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REFLEXIÓN DE FIN DE AÑO

CELEBRACION DE LA PALABRA EN LA ERMITA SANTA CRUZ

Estamos viviendo las últimas horas de este año. ¡Cuántas cosas hemos vivido en estos 365 días! Por eso esta
noche viene a ser una ocasión maravillosa para darle gracias a Dios por todos los dones y gracias que nos ha
concedido. Cada uno de esos dones ha sido un regalo de su infinita bondad. Cada uno de esos dones nos ha
ayudado a ser mejores y a vivir de una manera mejor. No pensemos que aquellos momentos duros y difíciles
fueron para nosotros un fracaso. Al contrario, nos han ido templando y hemos aprendido mucho en medio de
las luchas y de las dificultades.
Hemos podido experimentar cómo Dios nunca nos ha abandonado. Su mano poderosa ha estado siempre con
nosotros, aunque nosotros no siempre la hayamos alcanzado a descubrir. Las gracias y dones de Dios han sido
siempre una oferta que el Señor nos ha hecho, pero nosotros no siempre la hemos sabido aceptar. Sólo Dios
sabe cuántas gracias dejamos pasar a lo largo de este año y no las supimos aprovechar.
Por eso hoy es también una buena ocasión para ver cuánto hemos avanzado en el camino del bien y de la virtud.
Es la ocasión de ver si este año hemos logrado ser mejores que los años anteriores. Si hemos vivido mejor
nuestra relación con Dios y con los hermanos.
Ciertamente no podemos quedarnos mirando hacia atrás. Porque la vida continúa y nosotros avanzamos con
ella. Por eso tenemos que mirar hacia delante con una actitud de optimismo y de esperanza.
El año que está para comenzar será lo que nosotros hagamos de él. Cada año es simplemente un conjunto de
oportunidades que se nos van a ir presentando. Y de nosotros dependerá el saber aprovecharlas.
Por eso es importante mantener en nuestra vida una actitud constante de amor a Dios. Lo que nos llevará a
recibir las cosas con amor, a vivirlas con amor y a hacerlo todo por amor a Dios.
Para poder mantener esta actitud amorosa hacia Dios, es necesario que tratemos de irlo conociendo cada vez
mejor. No podemos amar a quien no conocemos. Y al mismo tiempo, cuanto más y mejor conozcamos a Dios,
mayor será el amor hacia Él que se va a ir despertando en nuestro corazón.
Estamos celebrando la solemnidad de Santa María, la Madre de Dios. Es la fiesta de las fiestas de la Virgen. Es
la fiesta que celebra la gracia fundamental que Dios le concedió a la Santísima Virgen: la gracia de la maternidad
Divina.
María fue elegida desde el principio de los tiempos para ser la Madre del Hijo del Padre eterno, por eso Dios la
enriqueció con un sinnúmero de gracias especiales. La hizo inmaculada, la llenó de gracia y la llevó consigo en
cuerpo y alma a la gloria de los cielos.
María vivió en una constante apertura a Dios y a su Palabra. Supo descubrir a Dios en los diversos
acontecimientos de su vida. Precisamente el Evangelio de hoy nos dice que los Pastores, al ver al Niño Jesús
recostado en el Pesebre, contaban lo que el ángel les había dicho de este Niño. Y cuantos escuchaban lo que
decían los pastores se quedaban maravillados. Y agrega el Evangelio que María, por su parte, conservaba todos
estos recuerdos y los meditaba constantemente en su corazón.
La Iglesia quiere presentarnos la figura de la Santísima Virgen al comenzar un nuevo año porque quiere
ofrecérnosla como el modelo de lo que debe ser nuestra vida cristiana. Ella no solamente fue la primera discípula
de Cristo, sino que al mismo tiempo fue la discípula más aventajada.
María nos enseña a vivir nuestra vida con una apertura total a la voluntad de Dios. Aquellas palabras que
exclamó María en el momento de la Encarnación: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra»,
deberán ser para nosotros el programa de nuestra vida.
Nosotros muchas veces deseamos que Dios actúe en nuestra vida de acuerdo a nuestro plan. Y nos olvidamos
de que nosotros somos los que estamos en las manos de Dios y que, en nuestra vida, hemos de seguir el plan
que Él ha determinado para cada uno de nosotros. En este plan de Dios es donde nosotros podemos alcanzar la
plenitud de nuestro ser y la perfección de nuestra alegría. Cuando nosotros nos dejamos llevar por Dios no
tenemos nada que temer ni razón alguna para preocuparnos. Dios, como Padre nuestro que es, siempre busca
nuestro bien.
Nos dice hoy el Evangelio que «María, al oír lo que decían los pastores, guardaba todos estos acontecimientos
y los volvía a meditar en su interior». Esta es una actitud que nosotros deberíamos mantener a lo largo de este
año. Es muy importante reflexionar sobre la Palabra de Dios y sobre los acontecimientos de nuestra vida. Es la
mejor manera de ir descubriendo la inmensidad del amor que Dios nos tiene.
Cuando nosotros somos conscientes de todo lo que Dios ha hecho por nosotros, vamos a sentir la necesidad de
corresponderle con nuestra vida y con nuestras obras. Muchas veces nuestra vida cristiana no es lo que debería
ser porque no nos hemos dado cuenta de lo que en realidad significa Dios para nosotros.
María vivió en su vida las virtudes propias del cristiano. Vivió la fe poniéndose totalmente en las manos de Dios
y creyendo en su Palabra. Vivió la esperanza confiando en su amor y en su misericordia. Vivió la caridad amando
a Dios y a sus hermanos con todo el corazón.
Si nosotros queremos vivir este año a plenitud tratemos de imitar las virtudes de la Santísima Virgen. La Fe la
necesitamos constantemente, porque solamente a través de la fe es cómo podemos aceptar confiadamente su
voluntad. Nuestra Fe no deberá consistir solamente en aceptar lo que Dios nos dice, sino también en poner en
práctica su Palabra.
Es importante vivir la esperanza. Porque Dios ciertamente no nos abandona jamás. Somos nosotros los que
muchas veces le damos la espalda. Esperar en Dios significa estar seguros de que Él siempre nos dará su ayuda
aún en los momentos más difíciles que nos toque vivir. La esperanza es el secreto de la alegría y de la paz del
cristiano.
Necesitamos vivir con espíritu de caridad. El amor es el que va a transformar nuestro mundo. Y el amor no viene
de fuera, sino que brota de nuestros corazones. La fuente del amor la llevamos dentro de nosotros mismos. Dios
ha derramado su amor en nosotros con el Espíritu que nos ha dado.
Por eso debemos amar siempre a pesar de todo lo malo que nos pueda rodear. No es devolviendo mal por mal
como las cosas se van a arreglar. El amor es la única respuesta que debemos dar nosotros los cristianos, si
queremos vivir como verdaderos discípulos de Cristo. Este año se nos presenta como una maravillosa
oportunidad de construir un mundo nuevo. Movilicemos, pues, todas nuestras energías. Pongamos en juego lo
mejor de nosotros mismos. Hagamos que la vida merezca vivirse.
Propongámonos este año la tarea de vivir en serio nuestra vida cristiana y veremos que nuestra vida va a ser
distinta. No nos conformemos con cumplir con unas cuantas cosas. Vivamos en serio nuestro seguimiento de
Cristo.
Que la Santísima Virgen bendiga el año que vamos a comenzar. Que ella como buena Madre nos guíe y nos
sostenga. Que ella sea el modelo que nos vaya orientando para vivir cada vez mejor nuestra entrega a Cristo
nuestro Dios y Señor que ha nacido entre nosotros para que nosotros podamos alcanzar la vida eterna.

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