Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Universidad de
Estado, Tradición y
Modernidad en Colombia
Oscar Fabián Cristancho Fuentes
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
Estado, Tradición y Modernidad en Colombia 1
Presentación
Introducción
Dentro del nuevo contexto de la Educación Colombiana, es de vital importancia el
constante reconocimiento de los cambios socio-políticos, económicos y culturales,
que se gestan alrededor de nuestra sociedad. El análisis y las herramientas que lo
permiten, deben ser uno de los propósitos de la educación y en especial el de los
estudiosos de la Ciencias Sociales.
Horizontes
• Desarrollar el nivel apropiado de lectura, comprensión y análisis de los
acontecimientos históricos más importantes del siglo XX de nuestro país.
UNIDAD 1
Historia Política Contemporánea
Descripción Temática
Horizontes
• Comprender el curso histórico de los acontecimientos según su Naturaleza y el
impacto que éste generó en la sociedad colombiana.
• Interpretar el origen y las causas que permitieron la evolución de los partidos
políticos en Colombia.
• Desarrollar el argumento apropiado y dotado de las herramientas teóricas para
explicar el contexto histórico de nuestro país, durante el último siglo.
Proceso de Información
1.1 SINTESIS DE HISTORIA POLITICA CONTEMPORÁNEA. MARIO
ARRUBLA YEPES
1.1.1 I Etapa
En las primeras décadas del siglo XX, Colombia conoce por primera vez desde la
Independencia cierto grado de estabilidad política y social. Es La republica
conservadora. En el occidente del Pals se ha completado el Proceso de
colonización antioquena, que a través de la producci6n cafetera Vincula a esta
régimen a la economía monetaria. y donde el trabajo y la propiedad crecen en
buena medida a la par.
1.1.2 II Etapa
de exportación. Ojos mas avizores, como los de nuestro máximo conductor político
Alfonso López Puma rejo, comprobaban que la experiencia histórica que acababa
de hacerse era el prólogo al derrumbe inminente de la republica conservadora.
Para que la fuerza de trabajo campesina produjera más, para que se inscribiera en
la economía monetaria y demandara artículos industriales y para que ingresara en
un mercado de trabajo en el que pudiera ser controlada por quien mejor la
remunerara, o sea por quien en principio pudiera hacerla rendir más, para lograr
todo esto era preciso que el Estado interviniera como un protector de los
trabajadores frente al dominio de tipo señorial ejercido por los grandes
propietarios.
A fin de romper las viejas formas de jerarquización social, los liberales alentaron la
organización y la iniciativa política de las masas. Bajo l republica liberal, la oficina
de Trabajo se convirtió en un instituto para el fomento de la sindicalización. Las
reivindicaciones de los campesinos organizados en ligas que se reducían
generalmente a dos: La afirmación de la propiedad de las parcelas o del derecho
de sembrar en ellas productos comercializables, fueron miradas con simpatía por lo
poderes públicos, que abandonaron su presteza tradicional en acudir con las armas
al llamado de los terratenientes.
El pacto tácito que llego a vincular al Estado liberal con las masas trabajadoras no
duró. El temor ante la insurgencia popular y la alarma ante la tolerancia del
Estado invadieron rápidamente sectores cada vez más amplios de las jerarquías
sociales, que llegaron a considerar al propio presidente López como un aventurero
irresponsable. Este había cometido un grave error; sobreestimar la capacidad de
su propio partido para soportar a la vez la rebeldía de las masas y el pánico
naciente en los altos estratos sociales. Fue así como el partido liberal, en el nivel
de sus cuadros dirigentes. se contagió de la angustia conservadora ante los
movimientos de masas incitados por la Revolución en Marcha, con lo que uno y
otro partido acabaron por convertirse en voceros pasivos de los sobresaltos de las
capas superiores.
1.1.4 IV Etapa
Jorge Eliécer Gaitán fue el heredero del movimiento popular a cuya direcci6n
habían renunciado los ideólogos burgueses del liberalismo- Era un orador que
manejaba con virtuosismo los efectos capaces de conmover a las gentes del
pueblo, un político de origen pequeño burgués cuyo enorme deseo de prestigio y
de poder casaba muy naturalmente con las confusas pasiones reinvidicatorias de
un proletario y un subproletario urbanos en formación. Su prédica contra las
oligarquías y por los intereses del pueblo, vagamente definidos, sus promesas de
colocar decididamente el Estado del lado de los posibles y en oposición a los ricos,
tuvieron la mas tumultuosa acogida en un momento histórico en que las cosas
eran dejadas en la estacada por los estadistas que diez anos atrás las habían
convocado. Los mismos dirigentes liberales que ayer no mas llenaban las plazas
debieron abandonar estas al caudillo y a sus seguidores y hasta el transito por las
calles de la capital les fue vedado por la agresividad de las hordas gaitanistas.
El pueblo confiaba en un milagro: que la presencia del caudillo al frente del tim6n
del Estado realizaría de manera in cuestionada todas las aspiraciones que por
siglos habían dominado y que solo recientemente habían comenzado a formularse.
El único obstáculo que parecía atravesarse en esta vía, eran las oligarquías tanto
conservadoras como liberales que el puño levantado del caudillo y su consigna: ¡a
la carga! prometían derrocar.
Eran tantas las expectativas suscitadas por el caudillo y tan ardorosas las pasiones
encendidas por su oratoria que, de haber ganado las elecciones de 1946 y de
haber pretendido todavía satisfacerlas, la hora de la violencia habría cambiado
apenas en algunos meses pero su marco político habría sido distinto. La biografía
política de Gaitán, marcada por el radicalismo populista cuando apenas buscaba
audiencia, e inclinada inequívocamente a la conciliación tan pronto ganaran cierta
autoridad en el liberalismo, pedirle sin embargo suponer que su conducta en la
Presidencia habría ido en el sentido de la ultima inclinación, reforzada además por
la dificultad practica de dar cumplimiento a unas promesas que, si
conceptualmente parecían confusas, emocionalmente resultaban excesivas. El
hecho fue que los dirigentes del país, los burgueses y los terratenientes, los
ideólogos del conservatismo y del liberalismo se mostraron dispuestos a permitir el
libre curso de esta aventura.
1.1.5 V Etapa
el terror de las clases dominantes, a la vez que mostró la impotencia política de las
masas.
Desde esta posición y con alguna razón histórica, Laureano Gómez se negaba a
diferenciar entre liberales ortodoxos y liberales populistas, entre lo que había sido
el partido de Alfonso López y lo que el mismo partido había llegado a ser bajo la
dirección de Gaitán, sosteniendo que en el reformismo agitacional del primero, se
gestaba la corriente que sin puntos de solución conducía al revolucionarismo
irresponsable del segundo. Llevando más lejos aun su reducción temperamental,
Gómez identificaba asimismo. bajo la imagen de un basilisco, que se hizo famosa,
al liberalismo en bloque con el comunismo ateo y la anarquía.
El partido del populacho era uno solo, y ese partido era el responsable de todos
los hechos que en los últimos tiempos habían representado una perturbación del
orden, incluidos el estallido nueveabrilero, los incendios generalizados y los
saqueos, los ataques al clero, y ese fenómeno alarmante como ningún otro, de
que en el momento más álgido de la subversión, las fuerzas de policía reclutadas
por el Estado liberal hubieran puesto las armas en manos de los amotinados. Era
preciso pues, desterrar al partido liberal del escenario político colombiano e
impedirle a cualquier costo el acceso a los cargos del Estado, posición desde la
cual había alentado e insolentado a las masas. De inmediato, y para cerrarle el
camino a las urnas, los dirigentes conservadores impartieron en todo el país la
orden de privar de sus cédulas de ciudadanía a los seguidores del liberalismo. Los
procedimientos violentos que acompañaron necesariamente esta operación. se
convirtieron en pocos meses en una campaña sistemática de extermino de
liberales, promovida desde los más altos niveles oficiales y adelantada por una
policía que pronto comenzó a reclutarse por méritos criminales. Iniciada de esta
manera la violencia. el gran burgués que era Ospina Pérez pudo ceder en 1950 el
paso a Laureano Gómez, el ideólogo fascistizado. Ya a la cabeza del Estado,
Gómez emprendió la tarea ambiciosa de modificar de arriba a abajo la estructura
institucional del país, empezando por el orden político constitucional.
En lugar del sufragio universal, el Estado debía encontrar en buena parte su base
en los representantes de los gremios económicos, de corporaciones como la Iglesia
y de instituciones como las ligas profesionales y las universidades, La
representación propiamente política, si había alguna, quedaba limitada a los
gestores de esté ordenamiento, o sea el caudillo y a las personas designadas por
él. Entre tanto, el Estado conservador seguía enfriando con las amias policiales y
pronto también con las del Ejército a las masas para él demasiado recalentadas
por el Estado liberal.
Esta vacilación fue considerada por los gobernantes como un compromiso con la
subversión y castigada con atentados e incendios de residencias en cabeza de los
Jefes liberales, quienes así, prácticamente, fueron llevados a tomar el segundo
camino: el del marginamiento de la lucha y el exilio. No se respeté ni a los ex-
presidentes liberales ni a los órganos de la gran prensa. E la drástica y descomunal
tarea que Laureano Gómez se había impuesto fue perfilando sin embargo un
proceso: a medida que se evidenciaba el carácter y el costo de sus ambiciones
aumentaba su aislamiento.
1.1.6 VI Etapa
En 1953 fue Laureano G6mez quien debió tomar el camino del exilio. Su esquema
constitucional, sus ataques contra el sistema democrático con idénticos
argumentos que los enarbolados por los fascistas europeos, su pretensión de
fundir en un solo cuerpo el mando socioeconómico la conducción política
ideológica, en fin, perpetuación de su poder personal como constructor del nuevo
andamiaje, repugnaban a sectores de su propio partido que confiaban aun en la
Para ser eficaz, y dadas las especiales condiciones políticas del país, esta corriente
oposicionista se abstendría de toda argumentación ideológica y programática,
reduciendo su desafió al caudillo a la enunciación del nombre de Ospina Pérez
como candidato para las elecciones que deberían realizarse en 1954. Y ello bastó
para producir el choque. Laureano Gómez se levantó de su lecho de enfermo y
pronunció un encendido discurso en el que, con toda evidencia, denunciaba los
fermentos liberalizantes y anarquizantes que el movimiento Ospina pretendía
inyectar en el seno de la pura doctrina conservadora. Entretanto, rumores sordos
corrían en los cuarteles. El recrudecimiento de la violencia en campos y ciudades,
la amenazante propagación de las guerrillas, hicieron que el sostenimiento del
régimen recayera sobre las fuerzas militares de una manera tanto más exclusiva
cuanto que los gobernantes, fieles a sus convicciones antidemocráticas, habían
renunciado a todo tipo de seducciones en relación con lo que se llama la opinión
pública.
Fue así como ascendió al poder Gustavo Rojas Pinilla, satisfaciendo no sólo las
demandas de sus compañeros de filas, sino también las expectativas de todos los
dirigentes políticos extraños al grupo de Gómez. Mientras los conservadores
ospinistas entraban a formar parte del gobierno del General, los jefes liberales
proclamaron a éste salvador de la patria y émulo del Libertador.
Para que su retorno al poder se identificara con un anhelo nacional, a unos y otros
políticos se exigió ante todo el logro de un acuerdo que, moderando los ímpetus
partidistas, les permitiera proponer al país la tarea de poner fin a la violencia.
Los efectos de esta maniobra espectacular, recibida por lo demás con alivio en
amplios sectores ciudadanos, iban en adelante a gravitar pesadamente sobre la
suerte de la corriente laureanista, y ello a despecho de que el gobierno a elegir
iniciaba tan sólo una serie pactada de administraciones conjuntas a la cabeza de
las cuales se alternarían liberales y conservadores. Para la militancia conservadora,
lo que quedaba claro en todo esto, era que los liberales recuperaban la
presidencia, gracias al patrocinio del jefe que todavía cuatro años atrás les
enseñaba a asimilarlos al comunisrno ateo, llamando a su exterminio en nombre
de la salud de la república.
1.1.9 IX Etapa
El Frente Nacional, cuya tarea más inmediata consistía en expulsar a los militares
del poder y restituir en él a los políticos civiles, lo que por otra parte se anunciaba
con demasiada crudeza en su primer nombre de Frente Civil, tuvo su principal
constructor en Alberto Lleras Camargo. Fue este el contra hombre de Gaitán en las
filas del liberalismo, al menos si se consideran las cosas en una perspectiva un
poco amplia. Abandonado por el liberalismo el reformismo de López y salido éste
de la presidencia sin concluir el período, había recaído en el joven Lleras Camargo
la designación para gobernar en el año restante. Mientras las masas urbanas
desengañadas engrosaban con rabia la corriente gaitanista, Lleras probaba al país
que existían en el liberalismo otras vertientes capaces de separar el Estado de todo
contacto demasiado estrecho con las masas y de poner incluso a éstas en su sitio
cada vez que pareciera necesario para el mantenimiento del orden.
1.1.10 X Etapa
Como quiera que todo verdadero cambio, exige una movilización de las energías
generales de la sociedad, un llamado a las instancias privatizadas para que afirmen
Los cortes históricos que marcó en 1850 y 1930 y los cambios que en estas fechas
inició, representaban hasta tal punto una necesidad general que en ambos
momentos el partido conservador le cedió por su propio impulso, o falta de
impulso, el paso, por el hecho enteramente lógico de que este último partido, de
pretender por su propia cuenta realizarlos, habría perdido su identidad ideológica y
con ello desaparecido de la escena.
Es cierto, que el pacto frentenacionalista se propuso entre otras cosas atajar esta
suerte de psicosis colectiva, y que en buena parte lo logró. Pero es también cierto,
que la violencia llegó a ser esta vez mucho más que una lucha entre los dos
partidos tradicionales, que en su curso el estado acabó por perder todo peso moral
mientras que grandes sectores populares levantados en armas, se beneficiaban de
la más profunda legalidad, a la vez que se daban sus propios jefes.
1.1.11 XI Etapa
Hacia 1957, cuando fue pactado el Frente Nacional, el viejo López pensaba que no
había ya ningún problema nacional decisivo que separara a los dos partidos
tradicionales. Por el mismo tiempo, Laureano Gómez, que acababa de regresar de!
exilio, comunicaba que lo más importante que había aprendido en estos años
dramáticos era que la libertad de expresión, específicamente la de prensa, debía
ser defendida a toda costa. Después del cataclismo, López daba muestras de un
realismo, que por el hecho de ser tal, no dejaba de resultar conservador, mientras
que Gómez expresaba convicciones liberalizantes.
Esto explica que bajo el Frente Nacional, mientras los liberales pudieron llevar a la
presidencia a sus más destacados conductores, en los dos turnos que
correspondieron a los conservadores, la selección del candidato fue hecha por el
otro partido con el criterio principal de encontrar la persona que le inspirara menos
miedo. Así, los más caracterizados Jefes del conservatismo, Ospina Pérez y
Gómez Hurtado, debieron deponer sus aspiraciones y someterse al hecho de que
su partido fuera representado en la presidencia por figuras ideológicamente
desdibujadas.
El costo evidente que este arreglo iba a representar para los conservadores,
encontraba en el lado del liberalismo una correspondencia de otro orden: los
conductores de esta última colectividad, en especial Lleras Restrepo, al gobernar a
nombre de los partidos y prohibirse toda definición política partidaria, así como
todo intento reformista que contrariara a sus temibles socios, iban a defraudar
necesariamente todas las esperanzas que sus copartidarios hubieran podido fincar
en el retomo del liberalismo a la primera posición del Estado. Sobre esta
frustración, así como sobre estas esperanzas a las que el Frente Nacional imponía
un aplazamiento de dieciséis años, e! joven Alfonso López Michelsen, con un
cálculo sagaz y una tenacidad alimentada por la seguridad en su objetivo, inicio su
campaña para las elecciones presidenciales de 1974.
La reforma constitucional que consagró el sistema del Frente Nacional fue votada
plebiscitariamente por doce años, que el gobierno bipartidista aumentó pronto a
dieciséis. Por cuatro períodos de cuatro años, los partidos liberal y conservador
iban a turnarse en la presidencia, a repartirse por mitades los cargos de gobierno,
así como los asientos del Congreso. Para votar cualquier ley importante, se adoptó
la norma de las dos terceras partes, con lo que se buscaba garantizar la unidad del
bloque político en el poder, excluyendo la aprobación de cualquier medida positiva
que no contara con la virtual unanimidad de los socios.
El trabajo que tuvo que cumplir Alberto Lleras como presidente iniciador del
sistema, fue ciertamente arduo y abarcó los más variados frentes. Lo primero fue
convencer a los liberales y los conservadores de que podían trabajar en común, lo
que implicaba ante todo persuadirlos de que había una tarea que podían realizar
conjuntamente. Esa tarea, que el actual presidente de Colombia López Michelsen
ha llamado la administración del capitalismo, condensaría desde entonces todo lo
que tiene a la vez de esforzada y de miserable la política frentenacionalista.
Lo segundo fue lograr ciertas metas políticas decisivas para el afianzamiento del
poder civil, cuales eran poner a los militares en su sitio, el que dadas las relaciones
de fuerza tenían que ser cómodas sin embargo, y correlativamente garantizar la
paz pública por un camino que no fuera el azaroso y fracasado de la sola campaña
militar. Lleras Camargo se entregó así a una verdadera empresa de
adoctrinamiento dirigida a los uniformados, recordándoles el lugar que les
asignaba la Constitución y ponderando su vocación republicana, que los desvíos de
Rojas no alcanzaban a desmentir. Para darles satisfacciones más visibles, les
conservó una cuota importante de poder discrecional en el frente del Orden
público, que a lo largo del Frente Nacional y del régimen casi permanente del
estado de sitio, no hizo más que crecer, invadiendo buena parle del terreno de la
justicia. Para el restablecimiento de la paz, y con miras a reducir la presencia del
Ejército en el Estado, Lleras comprendió que no eran suficientes el hermanamiento
y los llamamientos conjuntos de los dos partidos. sino que era preciso poner
remedio a ciertos efectos sociales y económicos que producían tensiones en los
campos y engrosaban peligrosamente el subproletariado urbano.
Obligados tanto de hecho como de palabra a gobernar sobre la base del respeto a
las instituciones económicas capitalistas, y ello en un marco político global que
reconocía formalmente al Estado la autoridad para modelar los diversos terrenos
de la vida social, conforme a los intereses más generales, los gobiernos del Frente
Nacional quedaron directamente expuestos a la impopularidad del régimen
económico, estadísticamente asegurada por las tasas de desempleo, por la
profusión de toda clase de subactividades y por los niveles de ingreso de las
masas.
1.1.15 XV Etapa
Porque, no hay que dudarlo, los militares de Colombia, como los de otros paises,
han asimilado sus lecciones y, si no carecen de ambiciones políticas, han depurado
en cambio éstas de aventurerismo. Lo que significa que saben esperar, y que su
ambici6n es la de ser llamados.
Con la excepción del partido comunista, que ha logrado echar raíces en algunos
sectores obreros y campesinos, la generalidad de las organizaciones inspiradas en
el marxismo y promotoras de un cambio en el sentido del socialismo, pueden ser
consideradas como grupos estudiantiles, tanto por el origen inmediato de sus
cuadros de dirección, como por la composición de su militancia. Universidad e
inconformismo político han llegado a identificarse. Ante la consagración de los
políticos liberales y conservadores a la causa de un capitalismo que vegete en
medio del malestar social más generalizado, causa muy poco apta para atraer las
energías de una juventud en contacto con las ideas y la cultura, los partidos
tradicionales, en particular el liberal que todavía en 1957 tenía autoridad suficiente
para llamar a los jóvenes a la lucha, se vieron desterrados en los últimos lustros de
la universidad y ni siquiera sus dirigentes más progresistas pudieron volver a tomar
la palabra en los auditorios. Se produjo así bajo el Frente Nacional una escisión
bien neta: los profesionales ansiosos de promoverse socialmente, se dedicaron a la
administración de los negocios públicos y privados, sin preocuparse mayormente
por la cultura, mientras a los cargos universitarios se constriñeron los ideólogos
inconformes y los fracasados camuflados de tales, únicos aceptables para los
estudiantes.
Más en general, entre los grupos medios con cierto grado de instrucción, cuya
importancia política es considerable, las posturas frente al sistema imperante
tienden a repartirse hoy según un corte generacional: se pronuncian contra él, por
lo regular en términos marxistas, los que son jóvenes o quieren perpetuar la
juventud, y están con él, por convicción o por realismo escéptico, los que sumen
con la madurez las posiciones un poco siniestras del individualismo. A través de un
mecanismo de substitución muy corriente entre los marxistas, los estudiantes
revolucionarios se toman sin más por el proletariado mismo, confundiendo
consiguientemente sus pedreas con la lucha de clases y sirviendo en forma
periódica de ocasión para el entrenamiento de las fuerzas armadas en la lucha
contra el motín urbano.
Cuando, para las elecciones presidenciales de 1974, los dos grandes partidos
colombianos, enfrentándose por primera vez en muchos años, lanzaron los
nombres de Alfonso López Michelsen y Alvaro Gómez Hurtado, la imaginación
popular fue inevitablemente retrotraída a los años que dan comienzo a nuestra
crónica. Esos años habían estado dominados por la presencia de dos conductores
de nuevo cuño, dos hombres de la clase urbana que tomaba impulso en las nuevas
El golpe que puso término al gobierno de Laureano en 1953 fue ahora, por
voluntad de los volantes y en cabeza de Álvaro, un verdadero golpe de opinión: la
simpatía, por lo demás bien merecida, que el viejo López había inspirado en su
momento a los colombianos, y el temor, todavía más justificado, que los mismos
habían llegado a experimentar ante el solo nombre de Gómez, se conjugaron para
dar a López Michelsen un volumen de votos sin precedentes en Colombia.
Pero quedaba todavía lo que del Frente Nacional podía considerarse como esencial,
dada la estructura de nuestro Estado: la repartición por mitades de los cargos
nacionales y regionales de gobierno. Fue el primer desengaño de la opinión: ver al
jefe liberal, que había iniciado dieciséis años atrás una carrera política
pronunciándose contra el nuevo sistema político en nombre de los derechos de su
colectividad mayoritaria, colocado a la cabeza de un gobierno paritario en el que el
conservatismo aparecía representado además por figuras de tenebroso renombre.
Pero lo que produjo la frustración mayor fue la nueva oleada inflacionaria ocurrida
a poco de iniciado el nuevo gobierno. A través de los cuatro períodos del Frente
Nacional, la inflación había seguido una curva solidaria con la norma de
alternación: baja durante los gobiernos de los dos Lleras y alta durante los de
Valencia y, muy principalmente, de Pastrana. Los presidentes liberales habían sido
estabilizadores y los conservadores inflacionistas, o al menos, esto podía pensarse
a juzgar por las cifras estadísticas.
Algo de verdad había en ello: los primeros eran más sensibles a la preocupación de
apuntalar la democracia manteniendo una opinión popular favorable en lo posible,
mientras que los segundos, más atentos a las relaciones sociales de fuerza, se
desentendían fácilmente de este aspecto y buscaban halagar las demandas
espontáneas de los capitalistas. Misael Pastrana, con una ligereza que convirtió en
Pastrana cebó así como ningún otro mandatario anterior a los capitalistas con el
crédito y los estímulos generosos. Y los capitalistas no irían a recibir precisamente
con simpatía los propósitos estabilizadores de López. Con una desvergüenza
demagógica parecida a la de Pastrana, importantes voceros empresariales dieron
expresión a su disgusto contra López con argumentos invertidos, que no eran otro
que el recrudecimiento inflacionario y el fracaso de los esfuerzos lopistas. Porque si
entre 1970 y 1974 se había dado libre curso a la inflación y los capitalistas no
pedían otra cosa, López había aspirado en verdad a poner freno a este proceso. Y
si en el curso medio de su gobierno la inflación alcanzó índices nunca vistos en
Colombia, hasta el punto de lanzar a un paro general de protesta a centrales
sindicales encuadradas en el establecimiento, no fue principalmente por una
política oficial premeditada, sino por un juego de efectos económicos que antes
que a López, simple administrador del capitalismo de la constelación de fuerzas
exílenles, señalaban los graves vicios de conformación de la economía colombiana.
Bajo el gobierno de López, las gentes corrientes del país, hasta las cuales había
llegado vagamente la conciencia de esta limitación, no pudieron sino recibir con
mayúscula sorpresa el fenómeno contrario: el desastre de la inflación, que golpea
con especial fuerza a las masas urbanas, hoy mayoritarias en el país, y que en
orden político aproxima como ningún otro factor la amenaza militar, encontraba
ahora su raíz, como lo afirmaba el mismo gobierno, en el incremento de los
ingresos de divisas por el auge del comercio de exportación. Si la escasez era ayer
1.1.20 XX Etapa
La sociedad colombiana es una sociedad vieja de siglos, por más que sus mañas y
estratificaciones sean a menudo presentadas por los sectores dominantes como
defectos transitorios de un proceso de maduración inacabado. Las relaciones de
producción capitalistas, adoptadas a través de enormes sobresaltos, han venido a
prestar un nuevo marco a su antigua conformación oligárquica. La gran mayoría
de la población, en parte vinculada de manera directa al sistema económico, y en
parte, harto notable, sometida a él por los canales de la circulación mercantil,
constituye la materia de una acumulación de capital que el Estado, representante
del interés general, acelera por métodos monetarios, todo para la gloria de una
clase de capitalistas, que buscan elevarse sin dilaciones a la categoría de
ciudadanos del mundo apoyándose para ello sobre los hombros de un pueblo
deprimido.
El esfuerzo capitalista que otros países pueden vivir como una empresa nacional,
carece aquí de todo piso moral, lo que significa que cualquier persona corriente ve
apenas en él el nuevo negocio de las viejas capas dominantes, en el que los costos
populares no hacen más que crecer.
La falta de piso moral del capitalismo es un hecho central en este cuadro. Surge
entonces la perplejidad: si el Estado es formalmente la primera autoridad de la
nación, y si el ordenamiento capitalista de las relaciones sociales es para él un
valor intocable, objeto por demás de sus desvelos, cómo puede mantenerse el
sistema de la democracia política? Cómo puede dejarse que el estado sea
constituido por el juego de las libres opiniones y como expresión de la voluntad
mayoritaria del pueblo a través del sufragio universal?.
La democracia política colombiana, con todo y sus recortes, tiene que ser vista a
esta luz como un hecho sorprendente. La perplejidad es aún mayor, si se piensa
que la democracia colombiana, por lo menos en el terreno de la lucha política e
ideológica, puede incluso permitirse ciertos excesos capaces de enardecer a la
Iglesia, al Ejército y otras fuerzas centradas en el problema de la captación social y
del orden.
Los guerrilleros que por fortuna no son muertos en el acto de su captura y que, en
las esporádicas pausas del estado de sitio, pasan a la Justicia ordinaria, obtienen
en más de un caso pronta libertad.
Existe una libertad de prensa que, si bien sólo puede ser ejercida por aquellos que
estén en capacidad de financiarla, alcanza verdaderos extremos: el presidente de
la República es presentado como un hampón y los delitos de los militares y los
burgueses son ventilados sensacionalmente en más de un órgano periodístico. Y a
todo esto el sistema parece impertérrito, firme como los mecanismos sin dueño.
Es que acaso el uso que se hace de las libertades en e! terreno de las opiniones y
las ideas política, contribuye a la producción de un caos mental en medio de cual
nadie cree que se pueda realizar nada, fuera de denunciar, denostar y escandalizar
a la manera de Eumolpo? Es cierto, que de una manera general la libertad formal
de las ideas constituye la mayor conquista de la civilización de Occidente, y que
cualquier política que se proponga dar contenidos substanciales a la libertad, vale
menos que las órdenes que substituye si su costo es la reglamentación de las
conciencias. Pero es también cierto que el libre juego de las ideas políticas tiene
que plantear gravísimos interrogantes cuando se revela en gran medida inocuo
frente a los males de la existencia social.
Los marginados no tienen ideas políticas propias y tampoco son representados por
nadie. Con relación a ellos, todos los demás grupos sociales están unificados por el
miedo. En el terreno más inmediato, los capitalistas y los trabajadores se ven
asediados por las oleadas de criminalidad que ascienden de los estratos
marginales.
Solución de Problemas
• Elaborar un cuadro comparativo, donde se planteen los aciertos y desaciertos
de los gobiernos, en cuanto a:
- El manejo de la economía durante la bonanza cafetera.
- La implantación de la economía de sustitución de importaciones y la
explotación del petróleo.
- En esta actividad pueden recurrir a la estrategia del seminario alemán: Que
consiste en que un grupo se prepara para defender un punto específico de la
discusión, y otro para intentar refutarlo.
Repaso Significativo
Ahora bien, luego de este importante resumen de la historia política de Colombia,
deseo ofrecer una serie de conclusiones que muy seguramente contribuirán a la
total comprensión del texto.1
1
Las conclusiones no hacen parte del texto original, constituyen parte del trabajo de compilación y
análisis del autor de este Modulo.
2
Para un mayor ejemplo de lo aquí planteado verse “la masacre en las bananeras. 1928” Edición
los comuneros.
3
Este tema es tratado ampliamente en el libro “Economía y Nación” escrito por el Doctor Salomón
Kalmanovits, entonces codirector de Banco de la Republica.
lado lo que ellos nos reembolsaron, resultaría irrisoria la simple operación, pero
si, claro esta, el descalabro político-económico que le debemos atribuir a la
clase política de principios del siglo XX.
• Para inicios de los años cuarenta, el panorama era otro, un fenómeno político
cambiaria en cierto sentido la historia de este país, generando uno de los más
dolorosos capítulos de nuestra historia. La propuesta de Jorge Eliécer Gaitan,
de colocar el Estado al lado de los menos favorecidos, conmocionó a las capas
más bajas y hasta sedujo a la clase media, donde algunos intelectuales de la
época influenciados por las doctrinas del comunismo, participaron activamente
en el proceso que fatalmente culmino con el asesinato de este gran personaje.
De igual forma, esta es otra de las incógnitas que el pueblo colombiano
acumula en su historia debido a la falta de claridad en los hechos y la escasez
de pruebas que generalmente conllevan a la especulación de los verdaderos
acontecimientos de la historia de este país.
4
El Golpe de Estado protagonizado por el General ROJAS PINILLA en 1953, al entonces presidente
de la República: LAUREANO OMEZ.
Bibliografía Sugerida
• MELO, Jorge Orlando. “Colombia Hoy: Perspectivas Hacia el Siglo XXI”. 15ª.
Edición, TM Editores. Bogota Colombia 1997.
• www.bibliotecaluisangelarango.edu.co
UNIDAD 2
Teorías para la Comprensión del Estado
Moderno
Descripción Temática
Los planteamientos acerca de cómo se deben manejar los asuntos de Estado, son
tema de constante debate en el congreso de la república y en otros ámbitos de la
vida pública de la nación. De igual forma sucede en la manera como se concibe el
estado dentro y desde la oposición, pero al enfrentarse a la realidad y asumir las
riendas de la nación y comprender todo lo que de ello depende, surgen las
incompatibilidades entre la intención del partido y la realidad del contexto nacional
y en muchas ocasiones del panorama internacional.
Horizontes
• Determinar los componentes básicos para la conformación de un Estado de
Bienestar, desde la política, la economía y la cultura.
Proceso de Información
2.1 PRESUPUSTOS MORALES DEL ESTADO SOCIAL DE DERECHO. ADELA
CORTINA
incluso un clamor por recuperar aquel “sano egoísmo” que dio lugar al nacimiento
y auge del capitalismo. “Beverigde ha muerto, ¡viva Adam Smith!” sería la
consigna.
Consideran los críticos de esta forma estatal que la solidaridad es una virtud loable
cuando la practican los individuos en las relaciones interpersonales, pero cuando
los estado intentan asumirla y encarnarla en las instituciones, se producen
inexorablemente tanto un paternalismo como un intervencionismo malsanos que
acaban por socavar, por razones bien diversas, los fundamentos mismos del
estado democrático. Establecen que ello se produce, porque si bien las
democracias modernas nacieron como un medio para defender a los ciudadanos
frente a la rapacidad de los gobernantes –poniendo en sus manos el mecanismo
del voto que les permite hacer frente a los gobiernos- el Estado benefactor
desvirtúa este recurso al usar los mecanismos económicos de que dispone para
comprar votos, de suerte que la ciudadanía no sólo queda de nuevo a merced de
los gobiernos sino que lo hace a costa de su propio pecunio.
En efecto, las reflexiones de autores como Jeremy Bentham o John S. Mill sugieren
la denominación de “democracia como protección” al modelo democrático que
proponen precisamente porque la entienden como un recurso político que permite
a los hombres defenderse de la rapacidad de los gobernantes5. Sin embargo, el
estado-providencia elimina los frenos de la democracia originaria e irrumpe en
aquel ámbito que los individuos habían reservado como sagrado.
Con frecuencia, la conclusión a que llega este tipo de análisis es la urgencia por
recuperar de algún modo la forma liberal del Estado de derecho –lo que parece ser
la alternativa más clara al Estado benefactor- y sustituir, en lo que a valores
morales se refiere, la institucionalización de la solidaridad por la promoción de la
eficiencia y la competitividad en el marco del respeto a la libertad individual y la
5
C.B. Macpherson, La democracia liberal y su época, Madrid, Alianza, 1982, Cáp. II.
6
P. F. Drucker, La sociedad postcapitalista, Barcelona, Apóstrofe, 1993, Cáp. VI.
Con toda la buena razón que peden tener quienes así se expresan, a mi juicio
existe en estos argumentos un gran número de confusiones que conviene aclarar;
nos jugamos demasiado en ello como para dejarlo en proclamas más o menos
provocativas. De hecho, cualquier político que en la vida cotidiana pretendiera
arrasar con el vituperado “mega-estado” y sustituirlo, sin conservar nada de él, por
un estado liberal construido exclusivamente sobre los pilares de la iniciativa y la
competencia, no sólo resultaría regresivo en relación con conquistas sociales ya
irrenunciables, sino que, más temprano que tarde, perdería las elecciones porque
hay una dimensión del Estado de bienestar que nadie está dispuesto a tirar por la
borda.
Me refiero, por poner un ejemplo práctico, a uno de los temas del debate que
Televisión Española presentó entre Felipe González, líder del Partido Socialista
Obrero Español, y José María Aznar, líder del Partido Popular, antes de las últimas
elecciones nacionales. Frente a las insinuaciones de González acerca de que el
Partido Popular, en caso de acceder al gobierno, recortaría las jubilaciones, Aznar
preguntaba insistentemente, como si la insinuación, por increíble, no pudiera ser
sino un arma electoral: “¿Quiere usted decir en serio, señor González, que si yo
gano las elecciones, voy a quitar las jubilaciones a las personas de la tercera edad?
¿Pretende usted decirlo en serio?”.
Para terminar con la anécdota diré que González no respondió la pregunta y Aznar
tampoco aseguró expresamente que si ganaba las elecciones no recortaría las
jubilaciones. Lo que quedó bien claro es que ambos sabían de sobra que en este
aspecto podían jugarse las elecciones. Y no sólo por la nutrida población de la
tercera edad, sino porque en aquellos países en que la jubilación es un derecho
reconocido, los ciudadanos consideran esa conquista irrenunciable, como también
7
Véase, por ejemplo, B.B. Levine, ed., El desafío neoliberal. El fin del tercermundismo en América
Latina, Santafé de Bogotá, Norma, 1992. Una posición contraria, sin embargo, es la del también
colectivo Varios autores, Neoliberales y pobres. El debate continental por la justicia, Santafé de
Bogotá, Correa, 1993.
8
Pilles Lipovetsky, Le crépuscule du devoir, París, Gallimard, 1992.
Por eso, a mi modo de ver, una crítica al Estado de bienestar capaz de conservar
lo que tiene de ineliminable –no obstante transformándolo porque la historia no
pasa en vano- debería considerar los siguientes puntos:
• El Estado de derecho puede revestir formas diversas, entre ellas el Estado
liberal de derecho, el Estado social de derecho, o el Estado de bienestar. Es
necesario distinguir con claridad las dos últimas, aunque en la práctica se hayan
dado juntas. En efecto, si el Estado bienestar ha degenerado en un “mega-
Estado” y, por ello, ha entrado en un proceso de descomposición, los mínimos
de justicia que pretende defender el Estado social de derecho constituyen una
exigencia ética que, en modo alguno, podemos dejar insatisfecha.
sensibilidad para compadecerse con el Estado social9. Ahora bien, puesto que la
solidaridad no puede institucionalizarse, será preciso recordar que sólo una
sociedad civil democrática hace posible un Estado democrático, sólo una
sociedad civil motu propio solidaria hace realmente posible un estado social de
derecho.
Todo ello exige revisar de nuevo los conceptos de “Estado” y “sociedad civil” y ver
de qué modo han de cooperar en la tarea de crear una sociedad libre y justa10.
En lo que se refiere al término “Estado”, éste fue utilizado por primera vez por
Maquiavelo: stato, participio de stare, que significa la organización estable, el
aparato establecido, los cargos o burocracia y su gobernante: el Príncipe. Por su
parte fue Bodino quien, concepto de “soberanía”, dotó de autonomía, neutralidad
religiosa y poder total al Estado absolutista de su siglo y el siguiente.
9
De un análisis del individualismo, en lo que de aprovechable y desechable tiene, me he ocupado
en Ética aplicada y democracia radical, Madrid, Tecnos, 1993. En este libro propongo una
“superación” del individualismo mediante la idea de persona como interlocutor válido, idea que
intento aplicar a los distintos ámbitos sociales. En una línea semejante, aunque en perspectiva más
antropológica, véase J. Conill, El enigma del animal fantástico, Madrid, Tecnos, 1991.
10
Adela Cortina, Ética aplicada y democracia radical, op. Cit., Cáp. 9.
11
Ibid.
12
Norberto Bobbio, N. Mateucci, Diccionario de política, Madrid, Siglo XXI, 1982, p. 626.
Saber cuáles son los fines del Estado es, como diría Albert, una cuestión de
tecnología social que históricamente puede responderse desde distintas doctrinas.
En los orígenes de la concepción del Estado, éste se presenta como necesario al
menos desde cuatro perspectivas:
• Como garantía de la paz; interés común a los individuos sumidos en un estado
de guerra. (Hobbes).
• Como agencia protectora que evita que cada individuo tome la justicia por su
mano (Locke-Nozich).
• Como expresión de la voluntad general que exige el abandonote la libertad
natural, pero concede la libertad civil (Rousseau).
• Como garante de la libertad externa sin la cual es imposible la realización de la
libertad trascendental (Kant).
Nos parece imposible llevar a delante una democracia sin la seguridad que
proporciona el marco de un Estado de derecho porque, en condiciones de
inseguridad, mal pueden ejercer todos los ciudadanos su libertad positiva. De igual
forma, nos parece imposible llegar a satisfacer las exigencias de libertad que el
Estadote derecho plantea si no es a través de la participación universal de los
13
José Luis Aranguren, “Estado y sociedad civil”, en varios autores, Sociedad civil y Estado:
¿Reflujo o retorno de la sociedad civil?, Madrid, Instituto Fe y Secularizad, Fundación Friedrich
Ebert, 1988, pp. 13-17.
Las bases del Estado de derecho serían, en principio, las que Kant sugería como
propias de una constitución republicana:
• La libertad de cada miembro de la sociedad, en cuanto hombre.
• La igualdad de éste con cualquier otro, en cuanto súbdito.
• La independencia de cada miembro de una comunidad, en cuanto ciudadano17.
Por eso es clave en este tipo de Estado que se establezcan claramente los
procedimientos de protección de los derechos y que tales procedimientos sean
asépticos ideológicamente, de lo que resulta prima facie porque conviene no
olvidar que el procedimentalismo neutral del que hablamos cobra todo su sentido
al servir a metas como las anotadas: la ausencia de guerra, la defensa de los
derechos sin necesidad de que cada quien se tome la justicia por su mano, la
expresión de la voluntad general, el ejercicio de la libertad trascendental. Con ello,
la presunta “neutralidad” queda fuertemente coloreada en un sentido muy
determinado ya que nada de particular tiene que la defensa de la libertad negativa
acabe exigiendo el ejercicio de la positiva, lo cual conduce, obviamente, a reclamar
un orden político democrático de carácter participativo.
14
Adela Cortina, Ética sin moral, Madrid, Tecnos, 1990, en especial Cáp. 9.
15
R. Cotarelo, En torno a la teoría de la democracia, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales,
1990, pp. 13-24.
16
Robert Dahl, La democracia y sus críticos, Barcelona, Paidós, 1992, pp. 21-48.
17
Emmanuel Kant, Über der Geneinspruch: Das mag in der Theorie richtig sein, tauct aber nicho
fur die Praxis, VIII, p. 290 castellana, Madrid, Tecnos, 1986. Pasajes paralelos en Zum swing
Frieden, VIII, pp. 349 y 350. Versión castellana, Madrid, Tecnos, 1985 y Metaphysik der Sitten, VI,
p. 3.424. Versión castellana, Madrid, Tecnos, 1989.
Que más quisieran los gobernantes –dice Constant- que los ciudadanos pusieran
en sus manos todas las decisiones y, dedicándose a su vida privada, renunciaran a
controlar al gobierno. Y, por otra parte, qué raquíticos serían unos ciudadanos
desentendidos de la cosa pública y aplicados exclusivamente a sus afilones
privadas: tanto la defensa de la “libertad de los modernos” (la independencia)
como la plena realización de los ciudadanos, exige la participación18.
• El problema del “realismo político”; es decir, las dificultades para poner en obra
un estado como el enunciado. Estas dificultades se deben a que en este
esquema, quien se auto-obliga es quien ostenta el poder; a saber, el Estado.
Ello sin embargo, resulta difícil ya que éste puede eludir esa autolimitación
cuando le plazca21;
18
Benjamín Constant, “De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos”, en
Escritos políticos, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989.
19
Adela Cortina, Ética aplicada y democracia radical, op. Cit., segunda parte.
20
R. Cotarelo, op. Cit., pp. 16-18.
21
G. Jellinek, Teoría general del estado, Buenos Aires, Albatros, 1978, p. 278, y R. Octarelo, op.
Cit., p. 17.
Francisco Laporta, entre otros, considera que en el surgimiento del Estado social
concurren dos tipos de justificación: una de tipo ético, que consiste en percatarse
de que la satisfacción de ciertas necesidades fundamentales y el acceso a ciertos
bienes básicos exige la presencia del Estado bajo formas diversas; y otra que
surge de criterios de eficiencia económica. La acumulación capitalista que
necesitaba la gran sociedad anónima exige la producción en masa y, por tanto, la
expansión indefinida de la demanda interna que parece imposible sin una
distribución relativa de los recursos en forma de salarios, y sin la presencia del
22
Elías Díaz, Estado de derecho y sociedad democrática, Madrid, Taurus, 1981, sobre todo parte
III, y A. E. Pérez Luño, Derechos humanos, Estado de derecho y constitución, Madrid, Tecnos,
1984, especialmente Cáp. 5.
23
Véase, sin embargo, Gregorio Peces-Barba, Curso de derechos fundamentales, Madrid, Eudema,
1991.
A mi juicio, si bien ambos han estado unidos en la práctica, las exigencias éticas
del primero siguen siendo irrenunciables se cual fuere el mecanismo apto para
satisfacerlas, mientras que el segundo, afortunadamente, ha fracasado. Ello nos
obligará, más adelante, a distinguir entre “justicia” y “bienestar”.
Ahora bien, lo que considero no sería aceptable por parte de quienes detectan el
poder político es la utilización de las exigencias éticas de intervención con fines
electoreros. Es decir, usar electoralmente su anuncio de que el Estado del
bienestar ha muerto, su reconocimiento de que el Estado social sigue siendo una
exigencia ética y su decisión de que el Estado necesita intervenir para satisfacer
los derechos de la segunda generación.
Ciertamente resulta muy difícil determinar qué es una exigencia de justicia o hasta
dónde llega el “mínimo decente” que una sociedad debe cubrir. Sin embargo, si
existe la voluntad política de descubrirlo y de dejar en un segundo plano
motivaciones electorales ello resultará bastante más sencillo, pero sobre todo,
permitirá que el Estado funcione en forma legítima. Tergiversar ambas cosas, dar
gato – Estado de bienestar electorero- por liebre – Estado social de derecho- no
puede tener a la larga sino dos resultados: perder legitimidad por no cumplir la
función propia del Estado social y perder credibilidad por parte de los votantes
que, tarde o temprano, se dan cuenta del engaño.
Creer que los ciudadanos son siempre tontos no es una política legítima y tampoco
inteligente. Por eso es necesario denunciar las patologías del Estado de bienestar y
sugerir para el futuro posibles recetas que no sean nocivas para las exigencias
éticas del Estado social.
24
Francisco Laporta, “Sobre la precariedad del individuo en la sociedad civil y los deberes del
estado democrático”, en Varios autores, Sociedad civil y Estado: ¿Reflujo o retorno de la sociedad
civil?, op. Cit., pp. 19-30.
25
P.F. Drucker, op. Cit., pp. 125 y ss.
26
Ibid., p. 127.
27
Ibid., p. 129.
28
Ibid., p. 134.
29
Ernesto Garzón, “¿Es éticamente justificable el paternalismo jurídico?”, en Doxa, 5, 1988, pp.
155-176.
30
El auge de la ética aplicada es, a mi juicio, suficiente expresión de que los ciudadanos van
dejando de considerarse como “incompetentes básicos” en los distintos ámbitos y, frente a las
actitudes paternalistas, exigen ser tratados como “interlocutores válidos” Ésta es mi tesis central en
Adela Cortina, Ética aplicada y democracia radical, op. Cit.
Por otra parte, como hemos dicho, lo que el keynesianismo buscaba era asegurar
el capitalismo y no lograr la igualdad respondiendo a motivaciones éticas; igualdad
que, por demás no ha conseguido el Estado fiscal. En lo que respecta a la
solidaridad, ocurre lo mismo que con la libertad: no puede ser impuesta.
31
Entiendo aquí “metafísica” en el sentido que le J. Conill en El Crepúsculo de la metafísica,
Barcelona, Anthropos, 1988.
32
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Barcelona, Juventud, 1966, p. 892.
33
Ibid.
34
De la distinción entre éticas de máximos y éticas de mínimos me he ocupado en Adela Cortina,
Ética mínima, Madrid, Tecnos, 1992 y en La moral del camaleón, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, sobre
todo en los capítulos 10 y 13, y a lo largo de Ética aplicada y democracia radical, op. Cit.
35
P. J. A. Feuerbach, Anti-Hobbes oder über die Grenen der Hochsten Gewalt und das Zwang recht
der Burger gegen den Oberherrn, Giessen, 1797, reproducción del original en Darmstadt,
Wissenschaftliche Büchgesellschaft, 1967, p. 75.
Precisamente la libertad, como principio legal, tiene una doble faz, ya que consiste
en “no obedecer a ninguna otra ley más que aquella a la que he dado mi
consentimiento”36 y también en que “nadie me puede obligar a ser feliz a su modo
(tal como él se imagina el bienestar de otros hombres), sino que es lícito a cada
uno buscar su felicidad por el camino que mejor le parezca, siempre y cuando no
perjudique la libertad de los demás para pretender un fin semejante”37. El primer
concepto de libertad reclama, a mi juicio, la participación de los ciudadanos en la
cosa pública, según el principio del contrato social38; el segundo, condena el
paternalismo político en virtud del cual los gobernantes deciden en qué consiste el
bien del pueblo.
36
Emmanuel Kant, Metaphysik der Sitten, op. Cit., VI, p. 314, Zum ewigen Frieden, op. Cit. A este
tipo de libertad es a la que se ha llamado “libertad positiva”. Véase para ello mi estudio preliminar a
la versión castellana de la Metafísica de las costumbres, op. Cit., pp. XV-XCI.
37
Emmanuel Kant, Gemeinspruch, VII, p. 290. Este tipo de libertad se ha dado en llamar
“Libertad negativa”. Par ello véase mi estudio preliminar en la Metafísica de las costumbres, op. Cit.
38
Adela Cortina, Ética sin moral, op. Cit., Cáp. 9 y Ética aplicada y democracia radical, op. Cit.,
Parte II.
39
Aristóteles, Ética Nicomáquea y Ética Eufemia, Madrid, Gredos, 1985.
40
Daniel Bell, Las contradicciones culturales del capitalismo, Madrid, Alianza, 1977.
Ellos son infinitos; ninguno podrá ser, por tanto, legítimo y todos correrán el riesgo
de ser injustos. En la indefinida maraña de deseos individuales que componen el
bienestar, tenderán a atender aquellos que proporcionan votos y no los que son
exigencias básicas de justicia.
Por eso es urgente que cada Estado intente determinar qué necesidades considera
un “mínimo decente” o un “mínimo absoluto” por debajo del cual no puede
encontrarse si pretende legitimidad. Ese mínimo no es, ni pretende ser, el
bienestar de los ciudadanos; es una exigencia de justicia.
Para inicios de los años veinte, ya se asentaba y emergía una transición del
modelo de Estado imperante y que había fundado “REYES” con su “Regeneración
O Catastrofe”. Este nuevo modelo recogía elementos modernos, capitalistas y
hasta de descentralización administrativa. El desmesurado régimen centralista
implantado por REYES, estaba cambiando, aunque la Republica conservadora no
hubiera aun culminado su largo ciclo. Los departamentos adquirieron nuevamente
autonomía y el régimen monetario se amplio debido a la fundación del Banco de la
Republica y la denominada monetarizacion de la economía41, producto de los
grandes ingresos de capital extranjero a nuestro país.
41
Buitrago, Francisco. “Crisis de Modernización o Modernización incompleta” Colombia Hoy. Pagina,
399.
42
Economía y Nación. Kalmanovits, Salomón. Pagina: 266.
Fue así como las doctrinas del liberalismo se incrustaron en nuestro país; continuas
reformas tributarias, laborales y de tierras dieron paso a un modelo aun no
43
Economía y Nación. Kalmanovits, Salomón. Pagina: 267.
Esto a grandes rasgos nos deja ver un claro panorama de la sociedad colombiana
tanto en las urbes como en los campos, de lo que fue el Estado en manos de los
Es preciso aclarar que desde un inicio estas reformas han sido asesoradas por
personal extranjero y en ocasiones por misiones con metas especificas como la
que asesoro la creación del Banco de la República durante el gobierno de Pedro
Nel Ospina.
“Cualquier cosa que afecte la libertad de comercio será una traba para la
prosperidad económica del país. Un sistema aduanero que restrinja el poder de
compra de artículos de primera necesidad o de materiales de industria que deban
tener bajo precio, y que obligan a comprar productos domésticos a precios altos,
es un golpe directo que se afecta a las industrias de cuya exigencia depende la
prosperidad nacional; acarrean, además, los altos salarios y recargan el costo de
los materiales que requieren la industrias… La riqueza y la prosperidad solamente
provienen de aquellas industrias para las cuales el país ha sido favorecido por
naturaleza, y que no necesitan, por tanto, de protección, y no de aquellas exóticas
que solo viven al amparo de derechos arancelarios protectores”.44
Así pues, de esta manera se puede argumentar que estas misiones y sus
recomendaciones fueron y lo son, hoy día una clara intervención diplomática de
cómo debemos plantear nuestra estructura y legislación económica frente al
modelo que ellos manipulan.
44
Leyes presentadas al gobierno por la misión de expertos financieros y exposición de motivos de
estas. Bogota 1923.
45
Fernando Uricoechea, Estado y Burocracia en Colombia, Bogota, Universidad Nacional de
Colombia, 1986, paginas 74 y 126.
46
Leal B., Francisco. “El Sistema Político del Clientelismo”. Análisis Político .Bogota. 1989.
Solución de Problemas
• En que momento, según Adela Cortina el Estado de Bienestar deja de serlo
para convertirse en el Estado Social de Derecho.
47
Consigna del desaparecido dirigente político “JORGE ELIÉCER GAINTAN”
Bibliografía Sugerida
• MELO, Jorge Orlando. “Colombia Hoy: Perspectivas Hacia el Siglo XXI”. 15ª.
Edición, TM Editores. Bogota Colombia 1997.
• www.bibliotecaluisangelarango.edu.co
UNIDAD 3
Tradición, Modernidad y Modernización
Descripción Temática
Horizontes
• Adquirir los elementos teóricos básicos que permitan distinguir y clasificar los
conceptos según sus contenidos.
• Someter a un continuo análisis, las ideas y propuestas de los autores con el fin
de abstraer su verdadero contenido.
Proceso de Información
3.1 RENACIMIENTO: ORIGEN DE LA MODERNIDAD. OSCAR FABIÁN
CRISTANCHO FUENTES
En estas lides, España, primero con Carlos V y luego con Felipe 11 se convertirá
en el más firme defensor del catolicismo romano. Esto conducirá a grandes
enfrentamientos. Primero de Carlos V con Francisco 1 de Francia y con Enrique
VIII de Inglaterra, más cultos y renacentistas, para acabar finalmente
quebrándose su imperio en la lucha con los estados protestantes de Alemania.
En 1556 abdica. El reinado de Felipe II (1556-1598) no le va a la zaga en su
afán por defender el catolicismo. Guerras contra Francia, los Países Bajos,
Inglaterra, Lepanto, y otra vez Francia. El celo puesto en lucha contra el
protestantismo contribuyó decisivamente al descontento de sus súbditos,
iniciándose, de este modo, el declive definitivo del imperio español, confirmado
a lo largo del siglo XVII.
Con ello da una demostración empírica del sistema copernicano, lo que le llevará a
grandes problemas con la Iglesia, que le obligará a abjurar (renegar, aborrecer) de
ellas públicamente. Por último, Galileo pone a punto el método experimental como
propio de la ciencia. Él lo llamó método resolutivo-compositivo, y se basa en la
observación de ciertas propiedades (1ª fase) sobre las que se formularán diversas
hipótesis (2ª fase) que serán sometidas contratación empírica (3ª fase). Además,
las matemáticas se convertirán en fundamentales para la ciencia. Galileo llega a
afirmar que "el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático". A partir
de él las ciencias de la naturaleza y las ciencias humanas se van alejando. Aunque
los futuros filósofos todavía llegarán a dominar, hasta el siglo XIX, todo el saber de
su tiempo. Pero las matemáticas se convertirán en el saber modelo para los
racionalistas (Descartes, Spinoza y Leibniz) del siglo XVII.
3.1.3 Consecuencias
Este es el ambiente en que vive Descartes. Su obra Discurso del método (1637)
muestra las vicisitudes del momento. De hecho, se afirma que quería publicarla
antes, pero desistió al enterarse de la condena a Galileo. No obstante, tanto
Descartes como el resto de racionalistas (Spinoza, Leibniz) y empiristas (corriente
inglesa de la segunda mitad del siglo, con Locke y Hume como destacados)
recogerán los frutos del conocimiento renacentista. Todos ellos son heliocentristas
y defensores de la razón y su capacidad de conocimiento. Aunque, entre ambas
corrientes del siglo XVII, Racionalismo y Empirismo, las diferencias en la
fundamentación del saber, son por igual herederas de los logros renacentista.
3.2.1 Introducción
Pero los desarrollos ulteriores de la vida política colombiana, como las elecciones
del nuevo Congreso de 1991 y las recientes elecciones de 1992, evidenciaron que
la crisis era mucho más profunda de lo que se pensaba. Por ejemplo, en esos
comicios los partidos tradicionales parecieron recuperar parte de su fuerza, pero
mostraban tal fragmentación de listas y candidatos, que indicaban claramente que
carecían de las plataformas comunes y de la mínima disciplina interna, necesarias
para funcionar como partidos políticos modernos. Por su parte, los grupos y
movimientos que se habían presentado como fuerzas renovadoras en la
Constituyente y en el debate posterior, manifestaron un comportamiento político
muy similar al de los partidos tradicionales. La fragmentación del poder político era
la nota común a todos.
Por otra parte, el hecho de que las fuerzas renovadoras no hubieran logrado una
hegemonía en la Constituyente y de que ningún grupo político pudiera reclamar
una clara victoria en ella, obligó a un proceso de negociación entre las partes
representadas: esto mostraba ya cierto equilibrio entre fuerzas modernizantes y
tradicionales.
esfuerzo por presentar al régimen como totalmente cerrado habría que leerlo
dentro de la perspectiva de la controversia ideológica que buscaba dar sentido y
justificación a la opción armada de algunos grupos de izquierda.
Hay quienes, como Francisco Leal Buitrago, sostienen que el poder político del
bipartidismo, que hasta hoy había servido como salvaguardia de los privilegios de
una democracia oligárquica, está ya totalmente acorralado. No se vislumbra
entonces ninguna solución al problema político distinta a la sustitución del
bipartidismo y la única pregunta que nos queda es adivinar las condiciones en que
se va a operar dicha sustitución.
Para Leal Buitrago. se trata así de una crisis estructural, que consiste en la
permanencia del carácter oligárquico de la democracia colombiana, propio de una
sociedad precapitalista, que ha impedido al Estado una respuesta eficaz a las
necesidades organizativas de una sociedad que ya se ha desarrollado al estilo
capitalista. El sistema político del bipartidismo, por basarse en la mediación
clientelista entre Estado y sociedad, impide la modernización que el Estado
necesita para adecuarse a la sociedad capitalista. Esto se debe a que solo puede
expresar las demandas sociales susceptibles de convertirse en votos y no puede
cobijar otras expresiones de poder que surgen hoy de la diversificación y
expansión del capital.
Bajo López Michelsen, sigue diciendo Leal, aparecía ya duramente una profunda
escisión de la sociedad civil entre un bloque fuertemente institucionalizado de
prácticas en torno a un gobierno bipartidista, usufructuado por una reducida clase
política que deriva su poder del uso clientelista de los recursos del Estado que le
permite conservar su capital electoral, y otro bloque heterogéneo de fuerzas no
arrastradas ni representadas por el Estado ni por los partidos tradicionales
culturales de la sociedad. Estas fuerzas carecen de expresión política propia y los
movimientos guerrilleros tampoco logran ganarse su representación legítima.
Las fuerzas militares detectan esa escisión de la sociedad pero la sitúan al exterior
de la democracia, al considerarla como efecto de la subversión del comunismo
internacional (carta de los militares al presidente López, en diciembre de 1977),
evidenciada -según ellos- en el paro cívico de septiembre del mismo año. En este
paro se produce una excepcional (y poco duradera) fusión o coincidencia de
diversas fuerzas sociales y económicas en contra del gobierno. Agregando Leal
que, como resultado, trae la gradual pérdida de confianza en el gobierno por parte
En una línea un tanto diferente. Gary Hoskins intenta demostrar que los partidos
políticos tradicionales no son los únicos "malos del paseo" ni tampoco los únicos
actores significativos de la crisis actual. Es más, sostiene que los partidos habían
venido respondiendo adecuadamente a la crisis con reformas que podrían facilitar
el surgimiento de un sistema político más amplio y participativo, cuyos resultados
futuros podrían ser exitosos si se lograran disminuir los niveles actuales de
violencia y se pudiera regresar a los niveles de crecimiento económico de los años
previos a la década de los ochenta.
Todo esto hace que la estructura de los partidos sea altamente descentralizada,
aunque cada político regional y local tiende a alinearse de manera bastante laxa
con un líder de talla nacional. Así, los jefes regionales se mueven entre la arena
nacional del Congreso y la unidad electoral propia (departamento o comarca). El
liderazgo del puñado de políticos profesionales suele ser bastante cerrado y su
movilidad interna sumamente limitada. (Se podría añadir a esta descripción de
Hoskin la anotación de que esta estructura descentralizada tiende necesariamente
a la fragmentación del poder casi ad infinitum, por la tendencia de cada "teniente"
o jefe secundario a crear su propio grupo o facción cuando tiene la posibilidad de
acceder a los recursos propios del Estado).
que el comportamiento clientelista se ve cada día más minado por el avance del
proceso de modernización y la creciente rebeldía de las clases medias. Pero acepta
que la profunda crisis política del país tiene sus raíces en la dificultad para pasar de
una democracia liberal, basada en una participación política limitada y en una muy
marcada desigualdad en la distribución de riqueza e ingresos, a una democracia
más abierta, participativa y justa.
Esta dificultad ha roto las reglas de "contestación" asociadas con el sistema político
tradicional y ha hecho mover competencia política hacia canales extralegales. Con
esto, la rivalidad entre los dos partidos tradicionales se ha reducido hoy a ser solo
una dimensión, aunque sea todavía muy importante, de la vida política
colombiana. Por eso, habría que en crear nuevas reglas para el juego democrático,
más allá de la sola competencia bipartidista. Pero Hoskin detecta dos formidables
obstáculos para este proceso de concertación: la carencia de organicidad de la
sociedad civil y la profunda división de la clase dirigente. Sin embargo, su análisis
se centra principalmente en los obstáculos mas directamente relacionados con el
funcionamiento interno de los partidos tradicionales.
El único interés de los dirigentes de los partidos es ganar elecciones (sobre todo,
en el nivel regional), tener acceso a los puestos burocráticos, distribuir auxilios
regionales y obtener trato preferencial para amigos, parientes y seguidores. Estas
tendencias fueron reforzadas por el Frente Nacional,' que terminó produciendo una
mayor proliferación de facciones políticas y una más grande autonomía de los jefes
regionales y locales. Esta estructura clientelista-electoral impide que los partidos
puedan identificarse abiertamente con un número limitado de grupos de interés.
Por otra parte, tampoco resulta muy productivo para los grupos de interés ligar sus
ambiciones con un partido político específico, ya que su membresía es
heterogénea en términos partidarios y los partidos no están muy
institucionalizados, Además, los partidos representan a una multiplicidad de
intereses sociales y solo de manera marginal contribuyen a la toma de decisiones.
Por todo ello, los grupos organizados prefieren ejercer influencia política a través
de los canales gubernamentales en vez de hacerlo por medio de los partidos.
Hoskin señala que los partidos no han encontrado incentivo para cortejar a estos
grupos por tres razones:
• Tienen asegurada de antemano la hegemonía electoral.
• Los líderes claves de los partidos tienen miedo a desencadenar un proceso de
reformas que podría eventualmente escapar a su control.
• La debilidad organizacional interna de los partidos les dificulta adaptarse a una
participación política más amplia.
Por su parte, el gobierno se mueve dentro de su propia esfera, sin mucho apoyo
real del país político. Este desequilibrio estructural perjudica la capacidad de los
partidos para representar a la sociedad en los procesos de tomas de decisiones e
imposibilita al presidente para formular y llevar a cabo un programa partidista de
gobierno, por la falta de disciplina interna de los congresistas de su propio partido.
Frente a las posibilidades de Leal y Hoskin sobre las crisis del régimen y del
bipartidismo, tal vez la comparación entre la imagen casi milenaria de los inicios
del gobierno de Gaviria (visto casi como un nuevo comienzo absoluto de todas las
cosas, que contrasta con la imagen actual, que tiende a culparlo de todas las
calamidades) con el final del gobierno de Barco (leído de manera igualmente
mítica, casi como la condensación de la total ilegitimidad del régimen), podría
sernos útil para colocar en sus reales dimensiones el significado y alcance de la
crisis del sistema bipartidista.
Los comienzos del gobierno del presidente Gaviria evidenciaban a las claras que
concebía al Estado y a los partidos políticos. de manera pragmática, como una
mezcla bastante contrastada de lógicas opuestas. La combinación de una lógica
moderna con una tradicional busca responder a un país cuya modernización social
y económica está lejos de ser completa.6 En ese sentido, inicialmente el gobierno
de Gaviria era tecnocrático y reformista en el gabinete ministerial y en su equipo
de consejerías, cuyos súper ministros significan un enorme robustecimiento del
poder presidencial, mientras en las gobernaciones se presentaba como el
tradicional negociador de repartos burocráticos y mediador entre políticos
tradicionales, algunos de ellos de carácter casi arcaico.
con la clase política tradición.; del orden nacional y local, que influye bastante en
las actual, s dificultades del Ejecutivo con el Congreso.
Por otra parte, la diferencia de los comportamientos en las elecciones para cuerpos
colegiados y alcaldes, para la consulta popular dentro del liberalismo y para
presidente y, finalmente para escoger delegatarios para la Constituyente, parece
demostrar que la lógica de los electores tampoco es tan homogénea. Los votos
"amarrados"' son menos amarrados de lo que se cree y parece existir mayor
libertad electoral de lo que se supone. (El uso del tarjetón es obviamente un
instrumento que favorece todavía más la independencia del elector).
Así, los electores parecieron moverse con lógicas diversas en cada nivel electoral:
votaron por el jefe político tradicional para los cuerpos colegiados pero en contra
del candidato presidencial con el cual estaba comprometido ese jefe: para las
elecciones de alcalde, se movieron por problemas de tipo local. En las elecciones
más recientes, aparecen muchos votos en blanco para alcalde y concejales, sin
saberse si reflejan un inadecuado uso del tarjetón o un voto de protesta por
carencia de alternativas. (Es claro que parte sustancial de esa votación parece
responder a ese descontento).
Por otra parte, es claro que la elección popular de alcaldes y gobernadores obliga a
la modernización, así sea parcial, de los políticos tradicionales y a una mejor
selección de los candidatos. Además, hay que tener en cuenta que el bipartidismo
no se agota del todo en la política denominada tradicional, sino que hay amplios
sectores de dirigentes y seguidores de los partidos tradicionales que se mueven
dentro de una concepción absolutamente moderna de la política.
Esta ha sido así a lo largo de nuestra historia, aunque probablemente los sectores
modernos ocupan cada vez más lugar en el conjunto. La llamada clase política
tradicional se concentra básica-mete en los cuerpos colegiados, aunque existan
casos de parlamentarios que son gamonales tradicionales en sus feudos electorales
y hábiles tecnócratas en el manejo del gasto público en la arena del Congreso,
Esas disensiones se hicieron aún más notorias en el debate electoral previo a las
elecciones de diciembre pasado. Se evidenció también que la mayoría de los
grupos y candidatos carecía de propuestas concretas sobre el sentido de las
reformas que se pretendían llevar a cabo. Pero, tal vez la causa más profunda del
malestar de la opinión, manifestado en el apoyo a la Constituyente, es el carácter
de "realidad aparte" de mucha de la actividad política con respecto a las fuerzas
económicas y sociales,7 su carácter autoperpetuante gracias al uso de los recursos
estatales para constituir una maquinaria electoral.
Por otra parte, conviene también anotar que ni siquiera la clase política más
tradicional se agota del todo en las prácticas clientelistas como forma de actividad
política sino que responden a formas tradicionales de sociabilidad y de cultura
política: muchas de sus adhesiones responden a formas adscriptivas de tipo
primario e interpersonal, como parentesco extenso, vecindario, compadrazgo.
Además, tampoco el clientelismo se reduce a un mero intercambio mercantil de
votos por favores, sino que es también un sistema deformado y primitivo de
seguridad social en una sociedad muy desigual, donde el acceso a los servicios
estatales es muy restringido. También tiene que ver con el sentido de lealtad al
patrón, que sirve como mecanismo de identificación de personas y grupos con las
"Comunidades Imaginadas" del Estado y de los partidos.9 El carácter
esencialmente limitado de la mediación cliente-lista y la escasez normal de
recursos del erario público, junto con los cambios de conciencia de amplios
sectores de la población con respecto a lo que pueden demandar del Estado, se
Todo esto evidencia que diagnósticos que muestren una sociedad claramente
escindida en dos bloques políticos, uno de ellos perfectamente integrado al
bipartidismo por mediaciones clientelistas, y el otro totalmente marginado de ese
sistema y de estas prácticas, constituyen una sobre simplificación de la realidad.
Entre estos dos bloques, que oscilarían entre el clientelismo más hirsuto y una
conducta política plenamente racional y moderna, existe una amplia gama de
posiciones intermedias, que cubren a la mayoría de la población. De la evolución
futura de ella dependerá el futuro del bipartidismo.
El recorrido por la historia política del siglo XIX muestra al bipartidismo como el
elemento articulador y canalizador de todas las solidaridades y rupturas que se
presentan en la sociedad de ese entonces, lo que le permite servir de puente entre
las solidaridades primordiales y primarias, de orden prepolítico y privado, y las
solidaridades más propiamente políticas, de tipo secundario y moderno, implicadas
en la pertenencia a la "comunidad imaginada" de orden nacional. Se pertenece a la
nación a través de la pertenencia a los partidos, a los cuales se pertenece por
medio de la identificación con los grupos primarios. Así se configuran los partidos
como federaciones contrapuestas de diferentes instancias de poder, que mezclan
en proporción variable estilos y lógicas diferentes del quehacer político.
Como contraparte de esto hay que señalar que este estilo de vida política
constituyó la manera de hacer presente de alguna manera al Estado en la sociedad
durante el siglo XIX y primera mitad del XX. Igualmente, fue el modo, así fuera
limitado y parcial, de canalizar y controlar los conflictos, y de mantener las
múltiples violencias en un nivel bajo. La violencia queda fuera de control cuando,
por diversas razones, se presenta una desarticulación de los niveles del poder, de
los actores colectivos y de sus respectivas lógicas, con lo que cada uno de esos
ámbitos de poder recupera su autonomía y vuelve a su propia dinámica y a su
lógica. Esta situación conduce a la solución privada de los conflictos, con lo que se
regresa a funcionar casi exclusivamente dentro de las solidaridades de tipo
primario (lazos de sangre, vecindario, etnia) diluyéndose el nivel de lo público y
debilitándose el monopolio estatal de la fuerza legítima.
Los casos más típicos de esta situación aparecen en la segunda etapa de la Guerra
de los Mil Días (cuando se pasa de las batallas formales a las guerras de
escaramuzas y guerrillas) y en la subsiguiente posguerra, lo mismo que en la
violencia de los años cincuenta y en la etapa más reciente de los ochenta y
noventa. Sobre todo, a partir de la toma del Palacio de Justicia hasta las
postrimerías del gobierno de Barco.
Las características del sistema bipartidista como mezcla de lógicas, como puente
entre solidaridades tradicionales y modernas, como articulación de conflictos de los
mismos órdenes, como federación de instancias de poder, con movilización popular
pero siempre controlada bajo ciertos límites hacen que sea a la vez moderno y
tradicional. Lo que se va a modificar con el tiempo es la dosis con que se mezclan
los componentes.
Estos cambios empiezan a aparecer desde los años veinte, cuando comienzan a
presentarse movilizaciones y solidaridades es un tanto al margen del bipartidismo,
tales como la agitación de los braceros del río Magdalena, conflictos obreros en los
Por todo esto, la fragmentación existente del poder hace que la violencia escape al
control del Estado y de la clase política de nivel nacional, terminando por dislocar
la imagen de unidad nacional y toda referencia al Estado, porque los poderes
locales y regionales terminan por sustituirlo. Esta situación fue caracterizada por
Paúl Oquist como un "colapso parcial del Estado", probablemente sobreestimando
el papel anterior del Estado en la sociedad. Por su parte, Mery Roldan señala cómo
se articulan las crisis políticas del nivel local y regional con la crisis de orden
nacional: en su análisis de Urrao, muestra cómo los grupos locales conservadores
sin acceso al poder y a las riquezas en la localidad aprovechan la crisis nacional
para sus propios ajustes de cuentas en ese ámbito.52 En esa misma línea, la lucha
guerrillera liberal se desarrolla básicamente en el mismo nivel local y rural, con
poca coordinación con el mundo urbano y bastante desacuerdo con la dirigencia
nacional, aunque subsista siempre la alusión al partido liberal como "la sola
referencia constitutiva de la identidad colectiva",53 Además, los conflictos
ulteriores entre guerrillas liberales y guerrillas comunistas contribuyen a aumentar
la fragmentación de la resistencia campesina, aunque la violencia haya sido, en
algunas zonas, una prolongación de las luchas agrarias de 1920-1935. Por eso,
según Pécaut, uno de los resultados más notorios de la violencia fue "un proceso
sin precedentes de desorganización del campesinado". Otro resultado fue una
intensificación del sentido de pertenencia a los partidos tradicionales porque la
referencia al enfrentamiento bipartidista terminó por convertirse en la única
posibilidad de dar sentido a la experiencia de violencia vivida, en niveles
diferentes, por toda una generación de colombianos.
Esta experiencia sentida explica el acuerdo del Frente Nacional, que se pensó
como la solución de los conflictos que habían caracterizado la vida política de
Colombia durante todo el siglo XIX y la primera mitad del XX. Este acuerdo
significó el sometimiento del Estado como espacio público a la lógica de los
partidos en tres sentidos antes descritos (federaciones laxas de poderes regionales
En esa misma línea de análisis. Francisco Leal Buitrago afirma que lo que hizo el
Frente Nacional fue "desmilitarizar" el conflicto entre los dos partidos tradicionales.
Esto produjo formado del "bandolerismo social", por la desconexión explícita que
efectuó el bipartidismo con respecto a la Violencia. Se pasó así a una nueva etapa
de hechos violentos (1958-1965), que finalizó en 1965 con el exterminio militar de
los cabecillas. Pero, por ello mismo, la Violencia deja de ser mediada por el
bipartidismo, lo que significa también que se eliminan ciertas formas para su
control y canalización. Esta Violencia, liberada de la mediación política y agravada
por los problemas sociales y políticos del momento, genera una nueva crisis, "con
la particularidad de que escapaba del control tradicional del régimen".
Por otra parte. Leal señala que el Frente Nacional produjo otro elemento
generador de crisis para el régimen bipartidista, al alterar el sectarismo, que era el
pilar del régimen y casi la razón de ser del sistema político. El resultado de esto fue
el debilitamiento del sentimiento de pertenencia a los partidos, lo que terminó
afectando el sistema de "jefaturas naturales", que se basaba en el sentimiento
Este divorcio se ha mantenido hasta hoy, con algunas variaciones, aunque podría
tal vez decirse que el gobierno de Turbay representaba, en algún sentido, un
regreso a la lógica tradicional. Todo esto explica el interés de Lleras Restrepo por
la modernización de su partido. Ya retirado de la Presidencia, Lleras se empeña en
una campaña para purificar al liberalismo de las prácticas clientelistas y darle una
base más moderna de adscripción mediante la carnetización de sus miembros.
Además de esta percepción persistían amplias zonas del país donde la presencia de
las instituciones había sido siempre precaria y donde existía una larga tradición de
lucha guerrillera, con varios grupos y jefes guerrilleros que no habían podido ser
plenamente asimilados por el bipartidismo. Esto era particularmente visible en las
zonas de colonización, a donde seguían llegando campesinos expulsados por las
tensiones sociales de sus regiones y por la anterior ola de violencia. Esas zonas
Todo esto, junto con la tradicional dificultad del Estado colombiano para controlar
sus propios funcionarios, sobre todo en el orden local y regional y su normal
tendencia, a delegar —de modo siempre informal— el manejo de los asuntos
regionales y locales en manos de los poderes políticos de ese respectivo orden,
constituye el escenario de la violencia reciente. Además, a este escenario habría
que añadir el ambiente de marcada intolerancia y el casi visceral anticomunismo
de amplios sectores de los militares y de la misma sociedad civil.
Otro cambio del gobierno de Barco fue la reanudación de los diálogos de paz con
algunos grupos guerrilleros en un marco más definido o institucionalizado, que
preparó el camino a la desmovilización del M-19 y a nuevas negociaciones con el
EPL, el PRT y el Quintín Lame, ya en las postrimerías del período de Barco. A esto
contribuyó bastante la evolución interna del M-19, que renuncia claramente a toda
forma de lucha armada y deja las ambigüedades del doble juego que había tenido
en el proceso de Betancourt.
Por otra parte, el balance de los resultados electorales de estos últimos años
demuestra que, por la razón que sea, buena parte de la población colombiana
sigue respondiendo a motivaciones políticas de carácter tradicional. Esto apuntaría
a señalar que, aunque es cierto que la clase política colombiana está atravesando
por uno de los momentos más dramáticos de su historia, estamos lejos de estar
asistiendo a la crisis definitiva de los dos partidos tradicionales, aunque su
debilitamiento es innegable. Porque los profundos y rápidos cambios de la
Por supuesto, los políticos más exitosos se mueven dentro de las dos lógicas, la
moderna y la tradicional, de acuerdo con las circunstancias. Todo esto evidencia el
hecho de que el comportamiento de la clase política es bastante menos
homogéneo de lo que se cree: por esto, el diagnóstico sobre la crisis del
bipartidismo debería matizarse por medio de diferenciaciones de lógicas y
comportamientos políticos según instancias de poder, regiones, grupos y hasta
personas. Por todo esto, habría que señalar la necesidad de un análisis, lo más
desideologizado y lo menos maniqueo posible, del funcionamiento concreto y
específico del sistema bipartidista. Solo así lograríamos un acercamiento
desapasionado a la realidad de su crisis, sin proyectar sobre ella nuestras ilusiones
y frustraciones, ni nuestros esquemas apocalípticos y milenaristas.
3.4.1 Conclusiones
Por eso, los cambios sociales deben acompañar a los políticos: no puede haber
una modernización del Estado y de los partidos políticos si la sociedad sigue siendo
tradicional y profundamente desigual. La vida política no puede prescindir de la
sociedad que representa, así en las actuales circunstancias se constituya casi como
una realidad aparte con respecto a la sociedad colombiana. El desafío del
momento presente es la restauración de la relación de la sociedad civil con el
Estado, lo que exige cambios fundamentales en los dos polos de la relación.
Pero hay un problema más urgente para el país político, de derecha e izquierda:
recuperar su calidad de vocero de la nación, especialmente de los sectores
marginados del campo y de la ciudad. Para ello, es indispensable una relación más
orgánica con los movimientos sociales que expresan esos sectores. Por ello, una
condición indispensable de cualquier intento de modernización es una mayor
democratización de la vida política, una ampliación real de la ciudadanía, en
términos sociales, económicos y políticos. Lo que implica la superación del
tradicional "miedo al pueblo", que ha caracterizado nuestra historia pasada.
Este fortalecimiento del espacio público por parte de la sociedad y del Estado no
puede desconocer el pasado, tanto en lo positivo como en lo negativo. La
perspectiva histórica que hemos intentado bosquejar aquí permite analizar tanto
los logros realizados como los obstáculos y tensiones que nos quedan por resolver.
Del mismo modo, es indispensable reconocer que dada la persistencia del modelo
de desarrollo capitalista en Colombia y su adopción prácticamente unánime por los
grupos dirigentes, e incluso su aceptación también dominante por parte de los
sectores populares, el autoritarismo social y cultural ha coexistido con el avance de
diferentes aspectos e instituciones modernizadores. Muchos de ellos han estado
vinculados en forma relativamente estrecha con las mismas necesidades del
desarrollo productivo. Otras han tenido que ver con aspectos del equilibrio político,
y otras han resultado de procesos sociales difícilmente controlables.
La afirmación central de este artículo es que para 1930 se habían creado las
condiciones fundamentales para el desarrollo de un proceso modernizador, y que
el periodo de 1930 a 1958 consolidó este proceso, aunque en un contexto
particularmente contradictorio. A partir de 1958 el dominio de las instituciones
modernas se impone en forma acelerada, pero sin dejar de coexistir con aspectos
tradicionales incorporados y promovidos en muchas ocasiones por las instituciones
modernas.
El periodo del Frente Nacional resulta caracterizado por la dificultad para hacer
compatibles los efectos de la modernización social, económica y cultural con una
distribución del poder dentro de la sociedad que conduce permanentemente al
recurso a la violencia privada. Durante una primera fase de este periodo, quizás
hasta 1980, pudo pensarse que el problema central estaba en el conflicto entre un
sistema político altamente restringido y las reivindicaciones de grupos nuevos
relativamente radicales que no encontraban canales de expresión dentro del
bipartidismo tradicional. En la medida en que la economía seguía creciendo a un
ritmo bastante elevado, parecía razonable, a primera vista, pensar que las fuertes
desigualdades de ingreso y los paquetes de atraso que servían de base para la
acción de grupos radicales podían desaparecer por efecto espontáneo del
crecimiento de la producción.
Los gobiernos del Frente Nacional, llenos de un optimismo sin límites, se negaron a
cualquier política relativamente seria de distribución de la propiedad o del ingreso,
aunque impulsaron, por otros motivos, una acelerada expansión de la educación
que a la larga sí tuvo efectos redistribuidos[15].
De este modo, el clima de cambio económico y social contribuía a romper las redes
de solidaridad tradicionales y los mecanismos de sujeción individual, sin construir
nuevos mecanismos de convivencia ni conferir nuevas formas de legitimidad del
orden social. Los grupos radicales recurrieron entonces a la violencia más que para
imponer un orden social radicalmente diferente, como se sostenía en sus discursos
expresos, para imponer al Estado políticas suavemente reformistas o una mínima
neutralidad en los conflictos sociales. La lucha armada, que resultaba
completamente ilegítima a la luz de la aceptación casi unánime del modelo
capitalista por la población colombiana, encontraba su alimento y su parcial
legitimidad en un sistema político inflexible y en una política económica y social
cuya injusticia y corrupción hacían parte de los lugares comunes más arraigados
en la mentalidad de la mayoría de la población.
Mientras tanto, la aceleración de los procesos de cambio social y cultural, así como
el surgimiento de grandes oportunidades de movilidad económica, destruían las
formas tradicionales de sometimiento y control social. Todos estos factores, unidos
a la tradición de violencia del país, a la inercia de una lucha guerrillera que, sin
perspectivas políticas, recurrió al delito y la extorsión, a la corrupción y la violencia
de las fuerzas armadas, y a la generalización de una actitud ética que abría las
compuertas para cualquier clase de conducta (todo está moralmente permitido),
prepararon el campo para que los dineros de la droga penetraran por todos los
poros de la sociedad y llevaran a la universalización de las diversas formas de
violencia.
Por otra parte, existe un espacio político nacional, o dicho de otra manera, la
nación se constituye como el espacio político dominante para todos los sectores
sociales, y no sólo para las elites políticas o económicas. Esto-tiene que ver en
buena parte con procesos de modernización cultural y social que se mencionan
más adelante.
Esto no excluye la crítica al modelo capitalista actual del país, pero en general
esta crítica se orienta a destacar su incapacidad para distribuir más
aceleradamente los "beneficios" del desarrollo y para eliminar a plazo no muy
largo las situaciones de miseria y "pobreza absoluta", así como a subrayar y
condenar la supervivencia de elementos muy visibles de "capitalismo salvaje": el
proyecto económico dominante, también entre los grupos más críticos, parece
ser sobre todo un capitalismo "moderno", de corte socialdemócrata y en algunos
sectores, con niveles muy amplios de descentralismo y participación popular y
comunitaria. Incluso el consenso capitalista ha llevado a que desaparezca casi
por completo del debate intelectual cualquier defensa del modelo socialista o de
proyectos culturales o ideológicos substancialmente diferentes a los que
dominan hoy en Colombia. Los escritores que defienden en forma más integral
el capitalismo han logrado arrinconar ideológicamente a los críticos del sistema,
que empiezan a rechazar toda identificación con la "izquierda" y no encuentran
justificaciones adecuadas ni siquiera para la defensa, de corte socialdemócrata,
de las regulaciones estatales de la economía o los conflictos sociales.
La cuestión es, para casi todos ellos, completar, en un sentido aún muy
restringido, las promesas de la modernidad: la ciudadanía abstracta, la regulación
y el trámite de los conflictos por el Estado, el dominio de la ciencia, el progreso
económico y la distribución más amplia de sus "beneficios". Sólo la continuidad de
la violencia, con su porfiada existencia, ofrecería motivos serios de desesperanza,
permitiría descalificar la función histórica de los grupos dirigentes e impediría la
aparición de un nuevo consenso en Colombia, al revelar las limitaciones del
proyecto modernizador.
• Según el Autor, cuales son las principales dificultades que enfrentan los partidos
políticos en el entorno local, regional y nacional.
Solución de Problemas
• Establecer cinco cambios estructurales y fundamentales que se dieron a partir
de la constituyente de 1991. Estos cambios deben clasificarse así:
- Control y participación política.
- Inhabilidades e incompatibilidades de los representantes y funcionarios
públicos.
- Manejo y distribución de los recursos de la nación, a las entidades territoriales.
- Creación y nuevas funciones de las instituciones publicas según su rama o
poder.
Bibliografía Sugerida
• MELO, Jorge Orlando. “Colombia Hoy: Perspectivas Hacia el Siglo XXI”. 15ª.
Edición, TM Editores. Bogota Colombia 1997.
• www.bibliotecaluisangelarango.edu.co
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
BENEDICT, Anderson. Imagined Comunities. Reflections on the Origin and Spread
of Nationalism, Ed. Verso, Londres, 1985.
GUERRERO, Javier. Los Años del Olvido. Boyacá y los orígenes de la Violencia,
Ed. Tercer Mundo e Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de
la Universidad Nacional, Bogotá, 1991.
PAÚL, Violencia, conflicto y política en Colombia, Ed. Banco Popular, Bogotá, 1978.
PARK, William. Rafael Nuñez and the Politics of Colombian Regionalismo, 1863-
1883, Louisiana University Press, Baton Rouge, 1985.
LEAL BUITRAGO, Francisco y Zamosc, León (editores), Al Filo del Caos. Crisis
Política en la Colombia de los Años Ochenta. Coedición del Instituto de Estudios
Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y
Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1990.
MOLINA, Gerardo, Las Ideas Liberales en Colombia. Ed. Tercer Mundo, Bogotá,
1970.
PARK, William, Rafael Nanea and the Politics of Colombian Regionalismo, 1863-
1883. Louisiana University Press, Baton Rouge, 1985.
PÉCAUT, Daniel, Orden y Violencia: Colombia 1930-1954, Ed. Siglo XXI y CEREC,
Bogotá, 1987.