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SUPLEMENTO DEL PAIS - SÁBADO 8 DE OCTUBRE DEL 2005

LA HORA DE EXTREMADURA
Naturaleza, pueblos y ciudades monumentales en un territorio irresistible

Histórica, apasionada y fronteriza. Sin apenas rastro del abandono que en


otros tiempos la caracterizó, esta tierra de dehesas abiertas invita al
viajero a vivir un presente en plena ebullición

Conozco mal Extremadura,pero no es imposible que su imagen común permanezca


aún fijada en un violento y desolado cliché de tierras estériles por hambrientos e
ignorantes destripaterrones y señoritos tan ociosos como despiadados. La imagen
que han propagado, digamos novelas como La familia de Pascual Duarte o Los
Santos Inocentes, o películas como Las Hurdes sin pan. La imagen negrísima de
una España solanesca. Pero, igual que la España de Solana ya no existe (o existe
apenas), tampoco existe ya (o existe apenas) la Extremadura negra.

Existió desde luego, y hasta no hace mucho, porque Extremadura ha sido una
región secularmente abandonada, pasto de la incuria, de la pobreza y la ignorancia.
No es verdad que Extremadura haya sido siempre una región de señoritos y
siervos; la verdad, me temo, es mucho peor: en Extremadura, los señoritos en
realidad, eran siervos, y los siervos de los señoritos, eran en realidad siervos de los
siervos; es decir, no eran absolutamente nada. El poder de decisión nunca estuvo
en Extremadura, y los extremeños supieron siempre que la vida estaba en otra
parte, porque nunca pudieron velar por sus propios intereses, y desde luego nadie
se preocupó demasiado de hacerlo por ellos.

De ahí la principal enfermedad que, secularmente también, ha aquejado a


los extremeños:una transparente carencia de autoestima, que los llevaba a
avergonzarse de sí mismos - de su forma de hablar, de sus costumbres, de
su historia y su cultura - en cuanto ponían un pie fuera de Extremadura. La
enfermedad, como digo, no carecía de causas objetivas, y a curarla - y antes de
nada a acabar con éstas - se aplicó, al menos desde principios del siglo XX, la
ínfima pero emprendedora burquesía ilustrada liberal de la región, que convirtió el
regionalismo, antes que en una excusa para recuperar (o inventar) derechos
históricos o supuestos valores culturales sofocados, en un instrumento destinado a
paliar el atraso inmemorial de Extremadura.

Los cuatro burgueses ilustrados fracasaron antes siquiera de poder triunfar, fracasó
la República, el franquismo devolvió a los extremeños su condición de nada
absoluta, de siervos de siervos. No creo pecar de optimista si afirmo que , desde la
recuperación de la democracia, y sobre todo desde que en 1983 se aprobó el
Estatuto de Autnomía que permitió la instauración de un Gobierno regional, las
cosas están cambiando en Extremadura.

Conozco mal Extremadura. Me marché de allí con apenas cuatro años, y, aunque es
cierto que no ha pasado un solo año sin que vuelva a Ibahernando - que es el
nombre imposible del lugar dónde nací - también lo es que, salvo en la infancia,
nunca he residido allí durante más de un mes. Pese a ello, en todo este tiempo no
he sabido o no he podido dejar de ser extremeño; para qué mentir: quizá es que no
he querido. No me siento particularmente orgulloso de ello; no me parece que ser
extremeño (como ser catalán, o islandés) pueda constituir un motivo de orgullo: es
simplemente una fatalidad de la historia, o de la biología, o de las dos cosas a la
vez.
AÑOS DE DESBANDADA

Pero - para qué mentir - tampoco me avergüenzo de serlo. Mi caso, conviene


subrayarlo, no es insólito, sino casi la norma. Desde finales de los años cincuenta y
principios de los sesenta la emigración despobló Extremadura, que en los años
ochenta tenía una cuarta parte menos de habitantes que en los sesenta:
prácticamente no hubo localidad a la que no afectara esta desbandada o sangría
que fue fruto del hambre, de la desesperanza de la falta de oportunidades, de la
desconfianza de los extremeños en sí mismos, pero también - y no hay que
descartar que sobre todo - -de la imprevisión y la rapacidad catastróficas de una
política inicua; pueblos hubo, como Ruanes - muy cercano a Ibahernando - que
perdieron casi el ochenta por ciento de su población y hoy día apenas son más que
racimos de casas fantasmales.

Este ejército de desahuciados que huían del desamparo y la servidumbre en busca


de un futuro digno confluyó sobre todo en Cataluña, en Madrid, en el País Vasco,
enlas zonas más prósperas de España. Fue una historia áspera, para muchos
asperísima, pero nadie ha sabido o querido o podido contarla, como si todos nos
avergonzásemos de ella, aunque sea la nuestra. Lo cierto es que en los últimos
cuarenta años los extremeños, incluidos los que no hemos podido o sabido o
querido dejar de serlo, hemos construido también la prosperidad de Cataluña, de
Madrid, del País Vasco.

Lamentaría que consideraran lo anterior como una bravata: es sólo un hecho.


Últimamente se habla mucho de la España plural, del Estado federal, de la
solidaridad interterritorial. No creo equivocarme tampoco si afirmo que nadie es
menos partidario que los extremeños de una España férreamente centralista,
porque nadie ha disfrutado más que los extremeños de la descentralización que el
Estado de las Autonomías ha propiciado, permitiéndoles pro primera vez en la
historia velar por sus propios intereses, lo que les ha enseñado que la vida también
está en Extremadura y en consecuencia ha cortado la sangría.

No entiendo mucho de números, pero si es verdad, como dicen, que las


comunidades más opulentas están ayudando a superar su pobreza y su atraso
eternos, ello no puede ser más justo, entre otras cosas porque sólo significaría que
comunidades como Cataluña, Madrid o el País Vasco le están devolviendo a
Extremadura una parte de lo que Extremadura les dio. O dicho de otro modo:
significa simplemente que los extremeños se están por fin ayudando a sí mismos a
dejar de ser siervos y siervos de siervos.

NACIONALISMO Y PATRIOTISMO

La hipertrofia de la autoestima colectiva convertida en ideología recibe el nombre


de nacionalismo, una enfermedad que los extremeños desconocen. Por otra parte,
la palabra patriota ya es casi inservible, sucia como está desde hace mucho tiempo
de sangre y de basura. Pero si algún día, no sé cómo, consiguiéramos limpiarla,
aceptando que un patriota es, por ejemplo y por decirlo con las palabras de
Enric Soriá, alguien para "quién amara las cosas de casa que lo merecen es
una actitud mucho más razonable que menospreciarlas sin motivo" y para
quien amar su tierra, su gente y su lengua constituye el mejor estímulo
para amar otras lenguas, otras gentes y otras tierras, entonces dejaríamos
de considerar el calificativo patriota como poco menos que un insulto.
Entonces sería verdad, también, que los extremeños llevan unos años empezando a
ser patriotas. Llevamos unos años.

Insisto: conozco mal Extremadura. Y no sólo porque me marchara de allí con cuatro
años, sino porque no es fácil conocerla bien. Encajonada entre Portugal, Castilla y
Andalucía, Extremadura es una región vastísima, con algo así como una cuarta
parte más de extensión que Cataluña y bastante menos de una quinta parte de su
población, una región que tiene algo de portuguesa, algo de castellana y algo de
andaluza; eso significa asimismo que es una región extremadamente variada, con
zonas muy ricas (El valle del Jerte, o la comarca de la Vera, en el norte o Tierra de
Barros en el sur) y zonas más deprimidas (La comarca de Trujillo o la Sierra de
Gata): poco tiene que ver, en fin, el Badajoz andaluz y burgués y laborioso con el
Cáceres obstinadamente castellano, con su aire deslumbrante y un poco anacrónico
de hidalgo venido a menos pero orgulloso de su historia.

Desde luego, sería necio negar que hay muchísimas cosas que mejorar en
Extremadura (las comunicaciones para empezar), pero no le sería menos negar
que, aunque su nivel de renta está todavía, y pese al tirón de los últimos años, muy
por debajo de la media española, Extremadura es uno de los lugares donde mejor
se vive en España: no queda ni rastro de la miseria de siempre, y cualquier
pueblecito perdido (el mío digamos, con no más de 700 habitantes en invierno)
está equipado con una escuela, una biblioteca pública, una residencia de ancianos,
un pabellón polideportivo y una piscina para el verano.

Francamente, no veo ninguna necesidad de avegonzarse de ello; tampoco de que


en Extremadura la hospitalidad sea una religión, ni la de la alegría irrefrenable de la
gente y sus ganas contagiosas de pasarlo bien, ni de que allí se hable un castellano
limpio, enérgico y jugoso, ni del azul desaforado del cielo y los rojos atardeceres sin
fin y el verde explosivo de la primavera y el pasto amarillo e inacabable del verano,
ni, por supuesto, del jamón y el queso -quién lo probó lo sabe - ni siquiera del vino,
que nunca supimos hacer y ahora estamos aprendiendo a hacer a conciencia.

Por lo demás, cualquiera que haya viajado pr allí en los últimos tiempos ha visto lo
que no puede no verse: que la extremeña es una sociedad inmersa en un acelerado
e imparable proceso de modernización, una sociedad que se halla en plena
ebullición, cmoo si hubiera aguardado hasta ahora para hacer explotar la energía
que lleva tantos años acumulando, y que, aunque todavía pesen sobre ciertos
sectores las inercias de una antigua y terca mentalidad conformista, multitud de
gente hierve de ilusiones y de proyectos: empresarios, políticos, escritores,
editores, profesores universitarios, músicos y pintores que nada tienen que envidiar
a los del resto de España y que son una aviso inconfundible de que la hora de
Extremadura ha llegado.

DONDE ESTÁ LA VIDA

Conozco mal Extremadura. La conozco mal, pero háganme caso y vayan a Mérida.
Vayan a Plasencia. Vayan a Yuste. No se pierdan Cáceres (si tienen algo de dinero,
cómanse en el Figón unas ancas de rana y unos huevos fritos con chorizo y migas).
Por supuesto, vayan a Guadalupe. Vayan también a Trujillo. A Ibahernando no hace
falta que vayan (pero si van, no hace falta que lleven dinero, lo tienen todo
pagado). Vayan a Zafra.

Piérdanse en la Sierra de Gata. También en la Vera y en el valle del Jerte. Vayan


incluso a Badajoz, que tiene fama de ciudad fea y no lo es, o por lo menos tiene su
gracia. Vayan a Valencia de Alcántara. Vayan, vayan y verán. A menos que mi
autoestima se haya hipertrofiado enfermizamente, no se arrepentirán. Para qué
mentir: comprobarán que la vida está en Extremadura. Quién lo probó lo sabe.

JAVIER CERCAS

MTM - BIBLIOTECA VIRTUAL EXTREMEÑA


http://biblioteca.paseovirtual.net

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