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I. Protágoras
Protágoras fue el primer sofista del que tenemos noticia. Nació en Abdera, en la
costa norte del Mar Egeo, aproximadamente en el año 490 a.C. y vivió en Atenas y
Sicilia. En Atenas, lugar donde adquirió una gran fama, se hizo amigo de Pericles
y se dedicó a la enseñanza basada en el arte del discurso persuasivo, ejercitando
a los jóvenes en las técnicas de argüir a favor de las dos caras de un mismo
argumento.
Hemos visto que los filósofos anteriores se habían ocupado preferentemente del
estudio de la naturaleza, es decir de la investigación acerca del principio último de
la realidad, del "arjé". Los sofistas, aunque contemporáneos prácticamente de los
pluralistas, desplazarán su centro de interés hacia el estudio del hombre y de la
sociedad, y de todo lo relacionado con ellos.
Se ha intentado explicar este cambio de orientación en la investigación filosófica
por el cansancio al que había conducido la investigación de los filósofos anteriores:
la multiplicidad de explicaciones acerca del principio de la realidad habría generado
un cierto escepticismo respecto a la posibilidad de obtener un conocimiento
verdaderamente objetivo y seguro de la naturaleza última del universo. Pero quizá
influya más en este cambio de orientación el hecho de que la sofística se desarrolle
fundamentalmente en Atenas, aunque no precisamente a través de filósofos
atenienses, sino de extranjeros afincados en Atenas o que residen temporalmente
allí, y que encuentran una predisposición por parte de la sociedad ateniense hacia
la recepción de sus conocimientos. Los cambios sociales que tienen lugar en
Atenas a lo largo del siglo V y que la llevarán a ejercer la hegemonía cultural y
política en el mundo griego, bastarían para explicar el desarrollo de la sofística, así
como el papel de los sofistas como personajes "ilustrados", poseedores de un saber
útil que transmitirán a los atenienses.
Por lo demás, las acusaciones de Platón de que cobraban por enseñar, o de que
eran relativistas y que sus teorías conducían al escepticismo, y que tanto influyeron
históricamente en la consideración negativa de los sofistas, no pueden dejar de
resultar ridículas en nuestros días.
Entre los sofistas más destacados podemos citar a Protágoras de Abdera, Pródico
de Ceos, Hipias de Elis y Gorgias de Leontini.
Protágoras defendió un relativismo del conocimiento y de los valores, esto es, negó
que existieran valores y verdades universales para todos los hombres.
"El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto que son, y de
las que no son, en cuanto que no son"
No hay verdades objetivas, absolutas y universales, sino que las cosas son tal y
como son percibidas por cada uno de nosotros. Este relativismo se aplica a todos
los ámbitos de nuestra existencia.
Por ejemplo, lo que para una persona sana es un sabor agradable, para un enfermo
es amargo. ¿está confundida la persona enferma? Protágoras dirá que, para él, en
su situación, la verdad es que el sabor es amargo.
El relativismo de los valores implica que una misma cosa o acción puede ser buena
para un sujeto y mala para otro. Es más, una acción puede ser mala o buena para
un mismo sujeto dependiendo de cada circunstancia, y en la medida en que él lo
crea así.
¿No es verdad que Protágoras dice algo así: Tal como me parecen las cosas, tales
son para mí, tal como te parecen, tales son para ti. Pues tú eres hombre y yo
también.
"Fue el primero (Protágoras) en decir que sobre cualquier tema son posibles dos
tesis contrarias entre sí".
Protágoras con esto no hace más que eliminar la verdad absoluta, divina, esa
verdad única e inmutable que mora en el Topos Uranos de Platón y que determina
todo lo existente en el mundo sensible, "aparente" y mundano. Si sabemos que
para Platón la verdad es preexistente y que la intención humana debe estar
encaminada a conocerla, entonces es comprensible la manera tan vehemente
como Platón ataca a Protágoras y a los sofistas en general. La filosofía de
Protágoras no solo contradice el sistema platónico, sino que lo destruye, lo deja sin
piso, sin ideas.
Puesto que no es el caso exponer aquí las distintas teorías, basta con aclarar que
la más coherente con el pensamiento protagórico y por tanto más acertada es la
que presenta José Barrio Gutiérrez. Éste advierte una conjunción de la tesis
individualista con la sociológica, entendiendo que el hombre individual está
referenciado a la polis. Y es aquí donde nos encontramos con un Protágoras
amante y defensor de la sociedad y la cultura.
"Pues lo que a cada Estado (polis) le parece justo y bello, efectivamente lo es para
él, mientras tenga el poder de legislar".
"...por naturaleza no hay nada que lo sea esencialmente, sino que es el parecer de
la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y todo el tiempo que
dura ese parecer".
Hemos dicho entonces que de las dos sentencias que se refieren al principio
antilógico y a la Frase Homo-Mensura se deriva el fundamento protagórico, es
decir, el pilar de todo su sistema y, a mi parecer, el gran aporte del filósofo de
Abdera: la lógica de relaciones. La profunda relación que existe entre las dos
sentencias puede entenderse como una complementación.
Ahora bien, el que la moral sea producto de la evolución, no significa que haya una
ley moral natural concebida en la filosofía de Protágoras, sino que el sentido moral
es posible gracias a la necesidad natural de sobrevivir, y eso hizo que los hombres
tomaran medidas para convivir, pues la humanidad no tiene bloqueos instintivos
que le permitan reprimir la violencia entre los congéneres para garantizar la
supervivencia del grupo. Por eso el Abderita afirmó que si algunos hombres no
respetaban tales reglas indoctrinadas por el cuidado, el ejercicio y la enseñanza,
eran sancionados para así regular su conducta mediante la intimidación del castigo,
pero si ésta no funcionaba, entonces deberían ser expulsados de la ciudad o
matados como una enfermedad. El ostracismo y la pena de muerte, para este
sofista no eran estrictamente inmorales.
¿El que todos los ciudadanos participen de tales valores significa que para el
Abderita todos los seres humanos guían su moral a través de semejantes virtudes?
Podemos inferir que si hay una serie de relaciones compartidas por todos los
miembros de la polis y que si éstas corresponden a una virtud humana, entonces
hay detrás de esto una serie de relaciones compartidas quizá por el resto seres
humanos. Sin embargo, recuerda Protágoras aludiendo a la comedia Agrioi de
Ferécrates, a unos seres humanos que no tiene educación, tribunales de justicia,
leyes, ni cuidado de la virtud. Así, aunque hay una necesidad natural de
supervivencia, de ella no se desprende la necesaria educación en las virtudes.
No es que las virtudes sean homogéneas en todas las sociedades para nuestro
sofista, más bien son heterogéneas, como las partes de un rostro. Es decir, parece
que, al menos en el Protágoras 329 d-e, la virtud, en su concepción abstracta, es
equiparable al sentido moral, en tanto que, en ambos, el individuo es una estructura
-como un rostro-, pero que no todos poseen siempre la misma configuración, dado
que hay virtudes que unos presentan y otros no. Por ejemplo: algunos son valientes
pero injustos, otros justos, pero no sabios. Por ende, la justicia no necesariamente
implica la valentía, ni la valentía tiene que ser justa o sabia en un caso.
Las virtudes no son reducibles unas a las otras, sino sólo agrupables bajo la
etiqueta general de la virtud, detrás de la cual se halla el estado singular y concreto
del sujeto virtuoso. La virtud es el producto de una medida personal.
Ya antes habíamos señalado que todos los ciudadanos participan de la virtud, pero
ahora observamos que cada quien la troquela individualmente. De aquí se
desprende la paradoja de que para Protágoras el sentido moral está determinado
por la sociedad y por el individuo al mismo tiempo. ¿Cómo es posible? Primero que
nada, Protágoras sabe que cada ser humano es contingente, no sólo por el
reconocimiento de que en cada sujeto las virtudes concretas se manifiestan
diversamente, sino porque al aplicar su método de enseñanza consideraba los
intereses propios de sus alumnos, y porque al hablar de las sanciones impuestas a
los infractores, éstas eran aplicadas a quien no quería obedecer. En otras palabras,
al hablar de educación, jurisprudencia, gobierno, moral, se supone la existencia de
la libertad en cuanto un dato natural del yo, como reconoció nuestro sofista, según
aseveró Rodolfo Mondolfo. Cada ser humano es medida de su mundo al elegirlo.
No hay una idea del bien en sí, ni un mundo aparte del cual podamos extraer
nuestros criterios, y si existe tal, no tenemos con certeza acceso a él, como se
desprende del agnosticismo del sofista. Acaso hay una bondad natural restringida
y por supuesto relativa, que, a pesar de su restricción, sirve de límite a la ética en
tanto que da la base para la preservación de la vida. Al respecto dice Protágoras:
[...]yo al menos sé que muchas cosas son nocivas a los hombres, a saber, comida,
bebida, medicinas y otras miles de cosas; otras, en cambio, son provechosas; unas
no son ni lo uno ni lo otro a los hombres, pero sí a los caballos; unas sólo a las
reses, otras, a los perros; otras a ninguno de ésos, pero sí a los árboles; unas son
buenas para las raíces del árbol; pero dañinas para sus tallos, por ejemplo el
estiércol puesto alrededor de las raíces de todas las plantas es bueno, pero si
quieres ponerlo a los retoños y a las ramas nuevas todo lo destruye. Así también el
aceite es para todas las plantas totalmente nocivo y sumamente dañino para el pelo
de todos los seres vivos, menos para el del hombre, pues hace más fuerte el pelo
del hombre y el resto del cuerpo. Lo bueno es algo tan variado y diverso que aquí
lo que es bueno para las partes exteriores del cuerpo es lo peor para las interiores
y por ello todos los médicos prohíben a los enfermos usar el aceite, salvo un poquito
en lo que se va a comer, justo una pequeña cantidad para mitigar la molestia
producida por las sensaciones del olfato en diferentes comidas y condimentos.
De ahí que Federico Reyes Heroles justamente retome esta dialéctica y recuerde
el más radical concepto protagórico: el de homo mensura, que se manifiesta en la
famosa sentencia que constituye su punto de crisis y distensión: el hombre es la
medida de todas las cosas, de las que son para lo que son y de las que no son para
lo que no son”. El “antropocentrismo” ahí presente protege de la sacralización de
las creencias relativas al Estado, la religión, la ciencia, las utopías, los mitos y, en
general, de la cultura.
Protágoras con esto no hace más que eliminar la verdad absoluta, divina, esa
verdad única e inmutable que mora en el Topos Uranos de Platón y que determina
todo lo existente en el mundo sensible, "aparente" y mundano. Si sabemos que
para Platón la verdad es preexistente y que la intención humana debe estar
encaminada a conocerla, entonces es comprensible la manera tan vehemente
como Platón ataca a Protágoras y a los sofistas en general.
Con la segunda sentencia, la que se refiere a la frase Homo-Mensura, Protágoras
además de reiterar el predominio de una lógica de relaciones sobre una lógica
monádica o absoluta (desde la que nos habla Platón), pone de manifiesto un
profundo humanismo. Cuando Protágoras dice: "el hombre es la medida de todas
las cosas", está diciendo que es el hombre el que da sentido a su entorno, es quien
aprehende el mundo y construye así una realidad propia de valoraciones y
conocimientos determinados.
Es importante aclarar que hay distintas teorías que polemizan sobre el tipo de
‘Hombre’ al que se refiere Protágoras en la frase, si habla del ánthropos como ser
individual, como especie o como ser integrado en círculos sociales. Puesto que no
es el caso exponer aquí las distintas teorías, basta con aclarar que la más coherente
con el pensamiento protagórico y por tanto más acertada es la que presenta José
Barrio Gutiérrez. Éste advierte una conjunción de la tesis individualista con la
sociológica, entendiendo que el hombre individual está referenciado a la polis. Y es
aquí donde nos encontramos con un Protágoras amante y defensor de la sociedad
y la cultura.
Para Solana Dueso, estas dos sentencias junto con la de "hacer fuerte el argumento
débil", constituyen el núcleo fuerte del protagorismo. En realidad, esta última
sentencia no es más que la reafirmación de la lógica de relaciones: toda opinión es
verdadera en relación con quien así la considera o percibe. Esto se deriva de una
concepción ontológica que entiende el ‘ser’ como algo cambiante y plural, contraria
a una ontología inmóvil e inmutable desde la cual Platon deriva su lógica absoluta.
Para intentar dar respuesta a esto creo necesario realizar ciertas aclaraciones que
en su mayoría son de carácter histórico, apoyado más que todo en el texto de Paul
Elthen: "Los sofistas y Platón".
Esto da lugar a que se comience a pensar en la posibilidad de una vida social, esto
es, la unificación de los grupos humanos no por instituciones familiares y religiosas
sino por instituciones de carácter político que pongan en juego el ejercicio de lo
común: nomos.
Lo que se disputan entonces las dos corrientes, es la forma correcta en que debe
ser entendido y fundamentado el orden social en el nuevo mundo regido por el
logos, secular y político.
La afirmación del lenguaje como agente creador, es la más clara afirmación del
hombre, de lo mundano. Es una feliz aceptación de nuestra condición, a la vez que
es un reconocimiento en el más perfecto azar, una afirmación de vida; caso distinto
al que presenta Platón que ve en el lenguaje tan solo un vínculo con las ideas, con
la verdad, algo predeterminado y para nada contingente.
Cabe resaltar que Protágoras especifica que el factor único del cual participan todos
los ciudadanos es la virtud del hombre, constituida por la moderación, la piedad y
la justicia; desde esta perspectiva podemos inferir que si hay una serie de
relaciones compartidas por todos los miembros de la polis y que si estas
corresponden a una virtud humana, entonces hay detrás de esto una serie de
relaciones compartidas quizá por el resto de los seres humanos.
Las leyes de los hombres (nomos, leyes positivas) son fruto del consenso humano
y no fruto de un principio divino. Los nomos nos permiten vivir en comunidad y
diferenciarnos de las bestias.
Defiende que hay que mantener las leyes, si estas parecen buenas a la mayoría; y
muestra un enfoque profundo al agnosticismo.
Conclusiones
Ahora bien, el que la moral sea producto de la evolución, no significa que haya una
ley moral natural concebida en la filosofía de Protágoras, sino que el sentido moral
es posible gracias a la necesidad natural de sobrevivir, y eso hizo que los hombres
tomaran medidas para convivir, pues la humanidad no tiene bloqueos instintivos
que le permitan reprimir la violencia entre los congéneres para garantizar la
supervivencia del grupo.
Presentación
❖ www.slideshare.com/éticaprotagórica
❖ www.revistasfilosóficas.com
Recomendaciones
Las leyes y las normas según las cuales se rigen los estados cambian de pueblo a
pueblo y de ciudad en ciudad, pero no por eso son menos válidas en cuanto a la
responsabilidad de los ciudadanos.