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El vino y la leche

Según el texto de Barthes, el vino es una bebida tótem. Siendo así, sabemos
entonces que el vino hace parte de un rito y por lo tanto de la ritualidad de un pueblo.
En este caso, como se menciona, el de Francia. Tiene entonces un diálogo con
varios líquidos. Por un lado, al ser ritual y mítico, se relaciona con la leche para otras
culturas, como la holandesa. Sin embargo, más interesante aún es que su
equivalente sea, por su color e intensidad, la sangre. Por esto, su bebida antónima
resulta ser el agua, puesto que el vino de por sí es una bebida seca.
Y esto se relaciona precisamente con su aspecto de divinidad, pues el vino es una
sustancia que hace parte del sol y de la tierra (por esto su estado base es lo seco y
no lo húmedo). Esta bebida al ser jugo de los dos elementos, juega un papel
importante siendo el puente entre el cielo y la tierra. Es, en términos griegos, deimos,
puesto que es el genio que comunica lo divino con lo humano.
Es entonces, un líquido divino, y por su relación con la sangre, un líquido vital; pero
es ante todo una bebida de conversión, de transmutación. El vino cambia los
estados, los altera, los contrapone. Hace a un débil fuerte, o hace hablar a un tímido,
demostrados ambos aspectos en varios mitos, como en el de Odiseo y Polifermo.
Tiene entonces el poder de transmutar, lo que quiere decir que es un líquido que
rompe con lo cotidiano y que sin embargo tiene una normatividad.
En ese sentido, hay que tener en cuenta entonces que el vino es también la causa
de un fetichismo, como lo menciona Barthes, en Francia. Según el autor, para los
franceses es importante tomar vino desde cualquier ámbito de la sociedad. Por un
lado, si es proletario, lo sustrae de la realidad y permite que tenga una extrapolación
demiúrgica. Por otro lado, para el intelectual tomar vino significa, paradójicamente,
deshacerse de los mitos, dejar el mundo de la intelectualidad e igualarse al
proletariado. Esto es, que en la sociedad francesa se bebe por placer, teniendo sus
modos de ser y de entenderse no como finalidad, sino como consecuencia. No se
bebe para embriagarse, no es ese el fin, se bebe por placer. El vino está en su
espacio natural.
Entran a jugar en este aspecto los símbolos del vino, que son muchos en realidad.
Uno de estos es la literatura, puesto que se tiene la visión de que todo literato es
amante al vino. Esto supone que quien no lo sea debe dar una explicación, pues
rompe con el principio de universalidad. Siendo de esta manera, el vino crea
dualidades en las que todo el posible, desde lo más sublime hasta lo más mundano.
Siendo de esta manera, cabe señalar que el verdadero antivino, más que el agua,
es la leche. Todas las características del vino se ven de manera contraria en la
leche. Así, cuando el vino transmuta, la leche une, repara. Es precisamente la
bebida de la pureza, de la inocencia. Tiene una fuerza igual al vino, pero una fuerza
blanca, de calma. El vino es la ambigüedad del ser, la leche es la pureza.

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