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SACERDOTES
Y LAICOS
EN LA IGLESIA
PRIMITIVA Y EN
LOS CULTOS
PAGANOS
SACERDOTES Y LAICOS EN LA IGLESIA
PRIMITIVA Y EN LOS CULTOS PAGANOS
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ISSN:
Depósito Legal: NA
Fotocomposición: PRETEXTO
Imprime:
Printed in Spain – Impreso en España
MANUEL GUERRA GÓMEZ
SACERDOTES Y LAICOS
EN LA IGLESIA PRIMITIVA
Y EN LOS CULTOS PAGANOS
ISBN: 84-313-2042-7
Depósito legal: NA 3.310-2002
Nihil Obstat: Ildefonso Adeva
Imprimatur: José Luis Zugasti, Vicario General
Pamplona, 7-VIII-2002
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lectual (Artículos 270 y ss. del Código Penal).
ÍNDICE
PRESENTACIÓN ................................................................................ 17
CAPÍTULO I
ALGUNAS OBSERVACIONES PREVIAS
I. LA CUESTIÓN DEL MÉTODO ...................................................... 21
1. La transposición del presente eclesial a las primeras comuni-
dades cristianas .................................................................. 21
2. El enfoque analítico-racional y, a veces, racionalista ........... 22
3. La conjunción de lo positivo de ambos métodos ................ 22
II. EL CARÁCTER OCASIONAL DE LOS ESCRITOS DE LOS PRIMEROS
SIGLOS CRISTIANOS Y EL ARGUMENTO «EX-SILENTIO» ................. 23
III. LA IMPORTANCIA DE LOS HECHOS PARA CONOCER LA DOCTRINA
CRISTIANA EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA .................... 23
IV. SIGLAS ..................................................................................... 24
1. Autores y documentos cristianos greco-latinos ................... 24
2. Autores no cristianos en griego y en latín ........................... 26
3. Colecciones patrísticas ....................................................... 29
CAPÍTULO II
LAS LAICAS Y LOS LAICOS
I. «LAICO/LAICA», UNAS PALABRAS, O SEA, UN SIGNO COMPUESTO DE
SIGNIFICANTE Y DE SIGNIFICADO .............................................. 31
1. El «nacimiento» de los términos «laica/laico» ..................... 31
2. La importancia del significante o la actualidad de la teoría
«cratílica» ........................................................................... 32
3. Pero, en las palabras, lo realmente importante es su significado 33
a) La polisemia y la sinonimia de las palabras ................... 33
b) El «significado» o los rasgos definitorios de los laicos ........ 34
8 MANUEL GUERRA GÓMEZ
CAPÍTULO III
EL LAICADO, EL CLERO Y SUS GRADOS
I. UNA COSA ES LA REALIDAD Y OTRA SUS DESIGNACIONES ............ 51
II. EL LAICADO Y EL CLERO ........................................................... 52
1. Su origen divino ................................................................ 52
2. La plebs/«plebe» o el laicado y los ordines/«órdenes» o clero ... 53
III. LOS GRADOS CLERICALES Y SU JERARQUIZACIÓN ........................ 54
1. El episcopado, el presbiterado y el diaconado ........................ 54
2. Los restantes grados ministeriales ....................................... 56
a) La escala masculina del clero ......................................... 56
b) La escala ministerial femenina ...................................... 57
c) Ministerios masculinos y femeninos de existencia más
bien esporádica ............................................................. 59
IV. EL NÚMERO Y LOS «HONORARIOS» DE LOS MIEMBROS DEL CLERO 61
V. ALGUNAS CONDICIONES REQUERIDAS PARA SER CLÉRIGO ........... 62
VI. LA FORMACIÓN DE LOS CLÉRIGOS ............................................. 63
VII. LA IMPOSICIÓN DE LAS MANOS ................................................. 65
1. De uso generalizado ........................................................... 65
2. Polisémico ......................................................................... 66
3. La ordenación de los ministros sagrados ............................. 66
CAPÍTULO IV
LA MINISTERIALIDAD SACERDOTAL DE LA IGLESIA
Y DE SUS MINISTROS
I. EN TORNO A LAS PALABRAS, SU ETIMOLOGÍA E HISTORIA ............ 69
1. En el léxico no cristiano ..................................................... 70
2. En los documentos cristianos ............................................. 70
ÍNDICE 9
CAPÍTULO V
EL SACERDOCIO CRISTIANO
I. EL SACERDOCIO COMÚN DE NATURALEZA EXISTENCIAL ............. 87
1. El bautismo, base del sacerdocio común ............................ 88
a) El bautismo, origen de un ser nuevo, dotado de vida
nueva, sobrenatural ...................................................... 88
b) La vida nueva, bautismal y el sacerdocio existencial, co-
mún ............................................................................. 89
2. El «bautismo de sangre» y su sacerdocio existencial ............ 90
3. Naturaleza «espiritual» o «existencial» del sacerdocio común .. 91
II. EL SACERDOCIO MINISTERIAL ................................................... 92
1. Ningún ministro eclesial es llamado sacerdote hasta la segun-
da mitad del siglo II ........................................................... 92
2. Formulaciones indirectas e implícitas y las primeras explíci-
tas del sacerdocio ministerial .............................................. 93
3. ¿Por qué no se llamó «sacerdotes» a los ministros directores
de las iglesias hasta la segunda mitad del siglo II? ............... 95
a) ¿Por reacción contra los «sacerdotes» judíos? ................. 95
b) El carácter ocasional de las fuentes ................................ 96
c) Las novedades del sacerdocio cristiano .......................... 96
4. La Eucaristía, un ministerio sacerdotal exclusivo de los direc-
tores de las comunidades cristianas .................................... 99
10 MANUEL GUERRA GÓMEZ
CAPÍTULO VI
LA COLEGIALIDAD SACERDOTAL (EPISCOPAL,
PRESBITERAL) Y EL PRIMADO DEL OBISPO DE ROMA
I. «COLLEGIUM, COLLEGA», COLEGIALIDAD .................................. 112
II. LA COLEGIALIDAD EPISCOPAL .................................................... 112
1. ¿Cómo son obispos los obispos? ......................................... 113
2. Existencia de las condiciones requeridas para que haya co-
legialidad ........................................................................... 113
a) La pluralidad de miembros ........................................... 113
b) La identidad de la «auctoritas» y de la «potestas» ........... 114
c) Su actuación corporativa ............................................... 114
3. ¿Conexión individual o colegial de cada obispo con los Após-
toles? ................................................................................. 117
III. LA COLEGIALIDAD PRESBITERAL ................................................ 119
1. El colegio presbiteral y su relación con el apostólico ........... 119
2. Los sacerdotes-presbíteros «copresbíteros», no «colegas», de
los obispos ......................................................................... 119
3. Evidencia de la colegialidad presbiteral en los primeros siglos
de la Iglesia ........................................................................ 120
IV. LA COLEGIALIDAD EPISCOPAL Y EL PRIMADO DEL OBISPO DE ROMA . 121
1. La trayectoria de la singular autoridad petrina ................... 121
2. Algunos nombres o títulos del obispo de Roma ................. 122
a) Papa ............................................................................. 122
b) Pontífice ....................................................................... 123
c) «Vicario de Cristo», «Vicario de Pedro» ........................ 124
3. Presidente de la koinonía/agápe .......................................... 125
a) Naturaleza orgánica, mistérica y jurídica de la «communio»
eclesial .......................................................................... 125
b) La «communio» eclesial y la eucarística ......................... 127
c) Equiparación entre «iglesia» y su «obispo» .................... 128
d) Identificación de la «cátedra» del obispo de Roma con la
de san Pedro y con la de Jesucristo ................................ 128
e) La iglesia de Roma y su obispo, «presidente del agápe/
koinonía eclesial» y «centro de la unidad» ...................... 129
f ) Otras peculiaridades del protocolo de esta carta .............. 132
ÍNDICE 11
CAPÍTULO VII
EL SACERDOCIO EN LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS
I. ALGUNOS RASGOS COMUNES A TODOS LOS SACERDOCIOS .......... 153
1. La condición y función intermediaria ................................ 154
2. La ofrenda de dones/sacrificios y la oración epicleica o invo-
catoria, dos tareas específicas de los sacerdotes ................... 154
3. Un ministro dotado de unos «conocimientos» peculiares ... 155
4. Los modos de incorporación al sacerdocio ......................... 157
5. Las condiciones requeridas ................................................. 158
6. La estructuración jerárquica del sacerdocio ........................ 159
II. LOS RASGOS INDIVIDUANTES DE LOS DISTINTOS SACERDOCIOS ... 160
1. ¿Sacerdotes en la prehistoria? ............................................. 160
2. ¿Los chamanes, los mediums, los hechiceros, etc., son sacer-
dotes? ................................................................................ 161
a) Los llamados sacerdotes ................................................ 161
b) Los chamanes ............................................................... 163
12 MANUEL GUERRA GÓMEZ
CAPÍTULO VIII
EL SACERDOCIO FEMENINO
I. EN LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS ANTIGUAS .......................... 192
1. En la Grecia arcaica ........................................................... 192
2. El sacerdocio femenino «natural» ....................................... 193
3. El sacerdocio femenino institucional o profesional ............. 193
4. La castidad de las Vestales, sacerdotisas de la diosa Vesta en
Roma, Hestía en Grecia, etc., y de otras sacerdotisas. Su re-
verso: la prostitución sagrada ............................................. 194
a) Las sacerdotisas y la castidad ......................................... 194
b) La hierodulia o «prostitución sagrada» .......................... 196
5. Un sacerdocio femenino basado en el profetismo ............... 198
II. LAS SACERDOTISAS EN OTRAS RELIGIONES ................................. 199
III. EN LOS GRUPOS HETERODOXOS DE ORIGEN CRISTIANO ............. 201
1. Algunos casos individuales, aislados ................................... 201
2. En algunos grupos o sectas de origen e impronta cristianos .. 201
ÍNDICE 13
CAPÍTULO IX
LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN LOS PRIMEROS
SIGLOS DE LA IGLESIA
I. ALGUNAS CUESTIONES DE METODOLOGÍA ................................. 217
II. LA «LIBERACIÓN DE LA MUJER» DURANTE LA ÉPOCA HELENÍSTICA .. 219
1. La mujer en la época clásica de Grecia y en la republicana
de Roma ............................................................................ 219
a) La mujer griega ............................................................. 219
b) Diferencia entre la mujer ciudadana y la esclava, también
por su número (censos) ................................................ 220
c) La mujer romana .......................................................... 220
d) «Manifestaciones» femeninas de resistencia y aires de libe-
ración ........................................................................... 221
2. La mujer greco-romana durante los primeros siglos de la
Iglesia ................................................................................ 222
III. LA MUJER GRECO-ROMANA EN LOS PRIMEROS SIGLOS CRISTIANOS .. 223
1. La «liberación de la mujer» y su masculinización ................ 223
2. En lo jurídico y en lo económico ....................................... 225
3. En la cultura ...................................................................... 227
14 MANUEL GUERRA GÓMEZ
CAPÍTULO X
EL CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS
DE LOS PRIMEROS SIGLOS
I. LA ACTITUD DEL CRISTIANISMO ANTE LAS RELIGIONES NO CRIS-
TIANAS ...................................................................................... 249
1. El cristianismo, «la religión verdadera» ............................... 249
2. La «religión verdadera» compaginable con la tolerancia de
los miembros de otras religiones y con la aceptación de prés-
tamos suyos ....................................................................... 251
II. LA IGLESIA Y SUS CIRCUNSTANCIAS ............................................ 253
1. La Iglesia: una «semilla» y su dinamicidad interna .............. 253
2. La adaptación a las circunstancias socio-religiosas .............. 253
III. TRES MANERAS DE RELACIÓN ENTRE EL CRISTIANISMO Y LAS RELI-
GIONES NO CRISTIANAS ............................................................ 254
1. La asimilación de lo no cristiano ........................................ 255
a) La actitud espontánea del joven y del sano .................... 255
b) El planteamiento teórico y práctico de la cuestión ........ 256
c) Algunas muestras de este talante en la Iglesia de los pri-
meros siglos .................................................................. 257
ÍNDICE 15
A MODO DE EPÍLOGO
LA «LITURGIA» CELESTE, LA TERRESTRE
Y LA «GLORIA DE DIOS»
I. EL PARALELISMO ENTRE LO CELESTE Y LO TERRESTRE ................ 299
1. La jerarquía celestial y la ministerial ................................... 299
2. La liturgia terrestre proyectada sobre la celestial ................. 300
3. La liturgia terrena celebrada en el templo, «casa de Dios» y
reflejo del cielo .................................................................. 301
II. «GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS, PAZ EN LA TIERRA Y BONDAD
ENTRE LOS HOMBRES» (LC 2,14) .............................................. 303
1. Ni «paz en la tierra a los hombres de buena voluntad», ni
«a los hombres que Dios ama» ........................................... 303
2. «Gloria (a Dios en las alturas), Paz (en la tierra) y Eudokía/
Bondad (entre los hombres)» (Lc 2,14), tres nombres de
Jesucristo ........................................................................... 303
a) «Eudokía» (nominativo), no «eudokías» (genitivo), en la
tradición patrística griega y explicación de algunas ex-
cepciones ...................................................................... 304
b) La coincidencia de la tradición oriental (liturgia, escritores,
versiones) ..................................................................... 305
c) Lo confirman los heterodoxos: los gnósticos ................. 306
16 MANUEL GUERRA GÓMEZ
1. A. FAIVRE, Los primeros laicos. Cuando la Iglesia nacía al mundo, Monte Carmelo, Burgos
2001, p. 10 y nota 2, trad. de Les prémiers laïcs. Lorsque l’Église naissait au monde.
CAPÍTULO I
ALGUNAS OBSERVACIONES PREVIAS
IV. SIGLAS
a) En griego
b) En latín
Centesima De centesima, sexagesima, tricesima, «Sobre el
ciento, el sesenta y el treinta por uno» (s. II,
quizás del III).
AMBR San Ambrosio, 337/339-397.
AMBROSIASTER Nombre convencional del Ps-Ambrosio, s. IV.
AVGVST San Agustín, 354-430.
CYPR San Cipriano, 200/210-258.
GELAS Gelasio I, Papa (492-496).
GREG. MAGN San Gregorio Magno, Papa (590-604).
HIERON San Jerónimo, 347-419.
ISID San Isidoro de Sevilla, 560-636.
LACT Lactancio, s. III-IV.
LEO MAGN San León Magno, Papa 440-461.
MINVC. FELIX Minucio Félix, s. II.
OPT. MILEV Optato de Milevi, s. IV.
PONT Poncio, diácono y biógrafo de san Cipriano, s. III.
PRIMAS Primasio, s. V-VI.
PRVD Prudencio, s. IV-V.
Ps-CLEM Obras atribuidas equivocadamente a san Cle-
mente Romano, pero escritas en el s. III. Se con-
servan íntegras en su traducción latina, frag-
mentariamente en el original griego.
RVFIN Rufino, 345-410.
TERT Tertuliano, 155-22.
2. Autores no cristianos
a) En griego
AEL. ARIST Elio Arístides, 129-189 d.C.
AELIAN Eliano, sofista, s. II-III d.C.
ALGUNAS OBSERVACIONES PREVIAS 27
b) En latín
AMM. MARC Amiano Marcelino, s. IV d.C.
APPIAN Apiano (s. I-II d.C.)
APVL Apuleyo, s. II d.C.
CASIOD Casiodoro, s. VI d.C.
CICER Marco Tulio Cicerón, 106-43 a.C.
CATVL Catulo, 187 a.C.-54 d.C.
CIL Corpus Inscriptionum Latinarum, Berlin 1862s.
CodTheod Codex Theodosianus, «Código de Teodosio» (a.
430), pero es una colección de constituciones, etc.,
imperiales desde Constantino hasta Teodosio II.
Digest Digesta (533, Justiniano).
FESTVS Sexto Pompeyo Festo, posterior al s. III d.C.,
pero su obra De significatione uerborum... es un
compendio de la escrita por Marco Valerio Fla-
co con el mismo título en tiempo de Octavio
Augusto (s. I a.C.-I d.C.).
Hist. august Biografía de varios emperadores romanos, es-
critas por seis autores en tiempo de Domiciano
(81-96 d.C.) y de Constantino (306-337)
HORAT Horacio, 65-8 a.C.
IVVEN Décimo Junio Juvenal, s. I-II d.C.
LIV Tito Livio, 65 a.C.-17 d.C.
MACROB Macrobio s. III-IV d.C.), convertido al cristia-
nismo en edad avanzada.
MART Marco Valerio Marcial, 40-104 d.C.
NEV Nevio, s. III a.C.
OVID P. Ovidio Nasón, 43 a.C.-18 d.C.
PERS Aulo Persio Flaco, 34-62 d.C.
PLAVT T. Macio Plauto, 254-184 a. C
PLIN. MAIOR C. Plinio Secundo, el Mayor-Viejo, s. I d.C.
PLIN. IVVEN Plinio el Joven, 62/63-110/114 d.C.
PROPERC Propercio, s. I a.C.
SALVST Salustio, 86-36/35 a.C.
SENEC Lucio Aneo Séneca, 4-65 d.C.
SENEC. RETH Marco Aneo Seneca, el Retórico (nacido el a.
54 a.C.), padre de L. A. Séneca.
ALGUNAS OBSERVACIONES PREVIAS 29
3. Colecciones patrísticas
1. Tomado de M. GUERRA, Las laicas y los laicos en los primeros siglos de la Iglesia. Una rea-
lidad cuestionada, «Burgense» 42 (2001) 217-254; El laicado masculino y femenino en los
primeros siglos de la Iglesia, EUNSA, Pamplona 1987; Los nombres del Papa. Estudio filológi-
co-teológico de algunos..., Facultad de Teología, Burgos 1982, 454-461; La traducción de los
textos litúrgicos. Algunas consideraciones filológico-teológicas, Seminario Diocesano, Toledo
1990, 21-68s.; Un misterio de amor. Solteros, ¿por qué?, EUNSA, Pamplona 2002 (los laicos
y laicas célibes en medio del mundo por compromiso de amor con Cristo en los primeros
siglos de la Iglesia).
32 MANUEL GUERRA GÓMEZ
14. Traducción literal: «las oraciones y la eucaristía»; traducido en hendíadis: «la plega-
ria de la Eucarístía».
15. IVSTIN Apol 1, 65, 3-4.
16. JOAN CHRYSOST In 1 ad Cor homil 35, 3 PG 61, 300: «... llama idiótes al laï-
kós...»; THEOD. CYR In 1 Cor 14, 14 PG 82, 342, etc.
17. TERT Prax 3, 1 CCL 2, 1161.
18. Epist 54 Theotimo PG 66, 13, 82; Epist 67 Theophilo PG 66, 14, 31.
40 MANUEL GUERRA GÓMEZ
19. Es el significado que tienen en algunos textos de las cartas ciprianeas y el de los pro-
bati seniores en TERTVL Apolog 39, 5. CCL 1, 150.
LAS LAICAS Y LOS LAICOS 41
a) La pluralidad terminológica
El laicado es designado por nombres específicos o exclusivos, ge-
neralmente de resonancias bíblicas: «rebaño de Cristo»32, «ovejas de
tu rebaño» (59, 4), «miembros (del Cuerpo) de Cristo» (46, 7). Otras
33. 1Clem 4, 7; 13, 1; 14, 1; 37, 1; 38, 1; 41, 1, 2 y 4; 52, 1 SC 167, 106, 120, 122,
160, 168, 184.
34. 1Clem n. 20, 37, 38 y 40 SC 167, 134-136, 160-162, 166-168.
35. Sobre el valor de tópos = «puesto, cargo», cf. M. GUERRA, Los nombres del..., cit., 454-461.
LAS LAICAS Y LOS LAICOS 45
36. 1Clem 20, 4 y 11; 32, 4; 33, 2-4; 41, 3; 42, 1; 44, 1s. SC 167, 134, 136, 152, 154,
168, 172.
37. En el original griego usa la palabra génos, que es un latinismo o préstamo tomado
del latín genus/generis (en este contexto), de donde el esp. «género». Los cristianos pertene-
cían el tertium genus = «tercer género», o sea, clase, grupo socio-religioso, es decir no eran
ni judíos ni de la religión oficial en el Imperio romano.
38. D. RUIZ BUENO, Actas de los mártires. Texto bilingüe, BAC, Madrid 31974, 845.
46 MANUEL GUERRA GÓMEZ
ben sentarse a ambos lados del obispo, pero siempre «en la parte del
edifico dirigida al Oriente». También los laici uiri deben sentarse en
la misma dirección, aunque «en otra parte», o sea, no en el presbite-
rio. A continuación las mujeres, así como —en sitios distintos— los
ancianos y los niños. El modo y el ritmo de las posturas en la ora-
ción comunitaria es marcado por los praepositi, o sea, «los puestos
delante» (significado también etimológico de este término), «los di-
rectores», es decir, el obispo y los presbíteros, que eran praepositi tan-
to en el sentido etimológico como en el real de esta palabra, según se
ve en el texto y su contexto. Ellos «se levantan los primeros cuando
os ponéis de pie para orar, después los laici uiri, a continuación las
feminae» o mujeres.
Para resolver esta aporía ayuda poco el cómodo recurso a los
condicionamientos sociológicos de la época (pp. 217s.), ni a la su-
misión de la mujer a su esposo, como hace Faivre. El androcentris-
mo es un dato sociológico no tan acentuado en el mundo greco-ro-
mano de los primeros siglos cristianos como suele destacarse. Pero la
condición laical o clerical de la persona bautizada y de la, además,
ordenada es un dato religioso, teologal, basado en los sacramentos
del bautismo y del orden sagrado, que a veces se refleja en lo socio-
lógico, por ejemplo, en la colocación durante las celebraciones litúr-
gicas en o fuera del presbiterio, cabecera de la iglesia o templo, se-
gún fueran clérigos o laicos.
Estos pasajes que, a primera vista, parecen excluir a las mujeres
del laicado, de hecho confirman su pertenencia al mismo. Para
comprobarlo, basta analizar los textos de acuerdo con las normas de
la sintaxis y estilística latinas, cuyas conclusiones merecen prioridad
en el análisis e interpretación de cualquier texto. Pues, en estos tex-
tos de las CA y de la DA, el uso del término laicus contrasta con los
restantes de estas mismas ordenaciones litúrgicas, así como en los
demás autores estudiados, en los cuales de ordinario es substantivo.
En cambio, en las dos enumeraciones señaladas laicus tienen valor
adjetival: laici uiri. Pero el género gramatical —de suyo masculi-
no— de esta forma no es necesariamente sólo masculino. La coloca-
ción antepuesta, no pospuesta, de laici en el sintagma plural laici
uiri le permite ser portador de un significado complexivo de ambos
géneros o sexos: uiri/feminae, ambas en plural en el texto. Además,
klêros/laïkos aparecen claramente contrapuestos en las Constituciones
apostólicas 40.
1. Su origen divino
En la Iglesia, además, es algo querido por Jesucristo, quien «eli-
gió» a unos para «Apóstoles» (Jn 15, 16-21), a otros para «discípu-
los» (los 72) y «los muchos, la multitud», aunque a todos les predica
lo esencial, la exigencia de santidad y de apostolado (Mt 5, 1s., etc.).
La Carta a los Corintios de Clemente Romano afirma ya el origen di-
vino del clero (42 y 44), término no usado por él. Considera la je-
rarquía procedente de Dios: «Cristo enviado por Dios Padre, los
Apóstoles por Cristo... Los Apóstoles, tras haber recibido el manda-
to divino... salieron a evangelizar... y, según pregonaban por las ciu-
dades y lugares..., bautizaban... e iban estableciendo a las primicias
de ellos... para epískopoi y diákonoi de los que habían de creer»4. Por
3. IGN. ANT Philad 4, etc. SC 10, 122. En tiempo de los Apóstoles eran menos las
iglesias territoriales (todos los cristianos de una localidad vinculados a un Apóstol) que las
personales (vinculación directa de los cristianos en un Apóstol, pudiendo coexistir comu-
nidades petrinas, paulinas, joaneas en la misma ciudad: Éfeso, Corinto, etc.).
4. 1Clem 42, 1-4, cf. 42 y 44 SC 167, 168, 172.
EL LAICADO, EL CLERO Y SUS GRADOS 53
eso, «los culpables de esta falta» —la sedición corintia contra sus di-
rectores— deben someterse... a la voluntad de Dios (56, 1-2), etc.
Afirma también el origen divino del laicado5, designación empleada
aunque de modo implícito (40, 5).
Siempre ha habido una división neta entre estos tres grados su-
premos y los restantes. Desde el s. IV la legislación canónica y los
SS. Padres (san Agustín, etc.) explicitan el «carácter» indeleble de su
ordenación. Entre el sacerdocio ministerial (obispo, presbítero) y los
ministerios no sacerdotales o laicales hay una diferencia realmente
esencial.
17. Hypodiákonos, forma plenamente griega, transcrita a veces también en latín: hypo-
diaconus, aunque la de uso más frecuente traduzca el primer componente: subdiaconus, de
donde el esp. subdiácono...
18. EVS Hist. Eccl 6, 43, 11 SC 41, 156.
19. CYPR Ep 29, 1, 2 CSEL 3, 2, 548.
20. SEA cn. 93; conc. VIII de Toledo, a. 653.
EL LAICADO, EL CLERO Y SUS GRADOS 57
21. Minucio Félix Octav 27 CSEL 2, 40; TERTVL Cor 11, 3; Idol 11, 7 CCL 2, 1056,
1111; ORIG Cels 7, 67 SC 150, 171.
22. CYPR Epist 75, 10, 4 CSEL 3, 2, 817 y la carta citada de Cornelio.
23. SEA, cn. 97; SOE, 30.
24. Ep 12, 4 MGHep 2, p. 350.
25. Breviarium hipponense, cn 37 CCL 149, 43, año 393.
58 MANUEL GUERRA GÓMEZ
sas, vírgenes, viudas». Así las enuncian las CA 8, 13, 14, después de
los presbíteros, diáconos, subdiáconos, lectores, etc. cuando habla
del orden adecuado para recibir la Comunión. Las viudas, dedicadas
a la oración, a visitar a los enfermos, al ayuno, etc., son «nombra-
das», no ordenadas mediante la imposición de manos porque no se
relacionan con la Eucaristía (TA 10). ¿Supervivencia de su «inscrip-
ción» en el catálogo de las viudas (1Tim 5, 9)? Según el TD de ins-
piración monofisita, las viudas comulgan después de los diáconos y
antes que los lectores, subdiáconos, diaconisas, etc. Es el texto que
les concede la función más elevada de todas las femeninas (pertene-
cen al clero, enseñan a las catecúmenas, animan a los dispuestos a vi-
vir en virginidad, ungen a las mujeres en el bautismo por inmersión,
hacen las lecturas, también la del Evangelio, en las celebraciones eu-
carísticas si sólo asisten mujeres y no hay un diácono, etc.). Son fun-
ciones de las diaconisas en otros textos. Desde el s. V se asemejan
cada vez más a las monjas, o sea, un estado de vida consagrada; inclu-
so visten un «hábito», impuesto por el obispo, pero no en el templo26.
Aunque el nombre diaconisa lo insinúe, su ministerio no era si-
métrico ni paralelo al de los diáconos, sino supletorio en ciertas par-
celas. No hacían la lectura del Evangelio en la Misa. En época tardía
daban la Comunión, pero sólo en circunstancias muy concretas (ca-
rencia de sacerdotes y de diáconos, etc., diaconisas-abadesas en los
monasterios) y sólo según algunos documentos, o sea, no en todas
las regiones y épocas. Fueran o no «diaconisas» «las mujeres» de 1 Tim
3, 11 y Feba «diaconisa de la iglesia en Cencrea» (Rom 16, 1), cier-
tamente desempeñaban algún «ministerio», que sería similar al de
las llamadas más tarde «diaconisas» según los comentarios de Cle-
mente Alejandrino, Orígenes, Juan Crisóstomo, etc., en contra de la
mayoría. No podemos olvidarnos de «las sirvientas, llamadas minis-
trae» (traducción de diákonos, masc./fem. en gr.) por los cristianos
de Bitinia (Turquía) en la carta de Plinio al emperador Trajano (10,
96, 8, a. 112). Las diaconisas aparecen en la DA (n. 19); reaparecen
con fuerza en las CA. Intervienen activamente en casi todas las igle-
sias orientales; en las de lengua latina no aparecen antes del s. VI.
Desaparecen en torno al s. XII, si bien el rito de su ordenación figu-
ra en los rituales hasta el s. XV. El conc. de Nicea (a. 325) da por su-
puesto que «las diaconisas se inscriben en este ministerio, pues no
tienen imposición alguna de manos de manera que están inscritas
entre los laicos». En cambio, a finales de ese mismo s. IV las CA (8,
27. CA, 8, 28, 7; 3, 9 y 11, etc., Funk 530; SEA; HIERON Ep 32, 5 CSEL 54, 424.
28. HIERON Ep 1, 12 CSEL 54, 7; AVG Contra Cresconium 3, 29 CSEL 52, 440;
SOE 30.
29. Figuran en el documento llamado 127 cánones por unos, Recueil Anonyme por
Hanssens, cap. 54 en sus versiones etiópica y árabe, cf. PO 8, pp. 638-639.
30. Expositio fidei 21 PG 42, 825.
60 MANUEL GUERRA GÓMEZ
Los datos sociográficos del clero en los primeros siglos son esca-
sos y generalmente incompletos. En el año 251 había en Roma «46
presbíteros, 7 diáconos, 7 subdiáconos, 42 acólitos, 52 exorcistas,
lectores y ostiarios»36 para atender a 30.000/50.000 cristianos de Roma
37. Cf. J. VIVES, Concilios visigóticos e hispano-romanos, CSIC, Madrid 1963, pp. 338-339.
38. CYPR Epist 1, 1-2; etc., CSEL 3, 2, 466.
39. HIERON Epist 82, 8 CSEL 55, 114.
40. El primer número corresponde a DA, el segundo a CA 2, 28, 1-6. El cantor 1, el os-
tiario 1, la viuda 1 (CA), la viuda 1 (DA).
41. Conc. Elvira, cn 19 (a. 300), Cartago cn. 6 (a. 348 y 397), Calcedonia, cn. 3, etc.
42. Decretales del Papa Siricio, a. 384-98.
EL LAICADO, EL CLERO Y SUS GRADOS 63
43. Cn. 11 del conc. de Neocesarea, a. 314; Novella 123, 13 de Justiniano, a. 546, etc.
44. Epifanio de Pavía, s. V-VI —a los 8 años, de edad— a los 20 diácono, 28 obispo.
45. Cf. La o.c. de P. H. Lafontaine.
46. CYRIL. ALEX Homil. Pasch 1, 2 PG 77, 405. Sobre el temor ante la recepción del
sacerdocio, cfr. IOAN, CHRYS, Sacerd 4, 2-7 PG 48, 642-646.
47. MANSI, Concilia 2, 1083.
64 MANUEL GUERRA GÓMEZ
1. De uso generalizado
Por no decir universal: Siria (Naamán, 2 Re 4, 34). También en
el ámbito greco-romano, por ejemplo: Numa (s. VIII-VII a.C.) es
constituido rey mediante la imposición de manos. y una oración al
dios supremo del panteón romano. «El sacerdote augur, cubierta la
cabeza, con el bastón curvo (augural) en la mano izquierda, impuesta
la mano derecha sobre la cabeza de Numa, oró así: “Padre Júpiter, si
procede que sea rey de Roma este Numa Pompilio, cuya cabeza ten-
go, que tú nos lo des a conocer por medio de signos seguros...”»55.
Así se operaba la curación de los enfermos en los templos griegos de
Asclepio, también en el de Roma (SIG 9, 1173, etc.).
En Israel Josué fue instituido así sucesor de Moisés56. Orígenes
fue el primero en aplicar esos textos a la constitución de los obispos
en sucesores de los Apóstoles57. Jacob bendijo a los hijos de José im-
poniéndoles sus manos (Gén 48, 14-19). Desde el año 70 hasta el s.
IV d.C. la imposición de manos era una de las formas, la más gene-
ralizada, de constituir «rabino» a alguien. No hay relación entre la
imposición de manos y el sacerdocio judío, al cual se accedía por he-
rencia, al margen de su institución originaria mediante la «investi-
2. Polisémico
1. En el léxico no cristiano
3. Los clérigos
Minister experimentó un proceso de amplificación de su campo
semántico.
a) Los «diáconos» llevan el «ministerio, servicio» hasta en su mis-
mo nombre. «En latín se traduce minister cuando se lee diaco-
nus en griego»17. Por eso, en su sentido técnico son los prime-
ros en llamarse así18.
b) Todos los encargados de ministrare/«ayudar» a los sacerdotes,
ya los diáconos, ya los miembros de las órdenes menores sin
los diáconos19.
a) La cabeza monárquica
El «obispo», llámese así o de otro modo, es la cabeza monárqui-
ca de una iglesia local personal o territorial. He aquí sus designacio-
nes en los documentos de los dos primeros siglos. Al margen de los
Apóstoles («Enviados» por Cristo), encajan en este apartado:
1. Los «apóstoles» (con minúscula inicial) tanto si se hallan en el
mismo plano que Pablo (Bernabé24; Apolo25, etc.) como si no, o
sea, si son subordinados a él: Timoteo en Éfeso26, Tito en Creta
(Tit 1, 5s.), Epafras (Col 4, 12), Epafrodito (Fl 2, 25), etc.
2. Las «personas fieles» (2Tim 2, 2).
3. Las «personas eminentes» (1Clem 44, 3).
4. El «ángel» de cada una de las 7 iglesias (Apoc 2-3).
5. Los «profetas» (Hch 13, 1; 14, 4, 14; Hermas, Sim 9, 15, 4; 16, 5,
etc.).
6. Los «evangelistas» (2Tim 4, 5; Ef 4, 11, etc.), o sea, los minis-
tros directores de los grandes centros urbanos, encargados
también de la evangelización de su entorno: Felipe en Cesa-
rea (Hch 21, 8), Timoteo en Éfeso (2Tim 4, 5), si bien este
es la «cabeza monárquica» de su comunidad u obispo resi-
dencial, aquél, en cambio, de signo más predominantemente
carismático.
7. Los «obispos» destinatarios de las cartas de Ignacio de Antio-
quia, etc.
35. Hch 11, 27; 15, 1-2; 21, 10; 1Cor 14, 29s.; Did 10, 7 SC 248, 182, etc.; HERM
Mand 11, 7-16, SC 53, 194, etc.
36. 1Cor 12, 28s.; Ef 4, 11.
37. Did 11, 3-12; 13, 2; 15, 1-2 SC 248, 184s., 190, 192-194.
38. Hch 13, 1; 14, 4, 14.
39. Con partes de los años 90-100, la redacción definitiva alrededor del 150.
LA MINISTERIALIDAD SACERDOTAL DE LA IGLESIA Y DE SUS MINISTROS 79
40. Jn 17, 17-19; 20, 22; 3, 17; 6, 44; 7, 28; 8, 16; 12, 44-45; 16, 28; 1Clem 42 SC
167, 168, etc.
41. Pablo y Timoteo (2Tim 1, 1).
42. 1Tim 3, 3; 4, 14; 5, 22; 6, 14; 2Tim 1, 11, 16; 4, 2; Tit 1, 5, 9. Véase una exposi-
ción más clara y pormenorizada en 1Clem 44, 1-5 SC 167, 172.
80 MANUEL GUERRA GÓMEZ
45. Cf. amplia exposición, citas, etc., en mi estudio Ministerios de los directores locales y
supralocales...
46. TERTVL Virg. uel 9, 1 CCL 2, 1218-19.
47. Praescr. haer 41, 8 CCL 1, 222.
48. CYPR Laps 28 CSEL 3, 1, 257.
82 MANUEL GUERRA GÓMEZ
49. IGN Smyrn 8, 1-2; Polyc 5, 2, etc., SC 10, 138, 150. El poder omnímodo del obis-
po reaparece en otros documentos: DA, escritos pseudo-clementinos (s. III), etc.
50. SOCR Hist. Eccl 5, 22 PG 67, 637.
51. Flp 2, 17; 2Cor 5, 18-20; Ef 5, 1-2; 1Tim 4, 6, etc.
52. IOAN. CHRYS Sacerd. 3, 4-5 PG 48, 642-643.
LA MINISTERIALIDAD SACERDOTAL DE LA IGLESIA Y DE SUS MINISTROS 83
1. La elección o nombramiento
53. LEO MAGN Ep. 10, 6 PL 54, 634; cf. Hch 16, 2; 1Cor 16, 15-16; Did 15, 1-2, etc.
54. Las palabras latinas y las entrecomilladas de estos tres apartados están tomadas de
Cipriano, presentes también en Jerónimo.
55. Canones Hyppoliti, 2. En la elección del papa Fabián en el a. 236 la aclamación fue
«¡Digno!» (EVS Hist. eccl 6, 29, 4 SC 41, 132).
84 MANUEL GUERRA GÓMEZ
2. Su ordenación
El hecho de que todos los israelitas, por contraste con las restan-
tes naciones paganas, integraran un «reino sacerdotal y una nación
santa» (Ex 19, 6), no impidió la existencia de un sacerdocio judío ins-
titucional, encargado por Dios de tributarle culto en nombre de toda
la comunidad, pueblo sacerdotal. Lo mismo ocurrió en los círculos
del reformismo judío en tiempo de Cristo, a saber, en las comunida-
des qumránicas. En ellas son «sacerdotes» todos los «penitentes» o
miembros de la comunidad (CDC 4, 2) —espiritualización del sa-
cerdocio judío tradicionalmente nacional y genealógico—, pero al-
gunos son «sacerdotes» especiales, ministeriales14, alrededor de un
presidente, el mebbaqer15. Por tanto, aunque todos los miembros de
la Iglesia integren un «reino sacerdotal», un grupo más reducido de
ellos pueden ser sacerdotes ministeriales, y ciertamente en torno al
sumo Sacerdote, Cristo, o su Vicario (Pedro y sus sucesores).
34. CYPR Ep 64, 14, 4. En parte conserva su vigencia semántica en tecnicismos como
«vicepresidente», así como en expresiones vulgares: «hacer las veces de...».
35. Ib. 66, 5, 1 CSEL 3, 2, 730.
98 MANUEL GUERRA GÓMEZ
50. 1Cor 10, 16-21; 11, 23-29 (también por su discípulo san Lucas), fórmula e imagen
(alusiva a la fracción del cordero pascual y al modo peculiar que tuvo Cristo de partir el
pan eucarístico), expresiva de su valor sacrificial.
51. TERTVL Bapt 19, 1-2; Orat 23, 2; Idolot 14, 7 CCL 1, 292-294, 271-272; 2,
1115, etc.
52. TERTVL Orat 19, 1-4 CCL 1, 267-268.
EL SACERDOCIO CRISTIANO 103
a) Las teologales
El objeto material de estas virtudes es Dios mismo, el Dios Uno y
Trino, y alguno de sus atributos su objeto formal o punto de mira dife-
renciador de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que son
las específicamente cristianas. Son virtudes estrictamente sobrenaturales
e infusas o infundidas en el alma de todo bautizado, principios operati-
vos que ordenan al hombre directa e inmediatamente a su fin último
sobrenatural: la contemplación dichosa de la Trinidad beatísima, no a
los medios conducentes a ese fin, como ocurre con las virtudes morales.
Ocupan un lugar destacado cuando las cartas Pastorales hablan
de la cabeza del colegio director de Éfeso. Pues aconseja a Timoteo
que «se entrene», se ejercite sin descanso como «los gimnastas, los
atletas» en la «piedad (trato con Dios)» y en las virtudes teologales:
«la fe, la esperanza en el Dios vivo y salvador..., en la caridad», así
como en las morales: «castidad, fortaleza, vigilancia» ascética y, sobre
todo, en el desempeño de su ministerio, especialmente en su ver-
tiente evangelizadora de manera que «no descuides el don que hay
en ti, dado mediante la palabra profética con la imposición de ma-
nos...». Así «te salvarás a ti mismo y a tus oyentes» (1Tim 4, 7-16).
En otro pasaje le manda que ponga empeño en la prosecución de «la
fe» y de «la caridad» con el cortejo de frutos y virtudes morales: «la
paz, la dulzura, la humildad...» (2Tim 2, 22-24).
Las virtudes teologales están menos marcadas cuando los prime-
ros escritos cristianos hablan de los miembros del colegio director de
cada comunidad cristiana. No obstante, resaltan la primera y básica,
«la fe» de la cual «los directores (hegoúmenoi) son modelo que debe
ser imitado» (Heb 13, 7). En otros pasajes la suponen, por ejemplo
al exigirles una adhesión «firme y perseverante» a la doctrina revela-
da, tradicional en la Iglesia, así como al exponer «la sana doctrina» y
refutar a quienes la contradigan. El participio antekhómenos expresa
ciertamente la fe subjetiva —con la esperanza— (fides qua creditur)
o «fe por la que se cree», o sea, la adhesión subjetiva a «la palabra
digna de ser creída», es decir, la fe objetiva (fides quae creditur o «fe
creída») (Tit 1, 8). La caridad parece latir en su espíritu acogedor,
hospitalario, amigo del bien en todas sus manifestaciones57.
58. 1Tim 3, 1-7; Tit 1, 5-9; 2Tim 2, 23-25; Did 15, 1 SC 248, 192; 1Clem 42, 5; 44,
1-6 SC 167, 170, 172; POLYC Phil 6, 1 SC 10, 184, etc.
106 MANUEL GUERRA GÓMEZ
La alteridad, ese ser para, con y en «el otro» (alter en latín) está
enraizada en el ser mismo del director de las comunidades cristianas.
Pues dice relación esencial a Jesucristo, al obispo, también a la grey
encomendada a su cuidado pastoral e incluso al ámbito socio-cultu-
ral. La dimensión social de las «virtudes humanas», exigidas a los
miembros del colegio director de cada comunidad cristiana particu-
lar, refleja esta última proyección de su alteridad o ministerialidad.
El sacerdote secular no se santifica a pesar de su ministerio y gra-
cias a la vida de recogimiento, de piedad privada, etc. —especie de
monacato—. Puede y debe santificarse en y desde su ministerio pas-
toral, que es como su trabajo profesional. Pero el sacerdocio minis-
terial es como una variación acentuada de la alteridad humana, tras-
puesta a un plano superior, sobrenatural, ya que es esencialmente
«para el otro», está «al servicio del» sacerdocio común. Con otras pa-
labras, su razón de ser consiste en hacer posible y promover la reali-
zación del sacerdocio común en todos los bautizados, auténtico cul-
61. 1Pe 5, 2a. Coincide, hasta en las palabras, con la recomendación paulina a los
presbýteroi de Éfeso (Hch 20, 28).
62. Figura la palabra týpoi en el original griego, forma en la Vulgata, formae (plural como
en griego) en la Neovulgata.
EL SACERDOCIO CRISTIANO 109
1. M. GUERRA, Los nombres del Papa. Estudio filológico-teológico de varios títulos del Papa
en los primeros siglos del cristianismo, Facultad de Teología, Burgos 1982 (TS, vol. n. 15); La
colegialidad en la constitución jerárquica y en el gobierno de las primeras comunidades cristia-
nas, en AA.VV., El colegio episcopal, I, CESIC, Madrid 1964, 145-220; «In solidum» o «co-
legialmente» (De unit. Eccl 4). La colegialidad episcopal y el Primado romano según S. Cipria-
no, obispo de Cartago (aa. 248-258) y los Papas de su tiempo, «Annales Theologici» 3 (1989)
219-285; El obispo de Roma y la regula «fidei» en los tres primeros siglos de la Iglesia, «Burgen-
se» 30 (1989) 355-432; El primado del Papa respecto de los obispos en los tres primeros siglos
del cristianismo, en AA.VV., Episcopale munus. Recueil d’études sur le ministère épiscopal offer-
tes en hommage à son Excellence MGR. J. Gijsen, Van Gorcum, 1982, 247-261; Dimensión
lógica, mítica y mística de «mysterium» en san Agustín en AA.VV., Charisteria Augustiniana
J. Oroz Reta dicata, I, Augustinus, Madrid 1993, 267-289; IDEM, Algunas peculiaridades de
la iglesia de Roma y de su obispo en el protocolo de la carta de Ignacio de Antioquía a los Roma-
nos, en AA.VV., Homenaje al prof. Pedro Rodríguez..., EUNSA, Pamplona 2002.
2. TERTVL Corona 10, 39, 6 CCL 2, 1055.
3. Adu. Marc 4, 9, 2 CCL 1, 558, etc.
4. Resur. Mort 49, 2 CCL 2, 991, etc.
112 MANUEL GUERRA GÓMEZ
a) La pluralidad de miembros
Es como el obiectum materiale o la materialidad de todo colegio.
Sin pluralidad de miembros no puede haber un collegium ni colegia-
lidad alguna, aunque no toda pluralidad de miembros forme ni in-
tegre un «colegio». Ya el jurisconsulto Neracio (s. I d.C.) formula el
principio básico a este respecto por su pervivencia hasta nuestros
días: saltem tria. Se requieren «al menos tres» miembros para la ins-
c) Su actuación corporativa
La colegialidad exige la actuación colegial o corporativa de los
miembros del «colegio». Esta salta a la vista si viven en la misma ciu-
dad, celebran reuniones periódicas para deliberar y tomar decisio-
nes, etc. Pero los obispos estaban y están diseminados por toda la
Iglesia. ¿Cómo pueden realizar una actuación corporativa? Evidente-
mente no se puede pedir el mismo grado que en nuestros días cuan-
26. CYPR Ep 45, 3, 1; 48, 3, 2 y 4, 1 CSEL 3, 2, 602, 607-608; EVS Hist. Eccl 6, 43,
21; 6, 46, 4 SC 41, 159, 163.
118 MANUEL GUERRA GÓMEZ
40. CYPR Ep 24, 1, 1; 34, 4, 2; 39, 5, 2; 49, 2, 1; 52, 3, etc., CSEL 3, 2, 537, 571,
585, 612, 619.
41. CLEM. ALEX Strom 7, 106, 2 SC 428, 318; ORIG Comm. Mt 12, 12 PG 13,
1005-1007 Ps-CLEM Homil 7, 19 PL 2, 401s.
122 MANUEL GUERRA GÓMEZ
a) Papa
Derivado del lat. pappas/papas (gr. pavppa~), el termino «Papa» es
una palabra onomatopéyica del balbuceo con que el niño comienza
a llamar así a su «padre». En la Iglesia reciben este tratamiento los
presbíteros y sobre todo los obispos. En las Actas de Felicidad y Per-
petua (n. 13, martirizadas, a. 202/203), Saturo pregunta, en una vi-
sión; a Optato y Aspasio: «¿No eres tú nuestro papa (obispo) y tú
nuestro presbítero?». San Cipriano es llamado así varias veces. A par-
tir del s. V tiende a reservarse para el de Roma, aunque con la acota-
ción «romano», «de la ciudad (Roma)». Desde el s. VI sin acotación
alguna: «Papa». Gregorio IV (827-844) corrige a unos obispos fran-
ceses por haberle llamado «hermano y papa» en el protocolo de una
carta, pues son dos «nombres incompatibles» y es «preferible el se-
gundo» (PL 104, 297).
42. Por ejemplo: HchPe12Ap 9, 1-15s.; ApPe 70, 20; 71, 15s. (K. Koschorte, entre
otros, ve aquí una exégesis gnóstica de este pasaje mateano, distinta de la eclesial, católica,
presente en 73, 18-21).
LA COLEGIALIDAD SACERDOTAL Y EL PRIMADO DEL OBISPO DE ROMA 123
b) Pontífice
La palabra española «pontífice» se deriva ciertamente del lat. pon-
te(m)facere. El problema se presenta en cuanto se intenta discernir el
significado básico del primer componente. Su etimología aparente lo
relaciona con pons, pontis = «puente». No obstante, parece estar más
vinculado a «camino», pero camino para andar, algo propio de los in-
doeuropeos que eran nómadas, y sobre todo con los caminos que se
abren o hacen para que los dioses acudan al sacrificio que se les ofrece
y favorezcan al pueblo con la paz y la prosperidad. Es lo que hacían los
pontífices romanos en la euocatio de los dioses de otros pueblos para,
ganándoselos, asegurar la victoria sobre los enemigos43, o a los propios
dioses a fin de que concedan la victoria tras haberles prometido dones,
ofrendas, especiales si se vence44. En cualquier caso, en su sentido me-
tafórico, el «pontífice» sigue «haciendo de puente» o «camino» entre
los hombres y Dios. Claro que puede entroncar con el indoeuropeo,
de donde se deriva el sánscrito ponti, iranio spenta, etc., o sea, «sagrado»
de modo que «pontífice» fuera «el hacedor de lo sagrado, sacrificios».
a) Pontífice Máximo. El colegio de pontífices romanos era la má-
xima autoridad religiosa en la religión oficial de Roma; al frente es-
taba el Pontifex Maximus. Octavio Augusto asumió este cargo el año
12 a.C., concentrando en sí la suprema potestad política y la religio-
sa. Los emperadores cristianos siguieron siendo y llamándose Ponti-
fex Maximus de la religión pagana hasta Graciano (a. 379 Oriente,
382 Occidente), aunque el senado era mayoritariamente pagano.
Teodosio, adoctrinado por san Ambrosio45, fue el primero (a. 391)
en aceptar su ser «un laico» con todas las consecuencias; en el tem-
plo se ponía «en el lugar de los laicos», no en el presbiterio. No obs-
tante, todavía en los conc. de Éfeso (a. 431) y Calcedonia (451) el
emperador fue aclamado Summus sacerdos (Pontifex Maximus) Impe-
rator 46. La vinculación del título con la suprema autoridad política
explica que un obispo no sea llamado «pontífice» hasta finales del s.
IV: los Papas Dámaso (sínodo de Roma, a. 378) y Siricio (a. 394), el
obispo de Altino en Panonia. León Magno se llama Pontifex Maxi-
mus a sí mismo47. Se impone como título reservado al Papa sólo a par-
tir del Renacimiento, sobre todo desde Paulo II (1464/1470).
Cristo» antes de que fuera título exclusivo del Papa al mismo tiempo
que son «vicarios de los Apóstoles»54. En los primeros siglos recibió
otros nombres o títulos («obispo, princeps y hermano de los obispos»,
exarco, etc.). Entre ellos merece destacarse el del epígrafe siguiente
por su especial importancia.
3. Presidente de la «koinonía/agápe»
a) Naturaleza orgánica, mistérica y jurídica
de la «communio» eclesial
El término griego koinonía, traducido por communio (lat.), «co-
munión» (esp.), en su origen significa «comunidad, participación en
una tarea, etc.», por parte de varios. Como casi todas las palabras,
también estas son polisémicas o «portadoras» de «muchos significa-
dos». Uno, y no de los menos extendidos, expresa la unión de los
obispos con su presbiterio y laicado, de todos los obispos y fieles en-
tre sí, o sea, «la Iglesia que consiste en la comunión de todo el orbe»55.
Pero, como suele ocurrir de ordinario, este concepto y realidad no es
nombrado por una sola palabra. Hay otras mas o menos sinónimas,
entre las cuales descuellan agápe/eiréne (gr.), caritas/pax (lat.). Cuando
en los documentos de los primeros siglos se dice de alguien: «murió
en el agápe/eiréne», etc., se afirma la muerte de alguien en el seno de
la Iglesia, en «la comunión de los santos», o sea, sin ser hereje ni cis-
mático. El mismo alcance tenía la sigla R.I.P. = «Descanse en la paz»,
ahora desvirtuada y desconocida, pues figura en todas las sepulturas,
también de los no cristianos ni creyentes.
La organicidad de la Iglesia se basa en la koinonía y la supone,
ya que, sin ella, el organismo humano se descompone y muere. Sin
su organicidad, si todos los miembros del Pueblo de Dios fueran
sólo clero o, al revés, si no hubiera sino laicado, integrarían cual-
quier otra entidad, de ningún modo la Iglesia de Jesucristo, su Cuer-
po Místico. Por ser un organismo, en virtud y por obra de la com-
munio orgánica, la Iglesia es una realidad idéntica y diferenciada
con pluralidad de miembros y multiplicidad de funciones. Pero to-
dos los miembros con sus procesos específicos, aunque integrados
en el metabolismo general, común, no tienen sino una finalidad: la
santidad, la salus aeterna, de todos y cada uno, la plenificación de la
hace por respeto a la iglesia fundada por Pedro y Pablo77, así como
por su condición de «presidenta del agápe».
82. ORIG In Ierem 16, 3, 3 SC 238, 137, etc. La misma fórmula usada por el filósofo
Porfirio (232-304), enemigo acérrimo del cristianismo (Adu. christianos, fragm 23, 36) per-
mite suponer su uso frecuente en su tiempo.
83. ACO, II, 1 pars 3, ep. 21 pp. 745-77, etc.
84. K. BIHLMEYER, Die apostolische Väter. Neuarbeitung der Funkschen Ausgabe, II, Mohr,
Tübingen 1970, p. XXXVII.
136 MANUEL GUERRA GÓMEZ
87. LEO MAGN Sermo 4, 3 (CCL 138, 19); 83, 2 (CCL 138A, 520), etc.
88. LEO MAGN Ep 44, 11 PL 54, 676. Obsérvese la contraposición de sabor cipriáni-
co entre honor (autoridad, sacerdocio) y potestas (episcopado, en cuanto tal).
89. La iglesia de Roma «matriz (matricem) y raíz (radicem) de la Iglesia católica» (CYPR
Ep 48, 3, 1 CSEL 3, 2, 607). La misma idea y términos en Optato de Milevi, Adu. Parmen
1, 11 CSEL 26, 14.
90. Sermo 208 PL 39, 2131.
LA COLEGIALIDAD SACERDOTAL Y EL PRIMADO DEL OBISPO DE ROMA 139
poderes del infierno no la vencerán. Te voy a dar las llaves del reino de
los cielos, y lo que atares en la tierra quedará atado en el cielo, lo que
desatares en el tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 16, 18-19). De
aquí, mediante los turnos de las sucesiones temporales de los obis-
pos, fluye la ordenación de los obispos y la estructura de la Iglesia de
manera que la Iglesia está constituida sobre los obispos»91. Si se tiene
en cuenta el significado de honor en Cipriano, episcopi honor no es
«el honor del obispo» o «debido al obispo» como suele traducirse,
sino «el episcopado». El substantivo ratio suele figurar en textos en
los que se habla del «origen» de algo y su desenvolvimiento; referido
a la Iglesia, significa «organización, estructura». Para despejar cual-
quier duda acerca del momento del origen e institución tanto de la
Iglesia como del episcopado, esencial en la estructuración de la mis-
ma, cita Mt 16, 18-19 y añade: Inde decurrit = «De aquí fluye...».
La cathedra Petri es «origo unitatis de la Iglesia», dotada de la «for-
ma petrina» tanto ella como su episcopado Si recurrimos a la metá-
fora de la «marca, huella (forma, týpos)», la cathedra Petri es como «la
matriz» con las letras huecas, hacia dentro, conformadora de las le-
tras en relieve que luego se imprimen en el papel. Cada cátedra e
iglesia local, si de veras está troquelada en Pedro, marcará la forma
Petri, «matriz y raíz de la Iglesia católica», o sea, la «unitas (= uni-
dad/unicidad) de la Iglesia», cuya antítesis son la división y los gru-
púsculos heréticos, desgarradores de la unitatis sacramentum, del
uinculum concordiae simbolizado por la «túnica íntegra e indivisa de
Jesucristo» (Jn 19, 23s.)92. Si conserva la forma Petri, cada iglesia y
obispo imprimirá siempre la marca de la unidad/unicidad eclesial y
episcopal. Por eso el Primatus textus concluye: «Quién no conserva
hanc Ecclesiae unitatem, ¿cree que va a conservar la fe? Quien resiste
obstinadamente a la Iglesia, quien abandona la cátedra de Pedro, so-
bre la cual está fundada la Iglesia, ¿confía permanecer en la Iglesia?»93.
Uno puede desvincularse de una iglesia local y, no obstante, seguir
en la Iglesia. Así les hubiera ocurrido a los diáconos corintios sedi-
ciosos si hubieran incurrido en la excomunión local, anunciada por
el Papa Clemente94. Pero la ruptura con la cátedra de Pedro, con la
iglesia de Roma, produce, ipso facto, la ruptura con la Iglesia católi-
ca, universal, pues rompe con la matrix et radix Ecclesiae catholicae,
resquebraja y rompe la forma unitatis Ecclesiae.
95. Pudic 1, 6 CCL 2, 1281-1282; en 17 CCL 2, 1304: benedictus Papa. Obra escrita
en el año 217 o siguientes.
96. TERTVL Paenit 4, 1 SC 316, 156.
97. CYPR Demetriad 25 CSEL 3, 1, 370, etc.
98. POLYC Phil 6, 1 Funk 1, 302; CYPR Ep 55, 27 y 29 CSEL 3, 2, 646-647, etc.
99. HERMAS Mand 4, 3, 6 SC 53, 160; TERTVL Paenit 7, 4s. SC 316, 172.
LA COLEGIALIDAD SACERDOTAL Y EL PRIMADO DEL OBISPO DE ROMA 141
115. CYPR Ep 59, 14, 1 y 11, 2 CSEL 3, 2, 683, 678-679, cf pp. 133-135.
116. HIPP Philosoph 99, 11, 3 PG 16, 3, 983.
LA COLEGIALIDAD SACERDOTAL Y EL PRIMADO DEL OBISPO DE ROMA 147
117. GALEN 18 (i), 347 (edic. Kühn, Teubner). Véase la misma concepción, pero más
explayada en ATHEN Deipnosoph 1, 20; DIOD. SICVL Biblioth 1, 4, 2s.; DION. HALIC
Hist. ant. Rom 1, etc.
118. DION. HALIC De orat. Ant. Proem 3, obra escrita en el s. I d.C.
119. Ad Romam 61 (edic. Keil 2, 108).
148 MANUEL GUERRA GÓMEZ
126. Así lo reconoce el llamado Decretum Gelasianum, que no pertenece al Papa Gelasio
como sugiere su nombre, sino que fue aprobado en el sínodo romano del a. 392, convoca-
do por el Papa Dámaso para protestar por el cn. 3. del conc. de Constantinopla.
CAPÍTULO VII
EL SACERDOCIO EN LAS RELIGIONES
NO CRISTIANAS1
2. PLAT Pol 290 c-d. Lo mismo en AESCHIN Adu. Ctesiph 3, 18, etc.
3. HRDT 9, 61; 9, 62, 1, etc. (Grecia); 2, 39, 1; DITT Orat 194, 8 (Egipto); 4, 60, 2
(escitas); LIV 1, 59, 10; 2, 45, 14; 8, 6, 1, etc. (Roma), etc.
4. Gen 13, 4; Fl. IOS Ant. Iud 1, 243, etc.
EL SACERDOCIO EN LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS 155
los sacerdotes (brahmanes, etc.), que eran casi los únicos conocedo-
res de esa lengua ancestral, la litúrgica, y de su cultura.
En esta línea se mueve la palabra castus (de donde «casto»), em-
parentada con el sánscr. Shistah, pues se refiere a la instrucción que
caracteriza al sacerdote. Al sacerdote se le exige ser «casto» en casi to-
das las religiones. De ahí la meticulosidad de los sacerdotes en la eje-
cución de los ritos sagrados, meticulosidad a la que alude el étimo
del término latino religio, del cual se deriva «religión» y sinónimos
de las lenguas romances, etc. Ciertamente alude también a la absti-
nencia de ciertos alimentos y de lo sexual. De esta forma el sacerdo-
te queda configurado como el apto para la realización de sus funcio-
nes en virtud de su ciencia peculiar y de unas condiciones vitales
que lo separan de sus conciudadanos al mismo tiempo que lo pre-
senta como persona «sagrada» y realizador de los sacra, especialmen-
te de los «sacrificios».
cieron durante dos mil años a las mismas familias, a saber, a los eu-
mólpidas, a los «heraldos» y a los fílidas. Pero, entre los nombres de
los miembros metidos antes en una urna, decidían por sorteo las
personas concretas que ocupaban las vacantes.
c) El sorteo que es considerado como el método adecuado para
discernir la voluntad de la divinidad: varios sacerdocios de las RTM
y REP, etc. Las Vestales, de hecho, eran elegidas por sorteo entre las
presentadas y aceptadas por el Pontífice Máximo, función que co-
rrespondía al emperador. Es de suponer que fueran elegidas también
así las sacerdotisas vestales «elegidas por los dioses» o «por el dios» a
no ser que se trate de una decisión personal del mismo emperador,
que habría prescindido del sorteo en algunos casos concretos.
d) La compraventa. En general el padre o tutor de la sacerdotisa
compraba un sacerdocio con dinero o con productos elaborados. A
cambio, se obtenía la exención de una o más cargas «litúrgicas», o sea,
prestaciones económicas exigidas a los ciudadanos ricos a favor del pue-
blo. Así en Priene el comprador del sacerdocio de Dióniso, si abonaba
6.000 dracmas, quedaba libre de la lampadarquía (organización de la
procesión de las antorchas), de la agonotesía (organización de alguno
de los juegos públicos), de hippotrofía (la alimentación de los caballos
de carrera), etc. Si abonaba 12.000 dracmas conseguía la exención de
las «liturgias» anteriores y de otras cuatro más: la trierarquía (equipa-
miento de una trirreme), etc. Se practicaba la compra de los sacerdocios
en los misterios dionisiacos o báquicos; también en varios sacerdocios
de las regiones occidentales de la actual Turquía, etc. En un documen-
to del s. III se lee la lista de 40 sacerdocios comprados por el Estado
(desde 4.610 dracmas el de Hermes hasta sólo 4 dracmas el de la diosa
Ge o «Tierra»). A veces había «venta» y «reventa». Aristónica compró el
sacerdocio de la Madre de los dioses en Calcedonia por 300 dracmas
más el epidékatos = «el 10%» (30 dracmas) de epiprâxis = «sobreventa»,
es decir, la sobrecarga o sobrevaloración de la «reventa» actual.
1. ¿Sacerdotes en la prehistoria?
los akan, baganda, banyankole, basola, ewe, ibo, shona, yoruba, etc.,
más en las regiones occidentales de África que en las restantes. Atien-
den a la vida y exigencias religiosas de sus gentes (rituales de ofren-
das y libaciones para atraer las bendiciones divinas o de los espíritus
hacia los necesitados, las mujeres estériles, etc., ceremonias para
atraer la lluvia, la fertilidad agraria, la fecundidad animal y humana,
etc.). Además, intervienen en los momentos tribales más transcen-
dentes, por ejemplo, en los ritos ahuyentadores de las pestes, de la
sequía, etc., en la entronización de los reyes y jefes de tribu. Para la
constitución de un sacerdote suele requerirse la «llamada» del dios,
un periodo de entrenamiento, una iniciación y, por fin, su «ordena-
ción» o rito constitutivo. Así ocurre entre los ewe, etc. De ordinario
los sacerdotes, cuando muere uno de ellos, inician al sucesor. Suele
haber sacerdotes y sacerdotisas. Durante la celebración de los ritos,
llevan ropa especial, con frecuencia de piel, con o sin brazaletes me-
tálicos en la muñeca izquierda de acuerdo con su rango. El sacerdo-
te no suele intervenir en los ritos iniciáticos (pubertad), ni en los
matrimoniales, ni en los fúnebres, que son presididos de ordinario
por algún «anciano», o sea, el padre, el tío materno (en las tribus ma-
trilineares), alguien elegido por los afectados, etc. Antes del matri-
monio casi siempre se consulta al adivino.
Hay ritos religiosos que se realizan en la familia o en «casa» por la
madre (sobre todo en las sociedades matrilineales todavía existentes)
y generalmente por el padre en función del sacerdocio natural. Pues
el padre representa a todos los miembros vivos o muertos (antepasa-
dos) de la familia; es el transmisor de la vida y de los medios necesa-
rios para la subsistencia, así como el que la vincula con el primer an-
tepasado y con la divinidad. Algo similar puede decirse del jefe de la
tribu respecto de la colectividad, así como de todos los antepasados y
de sus espíritus. Los butawa llaman «padre de la nación» al sumo sa-
cerdote, «madre de la nación» a la suma sacerdotisa. Ciertamente el
sacerdote o sacerdotisa es la persona intermediaria entre la divinidad
y los miembros de la tribu en cuanto individuos y en cuanto colecti-
vidad clánica o tribal sin que haya una diferencia clara entre lo reli-
gioso y lo no religioso. En varios casos la misma persona es a la vez
sacerdote y rey o al revés (entre los rukuba, etc.). A veces el jefe polí-
tico nombra a los sacerdotes, al menos al principal de ellos.
A veces el sacerdote hace de médium, también de adivino, que
son otros dos modos de mediar entre la divinidad, sobre todo entre
los espíritus, y los hombres. Es lo propio del animismo (> anima),
según el cual todos los seres (animales, ríos, montañas, etc.) están
dotados de «alma» por su misma constitución, aunque de ordinario
EL SACERDOCIO EN LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS 163
b) Los chamanes
El chamán es la persona que, tras experimentar una llamada re-
ligiosa y pasar un periodo de iniciación o aprendizaje «profesional»,
actúa como intermediario entre los espíritus benéficos o maléficos
y su grupo, generalmente étnico (clan, tribu). El chamán es capaz
de una serie de poderes y actividades llamativos, por ejemplo: la caí-
da en trance extático, el dominio del fuego, la comunicación con
los espíritus benéficos o maléficos en los viajes astrales de su alma,
etc. Gracias a ellos puede perjudicar, de ordinario beneficiar, a sus
conciudadanos mediante la curación de las enfermedades, la pre-
dicción del porvenir, etc. El chamanismo ha estado muy activo en
las regiones árticas, ya desde la antigüedad. Algunas de sus manifes-
taciones se han dado en la Pitia (Delfos), en Mahoma, etc. Actual-
mente sigue vigente en varios pueblos indígenas americanos, sobre
todo en Méjico.
Los chamanes pueden ser catalogados entre los sacerdotes. Pero
forman como una especie especial dentro del sacerdocio. Pues un
chamán, que ha perdido sus capacidades específicas (alteración de la
conciencia, trance, etc.) deja de ser chamán o, al menos, su tribu no
lo considera como tal y se elige otro. Al chamán le compete más la
función oracular, «profética», que la sacrificial. Entre los saoras el
chamán, tal vez en funciones de sumo sacerdote, escoge a los sacer-
dotes ordinarios. En cambio, los hechiceros o brujos deben quedar
descartados del sacerdocio, si se mueven sólo en el plano mágico, o de
las técnicas de ritos eficaces automáticamente o por sí mismos. Ho-
mero (Iliada, 1, 62) pone en el mismo nivel «al adivino, al sacerdote
y al intérprete de sueños».
19. CICER Verres 4, 99; LACT Diuin. Inst 1, 22, 80, inscripciones y pinturas de la
tumba de Vibia, esposa de un sacerdote, etc. (misterios de Ceres, de la Magna Mater, de
Sabacio, etc.).
20. Es el ritual vigente en el templo del dios Asclepio en Epidauro (Grecia) en el s. II-III
d.C. tal como esta descrito en LSS = Lois sacrées des cités grecques. Supplement, Paris 1962,
reglamento n. 25.
EL SACERDOCIO EN LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS 169
25. AESCHN Orat 3, 18; SIG 589; CIG 2166; CICER Font 48.
172 MANUEL GUERRA GÓMEZ
c) Su colegialidad
La colegialidad está clavada en el origen patriarcal de este sacer-
docio. Al principio el jefe y sacerdote natural fue el paterfamilias. Al
multiplicarse las familias descendientes del mismo antepasado, a la
patriarcalidad se añadió la colegialidad de los jefes/sacerdotes de las
c) La organización de su sacerdocio
La red de los templos egipcios y su sacerdocio no formaba una pi-
rámide, cuya base ocupara todo el territorio egipcio y toda la vida re-
ligiosa de sus habitantes. Cuando Heródoto visitó el país del Nilo en
el s. IV a.C. comprobó que «no todos los egipcios veneran de modo
uniforme a los mismos dioses, exceptuados Isis y Osiris..., a los cuales
veneran todos» (Hist 2, 42, 2), si bien carecieron de esta su condición
de «dioses nacionales» en periodos anteriores de la historia egipcia.
Bajo los Ptolomeos los templos tienen un director único, que se
llama «director (epistátes = “sobre-estante”) y sumo sacerdote»30. En
algún templo, por ejemplo: en el de Amón (Tebas) recibe el nombre
de «sumo profeta». Como consejo suyo aparece un colegio sacerdo-
tal, cuyos miembros se llaman «sacerdotes presbýteroi»31 o «ancianos»,
aunque ya es un título despojado de la connotación de edad. De
ellos no se conoce mención alguna en el periodo siguiente.
Después de la municipalización oficial es también monárquica la
presidencia de los templos. Figura al frente de los mismos el «sumo
sacerdote», elegido anualmente, no por el gobierno supremo como
en tiempo de los lágidas, sino por el «Consejo» (Boulé) de la ciudad
o aldea a la que pertenecía el templo.
En cambio, durante el segundo periodo la dirección y adminis-
tración de los templos compete a un colegio sacerdotal. En todos los
documentos este consejo director es designado por términos en plural.
Sus miembros reciben el nombre de «sacerdotes presbýteros», «pres-
býteros de los sacerdotes», en contadas ocasiones: «directores (hego-
úmenoi) de los sacerdotes»32; rarísimamente «los presidentes (prostâtai)»33.
Los testimonios conservados del colegio director de los templos se
extienden desde la segunda década del siglo primero después de
Cristo hasta el año 22134.
Al necesitar Octavio Augusto ingresos más copiosos, impone a
cada localidad el cultivo de la tierra de segunda calidad y adopta va-
8. En el hinduismo
9. El budismo
10. El islamismo
37. B. DE SAHAGÚN, Historia general de las cosas de la Nueva España, libro 6, cap. 31, n. 3.
EL SACERDOCIO EN LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS 187
tiene dos sacerdocios, a saber, el aarónico (Aarón, AT), del cual par-
ticipan los que desempeñan el oficio de obispo, presbítero, maestro,
diácono, y el de Melquisedec que comprende los oficios de élder (las
parejas de jóvenes que recorren nuestras ciudades), sumo sacerdote,
patriarca, y apóstol. En las sectas satánicas y luciféricas antes se re-
quería que hubiera un sacerdote o ex-sacerdote válidamente ordena-
do que celebrara la «misa negra» y la «roja». Ahora es preferible,
pero, si no lo hay, basta tener sagradas hostias realmente consagra-
das. En el vudú los sacerdotes se llaman houngan y las sacerdotisas
mambos, Como el protestantismo mismo, las sectas de origen e im-
pronta protestante suelen negar el sacerdocio ministerial.
CAPÍTULO VIII
EL SACERDOCIO FEMENINO1
1. En la Grecia arcaica
3. El inicio de las guerras de Numancia (España) en el 153 a.C. obligó a adelantar las
elecciones anuales de los cónsules al uno de enero, día del Año Nuevo desde ese año, por-
que el comienzo del año estaba vinculado a los cónsules, de los cuales tomaba el nombre
cada año.
4. PLVT Numa 10, etc.
5. PROPERC 5, 8, 3, etc.
196 MANUEL GUERRA GÓMEZ
6. PERS Sat 5, 145; SERV In Aen 6, 661; HIERON Adu. Iouin 1, 49 PL 23, 282, etc.
7. PAVS 6, 20, 2s.
8. DIOD. SICVL 16, 24, 6.
EL SACERDOCIO FEMENINO 197
blos primitivos todavía existentes de África (los ewe, los taschi, etc.),
Borneo (los dayak), zona occidental de Méjico (los tahu), al menos
hasta 1950 en la India, etc. Son sacerdotisas de Afrodita o de diosas
similares: Ininna, Istar, Astarté, Anâhitâ; también de alguna diosa
Madre aunque mucho menos testimoniadas.
Entre los ngadju-dayak de Indonesia las sacerdotisas (balian)
practican la prostitución sagrada; los sacerdotes (basir) la homosexua-
lidad. Más aún, esta junto con la impotencia sexual y el hermafrodi-
tismo son las señales de vocación sacerdotal. En otras tribus indone-
sias (los bare-toradjas, los bughis, los Macasar en las islas Célebes) el
sacerdocio es ejercido por sacerdotisas o por hombres vestidos de
mujer, cuyo sobrenombres es «madre», «tía». En muchos se sienten lla-
mados al sacerdocio en sueños. Luego suelen dejar a los jefes de la
tribu o del poblado la realización de los sacrificios mientras los sa-
cerdotes y sacerdotisas (los llamados datu entre los toba-batak, ere de
los niasiens, así como, en las regiones centrales de Borneo, los da-
jung de los kenya-kayan-bahaus, las bobohizan entre los dusun, etc.)
se reservan las funciones de curanderos, las de adivinos y las de cha-
manes que se ponen en comunicación con los espíritus de los ante-
pasados en trance personal o por medio de una médium.
En China había sacerdotisas, por ej. las diez encargadas del culto en
los dos grandes templos (en Shen-si y Ho-nan) del Río Amarillo, vene-
rado como «Conde de los ríos». Desde siempre ha habido mujeres de
innegable paralelismo con los chamanes por sus trances y funciones. Se
llamaban ling = «traedoras de la lluvia» y wu = «chamanas». Uno de los
títulos honoríficos de la emperatriz hasta la instauración de la Repúbli-
ca en la segunda década del s. XX era «Madre de las chamanas».
Sacerdotisas, aunque no sacrificadoras, eran las incaicas «Vírgenes
del Sol» (p. 188). En el Templo Mayor azteca de Méjico había mujeres
29. HIPP Philosoph 7, 38, 2 GCS 26, 224; TERVL Praescr. haer 6, 6; 30, 6 CCL 1,
191, 211, AVGVST Har, anejo al n. 24.
30. IREN Adu. Haer 1, 13, 2, etc., SC 264, 190-192.
31. IREN Adu. haer 1, 13, 2 SC 264, 190-192s.; etc.
32. EPIPHAN Haer 70 y 78-79 GCS 37, 473, 476-85.
204 MANUEL GUERRA GÓMEZ
b) «Trapezophoroûsa» y «trapezophóros»
Son dos palabras griegas que significan lo mismo, pues la trape-
zophóros era «la sacerdotisa» auxiliar, «encargada de preparar todo lo
que necesitaba una sacerdotisa»41. Se diferencian en que, de ordina-
rio, el participio (trapezophoroûsa) designa al agente ocasional, cir-
cunstancial, o sea, a quien pone una acción verbal más o menos es-
porádicamente o que, si lo hace con relativa frecuencia o de modo
permanente, no lo hace por oficio o profesión. En cambio, el nom-
bre de agente trapezophóros expresa una profesión u oficio perma-
nente. Por tanto, la Virgen no es una sacerdotisa profesional como
los miembros de cualquier sacerdocio. Claro que este matiz diferen-
ciador queda bastante diluido por el hecho de que, en este texto, el
participio explica el alcance del término «sacerdote», que acaba de
ser aplicado a la mujer trapezophoroûsa: la Virgen María y porque
dice que lo es por su condición de Madre de Jesucristo, realidad per-
manente desde un momento concreto, el de la concepción de su
hijo. La madre biológica de alguien lo es para siempre, al menos en
ese plano.
42. Sintagma presente reiteradamente en la promesa de la Eucaristía (Jn 6, 31, 32, 33,
41, 50 y 51).
43. Ideas presentes también en el relato de la institución de la Eucaristía (Lc 22, 19;
1Cor 11, 24, etc.) y en la consagración de la Misa.
212 MANUEL GUERRA GÓMEZ
50. Rom 12, 1s.; 15, 16; Flp 2, 17; 1Pe 2, 5, etc.
EL SACERDOCIO FEMENINO 215
51. Metáfora atribuida a san Bernardo si bien no se encuentra expressis uerbis en sus
obras. Figura así en san Roberto Belarmino, Sermo 42. Se ha atribuido a san Jerónimo (S.
Alfonso María de Ligorio, Glorias de María, cap V, párrafo 1, n. 7, etc). Pero la frase In
Christo fuit plenitudo gratiae sicut in Capite influente, in María sicut in collo transfundente
no pertenece a ningún Padre de la Iglesia ni a escritor cristiano de los primeros siglos en los
documentos conocidos y editados. El CETEDOC Library of christian Latin Text (Brepols,
Turnhout 1994) permite afirmarlo.
52. ORIG In Ioan 1, 4 SC 120, 70.
53. Lc 2, 16; Mt 2, 11, etc.
216 MANUEL GUERRA GÓMEZ
1. M. GUERRA, El laicado masculino y femenino (en los primeros siglos de la Iglesia), EUN-
SA, Pamplona 1987, 259-280 (todas las mujeres, especialmente las paganas), 281-287 (las
cristianas); El sacerdocio femenino (en las religiones greco-romanas y en el cristianismo de los
primeros siglos), Seminario Diocesano, Toledo 1987, 387-44; Las religiones y la medicina en
la antigüedad griega, «Jano» 29 (1985) 197-205; Religión, ética y medicina en la antigüedad
griega, «Jano» 30 (1986) 1031-1045; La antropología sexual en la antigüedad griega. La se-
xualidad y el amor como «koinonía», en AA.VV., La masculinidad y la feminidad en el mun-
do de la Biblia, EUNSA, Pamplona 1989, 287-421; Un misterio de amor. Solteros, ¿por qué?,
EUNSA, 2002.
218 MANUEL GUERRA GÓMEZ
2. Así lo hace Cándida Martínez López, Las mujeres en el mundo antiguo, en AA.VV., La
mujer en la historia y en la cultura..., cit., 46-47.
LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA 219
3. STRAB Geograph 3, 4, 18-165: «Entre los cántabros los hombres dotan a las mujeres;
las hijas heredan y dan mujer a sus hermanos. Pues hay cierta ginecocracia. Esto no es muy
civilizado...».
4. Aristófanes (Fragm 318 k) habla de una mujer a la que se le olvida comprar comida
para su familia por participar en una fiesta en casa de una amiga.
220 MANUEL GUERRA GÓMEZ
c) La mujer romana
Algo similar, aunque no tan acentuado, puede afirmarse de las
mujeres romanas durante la República en su primer periodo, el más
austero y rígido (s. V-II a.C.). La matrona romana trabajaba en casa
hilando y tejiendo con sus esclavas7, administrando la casa y educan-
do a sus hijos8. Un ciudadano podía dar libelo de repudio a su mu-
jer si la veía con la cabeza descubierta por la calle9 como si fuera sol-
tera, o si asistía a algún espectáculo sin la autorización de su esposo
(ibid., 6, 2, 10-12). El día de la boda se ponía el velo de color rojo,
10. PLIN Nat. hist 14, 89s.; POL Hist 6, 11, 14; PLVT Quaest. rom 6.
11. VAL. MAX 9, 1, 3.
12. VAL. MAX 9, 1, 3.
13. PLVT Cato Maior, 8.4. En ibid., la misma idea y parecidas palabras dichas por el
ateniense Temistocles (s. VI-V a.C.), algo repetido en todos los tiempos: «en casa manda la
mujer».
222 MANUEL GUERRA GÓMEZ
da salga de casa para visitar a sus amistades, para llevar el hijo a la es-
cuela, para ir de compras a los comercios, a las zapaterías, etc., o para
visitar los templos con fines no solo religiosos, también simplemen-
te turísticos y artísticos15. Plutarco habla de mujeres que acudían al
estudio de los artistas (Cimo 4). Meandro, en el Misántropo (cap. V),
describe la opulencia de Calípida absorta en sus cultos supersticiosos
y pendiente del buen yantar de sus invitados. La mujer disfruta ya o
puede disfrutar de una cierta, a veces total, autonomía económica,
incluso en plano de igualdad con su esposo si está casada16. Intervie-
nen en la agricultura y en los trabajos cotidianos para mantener y
promover la economía familiar. Basta leer autores de épocas tan dis-
pares como Jenofonte, Catón, Columela, etc., para comprobar cómo
preparan y reparan los instrumentos de trabajo, así como los reci-
pientes para la conservación de los frutos, vino, aceite, etc.; fabrican
el vino y el aceite, etc. Intervienen también en el comercio. De ahí
que los Estados (aunque entonces no los había en el sentido actual
de este término) tengan en cuenta las propiedades y bienes de las
mujeres, por ejemplo: a la hora de determinar los impuestos con
ocasión de la guerra aquea (a. 146 a.C.)17. La mujer rica se convierte
casi en tópico literario en el periodo helenístico. Lógicamente este
fenómeno se realiza en todos los sectores de la vida social.
La participación de la mujer en la calle, en los espectáculos, en
los banquetes, en los ejercicios deportivos, retóricos, filosóficos y en
todas las manifestaciones de la vida social, más que a la adquisición
de la plenitud de los derechos humanos de acuerdo con su condi-
ción femenina, tendió a la masculinización de las mujeres o, más
suavemente, a la consecución de los mismos derechos que antes te-
nían sólo los hombres y al olvido de otros más suyos (la maternidad,
el cuidado de sus hijos, el trabajo en casa, etc.). Por eso no es extra-
ño que algunas impusieran, como norma de convivencia, la plena
autonomía e igualdad, el «cada uno viva su vida». En el supuesto de
que su esposo se resistiera, exclamaba: Homo sum = «soy hombre, un ser
humano» como tú y si «tú haces lo que quieres», también yo «aun-
que antes fuera de otro modo, y yo misma, al casarnos, prometiera
otra cosa»18. No obstante, la mayoría no olvidaba la coquetería fe-
menina, según se verá.
15. ARISTOPH Thesmoph 279, 457, 821; HEROND I, III, IV, VI, VII y IX (s. III a.C.);
THEOCR Idyl 15 (íntegro), etc.
16. P. Clef 1; P. Giss 1, 1, 2, etc.
17. POL Hist. 39, 8, 6.
18. IVVEN Sat 6, 281-284.
LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA 225
2. En lo jurídico y en lo económico
21. CIL 2, 1956. Fabia Restituta ofrece un banquete a los decuriones, etc., 20 denarios
prácticamente a cada habitante del municipio de Nescania en la Bética, así como 10 dena-
rios a cada uno de los servi stationarii (siervos encargados de la vigilancia, guardias) (CIL 2,
2011). Cf. también CIL 2, 964, 1471, etc.
22. J. DEL HOYO CALLEJA, La mujer hispanorromana de la época imperial. Revisión de su
papel en AA.VV., La mujer en el mundo antiguo..., cit., p. 243.
LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA 227
3. En la cultura
presidiera una mujer, sino que lo hacía «poco después de haberse in-
corporado» a la escuela como discípula. Las mujeres pertenecen tam-
bién a la escuela estoica33. Se habla bastante de una mujer hermosa,
rica, aristócrata por familia, que abandonó su ciudad y sus bienes
para casarse con el filósofo cínico Crates, escuela a la que ella perte-
nece34.
Cuando Pitágoras relató su descenso al Hades, los oyentes que-
daron tan impresionados que lo consideraron «algo divino, hasta el
extremo de que le enviaron a sus esposas para que aprendieran algo
de lo que él sabía. Ellas recibieron el nombre de “pitagóricas”»35. Al
margen del motivo (creído o no por Pitágoras, inventado o no tras
su muerte), parece ser verdad la existencia de «pitagóricas» por la in-
tegración de la mujer en las escuelas filosóficas, así como por la
aceptación de Pitágoras y de sus enseñanzas en Crotona tras haber
hablado por separado a personas de todas las edades y sexo. Por ello
«ganó muchos discípulos de esa ciudad, no solo hombres, sino tam-
bién mujeres. Teano, el nombre de una de ellas, se hizo célebre»36.
Las mujeres, no menos que los hombres, se dejan llevar por la
moda en su manera de vestir, de hablar y de obrar. Incluso en la ca-
pital del Imperio una mujer —una romana— cree no estar a la altu-
ra de las circunstancias si carece de un cierto aire griego e incluso si
no habla el idioma de Sócrates con el deje y la entonación caracterís-
ticos precisamente de los atenienses. Las mujeres no nacidas en Gre-
cia, también las romanas, expresan en griego sus temores, sus enfados,
sus alegrías y sus más secretas pasiones. Y eso no solo las aristócratas
y las señoras aparentemente cultas, respetables37, también las prosti-
tutas incapaces de decir «vida mía, alma mía, miel mía» si no es en
griego38.
En Roma prefirieron siempre el circo (con 150.000 plazas en el
s. I a.C.; 385.000 en el IV d.C.) y los anfiteatros, especialmente el
Coliseo (50.000 plazas). No pocos espectáculos, aunque fueran bru-
tales y sanguinarios, eran presididos por el emperador y por unas
mujeres, las sacerdotisas y vírgenes Vestales. No se prohibió que las
mujeres lucharan como gladiadoras hasta el año 200. Es sabido que,
33. MVSON, 34 —Hense—; SENEC Helu 16, 6s.; SVF 3, 254, etc.
34. DIOG. LAERT 6, 96-98.
35. DIOG. LAERT 8, 41. Jámblico, contemporáneo del emperador Constantino, co-
noce a 17 destacadas pitagóricas (Vita Pyth 36).
36. H. DIELS, Die Fragmente der Vorsokratiker, 14, 8a; DICEARC Fragm 33;
PORPHYR Vita Pith 18-19.
37. IVVEN Sat 6, 185s.; 3, 110-112.
38. MART Epigr 10, 68. Pone en griego las palabras entrecomilladas.
230 MANUEL GUERRA GÓMEZ
57. Cf. MACURD, G.H., The political activities and the name of Cratesipolis, «American
Journal of Philology» 50 (1929) 273s.
58. Por ejemplo: PETL, G., Inschriften von Smyrna (Bonn 1982), n. 386, donde «Mar.
Claudia Juliana, suma sacerdotisa» y «su esposo Aurelio Zenón» son llamados «asiarcas»;
CIG 3324, etc.
59. POL Hist 21, 5, 4.
60. TAC Annales 3, 36, 3s.; MART Epigram 5, 17, 3, etc.
61. TAC Annales 3, 36, 3s.; MART Epigram 5, 17, 3, etc.
62. Hist. august 4 (Elagabalus).
63. EVTROP 1, 320s.
64. TAC Annales 15, 48, 7.
65. THVC 3, 74; PLVT Pyrrh 26-29. Tucídides (2, 4, 2: Platea; 3, 74, 7: Corcira) la
considera «marginal o no adecuada a (pará) la naturaleza».
66. Instit. Cyr 4, 3, 1; 5, 1, 1.
234 MANUEL GUERRA GÓMEZ
6. La mujer en la familia
a) Libertad de movimientos
Antes de la época helenística, la esposa era la ama de casa, dedi-
cada, en la oscuridad del gineceo, a tratar de encarnar el ideal pro-
puesto para ella por Pericles (s. V a.C.), a saber, que «los hombres
hablaran de ella lo menos posible, ni para bien ni para mal»69. El dis-
curso Contra Neera, falsamente atribuido a Demóstenes define la ra-
zón de ser de las tres clases de mujeres griegas: «Tenemos heteras70
para el placer, concubinas para el cuidado diario del cuerpo, esposas
para tener hijos y un guardián fiel de la casa»71.
Pero, a partir del helenismo la esposa ya no se halla recluida en
su gineceo, cerrado a piedra y adobe, recinto reservado antes para la
esposa legítima y para las hijas; también para los hijos, pero solo los
menores de 12 años. Ahora puede salir de casa sola o acompañada
por cualquier motivo y hasta pretexto. Aunque el esposo se ausente
de la casa y de la ciudad por las más variadas finalidades: participa-
ción en la política y en los gimnasios, negocios, festejos, expedicio-
nes colosales, guerras, etc., la mujer tiene mil pretextos para no su-
cumbir a la soledad de esposa, cuyo marido está ausente. De ahí la
67. TAC Annales 1, 64, 4; 2, 55, 6; 12, 37; Hist 3, 33, 2; 69, 3; 77, 3, etc.
68. ALEXANDER APHRODIS, Fragm 10 —Edm—; DIOG. 3, 52, 2 a 55, 4, etc.
69. THUC 2, 45, 2.
70. «Hetera» (trascripción de gr. hetaíra) etimológicamente significa «compañera, ami-
ga». De hecho tiene el significado que, a veces, posee en latín amica, así como su derivada
y correspondiente castellana «amiga», o sea, «querida, cortesana», pero de cierto nivel cul-
tural y social, superior tanto al de las concubinas y prostitutas como al de las esposas legíti-
mas en la Grecia de este tiempo.
71. Ps-DEMOSTH Adu. Neer 59, 122; cf. también XENOPH Oeconom 7, 11.
LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA 235
g) La «koinonía» conyugal
89. P. Oxyr 3, 523; AEL. ARIST Orat 8 —Dindorf 193s.—; PLAT Symp 188b, etc.
90. Musonio en Estobeo 4, 67, 20, p. 500; Hierocles en Estobeo 4, 69, 21 y 24, pp.
502, 505 y 506, etc.
91. Así lo dicen prácticamente todos los autores de esta época: Musonio, Hierocles, Plu-
tarco, Ps-Luciano, Antípatro, etc.
92. Jenfonte en Estobeo 4, 63, 32 p. 444.
93. MEN Perikeiroméne vs. 435-437; Arbitr vs. 842-844, etc.; Hierocles en Estobeo 4,
69, 24, p. 506; Musonio en Estobeo 4, 69, 90, pp. 530s.; Gayo, neoplatónico del s. II
d.C., en Estobeo 4, 67, 18 p. 497, etc.
94. En Estobeo 4, 69, 61 p. 590, etc.
95. PLVT Praec. Coni 20, 140e; 34, 143ª, etc.
96. PLVT Praec. Coni 42, 144b; Phoin 336-337, etc.
97. PLVT Praec. Coni 34, 143a.
98. Ibid., Prol. —138c—.
LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA 243
nación eterna» (1, 2, 10-12). Las cristianas, que desempeñan una pro-
fesión laboral, intelectual o manual, no dependían de nadie para te-
ner lo necesario para su sustento y demás necesidades personales. En
el círculo jeronimiano predominan las mujeres de la aristocracia. Su
autosuficiencia económica les permitía dedicarse a la lectura y a su
formación intelectual. San Jerónimo alaba varias veces el ingenio in-
telectual de las mujeres, remitentes y destinatarias de las cartas inte-
gradoras de su corpus epistolar. Elogia asimismo la «predisposición»
de las mujeres a hablar griego sin acento o tonillo latino y su cono-
cimiento del hebreo en orden a la interpretación de la Sagrada Escri-
tura. Claro que entonces era más rara que ahora la independencia de
las hijas respecto de su familia.
101. 1Cor 7, 20 (Cf. TA 16 SC 11, 70-72 varias profesiones, cuyo ejercicio estaba pro-
hibido a los cristianos, por ejemplo: el sacerdocio de los ídolos o en las religiones no cristia-
nas, el ser gladiadores, hacedores de los ídolos, etc.).
LA SITUACIÓN DE LA MUJER EN LOS PRIMEROS SIGLOS DE LA IGLESIA 245
a) El divorcio
La coherencia cristiana explica que, en los epitafios cristianos, no
figuren casos de bautizados divorciados a pesar de la actualidad del di-
vorcio entre los paganos de los primeros siglos de la Iglesia. Claro que
sería anómalo que se presumiera de lo contrario a la fidelidad conyu-
gal e indisolubilidad del matrimonio, atestiguando su condición de
divorciada en los epitafios de las mujeres cristianas. Y eso aunque
pudo haber cristianas divorciadas y probablemente hubo algunos ca-
sos como hubo también cristianas lapsae = «caídas» o apóstatas de su
fe cristiana. En los primeros siglos, como siempre, hubo cristianos y
cristianas pecadores. El trigo y la cizaña, los peces grandes y los dimi-
nutos, etc., coexistirán hasta el final de los tiempos según la enseñan-
za del Señor en las parábolas evangélicas. Por lo que hace a la penínsu-
la ibérica, los cánones de los concilios de Elvira/Granada (a. 300),
Zaragoza (a. 380), y los de Toledo (a. 400s.), etc., ofrecen un mues-
trario de divorcios, adulterios, incestos, etc., y sus penas canónicas.
109. Este texto de la obra perdida de Galeno: De sententiís politiae platonicae, comenta-
rio de la Respublica de Platón, se ha conservado gracias a un autor musulmán.
248 MANUEL GUERRA GÓMEZ
1. M. GUERRA, Historia de las Religiones, BAC, Madrid 1999; 93-144, 335-347; La ser-
piente, epifanía y encarnación de la suprema divinidad telúrico-mistérica, en «Burgense» 7
(1966) 9-71; Interpretación religiosa del arte rupestre, Facultad de Teología, Burgos 1984; Yahvís-
mo, religiones nacionales y religiosidad telúrico-mistérica, en «Burgense» 8 (1966) 9-82; La na-
rración del pecado original, un mito etiológico y parenético, «Burgense» 8 (1967) 9-64; La tra-
ducción de los textos litúrgicos. Algunas consideraciones filológico-teológicas, Toledo 1990;
Simbología románica. El cristianismo y otras religiones en el arte románico, Fundación Universi-
taria Española, Madrid 31993; Diccionario enciclopédico de las sectas, BAC, Madrid 32001; La
filosofía como religión. La filosofía como «testamento» de Dios con los paganos como el Antiguo
Testamento con los judíos, en E. REINHARDT (dir.), Tempus implendi promissa. Homenaje al
prof. Dr. Domingo Ramos-Lissón, EUNSA, Pamplona 2000, pp. 237-270.
250 MANUEL GUERRA GÓMEZ
adeptos, cada una para los suyos, como el hebraísmo lo era para los
judíos y las mistéricas para los iniciados en cada uno de los misterios.
El cristianismo, en cambio, se presenta como religión universal y
la religión verdadera para todos los hombres de todos los tiempos.
Ya en la última década del s. II, Minucio Félix2 considera «la religión
verdadera (uera religio)» a «la nuestra (religio nostra)», la cristiana, con-
traponiéndola a la pagana, la de Roma, indirectamente también a las
mistéricas, pues el diálogo sobre la religión verdadera, argumento
del libro, se inicia cuando el pagano Cecilio lanzó un beso a una es-
tatua del dios Serapis mientras caminaba con sus dos amigos cristia-
nos: Octavio y Minucio Félix, abogados como él, desde Roma hasta
el mar en Ostia. Por los mismos años Tertuliano opone «la religión
romana» a «la religión verdadera del Dios verdadero3 (uera religio
ueri Dei)». La obra representativa en esta cuestión es el tratado De uera
religione, o «Sobre la religión verdadera», escrito por san Agustín en el
año 390, modelo de no pocos tratados posteriores.
En español, como en casi todos los idiomas, no siempre es indife-
rente la colocación del adjetivo respecto del substantivo. No es lo mis-
mo decir «hombre pobre» (sin recursos económicos) que «pobre
hombre» (sin personalidad). Cuando se habla de «verdadera religión,
amistad, etc.», se afirma que es auténticamente tal, o sea, que en ella
se dan las notas definitorias de religión, amistad, etc. No es una acti-
tud auténticamente religiosa ni «verdadera religión», por ejemplo: la
magia, la idolatría, la superstición; a lo más, son algo pseudo-religioso
y pseudo-religión. Es la cuestión planteada en serio respecto de algu-
nas sectas sobre si son o no «religión», a veces por ellas mismas con vi-
sión táctica. Obsérvese que curiosamente ocurre al revés en latín,
como lo muestran ya los textos transcritos con uera, ueri antes del
substantivo, dato no siempre tenido en cuenta en las traducciones.
La cuestión de si existe «la religión verdadera» y, en el supuesto
afirmativo, la determinación de cuál es se mueve en el plano ontoló-
gico de la realidad/verdad de las cosas, de la religión en este caso, al
margen de la bondad, santidad, de sus miembros. Puede darse un
comportamiento moralmente malo en miembros de «verdaderas re-
ligiones» y de la «religión verdadera», así como experiencias auténti-
camente religiosas en pocos o muchos individuos aunque su religión
no sea «la verdadera». No es este el momento de dilucidar si existe
«la religión verdadera». Pero puede y debe indicarse la necesidad de
7. Una de las dos razones de su condena, tal como figura en su acusación (PLAT Apo-
log 24b).
8. LIV 39, 14, 7-9.
9. Texto en CIL 1, 2, 185 del año 185.
10. LIV 39, 17, 5-7.
EL CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS DE LOS PRIMEROS SIGLOS 253
11. GREG. MAGN., Registrum 11, 56 CCL 140A, 961, carta del 10 de julio del año 601.
EL CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS DE LOS PRIMEROS SIGLOS 255
1. La asimilación de lo no cristiano
Es la primera posibilidad y, de ordinario, la primera opción, cuan-
do una persona física —un individuo— o moral —una institución—
es joven y está sana.
16. De uiris illust 12 PL 23, 851; cf. Adu. Iouinian 2, 49 PL 23, 318.
17. PRVD Contra Symm 1, 648 CCL 126, 208.
258 MANUEL GUERRA GÓMEZ
18. HOM Iliad 3, 319; 15, 371; HORAC Od 3, 25, 1; VERG Aen 2, 688; 3, 176; LIV
26, 9, 7, etc.
19. Orat 14;17; 29 PL 1, 1273, 1278 y 1304, etc.
260 MANUEL GUERRA GÓMEZ
24. Extracto del relato de uno de los participantes, Zacarías el Retórico, entonces estu-
diante en la Universidad de Alejandría, que lo escribió entre los años 511-518 (PO 2, 19-33).
25. ZOSIM Hist. noua 4, 37. (s. V d.C.)
26. LIBANIVS Pro templis 31 (s. IV).
27. SOCR Hist. eccl 5, 16 PG 67, 604.
28. SOCR Hist. eccl 5, 16; 7, 15 PG 67, 604-605, 768-769.
264 MANUEL GUERRA GÓMEZ
36. Cf. las Sancti Theodori Acta de Augarus, poco posteriores a su muerte en J. BOLAN-
DO,Acta Sanctorum, 4, 28-36; en 4, 32 las palabras latinas tránscritas.
EL CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS DE LOS PRIMEROS SIGLOS 269
45. SOCR Hist. eccl 3, 13, 7 PG 67, 412s.; JOAN MONACH. RHODIVS Passio Ar-
temii, 2 PG 96, 1253.
46. GREG. NAZ Oratio 4, 74 y 76 PG 35, 600, 601.
47. AVGVST In Ioan 7, 6 PL 36, 70.
48. O sea, Perséfone/Proserpina en el mundo de los muertos (misterios eleusinos), Sele-
ne/Luna en el cielo y Ártemis/Diana en la tierra.
49. CIL 6, 510.
274 MANUEL GUERRA GÓMEZ
50. Cf. la descripción más completa en PRVD Perist 10, 1009-1050 CCL 126, 365-366.
EL CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS DE LOS PRIMEROS SIGLOS 275
51. Tral 9, 1-2; Smyrn 1, 1-2; 3, 1-3, etc., SC 10, 100, 133-134.
276 MANUEL GUERRA GÓMEZ
d) El esoterismo mistérico
Los ritos expresivos de la unión del joven dios con la diosa supre-
ma, así como del iniciando con ellos, a veces estaban marcados por
cierto grado de cruda sexualidad. De ahí que se prestaran a malenten-
didos e incluso a escándalos peligrosos (recuérdese el llamado «escán-
dalo de las Bacanales», provocado por el choque de los ritos báquicos
con la gravedad romana), si eran conocidos y divulgados fuera de su
«celebración» o contexto doctrinal y ritual. De ahí que el arcano sea
connatural a las religiones mistéricas con el agravante de que su viola-
ción estaba castigada con la confiscación de los bienes y la pena de
muerte del infractor. Fue tan eficaz que no se conoce ningún caso de
profanación abierta. El sobrino de Pericles, Alcibíades, jefe de la ar-
mada ateniense, fue acusado de «haber remedado los misterios, reve-
lándoselos a sus amigos», pero «en estado de embriaguez». No obstan-
te, fueron confiscados sus bienes y se libró de la muerte porque se
pasó al enemigo. Sus amigos fueron ejecutados52. Su realidad y efica-
cia explican que «misterio» se convirtiera en sinónimo de «oculto,
misterioso, desconocido» e incluso «incognoscible». En nuestros días
nadie se acuerda de su significado originario ni del parentesco etimo-
lógico de «misterio, mistérico» y «mística, místico». El esoterismo y la
pena de muerte son responsables de la escasez de testimonios y de
nuestro desconocimiento de lo esencial y también de lo accesorio de
los distintos misterios y de sus ritos.
En cambio, el evangelio es el anuncio de la «excelente noticia»,
lanzada a todos los vientos y personas. «Lo que os digo a escondi-
das, decidlo a la luz pública; lo que oís al oído, proclamadlo sobre
las terrazas» (Mt 10, 27, et par.), o sea, debe anunciarse en alta voz
a todos lo dicho en coloquios reservados. Y san Pablo: «el misterio
escondido desde siempre, manifestado ahora a sus consagrados (los
cristianos), a los que Dios ha querido manifestar la riqueza glorio-
sa de este misterio entre (para) los paganos (misterio), que es Cris-
to en vosotros, la esperanza de la gloria, anunciado a todos los
hombres por nosotros» (Col 1, 26-27). Así fue al principio. Sólo a
finales del s. II, según otros a partir del s. III, entró en vigor la ley
del arcano en la Iglesia. Sólo entonces y en los s. IV-V los escrito-
55. Por ejemplo, Tito Livio, muerto el año 17 d.C. llama sacramentum (39, 15, 14,
etc.), a veces sacra, también sacrarium (de donde se deriva la palabra «sagrario») a los miste-
rios dionisiacos (Bacanales de Roma).
EL CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS DE LOS PRIMEROS SIGLOS 281
61. Cf. IREN Adu. haer 1, 21, 5 SC 264, 305-306 la contraseña según los gnósticos:
«Soy hijo procedente del Padre supraexistente... Vengo a ver lo que me es propio... y re-
greso allá de donde vine». El espíritu del gnóstico muerto usa la misma contraseña casi
con las mismas palabras en la Primera Apocalipsis de Santiago (3, 33, 11-24; 3, 34, 1-20;
NH V, 3). Y en la Apocalipsis de Pablo (23, 1-24, 1; NH V, 2), gnóstica, «el Espíritu ha-
bló a Pablo diciendo: “Dale la señal que tienes y te abrirá”. Entonces le di la señal. Volvió
su rostro (el Anciano, el Dios del AT, pero despojado de su condición de Dios único, re-
bajado a la categoría de Demiurgo) abajo hacia la creación (el mundo material) y los que
son sus propias potestades, y entonces se abrió el séptimo cielo y subí a la ogdoada (i. e.
al Pleroma)».
284 MANUEL GUERRA GÓMEZ
62. Los porcentajes están tomados de J. ALVAR, La mujer y los cultos mistéricos. Margina-
ción e integración, en AA.VV., Roles sexuales..., Ediciones Clásicas, Madrid 1994, 78.
286 MANUEL GUERRA GÓMEZ
63. TA 21 SC 11, 89-91. También en CYPR Ep 73, 9, 2 CSEL 3, 2, 785; en una carta
del Papa Cornelio (a. 251-253), conservada en EVS Hist. eccl 6, 43, 15 SC 41, 157;
ANON, De rebapismate 4 CSEL 3, 3, 74 (escrito en los años 256-257), etc.
64. Como el misterio cristiano: CLEM. ALEX Protept 12, 120, 1 SC 2, 190; TERTVL
Praescr. haer 40, 4 CCL 1, 200.
EL CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS DE LOS PRIMEROS SIGLOS 287
74. CIL 3, 3384 (s. II d.C.) 3415, 3959, 4041; 6, 377 y 727, etc.
75. P. Par 20, 6 (s. II a.C.), inscripción hallada en el templo del dios Serapis (Isis) en
Menfis; P. UPZ 162, I, 20 (año 117 a.C.). No obstante, U. Wilcken lo despoja del carácter
propiamente religioso.
76. Corpus Hermeticum 132.
77. CIL 6, 2233. El oráculo de una de sus sacerdotisas y, al mismo tiempo, profetisa en
trance impidió que el poeta Tibulo profanase sus misterios.
292 MANUEL GUERRA GÓMEZ
en las cartas del NT: 134 veces en las paulinas, 35 en las restantes
cartas y 5 en el Apocalipsis, o sea, algo más del 50% de su empleo
total. Evidentemente este uso no está tomado del léxico mistérico,
sino del vulgar, profano, común a los judíos78, también a los de
Qumran79, y a los paganos. Pero el fundamento verdadero y más tes-
timoniado de la «fraternidad» cristiana es la filiación divina, a saber
el hecho de ser los bautizados, todos los cristianos, no solo hijos de
Dios en cuanto Dios o Uno, como todos los hombres, sino, además,
hijos de Dios Padre, primera persona de la Trinidad divina, realidad
señalada ya por Jesucristo (Jn 20, 17). Según los SS. Padres los cris-
tianos son «hijos en el Hijo», hermanos menores de Jesucristo «el
primogénito entre muchos hermanos» (Rom 8, 29). Es la razón adu-
cida por los escritores de los primeros siglos de la Iglesia. Tiene razón
Tertuliano cuando alude a la regeneración bautismal y a los profun-
dos lazos sobrenaturales: «Nadie es más hermano tuyo que quien
contigo nace de Dios»80. A veces la fraternidad de los cristianos tiene
una apoyatura aparentemente diferente, a saber, su filiación respecto
de la Madre común: «La Iglesia es Madre y los cristianos, herma-
nos». San Cipriano une la paternidad divina y la maternidad eclesial:
«No puede tener a Dios como padre quien no tenga a la Iglesia
como madre»81. No hace falta decir que esta doble razón de la «fra-
ternidad» cristiana nada tiene que ver con la presente en las religio-
nes mistéricas y en el uso profano, tanto judío como pagano.
a) En las procesiones
No conocemos una exposición completa ni sistemática del cere-
monial. La procesión es un acto público presente en casi todas las
78. Ex 2, 11 (dos veces); 4, 18; Lev 19, 17, etc.; Hch 3, 17, 22, 23, 25, 26, 37; Rom 9,
3, etc.
79. Manual de Disciplina ya en la línea 1 de la col. 1, etc.; FL. IOS Bell. Iud 3, 122 y
139-142, etc.
80. Resur. Mort 63, 5 CCL 2, 1012.
81. Vnit. Eccl 6 CSEL 3, 1, 214.
EL CRISTIANISMO Y LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS DE LOS PRIMEROS SIGLOS 293
82. Cf. n. 15 de las Lois sacrées des cités grecques. Supplement, Paris 1962.
294 MANUEL GUERRA GÓMEZ
83. Strom 6, 3, 35 GCS 15(2), 448-449. El autor estuvo iniciado en alguna religión
mistérica antes de convertirse al cristianismo.
296 MANUEL GUERRA GÓMEZ
cado que arrastra a la muerte»84. «Ni una sola noche dejó la diosa de
manifestárseme cara a cara y de darme sus instrucciones» (11, 10,
2). Cuando la diosa lo llamó en la obscuridad de la noche, pero con
claridad (¿llamada onírica o en sueños?), le fijó el importe que debía
abonar para costear las rogativas y el sacerdote que intervendría en la
ceremonia: el sumo sacerdote. Le dijo su nombre: Mitra y se lo iden-
tificó por un defecto físico (una forma concreta de cojera). Corre a
decírselo, pero la diosa se lo había comunicado ya a él. No creo que
cueste mucho a la psicología profunda explicar el fenómeno de esta
«llamada» extrasensorial, parapsicológica, en sueños, simultánea al
iniciando y al sacerdote iniciador. Las religiones no cristianas (en
contraste en el cristianismo) han sido fundadas generalmente en es-
tado de conciencia alterada, fenómeno que reaparece con fuerza en
no pocas sectas y en el entramado de Nueva Era en nuestros días.
La preparación exige el sometimiento a la dirección espiritual de
los sacerdotes, la asistencia a los cultos diarios (apertura ritual del
templo, celebración del sacrificio matutino, rodear los diversos alta-
res tributando el culto divino, hacer la oración de prima, etc.), ayu-
nos y abstinencias, no beber vino, etc. El sumo sacerdote, su inicia-
dor, le lee los libros rituales o ceremoniales de la iniciación, hace que
se bañe en una piscina próxima, lo purifica con aspersiones de agua
lustral, lo coloca «ante los mismos pies de la diosa para darme en se-
creto ciertas instrucciones que el lenguaje humano no puede revelar»
(11, 23, 2), etc. Pasan diez días seguidos de abstinencia de vino y
carnes. Llegado «el día de la divina cita», recibe varios obsequios. Al
atardecer, el sumo sacerdote le viste con una túnica de lino. Lo lleva
de la mano al «tabernáculo del templo», donde tienen lugar la ini-
ciación. Pero Apuleyo enmudece. Ya no dice más. «Te lo diría si fuera
lícito saberlo; lo sabrías, lector, si fuera lícito oírlo. Pero contraerían
el mismo pecado tus oídos y mi lengua: impía indiscreción en mi caso,
temeraria curiosidad en el tuyo» (11, 23, 5).
No obstante, reconoce que va a decir «la verdad», a pesar de que
cuenta sólo «los detalles que, sin sacrilegio, pueden revelarse a los
profanos». Helos a continuación: «Llegué a las fronteras de la muer-
te, pisé el umbral de Proserpina85 y, a mi regreso, crucé todos los ele-
mentos. En plena noche vi el sol que brillaba en todo su esplendor;
me acerqué a los dioses subterráneos y celestes. Los contemplé cara
a cara y los adoré de cerca. Estas son mis noticias. Aunque las has
oído, estás condenado a no entenderlas» (11, 23, 7). Podría decirse
que se trata de un viaje astral, tal vez de tipo chamánico, que Nueva
era ha puesto de actualidad.
A la mañana siguiente, acabado el ritual iniciático al amanecer,
vestido con una túnica de lino de bordado florido, revestido con
doce estolas y una preciosa clámide, sube a una tarima de madera,
ante la imagen de Isis. Tiene una antorcha en la mano derecha, ce-
ñidas las sienes con una corona de palmera, cuyas hojas sobresalen
de la cabeza como un nimbo radial o en forma de sol radiante. Pa-
rece una estatua. Se descorren unas cortinas. El pueblo desfila para
contemplarlo «como si fuera el sol», o sea, Osiris. Con otras pala-
bras, se ha operado la identificación entre el iniciado y la divinidad.
Participa «en un alegre banquete» para celebrar «mi nacimiento a la
vida religiosa. El tercer día se repitió la misma ceremonia y el de-
sayuno ritual. Con ello se completaron las formalidades de la inicia-
ción» (11, 24, 5). Abona «el tributo de agradecimiento». Se despide
de la imagen de la diosa con muchos sollozos y lágrimas. Abraza y
besa al sacerdote Mitra, «mi padre desde entonces» y retorna a su pa-
tria y hogar.
Poco después se traslada a Roma, «la ciudad sacrosanta». Un año
más tarde descubre que está iniciado en los misterios de la diosa Isis,
pero le falta «la iluminación86, que confieren los misterios del gran
dios, padre supremo de los dioses, Osiris» (11, 27, 2). De nuevo,
como en la anterior iniciación, la visión en sueños del sacerdote,
portador de «tirsos87, hiedras y ciertas cosas que no se pueden decir»
y su nombre: Asinio Marcelo. Vende todo lo que tiene, hasta la ropa,
a fin de poder comprar lo necesario para la nueva ceremonia y el
abono de los donativos estipulados. Es evidente el impacto de la pri-
mera iniciación. Se rapa la cabeza. Durante diez días su alimentación
es vegetariana y participa «en las orgías nocturnas», o sea, en las ce-
remonias realizadas en trance teléstico o en conciencia alterada. Tie-
ne éxito en el ejercicio de su profesión de jurisconsulto o abogado.
Recibe la orden de iniciarse en los misterios de Osiris. Siente «albo-
rozo por conseguir tres veces lo que otros a duras penas logran una
sola vez, aparte de que el número tres en sí ya augura eterna felici-
cielo. Ya Orígenes habla del «presbiterio celeste» (In Ios 16, 1). Por ello
y seguramente por influjo de las Ideas platónicas, proyectadas, como
en sombra, en las realidades visibles, algunos escritos de los primeros
siglos de la Iglesia tendieron a ver una correspondencia más o menos
simétrica entre los «grados» o peldaños de la escala clerical y los de la
jerarquía angélica, celeste2. En esta estructura piramidal de la jerar-
quía angélica, celeste, la simetría más pormenorizada figura en el Li-
ber Patrum 3. La estructuración es triádica, probablemente por asi-
milación a la Trinidad divina. En esta estructura piramidal de la
jerarquía ministerial y de la angélica cada peldaño superior contiene
al inferior y todos sus poderes mientras que los ocupantes del pelda-
ño inferior son incapaces de ascender al superior y desempeñar sus
funciones, a no ser que sean promovidos.
Clemente de Alejandría distingue dos clases de jerarquía: «la ex-
terna, visible» y la interior, la de la santidad personal, que es la au-
téntica y eterna4, como el alma del ministerio sacerdotal5, y que debe
ser proporcional a la elevación del grado que se ocupe en la jerarquía
externa6. La ordenación en uno de los ministerios clericales o en to-
dos no garantiza la santidad del ordenado, pero los pecados y la mal-
dad personal no invalida la posesión del carisma ministerial ni su
ejercicio7, aunque repercuta y llegue incluso a causar una cierta este-
rilidad espiritual (Ps. Dionisio, etc.).
2. Ps-DION Hierarchia eccl 1, 2s.; 5, 1s.; Hierarchia cael 7-9 PG 3, 372s., 500s.; 205-
272.
3. En «Orient Syrien», XII, 4 (1967) 421-480, sobre todo en la p. 427.
4. Strom 6, 13, 106-107.
5. ORIG Orat 28, 9-10 PG 11, 528-529.
6. ORIG In Ios 9, 5; cf. In Leu 6, 3, etc., SC 71, 254; 286, 378s.
7. Lo enseñan ya Clemente de Alejandría, Orígenes, el tratado De rebaptismate, el Síno-
do romano del 313, etc.
8. DA y CA 2, 57; 4 Funk 160; etc.
LA «LITURGIA» CELESTE, LA TERRESTRE Y LA «GLORIA DE DIOS» 301
Pero los SS. Padres y los escritores griegos, ya desde el s. II, así
como las traducciones del texto a las lenguas orientales leen eudokía
304 MANUEL GUERRA GÓMEZ
f ) La versión latina
α) La divergencia de la traducción
La traducción latina: Gloria in excelsis (a veces altissimis) et in te-
rra pax homnibus bonae uoluntatis aparece ya en la Vetus latina, o
primera versión de la Biblia, hecha del griego al latín en torno a me-
diados del s. II. Pues figura ya en la traducción latina del Aduersus
haereses (3, 10, 40), escrito en griego por san Ireneo y traducido al
latín en fecha temprana, entre los años 200-250. La variante princi-
pal de las versiones latinas consiste en la supresión de in (en en grie-
go) anterior a hominibus y que significa sin duda alguna «entre, en
308 MANUEL GUERRA GÓMEZ
23. ORIG Homil. In Lc 13, 1 SC 87, 206 (traducción de san Jerónimo); HIERON In
Ezech 12, 40 CCL 77, 585; In Mt 4 CCL 77, 280; Ep 166 (165), 2 CSEL 35.
24. VERG Aeneida 6, 851.
LA «LITURGIA» CELESTE, LA TERRESTRE Y LA «GLORIA DE DIOS» 309
26. Lc 2, 14; Apoc 2, 10, 12; cf. También Apoc 7, 10, etc.
27. Rom 16, 27; He 13, 15; Apoc 15, 3s.; 19, 7, etc.
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Puede verse una bibliografía mucho más extensa, tanto la general como la
puntual o particular de afirmaciones concretas, en mis estudios citados en la
primera nota de cada capítulo.
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Gózdz), Teologia o Szatanie, Sandruk, Lublin 2000, 57-101 con un ex-
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en AA.VV., Satanizmus, Ústad pre vzt’hay státu a cirkví, Bratislava 2002,
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cirkví, Bratislava 2002, 25-57.
BIBLIOGRAFÍA DEL PROF. MANUEL GUERRA 327
1. La «transliteración» (agápe) consiste en el cambio de los caracteres griegos por los lati-
nos. De ahí que conserve la colocación originaria de los acentos y que se escriba en cursiva
como palabra extranjera. En cambio por la «transcripción» la palabra se incorpora al léxico
español adaptándose a su morfología, ortografía, etc. Las palabras griegas pasan al español a
través del latín. En griego el punto de referencia del acento suele ser la última vocal; en la-
tín la penúltima sílaba. Como esta aquí es breve, la palabra transcrita es esdrújula (ágape).
330 MANUEL GUERRA GÓMEZ
didavskalo~ (didáskalos) 37, 76, 78, 99, newvteroi (neóteroi) 120, 145
246 noerav (noerá) 212
deisidaimoniva (deisidaimonía) 172 nou'~ (noûs) 308, 309
dokimasiva (dokimasía) 110, 170/171
dovxa (dóxa) 309/310 oij kaq v e”na (oi kath’ éna) 40
oijkonovmissa (oikonómissa) 60
eijrhvnh (eiréne) 125, 305 o”sio~ (hósios) 106
ejkklhsiastikov~ (ekklesiastikós) 43
ejllovgimoi a“ndre~ (ellógimoi ándres) 74 panagei'~ (panageîs) 293
e“nqeo~ (éntheos) 198/199 pavppa~ (páppas) 122
ejpikalouvmenoi (epikaloúmenoi) 69, pistoi; a“ndre~ (pistoì ándres) 74, 79
75, 76, 100, 153, 155 presbutevra (presbytéra) 61
ejpivklhsi~ (epíklesis) 154s., 203 presbutevride~ (presbytérides) 60
ejpiskophv (episkopé) 105 presbutevrion (presbytérion) 120
ejpivskopo~ (epískopos) 33, 52, 75, 76, presbuvtero~ (presbýteros) 40s., 75, 76,
78, 93, 99, 100, 101, 109, 262 77, 93, 145, 176/177
ejpitomhv (epitomé) 147 presbuvtide~ (presbýtides) 60
eJstiva (hestía) 194s. prohgouvmenoi (proegoúmenoi) 75, 76
ejtaireiva (hetaireia) 241 poimevne~ (poiménes) 75, 76
eJtaivra (hetaíra, hetera) 235 prokaqhvmenh (pokathémene) 129s.
eujaggelistaiv (euangelistaí) 74 proistavmenoi (proistámenoi) 75, 76,
eujdokhtov~ (eudoketós) 306 77, 109
eujdokiva (eudokía) 303/310 prokaqevmenoi (prokathémenoi) 75, 76
pomphv (pompé) 293
hJgouvmenoi (hegoúmenoi ) 75, 76, 77, proestw'~ (proestôs) 39, 75, 76, 77, 100
100, 104, 176 protokaqedrivtai (protokathedrítai) 75
prosta'th~ (prostâtes) 176
ijdiwvth~ (idiótes) 39/40 profh'tai (prophêtai, profetas) 74, 76
iJereuv~ (hiereús) 154
sumpresbuvtero~ (sympresbýteros) 120
kaqavstasi~ (kathástasis) 61 sugkatavbasi~ (synkatábasis) 288
kanwvn (kanón) 115, 132 sunevrgeia (synérgeia, sinérgia) 241
klh'ro~ (klêros) 53s. sfragiv~ (sphragís) 269, 286
koinwniva (koinonía) 125s., 144, 197,
241/243 tavxi~ (taxis) 53
korufai'o~ (koryphaîos) 135/136 tau'ro~ (taûros, toro) 274
krivo~ (kriós) 274 tevleio~ (téleios) 269
tovpo~ (tópos) 44, 136, 146, 147, 148
laikhv (laïké) 31s. topoterethv~ (topoteretés) 124
laikov~ (laïkós) 31s., 45 travpeza (trápeza) 209/210, 212
laov~ (laós) 31s. trapezofovro~ (trapezophóros) 210
leitourgiva (leitourgía, liturgia) 44, 82, trapezoforou'sa (trapezophoroûsa) 209-
158, 226, 232, 300s. 211s.
logikov~, - hv, - ovn (logikós) 89, 91 tuvpo~ (týpos) 108, 109/110, 139
uJpodiavkono~ (hypodiákonos) 56
mimhthv~ (mimetés) 109
mustagogov~ (mystagogós) 293 filiva (philía) 241
musthvrion (mystérion) 269/270, 279, 287 fwtisthvrion (photistérion) 261
ÍNDICES 331
Jerarquía 69s., 173, 202, 204, 260, 299- Natalidad (control de la) 225, 236-237
300 Niñas-os (exposición de) 237-238, 241,
Juramento hipocrático 236 248
Jurisdicción 84 Nudismo 231-232
Nueva era (New Age) 19, 259, 273,
Laico-a 31s., 123, et passim 275, 282, 296, 297
Lector-lectorado 48, 55, 56, 58, 60,
61, 62, 63, 64, 67 Obispo 54-55, 57, 59, 60, 62, 63, 64,
Laica-s 31-32s., 49 et passim 65, 66, 67, 68, 69, 71, 73, 74, 78,
Leche 85, 89, 290, 295 81s., 111-152, 123, 124, 142, 300,
Lectoras 59 301
Lego 49 Obispo de Roma, cf. Papa
Lengua litúrgica 156-157 Omofagia 287-288
Locura ritual 167 Oración (sacerdotes) 80, 155, 160,
169, 171, 174, 178, 180, 183, 184,
Macho cabrío 268, 287 193, 200, 259, 261, 295
Maestros, cf. didavskalo~ Oración (brazos en alto) 259
Mago-magia 164 Ordenación 53, 67, 83-86, 162
Magos (sacerdotes zoroástricos) 173- Órdenes menores 59, 64, 65, 73
174 Organicidad (de la Iglesia) 38-39, 51,
Manos (imposición de) 59, 60, 65-68, 125, cf. Cuerpo Místico
74, 84, 104, 154, 155, 171 Ostiarado-ostiario 56, 57, 61, 62, 63,
Marcionismo 201 67, 261
María (la Virgen) 69, 72, 203, 209-215
Mártires-martirio 90s., 213 «Padre espiritual» 64, 297
Máscara 166-167, 293, 294 Padrinos 36-37, 284, 293, cf. mystagogós
336 MANUEL GUERRA GÓMEZ