiento de las ciencias y de los
diarios progresos de la técnica; así se capacitarán para examinar e interpretar todas las cosas con
íntegro sentido cristiano.
La justicia y la equidad exigen también que la movilidad, la cual es necesaria en una economía
progresiva, se ordene de manera que se eviten la inseguridad y la estrechez de la vida del
individuo y su familia.
La actividad económica es el fruto del trabajo asociado de los hombres; por ello es injusto
regularlo y organizarlo con daño de algunos trabajadores.
El conjunto de la producción se debe ajustar a las necesidades de la persona. Además le debe
permitir al hombre el desarrollo de sus cualidades y personalidad. Como el hombre dedica al
trabajo responsablemente su tiempo y fuerza, debe disfrutar de un merecido descanso y reposo
que le permita cultivar la vida familiar, social y religiosa.
Los bienes de la tierra están destinados a todos los hombres: Dios ha destinado la tierra y cuanto
contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia éstos deben llegar a todos
en forma equitativa bajo la égida de la justicia y la caridad.
Por lo demás, el derecho de poseer una parte de bienes suficientes para sí mismos y sus familias
es un derecho de todos. Es además el sentir de la Iglesia el que todos los hombres deben ayudar
a los pobres y no con los bienes superfluos, por esto urge a todos recordar la frase de los santos
Padres: “Alimenta al que muere de hambre, porque, si no lo alimentas lo matas”.
Los cristianos que toman parte activa en el movimiento económico – social de nuestro tiempo y
luchan por la justicia y la caridad, convénzanse de que pueden contribuir mucho al bienestar de la
humanidad y a la paz del mundo. Quien con obediencia a Cristo busca ante todo el reino de Dios,
encuentra en éste un amor más fuerte y más puro para ayudar a los demás y realizar la obra de la
justicia bajo la inspiración de la caridad.
La paz no es la mera ausencia de la guerra, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra
de justicia (Is. 32,7).
Es el fruto del orden plantado en la sociedad humana por su divino Fundador y que los hombres
deben llevar a cabo.
La guerra a diario en algunas zonas del mundo continuó sus devastaciones, y en muchos casos
se admite como guerra a los métodos del terrorismo.
Existen sobre la guerra y sus problemas varios tratados internacionales para que sus
consecuencias sean menos inhumanas. Hay que cumplir estos tratados, para que así se consiga
mejor, y más eficazmente atenuar la crueldad de las guerras. También es razonable establecer
leyes que tengan en cuenta el caso de los que se niegan a tomar las armas por motivo de
conciencia y desean servir a la comunidad humana de otra forma.
Mientras exista el riesgo de una guerra y falte una autoridad internacional competente y provista
de medios eficaces, una vez agotados todos los medios diplomáticos, no se podrá negar el
derecho de defensa. Pero una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra
muy distinta querer someter a otras naciones.
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Queda bien claro que debemos procurar preparar una época en que, por acuerdo internacional,
pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere el establecimiento de una
autoridad universal reconocida por todos con poder eficaz para garantizar la seguridad,
cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Pero antes es necesario que las actuales
asociaciones se dediquen de lleno a estudiar los medios más aptos para la seguridad común.
La paz ha de nacer de la mutua confianza de los pueblos y no debe ser impuesta por el terror de
las armas; por ello, todos debemos trabajar para que la carrera de armamentos cese finalmente,
con autentica y eficaces garantías.
Es de suma urgencia proceder a una renovación en la educación de la mentalidad y a una nueva
orientación de la opinión publica. Pues los gobernantes dependen enormemente de las opiniones
y sentimientos de las multitudes.
Recordemos y propongamos, oportuna e inoportunamente el mensaje apostólico:
“Este es el tiempo aceptable para que cambien los corazones, éste es el día de la salvación” (Cf. 2
Co. 6,2).
Para edificar la paz se requiere ante todo que se desarraiguen las causas de discordia entre los
hombres, que son las que alimentan las guerras. Para lograr esto las instituciones de la
comunidad internacional deben, proveer a las diversas necesidades de los hombres tanto en el
campo de la vida social (alimentación, higiene, educación, trabajo), como en múltiples
circunstancias particulares que surgen acá y allá. En todos estos campos la Iglesia se goza del
espíritu de auténtica fraternidad que florece entre los cristianos y los no cristianos, y se esfuerza
para intensificar los intentos de prestar ayuda para suprimir ingentes calamidades.
La actual unión del género humano exige que se establezca una mayor cooperación en el campo
económico; para esto son oportunas las normas siguientes:
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- los pueblos en vía de desarrollo han de buscar como fin propio del progreso la plena
perfección humana del ciudadano y deben tener en cuenta que el progreso surge y se acrecienta
por medio de trabajo y la preparación del propio pueblo.
- los países desarrollados tienen la obligación de ayudar a los países en vía de desarrollo a
cumplir tales cometidos.
- la comunidad internacional debe regular y estimular el desarrollo de forma tal, que los
bienes a este fin destinados, sean invertidos con la mayor eficacia y equidad.
En lo tocante al crecimiento demográfico es sobremanera necesaria la cooperación internacional.
Dado que muchos afirman que el crecimiento de la población mundial debe frenarse por todos los
medios y con cualquier tipo de intervención de la autoridad pública, el Concilio exhorta a todos que
se prevenga frente a las soluciones propuestas, en público o en privado, y a veces impuestas, que
contradicen a la moral.
Es un derecho del hombre el matrimonio y la procreación, y la decisión del número de hijos
depende del recto juicio de los padres. Pero esto exige que se mejoren en todas partes las
condiciones pedagógicas y sociales y sobre todo se de una formación religiosa, o al menos, una
integra educación moral.
Se deben dar a conocer los avances científicos en el estudio de los métodos que ayuden en la
determinación del numero de hijos, métodos cuya seguridad haya sido bien comprobada y cuya
concordancia con el orden moral este demostrada.
Trabajamos lo aprendido.
Compara estos fragmentos extraídos de la encíclica Ecclesiam Suam (E.S), de Pablo VI sobre el
mandato de la iglesia en el mundo contemporáneo (6 de agosto de 1964), y la constitución
pastoral Gaudium et Spes.
“La Iglesia está inmersa en la humanidad, la humanidad cambia de modo de pensar, y entonces
se presenta un problema; la Iglesia está compuesta por hombres fuertemente influidos por el
mundo temporal y esto puede inducir a muchos a aceptar los más extraños pensamientos, como
si la Iglesia tuviera que renegar de sí misma y abrazar nuevas e impensadas formas de vida. Un
remedio bueno y eficaz es profundizar en la conciencia de la Iglesia, de lo que verdaderamente
es.” (Cf. E.S. 8)
”Si logramos despertar en nosotros y en los fieles este sentir de la Iglesia, nos hará lograr:
“La pedagogía cristiana debe recordar siempre al discípulo de hoy su privilegiada condición y éste
consiguiente deber de vivir en el mundo, pero no ser del mundo. Pero esta diferencia no es
separación... ...no es indiferencia, ni temor, ni desprecio... ...no se opone a la humanidad. Antes
bien se une a ella, como el médico que, conociendo las insidias de una pestilencia, procura
guardarse a sí y a los otros de ésta, pero al mismo tiempo se consagra a la curación de los que
han sido atacados....”(Cf. E.S. 25)
”La Iglesia debe ir hacia el dialogo con el mundo que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; se
hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio” (Cf. E.S. 27)
“Otro peligro es la opinión de muchos fieles que piensan que la reforma debe consistir
principalmente en la adaptación de sus sentimientos y de sus costumbres a las de los mundanos.
El que no está arraigado en la fe y en la práctica de la ley eclesiástica, fácilmente piensa que ha
llegado el momento de adaptarse a la condición profana de la vida. A veces guiados por la buena
intención de penetrar en la masa popular tratamos de confundirnos con ellos en vez de
distinguirnos, renunciando así a la eficacia de nuestro apostolado. De nuevo en esa realidad se
presenta el gran principio enunciado por Jesús
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De vivir en el mundo, pero no ser del mundo y dichosos nosotros si aquel que vive para interceder
por nosotros eleva todavía su tan alta y conveniente oración al Padre: no ruego que lo saques del
mundo, sino que los guardes del mal.” (Cf. E.S. 18)
Para reflexionar
“La dignidad del hombre verdaderamente libre exige que no se deje encerrar en los valores del
mundo particularmente en los bienes materiales, sino que, como ser espiritual, se libere de
cualquier esclavitud y vaya más allá, hacia el plano superior de las relaciones personales, en
donde se encuentra consigo mismo y con los demás. La dignidad de los hombres se realiza aquí
en el amor fraterno entendido con toda amplitud, que ha dado el Evangelio, y que incluye el
servicio mutuo, la aceptación y promoción práctica de los otros, especialmente de los más
necesitados.”(documento de Puebla 324).
“El vinculo sagrado del matrimonio no depende de la decisión humana. Pues el mismo Dios es su
autor, dotándolo con bienes y fines varios. Por su índole natural el matrimonio y el amor conyugal
están ordenados a la procreación y educación de la prole. Esta intima unión, como mutua entrega
de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exige plena fidelidad conyugal y urge su
indisoluble unidad.”
“La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específica de la comunión eclesial;
por eso... ...puede y debe decirse Iglesia domestica.”(Familiaris Consortio 21, exhortación
apostólica de S.S. Juan Pablo II) (Cf. Lumen Gentium 11)
“La familia es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y el Hijo en
el Espíritu Santo. La familia es la “célula original” de la vida social” (Catecismo de la Iglesia
Católica 2201ss).
“Es un derecho del hombre el matrimonio y la procreación, y la decisión del número de hijos
depende del recto juicio de los padres.”
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Enumerar los problemas que se presentan hoy en las familias, y en grupo, buscar posibles
soluciones a la luz del Evangelio y el Magisterio de la Iglesia.
Para analizar
Para debatir
Para meditar
En lo personal:
Dado que por la realidad que nos toca vivir, todo lo leído con respecto a la política nos puede
parecer utópico, antes de comenzar a criticar a los demás, miremos nuestro actuar como
ciudadanos...
En lo grupal
a) “Evangelización y política”
La fe cristiana no desvaloriza la actividad política, sino que la valoriza y la tiene en alta estima.
La Iglesia siente como su deber y derecho estar presente en este campo de la realidad, ya que el
cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana. Critica por esto a quienes
tienden a reducir el espacio de la fe a la vida profesional, económico, social y política, como si el
pecado, el amor, la oración y el perdón no tuviesen allí relevancia. (Cf. Documento de Puebla 514-
515)
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Es importante tener en cuenta, para la mejor comprensión de este capitulo, el marco histórico en
que se desarrolló el Sagrado Concilio, ya que este tuvo lugar luego de la segunda guerra mundial,
en un contexto en que las guerras aparentemente habían dado un respiro a la humanidad.
Leamos lo que nos dice
“...empleamos la pausa de que gozamos, concedida de lo Alto...”
Vemos sin embargo, que los problemas que se tratan siguen siendo tan actuales y vigentes.
Como por ejemplo: el terrorismo y las armas científicas.
Para analizar.
“Es de suma urgencia proceder a una renovación en la educación de la mentalidad y a una nueva
orientación de la opinión publica. Pues los gobernantes dependen enormemente de las opiniones
y sentimientos de las multitudes.”
A nosotros nos toca justamente esta tarea, la de educar, sanar y purificar nuestra conciencia en
Cristo para irradiar así a los demás el mensaje de paz
¿Cómo ejercemos esta responsabilidad?
“Queda bien claro que debemos procurar preparar una época en que, por acuerdo internacional,
pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere el establecimiento de una
autoridad universal reconocida por todos con poder eficaz para garantizar la seguridad,
cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos”