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A principios de los noventa, el antropólogo Marc Augé define por primera vez el no-lugar (1),
acuñando un término celebrado de inmediato por la crítica. Para Augé el no-lugar se define en
contraposición al lugar antropológico, de la memoria. El espacio que no puede definirse ni como
espacio de identidad, ni de relación, ni histórico, sería el no-lugar, un espacio de anonimato ligado
al zeitgeist.
La experiencia dadá
Pero el origen del no-lugar como concepto lo encontramos bien atrás en el tiempo: se podría
datar un primer rastro en 1921 cuando el grupo dadaísta, aún con André Breton, inicia una serie
de incursiones urbanas a los lugares más banales de la ciudad de París. Se trata de una
operación estética consciente y supone además el paso de la exposición en salas a una acción
al aire libre, entendida como una forma de anti-arte. Con estas acciones urbanas la reunión
dadaísta pretendía superar la representación de la velocidad reivindicada por los futuristas, para
ello Tzara declaraba estar “decididamente contra el futuro” ya que el presente está dotado de la
inmanencia deseada y ofrece todos los universos posibles.
La acción que transcurre no deja huellas, no crea ningún objeto, apenas es documentada. Tan
solo se elige una localización precisa en la ciudad, con el objeto de desenmascarar la farsa de
la ciudad burguesa, un lugar público desacralizado en el que provocar a la cultura institucional.
La acción se basa precisamente en la elección del lugar a visitar, y es en este punto dónde radica
lo subversivo de su planteamiento y su éxito histórico.
Dadá en Saint-Julien-le-Pauvre, Paris. 1921
No será hasta los años sesenta del siglo XX cuando encontremos una nueva expresión ligada
directamente a la subjetividad del hecho paisajístico: la visión de la obra de arte como objeto
parece completamente superada y se enfatiza la importancia de la relación de la obra con el
ambiente. En este contexto, Robert Smithson es una figura fundamental: con su manipulación
poética del entorno consigue interpretar el paisaje desde una perspectiva simbolista en la que
sus no-sites son entendidos como “futuros olvidados”, paisajes apartados de la mirada de la
historia.
‘Un recorrido por los monumentos de Passaic’, New Jersey, Robert Smithson. 1967
La ruina de Smithson era conceptualmente opuesta a la romántica ya que para él los edificios no
caen en ruinas después de haber sido construidos sino que crecen hasta arruinarse confome
son erigidos. En su visión inductista de la realidad el paisaje es una construcción temporal en la
que pasado, presente y futuro no siguen necesariamente la secuencia temporal, la investigación
gira entorno a los lugares de la indeterminación, espacios en desuso y suspendidos en el tiempo.
El no-site necesitaba una identidad para ser aceptado por el arte institucional. Así, en 1967
Robert Smithson emprende un viaje con su cámara fotográfica por Passaic, su ciudad natal, que
por aquel entonces era un suburbio de New Jersey. En el texto Recorrido por los monumentos
de Passaic (Artforum, 1967), Smithson se preguntaba: “¿Ha sustituido Passaic a Roma como la
ciudad eterna?”.
Dérive
Paralelamente, en Europa los situacionistas iban un paso más allá de las experiencias
americanas de Robert Smithson. La deriva es una de las prácticas mas importantes
desarrolladas por los situacionistas, deudora del espíritu del romanticismo y el barroco cuando el
aventurero realizaba largos viajes en busca de memorables descubrimientos y travesías osadas.
La variante situacionista consiste en que este ideal homérico no se realiza en recónditos parajes
exóticos sino en los escenarios cotidianos de la vida diaria. Los situacionistas definieron la deriva
(2) como el “modo de comportamiento experimental ligado a las condiciones de la sociedad
urbana o la técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos”. Las leyes de la
deriva se manifestarían en las guías psicogeográficas.
Lynch describe los diferentes grados de relación emotiva que el ciudadano mantiene con zonas
del paisaje urbano: la ciudad es también una imagen visual y como tal es percibida de diferentes
formas. Se establecen conceptos como la legibilidad de la imagen urbana, con el que trata de
definir la facilidad con que las partes de la ciudad pueden reconocerse y organizarse, o
la imaginabilidad, referida a las posibilidades que posee un objeto físico para suscitar en el
observador una imagen reconocible y comunicable.
Rebelión cotidiana
El sociólogo jesuíta Michel de Certau propuso una mirada con reminiscencias situacionistas de
la cotidianidad, aunque exenta del carácter revolucionario de éstos. Elaboró toda una sistemática
de la práctica cotidiana recogiendo de manera minuciosa la actividad ordinaria del ciudadano
anónimo, que de manera inconsciente adopta insólitas estrategias de resistencia contra el
poder. En 1980 publica La invención de lo cotidiano (L’Invention du Quotidien, Arts de Faire,
Union générale d’édition), en el que describe un movimiento de microrresistencias que fundan a
su vez microlibertades que movilizan recursos insospechados, ocultos en la gente ordinaria, y
desplazan las fronteras verdaderas de la influencia de los poderes y las instituciones sobre la
multitud anónima.
De Certeau pertenece a la escuela freudiana de Jaques Lacan y considera que la épica del siglo
XX es la que realiza el hombre sin atributos, situándose en un contexto análogo a la apología del
antihéroe del Ulises de James Joyce. Su estudio de la vida cotidiana se opone al desarrollado
por Michael Foucault, pues mientras éste nos presenta una subjetividad constituida por y desde
el poder, De Certeau resalta la capacidad de resistencia constante del hombre común frente a la
autoridad.
Un referente literario del viaje por el no-lugar podría ser Los autonautas de la
cosmopista (1982, Julio Cortázar con Carol Dunlop), una de las últimas obras del escritor
argentino, en la que se relata el viaje de treinta y tres días en el verano de 1982 entre París y
Marsella, sin salir de la autopista a bordo de una furgoneta Volkswagen. Es un libro de viaje a
modo de trabajo de campo antropológico, que toma las áreas de descanso de la autopista como
arcadia inalcanzable, en un trayecto de alrededor de 800km que se prolonga en el tiempo poco
más de un mes.
Los dos viajeros anotan en su diario de ruta las horas de llegada y salida de las diferentes
paradas, y describen sistemáticamente sus comidas durante la expedición, así como la
vegetación, los viajeros que se cruzan, la arquitectura de autopista: es en definitiva una
descripción pormenorizada del tedio, un tedio dotado sin embargo de su particular épica.
Uno de los gráficos que ilustra ‘Los autonautas de la cosmopista’ de Julio Cortázar y Carol Dunlop. 1982
Se puede establecer una cronología del no-lugar que abarca un periodo de setenta años: desde
las experiencias dadaístas de los años veinte hasta la aparición del término en 1992, el no-
lugar ha ido surgiendo entreverado, de forma interdisciplinar, siendo imposible establecer una
jerarquía entre disciplinas, un enfoque dominante. La abolición de departamentos estancos
disciplinares, la conexión de las distintas áreas del saber en una maraña indiscernible, es
precisamente una de las cualidades del no-lugar, cualidad que lo hace expresión de una nueva
subjetividad que llega hasta nuestros días.
Si hubiera que elegir un hecho físico significativo de esta nueva intersubjetividad éste sería sin
duda la estructura urbana del territorio, y en último término la ciudad genérica que definiera Rem
Koolhaas en el texto fundacional The Generic City (Domus #791, 1997). Koolhaas define la
ciudad genérica como “todo lo que queda de lo que solía ser ciudad”, definición hermana de
aquella con la que Augé definiera el no-lugar, en contraposición al lugar antropológico.
Las representaciones nos permiten ahondar en estos conceptos abstractos, pues de ellas se
obtienen indicios que no estaban contenidos en la noción original. Si en las cartografías antiguas
sólo se dibujaba lo que se habitaba, las representaciones contemporáneas parecen ir por el
camino contrario: se hace urgente la necesidad de mapas que representen los pasajes
inexplorados, las rutas inciertas, y la ciudad “no representativa”, fuera del control del poder:
cartografías enmarcadas en el ámbito de la acciones espontáneas e inesperadas. El espacio de
relación reservado tradicionalmente al ágora trata de ser desplazado y dirigido por los sistemas
de poder hacia el “sobreproyectado” punto de encuentro. Una localización y funcionalidad
inducidas, dónde cabe la sospecha de que en realidad nada ocurre y nadie se quiere encontrar.
La proliferación de actividades que superan el hecho físico de su localización es cada vez más
habitual: fábricas convertidas en museos, descampados convertidos en mercados, polígonos
industriales del ocio, infraestructuras ocupadas por skaters…
Ocurre que, en esta búsqueda de la definición del concepto no-lugar, el propio hecho físico de la
localización ha sido, de alguna manera, sublimado por la acción. Así, una vez reconocido el
hecho de que el paisaje es una construcción cultural, la noción ‘no-lugar’ se incardina al concepto
‘lugar’, hasta el punto de reconocer en los cascos históricos sobreexpuestos por la acción del
turismo, auténticos parques tématicos, más cercanos al concepto ‘no-lugar’ de Marc Augé.
El por qué la imagen de nuestro paisaje urbano sigue siendo motivo de debate y conflicto, en
torno a las incertidumbres de su calidad como espacio construido pasa, sin duda, por la búsqueda
de nuevas categorías de observación que acepten las nuevas subjetividades y que incorporen
criterios de calidad ambiental y sostenibilidad, pero también de cultura intersubjetiva donde el
hecho cotidiano debe situarse en el lugar que le corresponde.