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dirección espiritual
William A. Barry sj
William J. Connolly
Una mujer casada de cuarenta años asiste a una charla sobre oración y luego se acerca
al pastor que la dio. La mujer tiene dos chicos de diez y de ocho años. Su esposo trabaja
en la compañía telefónica. Se da cuenta de que cada vez está más y más irritable con su
esposo y con sus hijos. Se siente encerrada y resentida. Ella y su esposo se han unido a
un grupo de parejas en su iglesia. “pero aún así, Dios parece tan lejano”, dice. ¿Qué
puede decirle el pastor?
Una hermana de cuarenta y cinco años tiene la oportunidad de conversar con otra
hermana que tiene fama de ser una directora de retiros capaz. Disfruta su trabajo como
maestra en una escuela superior y le gusta su comunidad. “Continuamente escucho a las
hermanas hablar de la oración”, dice, “y no sé qué hacer con ella. Parece significar
mucho para ellas. ¿Están exagerando? Siempre he orado regularmente, pero ha sido
una obligación. ¿Estoy perdiéndome algo?” ¿Qué puede decirle la otra hermana?
Un sacerdote de alrededor de cuarenta años pide ayuda a otro sacerdote. Siente que
tiene una crisis vocacional. Ya no ora mucho ni le causa satisfacción el predicar ni el
presidir la liturgia. Se siente solo la mayor parte del tiempo. Recientemente conoció a
una viuda de treinta cinco años y la encontró muy atractiva. Ahora se la pasa pensando
mucho en ella y deseando estar con ella cada vez que no está ocupado en las
obligaciones de la parroquia. Necesita ayuda. ¿Qué puede decirle el otro sacerdote?
Una divorciada de treinta y cinco años se detiene junto a la casa de su vecina. Dice que
le gustaría hablar, Ha notado que su vecina va regularmente a la Iglesia y que mucha
gente parece confiar mucho en ella. Esto le ha dado ánimo para hacerlo también. La
divorciada confiesa que tiene una enfermedad paralizante que gradualmente la
incapacitará. Siente que Dios la está castigando por sus pecados, y sin embargo piensa
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que Dios es malo e injusto. “Estoy enojada con El”, dice, “y eso me hace sentir aún más
culpable”. ¿Cómo puede ayudarla su vecina?
Estos son solamente unos pocos ejemplos de personas que se acercan a otros cristianos
pidiendo ayuda. Aquellos a quienes se acercan responderán de diversas maneras.
Uno podría pedir más información y tratar de ayudar a la persona a entender las causas
de su malestar. El entender es a menudo útil. Uno podría simplemente escuchar con
comprensión y ofrecer el poco ánimo que uno pueda darle a ese otro ser humano que
sufre. La escucha comprensiva es muy útil para alguien que está perturbado. Uno podría
ayudar a una persona a ver las consecuencias de su estado en la vida y cómo tales
consecuencias podrían dictar un curso de acción. Uno podría ayudar al otro a entender
que Dios no es tirano, sino un Padre amoroso, y esta aclaración teológica dar mucha luz.
Uno podría enviar a la persona a alguien con más conocimiento o habilidad. Todos estos
modos de proceder podrían ser de ayuda para la gente que acabamos de describir, y
todo ello podría llamarse cuidado pastoral. Sin embargo, no podría llamarse dirección
espiritual. En cambio la dirección espiritual se refiere a ayudar a una persona
directamente en su relación con Dios, Bien podría ser que en cada uno de los problemas
humanos mencionados anteriormente el aspecto más importante fuera esa relación y
sus preguntas subyacentes: “Quién es Dios para mí, y quién soy yo para El?.
Aún entre los directores espirituales, sin embargo, podemos no ponernos de acuerdo
sobre la clase de ayuda que sería más útil para estas personas. Existen varias opciones.
Veamos algunas:
La vecina de la divorciada podría intentar darle una explicación cuidadosa para ayudarla
a darse cuenta de que Dios es un Padre misericordioso y amoroso, y que su enfermedad
no debe verse como castigo por sus pecados, sino como uno de los padecimientos que
todos los humanos debernos esperar. A la mujer enferma le haría mucho bien el darse
cuenta de que su concepción de Dios no es la única posible para un cristiano.
El sacerdote en el primer ejemplo podría formular preguntas acerca del modo de vida
pasado y presente del joven, su visión de Dios, su libertad para elegir el sacerdocio, su
salud. Podría preguntar cómo surgió la cuestión de una posible vocación al sacerdocio.
Luego podría sugerir que llamara al director vocacional y quizás visitar el seminario y
pedir la ayuda de Dios para seguir su voluntad. Si se le preguntara directamente, bien
podría decir si pensaba que los signos de una vocación se hallaban presentes o no.
A la mujer casada que se siente distante de Dios podría decírsele que Dios a veces
mantiene distancia como un modo de probarnos y también de ayudarnos a reconocer
nuestra necesidad de El. Su deseo de mayor cercanía puede indicar que esto es lo está
ocurriendo. Puede estar segura de que Dios no la abandonará si ella le es fiel. 1
Es honesto decir que la clase de ayuda descripta en estos ejemplos ha sido el modo
habitual de dirección espiritual. Una mirada a los manuales tradicionales y muchos de
los artículos escritos sobre la dirección espiritual corroborará esta afirmación.(1) Se ha
hecho hincapié en la mayor parte de ellos, en las normas y prácticas típicas de la vida
espiritual. También debe puntualizarse claramente que tal dirección espiritual ha sido y
es útil para la. gente, especialmente si el director es un escucha bueno y atento,
experimentado y bien informado Sin embargo, algunas preguntas permanecen. ¿Cómo
reacciona el joven al Dios que, puede estar llamándole al sacerdocio? ¿Se siente
sumiso’? ¿Pasivo’? ¿Rebelde? ¿Cómo puede dirigirse a Dios si tiene cualquiera de estas
reacciones? y ¿puede esperar que Dios responda a sus reacciones?
¿Cómo reacciona el sacerdote al Dios con quien está comprometido? ¿Cómo puede
expresar sus reacciones? ¿Qué puede suceder si lo hace?
¿Cómo puede la mujer casada que se siente distante de Dios, dirigirse a El? ¿Le dice que
ella sabe que El sabe más? ¿Aún cuando no esté segura de que El sabe o le importa?
Estas y otras preguntas similares, apuntan a otra clase de ayuda. La persona que
atiende, ayuda a la otra a dirigirse a Dios directamente y a escuchar lo que Dios tiene
que decir. El objetivo de esta clase de dirección espiritual es la relación misma entre
Dios y la persona. La, persona es ayudada no tanto a entender mejor la relación, sino a
comprometerse con ella, a entrar en diálogo con Dios. Esta clase de dirección espiritual
se centrará en lo que ocurre cuando una persona escucha y responde a un Dios que se
comunica a sí mismo.
Así, el joven que es asaltado por el pensamiento de una posible vocación al sacerdocio
puede ser ayudado a desarrollar una relación más personal con Dios, en la oración, en la
suposición de que Dios y él pueden decidir juntos si Dios tiene un llamado especial para
él y en ese caso como respondería él a ese llamado.
La mujer casada puede ser ayudada a expresar su deseo de una relación más cercana al
Dios que puede responder a ese deseo.
El sacerdote con la crisis vocacional podría ser ayudado a descubrir si quiere una
relación más estrecha con Dios y si es así, como acercarse a El. Podría poner sus
preocupaciones ante Dios, expresar sus más profundas esperanzas, temores y disgustos
a Dios en la oración, y prestar atención a la comunicación de Dios con él. La decisión
acerca de los objetivos de su vida surgirían entonces en el contexto de la consiguiente
relación.
El hombre de negocios puede empezar a mirar lo que significan los “problemas sobre su
estilo de vida, si está buscando algo más en su relación con Dios, y luego podría entrar
en diálogo con Dios acerca de sus deseos para con Dios y los deseos de Dios para con él.
La divorciada puede ser ayudada a decirle a Dios directamente como se siente, cuán
ambivalente es ella, y a escuchar su respuesta.
Una vez que estas personas hayan comenzado a escuchar a Dios y a decirle en que
forma los afecta escucharlo, pueden entonces desear una ayuda continuada para el
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Para nosotros, por ello, la experiencia religiosa es a la dirección espiritual lo que los
alimentos son al cocinar. Sin alimento no puede haber cocina. Sin experiencia religiosa
no puede haber dirección espiritual.
Definimos a la dirección espiritual cristiana, entonces, como ayuda dada por un cristiano
a otro que permite a esa persona prestar atención a la comunicación personal de Dios
con él o ella, a responder a este Dios que se comunica personalmente, crecer en
intimidad con este Dios, y agotar las consecuencias de la relación. El centro de este tipo
de dirección espiritual está en la experiencia, no en las ideas, y específicamente la
experiencia religiosa, es decir, cualquier experiencia del misterioso-Otro a quien
llamamos Dios (3) Además, esta experiencia es vista, no como un acontecimiento
aislado, sino como una expresión de la relación personal progresiva, que Dios ha
establecido con cada uno de nosotros.
Por ahora es suficiente subrayar el hecho de que nuestra visión de la dirección espiritual
pone el centro primario en las experiencias de Dios, que muy a menudo ocurren en la
oración. El director espiritual está muy interesado en lo que ocurre cuando una persona
conscientemente se coloca en la presencia de Dios. No es que el director tenga poco o
ningún interés en el resto de la vida .de una persona. Está interesado en la persona
toda, pero el centro de interés está en la experiencia de oración de, su dirigido.
Cuando uno escucha a alguien descripto como un director espiritual, uno podría, al
menos inconscientemente, dibujar mentalmente a un hombre sin edad determinada,
demacrado, vestido con un hábito con capucha, con los ojos mirando hacia abajo y sus
manos ocultas en amplias mangas. Se sienta en un cuarto estrecho y blanqueado con
una pequeña ventana con rejas colocada alto .a su lado. Enfrente de él, vistiendo un
vestido de viaje pardusco y bonete, se sienta una dama francesa del Siglo XVII. Entre
ellos hay una mesa sobre la cual descansa un cráneo y una vela derretida. Ella esta
describiendo los pesares del manejo de la hacienda de la familia mientras su esposo está
lejos en la corte la mayor parte del año. El murmura acerca de estar sola con el Único, o
bien dictando un horario que le permitirá a ella introducir una medida de orden
monástico y piedad en su vida.
La imagen no es, por supuesto, original. La mayoría de los lectores reconocerán , sus
elementos. Es útil, no porque sea atractiva, o históricamente exacta, sino porque, como
las caricaturas, resume, agranda y centra muchas de las actitudes que los hombres y
mujeres modernos - tanto católicos como protestantes- tienen hacia la dirección
espiritual cuando no saben absolutamente nada de ella. Huele como un sistema arcaico,
jerárquico, social y religioso en el cual podría decírsele a una persona cómo vivir, y en
detalle,(4) Sugiere una aversión por la vida y una renuncia a ella, un sistema de
pensamiento medido e intrincado que no hace contacto con las energías básicas y
caminos de la vida, sino que siempre flota un poco sobre ellos, como un mundo
imaginario. Sugiere a gente vacía y aburrida buscando experiencias enriquecedoras y
monjes contemplativos hipnotizados por la adulación del alto mundo. Su atmósfera está
cargada con incuestionable dominación masculina.
Sin embargo el término también tiene sus razones. “Espiritual” nos dice
verdaderamente que la esencia básica de esta clase de ayuda no esta relacionada con
las acciones externas como tales sino con la vida interior, el “corazón”, la esencia
personal del cual sale lo bueno y lo malo que la gente piensa y hace. Incluye “cabeza”,
pero apunta más que a razón y más que a conocimiento. También nos recuerda que otro
Espíritu, el espíritu del Señor, está involucrado. “Dirección” verdaderamente sugiere
algo más que el dar consejos y el resolver problemas. Implica que la persona que busca
dirección va a alguna parte, y quiere hablar con alguien en el camino. Implica, también,
que el hablar no será intranscendente y sin propósito, sino apto para ayudarlo a
encontrar su camino.
Los otros términos mencionados y descartados como menos apropiados, sin embargo,
indican el reino del cuidado pastoral dentro del cual reside la dirección espiritual tal
como la practicamos. Este tipo de dirección espiritual es generalmente uno-a-uno; la
relación entre director y dirigido es un ayudar, y es emprendido, como veremos, en una
base quasi-contractual. Tal como el asesoramiento pastoral puede centrarse en la
relación marital, así esta forma se centra en la relación con Dios. Ciertamente, la
dirección espiritual puede ser considerada la forma nuclear desde la cual todas las otras
formas de cuidado pastoral se irradian, ya que finalmente todas las formas de cuidado
pastoral y de asesoramiento apuntan, o deberían apuntar, a ayudar a la gente a centrar
sus vidas en el misterio que llamamos Dios.
Las personas a las que se le acercan otras necesitadas de ayuda como en los ejemplos
del primer capítulo pueden experimentar sin duda un sentimiento de pánico al pensar
que se les está pidiendo que den dirección espiritual. Muchos de nuestros lectores
pueden estar preguntándose ¿Quién? ¿Yo?” y recordando tal vez el sentimiento de
incapacidad que surgió en ellos cuando alguien les pidió ayuda con la oración Tal
sentimiento de incapacidad para la tarea de ayudar a otros en su vida de oración
probablemente ha sido siempre una reacción inicial y apropiada al pedido “¡Enséñeme a
orar!”, sin importar la forma en que ese pedido se expresara. Probablemente no se
debería confiar en alguien que aceptara con ligereza esa tarea, pero los ministros
modernos pueden tener aún más razones para sentirse incapaces. Formamos parte de
un cambio cultural de grandes proporciones. Todos hemos sido testigos de la pérdida de
credibilidad de muchas instituciones, costumbres y teorías en las que todos
confiábamos, a menudo sin siquiera saberlo, que nos garantizaban nuestra visión de la
realidad y del bien y del mal. Cuando tanto ha cambiado, podemos preguntarnos si
realmente tenemos algo para ofrecer a aquéllos que buscan ayuda en la oración y en la
pregunta básica sobre el sentido de sus vidas.
Los católicos Romanos, por supuesto, han experimentado otra revolución. Antes de los
años sesenta la Iglesia Católica Romana parecía impermeable al cambio. Para la opinión
de la mayoría de los católicos no necesitaba mucho cambio. Los seminarios y las
congregaciones religiosas estaban repletos. A lo largo del país fueron erigidos inmensos
edificios muy costosos para albergar la esperada y ‘continua afluencia de novicios y
seminaristas. La asistencia a misa era alta. Iglesias y escuelas nuevas s’ construían a gran
velocidad. La autoridad del Papa, obispos y sacerdotes, era relativamente incuestionada.
LQS católicos sabían quiénes eran y cómo se esperaba que se comportaran, y si ellos no
se comportaban como se esperaba, sabían que habían pecado y se confesaban. Ese
tiempo y muchas de esas actitudes desaparecieron después de los cambios del Concilio
Vaticano II y la confusión de’ los años sesenta y setenta. Sin duda, los cristianos en otras
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Hasta hace muy poco, los seminarios y escuelas de teología prestaban poca, atención al
desarrollo del foco central y las habilidades de la dirección espiritual. La espiritualidad y
la dirección espiritual eran periféricas con respecto a la actividad principal de la
educación en el seminario. A lo sumo se ofrecía un curso menor en teología, ascética y
mística o en oración.
Había pocos o ningún programa cuya meta fuera habilitar a los futuros sacerdotes y
ministros a responder al pedido, “Enséñeme a orar”. Muchos clérigos nos enfrentamos
hoy con desaliento y sentimientos de incapacidad a la demanda creciente de ayuda en la
oración porque no hemos tenido entrenamiento para este trabajo. Reconocemos que
poco de nuestra experiencia o entrenamiento pasados nos ha preparado para lo que la
gente parece necesitar ahora.
También creemos que el cambio cultural que sacude nuestro sentido de capacidad
ministerial, crea la demanda de dirección espiritual. Cuando las instituciones y valores
sociales y religiosos son compartidos por la mayoría de la gente y parecen estar
funcionando razonablemente bien, los valores y el sentido tienden a ser ajustados por
las instituciones y el entorno cultural, social y familiar en el cual los individuos se han
criado. Sólo el disidente o pecador ocasional cuestiona al sistema mismo. La mayoría de
nosotros da por sentado nuestros valores y no se da cuenta de que descansan sobre
supuestos que no son verdades absolutas. Cuando, por ejemplo, “todos” son creyentes,
no hay necesidad para la mayor parte de la gente de fundamentar su creencia en una
reflexión crítica sobre su propia experiencia; su creencia se da por sentada. ¿Que ocurre,
sin embargo, cuando las instituciones comienzan a derrumbarse? Es entonces cuando la
red de supuestos que ellas ayudaban a formar comienza a rasgarse, y mucha gente se
siente a la deriva en un mundo caótico cada vez más sin sentido. Buscan entonces
alguna forma de dar sentido a la vida o al menos de aliviar el dolor.
Y así hemos sido testigos del surgimiento de toda clase de movimientos que parecen
prometer alguna manera de encontrar sentido a la vida, se busca psicoterapia y consejo,
no sólo para ayudar en la neurosis o en la elección de carrera, sino también para ayudar
a vivir en un mundo cuyo centro no parece detenerse. Grupos de encuentro, grupos de
crecimiento, grupos de experiencia y otros se han hecho populares en la medida en que
la gente trata de hallar comunidad y sentido. Ha habido un crecimiento fenomenal del
interés en las prácticas religiosas orientales, y los grupos de culto se han esparcido
rápidamente. En las iglesias establecidas hemos visto un aumento del interés en la
oración y en los dones del espíritu. Han prosperado los retiros de todas clases. A los
directores espirituales les resulta difícil dar abasto en la demanda de sus servicios.
Esta búsqueda del sentido, de la roca que dará estabilidad en un mundo que cambia
rápidamente, es, en su raíz, una búsqueda religiosa. Los tiempos de tumultos sociales y
culturales parecen inducir a la gente a una búsqueda de seguridad radical. Lo que más
desean son guías que los conduzcan a esa seguridad, y los sacerdotes, ministros, y otros
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guías religiosos a menudo parecen ser los candidatos adecuados para esa tarea. De allí
la creciente demanda de consejo pastoral y dirección espiritual. Pero los pedidos a
menudo se dirigen a guías que sienten que ellos mismos no conocen el camino. En
términos bíblicos, las ovejas se encuentran con que no hay pastores.
Esta situación plantea serios peligros. Vemos en nuestra cultura que los gurúes que
prometen respuestas tienen un efecto hipnotizante sobre mucha gente. Puede ser que
una psicoterapia interminable sea para muchos una solución a su incertidumbre.(1)
Hemos visto ejemplos en los que los directores espirituales se convirtieron en la
solución, pero con resultados traumáticos cuando esos directores mostraron sus pies de
barro. En otros tiempos de revueltas sociales, culturales y religiosas, Thomas More
(Tomás Moro) enfrentó una situación similar. Mientras estaba en prisión, su hija
Margaret le preguntó si había sido influenciado por el cardenal John Fisher para que
rechazara el voto de supremacía. Después de alabar mucho a Fisher, More respondió:
“ciertamente, hija, nunca trato (siendo Dios mi buen Señor) de atar mi alma a la espalda
de otro hombre, ni aun al mejor hombre viviente que yo conozca: porque no sé si él
podrá cargar con ella. No hay ningún hombre viviente, de quien yo pueda estar seguro
mientras él viva.” Pero si nosotros mismos, que somos guías religiosos, estamos
inseguros, ¿adónde nos dirigiremos? ¿En que roca podemos confiar? ¿A qué sujetamos
nuestras almas? En las páginas siguientes intentaremos demostrar que es posible
encontrar tal roca y ayudar a otros a encontrarla. La roca no es ningún otro ser humano,
sino el misterio que llamamos Dios, ya que dicho misterio es experimentado en el
corazón, mente y espíritu de cada persona.
Ya sea que se nos acerque alguien en busca de algo que dará sentido a una vida que
parece a la deriva, o de alguien que explícitamente quiere desarrollar una relación con
Dios más fuerte y más personal, nos enfrentamos con la misma pregunta: ¿Por dónde
comenzar? En ambos casos el pedido no se habría hecho si no se hubieran estado
buscando caminos aceptables y verdades objetivas. Estos pedidos nos obligan a
formular preguntas fundamentales: ¿Creemos en un Dios que realmente se comunica
con su gente tanto comunitariamente como en forma individual? ¿Creemos que se lo
puede encontrar personalmente y que esa relación con él puede cimentar la vida de un
individuo sobre roca? Si creemos estas cosas, ¿dónde encuentra la gente a este Dios?
Finalmente, creemos que cada persona encuentra a Dios en su propia experiencia ya sea
que esa experiencia ocurra en una comunidad, en una ceremonia litúrgica o
paralitúrgica, o en grupo, o sola.
Para bien o para mal, en nuestro mundo, cada persona sólo puede encontrar una roca
que no cederá o se hará añicos contestando la pregunta: En mi propia experiencia,
¿encuentro un misterioso Otro a quien yo puedo decir: Tú eres la Roca de mi salvación?
En el mundo moderno, donde el escepticismo se ha tornado o está tomándose “la
condición natural o normativa”,(3) los creyentes tienen dos opciones. Una es retirarse a
guetos más y más pequeños de “creyentes fieles” que refuerzan mutuamente su “fe
acosada”. La otra es ir al corazón de la Cristiandad. Ese corazón es la experiencia en fe,
esperanza y amor de que Jesús es mi salvador y el del mundo, y de que quiero
responderle; en otras palabras, ese corazón es la oración y la vida basada en la
oración.(4) La primera opción en definitiva significa que el cristiano sujeta su alma a la
espalda de otros “creyentes fieles” y no a la espalda de Dios. Más aún, tiende a retirarse
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de- cualquier misión para el mundo. La única opción cristiana seria es, creemos, la
segunda. En las condiciones sociológicas actuales de una sociedad pluralista en la que el
creer es solamente una opción entre otras, la roca sobre la cual estamos parados no
puede ser la experiencia de ningún otro sino que debe ser la nuestra. Hemos
experimentado demasiado frecuentemente la fragilidad de las “espaldas de otro
hombre”.
Esta posición, sin embargo, no significa que cada uno de nosotros sea un nómada no
influenciado por otros. Los cristianos, por definición, son un pueblo, comunidad de
creyentes que se influencian mutuamente en la fe, la experiencia y la vida. Y los
cristianos apoyan su fe en la autoridad: la autoridad de la Biblia, de los Padres de la
Iglesia, de los Concilios, de las diversas afirmaciones del credo, de la jerarquía de sus
iglesias. Pero a los cristianos siempre se les ha pedido que asuman lo que la autoridad
afirma, para hacerlo propio, para decir: “Yo creo.” En tiempos de cambios culturales es
más compulsiva la necesidad de ese asumir personal.
Pero si se nos hace volver sobre nuestra propia experiencia, ¿no se nos enfrenta con una
situación imposible? El psicoanálisis nos ha mostrado la aparente imposibilidad de
conocernos a nosotros mismos lo suficiente como para estar seguros de no estarnos
engañando. Toda nuestra experiencia está estructurada y las estructuras que usamos
son el producto de nuestras experiencias pasadas; no podemos tener una experiencia
“pura” no afectada por las estructuras de nuestras propias personalidades y mentes.
¿Cómo podemos estar seguros de que nuestras “experiencias de Dios” son realmente
“de Dios” y no dé “nosotros mismos?”(5) La sociología del conocimiento motiva una
pregunta similar y tal vez Más difícil con su visión interior de las estructuras mentales
producidas por las sociedades, culturas e instituciones a las que pertenecemos.(6)
Debemos reconocer que tanto la crítica psicoanalítica como la sociología del
conocimiento pueden también dirigirse sobre aquéllos que profesan el escepticismo,
pero dar vuelta la tortilla no hace más que demostrar que tanto creyentes como
escépticos están aparentemente desnudos. La pregunta aún subsiste: ¿Cómo puedo yo,
sobre la base de mi experiencia, decir con certeza que yo creo en un Dios que existe y
que ha tocado mi vida en su médula a través de Jesucristo?
conclusiones de Berger concuerdan con las del método trascendental que apuntala la
teología de tan eminentes teólogos como Karl Rahner(s) y Bernard Lonergan.(9) En
última instancia, el sujeto que pregunta llega a la conclusión de que la existencia de Dios
es la posibilidad a priori para su propia existencia y como sujeto interrogante. Sin
embargo, nadie más que el sujeto interrogante puede emitir este juicio por sí mismo, y
para hacer esto necesita tomar en serio sus propias experiencias y operaciones
interiores, La búsqueda de una roca sobre la cual afirmarnos en nuestra búsqueda de
sentido nos ha llevado a comprender que la atención a la experiencia interior, un
permanente interés de la teología espiritual y la dirección espiritual, es de capital
importancia.
Puede ser útil señalar que la teología en sí misma está sufriendo un cambio radical hacia
h interioridad, un vuelco paradigmático de gran trascendencia.(lo) Bernard Lonergan en
“Method iii Theology” (Método en Teología)(11) ha mostrado que el método
trascendental, tal como lo hemos mencionado al seguir a Berger, provee solamente un
componente para el método teológico. PermitL a una persona conocerse y afirmarse
como un ser cuyo dinamismo básico está dirigido hacia su propia trascendencia en el
conocimiento y en el amor, como un ser en la búsqueda de Dios. El método teológico,
sin embargo, también necesita un componente religioso, necesita saber que Dios ha
hablado realmente, se ha comunicado en conocimiento y amor.
religioso está dado cuando puedo decir que esta capacidad se ha realizado, o sea que
Dios está enamorado de mí y yo de El.
En su capítulo sobre los fundamentos de la teología, Lonergan pone en claro que los
fundamentos para la teología sistemática y pastoral no son premisas, sino gente
convertida, incluidos los teólogos convertidos. De este modo, la teología, una disciplina
que por tan largo tiempo(12) tenía poco que ver con la experiencia religiosa, se
encuentra ahora enfrentada con tal experiencia para sus mismos fundamentos. Los
directores espirituales y otros trabajadores pastorales que se vieron obligados a
focalizar sobre la experiencia religiosa para ayudar a la gente, se encuentran con que los
teólogos están adoptando el mismo enfoque. Es posible que esté muy cercana una
nueva era de colaboración mutua que cerrará la brecha entre la teología dogmática o
escuela teológica y la espiritualidad.
El enfoque sobre la experiencia religiosa que vemos útil, y aún necesario, para el
crecimiento espiritual en nuestro tiempo, no es un fenómeno nuevo en la historia de la
espiritualidad. Es tan antiguo como la cristiandad misma. Desde los tiempos más
tempranos los cristianos consagrados han fundamentado sus vidas sobre su experiencia
de Dios y la relación consciente que se desarrolló a partir de la atención puesta en esa
experiencia. La literatura que refleja la creencia y práctica del pueblo cristiano en
diferentes momentos de su historia, a menudo alienta la aceptación de la experiencia
religiosa y de la vida dialogal que puede desarrollarse a partir de ella.
Todos los evangelios describen a los discípulos como hombres que no comenzaron su
relación con Jesús con una imagen preconcebida de él que fue substanciada después. Lo
conocieron, lo observaron, lo acompañaron, observaron su manera de actuar, y le
escucharon hablar. Su experiencia de él los llevó a hacerse preguntas sobre él y luego,
les posibilitó contestar esas preguntas. Le vieron tocar a un leproso antes de curarlo,
decir palabras de perdón al paralítico, desafiar a los fariseos a decir si ellos querían que
él matara o diera vida en sábado, responder con compasión y poder a la viuda de Naím,
invitar a la hemorroisa a hablarle. Tuvieron experiencia de él en éstas y muchas otras
acciones. Y su, convicción y fidelidad a él fueron el resultado de su experiencia.
Los evangelios muestran una evolución en la actitud de los apóstoles hacia Jesús.
Primero le ven como a una persona con poder y sólo más tarde llegan a aceptarlo como
el Mesías. Aparecen reaccionando con horror a sus descripciones iniciales de cómo
habría de llevarse a cabo su mesianidad. Sólo después de la Resurrección llegan a
reconocer su abandono y muerte como la manera en que Dios deseaba que se
consumara la salvación. De este modo los discípulos son descritos como hombres en
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Cuando Atanasio (13) describió el viaje espiritual de Antonio el Ermitaño, nos dice que
comenzó su viaje, no porque hubiera llegado a una conclusión basada sobre sabio
pensamiento, sino porque oyó el evangelio proclamado para él. Oyó las palabras de
Jesús; “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que posees y dalo a los pobres, y tendrás un
tesoro en los cielos; y ven, sígueme”, como palabras dirigidas a él; reaccionó ante ellas y
decidió responder con la aceptación. Atanasio vio la proclamación del evangelio y la
respuesta de Antonio a él como una experiencia y quiso decirle a sus lectores que la vida
de Antonio y el desarrollo de sus virtudes y carismas estaban basados sobre esto tanto
como sobre otras experiencias.
La literatura cristiana primitiva contiene muchos otros casos por el estilo. Predicadores y
escritores esperaban que Dios tratara a la gente como aparecía tratándola en la
Biblia.14 La experiencia del diálogo con Dios, para ellos, no cesó con la ascensión de
Jesús, sino que más bien continuó en la experiencia de la gente que vivía la vida de la
Iglesia.
Clemente de Alejandría (15) describió la vida cristiana como la Palabra actuando como
educador compañero (paidagogos) de la persona cristiana. El paidagogos en la cultura
helénica era un sirviente de la familia que se hacía cargo de la criatura desde sus
primeros años, lo acompañaba a la escuela a través de las a veces peligrosas calles de la
ciudad, estaba con él mientras recorría una ciudad bulliciosa, y a través de su ejemplo,
consejo, y las decisiones que tomaba, le ayudaba a aprender a vivir en su entorno.(16)
Su trabajo no era básicamente académico. El maestro enseñaba al niño sus materias de
escuela. El paidagogos, que pasaba gran parte del día con él, le ayudaba a aprender a
través de su compañía misma. Para la mente de Clemente la Palabra , Cristo, hace esto
por nosotros. El sirviente y el niño creaban una relación que producía la riqueza afectiva
de ambos. Lo mismo ocurriría con Cristo y la persona cristiana. En esta relación la
persona podría crecer en madurez en su relación con Dios y con la vida.(17) Esta manera
de ver el crecimiento de un cristiano permite entender que existe un diálogo continuo
entre Cristo y la persona cristiana, y que el diálogo ocurre en circunstancias cambiantes
y continúa a través de las etapas del desarrollo. En la vida de cualquiera, el diálogo con
otra persona cercana cambia a medida que ambas personas crecen. La imagen de
Clemente de la vida cristiana nos alienta a pensar que la misma será verdadera para la
relación con Cristo.
En estos dos trabajos la descripción de la vida cristiana nos alienta a mirar nuestras vidas
como relaciones entre Dios y nosotros, mismos, relaciones que requieren comunicación
mutua. Dios nos habla tanto en la Palabra como en la acción, y nosotros tenemos la
capacidad de responder. Esta manera de ver su vida cristiana le fue facilitada al cristiano
por la forma en que la Escritura le fue transmitida por la Iglesia. La Escritura era
proclamada en las ceremonias litúrgicas. La Biblia no era un libro destinado a la lectura
silenciosa, privada. ‘Aún fuera de la liturgia era leída en voz alta por un sirviente o leída
por uno mismo en voz alta. Este contexto en el cual la palabra de Dios era oída no
impedía a la gente pensar en ella. Se alentó mucho el pensar en la Escritura; el contexto
mismo, sin embargo, no era el de un estudio privado sino el de una persona a otra que
causaba reacción y una respuesta ya sea de alejamiento o de mayor acercamiento a
Dios.
La Palabra era dirigida a toda la gente, pero también era dirigida al individuo. El
homilista no sólo hablaba de la pertinencia de la palabra al pueblo de Dios sino que
también mostraba a su audiencia que se intentaba dirigir la palabra a la vida individual,
las circunstancias en las cuales esa vida era vivida, y el desarrollo que ocurriría en ella. El
“sentido moral” o “sentido espiritual” decía que Dios pensaba en la vida de cada
individuo cuando decía su palabra. Dios hablaba, la persona reaccionaba y luego decidía
su respuesta. La vida podía así ser fácilmente vista como un diálogo tanto de palabra
como de acción entre Dios y nosotros mismos. La atracción de la Escritura sobre el
corazón impedía que el diálogo se tornara puramente racional. La ubicación litúrgica en
la cual las Escrituras eran transmitidas a la comunidad, por sí misma alentaba a la gente
a escuchar con sus corazones y sus sentimientos tanto como con sus mentes.
Durante mil años las ceremonias litúrgicas presentaban a Dios como hablando a su
pueblo y pidiéndole reacción y respuesta. La escucha afectiva de la Palabra sería en sí
misma una experiencia más cercana a lo que nosotros entendemos por experiencia
religiosa, que nuestra acostumbrada lectura silenciosa de la Escritura. Y más cercana,
también, que la discusión de la palabra de Dios que en siglos más cercanos se convirtió
en el tema de homilías y sermones. Que nosotros, entonces, hablemos de experiencia
religiosa como básica para la vida y oración cristianas, no significa que estemos
proponiendo una nueva base para la oración sino, más bien, que estamos señalando un
elemento que ha estado desde el principio en el corazón de la tradición cristiana.(19)
También está claro que el diálogo con la palabra de Dios en la Escritura es natural en la
oración cristiana. Aelred de Rievaulx, del siglo Xll, en su “Cuando Jesús tenía doce años
de edad”(20), pasa espontáneamente de describir la aventura de Jesús en el templo a
hablarle directamente. Al hacerlo, ejemplifica receptivamente a la palabra para la
persona a la que está escribiendo. También nos muestra cómo una persona puede
reaccionar espontáneamente a la palabra de Dios.
otra. Esta decide entonces si responder o no. La “Exposición” considera las pausas,
desapariciones y titubeos del Hijo como descripciones de la vida cristiana. El proceso
contiene momentos de frustración, de esperanza insatisfecha, de búsqueda en la
oscuridad. Pero a través de la “Exposición” el deseo de la Novia y el Novio de
relacionarse es una corriente continua y sostenida.
Guillermo, como otros escritores medievales, tenía un gran respeto por el conocimiento.
Respeta el hecho de que el intelecto conoce. Sin embargo, cree que el amor conoce
también, y que finalmente la persona conoce a Dios a través de su amor por El. El uso de
la relación de la Novia y el Novio como imagen de la vid4 espiritual que se desarrolla
facilita el entendimiento de la centralidad de la experiencia tal como un escritor como
Guillermo la entendió. El conocimiento, racional ocupa un lugar destacado en su
entendimiento de la vida espiritual. Pero es el amor basado en la experiencia lo que
llega a Dios.(23)
La espiritualidad al final de la Edad Media muestra muchos signos del conflicto entre el
énfasis puesto sobre el conocimiento racional de Dios y el énfasis puesto sobre la
experiencia amorosa de Dios. (24) Ignacio de Loyola, como persona medieval tardía,
tuvo que optar por uno de ellos. Sus obras (25) demuestran que eligió confiar en su
propia experiencia. Tenía un respeto ardiente por la autoridad de la Iglesia, a pesar de
haber sufrido mucho a manos de algunas personas que ejercían autoridad y poder en
ella; y nunca cuestionó sus demandas contra él. La autoridad, sin embargo, no
reemplazó la comunicación que Dios podía dirigir a un corazón individual y la respuesta
que la persona podía dar. (26) Su vida se convirtió en un diálogo entre Dios, llamando y
sosteniéndolo, e Ignacio respondiendo. Estaba dispuesto a elegir caminos intransitados
porque sabía que Dios lo guiaría y sostendría a lo largo de esos caminos.
Estos son indicios de cómo la tradición cristiana a través de los siglos ha estado abierta a
la experiencia individual de Dios y ha alentado la relación dialogada que puede. surgir de
esa experiencia. Resulta adecuado que nuestro ejemplo final sea Ignacio de Loyola. Sus
“Ejercicios Espirituales”, basados en la convicción de que Dios puede y quiere ser
encontrado en el diálogo, han sido ejemplo durante muchas generaciones de la
aceptación por parte de la tradición cristiana de la experiencia y la incentivación del
diálogo con Dios. Los “Ejercicios” expresan también la convicción de que, hablar sobre la
propia experiencia de ese diálogo con un director espiritual, puede ser de mucha ayuda
para el desarrollo de la relación dialogada.
16
La dirección espiritual es la ayuda que uno recibe para poder desarrollar su relación con
el Señor. Las personas que están más inmediatamente involucradas en la dirección
espiritual son el Señor, el dirigido y el director. La relación entre el director y el dirigido
puede ser crucial para el desarrollo de la relación entre el dirigido y el Señor, pero esta
ú1tima relación existe antes y es independiente de la primera. Los directores no crean
las relaciones entre Dios y sus dirigidos, sino que tratan de fomentarlas.
¿Que queremos decir mediante "relación con Dios"? Queremos decir algo que existe,
ante todo. Surge de la creación de la persona humana y existe aún cuando la persona no
tenga conciencia de su existencia. Soy una criatura, sépalo o no, y Dios es mi creador.
Dios me conoce, como a su hijo o hija aún cuando yo no lo conozca como Padre. Jesús
me conoce como a su hermano o hermana aún cuando yo no perciba este vínculo.
17
Nuestra fe nos dice que Dios se comunica con nosotros, lo sepamos o no, creando y
redimiéndonos continuamente. Él se comparte con nosotros aun cuando no lo sepamos.
La misma vida nos comunica con Él. La primera flor de azafrán comunica la
indomabilidad de la vida. Las puestas de sol nos hablan de grandiosidad. La amistad nos
comunica la experiencia de lealtad y amor. Las tempestades de nieve y los huracanes
nos hacen conscientes de que el ordenamiento de la naturaleza está definitivamente
fuera de nuestro control. El aprovechamiento de la energía nuclear nos hace dar cuenta
de que no hay límite para nuestra capacidad de explorar y explotar nuestro universo, y
los accidentes nucleares nos hacen tomar conciencia de que no podemos controlar
perfectamente lo que hemos descubierto.
De éstas y muchas maneras mas, el cristiano reconoce que Dios se comunica con
nosotros. Lo hace ya sea que lo nombremos como la fuente de la comunicación o no. Se
nos "habla" continuamente.
Cuando una persona se comunica con otra en una ocasión particular - por ejemplo, un
hombre deja un ramo de rosas para una mujer a la que admira - podemos hablar de una
experiencia de comunicación. Es una experiencia de comunicación explícita de parte de
la persona que la inicia. Sin embargo, solo es una experiencia de comunicación implícita
para el receptor, si no sabe que alguien se está comunicando con el. La mujer, por
ejemplo, puede deleitarse con la belleza de las rosas pero suponer que estaban
destinadas a su hermana. Cuando el receptor intencional sí lo sabe, la comunicación es
una experiencia de comunicación explicita también de su parte. Una experiencia
religiosa particular es una experiencia de comunicación explicita tanto de parte de Dios
como del receptor. La persona sabe que Dios se está comunicando con ella en ese
momento.
La otra clase de situación es una experiencia similar que no está aislada de la trama de la
vida de la persona sino que comienza o es parte de una relación con Dios consciente y
progresiva. Por ejemplo, la admiración reverente en la puesta del sol podría recordar al
hombre cuánto ha dado por sentado a Dios últimamente, y estimularlo a retomar
nuevamente su practica de dedicar algún tiempo cada día a la oración para profundizar
su relación con Dios. Esta última experiencia es la que nosotros queremos enfocar en
este capítulo porque es este seguimiento con un fin más determinado de la relación con
Dios la que hace más provechosa la dirección espiritual.
Aquellos que sí los escuchan, tienden a reaccionar ante ellos, del modo en que
reaccionarían ante cualquier exposición provocativa dirigida a ellos. Les gusta o disgusta
lo que oyen. Quieren oír más o quieren dejar de escuchar. Si les disgusta lo que oyen y
físicamente no pueden evitar oír, pueden tratar físicamente de evitarlo cayendo en el
aburrimiento o antagonismo activo. Si les gusta, tienden a responder con la aprobación,
esperanza, alegría, satisfacción, o con alguna actividad apropiada.
El diálogo tiene lugar, entonces, entre la palabra viva y el oyente que responde a la
palabra. No es, aún cuando la Escritura forma su base, una sesión de estudio, aunque el
estudio previo puede engrosar su. riqueza. El estudio puede convertirse en un sustituto
del diálogo y así frustrar la finalidad dialogal de la palabra.
cambio de empleo o de comunidad - pueden dar lugar a una nueva mirada sobre la
relación de uno con Dios y llevarlo a un deseo de algo más.
Por experiencia podemos decir que la gente que se siente más cómoda y deseosa del
tipo de relación con Dios y la clase de dirección espiritual que estamos describiendo son
generalmente cristianos activos, vibrantes, terrenos, inteligentes, a diferencia del
estereotipo habitual de la persona "espiritual". Son tan reales como la lluvia, la niebla, la
luz del sol. Quieren dejar a Dios ser Él mismo con ellos. Tienen fuertes deseos de
intimidad y se hacen buenos amigos y amantes. Son gente responsable y así pueden dar
respuesta a la palabra.
Pero también son humanos y entonces todas sus respuestas no surgen inmediatamente.
Necesitan crecer en la relación con Dios y en la habilidad de profundizar su diálogo con
Él. Mientras continúan respondiendo a la palabra, progresivamente entran en el diálogo
reacciones que al principio no se notan. Un hombre puede reaccionar al principio con
aprobación a la palabra que oye, por ejemplo, y luego, después de gozar durante horas
con el diálogo, encontrarse expresando enfado a Dios. Mas aún, le puede llevar algún
tiempo reconocer que es enfado lo que está expresando. O la reacción inicial de una
mujer a la palabra puede ser enfado, pero después de poco tiempo su enfado puede
ceder a una apreciación de que Dios puede aceptarla enfadada, y después a una
aceptación de su interés.
En este diálogo continuo las reacciones más profundas de una persona a la acción de
Dios posiblemente entren a un compromiso explícito tan sólo muy lentamente. Es
posible también que lleguen a hacerlo tan sólo con considerable dificultad. Algunas de
nuestras reacciones, por ejemplo, asumen una coloración protectora. Un hombre que
está enfadado con Dios a menudo no lo escuchará ni le responderá en la oración.
Consecuentemente, es posible que no rece en absoluto. Sin embargo, raramente
admitirá que no está rezando porque está enfadado con Dios. En cambio, puede decirse
a sí mismo que no reza porque no tiene tiempo. Mas aún, es probable, que le pida a un
director espiritual que le ayude a elaborar un programa que le facilite tiempo para la
oración, y que pase meses tratando en vano de ubicar un lugar en su agenda para orar
con regularidad. Sin embargo, estos esfuerzos por programar no dan como resultado la
oraci6n frecuente, porque no le ayudarán a encarar la razón de su falta de oración. Está
demasiado enfadado para escuchar a Dios, pero cree que es demasiado indisciplinado o
está demasiado ocupado para orar.
Algunas veces, por lo tanto, las razones que nos damos para no rezar no son las razones
reales. Con bastante frecuencia las razones reales serán actitudes dentro de nosotros
mismos que se nos hace difícil aceptar. ¿Quién desea saber, por ejemplo, que está
enfadado con Dios, indeciso en cuando a su matrimonio, o profundamente atemorizado
por la vida? Sin embargo, si la oración personal ha de ser frecuente y llevadera,
tendremos que permitirnos comunicar cada vez más nuestras actitudes reales a Dios.
"Transparente" es una descripción apta para la actitud de apertura que se desarrolla a
medida que dejamos que la Palabra nos hable y que nuestra respuesta a Él nos
represente a nosotros y a nuestras actitudes más cabalmente.
La alienación emocional, sin embargo, no implica una ofensa contra Dios o fracaso moral
en ningún sentido al que estemos acostumbrados. Puede, sin embargo, implicar un
fracaso en el crecimiento de la relación. Una de las formas en las cuales el fracaso de
crecer en la relación se manifiesta, torna muy obvia la falta de crecimiento. Algunas
personas oran como lo hacían cuando eran niños. Piensan y actúan como adultos y
tienen las responsabilidades de adultos,- pero cuando oran usan el mismo tono y hablan
dentro del mismo marco de expectativa que usaban cuando tenían diez años. Cuando se
dirige a Dios, por ejemplo, una mujer que acaba de perder a su único hijo, es posible que
no pueda usar otro tono más que el de acción de gracias o súplica. Es probable que no
pueda expresar en la oración su sentido de la pérdida e indignación. El lenguaje de
oración al que ella está acostumbrada no puede sostener tales sentimientos porque los
que tienen diez años no pueden permitirse estar enojados con alguien tan grande e
imponente como Dios. Puede también haber otra razón: puede hallar difícil expresar
sentimientos profundas de pena o enojo hacia cualquiera, y aún difícil hacerse ella
misma la concesión de tenerlos.
diez o quince minutos. Si se expresa mejor con gestos corporales, podrá permanecer
por cinco minutos en una posición de presencia profunda. La ira o el temor también
pueden ser expresados directamente -con imprecación, gestos, recriminación, un relato
elocuente del incidente o situación que ha provocado el sentimiento, o con otros
medios de expresión directa de la emoción.
Cuanto más experiencia de oración tengamos, tanto más probable será que seamos
capaces de dejar entrar algo más que el pensamiento en nuestra oración. Nos
encontraremos buscando espontáneamente maneras de expresarnos más a fondo. Un
intento de ser receptivos a Dios o de comunicarnos con Él que no implique la voz, los
gestos, u otra actividad, a menudo parece pobre y superficial, y puede ser considerado
de algún modo como irreal. Las prácticas ascéticas como el ayuno, pueden a veces surgir
de esta necesidad de ser más intensamente expresivos. Permiten que el cuerpo exprese
actitud, y así capacitan a la persona para entrar más plenamente en comunicación con
Dios. Así, invitando a Dios a comunicarse con nosotros en la oración y tratando de
responderle en la oración, tienden a involucrarnos en todo nuestro ser. El sentimiento,
el estado de ánimo, el pensamiento, el deseo, la esperanza, la voluntad, los gestos
corporales y actitudes, la actividad y la dirección de la vida, tienden a verse
influenciadas. La oración se profundiza, y mientras esto ocurre, gradualmente atrae a su
dinámica cada vez más nuestros poderes y recursos. Su campo de acción también se
ensancha . Gradualmente atrae a su dinámica más y más aspectos de nuestras vidas.
Nuestras actitudes sociales y económicas, nuestras relaciones interpersonales, nuestra
elección de trabajo, todas comienzan a ser influenciadas por la relación entre nosotros
mismos y Dios a medida que esa relación se expresa en la oración personal.
La oración no se hace aislada del resto de los intereses de una persona. Tanto su campo
de acción como su estructura son afectados por ellos. Una persona que viva en contacto
cercano y amistoso con la gente de una reservación Sioux hallará que su oración se ve
afectada tanto por las actitudes contemplativas de sus miembros Sioux como por las
dificultades culturales en las que viven. La administradora de una escuela en la cual la
mayoría de los estudiantes son pobres descubrirá que su oración se ve afectada por sus
responsabilidades y, si es una mujer compasiva, por la situación social de sus
estudiantes. La impotencia que Jesús elige para sí mismo y su conmiseración hacia los
pobres tendrán un significado diferente y un impacto afectivo diferente sobre ella del
que tendrá, por ejemplo, sobre un profesor de Harvard. Sus otros intereses se ven
afectados a su vez por lo que le ocurre a ella en la oración comunicativa. Tenderá a
volverse más compasiva, más paciente con los sentimientos de otras personas, más
tolerante con los propios. Probablemente tendrá, por ejemplo, una visión más amplia,
una mayor apertura al cambio en la sociedad y en su medio.
Hemos hallado necesario acentuar este punto debido a la tendencia casi universal y
profundamente arraigada de los ministros de querer inculcar la verdad, de enseñar, de
instruir. Esta tendencia es tan fuerte que los directores espirituales principiantes a
menudo no escuchan bien la experiencia de sus dirigidos y como resultado no oyen
todos los matices de su experiencia y razonamientos sobre Dios. Sin embargo, una vez
que hayan aprendido que su trabajo es específicamente facilitar el descubrimiento,
serán capaces de introducir las clarificaciones y reflexiones teológicas apropiadamente.
24
Es asombroso, cuando uno reflexiona sobre la cuestión, que la ayuda, que apunta
directamente a la adoraci6n personal de Dios en espíritu y en verdad, hubiera alguna
vez sido considerada só1o como una de muchas incumbencias pastorales, y más aún,
una incumbencia un tanto esotérica. Parece más bien que debería ser el núcleo del cual
irradia todo otro cuidado pastoral de la Iglesia. Pues la direcci6n espiritual, si cumple su
meta propia, debe ayudar a la gente a reconocer y enfocar su vida como respuesta a la
acción amorosa, creativa y salvadora de Dios. A menos que hayan tenido alguna
experiencia de tal reconocimiento y enfoque, los cristianos tratarán todas las
descripciones de actitudes interiores como datos objetivos, tan significativos -y tan sin
sentido- como una lista calendario de eventos históricos. La teología sistemática y
moral, los estudios de espiritualidad y litúrgicos les darán el conocimiento objetivo, pero
tendrá poco que ver con las necesidades cruciales y valores inflexibles de sus vidas.
Como objeto de estudio éstos pueden fascinar, pero como objetos de estudio también
existen fuera del crecimiento, el riesgo, la inconstancia, la alegría, y la depresión que los
cristianos experimentan, y así dejan sus corazones intactos.
Una dirección espiritual que pertenezca al corazón de la tradición cristiana no tiene ejes
para aferrarse, ninguna teoría especial de la cual dependa su eficacia. Le concierne
primordialmente ayudar a los individuos a ubicarse delante de Dios que se comunicará
con ellos y los hará más libres. El foco de la dirección está en el Señor y en la manera en
que Él parece relacionarse con cada persona, nunca en ideas.
Nuestra experiencia afirma que es ésta la clase de dirección que los cristianos maduros,
experimentados, activos, desean. Miran la jerga espiritual - términos como consolación,
desolación, "las dos banderas"- con recelo. Tienden a sentirse molestos ante la
inclinación de un director ya sea contra la responsabilidad o la autoridad personal. Son
cautelosos ante el fanatismo, sea de derecha o de izquierda, y evaden el
sentimentalismo. Hay pocas visiones si es que hay alguna. Hay, sin embargo, un fuerte
deseo de conocer y encontrar a Dios como la tradición espiritual cristiana central lo ha
conocido y encontrado.
En un tiempo y lugar donde las actitudes hacia las iglesias y el cuidado pastoral que
proveen a menudo están en cambio continuo, las personas que están creciendo con la
ayuda de esta clase de dirección frecuentemente sienten un creciente deseo de conocer
la enseñanza cristiana acerca de Dios y la vida cristiana. Solo piden que sea la clase de
enseñanza que puedan relacionar con sus experiencias. También se vuelven cada vez
más receptivas a otras formas de cuidado pastoral, no porque se les exhorte a
aceptarlas, o aún porque estas otras formas les hayan sido sugeridas. Su creciente
vitalidad simplemente los torna más interesados. Por la misma razón, la insensibilidad y
corruptibilidad en el ministerio de la Iglesia puede enfadarlos - y hacerlos propensos a
hacer algo de su ira. Aquellos que están siendo liberados por el Señor no siempre son
compañeros confortables. Así como Jesús no siempre era un compañero confortable.
25
Digamos que hay dos, y que surgen de este discernimiento: la esencia contemplativa de
la oración y de toda la vida cristiana es la relación consciente con Dios. Las tareas son:
Segundo, ayudar al dirigido a reconocer sus reacciones y decidir sobre sus respuestas a
este Dios.
Las relaciones se desarrollan só1o cuando las personas involucradas se prestan mutua
atención. Suponemos, basándonos en la tradición cristiana, que Dios está asumiendo su
parte en la relación, está prestando atención al dirigido/a, esta mirándolo/a y está
escuchándolo/a. El dirigido, sin embargo, para que la relación se desarrolle, también
debe prestar atención al Señor. No es una cuestión compleja, pero tampoco
necesariamente fácil. Existe, en primer lugar, la dificultad que nosotros, seres humanos,
tenemos en prestar atención a cualquier otro. Luego existe la dificultad en prestar
atención al Dios invisible, misterioso y todopoderoso.
por Dios a través de estas prácticas. Una mujer de setenta y cinco años dijo que a veces
“
cala hondo” mientras dice sus plegarias establecidas y entonces sabe que realmente
está hablándole a Dios y que Él está escuchando. La profundidad del tipo de oración a la
que la gente está acostumbrada no debería por lo tanto ser menospreciada. Pero
habitualmente no es contemplativa y no es tan conducente al crecimiento consciente en
la relación como lo es la contemplación. La contemplación por naturaleza da más lugar
para que el Señor asuma una realidad propia.
Sin embargo hay dos dificultades que deben vencerse para lograr cierta facilidad en esta
clase de contemplación. La primera es causada por las categorías previas que a menudo
tornan casi imposible ver y oír a cualquier "otro" en su propio derecho. No vemos al
individuo porque ya hemos relegado lo que vemos a una clase: "otro árbol de
eucalyptus", "otra puesta de sol", "un alemán". La segunda tiene que ver con nuestra
tendencia a mirar hacia adentro más que hacia fuera, a ser absorbidos por nuestros
propios intereses más que por los de otra persona. Tenemos nociones de la oración que
imposibilitan o atenúan el mirar y el escuchar. Pensamos que la oración es mirar hacia
adentro. Cuando oímos las palabras "Oremos", automáticamente inclinamos nuestras
cabezas y cerramos nuestros ojos. A menudo también, la oración es vista básicamente
como petición, como pensar algo de cabo a rabo, o como obtener discernimiento. Y
todas esas actividades, aunque buenas en sí mismas, tienden a impedir el mirar y
escuchar. Los directores espirituales a menudo deben trabajar paciente y creativamente
para que los dirigidos puedan experimentar la contemplación y verse como personas
contemplativas.
Si usted alguna vez ha estado tan absorto mirando un partido, leyendo un libro, o
escuchando música, que se sorprendió por el tiempo que había pasado, por el frío o
calor que tenía, por el enojo de un amigo que había estado haciéndole una pregunta
durante algunos minutos, entonces conoce el poder de prestar atención a algo y tiene
un ejemplo personal de la actitud contemplativa. Ha habido padres que estuvieron tan
preocupados por sus hijos en incendios o accidentes, que se dieron cuenta de sus
propias heridas sólo después que pasó la emergencia. Soldados en la batalla se han ido
dando cuenta de sus heridas sólo después de que terminó la lucha.
27
De esta manera, un efecto de prestar atención a algo fuera de nosotros es que puede
hacernos olvidar de nosotros mismos y de nuestro entorno. La contemplación lleva a, o
más bien es una experiencia de, la trascendencia - o sea, de olvidarse de sí mismo y de
todo lo demás excepto del objeto contemplado.
Los directores espirituales algunas veces tienen que trabajar largo tiempo y
pacientemente con la gente para ayudarla a alcanzar el punto de ser capaces de
olvidarse de sí mismos. El ensimismamiento hasta puede enmascararse
inconscientemente como virtud. Por ejemplo, un hombre que se concentra en sus
fracasos y pecados puede ser considerado y considerarse un hombre honesto,
conocedor de sí mismo; mas puede ser que nunca cambie su comportamiento. Cuando
lee la Escritura, oye las palabras que condenan y las aplica a sí mismo, pero nunca oye
las palabras de perdón y libertad y nunca ve la mirada de amor que el Señor dirige hacia
el pecador. Se hace evidente que la "humildad" y el "auto- conocimiento" en su caso son
sinónimos de ensimismamiento.
El director espiritual tendrá que ayudar a dicha persona a olvidarse de sí misma y sus
problemas y a mirar al Señor. La ayuda podrá comenzar incitándolo a mirar y escuchar
algo distinto de sí mismo -música, belleza natural, arte, arquitectura, o cualquier otra
cosa que lo absorba. El ensimismamiento es la concentración en la debilidad. El esfuerzo
de ayudar a una persona a mirar mas allá de sí misma es parte del recurrir a la fortaleza
que es la tarea del director espiritual.
Hay otro aspecto de la contemplación que también merece nuestra atención. Las
reacciones de concentración, alegría, dolor, compasión, amor y gratitud que están
asociadas a la contemplación, no son voluntarias. Son producidas por lo que vemos,
oímos y comprendemos. Aunque condicionadas por nuestras experiencias pasadas, son
básicamente respuestas espontáneas a personas y cosas exteriores a nosotros mismos.
Aquí tenemos un elemento importante para considerar en la dirección espiritual. El
ejemplo más claro, tal vez, es la reacción de amor cuando uno mira al amado. Parece ser
un don, algo que surge debido al otro, no debido a alguna decisión propia de amar o
enamorarse. Los directores ayudan a las personas a darse cuenta de que pueden mirar y
tratar de prestar atención a lo que Dios ha hecho, está haciendo, ha dicho, está
diciendo, pero que no pueden disponer de sus reacciones. A lo sumo, pueden tener la
esperanza de que reaccionarán de cierto modo. Pero si una mujer, por ejemplo, no
reacciona como ella había esperado - si en lugar de alegría siente ira ante las palabras
"Oh, Señor, tú me has buscado y me conoces" - ella, no obstante, ha reaccionado, y
puede elegir expresar su reacción al Señor. También puede elegir pedirle al Señor que la
ayude con su ira.
La persona que contempla no puede tener control alguno sobre el otro. Uno no puede
forzar a una puesta de sol a ser brillante. Todo lo que uno puede hacer es esperar y
mirar. La contemplación lleva a una actitud de reverencia y admiración ante el otro. Si el
28
otro es una persona, entonces todo lo que podemos hacer es pedirle que se revele y
esperar a que eso suceda. Este discernimiento es la razón de la oración por lo que uno
desea, que Ignacio de Loyola pone al principio de cada uno de los Ejercicios Espirituales.
En un punto, se le indica al ejercitante que pida que el Señor le revele su pecado de
manera que pueda sentir verguenza y confusión. En otro punto el ejercitante pide al
Señor que se le haga conocer para amarle y seguirle.
Aquí la relación entre contemplación y trascendencia aparece aún mas claramente. Aún
cuando estamos tratando con otra persona, no estamos en la misma posición que
cuando estamos tratando con un objeto. El Principito de Saint Exupery sobre su
asteroide sólo necesita mover un poco su silla para ver otra puesta de sol, pero no tiene
poder para ver la realidad y singularidad de su flor hasta que ella elige revelarse a él.
Los directores espirituales animan a sus dirigidos a pedir lo que desean del Señor. Al
principio, sus deseos pueden ser muy amplios: experimentar la presencia de Dios,
conocerlo mejor, por ejemplo. Tales pedidos deberían reflejar sus deseos reales, y parte
del trabajo de los directores espirituales es ayudar a los dirigidos a clarificar y decir lo
que desean realmente. Entonces el dirigido, al empezar un período de contemplación,
primero pide lo que desea, luego mira o escucha todo lo que pueda suceder en la
contemplación. En otras palabras, se ubica en relación con la otra persona pidiendo que
se revele y luego presta atención a El Ser revelado.
Pedir al Señor que se revele nos abre al misterio del Otro. Tal apertura se opone a
mucha de nuestra actividad personal habitual. Tratamos de controlar nuestras
percepciones; nos asusta lo nuevo y extraño. Como resultado a menudo sólo vemos lo
que deseamos ver o lo que nuestras estructuras perceptivas y cognitivas nos dejan ver.
Tratar de contemplar significa tratar de dejar al otro ser él o ella mismo/a, tratar de
estar abierto a la sorpresa y a la novedad, tratar de dejar que las respuestas de uno sean
motivadas por la realidad del otro. Así, cuando contemplamos a Dios, tratamos de
dejarlo ser Él mismo y no nuestra proyección de Él, y de ser realmente nosotros mismos
delante de Él.
ayudar a la gente a evitar este inconveniente sugiriéndole que haga su reflexión después
de terminar el período de oración.
En las fases iniciales de la dirección espiritual, los directores habitualmente tienen que
ayudar a la gente a contemplar al Señor. ¿Qué clase de ayuda necesitan los dirigidos?
Generalmente ocurre que la intensidad y el esfuerzo por mirar o escuchar al Señor no
son de gran ayuda; habitualmente terminan en ensimismamiento. Les resultaría de
mayor utilidad el pasar (al principio) algún tiempo en alguna actividad que les gustara y
que tuviera algún aspecto contemplativo. Podría ser cualquier cosa, desde observar un
pájaro hasta admirar la arquitectura de una ciudad, desde escuchar el oleaje hasta
escuchar a Bach. Cualquier experiencia receptiva que ayude a una persona a olvidarse
de sí misma y a ser absorbida en otra cosa. La persona podría considerar esta
experiencia como compartida con el Señor, de la misma manera que podría desear
compartirla con un amigo íntimo. También sugerimos que las personas pidan al Señor
que haga conocer su presencia, que Él se revele durante este tiempo. Entonces ellas
miran o escuchan lo que les hace gozar. Después de haber hecho esto les pedimos cada
vez que reflexionen sobre esta experiencia: ¿qué ocurrió? ¿qué experimentaron? ¿Se
hizo conocer el Señor?
Es sorprendente observar lo que ocurre cuando la gente comienza a hacer algo así. Al
principio pueden objetar que tal actividad no- religiosa no puede ser oración. Mas aún,
ya que la oración a menudo ha significado para ellos meditación, discernimiento y
decisiones, en general necesitan tiempo y paciencia para acostumbrarse a esta nueva
manera de oración y para darse cuenta de que el director realmente habla en serio.
Entonces, sin embargo, comienzan a encontrar esos momentos de oración deleitables y
sosegantes. Se ven sorprendidos por sentimientos de alegría y gratitud y la sensación de
que Alguien que los ama y los tiene en cuenta está presente. A menudo encuentran que
pueden reconocer cosas que siempre temían o se avergonzaban de mirar, y comienzan a
sentirse liberados, sanados.
Estas reflexiones nos llevan a la pregunta, ¿hay algunos lugares privilegiados o eventos
privilegiados a los cuales podemos acudir para ponernos más explícitamente en el
camino del Señor? La respuesta tradicional ha sido que los hay, y que incluyen los
sacramentos, especialmente la Eucaristía, las enseñanzas de la Iglesia, las Escrituras, y
las otras obras del Señor, especialmente la naturaleza. La naturaleza y las Escrituras son
los lugares privilegiados que son más a menudo recomendados por los directores
espirituales y por lo tanto merecen particular atención.
Las personas que contemplan, sin embargo, pueden no estar conformes con sólo mirar
las bellezas de la naturaleza y admirar la obra de Dios. También pueden desear que Dios
se revele, les hable personalmente. Comienzan su tiempo de contemplación pidiendo
que Él se haga conocer. ¿Les responde? ¿Cómo lo sabrán? La cuestión aquí está
directamente relacionada con los modos en que Dios se revela, no con la experiencia
mística - aunque tal experiencia ocurre más frecuentemente de lo que a veces nos
damos cuenta.
Una mujer podría estar caminando de noche a lo largo de la playa y ver cómo la luna le
da un tinte plateado a la cresta de una ola. Se deleita ante esta visión, y repentinamente
se siente en paz y en presencia de Alguien más que también se deleita en tales cosas.
Inexplicablemente puede sentir que aún es amada, aunque beba o coma demasiado, se
enoje con su familia demasiado a menudo, o acabe de perder su empleo, y puede
sentirse libre para enfrentarse a ella misma más honestamente y con menos
autoconmiseración. O un hombre joven podría verse insignificante bajo las estrellas,
pero sin embargo aún sentir que es importante en todo el esquema de cosas. O un
hombre mirando en silencio el pico de una montaña coronado por nubes podría sentir
31
No hay razón alguna por la que los directores espirituales debieran tener que discutir
acerca de si otros textos religiosos podrían también ser lugares privilegiados para el
encuentro con Dios. La historia y la experiencia contemporánea nos dicen que muchos
otros textos han sido y son también lugares privilegiados. Damos por sentado, sin
embargo, el hecho de que la Biblia tiene primacía de lugar para los cristianos como
Palabra de Dios.
Es bueno escuchar las Escrituras en sí mismas, no nuestra proyección sobre ellas. Los
directores espirituales, como cualquier otra persona, han sido afectados por la erudición
bíblica moderna. Pueden preguntarse cómo pueden usar la Escritura para ayudar a sus
dirigidos en la oración, porque nosotros los modernos nos hacemos muchas preguntas
acerca de lo que Jesús verdaderamente dijo o hizo. Si la búsqueda del Jesus histórico ha
sido un problema pare los eruditos bíblicos modernos, ¿podemos todavía usar los
evangelios para llegar a conocerlo?
El primer punto al que hay que dar mucha importancia es obvio: no es útil para la vida
cristiana o la oración basarla sobre una ilusión. De ahí que es importante ver los
evangelios por lo que son. No son biografías de Jesús, sino cuatro diferentes expresiones
de la fe de la Iglesia primitiva y de lo que ésta recordaba en la fe acerca de Jesús. Cada
evangelio tiene su propio punto de vista, su propio enfoque teológico, su propia
situación de vida. La contemplación del evangelio de Marcos, por ejemplo, significa
tomar la obra de ese actor desde su ángulo y tratar de escuchar su obra como él tenía la
intención de que fuera escuchada.
En segundo lugar, debería decirse que uno no necesita ser un erudito bíblico para usar
los evangelios para la oración. El Señor puede revelarse a una persona que crea que los
ángeles cantaron "Gloria a Dios en las alturas" en Belén, siempre y cuando la persona
esté dispuesta a dejar que el Señor viviente se revele. Pero cuanto más uno sepa acerca
de un evangelio, tanto mejor podrá uno mirar y escucharlo y no a la propia proyección
cultural y personal que se tenga sobre él. De esta manera, el estudio de la Escritura
puede ayudar a la contemplación. Ser capaz de contemplar el Jesús de Marcos y saber
que es el Jesús que estamos contemplando y no necesariamente Jesús en toda su
realidad histórica es una ayuda a la propia perspectiva. Por un lado, entonces, uno no se
sentirá desalentado por cada nuevo descubrimiento de la erudición bíblica. Más
importante aún, uno esta enfáticamente consciente de que la Persona que uno desea
32
encontrar no es el Jesús del pasado, sino el Señor viviente actual en quien creemos y
experimentamos en la fe como una continuidad con Jesús de Nazaret.
John: ¿Enojado?
Mary: Sí. Parecía tan comprometido con lo que Dios merecía y con el contraste
entre eso y lo que esa gente realmente estaba haciendo.
John: Él parecía muy comprometido con ello. Eso te pareció importante. ¿Podrías
decir más sobre eso?
Mary: Bueno, Él estaba enojado, como dije. Él estaba realmente indignado con los
mercaderes haciendo negocios en el templo.
33
John: ¿Por qué no te tomas un minuto ahora, y vuelves tu mirada sobre el modo
en que esa escena te pareció? Pareces haber estado atrapada por ella.
Mary: (Pausa) Él realmente sentía mucho por Dios. Parecía sentir que Dios estaba
siendo insultado y eso le molestaba a Él.
Mary: Lo fue. He experimentado cosas como esa, cosas duras, por ejemplo, dichas
sobre gente que significaba mucho para mí, por lo que pude apreciar como Él se sentía.
Me hizo sentir, de algún modo, más familiar con Él.
El modo en que los directores contesten esta pregunta tendrá mucho efecto sobre la
clase de dirección que den. El volver a mirar con persistencia cómo es el Señor cuando
ella ora, puede desarrollar gradualmente la habilidad de Mary para ver su oración como
dialogal. Su percepción del Señor como Él aparece en la oración gradualmente se
volverá más aguda. Como resultado reaccionará más frecuentemente y más
completamente ante Él. La oración, de esta manera, viene a tomar vida por sí misma.
No se trata de preguntas como: ¿Qué significa esto para tu vida?" no se puedan hacer
cuando estamos hablando sobre la oración. El punto es, más bien, si el director ayudará
a Mary a ver cómo es el Señor para ella en la oración antes de empezar a ayudarle a
mirar las implicaciones. En otras palabras, trata de ayudarle a ocuparse de la substancia
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Algunos directores pueden sentir que las personas que dirigen no pueden hablar acerca
de su experiencia religiosa, o que la experiencia religiosa no es un factor importante en
su oración. Tal vez no hayan sido persistentes en proseguir con la pregunta “¿Cómo es
el Señor?” Como resultado, la gente con la que hablan realmente no ha mirado como es
Él para ellos. Es probable que no sea una cuestión de ser guiados en otra dirección por el
Señor, sino de no ayudar al director a reconocer qué podría suceder si ellos le prestaran
atención a Él.
Si los directores ayudaran a los dirigidos a prestar atención al Señor, encontrarían que el
simple acto de mirar al Señor en un pasaje de la Escritura, o en algún otro evento o
situación, es en sí mismo oración productiva. Esta contemplación produce,
completamente por sí misma, brotes de amor, afición y deseo; y éstas a su vez llevan a
la persona a mirar más de cerca al Señor. El mirar gradualmente más de cerca puede
producir una nueva confianza en Él o compañerismo con Él. La búsqueda de significado,
aunque válida en sí misma, en el contexto de la contemplación puede ser una
distracción para el proceso. La persona debe juzgar cuál de los dos es mas factible que
dé resultados en la relación que desea.
La experiencia de la gente que ora parece mostrarnos que la contemplación que hemos
descrito los ha llevado a elecciones más profundas que están vinculadas con las fuentes
de sus vidas que las elecciones que hacen fuera del ambiente de esta contemplación.
Esta es otra razón por la que "permanecer con el dirigido" puede ser uno de los más
valiosos servicios que presta el director. Sin embargo, no es un servicio que pueda
aumentar el sentimiento de propia importancia del director. El no hace nada más que
actuar como el sirviente de la contemplación que tiene lugar en la oración de un
dirigido. Y todo lo que hace al quedarse con la contemplación apunta a enfocar sobre la
manera en que el dirigido está viendo al Señor y en evitar el dejar que él mismo y el
dirigido se distraigan.
Queda algo más por decir sobre nuestra lista de lugares privilegiados. Aquellos que
mencionamos son considerados lugares privilegiados por mucha gente. Al mismo
tiempo, gente diferente puede preferir unos lugares a otros. También puede ser que
nuevos lugares privilegiados pasen al primer plano. En particular, el cambio moderno del
contacto con la naturaleza por más contacto con obras hechas por el hombre puede
haber hecho de estas obras un lugar recientemente privilegiado. Joseph Sudbrack, el
teólogo espiritual alemán, insiste en esta posición, y también insta a los directores
espirituales a estar atentos a las muchas y a menudo sorprendentes situaciones
humanas que pueden servir como puntos de comienzo para la oración. Morton Kelsey
pone énfasis en la tesis sobre prestar atención a los sueños, señalando que muchos de
los Padres de la Iglesia usaron sueños en su dirección espiritual. Los directores
espirituales necesitan estar conscientes de la amplia gama de lugares posiblemente
privilegiados a fin de ayudar a sus dirigidos a encontrar el mejor lugar para estar
mientras esperan que el Señor se revele.
Cuando el Señor prontamente se vuelve real para una persona como Mary y ella
prontamente se permite ser completamente real con el Señor, la oración cambia y, en
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general, permanece de esta forma. Dios deja de ser distante y abstracto. Está más
cercano en la vida, presente en la oración, y tiene valores y una voluntad propia. Él no
es una función de la moralidad, sino que acepta, ama, y a menudo desafía a la persona
imperfecta. Se le puede hablar, y a través de la comunicación que tiene lugar en la
oración y la vida. Él mueve para transformar la persona y llevarla hacia la madurez de
Cristo. De esta manera, cuando Mary mira al Señor a través de las imágenes de la
Escritura, por ejemplo, ve a un Señor que no está controlado por las propias
preferencias y necesidades de ella, un Señor que a menudo camina por caminos
desconocidos y dice cosas inesperadas. La persona mirada, en otras palabras,
obviamente comienza a apropiarse de una vida propia, aunque su autonomía
usualmente todavía estaría limitada por las concepciones subconscientes del dirigido.
Cuando el Señor comienza, entonces, a ser visto más claramente con su vida propia en
la oración del dirigido, el director usualmente reconocerá que su propia contribución
dependerá, primero que nada, de su habilidad de no interferir en el diálogo que está
teniendo lugar; segundo, de su habilidad de facilitar ese diálogo- esto es, alentar a una
persona como Mary a escuchar y responder desde su corazón.
Entonces, para fines prácticos, la dirección espiritual puede dividirse en dos fases
mayores, o clases. La línea divisoria entre las dos es la experiencia, no importa cuán
borrosa, de la realidad del Señor. Debería ser obvio que no estamos hablando de
oración mística. La experiencia contemplativa tomará diferentes formas en diferentes
personas, y formas diferentes en la misma persona en tiempos diferentes, mas en todas
las formas hay una experiencia de la realidad del Señor. Él puede volverse imponente e
intimidante, o amoroso e invitante, o enigmático y desconcertante. Él a menudo será
visto como curando, componiendo. A menudo, también, estará presente pero
esperando que la persona dé el paso que debe darse si ha de ser libre. Cuando una
persona ha sido suficientemente liberada de la ansiedad, los enojos, y otras fijaciones
como para ser capaz de ocuparse del amor del Señor por su gente, Él será visto como
invitándole a compartir su misión, a cuidar a su gente como Él la cuida, a hacer el viaje
que Él hace, compartiendo tanto su luz como su oscuridad.
Hay que repetir aquí que la experiencia contemplativa de la que estamos hablando no
es ni etérea ni "extraordinaria". Es tan terrena como los botines embarrados, y del
mismo modo comprometida con la vida. Su misma terrenalidad y compromiso con la
vida de todos los días son indicadores de su autenticidad. La propensión anti-
contemplativa es tan fuerte en América, sin embargo, que cuando se describe la
contemplación, muchos lectores inevitablemente piensan: "La vida real es demasiado
compleja y difícil para un montón de gente, por eso los está alentando a retirarse al
mundo de la mente, donde la realidad es más simple y más fácil de controlar." Esto
precisamente no es verdadero en la contemplación tal como la estamos describiendo. La
persona con una vocación activa se vuelve más completa, profunda, y apasionadamente
comprometida con la preocupación del Señor por su gente y sus necesidades. El único
elemento que es factible que se pierda en la vida activa a través de la contemplación es
el egocentrismo.
más que de instruir. “¿Por qué no toma más iniciativas?” “¿Por qué no me dice que he
de hacer?” “¿Por qué no me da una estructura con la cual trabajar?” “¿Por qué no dice
mas?” Éstas son preguntas que el director puede haber oído en las primeras reuniones.
Tales preguntas, aunque dichas o no, le habrán dado al director la oportunidad para
señalar que la responsabilidad por el diálogo de la dirigida con el Señor está en el Señor
y la dirigida, no en el director. Si el director aprovechó estas oportunidades entonces, y
esperó que la dirigida intentara prestar atención a la palabra y pidiera al Señor que
actuara, no es probable que la dirección se empantane en este nuevo punto, dudando
sobre qué viene del Señor y qué viene del director, o en dificultades en distinguir entre
que es lo que realmente experimenta la dirigida y qué es lo que meramente piensa que
debería experimentar. Sin embargo, si el director, al principio del proceso de dirección,
explícitamente, implícitamente, aún subliminalmente dijo a la dirigida que esperaba que
ella fuera una cierta clase de persona con cierta clase de relación con Dios, y esta
expectativa no fue confrontada y enterrada, entonces es probable que la experiencia de
la dirigida durante la fase contemplativa sea innecesariamente desconcertante en el
mejor de los casos, y en el peor, engañosa. Si comienza tal confusión, el director puede
no tener otro recurso que tratar de crear una nueva relación con la dirigida o derivarla a
otro director.
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Limitaremos el análisis sobre este punto a los primeros niveles de la dirección espiritual,
cuando el dirigido se halla a menudo desarrollando un reconocimiento rudimentario de
su identidad espiritual. Lo hacemos, no porque la atención a los acontecimientos
interiores no sea importante en niveles posteriores, sino porque esa atención es más
fácil de discutir como una operación separada en los primeros niveles y porque tiene
que ser usualmente desarrollada en forma explícita en ese momento. La resistencia a
darse cuenta, por ejemplo, aparece más marcadamente en esas primeras etapas y por lo
tanto se presta más rápidamente a la descripción y discusión. Es en estos primeros
niveles también, en que el director y el dirigido deciden de acuerdo al acercamiento que
se de entre
Es desde las esperanzas y actitudes del dirigido que se desarrollan los procesos de
dirección y de crecimiento espiritual. ¿Cómo es entonces el empezar a dirigirse? Una
imagen puede ayudar. La persona que empieza a dirigirse es como un viajero bien
adentrado en su viaje. Se halla lo suficientemente lejos de su punto de partida como
para haberse recuperado de la ansiedad de la preparación y la agitación de la partida,
pero aún suficientemente lejos de su destino como para poder pensar en otra cosa que
no sea la llegada. Ha empezado a reflexionar sobre el viaje en sí mismo, en lo que le está
pasando en la ruta, ha empezado a sentir que estos sucesos tienen su propia
importancia, y que el no prestarles atención puede de alguna manera hacerle perder de
vista el objeto del viaje y dejarlo mal preparado para su llegada a destino.
La persona que se inicia en la dirección espiritual se halla en la misma situación que este
viajero. Su vida y su oración no comienzan con la dirección. Es en realidad porque su
vida incluía la reflexión y tenía una dimensión de fe que se ha decidido a dirigirse. Ha
sido una decisión no de iniciar la vida sino de vivirla más plenamente. Cuando se
producen las primeras entrevistas con el director, tiene mucho que decir aunque pueda
no darse cuenta de ello y es importante que por lo menos comience a decirlo. La
dirección debe empezar por el camino en que el Señor lo está encontrando, no de
acuerdo a algún plan que esté en la mente del director. Así describe dónde ha estado en
la vida, qué ha estado buscando, qué y quiénes le importan, cómo se siente con su vida
y dónde quiere ir. Describe también qué lo ha movido a buscar una dirección espiritual.
A través de la descripción de este cúmulo de experiencias toma más conciencia de ello.
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Sin embargo, este darse cuenta y logro de un campo común no son fácilmente
alcanzados. Otros factores son también importantes en el comienzo de la dirección. El
desarrollo de la atmósfera de sólo dos personas hablando es indispensable. Si los
directores se aproximan a la experiencia del dirigido como podrían hacerlo
entrevistadores o policías pondrán en peligro el desarrollo de esta atmósfera. Las
entrevistas con investigadores y policías no crean una atmósfera de "sólo dos personas
hablando". Esta atmósfera tendrá que desarrollarse al mismo tiempo que el crecimiento
de la toma de conciencia y del campo común.
Además la mayoría de la gente es inarticulada cuando trata de describir por primera vez
sus sentimientos y actitudes más profundas. Puede ser menos articulada aún cuando
trata de describir su relación con Dios. ¿Cuándo lo estabas buscando en la oración, qué
aspecto tenía? Es siempre al principio una pregunta atemorizante. Personas que pueden
describir cualquier otra relación de sus vidas en términos concretos y subjetivos abren
los ojos sorprendidos ante esta pregunta. A menudo caen en descripciones puramente
objetivas tales como "Él es bueno, el Creador, Santo" o si tienen alguna sofisticación
teológica "Él es la causa última, el fundamento del ser". Estas inarticulaciones
constituyen una barrera que se desgasta lentamente y no puede ser rota por la fuerza.
Porque para empezar a hablar de este aspecto de sus vidas se requiere el equivalente de
un nuevo lenguaje, la posibilidad de articular experiencias internas.
Tal como la vida nos afecta, Dios nos afecta y así como reaccionamos ante la vida
reaccionamos ante Él. La reacción puede ser generalmente positiva: aprecio, alegría,
feliz admiración, buena disposición para aceptar vicisitudes y circunstancias cambiantes.
O puede ser negativa: podemos resentimos, temer o disgustamos por lo que la vida nos
dice o nos hace. O podemos estar contentos por algunas cosas en nuestras vidas y
enojados, deprimidos o heridos por otras. Algunas de estas reacciones van mucho más
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El dirigido tendrá que darse cuenta de estas reacciones ante la vida e introducidas en la
oración, si es que quiere que su oración llegue a ser una empresa personal más que un
ejercicio mental. El director puede ayudarlo a darse cuenta señalándole los sentimientos
que surgen en una oración, que pretende ser diálogo con el Señor, y cuando puede ser
de ayuda, discutiéndolos. Pero ayuda especialmente cuando señala los sentimientos del
dirigido sobre su vida que resultan evidentes en sus discusiones y sugiriendo que se los
exprese al Señor.
Es cuando la oración se seca por primera vez, que el darse cuenta se hace dificultoso y
más necesario. Debido a que sus esfuerzos no dan los resultados reconfortantes o
espectaculares que espera, la persona probablemente describa la oración diciendo
"Nada ocurrió". Puede quedarse atónito la primera vez que pase una hora describiendo
y discutiendo el "nada". Pero esa hora resultará crucialmente importante para su
entendimiento de la oración. Frecuentemente es sólo en tales discusiones de aparentes
oraciones vacías, que el dirigido y el director pueden llegar a los hechos concretos que
expresan quién es el Señor para la persona y cómo la persona reacciona ante Él. Porque
cuando la oración se seca en esta etapa de la dirección, es generalmente porque el nivel
de diálogo en el que la oración ha tenido lugar se ha roto, y la persona está siendo
invitada a otro nivel. El nuevo nivel es siempre menos general, menos abstracto más
profundamente personal. A medida que las generalidades y las abstracciones
desaparecen, el esqueleto de la relación de la persona con Dios empieza a aparecer. El
director acompaña ahora haciendo preguntas como ¿Qué significa para usted el pasaje
de la Escritura? ¿Cómo lo hizo sentir? ¿Bien o mal, alegre, triste, apático, esperanzado,
desanimado? ¿Qué le dijo usted a Él? De esta manera puede ayudar al dirigido a darse
cuenta de las impresiones de Dios y de sus propias reacciones ante Él que aparecieron
en la oración.
Hará comentarios que nada le dicen al dirigido como "¿Se da cuenta como se sintió?". A
la frase dicha por el dirigido "Quedé hecho un trapo por el resto del día" el puede
replicar: “Usted estaba bastante deprimido". Este subrayado banal como a menudo
suena, le permite al dirigido' darse más cuenta gradualmente de los hechos
emocionales, y demostrar esta mayor concientización describiendo los hechos con
mayor espontaneidad y amplitud.
El aporte del director a estas conversaciones puede ser resumido en dos preguntas
claves "¿Escucha usted al Señor cuando ora?" "¿Le dice usted como lo hace sentir el
escucharlo?". Todo lo que diga acerca de sentimientos y su articulación está dirigido a
iluminar alguna de esas dos preguntas. La primera pregunta dirige la atención de la
persona a la realidad o irrealidad de la participación del Señor en el diálogo. La segunda
la dirige a la realidad o irrealidad de su propia parte.
Por debajo de la confusión y la frustración a menudo yacen otras reacciones aún menos
aceptables para él. Enojo ante personas significativas en su vida, resentimiento hacia
Dios, desilusión consigo mismo, un sentimiento de falta de valoración puede yacer
sumergido en su conciencia. Al ser llamado a decir "toda la verdad" al Señor, estos
sentimientos pueden emerger y hacerse conscientes. Pero dado que son inaceptables,
no se da cuenta de ellos y como resultado experimenta confusión.
Cuando tales sentimientos son muy fuertes la oración afectiva es posible si la persona
puede ponerlos frente al Señor y dejar que El los acepte. De lo contrario los no
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Ahora que hemos intentado describir las maneras más obvias en las que un dirigido
puede aprender a darse cuenta de los hechos interiores, veamos algunos ejemplos de la
clase de dificultades en la oración que indican más claramente una necesidad de darse
cuenta.
Hay otros que vienen en busca de dirección espiritual, que persistentemente tienen
disturbios o depresión en sus vidas. Ven acontecimientos y condiciones perturbadoras y
depresivas alrededor de ellos, pero no ven los sentimientos que estos acontecimientos
despiertan. Parecen necesitar estar indefectiblemente felices y que en la oración Dios es
siempre una presencia reconfortante. Si Él los regaña o los desafía con tristeza o
conflicto, ellos no se darán cuenta porque sienten que no pueden soportarlo. La acción
de Dios debe ser afirmativa, y la oración debe ser afirmativa. Los directores espirituales
en sus intentos por ayudarlos a darse cuenta de lo que realmente está ocurriendo en la
oración deberán apuntar a algunos de los sentimientos y conflictos que ellos evitan. De
lo contrario la oración existirá descomprometida de la vida, y debido a esta irrealidad
terminará por hacérseles desagradable.
Ambas actitudes -indiferencia impiadosa y tenaz buena alegría- deben rendirse a las
realidades de la oración y de la vida, para que la vida espiritual crezca y la dirección sea
útil. Señalar repetidamente las notas discordantes que suenan en la oración será
usualmente la ayuda más valiosa que el director pueda dar. Pero a veces las defensas de
las personas son tan intrincadas que solo una confrontación directa llamará su atención.
Tal confrontación debe ser focalizada claramente en el tema principal: "¿Desea darse
cuenta de lo que está sucediendo en la oración y en su vida o está sacando de la pantalla
el tema del conflicto con un estado de ánimo que siente que debe mantener?"
Uno de los más poderosos hechos interiores es la ira. Cuando la oración se achata o
parece estar enfrentando una pared de hierro, el director debe siempre sospechar de la
presencia de una ira no expresada. Sin embargo la ira es socialmente inaceptable en
nuestra cultura y nuestros sentimientos refuerzan la prohibición social. Por lo que
tiende a salir de su escondite de muy mala gana. El resentimiento, la envidia, o el furor
contenido cuando se hallan presentes en general reciben otros nombre como dolor,
indiferencia y análisis racional.
pero la ira que nace del amor aumentará y no estorbará el diálogo con Dios. Sin
embargo, la ira por lo que nos ha ocurrido, por el dolor que hemos soportado en
nuestras vidas se suele dirigir hacia la Fuente de nuestras vidas o a las personas o
instituciones que emocionalmente asociamos con esa Fuente. Cuando esto ocurre, la ira
a menudo bloquea otra afectividad y hasta que le sea expresada al Señor reducirá la
oración a reflexión racional.
Una analogía nos ayudará a entender cómo sucede esto. Estoy obligado a asociarme con
alguien que yo siento que me ha lastimado, me ha decepcionado, tal vez traicionado mi
confianza. Yo no deseo expresar mi ira, tal vez porque tengo miedo de la persona, tal
vez porque sienta que la ira es siempre una reacción irrazonable, que no vale la pena.
¿Cómo actuaré cuando nos encontremos? Puedo ser afable, diplomático o jocoso, pero
porque yo no quiero exponerme a mayores heridas, guardaré mi distancia emocional.
Nosotros podemos reconocer esta reacción rápidamente cuando recordamos
situaciones de ira consciente. Por el contrario, también recordamos situaciones en que
una ira subconsciente estaba presente, y podemos reconocer que hubo también un
distanciamiento emocional aunque no hayamos entendido la razón en ese momento.
Un fenómeno similar tiene lugar en la relación con Dios. Porque es el mismo "Yo" el que
se relaciona con otras personas humanas y con el Señor. Él no tratará conmigo como lo
hacen los humanos: "Su amor es eterno". Pero mis reacciones emocionales hacia Él
serán básicamente las mismas que tendría hacia seres humanos que hubieran afectado
mi vida como creo que Dios lo ha hecho. Si siento que he sido herido por la vida,
tenderé a ser tan impermeable a las aperturas del Señor como lo sería a las aperturas de
cualquier hombre o mujer que me hubiera herido. Estaré resentido y temeroso de ser
nuevamente herido. Si una fuerza decidida me amenaza y me enoja, me sentiré
perturbado por la fuerza decidida del Señor Jesús cuando su realidad empieza a tropezar
con mi vida.
Mientras que los pensamientos de una persona sobre Dios sean un conjunto de
proposiciones para ser aceptadas intelectualmente, su oración no se verá
particularmente perturbada por estas reacciones. Pero si, a través de una dirección
espiritual que le abra la posibilidad de vivir una actitud contemplativa, él empieza a
darse cuenta de que el Dios vivo se esta dirigiendo a él, empezará a reaccionar, y sus
primeras reacciones por lo menos seguirán el modelo al que ha estado acostumbrado
cuando otras personas que han afectado su vida de una forma análoga han tomado
iniciativas similares. Este modelo será al menos parcialmente subconsciente y así será
detectado solamente si el dirigido continúa tratando de orar y se da cuenta de lo que
sucede cuando lo hace.
Cuando una persona comienza a darse cuenta de las reacciones que ocurren cuando
trata de orar tiene todavía otra elección que hacer. Esta elección es realizada con
frecuencia tan espontáneamente que la persona no la reconoce como una elección.
Tiene, sin embargo, importantes consecuencias en su relación con Dios. Se trata de la
elección de expresar o no sus reacciones al Señor.
Este compartir comienza muy simplemente con la primera reacción que una persona
nota cuando comienza a orar. "Sentía que Él no se molestaría por mí", podría decir un
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dirigido. "Todo lo que tenía en mi mente era tan trivial, quería dejar de orar ya mismo.
Pero decidí decirle cómo me sentía. Sólo dije: "Me siento insignificante, sin valor,
demasiado insignificante para que Tú me prestes atención. Ni siquiera me siento con
deseos de prestarme atención a mi mismo".. ..
Compartir los sentimientos propios es diferente a informar sobre ellos. "Me siento OK",
"Me siento más o menos" o "Me siento bien", puede ser el principio de un compartir,
pero por sí mismos comunican poco a otra persona. Sin embargo, si una persona quiere
compartir sentimientos no demorará en ser más explícito. "Me siento OK" puede
convertirse en "Hasta me siento un poco feliz, contento con la luz del sol", "Me siento
más o menos" puede dar lugar a "me siento opaco...medio triste", "Me siento bien"
puede dar lugar a "Tengo miedo a ese examen que tengo hoy a la tarde".
Una persona que empieza simplemente y quiere compartir sus sentimientos hallará
gradualmente que tiene sentimientos más profundos que compartir. El deseo y la
voluntad de permitir que sus sentimientos emerjan son todo lo que la mayor parte de la
gente necesita para empezar a compartir sus sentimientos en la oración.
Un extendido ejemplo nos puede ayudar a concretar la forma en que un director puede
ayudar a darse cuenta a una persona de su vida interior. La conversación que sigue
puede también ayudar a ver qué sucede en la oración cuando una persona se da cuenta
de sus reacciones y las comienza a compartir con el Señor. En la siguiente descripción
dos directores (Dick y Ruth) con diferentes enfoques de la dirección espiritual escuchan
y hablan al dirigido.
Joe tiene 37 años, es un sacerdote que ha estado viendo a un director espiritual cada
dos semanas durante estos dos meses. Durante la conversación cuenta un incidente que
ha ocurrido recientemente.
Joe: Acabo de regresar del funeral de la hermana de un amigo mío, una mujer de apenas
30 años, que murió de cáncer. Se desempeñaba muy bien como reportera de un
periódico local y había recibido varias ofertas de trabajo de importantes diarios en otras
partes del país. El último año ella recibió el premio del periodismo. El cáncer fue muy
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rápido y murió un par de meses después de haberse enterado. Me sentí un poco triste
cuando salí del funeral. Frank, su hermano, es un amigo íntimo y estaba obviamente
alterado. Ocultándolo, pero muy herido. Cuando volví a la casa tomé la Biblia porque lo
sentía así. Quería rezar, porque no había tenido la oportunidad de hacerlo durante el
día. Busqué el Salmo 139. He utilizado el 139 muy frecuentemente, pero como ahora
había leído sobre Dios probándome y conociéndome, conociendo mis viajes y mis
lugares de descanso y dando forma a mi vida, me di cuenta de que me estaba
deprimiendo aún más. Había tenido unas pocas distracciones y entonces se me despertó
la curiosidad por saber qué estaba ocurriendo, porque las distracciones no se referían a
cosas que realmente me interesaran. Me di cuenta de que podía estar evitando decirle
al Señor lo que realmente sentía, así que me dirigí a Él. Me encontré diciéndole que se
había llevado a esta mujer que hacía un trabajo muy valioso y llevaba una vida buena y
feliz. Y me encontré diciéndole que se había llevado a mi propia hermana, Inés, 8 ó 9
meses atrás. Hay mucha gente que vive infeliz o lleva vidas poco productivas pero Inés
no había sido una de ellas. Había sido una mujer feliz que trajo felicidad a mucha gente.
A pesar de ello, Él se la había llevado; me había me había olvidado de qué fuertes y
frescos eran todavía mis sentimientos.
Dick: Supongo que los sentimientos de pérdida todavía no lo han abandonado. Eso es
muy normal. Joe. No me sobrepuse a la muerte de mi propio padre por lo menos
durante un año.
Dick: Bien, usted sabe que sufrir una pérdida es como sufrir una enfermedad, no hay
mucho que se pueda hacer excepto darse tiempo para recuperarse.
Ruth: ¿Le dijo al Señor acerca de esto? ¿Le dijo como se sentía porque El se la llevó?
Joe: Sí. Le dije que todavía estaba enojado por eso. Después de todos estos meses
todavía estaba enojado. Le dije que la extrañaba, que había dado mucho a mi vida. Le
dije que me había herido a mí tanto como a ella. Supongo que me sentí un poco egoísta
por decir eso, pero lo dije de todas maneras.
Joe: No, sé como se siente el hablar a uno mismo. Sentí que Él estaba allí.
Joe: No lo creo. Bueno, El estaba escuchando, si eso es decir algo de cómo era Él.
Supongo que lo es. Él estaba escuchando...No parecía desinteresado o desatento.
Simplemente parecía escuchar
Joe: Sí, tenía demasiado. Mientras continuaba hablando, comencé a sentir como si
tuviese amargura en mí estómago. Esto me sorprendió. Esa clase de amargura no es
usual en mí. Pero allí estaba. La sentí sobre la vida y la sentí sobre Dios que después de
todo está a cargo de la vida. Dije mucho. No hablé continuamente, hice muchas pausas,
pero cada pocos minutos pensaba en algo nuevo que quería decir.
Ruth: A medida que hablaba con Él, ¿seguía descubriendo más cosas que quisiera
decirle?
Joe: Sí. Le dije que a veces Él se lleva las mejores cosas de la vida. Que Inés había sido
una chica brillante, nunca una persona gris u oscura, sino un destello de luminosidad.
una persona radiante. Siempre me sentí vivo luego de haber hablado con ella. Le dije
que el habérsela llevado era como haber apagado una luz. Le pregunté por qué me
había hecho eso.
Joe: No.
Joe: Muy bien. Bueno, no. Enojado. Enojado porque no contestaba. Porque se hubiera
llevado a una persona brillante como Inés y no me contestara.
Joe: Continué hablándole. Le dije lo oscura que es mí vida actualmente. La forma en que
va mi trabajo sigue dejándome desanimado, indiferente. Se lo dije y también le dije que
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Ruth: Entonces ¿usted continuó diciéndole más sobre la forma en que se siente en otros
aspectos de su vida.
Joe: Es curioso, no recuerdo que se fuera, no estaba consciente de ella luego de un rato.
Había estado muy consciente de ella y por bastante tiempo. Después de un rato ya no
me daba cuenta. Tenía conciencia de que me estaba oyendo y de una sensación de
oscuridad en mi vida, pero no de la amargura.
Ruth: ¿Pasó algo más en la oración que usted pueda recordar, Joe?
Joe: No, nada extraordinario. Pero sentí que al final había algo bueno en la oración.
Joe: Me había limpiado, supongo, y dicho cosas que no habían sido dichas. Había
continuado y las había dicho, no había extractado lo que estaba diciendo. No estoy
seguro de que me hubiese gustado que me hubiese estado hablando alguien que
estuviese tan descontrolado como yo. Pero El permaneció atento.
Ambos directores son gente de conocimiento que querían ayudar a Joe. Ninguno quería
evitar hablar sobre la muerte de su hermana. Las clases de ayuda que dieron, sin
embargo, son diferentes y llevan a diferentes resultados en la propia conversación. Más
importante, sin embargo, es que lo que Joe dijo a los dos directores probablemente
afectara en forma diferente la forma en que él se acerque a Dios la próxima vez que ore.
Ambos directores han ayudado. Pero la clase de ayuda que han dado tendrá también
diferentes efectos en la oración de Joe. En nuestro ejemplo hemos enfatizado que los
indicios de los hechos claves pueden pasar inadvertidos y la importancia de la ayuda que
el director puede dar cuando presta atención a esos hechos. Debe hacerse notar, sin
embargo, que cada acto de genuino darse cuenta es el resultado de una decisión libre.
El dirigido no se da cuenta de lo que él no elige darse cuenta. Una dirección espiritual
basada en la voluntad del dirigido de darse cuenta se transforma entonces en un
proceso progresivo de apertura a la realidad que es libremente tomado y libremente
seguido a través de una serie de decisiones generalmente tranquilas y a veces
dramáticas de ver y de no ser ciego.
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Las relaciones no evolucionan fácilmente. Hay algo en nosotros que se resiste al cambio
y a la evolución, que quiere que las esposas, maridos, amigos, compañeros sean lo
mismo que son hoy. Al mismo tiempo, hay algo en nosotros que quiere saber más sobre
el otro y es aburrido que sea siempre igual. Esos dos deseos chocan en nosotros y
producen conflicto y resistencia. Resistencia es un elemento crítico en la evolución de
cualquier relación interpersonal. Por lo tanto juega su rol en la evolución de las
relaciones con Dios."
oración.
La resistencia también se manifiesta por una persistente repetición del mismo esquema
de respuesta. Por ejemplo, una mujer toma muchos casos de milagros de curación en
los evangelios y repetidamente se acusa a sí misma de falta de fe, de no ser
suficientemente humilde. Semanas de oración pidiendo curación y crecimiento no
producen cambios. El esquema no le ha permitido darse cuenta del amor de Jesús por
los enfermos y la gente necesitada que encuentra y, por lo tanto, por ella misma.
Quedarse dormido durante la oración puede ser un signo de extremo cansancio, pero
también puede ser un indicio de gran resistencia a encontrarse con Dios. Una mujer
estaba deseosa de una cercana relación con Jesús y a pesar de ello encontraba que se
dormía en la oración, algo que no le pasaba desde el colegio. Cuando ella y su director
indagaron qué estaba sucediendo, vieron claro que para ella una conversación con Jesús
significaba un alejamiento radical de su vida pasada, ante este abismo, la única solución
era evitar mirarlo.
Las maneras en que la resistencia se puede mostrar se hallarán solamente limitadas por
la ingenuidad de la persona que ora. La relación con Dios es dinámica, de allí la
ubicuidad de la resistencia en la oración y en la dirección espiritual. Si los directores no
están preparados para enfrentar esta tendencia, ellos mismos pueden desmayar,
desanimarse o enojarse. Será útil, creemos, que los directores entiendan cómo se
desarrollan las relaciones en general y como la resistencia forma parte de ese proceso.
El formar y desarrollar cualquier genuina relación íntima, exige a la persona emplear los
más profundos recursos del corazón y la mente. La exigencia no es menos rigurosa
cuando uno de los dos en la relación es el misterioso Otro que llamamos Dios. Aún
cuando las dos personas sean humanas y por lo tanto visibles, una buena percepción
recíproca es dificultosa. ¿Cómo hace uno para conocer la realidad de la otra persona y
de uno mismo? Nuestros esquemas y sentimientos no sólo organizan nuestra
experiencia de los otros, sino que también organizan nuestra presentación hacia los
otros ¿Cómo afecta tal organización a las relaciones?
Hablando en general, no nos damos cuenta de las estructuras que usamos para
organizar nuestra experiencia. Nos damos cuenta de lo que vemos, pero no de la forma
en que estructuramos o interpretamos lo que vemos. Más aún, nos resistimos a damos
cuenta de la estructuración que hacemos porque ese percatamos nos llevaría a ver que
estamos estructurando o enmarcando nuestra realidad con la consiguiente duda de si
estamos en contacto con lo real. En general no nos hace falta darnos cuenta porque
nuestras expectativas concuerdan con los hechos. Las anomalías que llaman nuestra
atención pueden sin embargo hacemos dar cuenta de que hemos estado estructurando
nuestra experiencia de forma tal que excluyera nuestra percepción de ciertas
realidades. Bajo tales circunstancias podemos damos cuenta de nuestras tendencias a la
estructuración. Es evidente que la estructuración es una necesidad, no algo de 1o que
podamos prescindir.
Un simple ejemplo puede ayudar a entender este último punto. Un hombre que había
tenido relaciones muy ambivalentes con su madre podía asimilar en su vida sólo dos
tipos de mujeres: amante y sumisa, u odiosa y exigente. Cuando encuentra una mujer
por primera vez, reacciona de una u otra manera: se siente atraído si parece amante y
sumisa, repelido si parece lo opuesto. Las mujeres reales, aún cuando amen, son más
complejas, y por lo tanto huyen de su compañía. De esta manera ese hombre no tiene
relaciones suficientes con mujeres como para ver que las podría haber de otras clases.
Sus imágenes de las mujeres nunca cambian ni por supuesto lo hace su propia imagen.
Pero hay también una tendencia inercial en todos los esquemas de personalidad que se
resisten al cambio. Debido a que estos esquemas organizan la experiencia, el cambio
significa -o parece significar- la desorganización de la experiencia. Le tenemos miedo al
caos. El esquema yootro organiza nuestras experiencias interpersonales y da un sentido
de continuidad a nuestras imágenes, propia y de los otros. Una sacudida en la imagen de
uno mismo o de un otro íntimo y/o importante puede conmover a la persona en un
nivel bastante profundo. Estas imágenes tienen también raíces en la experiencia de la
niñez donde la diferencia entre orden y caos era muy sutil. Estos disturbios, incluso en
una persona madura, pueden hacer volver a esos tempranos sentimientos de
vulnerabilidad. Es desde aquí que podemos entender la resistencia al cambio y la
ansiedad que puede surgir en cuanto la novedad es ligeramente percibida.
Los dirigidos necesitarán mucha ayuda al comienzo para permitir que Dios entre en sus
vidas en una relación real, si sus imágenes no son evolucionadas. En esta etapa
necesitan recibir ánimo para mirar y escuchar, para permitir que sus deseos de una
relación más confiada y madura puedan salir a la superficie, para permitir que sus
sentimientos de ira y decepción también lo hagan. No es este el momento para
centrarse en el pecado, ya que este enfoque sólo puede conducir al ensimismamiento y
a la fijación. La resistencia también se producirá en esta etapa y puede ser muy fuerte
porque el dirigido puede sentir que la alternativa a su imagen propia de Dios es una
imagen solitaria de' sí mismo, o sea que la persona puede sentir que perderá totalmente
a Dios. La única imagen de Dios que tal persona conoce es la infantil o juvenil, y encarar
el abandonarla puede parecerle como enfrentarse al ateísmo a. al agnosticismo. Tal
perspectiva puede provocar mucha ansiedad y traer una fuerte resistencia al proceso.
Realmente, ya que Dios es siempre más grande, se puede esperar que el relacionarse
con Él signifique estar abierto a novedades continuas y por lo tanto a un continuo
cambio de imágenes. La idolatría espiritual podría ser vista como falta de voluntad de
permitir a Dios ser otro que nuestra imagen presente de Él. Por ejemplo, la persona
escrupulosa retiene una imagen de Dios como tirano y no puede o no dejará a Dios
cambiar esa imagen y así liberarlo de sus escrúpulos. La fe, entonces, nos movería a
dejarlo romper con cada imagen, a intentar superar nuestra resistencia a tal
sacudimiento de imágenes, a vivir con el misterio que llamamos Dios y con la ansiedad
de no poder finalmente organizar esa experiencia de Él de tal forma de hacerlo
simplemente inexplicado más que inexplicable. La apertura a tal Dios siempre mayor
debe descansar en la base firme de un sentido básico de confianza que probablemente
pueda venir solamente del gustar de Dios.
53
El gustar de Dios deberá ser el fin supremo de la técnica espiritual y es en ese gustar de
Dios en que nos sentimos no solamente salvados en el sentido evangélico sino a salvo,
tenemos conciencia de pertenecer a Dios y por lo tanto no estamos nunca solos... En esa
relación la naturaleza nos parece amistosa y hogareña, aún sus grandes espacios en vez
de despertar un sentimiento de terror nos hablan de amor infinito, la belleza más
cercana se convierte en el ropaje con el que el Todopoderoso se viste.
Una experiencia como ésta parece ser necesaria como base para la evolución de la
relación.
El miedo de perder la relación con Dios ha sido mencionada como una de las mayores
fuentes de resistencia. La otra cara de este miedo de perder a Dios es el miedo a
perderme a mí mismo, de que seré devorado por la inmensidad de Dios. Cualquiera que
sea la fuente última - ya sea miedo a lo temible de Dios, o un reflejo del hecho de que
nuestra imagen yo-Dios descansa en anteriores imágenes yo-otros, donde los límites yo-
otros eran muy frágiles- cierta resistencia parece surgir del temor de que la persona se
perderá si deja a Dios entrar en su experiencia de una forma nueva. Una mujer
saludable, activa aunque tímida, luego de pocas semanas de oración muy consoladora
en la que siente a Dios muy cerca de ella, empieza a decirse "Esto es muy elevado para
mí" y vuelve a una clase de oración más prosaica que consiste en planificar cómo
conservar mejor a Dios y a su familia. El hecho de que esté resistiéndose aparece
claramente cuando esa oración más prosaica la deja confundida y preocupada. La
actitud contemplativa puede ser particularmente atemorizante en tales circunstancias
porque parece pedimos abandonar el control. Así habrá frecuentemente un movimiento
para apartamos de la contemplación que puede manifestarse en el miedo de estar
siendo presuntuoso.
Otra fuente de resistencia es la imagen particular yo-Dios que una persona tiene. Mucha
gente tiene una imagen que le impide expresar a Dios sentimientos egoístas, de ira, de
celos, sexuales o resentimientos. Por ello resistirá cualquier proceso que amenace con
despertar tales reacciones en la oración. La actitud contemplativa es un proceso de ese
tipo, ya que pide que el que contempla deje que sus respuestas surjan de lo que percibe
-y algunas cosas que percibe pueden evocar los malos sentimientos- Por ejemplo, el
contemplar la escena en la que Jesús visita la casa de Marta y María - y Marta hace que
todo el trabajo - puede evocar en una persona sentimientos de celos y hostilidad, de ser
acusado por otros, sentimientos que la persona no encuentra dignos de la oración. La
persona tenderá a rehuir esta escena y puede reemplazar la contemplación en sí misma
con oraciones rutinarias o el uso de un libro de oraciones.
54
Mucha gente parece relacionarse con Dios como si El fuera alguien que no pudiera
soportar el placer o la felicidad en ellas. Para ellos la idea de rendirse al proceso de
oración contemplativa despierta miedos de que Dios los cargará con pedidos de
abnegación. Se resistirán con fuerza a tal rendición.
Otra clase de movimiento que también actúa contra Dios es la imagen de Dios como
eterno, atemporal, inmutable, sabio y frío. "¿Cómo puedo relacionarme calurosamente
con Dios?" "¿Por qué necesito decirle todo sí El ya lo sabe?". Tales actitudes pueden
bloquear la evolución de la relación. También puede ocurrir que un dirigido se asuste
porque la oración lo está llevando hacia la herejía o la idolatría debido a que Dios parece
cambiar.
En las etapas medias de la dirección espiritual, cuando surge el tema de seguir a Jesús
más de cerca, la resistencia puede surgir de miedos mucho más reales. El joven rico del
evangelio de Marcos nos da un ejemplo. El mismo evangelio también nos da otro. Jesús
habló en detalle tres veces sobre su próxima pasión. Los discípulos están preocupados
acerca de quién de ellos será el más grande y como resultado de su ambición parecen
no poder oír lo que Jesús está diciendo. Como para subrayar su resistencia, Marcos
coloca una cura de un ciego unas pocas líneas antes de la primera predicción y otras
unas pocas líneas después de la tercera predicción. El hombre o mujer que quiera seguir
a Jesús de cerca puede muy bien como estos apóstoles tener miedo de las
consecuencias de tal deseo. Aquí las resistencias son más sutiles y pueden disfrazarse
como ángeles de luz. Una vez más, sin embargo, las resistencias aparecerán como una
imagen yo-Dios que aprisiona a Dios. La imagen puede traicionarse en una frase como
"Dios no puede pedir lo imposible a una persona". Una afirmación que es cierta, pero
que también puede disfrazar la resistencia a Dios, que pide amor sacrificado. Ignacio de
Loyola habla de razonamientos falaces como uno de los movimientos del mal espíritu,
cuando su único propósito parece ser impedir el movimiento hacia el querer ser
discípulo.
Como hemos dicho previamente, el tipo de estructuración de las experiencias de las que
hemos estado hablando generalmente continúa sin que nos demos cuenta de ello. Por
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eso la resistencia tiene más éxito cuando pasa desapercibida. La gente puede resistirse
conscientemente a los procesos, por supuesto, pero la resistencia que hemos descrito
aquí generalmente opera inconsciente o semiconscientemente. Si los directores han de
ayudar a los dirigidos a vencer la resistencia, deberán primero reconocer su presencia.
Esto quiere decir que deben prestar atención a lo que les pasa a los dirigidos y conocer
los signos de la resistencia.
La actitud contemplativa de los directores hacia aquellos a los que dirigen será aquí de
gran ayuda. Ya que lo que les corresponde hacer en primer término debe ser ver y oír al
dirigido y responderle, más que a sus propias preocupaciones. Los directores que
adoptan una forma contemplativa de acercamiento a los dirigidos buscan centrarse más
en la otra persona, liberados en su visión de las trampas de sus propias predisposiciones
y preferencias y conscientes al mismo tiempo de sus reacciones emocionales en la
conversación.
La próxima pregunta es ¿qué hacen los directores una vez que se dan cuenta de las
resistencias o contramovimientos? En primer lugar deben mantener su sentido del
humor y tomar conciencia de su propia falibilidad. Los signos de resistencia son sólo eso,
signos, no pruebas.
Antes de que la resistencia sea confrontada y descubierta debe haber una buena alianza
de trabajo (20) entre el director y el dirigido. Si no la hay, la confrontación
probablemente no conduzca a vencer la resistencia sino a endurecerla. Porque la
confrontación será sentida por el dirigido como un ataque, casi como una humillación. El
peligro, entonces, es que sobrevenga una relación de adversarios. Los tiempos son
importantes. Un dirigido puede fácilmente mostrar una simple situación de resistencia.
Es inteligente dejar que desarrolle la resistencia antes de confrontarla, para que se
puedan usar muchas situaciones como ejemplo para señalar un esquema de resistencia.
Jean: La oración ha sido una serie de distracciones: la casa, el trabajo, la iglesia, todas se
apiñaban. Y estoy tan ocupada, realmente no hay tiempo.
Joe: Sabe, podría ser una buena idea el mirar juntos lo que ha venido sucediendo el
último par de meses mientras usted me ha estado viendo.
Joe: ¿Cómo lo ve, Jean? Ya sé que usted la pasa bien en nuestras entrevistas pero
debería haber algo más que eso, ¿verdad?
Jean: Bueno, yo deseaba una relación más profunda y cercana con el Señor y estoy
tratando, en un contexto más amplio de la familia, la iglesia y el trabajo, de traerlo a
todas estas áreas. Esto es lo que ha estado sucediendo.
Joe: Yo creo verlo en una forma algo más detallada. Me sentí muy conmovido un par de
meses atrás cuando usted compartió su experiencia de oír al Señor decirle "Mi hija" ¿lo
recuerda? (Jean inclina la cabeza y se ilumina). Usted iba a volver a eso y contarle al
Señor su relación con su propio padre.
Sin embargo esa intención se desvaneció. Después estuvo su experiencia de Jesús como
amigo. Eso fue muy fuerte. Más tarde el tiempo con el Señor pareció llenarse con otras
cosas. Usted iba a orar sobre las elecciones a las que usted se sentía enfrentada y
hablaba de sus propias riquezas y de seguir al Señor. Algunas de ellas han sido cosas
muy importantes para usted, pero nunca ha seguido con ninguna.
Jean: Tengo miedo, realmente, miedo de que pueda averiguar que no soy la clase de
persona que me gustaría ser, estoy realmente asustada.
Jean: Que pudiera averiguar que no valgo la pena, que soy muy incompetente y
escaparme.
Jean: Sólo necesito oírle decir "Hija mía tus pecados ya están perdonados".
sobre él y darse cuenta de que el contramovimiento era motivado por miedo a su falta
de valor. La forma en que el director señala el esquema es importante. No acusa, sino
que más bien la invita a mirar lo que ha estado sucediendo "Parece que tiene dificultad
en hablar hoy sobre su oración" es una mejor forma de acercarse que "Usted esta
evitando hablar sobre la oración". La primera invita al dirigido a considerar una posible
dificultad e indica que hoy es diferente de otros días. La segunda es una afirmación que
puede llevar a la dirigida a tomar una posición defensiva más fuerte.
El director quiere que la dirigida reflexione sobre lo que ve que sucede y deja aclarado
en la manera de decirlo que él y ella son colaboradores en esta empresa. Si la dirigida le
pregunta que fue lo que le dio la impresión de que ella estaba en problemas, él señala
los signos que ha notado. Si ella niega esta conclusión, el no trata de discutir sino que
puede decir algo como "Era una posibilidad y pensé que podría haber sido bueno
comprobarla con usted". Si ella se está resistiendo habrá más y más indicaciones de ello
y se hará eventualmente obvio para ambos. El director no ha hecho de su visión de las
cosas el foco del asunto, sino que ha puesto el foco sobre la oración de ella y su
presentación de las experiencias en la oración. Son necesarias la paciencia y la confianza
en el proceso de la oración contemplativa y también la alianza de trabajo que se tiene
con el dirigido. Si hay resistencia, ésta se mostrará en la oración por la aparición de una
distancia cada vez mayor entre el Señor y el dirigido. El director puede pacientemente
señalar ésta y otras evidencias y confiar en que el propio dirigido vea que algo está mal.
En el ejemplo Jean hizo una afirmación bastante sorprendente, dijo que quería una
relación cercana y profunda con el Señor. Muchos dirigidos dicen lo mismo y la mayor
parte de los que dicen esto realmente quieren decir que desean relacionarse de forma
más íntima con "El Señor del Cielo y la Tierra". El comentario de una mujer de una
generación anterior que oyó una afirmación como ésta parece más creíble: "En mis
tiempos queríamos estar a su derecha, pero no queríamos acercamos demasiado". El
humor que tal observación despierta no debería ocultar el hecho de que tal actitud
tiene profundas raíces en nosotros, raíces que son tal vez tan profundas como el deseo
de cercanía.
Una de las notables ventajas de una dirección espiritual que enfatiza la libertad del
dirigido es que respeta la profundidad y tenacidad de esas raíces. Esta profundidad se
muestra en la fuerza de los movimientos que impiden a una persona como Jean avanzar
más allá en su relación con Dios. Estas raíces se muestran con particular tenacidad
cuando ella está por abrirse de modo significativo a la acción de Dios, o bien por
revelarse con una mayor transparencia. La resistencia puede hacerse lo suficientemente
fuerte como para que la gente permanezca en el mismo nivel de cercanía durante meses
y aún años. Durante este tiempo la relación con Dios puede desenvolverse con libertad
en el nivel que ha alcanzado pero a pesar de las muchas invitaciones del Señor a
profundizarla, permanece allí.
El nivel en que la evolución se detiene y permanece puede ser el nivel en el cual una
persona puede hablar libremente a Dios sobre mucha de su actividad y algo de su
motivación, pero no puede expresarle algunos de sus sentimientos más profundos y
escondidos, como por ejemplo, una confusión que se muestra sólo infrecuentemente y
se refiere a su convicción o falta de convicción sobre el valor de su vida. Otro ejemplo
podría ser una duda a menudo advertida por un ministro sobre su deseo de continuar
en el trabajo pastoral. Otro podría ser una ira profunda ante las circunstancias de la
propia vida temprana, particularmente cuando esta ira está relacionada con personas
58
Todavía hay otro nivel de función que se produce cuando la persona puede mirar la
acción de Dios, pero no responder a tal acción más que con un sentimiento superficial.
Una mujer sabe, por ejemplo, por propia experiencia que Jesús ha actuado con ella de
una forma en la que sólo lo hacen amigos muy cercanos. Ha sacrificado, por ejemplo, su
propio bien por ella. Puede responder dando gracias pero no con recursos más
profundos de su corazón: preocupación profunda, sentimientos conflictivos por la
mediocridad, de la forma en que comparte la misión de Jesús, profundo sentido de
lealtad.
Nadie puede ser forzado a ir más allá del nivel en el que se ha ubicado. Los directores
hacen todo lo que pueden en esto cuando ayudan a la persona a mirar, reconocer y
experimentar la realidad del nivel en el cual vive. De esta forma el dirigido tiene la
oportunidad de ver la realidad de su vida y compararla con sus deseos - y
particularmente con cualquier invitación que pueda estar recibiendo de profundizar su
relación con Dios. La mujer, por ejemplo, que está agradecida a Jesús por su sacrificio y
sus muchos actos de generosidad hacia ella, pero que no puede permitir que los más
profundos sentimientos de su corazón entren en tal gratitud, puede tal vez ser ayudada
por un director que esté deseoso de animarla a continuar mirando la acción de Jesús en
su ,recuerdo, a la realidad de su gratitud y al punto en el cual dicha gratitud deja de
actuar en ella. Empujarla a ir más profundo no la ayudará y podría más bien fortalecer
su culpa por no profundizar. Llevarla a que se concentre en tal culpa podría alejada de
su atención a la invitación del Señor y de las posibilidades de respuesta que están
abiertas para ella.
Para una persona que esté en tal situación de fijación, mucho del lenguaje de la
espiritualidad tradicional no resulta de ayuda. Puede decir "Debería dar todo al Señor" o
tal vez pueda continuar tratando de hacer propia una oración de entrega total que ha
encontrado en un libro de oraciones. Las palabras que emplea son palabras de total
generosidad y representan lo que él siente que debería ser su actitud hacia el Señor. Sin
embargo, no representan su estado real y las opciones que se le abren en ese momento.
Esas opciones generalmente representan la posibilidad de moverse un poquito. Si su
atención está fijada, por el lenguaje de su oración, en la infinita distancia que cree que
debe recorrer, tal vez no reconozca que pueda moverse un poquito. O si bien lo
reconoce tal vez no tome en serio esa opción. El director que ha encontrado formas de
respetar al mismo tiempo la libertad de la persona y la libertad de Dios, estará deseoso
de permitir a la persona detener su evolución de apertura hacia Dios en el punto en el
que llega a vivir con un poco de paz si eso es lo que la persona desea en ese momento.
No lo considerará como un debilucho porque sabe que el deseo de adelantar puede no
existir ahora pero luego surgir después de un período de pausa en su desarrollo. Hay
circunstancias que pueden aparecer y que servirán como catalizador para aumentar ese
deseo. Dios puede actuar de una forma nueva en cualquier momento. Reconocer esto
es probablemente un respeto genuino por la necesidad y la bondad del deseo de la
persona en sí misma. Uno de los propósitos de la dirección se convierte así en el
esfuerzo para ayudar a una persona a ver la realidad o no realidad de la expresión de sus
deseos mientras se asegura de no emitir un juicio sobre la configuración o fuerza de
esos deseos.
que se hallan detrás de esta resistencia particular, una especie de arqueología del
espíritu. El otro extremo sería exhortar al dirigido a "llevarlo al Señor" sin ninguna otra
explicación. Un término medio podría ser más beneficioso para el dirigido y aún posible
para el director. Sería muy útil para el dirigido conocer la ambivalencia de sus propios
deseos a través de la reflexión sobre la resistencia. Reconocería así que se halla
atrapado entre dos deseos contrapuestos y podría pedir ayuda al Señor para superar la
ambivalencia en favor de su deseo de conocer mejor al Señor. En otras palabras, podría
ser ayudado a centrar el foco de sus deseos: donde antes se hallaba tal vez pidiendo
experimentar la cercanía de Dios, ahora sabe que quiere pedir ayuda para superar el
miedo a tal cercanía.
Hay muchas otras acotaciones que pueden ser provechosas para los directores. Cuando
se presenta una resistencia o un contramovimiento es generalmente necesario tomar
nota y reflexionar sobre tal movimiento antes de buscar las razones de él. Jean tuvo
primero que reconocer que había un esquema de acercamiento-evitamiento, antes de
que pudiera ser ayudada a buscar las razones de él. La mujer que pensó que la oración
profundamente consoladora que había experimentado era demasiado elevada para ella
60
necesitó primeramente ver la posibilidad de que estaba resistiéndose, antes de que ella
y el director pudieran buscar algún significado a su miedo. Si el director hubiera dicho
inmediatamente que sonaba como si ella estuviese temerosa de la pérdida de sí o
tuviera una baja opinión de sí misma, ella hubiera muy bien podido asentir verbalmente
pero probablemente no hubiera podido hacer nada con el conocimiento excepto el
continuar en su ensimismamiento. Pareciera que la resistencia o contramovimiento
necesita ser descubierto primero y contemplado, antes de que el director y el dirigido
puedan trabajar sobre su contenido o significado.
Evidentemente, los directores espirituales como cualquier otro, tienen sus ansiedades y
miedos y sus categorías para las relaciones yo-otros. Como la gente que aprende la
práctica de cualquier profesión, cuando empiezan a dirigir están ansiosos por hacer la
cosa "correcta" , hacer la pregunta "correcta", usar las palabras "correctas" y tal vez no
preste suficiente atención al dirigido. No estaría de más en estas circunstancias decir
una palabra de precaución sobre nuestro uso del lenguaje y nuestra tendencia a
imponer nuestras suposiciones al dirigido: "resistencia", "esquema", "imágenes", "yo
otros", tanto como "primera semana", "consolación", "gracia", y muchos otros términos,
son lenguaje técnico. Los directores deben usar palabras directas y no técnicas con la
gente. Así es preferible decir: "Parece que usted estuviera evitando algo" o "Estar
pasando un mal rato describiendo su experiencia" o "suena usted triste o enojado, o
deprimido" o "¿Cómo se sintió con esas palabras de Jesús?". En segundo lugar, si el
director tiene una nueva idea puede estar deseoso de "clarificar algunas cosas" al
dirigido. Como resultado puede no dejar que el dirigido determine cómo puede empezar
la sesión y puede no escuchar bien. Los directores deben tener cuidado en no permitir
que su propia agenda entorpezca su actitud contemplativa.
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En el antiguo Israel había verdaderos y falsos profetas. En los tiempos del Nuevo
Testamento había partidos conflictivos, cada uno diciendo que enseñaba la auténtica
doctrina de Jesús. A través de la historia, hombres y mujeres que han afirmado conocer
lo que Dios quería, fueron desacreditados por los hechos. Como resultado la Iglesia ha
sido tradicionalmente cautelosa de las revelaciones privadas. ¿Cómo puede saber
alguien cuándo está oyendo la voz de Dios o es una ilusión?, ¿Puede su relación con Dios
ayudarlo a tomar decisiones?
Muchas veces en estos últimos tres capítulos hemos dado ejemplos de personas
dándose cuenta de algo en su oración y tomando decisiones sobre esta base. En una
oportunidad un hombre se dio cuenta de que la amargura de su ira desapareció y quedó
convencido de que el Señor lo había oído. En otra oportunidad una mujer reconoció un
esquema de acercamiento y alejamiento en su oración y vio que el miedo la mantenía
distante del Señor. Esas decisiones son tomadas frecuentemente en oración y dirección
espiritual y la gente parece ser capaz de tomarlas con relativa facilidad. ¿Cómo toman
estas decisiones? ¿Qué clase de criterios usan? Estas personas están haciendo
"discernimiento de espíritus "¿Cómo lo hacen?
Un monje se acerca al otro con una pregunta: "Tengo una obligación" – dijo- "dar el
dinero que gano a los pobres. Pero mi hermana también es pobre. ¿No es lo mismo si le
doy mi ganancia a ella antes que a otra gente pobre?"
El segundo monje respondió: "No" El primero pregunta: "¿Por qué no?" El otro replica:
"Porque la sangre es más espesa que el agua"
Si nosotros nos damos cuenta de que el discernimiento es finalmente nada más que la
capacidad de reconocer y admitir diferencias, podremos apreciar su simplicidad y su
valor. También nos podremos dar cuenta de que los directores ayudan a la gente a
discernir cuando ayudan a darse cuenta de lo que les sucede en la oración.
Pero todavía necesitamos preguntarnos qué criterios pueden ser usados para saber la
autenticidad o inautenticidad de las experiencias de Dios en oración y en la vida en
general. No todas las experiencias espirituales son de Dios. Podemos estar tan
encantados de romper con la preocupación de la rutina y con los hábitos inertes de la
oración racional, que podemos premiar cada experiencia que involucra respuesta
afectiva a una armonía y tranquilidad, mas allá de nuestra ordinaria aprehensión. No
obstante hay experiencias de armonía y tranquilidad que no nos abren a Dios sino que
más bien nos detienen - al menos temporariamente - en nuestro movimiento hacia Él.
Por ejemplo, una persona que habitualmente se percate más profundamente del deseo
de Jesús de compañerismo con él, puede tener en oración una experiencia de una
abstracta e impersonal belleza que lo fascina. A menos que reconozca que hay una
diferencia en la calidad de su respuesta hacia el Señor en estas dos experiencias y se
pregunte si desea continuar con la experiencia de Jesús, bien puede, sin pensarlo,
concentrarse por días o semanas en la nueva experiencia precisamente porque es una
atractiva experiencia espiritual.
En su Autobiografia, Ignacio nos cuenta de que algo parecido le ocurrió. A menudo veía
en el aire frente a sí una imagen hermosa que lo reconfortaba. "Le parecía tener la
forma de una serpiente con muchas cosas que brillaban como ojos, aunque no lo eran.
Encontró gran placer y consolación en mirar estas cosas, cuanto más las miraba su
consolación se acrecentaba. Cuando la imagen desaparecía quedaba entristecido".
Inmediatamente después de la experiencia de Dios en el río Cardoner, mientras estaba
arrodillado frente a un crucifijo, vio la imagen nuevamente. Esta vez, sin embargo, se dio
cuenta de "que el objeto no tenía su hermoso color habitual; con una fuerte afirmación
de su deseo se dio cuenta muy claramente de que venía del demonio".
Aquí vemos uno de los criterios que la gente usa para decidir cuando una experiencia es
de Dios: la comparan con otra experiencia de la que están seguros que es de Dios.
Entonces, si ven que en algún aspecto no concuerdan deciden qué experiencia aceptar.
Mucha gente tiene una prueba de la experiencia de Dios. Cualquier otra experiencia que
parezca oponerse a tal prueba es mirada con sospecha. Dios puede estar tan
manifiestamente presente a ellos durante tal reveladora experiencia, que no pueden
dudar de ella más de lo que dudan de su propia existencia.
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La calidad del diálogo con Dios en la oración puede también servir como un criterio para
discernimiento. Cuando, por ejemplo, prematuramente cortamos un diálogo que
habíamos empezado con una persona, el corte puede tener significado para la relación.
A menudo nosotros tendemos a explicar esa decisión refiriéndonos a circunstancias
ajenas a la relación por ejemplo: "Estaba cansado por el exceso de trabajo" o "Estaba
simplemente enojado con el mundo". Necesitamos sin embargo, darnos cuenta de
posibles razones dentro de la misma relación. Por ejemplo: "Yo no quería hablar con ella
anoche porque me había herido". Cuando nos fijamos en la calidad de nuestro diálogo
con Dios desde el mismo punto de vista los resultados pueden ser iluminadores.
Suavidad en la charla con el Señor, por ejemplo, puede implicar un deseo de mantenerlo
a una distancia emocional, como a menudo sucede en otras relaciones. Si nos
preguntamos ¿qué es lo que me hace querer estar distante? La respuesta puede ser: "Yo
quiero hablar con el Señor pero no quiero decirle lo que estoy sintiendo" o "tengo
miedo de lo que él pueda decir".
Esta característica del diálogo con Dios en oración puede estar firmemente unido al
diálogo con Dios en la vida fuera de la oración. Si un hombre está preocupado por la
forma en que su esposa y él están interactuando, por ejemplo, y aún no se permite
advertir este problema en oración, seguramente encontrará que su oración es aburrida.
La oración, en otras palabras, le permite conocer que no está siendo él mismo con el
Señor. La atención a la calidad de diálogo con el Señor nos ayuda a discernir dónde
podemos estar ciegos en nuestras vidas.
De este modo, uno de los mejores criterios para la autenticidad de nuestra oración y
nuestras vidas es: "¿Funciona el diálogo?". En otras palabras "¿Tengo algo que decirle al
Señor que signifique algo para mí?", "¿Está Él de alguna manera comunicándome algo
que signifique algo para El?". Si estas preguntas no pueden ser respondidas
afirmativamente, la persona hará bien de preguntar al Señor qué camino equivocado
tomó "¿Hay algo que me quieras decir que yo no quiera escuchar?" "¿Hay algo que yo
no te quiera decir?". Prestando atención a la calidad del diálogo se puede aprender a ser
más y más profundamente transparente con Dios. El procedimiento puede ser simple.
Cuando expresamos actitudes que son reales y profundamente nuestras, y relevantes
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para nuestra vida, la oración será viva y comprometida. Cuando no, la oración morirá . El
director que se ha acostumbrado al hecho de que muy frecuentemente las dificultades
en la oración se deben a la supresión de actitudes y sentimientos importantes, no dará
ánimo rápidamente a los dirigidos para aceptar "Yo no tengo tiempo de orar" u "Oro
sólo a las corridas". Tenderá a preguntar qué sucedió la última vez que la oración fue
viva.
Muchos cristianos sienten que una buena oración es siempre serena y tranquilizante.
Para ellos la paz es el principal criterio para decidir que su experiencia de Dios es
auténtica. Este criterio está basado en una sabia experiencia cristiana; sin embargo, ésta
puede ser engañosa porque la paz puede tener diferentes significados. Puede significar
una tranquila sensación de libertad interior que resulta de abrirse a Dios y desear
responderle. En este caso se parece a la paz que Jesús dejó a sus apóstoles en la última
Cena. Puede también significar solamente la ausencia de fuertes sentimientos,
particularmente de temor, ira, desilusión, un sentimiento de rechazo o culpa. Si una
persona entiende la paz en esta forma y cree que esa paz es signo necesario de la
participación de Dios en su oración, podrá tratar de reprimir esos sentimientos más que
prestarles atención. Puede creer que son intrusiones que lo apartan de la condición que
marca la verdadera oración. Su oración, entonces, cuando la describe es solamente
"pacífica", puede ser una huida de los aspectos de la realidad que lo trastornan y que
podrían moverlo a la acción.
A menudo cuando hablamos con una persona sobre la historia de su oración de los
últimos meses nos vemos obligados a pensar en lo que le preocupaba a Ignacio. Parece
que la gente puede rezar por semanas o meses sin experimentar ningún sentimiento
que lo anime o disturbe. No hay altas cumbres ni profundos valles. Ni siquiera habría
suaves ascensos o leves descensos en el terreno. Hay solo "paz". Es difícil creer que una
persona comprometida, con las tensiones y las numerosas decisiones que la vida diaria
le impone, pueda continuar durante un largo periodo de tiempo experimentando esa
serena tranquilidad si permite a sí mismo y a todas sus importantes experiencias entrar
en la oración. Si no les permite entrar, en algún punto se tiene que preguntar a sí mismo
porqué deja de lado esas importantes experiencias cuando ora. No se trata aquí de
resolver un problema. No estamos sugiriendo que una persona gaste su tiempo orando
sobre los problemas de su familia, delineando el presupuesto familiar o ensayando la
próxima entrevista con su jefe. Sugerimos que, si la oración de una persona prescinde
de las actitudes afectivas que caracterizan su vida diaria, es importante que sepa porqué
sucede esto. ¿No está Jesús hablando de estas actitudes cuando nos habla en los
evangelios? ¿Estaremos prescindiendo de ellos porque no estamos en paz con ellos y
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Cuando una persona está haciendo opciones en su vida -y estas decisiones pueden ser
comunes, diarias, por ejemplo la actitud que tiene que tomar con un administrador que
es desagradable o con un colega que lo ha difamado- sus sentimientos se presentarán
espontáneamente en estas opciones y emergerán siempre que intente presentarle
alternativas al Señor. Es natural que sea así. Las elecciones en cuestiones como ésta
tienen mucho más que ver con las actitudes afectivas que con preguntas abstractas
sobre el bien y el mal. Es el colega que me hace enojar el que es un desafío para el
crecimiento cristiano, no la persona frente a la que me siento blando, calmo. La elección
de tomar la carga de otra persona puede ser hecha sin demasiada resistencia sólo si la
carga es insignificante. La decisión cristiana, más bien involucra fuertes sentimientos de
resistencia, aún de rebeldía, hasta que es finalmente tomada. Las decisiones
importantes que hacemos y tienen lugar en la oración están marcadas por turbulencias
hasta que se resuelven. Si nuestro principio es evitar todas las turbulencias en la
oración, entonces nunca tendremos la oportunidad de hacer tales elecciones. La
capacidad de distinguir entre los impulsos de Dios y los dañinos, puede solamente ser
desarrollada en una atmósfera de oración que tenga al menos alguna turbulencia. La
turbulencia no es un signo de que los sentimientos de una persona no están siendo
tocados por Dios. Mas bien puede ser un signo de que está encarando la realidad de su
situación incluyendo la realidad de su respuesta o falta de respuesta.
Es importante reconocer que los impulsos que nos hacen daño cuando tratamos de
responder al Señor y estar con Él en su trabajo por este mundo, no están en general
basados en la maldad, simplemente nos detienen, nos impiden dialogar con el Señor o
hacer el bien que nos gustaría. Una persona que se está moviendo permanentemente
hacia una más libre aceptación de Jesús como ser humano, así también como Dios,
puede, por ejemplo, encontrarse frecuentemente perturbado en su diálogo con Él por
preguntarse: "¿Quién soy yo para esperar que Él me hable en la oración?"
O "¿No es después de todo la enseñanza de la Iglesia la que nos puede poner en tierra
firma en nuestras vidas, no lo que pase en la oración?". Éstas no son preguntas triviales,
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el único efecto perceptible de hacerlas en oración puede ser sin embargo el corte del
diálogo con el Señor.
Cuando una persona se pregunta que es lo qué más frecuentemente le impide hacer el
bien, puede darse cuenta de que no son los impulsos hacia el mal, sino el miedo a ser
considerada diferente por sus amigos y colegas. O puede haber otra pregunta que no
pueda ser contestada como: "¿Cómo puedo yo saber si el gastar energías en ser bueno
con la gente cercana vale realmente la pena?". A menudo la misma pregunta que impide
a la persona hacer decisiones cristianas creativas también la inmovilizaron diez años
atrás. Los argumentos interiores que persistentemente tienen éxito en impedirnos
responderle a Dios son excepcionalmente tenaces. La misma pregunta, si es efectiva,
puede continuar siendo efectiva por décadas. Tales preguntas y argumentos internos
pueden ser reconocidos como lo que son por el hecho de que rara vez conducen a
respuestas y efectivamente detienen el movimiento hacia Dios.
Otros criterios para decidir sobre la autenticidad de una experiencia religiosa están
dados en la tradición que deriva de la afirmación de San Pablo en su carta a los Gálatas:
"Los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe,
ternura, control de sí mismo, en contra de esto no hay ley". Estos criterios sin embargo
no son fácilmente medibles. Cada uno de ellos puede ser confundido con otras
reacciones que no indiquen la acción del Espíritu y pueden a veces ser contrarios a ella.
El alivio de haber tomado una decisión se puede parecer, por ejemplo, a la paz del
Espíritu. Tanto entusiasmo puede parecer alegría. La apatía a veces parece paciencia.
Enfrentado a esa experiencia el director se volverá a la preguntar "¿Cómo podemos
saberlo?
Quizás este último ejemplo nos acerque a criterios útiles. Los signos paulinos tal como
figuran en la lista, parecen ser absolutos y perfectos. Pero no aparecen así en la
experiencia. Más bien, hay un proceso de desarrollo y a veces de crecimiento inestable
de las virtudes. Pero cuando su origen es la acción del Espíritu no vienen solas sino
juntas. La paciencia no aparece mucho después que el amor y la alegría. Aparece en una
forma incipiente junto a ellas. El crecimiento puede ser desigual -la ternura puede por
meses ser más obvia que la alegría- pero nunca impedirá el crecimiento de la alegría. Los
67
La calidad de esos criterios debería ser enfatizada. Son frutos positivos y llevan a una
duradera sensación de bienestar básico. Alegría interior, paz y consolación son los
mejores criterios para evaluar nuestra oración.
En el último análisis, la capacidad del director de hacer uso de esos criterios en una
situación concreta depende de su comprensión intuitiva de ellos y del reconocimiento
de su presencia, desarrollada en la otra persona. Si el director no sabe por experiencia,
por ejemplo, que la paz es más que la liberación de la tensión, no encontrará un criterio
de ayuda cuando aparezca en el dirigido. Si no tiene, por lo menos, el inicio de un
entendimiento intuitivo de la paciencia, se hallará buscando una alegría contagiosa en
una persona cuya respuesta genuina al Espíritu, por el momento, es una paciente
resistencia a la depresión.
Hay otro criterio que aparece después de los primeros escalones del crecimiento
espiritual: el sentido creciente de la realidad de Dios como alguien que no está bajo el
control del dirigido. Este criterio también es interior, y se muestra en la sorpresa y hasta
en la ansiedad que un dirigido experimenta en la oración, cuando el Señor aparece de
una manera nueva. Por ejemplo, cuando un dirigido percibe a Dios mirándolo todavía
con amor luego de haber mentido para salvar la cara - una experiencia nueva y que
asusta tanto como consuela.
Otra vez, un ejemplo de Thomas Merton puede ilustrarnos sobre lo que se quiere decir.
Está en su camino a la Abadía de Getsemaní con la esperanza de entrar:
"Fue muy extraño. Milla tras milla mi deseo de estar en el monasterio aumentaban de
forma increíble. Estaba totalmente absorbido por esa idea. Y sin embargo,
paradójicamente, milla tras milla, mi indiferencia y mi paz interior se incrementaban.
¿Qué pasaría si no me recibieran? Tendría que irme al ejército. Pero, seguramente
¿hubiese sido eso un desastre? No del todo. Si finalmente fuera rechazado por el
monasterio y tuviera que alistarme, resultaría claro que era la voluntad de Dios. Yo
había hecho todo lo que estaba a mi alcance. El resto estaba en Sus manos. Y por todo el
enorme y creciente deseo de estar en el claustro, el pensamiento de que pudiera
encontrarme por el contrario en un campamento del ejército ya no me turbaba en lo
más mínimo.
Merton describe un estado paradójico. Su deseo es intenso, pero está deseando aceptar
sin objeciones la frustración de tal deseo. Ahora que ha tomado su propia decisión, deja
el futuro a Dios en cuyo amor tiene confianza.
Los Padres de la Iglesia describen a los cristianos como imitadores de Dios. Pueden
soportar las cargas de otra gente y no usar ningún poder o riqueza que puedan tener
para hacer que otras gentes les sirvan -no porque tal comportamiento vaya contra la
moral racional sino porque no es la forma en la que Dios actúa.
Pero la utilidad de este criterio depende de cuanto haya llegado a conocer a Dios. Si no
lo veo como alguien que cuida de lo que le sucede a su mundo, no reconoceré su
incumbencia en impulsos que me mueven a preferir el bien de otra gente al propio.
Correré el riesgo de no darme cuenta de los impulsos relacionados no con mi propio
bien sino con el bien, por ejemplo, de gente pobre que nunca he visto, gente que pueda
necesitar algo que yo le pueda dar, aunque sólo con un considerable sacrificio de mi
parte.
¿Para qué usa uno, exactamente, los criterios? - ¿Describen el estado en el que debería
hallarse una persona, los ideales a los que debería aferrarse? Si los criterios son vistos
de esta manera, el director puede fácilmente sustituir su propia estimación del
crecimiento de la persona por la real acción del Espíritu, y entonces impulsarlo hacia
callejones sin salida. En el mejor de los casos sustituirá abstracciones por realidad en su
camino de ver el progreso de la dirección. El valor de los criterios para el director parece
ser simplemente éste: Le da maneras de determinar si la dirección es hacia el Señor y su
gente o para cualquier otro lado y de ayudar al dirigido a hacer un juicio similar. El
director es siempre una persona secundaria en el diálogo entre Dios y el dirigido. No es
él el que dirige el asunto. Pero tiene la responsabilidad de decidir por sí mismo y de
ayudar al dirigido a decidir si el proceso de la dirección lo está guiando hacia el bien o
hacia el daño.
El dirigido busca ayuda para evitar ilusiones. A medida que el director crezca, aprenderá
a asumir esta responsabilidad sin interferir en la acción del Espíritu o es la respuesta del
dirigido.
En términos generales, habrá una interacción recíproca entre vida interna y realidad
externa - y éstas deben ser porosas porque son tanto idénticas como distintas-. La
experiencia de la dirección espiritual siempre nos hace más conscientes de que el
crecimiento de la respuesta interior de una persona al Dios de la realidad, normalmente
se muestra en su vida externa -sus relaciones, la textura y dirección de sus trabajos, las
decisiones de vida que hace. Cuando no hay aparente desarrollo cristiano, se podrá ver
tarde o temprano que hay algo soslayado en su desarrollo interior.
Es de esperar, también, que la acción del Espíritu sea a menudo sorprendente y que
sobrepase las presunciones personales del director. En realidad si el dirigido está
viviendo una relación genuinamente viva con el Señor, un indicio de esto será el hecho
de que sus acciones a veces sorprenderán a otros y desconcertarán al director. Si los
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criterios del director tienden a ser externos, le restará importancia a tal originalidad y
por lo tanto tenderá a ahogar al Espíritu.
Debe siempre recordarse que todos estos criterios son, en la experiencia, no tanto
estados como procesos, y que cuando la vida interior está realmente viva, serán
expresiones de crecimiento - fluctuando, ondulando, a veces saltando, a veces quietos.
El cambio no será un signo negativo como tampoco lo será la ansiedad o la resistencia.
El signo positivo clave será la plenitud creciente y la textura de madurez de Cristo. Se
cometerán errores, se intentarán callejones sin salida, pero con este signo positivo como
criterio, uno puede hallar su propio camino y puede estar relativamente seguro de que,
cualesquiera que sean las ilusiones que aún estén en las imágenes propias de Dios, uno
mismo y el mundo, también tendrá la posibilidad de ser corregido por el contacto con el
Señor y su vida.
Tal vez la razón teológica básica para el aumento de la popularidad de los equipos de
directores, que mientras trabajan individualmente con los dirigidos hablan de su
práctica entre ellos, es que en tales intercambios -en otras palabras en tan informales
comunidades- la amplitud de la acción del Espíritu es más fácil de ser reconocida que en
el caso de un director individual trabajando solo. El Espíritu es comunitario. Parece
superar las limitaciones individuales de los directores y ampliar su visión más
rápidamente en tales grupos.
72
Parece evidente que la dirección espiritual, que toma como esfera propia el facilitar el
encuentro personal con Dios, está trabajando con el movimiento central y no con el
periférico de la vida cristiana. ¿Con qué derecho hace uno este trabajo? No hay oficio u
orden de director espiritual en la Iglesia. Algunos de los directores espirituales más
destacados de la historia cristiana -como Catalina de Siena e Ignacio de Loyola- o bien
nunca tuvieron un oficio u orden, o bien hicieron la mayor parte de su obra de dirección
antes de tener tal oficio. Hablando en términos generales, los directores espirituales
efectivos son descubiertos por la comunidad cristiana y no se: adelantan sin que haya
antes otros buscando su ayuda. Debido a que los sacerdotes y ministros sobresalen
públicamente en las iglesias como líderes espirituales, es que la mayoría de las veces
han sido elegidos como directores espirituales. Pero la ordenación no es necesaria (ni,
como veremos, suficiente) para una dirección espiritual efectiva ¿Cuál es, entonces, la
relación del director espiritual con la Iglesia como comunidad de la alianza?
Podremos ver más claramente qué tiene que ver la dirección espiritual con esa
comunidad si miramos más de cerca qué ocurre en la dirección espiritual. Cualquiera
que sea la cosa que haga o reciba, el dirigido al menos comunicará a otro miembro de la
Iglesia algo de su relación con Dios. No mantiene su vida interior aislada del pueblo de
Dios. Se la confía a la persona del director espiritual. Lo que los directores básicamente
llevan a la relación con los dirigidos es su calidad de miembros de la comunidad cristiana
y su compartir la fe con esa comunidad. Tengan o no carismas especiales, sabiduría y
talento, dan la oportunidad para que el dirigido mire su relación con el Señor y abra un
camino a través de sus ilusiones con la ayuda de un compañero miembro de esa
comunidad. Aunque no digan nada, el hecho de que escuchen capacita al dirigido para
compartir su experiencia con la comunidad y para no cerrar esa experiencia en sí misma,
donde por falta de aire podría volverse frustrada y engañosa.
relación nunca se volverá una relación fraternal, que es la que hoy parece caracterizar a
la dirección más útil.
Es obvio que no todo cristiano merece la clase de confianza que la dirección espiritual
parece requerir. Puede ser menos obvio que no todos los ministros ordenados merezcan
tal confianza. Por ejemplo, un reciente estudio del Sacerdocio Católico Romano informó
que una amplia mayoría podía ser descripta de este modo:
Resulta claro que tales hombres tendrían graves dificultades al intentar ser la clase de
director espiritual visualizado en este libro, porque tienen sus mayores dificultades
precisamente en el área de las relaciones. No inspirarían confianza en gente
relativamente madura que estuviera buscando dirección espiritual. Por la descripción
anterior, parecería que estos hombres tampoco tienen una experiencia muy apropiada
de un Dios amoroso y así difícilmente podrán comunicar ese Dios a los dirigidos. No
existen datos comparables de otros grupos de los que se toman directores espirituales.
Tanto a hombres como a mujeres que compartan las mismas características que estos
sacerdotes subdesarrollados, se les debería disuadir de trabajar en dirección espiritual
hasta que hayan superado los retrasos de desarrollo que sufren, ya que la base de la
confianza en tales personas no puede ser su confiabilidad experimentada como
hermanos o hermanas que crecen en sus relaciones con Dios y con los demás.
La actitud contemplativa también lleva a los directores a creer que la luz vencerá a la
oscuridad en los otros. Han experimentado sus propios temores y oscuridad, sus propios
demonios, y también han experimentado el salvarse de ellos. Han experimentado a Dios
como el que ama primero -quien los amó cuando estaban muertos en su pecado - quien
los ama con toda su ambivalencia, con todo su amor y su odio, todas sus pasiones, sus
temores, su egoísmo y generosidad. Tales experiencias de Dios los han capacitado para
amarse y para cambiar. De este modo, tienen una actitud de confianza tranquila en que
Dios hará cosas semejantes por otros. En otras palabras, se han vuelto menos temerosos
de la gente real y sus lados más oscuros porque han experimentado a un Dios que ama y
salva a la gente real como ellos mismos, con verrugas y lunares.
Esta actitud no es todo optimismo exagerado, blando en cuanto a la gente. Aquéllos que
han tenido la experiencia propia como pecadores amados, han tenido precisamente la
experiencia de ellos mismos como pecadores. Tal vez casi se hayan sentido sobrecogidos
por la experiencia de sus propias tendencias malignas y la fuerza de sus temores. No se
hacen los ciegos ante tales tendencias y temores en ellos o en los otros. Pero han
experimentado que tal oscuridad no puede vencer a la luz, que "donde el pecado
abundó, tanto más abundó la gracia". "Saben donde están enterrados todos los
cuerpos", pero el conocimiento no ha destruido su esperanza.
Es necesario enfatizar que los dirigidos son gente real, y que como tales son justamente
tan variados, tan ambivalentes, tan atractivos y repugnantes como, por ejemplo, lo son
75
los mismos directores. La gente real puede ser ingeniosa y puede ser aburrida, a
menudo en una misma hora. Puede ser banal y puede estar inspirada. Puede estar
preocupada por cuestiones vitales y serias y por trivialidades. Puede ser alegre, y puede
ser sombría. En su vida de oración mostrará todas estas disposiciones y mucho más. Los
directores espirituales que quieran fomentar una relación entre esa gente y su Dios,
necesitan tener una "sobredosis de calidez".
¿Cómo se muestra esta "sobredosis de calidez", este amor por la gente tal como es, en
la dirección espiritual? Aparece en tres actitudes: compromiso, esfuerzo por entender y
espontaneidad. El compromiso es la disposición del director espiritual para ayudar al
dirigido a crecer en unión con Dios y de comprometer su tiempo, sus recursos y a sí
mismo con ese fin. El esfuerzo por entender significa que el director espiritual trata de
mantener una actitud contemplativa hacia el dirigido, trata de percibir cómo está
experimentando al Señor y a la vida.
¿Por qué es necesaria en los directores espirituales tal calidez? En primer lugar, la
dirección espiritual puede significar trabajo duro, a menudo no retributivo. Los
directores entran en profunda relación con mucha gente, y sus propios corazones se
muestran al desnudo una y otra vez. En situaciones cercanas a ello, sus propios fracasos
son magnificados y se exponen a que se los echen en cara en momentos de ira. Si tienen
éxito en ayudar a otros a ser libres delante de Dios y ante la vida, corren el riesgo de ser
culpados, a veces por gente con autoridad, de las consecuencias - especialmente las
consecuencias tempranas- de la nueva libertad que sus dirigidos han encontrado. Si no
tienen éxito en ayudar, corren el riesgo de ser considerados chapuceros. En
segundo lugar, los dirigidos deben experimentar ese compromiso, ese esfuerzo por
entender y esa humanidad honesta y espontánea para arriesgarse a confiarse a los
directores espirituales. La gente no manifiesta sus sentimientos espontáneamente.
Cuando busca la ayuda de un director espiritual, no sabe con certeza si cualquiera puede
76
ayudar o tiene interés en ayudar; una mujer lloró aliviada cuando se enteró de que un
director espiritual le ayudaría con la oración. Muchos no saben si sus pensamientos, sus
sentimientos, sus experiencias, valen el tiempo de otra persona o son inteligibles.
Temen ser considerados locos o ridículos. O pueden temer que lo que tienen que decir
pueda parecer "tan ordinario", "tan banal", "tan común". Necesitan sentir la calidez del
director, hasta para comenzar el proceso. Esta clase de calidez se muestra en la escucha
paciente, tal vez más que de cualquier otra manera. Estamos nuevamente en la actitud
contemplativa. La vida no parece dar muchas oportunidades para hablar con alguien
que realmente escuche y trate de entender. Todos parecemos tener demasiado
ocupadas nuestras mentes para prestar atención a la mayoría de la gente. Pero los
directores espirituales precisamente hacen que sea su profesión, la de escuchador, el
tratar de poner a un lado sus propios problemas, sus propios prejuicios, sus propios
deseos de tener un lugar en el sol de la conversación para ver el mundo a través de los
ojos de esta otra persona, para entender lo que siente y experimenta, y no juzgar.
No hay libros que le enseñen a uno a ser cálido, no hay programas de entrenamiento
que desarrollen la calidez. Para ser capaces de hacer esta clase de escucha los directores
espirituales ante todo deben ser gente cálida, interesada. Lo que Braatoy dice del
psicoanalista se aplica directamente al director espiritual:
Luego, dice que los institutos de psicoanálisis deben hacer todo lo posible para tamizar a
los candidatos para entrenamiento que no posean esta cualidad, Hacemos la misma
sugerencia para aquéllos que deban seleccionar potenciales directores espirituales.
Deben asegurarse de que el director potencial ame a la gente de una manera terrena,
honesta, sentida.
Los directores espirituales requieren confianza en sí mismos. Sin ello tienden a necesitar
constantemente que les aseguren que están haciendo las cosas correctamente. Están
constantemente ansiosos por la posibilidad de haber cometido algún error. Necesitan
demasiados signos tangibles de éxito y encuentran que los criterios interiores de
discernimiento son difíciles de usar con certeza. Les resulta difícil el tener que soportar
el a veces largo y penoso proceso de crecimiento que la gente atraviesa mientras recibe
dirección espiritual. También tienden a seguir las reglas y de esta forma impedir que los
dirigidos procedan según su propio paso. No inspiran confianza en dirigidos maduros.
El último párrafo no debería entenderse como queriendo decir que los directores
espirituales que tienen confianza en sí mismos no tienen a veces temores, aún
frecuentemente. Los directores espirituales con una buena dosis de experiencia
personal de oración saben que están entrando en terreno sagrado y lo hacen al menos
con algo de temor reverente y temen poder dar un traspié y fallarle al dirigido. Tales
sentimientos son, sin embargo, reales y apropiados, y no los incapacitan. En realidad, los
77
directores que no demuestren tal actitud (lo que uno podría llamar humildad) junto con
la confianza en sí mismos, parecerán temerarios a los dirigidos maduros y no ganarán su
confianza. La falta de confianza es un sentimiento debilitante que detiene, no por
admiración temerosa ante el Dios vivo, sino por egolatría, desconfianza de sí mismo y
temor a la vida. Aquellos que temen a la vida no pueden fomentar en otros una relación
abierta con el Dios vivo.
Aún suponiendo una calidez inicial, escuchar de la manera antes descrita no es fácil. Por
un lado, los directores espirituales pueden estar inmersos en una situación de intereses
conflictivos. Muy a menudo, no están sobre aviso de cómo ese conflicto afecta su
escucha. Pueden por ejemplo, verse actuando por el interés de aquéllos que vienen en
busca de su ayuda y sin embargo sentir alguna responsabilidad de proteger a una
tercera persona o a una institución. Por ejemplo, un director espiritual puede descubrir
que el dirigido, un estudiante de teología a punto de ser ordenado, es un cleptómano. El
director puede encolerizarse y comenzar a pensar en la forma de evitar que este
hombre sea ordenado, y de esta forma quedar incapacitado para escucharlo y averiguar
porqué está ahora mencionándole su dificultad.
Además, los directores espirituales, como todo el mundo, están todos muy ligados con
las costumbres e instituciones de la sociedad y variadas sub-sociedades culturales,
sociales, políticas y religiosas y por eso inconscientemente son sus agentes y de este
modo proclives a querer protegerlas de amenazas o aberraciones. El director espiritual
que esté totalmente exento de predilecciones es por supuesto una quimera. Sin
embargo, los directores pueden tratar de proteger a sus dirigidos de sus inclinaciones
mediante dirección espiritual personal, lectura y experiencia amplias, apertura a
diversos puntos de vista y supervisión competente.
Finalmente, para poder escuchar de esta forma, los directores deben estar
relativamente libres de temor ante emociones fuertes, sentimientos profundos,
experiencias misteriosas, y todo lo que es humano. Si un director no puede tolerar la ira
fuerte en él mismo o en otros, no será capaz de escucharla de sus dirigidos. Pronto no le
dirán acerca de sentimientos de ira en la oración, no porque no ocurran, sino porque los
dirigidos reconocerán consciente o semiconscientemente que tales sentimientos son
78
tabú en su presencia. El peligro es que ellos puedan trasladar esos tabúes a su relación
con el Señor y así expresarse selectivamente ante él.
Los directores deben ser también relativamente tolerantes ante experiencias dolorosas
en ellos mismos y en otros. El amor auténtico por sus dirigidos se manifestará en la
disposición de estar con ellos mientras sufren los dolores del crecimiento y no en tratar
de quitar ese dolor. Si pueden hacerlo, serán más capaces de escuchar y comunicar su
disposición de escuchar tal dolor.
Estas actitudes no son logros a los que se llega a fuerza de trabajo duro y atención
diligente a las responsabilidades. Más bien son dones por los que se debe orar y por los
que se debe estar agradecido. Más aún, no son realidades fijas y absolutas que uno
debe tener, sino ideales que deben ser deseados realísticamente. Ningún director
espiritual podrá nunca vivir de acuerdo a estos ideales todo el tiempo, tal vez no mucho
más que la mitad del tiempo. Los directores espirituales pueden estar deprimidos o
enojados o enfermos o preocupados, y ser incapaces de escuchar tan alerta y
cálidamente como ellos quisieran. Si sus actitudes básicas son calidez y confianza en el
Señor y en su habilidad y deseo de comunicarse, entonces podrán vivir con sus propias
fragilidades, pedir ayuda al Señor que está deseoso de su bien, y contar con la
humanidad y compasión de sus dirigidos para perdonar sus traspiés y recordar la calidez
subyacente.
No es fácil con uno u otro grupo de expectativas dejar que Dios sea el siempre mayor
que Él es, mayor que todas nuestras percepciones y suposiciones. A través de todo este
libro hemos sostenido que los directores espirituales como tales no son maestros. Sin
embargo, un dominio maduro e inteligente de la teología moderna ayudará a los
directores espirituales a poner las cosas de tal manera que sus dirigidos puedan dejar al
verdadero Dios relacionarse con ellos.
Un ejemplo simple: Muchos de nosotros crecimos con una visión algo esquizoide de la
oración. Por un lado, se nos exhortaba (y se nos dieron múltiples ejemplos de ello) a la
oración de petición. Dejábamos que Dios conociera nuestras necesidades y le pedíamos
que interviniera. Por otra parte, también se nos enseñaba que Dios era el omniscente e
inmutable, ambos atributos que tornan el valor de la oración de petición al menos
cuestionable. La mayoría de la gente resolvía el dilema en la práctica olvidando esta
última enseñanza. Pero la teoría de Dios que se nos enseñó, ha tenido efecto sobre la
oración de algunas personas y aún más, las ha llevado a abandonar la oración de
petición y otras oraciones dialogadas. Un director espiritual que entiende que los
presupuestos filosóficos basaron la teoría de Dios y que estos presupuestos filosóficos
no son revelados ni necesariamente verdaderos como fueron aseverados, podría ser
capaz de ayudar a que su dirigido intentara un tipo de oración que espera que Dios
reaccione y se interese. El director no necesita entrar en una disquisición teológica
sobre el tema; su conocimiento de teología le dará la confianza para sugerir el
acercamiento y para manejar cualquier objeción sin ponerse a la defensiva.
Si se entiende básicamente por dirección espiritual el dar indicaciones para vivir y orar
de forma correcta; entonces la persona del director y la profundidad de su fe y de su
vida de oración no son claramente tan importantes como lo son sus conocimientos y la
autoridad que tiene. Sin embargo, en la forma de entender la dirección espiritual que
proponemos, resulta claro que la persona del director es fundamental. Él o ella debe
estar en relación consciente con Dios y también debe relacionarse bien con la gente.
Para poder facilitar el desarrollo de la relación de otra persona con Dios, el director
espiritual (y todo el que ejerza un ministerio) tiene que ser un signo sacramental del
cuidado amoroso de Dios. Es cierto que Dios puede relacionarse con la gente sin la
mediación de nadie más y aún hacerlo a pesar de una meditación pobre; su forma
habitual es, sin embargo, a través de otras personas. Por lo tanto la calidad de los
ministros de la Iglesia es algo a tener muy en cuenta; no sólo su conocimiento es
fundamental sino su persona toda. Esto es especialmente cierto en el caso de los
directores espirituales: sus personas, su fe, esperanza y amor y su capacidad para las
relaciones resultan cruciales para el trabajo que hacen.
Así, la única autoridad que pueden tener es la de sus propias personas como gente que
pertenece a ese Señor y a su comunidad, y que parecen tomar en serio su propia
relación con él y con su comunidad. Como tales, otros miembros de la comunidad les
piden ayuda.
Al mismo tiempo, los directores pueden irse al otro extremo y hacerse tan
campechanos, tan "hermanos" o "hermanas" que den la impresión de no tener nada
que ofrecer a los dirigidos más que camaradería. La gente de Dios que busca dirección
espiritual espera más ayuda que ésta.
Así, la impresión inicial dada por los arreglos de oficina y maneras de aproximarse
deberían ser de deseos de ser compañero de viaje y de seriedad (sin que falte el humor
y la humanidad) en el ser compañero; no existen prescripciones netas para transmitir
esa impresión. Los directores espirituales que se ven a sí mismos como compañeros la
transmitirán. Aquellos que simplemente lo dicen de labios para afuera nunca lo podrán
hacer.
En el último capítulo dijimos que los directores espirituales necesitan una "sobredosis de
calidez" para ser efectivos. Cuando los directores acentúan los aspectos negativos o
sombríos de la experiencia de los dirigidos, pueden parecer más condescendientes que
genuinamente cálidos. Parece más fácil pintar las flaquezas y locuras de la gente que
enfatizar sus puntos fuertes, y también más divertido. Hemos notado que los oyentes se
sientan más erguidos cuando los disertantes describen el desenmascaramiento de la
resistencia y el desfile de flaquezas, pecados y síntomas ante sus ojos, ya sea que se
83
Encuentran en otras palabras, que la calidez les surge de lo que ven y oyen de los
dirigidos.
En realidad, se puede decir con seguridad que a menos que el director sienta calidez por
su dirigido debido a sus cualidades, la dirección no será una relación entre pares que
trabajan juntos. Tal calidez tal vez no se dé inmediatamente y puede -y debería- ir de la
mano con una visión realista del dirigido. Pero debe estar presente.
En la dirección espiritual, la mayor característica de los dirigidos que hace surgir esa
calidez no condescendiente es su deseo de desarrollar una relación más profunda con el
Señor. Este deseo se encuentra con la esperanza del director de poder ayudar a
fomentar esa relación. El director, en realidad, hace una alianza con el deseo del
dirigido. Ambas partes reconocen que el deseo existe y acuerdan trabajar juntas para
realizarlo. El dirigido espera que el director mantenga su alianza con ese deseo en él aún
cuando se resista con fuerza. La "alianza de trabajo"(i) en la dirección espiritual es, en
otras palabras, el aspecto de la relación entre director y dirigido que le permite a éste
continuar trabajando hacia la concreción de su objetivo en la búsqueda de dirección. Por
parte del director la alianza de trabajo es la expresión de la calidez por esa otra persona
que ha surgido de su deseo sincero de conocer mejor al Señor.
Toda ayuda hacia el crecimiento personal que no sea manipuladora o sobre protectora
depende de una alianza de trabajo. Por ejemplo, en psicoanálisis la alianza de trabajo se
basa en el "ego razonable"(2); en el asesoramiento Rogeriano en la tendencia a la propia
actualización; (3) en la terapia Rankiana en el deseo de salud. (a) Todos estos conceptos
parecen referirse a una realidad esencialmente similar en las personas, esto es, el deseo
-a pesar de su comportamiento a veces depresivo, neurótico y resistente- de vivir más
plenamente, con más honestidad y salud y menos dolor provocado por sí mismas. Este
deseo es el que hace posible la terapia y el asesoramiento. Es el que los hace seguir en la
tarea de vencer su resistencia al crecimiento y al cambio. De la misma forma, el deseo
de una unión más profunda con Dios mantiene a los dirigidos en la tarea de vencer su
resistencia. El deseo de un cliente, en realidad, lo mantiene en una situación donde sin
duda habrá resistencia, por ejemplo en terapia, tal como el deseo del dirigido lo
mantiene en la oración y en la dirección espiritual.
Debe ser un deseo poderoso que pueda mantenerse persistentemente ante la trama
intrincada y pesadamente defendida de los tipos de personalidad ¿Cuál es su origen? La
comparación con la dirección espiritual hace posible detectar una fuente común a
ambos deseos, ya sea que se lo reconozca o no; el Espíritu que habita del Dios viviente.
En otras palabras, la orientación hacia una mayor totalidad e integridad en aquellos que
buscan terapia y asesoramiento puede en última instancia tener el mismo origen que el
deseo de una más profunda unión con Dios en aquellos que buscan dirección espiritual.
La diferencia estaría en la comprensión reflexiva de la naturaleza de la fuente.
84
Cuando una persona "no religiosa", que ha buscado terapia porque quería una vida más
integrada y menos autodestructiva, empieza a creer en el misterio que llamamos Dios,
puede reconocer que desde su primer impulso hacia una mayor integración ha sido
empujada por el mismo Espíritu que ahora claramente grita "Abba, Padre"(6) pero que
aún entonces estaba intercediendo por él con suspiros demasiado profundos para
expresarlos en palabras.
Estas reflexiones nos llevan a la conclusión de que los directores espirituales se alían
conscientemente con el Espíritu que habita y con la expresión de ese Espíritu en el
deseo de los dirigidos de obtener "más" en la forma de vida y de unión con Dios.
Establecen esta alianza para ayudar a los dirigidos a vencer aquellos elementos que hay
en ellos que hacen la guerra al Espíritu. Lo hacen porque experimentan en los dirigidos
la fuerza que proviene del Espíritu, una fuerza que ha permanecido viva a pesar de
todos los miedos y la resistencia, la debilidad y el pecado que son realidades en ellos
tanto como lo son en los directores.
La persona y las actitudes del director que hemos discutido en el último capítulo son la
base percibida por la voluntad del dirigido de entrar en una alianza de trabajo con un
cierto director. Li dirigido confía en que el director cree en un Dios que quiere
comunicarse con él y también cree en la capacidad, inspirada por el Espíritu, del dirigido
para responderle a ese Dios.
En los campos del asesoramiento y de la psicoterapia los temas que ahora discutimos
aparecen como "establecimiento del contrato". (s) Preferimos el término menos formal
de "acuerdo" y notamos que este acuerdo puede tomar la forma de un compromiso o
promesa.
85
Cualquier acción del director que parezca negar el misterio, por ejemplo excluyendo a
priori algunas experiencias humanas de la relación con Dios ("No deberíamos enojarnos
con Dios") o directivas autoritarias ("Esta semana usted orará de rodillas ante el Santo
Sacramento") constituye una falla con respecto a la fidelidad a la alianza de trabajo para la
dirección espiritual tal como la entendemos y puede ser fatal para la relación en la
dirección. La posibilidad de escuchar, que tiene el director tiende a ser interferida por las
lealtades conflictivas. Éstas también pueden afectar la alianza de trabajo. Un ejemplo
puede ser clarificador: Una mujer casada con dos hijos pequeños ha venido a pedir
dirección espiritual a una monja que pertenece al equipo de la parroquia. Ha tenido una
vida de oración bastante sólida y quiere permanecer cerca de Dios.
Sólo puede hacer esto beneficiosamente para la dirección espiritual si tiene una alianza de
trabajo con la mujer y hace las preguntas en el contexto de esa alianza. La dirigida podrá
oír mejor las preguntas y también hablarle a Dios sobre ellas si sabe que la directora
86
Cuando se discute entre directores espirituales ejemplos como éste, alguien podría
preguntar ¿No tienen los directores espirituales la responsabilidad de recordar a los
cristianos sus obligaciones en los casos en los que los dirigidos están actuando en forma
contraria a las prácticas cristianas aceptadas? Nuestra respuesta debe ser matizada. En
primer lugar, el dirigido generalmente sabe que existe una discrepancia. En el ejemplo,
la mujer casada estaba desconcertada por la exultación que sintió cuando también se
sintió culpable.
La gente que viene en busca de dirección espiritual tendrá muchos deseos en conflicto.
El establecimiento de la alianza de trabajo la ayuda a examinarlos y ordenarlos. Sin
embargo, existen algunas actitudes y deseos en los dirigidos que pueden hacer que la
alianza de trabajo sea difícil de establecer.
En los últimos años la dirección espiritual se ha vuelto muy popular en algunas partes
del mundo. La alianza de trabajo podría verse obstaculizada por esta súbita popularidad.
Algunos podrían buscar la dirección porque es " lo que hay que hacer". A menos que la
motivación cambie, resulta imposible lograr la alianza de trabajo. También, cuando la
dirección es popular, ciertos directores pueden ganar buenas reputaciones. En esos
casos, a aquellos que no pueden conseguirlos les resulta difícil establecer una alianza de
trabajo con cualquier otro. El resentimiento oculto y la desconfianza en la capacidad del
director elegido en segunda opción pueden impedir el establecimiento de una alianza de
87
trabajo. La exploración honesta de estos sentimientos puede ser el único camino para
vencer esta dificultad.
Ahora bien, donde la dirección es popular y prontamente accesible, puede ocurrir que
sea buscada como substituto de otra cosa -un oído atento o un asesor, por ejemplo-.
Hay gente que ha buscado dirección espiritual porque no podía soportar la idea de
buscar asesoramiento o psicoterapia, o tal vez porque no sabía que lo que necesitaba
era justamente terapia. Pueden estar de acuerdo ostensiblemente en trabajar con
experiencias de oración pero estar realmente interesad. sólo en hablar de los problemas
que tienen con la familia, con la comunidad, con sus superiores, con el trabajo, con el
sexo, con la bebida.
Dios no quiere de gente libre una sumisión muda a una ley incomprendida. La
esperanza consiste en que al verse libre de una obligación incomprensible esa gente
pueda llegar a sentirse deseosa de orar. Nos encontramos con que la mayoría de la
gente después de una cuidadosa exploración desea profundamente orar, quiere
relacionarse con el, Señor, tiene realmente hambre de oración.
También les resulta una nueva experiencia el considerar la oración como un deseo
interior, no como una simple obligación impuesta desde fuera. La alianza de trabajo
tiene pocas probabilidades de poder establecerse si no existen el cuidado y la paciencia
necesarias para descubrir un deseo intrínseco de oración. En ese caso los dirigidos tal
vez no se den cuenta nunca de su propia libertad frente al Señor y frente al director
espiritual siendo esta libertad la única base sobre la que puede desarrollarse la
auténtica oración.
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Finalmente, a veces sucede (aunque es raro hoy en día) que hay gente que busca
dirección espiritual porque se lo ha ordenado o aconsejado alguien con autoridad sobre
ellos. La alianza de trabajo necesita que los dirigidos tengan una motivación interior
para la oración y la dirección espiritual. La gente que ha sido "enviada" a la dirección
espiritual necesita que se trabaje con ella con mucho cuidado al principio si es que se
quiere establecer una alianza de trabajo. En el caso más habitual la motivación puede
ser mixta, por ejemplo cuando se espera que un novicio o seminarista reciba dirección
espiritual y al mismo tiempo también la desea. Sin embargo, es necesaria aquí también
una discusión cuidadosa si es que se quiere desarrollar una alianza de trabajo libre.
Llegado este punto, al lector puede serle útil considerar un caso concreto en el que se
llega a un acuerdo sobre la dirección espiritual. Un sacerdote de cincuenta años ha
ganado fama como director espiritual. Un día recibe un llamado telefónico de otro
sacerdote que le dice que ha oído sobre su trabajo como director y que querría saber
cual es la posibilidad de dirigirse él mismo. Hacen una cita para encontrarse en la oficina
del director.
El sacerdote llega a la hora convenida. Después de una conversación inicial que les hace
sentir cómodos a los dos, puede haber una pausa y el potencial dirigido decir algo así:
"Bien, supongo que debería explicar porqué estoy aquí" o bien el director podría decir:
"Por teléfono usted me dijo que estaba interesado en dirección espiritual". ¿Cómo
continúa entonces la conversación?
Puede resultar de ayuda presentar un diálogo de ficción para que el proceso resulte más
concreto. Mostraremos dos diferentes formas de encarar la situación que el director
(Tom) puede adoptar al tratar al dirigido LES.
Diálogo 1:
Les: Creo que simplemente poder pensar las cosas un poco más, tal vez que me dé
formas de orar que me ayuden a volver a mi camino. Rezo el breviario casi todos los días
pero debe haber otras formas de orar que me puedan ayudar.
Les. Creo que sí. Tal vez quieran sugerirme algunos pasajes de las Escrituras por
ejemplo, que me ayuden a seguir andando. U otras formas de oración...
Tom: Bien, hemos hablado de sus experiencias pasadas. Tengo una idea bastante
acabada de cómo es usted y de su experiencia de vida. Parece ser que necesita una
renovación de su llamado ¿Porqué no toma el pasaje del comienzo de Jeremías donde
éste oye el llamado del Señor y empieza a decirle los sentimientos que ese llamado le
provocan? También puede tomar La última Cena del evangelio de Juan en la que Jesús
habla del sacerdocio y del ser discípulo ¿Hay otros que le parece que seria buena idea
tomar?
Les: No, creo que los que ya me dio me mantendrán ocupado un largo rato
Diálogo II:
Les: Bueno, he usado mucho el breviario y he sacado mucho de él. Encuentro que es una
buena forma de orar y lo hago casi todo el tiempo. Algunos días son mejores que otros.
No saco mucho de algunos pasajes.
Les: No lo creo, ninguno que recuerde ahora. Me gustan algunos Salmos y algunos
textos de San Pablo.
Tom: ¿Algunos pasajes que le describan a Dios mejor que otros? ¿O que describan la
forma en que usted siente que se relaciona con El mejor que otros?
Les: No puedo recordar ninguno en este momento. Tal vez San Pablo, pero no puedo
recordar ningún pasaje en particular.
Tom: ¿Si le preguntara cuál es su imagen más clara de Dios, la imagen que más lo atrae,
que me diría?
Les: Buena, podría ser la música. Gozo escuchando el estereo, oyendo música clásica. La
música me da calma y paz y me hace sentir en mi hogar. Me da calidez y me motiva.
Les. Si: siempre ha amado la música. Cuando era más joven me gustaba mucho la música
country, ahora es mucho más clásica -Bach, Beethoven. He conseguido reunir una muy
buena colección de discos.
Les: Me recuerda que no es una figura antropomórfica, que me rodea. Me dice que
quiere que sea apacible.
Tom: ¿Apacible?
Les: No lleno de preocupaciones por el trabajo y el futuro sino apacible. Termino un día
en el que he tenido muchas preocupaciones y pongo un disco. Esto es lo que Dios me
parece.
Tom: Podría ser una buena situación para empezar la oración, Les. Escuchándole como
le trae paz y luego permitiéndose reaccionar ante eso. Tal vez diciéndole como se siente
cuando Él le trae paz, cuando lo libera de su ansiedad.
Les: Podría sentirme un poco mudo en ese caso. ¿Usted quiere decir que le diga algo a
Él? Tom: Sí. Simplemente reaccionando a lo que Él parece ser para usted.
Les: ¿Qué tendría que ver eso con mis sentimientos de incomodidad y frustración?
Tom: Podría tener algo que ver. Me parece que tendría algo que ver con usted. Usted
siente que ver a Dios como música es una forma real de verlo.
Si puede reaccionar ante Él tal como se le aparece es posible que pueda hablarle de sus
otros sentimientos como su frustración y su incomodidad. ¿Le gustaría intentarlo?
Les: Es un poco raro para mí, pero bien sé lo mucho que necesito esa paz.
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En esta parte de la entrevista el director está interesado en la vida de oración que con
Dios. Mucho mejor es, por supuesto, si el deseo es el de profundizar una relación ya
explícitamente experimentada y nombrada, algo que la segunda forma de encarar la
cuestión saca a la luz. Tom y Les pueden ahora empezar a discutir con más precisión la
forma en la que trabajarán juntos.
Para ser realmente de ayuda, la dirección espiritual lleva tiempo, al menos algunos
meses, y a veces años. El período de tiempo será determinado por circunstancias de
vida tales como disponibilidad mutua de director y dirigido, la necesidad del dirigido y la
capacidad del director para satisfacerla y las vicisitudes de la relación entre el dirigido y
el Señor.
El dirigido tiene derecho a esperar confidencialidad de parte del director tanto como
atención a su crecimiento en la relación con el Señor. Resulta muy útil para el director
dejar aclarado que respetará la confidencialidad. Esta deberá ser muy estricta pero no
impedirá al director buscar una supervisión competente siempre y cuando se proteja la
identidad del dirigido. Es nuestra práctica habitual el hacer saber a los dirigidos que no
llenaremos nuestras fichas de evaluación o registros confidenciales sobre ellos para
terceras partes aún si los dirigidos mismos dan permiso para tales evaluaciones. Nuestra
intención es subrayar el hecho de que queremos servir a la relación del dirigido con
Dios.
De la misma forma, los dirigidos pueden enojarse y sentirse molestos con justa razón si
el director es interrumpido continuamente por llamadas telefónicas o golpes en la
puerta. Se pueden tomar medidas a menudo antes de la entrevista para que tales
interrupciones no sean necesarias. Si el director sabe que será interrumpido durante
una entrevista, puede explicárselo a su dirigido y disculparse de antemano. Si es
92
El dirigido será alentado a reservar tiempo para estar conscientemente con el Señor y a
prestar atención a lo que sucede cuando está con Él. Las experiencias que tiene en sus
momentos de oración serán el foco principal de las sesiones de dirección. Estos períodos
de oración deben ocurrir con cierta frecuencia y durar un tiempo determinado pero
cada uno debe descubrir cuál es su mejor ritmo. Más importante que la frecuencia o la
duración de los períodos de oración es la actitud con la que los dirigidos encaran el
tiempo que dedican a la oración. ¿Toman su tiempo tan seriamente como lo harían con
el de un amigo íntimo a quién quisieran conocer mejor? También puede ser de ayuda el
llevar un diario o cuaderno de notas en el que después de cada tiempo de oración se
anote brevemente lo ocurrido durante ese tiempo.
Además de intentos regulares de oración, ¿qué otra cosa puede esperar el director del
dirigido? Nos parece que sólo puede pedir el desarrollo de la libertad, o sea, que el
dirigido se encamine a una mayor libertad para dejar al Señor ser él mismo con él y a su
vez él ser él mismo con el Señor. Si pide cualquier otra cosa -que la persona alcance un
determinado nivel de oración, que se convierta en sacerdote o continúe siéndolo, que
siga casado, aún que él o ella sea una buena persona- lo hace corriendo el riesgo de
confundir sus propias expectativas con las del Espíritu y por lo tanto de interferir la
acción del Espíritu. Si, en cambio, implícitamente sólo pide libertad y permite que ésta
se desarrolle al propio ritmo de la persona y del Señor, esta expectativa crea una
atmósfera alentadora y desafiante para la dirección, sin presuponer resultados
específicos.
Ésta es una expectativa pragmática. El director no le pide al dirigido que sea más libre de
lo que éste quiere ser, pero ve el crecimiento de la libertad como la atmósfera necesaria
para la dirección. Si el dirigido no quiere más libertad en este momento de su vida debe
al menos ejercer su libertad terminando con la dirección, ya sea rompiendo contacto
por completo o reemplazándolo con otra cosa, tal vez alguna otra forma de cuidado
pastoral tal como una oreja disponible ocasional o una sesión de aconsejamiento, por
ejemplo.
Otro factor que necesita aclaración es la cuestión de las tarifas. Puede ser un tópico para
la controversia y resultar muy delicado. Nuestra costumbre es no aceptar tarifas por la
dirección espiritual. Nos parece que es éste un ministerio que debería estar disponible
para cualquier cristiano sin preocupaciones de costo. Ya que la dirección espiritual no
es, para la gran mayoría de los directores, una ocupación de tiempo completo, puede
habitualmente ofrecer este servicio gratis. Reconocemos que no todos estarán de
acuerdo con estas afirmaciones y también nos damos cuenta de que pueden aducirse
razones de peso en favor de la tarifa. Sólo estamos diciendo lo que practicamos y cual es
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nuestra preferencia. Si se espera una tarifa, sin embargo, el director debería aclararlo y
hablar de ello con el dirigido.
Si no se espera nada también debería mencionar este hecho. El dinero puede ser un
tema espinoso y la incertidumbre sobre lo que se espera puede molestar al dirigido.
Los elementos del acuerdo están todos más o menos explícitos a esta altura de la
entrevista inicial. Se le debería dar ahora al dirigido algún tiempo para evaluar lo que se
ha dicho. Aún cuando se sienta listo para tomar la decisión de dirigirse resulta prudente
alentar la reflexión antes de que finalmente se decida. Está por dar un paso decisivo
para empezar lo que puede convertirse en un "viaje oscuro y peligroso" (aunque su final
es Rivendell)(io) T. S. Elliot lo dice así:
Es bueno insistir en que haya reflexión antes de tomar la decisión. La insistencia deja
aclarado que el dirigido tiene una libre elección que hacer. Resulta fundamental que se
dé cuenta de su libertad desde el principio. Si existe una atmósfera de creciente libertad
y se la ve como lo único que el director le pide al dirigido, la dirección no se estancará a
causa de las expectativas del director y se evitará el riesgo de la programación. Ayudará
a la persona, en otras palabras, a abrirse de forma alerta y voluntariosa al Dios viviente,
impredecible y no a ningún plan finito de oración.
En conclusión, la forma en que uno concibe la relación entre director y dirigido deriva
del concepto que se tenga de la dirección espiritual. Porque concebimos la dirección
espiritual como una ayuda dada a otro cristiano para fomentar su relación con el Señor,
es que creemos que la relación entre director y dirigido es de compañerismo. Se
desarrolla así una clase muy especial de alianza de trabajo basada en el acuerdo de que el
dirigido trabaja para lograr lo que quiere, una relación más cercana con el Señor.
94
Junto con las dificultades habituales que implica cualquier relación personal, sin
embargo, hay otras dificultades que surgen en la dirección espiritual precisamente
porque el objetivo de la dirección espiritual es el crecimiento del dirigido. Estas
dificultades especiales impiden ese crecimiento y por esa razón merecen particular
atención.
Uno de los métodos más efectivos para resistirse al crecimiento de la relación con el
Señor es distorsionar la realidad del director. Al empezar la dirección, el dirigido percibe
al director como una compañía útil, ahora, en cambio, organiza su percepción de tal
modo que el director le parece un capataz rígido, una madre cariñosa, o alguna otra
figura de su pasado. Esta organización no está hecha conscientemente pero, sin
embargo, puede ser real y afectar poderosamente la oración contemplativa del dirigido.
En psicología esta distorsión de la percepción se ha denominado "transferencia". Se la
puede definir como una reacción basada en la semejanza del director a una imagen
derivada de la propia niñez.
Será importante, aún crucial, para el guía en la dirección, tratar de ayudar a la persona a
mirar esta interferencia. Podría decir, por ejemplo "No has hablado en las últimas dos
semanas del modo en que el Señor pareció estar actuando en tu oración hace unas
pocas semanas. ¿Ha estado sucediendo algo más?. O podría preguntar, si la plegaria ha
sido inconducente durante un tiempo, "¿Recuerdas la última vez que rezaste y que el
Señor no pareció presente y activo? ¿ Cómo te parecía Él entonces?, ¿Piensas que Él
todavía quiere estar del mismo modo contigo?": El director, por lo tanto, le pide al
dirigido que identifique la corriente principal de su plegaria y que hable de sus
reacciones presentes en ésta. De este modo establece un contexto dentro del cual la
reacción de transferencia puede ser discutida a propósito.
Creemos que muchos tipos de terapia y asesoramiento implican una dinámica similar, si
es que su objetivo es permitirle al cliente, a través de esta relación (de asesoramiento o
terapia) desarrollar modos más apropiados, maduros y plenos de ser y de relacionarse
con la gente y el mundo. Nosotros incluiríamos entre dichas terapias y asesoramientos
las formas más mediadoras del cuidado pastoral. La relación con el asesor, terapeuta,
ayudante, sacerdote, o ministro es el vehículo a través del cual la persona aprende un
modo nuevo y más reconfortante de ser humano, de vivir, de mirarse a sí mismo y a los
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otros, es decir, aprende un nuevo esquema yo-otros. Las diferencias entre las distintas
teorías cuyo fin no es la manipulación, sin embargo, nos dicen que el crecimiento en
libertad parece no depender de la dinámica en sí, sino de la profundidad en la que han
sido fomentados los fenómenos de transferencia. La transferencia, en otras palabras,
está siempre presente en el asesoramiento y la terapia, es muy variada la profundidad
de la regresión fomentada en las distintas teorías.
Ahora nos referiremos a algunas de las condiciones que fomentan la regresión que la
transferencia representa, para que los directores espirituales puedan entender mejor su
propio papel como tales.
Cuanto más ambiguos sean los asesores y terapeutas, más se relacionarán con ellos sus
clientes a partir de sus propias experiencias pasadas. (s) Cuanto menos conozco sobre ti,
sobre tus expectativas, sobre tus reacciones hacia mí, más te contaré basándome en mi
experiencia pasada, ya que no tengo otra cosa con qué seguir. Algunos terapeutas se
muestran muy ambiguos, otros mucho menos. Los psicoanalistas clásicos son
probablemente los más ambiguos de todos, parecen "pantallas en blanco", en las cuales
los clientes pueden proyectar su experiencia pasada. Se sientan detrás de sus clientes
para que no puedan ver sus caras. Dan sólo una regla básica para lo que el cliente debe
decir: "Di cualquier cosa que venga a tu mente". Nada podría ser más ambiguo como
requerimiento. Tratan de no influenciar las "asociaciones libres" de sus clientes
mediante alguna indicación de que algunas asociaciones son buenas, otras menos.
dirigidos cómo reaccionan y sienten. Al mismo tiempo, deben estar atentos al acuerdo y
a la alianza de trabajo que tienen con sus dirigidos. Los dirigidos vienen a los directores
en busca de ayuda con su oración y no por amistad. Más aún, la experiencia del director
no debe volverse normativa para el dirigido ni debe ser tan forzadamente ofrecida que
retarde el desarrollo del sentido de identidad religiosa propio del dirigido. Una amplio
autodescubrimiento por parte del director puede ser un signo de transferencia opuesta
o de no entender lo que la dirección espiritual significa. Lo cierto es, sin embargo, que
los directores espirituales son mucho más compañeros que las "pantallas en blanco" en
que los psicoanalistas se convierten.
Los directores espirituales generalmente se encuentran con sus dirigidos a lo sumo una
vez por semana y frecuentemente menos a menudo. En consecuencia, es menos
probable que ocurra la profundidad e intensidad de las reacciones de transferencia que
se desarrollan cuando los encuentros son más frecuentes. El retiro dirigido individual, y
especialmente el retiro dirigido de treinta días, es un caso especial, debido a que el
dirigido se encuentra con el director diariamente para hablar sobre experiencias en la
oración y para recibir ayuda en el entendimiento de lo que está sucediendo en la
oración. En estas circunstancias es más probable que ocurran reacciones de
transferencias más fuertes que en las direcciones espirituales ordinarias. Para el retiro
dirigido de treinta días es necesaria una preparación especial. Teóricamente sólo los
directores con más experiencia y bien supervisados se comprometen en dichos retiros, y
la supervisión durante ellos es particularmente importante. Los que hacen estos retiros
deberían ser seleccionados cuidadosamente por su madurez relativa y su comprobada
capacidad para orar de un modo contemplativo.
Sin embargo, debemos decir que las reacciones de transferencia hacia los directores
espirituales son inevitables, siendo uno de los vehículos usuales para la resistencia al
proceso de contemplación en la oración. Los directores tienden a ser vistos como figuras
99
Las reacciones de transferencia también están marcadas por una fuerte ambivalencia. El
dirigido, al mismo tiempo, depende y desaprueba al director. Como resultado, las
reacciones de transferencia son frecuentemente caprichosas; si el director se pregunta
casi de un momento al otro cuál es la actitud del dirigido hacia él y hacia la dirección del
proceso, puede sospechar que existe transferencia. El director también tiene una buena
razón para sospechar de que hay transferencia, cuando el dirigido emplea la mayor
parte de su tiempo de oración o la mayor parte de su tiempo de dirección espiritual en
la relación con el director. Puede ser, por supuesto, que el director debido a sus propios
errores y a su transferencia opuesta haya provocado esto. Pero si no ha sido
responsable de las reacciones, excepto por hacer bien su trabajo y por lo tanto
permitiendo la resistencia para que Dios venga al pensamiento, entonces tiene razones
para pensar que las reacciones de transfereac5a están sucediendo porque el dirigido no
está prestando atención a lo que él quería de su dirección espiritual.
¿Cómo tratan los directores espirituales con las relaciones de transferencia?. Los análisis
rápidos y la jerga técnica no son útiles, por ejemplo: "Debiste haberte enojado con tu
padre", "eso suena a transferencia" o "bueno, tú sabes que semejantes reacciones de
amor son irreales y que no están dirigidas en realidad a mí, yo sólo soy el blanco porque
te estoy ayudando". El otro extremo sería ignorar por completo las reacciones de
transferencia y preguntar: "¿Cómo ha sido tu oración? o ¿Has llevado estos
sentimientos (de amor o de ira) al Señor?". Tales reacciones parecerán defensivas y sin
duda lo son.
El director debe ante todo estar alerta a sus propios sentimientos. Probablemente ella
esté, de alguna manera, adulada por el afecto. Si tiene sentido de perspectiva y humor y
una suficiente gratificación en su propia vida, sentirá la incongruencia e impropiedad de
101
Éste era un hombre devoto, pero tenía una vida de oración muy poco desarrollada.
Cuando se dio cuenta de que después del fallecimiento de su esposa (Kate) no podía
orar, temió estar perdiendo su fe y su interés por la vida. Sintió que debía hacer algo
para remediarlo, al menos por sus hijos. Gradualmente, Dave fue capaz de desarrollar
un tipo de plegaria contemplativa, en la que aprendió a escuchar al Señor y a expresarle
sus inquietudes. Al principio encontró gran consuelo en su plegaria. Sentía el gran
interés y cuidado de Dios hacia él y sus hijos. La frase de Isaías 40 "Él consuela, consuela
102
John trata de explorar los sentimientos de Dave, pero sin ningún provecho, y siente una
ira creciente de parte de Dave. "¿Pareciera que estuvieses enojado conmigo DaveT' "No,
no estoy enojado, pero desearía que dejaras ahora mismo de fastidiarme con todas
estas preguntas". "Yo no quiero fastidiarte, Dave, sólo pensé que esto podía ayudarte a
observar más tus sentimientos en tu oración". "Te entiendo, pero ahora estoy
demasiado molesto como para concentrarme y tus preguntas me están haciendo
enfadar más". La reunión termina poco después. John no sabía qué hacer y aún se
preguntaba sí había sido muy entrometido. Luego de consultarlo, sin embargo, se sintió
mejor sobre su acercamiento y menos inclinado a echarse la culpa.
Dos semanas después, Dave regresa. Resulta obvio para John que está muy enojado y
molesto. El diálogo es el siguiente:
Dave: No estamos llegando a nada. Siento que te estoy haciendo perder el tiempo. He
decidido abandonar esto.
Dave: Sólo porque puedes sentarte sobre tu trasero aquí todo el día y leer libros sobre
oración y tener tiempo libre para orar, no te da derecho a mirarnos con desprecio.
Dave: ¡Vamos¡ Sólo porque estoy ocupado y me distraigo en la oración, tu actúas como
si yo fuera un cavernícola. Todas esas malditas preguntas sobre la ira. Bueno estoy
enojado contigo y con todas tus santas actitudes. ¿Qué sabes de lo que significa perder
a tu esposa y tener que criar a dos hijos y trabajar duro en la oficina?
John: Obviamente estás muy enojado conmigo, Dave. Y pareciera que sientes que mis
preguntas o pruebas sobre tu ira son una humillación. ¿Puedes decirme qué es lo que te
da esa impresión?
Dave: ¿Para qué me estuviste preguntando sobre la ira? Aún si estuviera enojado, ¿qué
tiene eso de malo?
John: Déjame asegurarte que no te estuve preguntando sobre la ira para humillarte.
Puedes no creerme, pero yo sé que no sentí ningún tipo de discernimiento negativo.
Pensé que sentía ira en tu voz, y me preguntaba si estabas enfadado por algo. Pero
pareces haber tomado mi pregunta como un juicio sobre ti.
Dave: Sí, lo hice. Fue como si hubieras dicho: Sé hombre, toma tu cruz y cárgala.
John: Bueno, no sé de donde vino esto, porque yo no lo sentí. Pienso que debiste haber
estado enojado con Dios o con la vida y tuviste todo el derecho de estarlo. Y si estuviste
enojado y no lo sabías o no podías expresarlo, pienso que ésa debió ser la razón de tu
frialdad.
Dave: ¿Pero como se puede estar enojado con Dios? Mira todo lo que Él ha hecho por
mí. Pero te cuento, mientras hablamos, yo comienzo a sentir un poco de ira. Siento
como si me hubieran dejado solo cargando el bolso. Tengo que seguir trabajando, me
siento totalmente sólo, y tengo que cuidar a mis dos hijos. Pero ¿Quién soy yo para
echar culpas?. Me siento como un maldito tonto enojándome con Kate, pero para
decirte la verdad siento que me dejó plantado. Y ¿dónde diablos estaba Dios para
consolarme cuando realmente lo necesitábamos?
El ejemplo está resumido, pero tales reacciones ocurren. El director pudo haberse
enojado y peleado con Dave y pudo haberse puesto apologético sobre su tendencia a
entrometerse. En ambos casos, nunca hubiese podido descubrir qué era lo que
realmente estaba perturbando a Dave. En el ejemplo, no está abrumado con su ira. En la
vida real, probablemente se hubiese tomado más tiempo para explorar la ira de Dave
hacia él. Pero se da cuenta de que la ira es inapropiada, mantiene su calma y la alianza
de trabajo y ayuda a Dave a mirar hacia su ira y a buscar el verdadero origen de ésta.
Ahora puede claramente ayudarlo a expresarle esos sentimientos directamente al
Señor. Es evidente que Dave se enfrentó a un escalón nuevo. Su habilidad para manejar
su reacción de transferencia, sin embargo, ayudó a Dave a tomar el siguiente escalón.
Los directores espirituales son, ante todo, seres humanos. También, por lo tanto, no
serán inmunes a trasladar (o transferir) problemas no acabados desde sus vidas
pasadas, especialmente desde su niñez, a sus relaciones con las personas en el presente.
Serán especialmente proclives a hacerlo en aquellas situaciones que pongan a prueba
sus propias personalidades. Los directores espirituales descubren que el trabajo de
dirección, especialmente con ciertos dirigidos, los pone cara a cara con su propia
104
Una de las características más problemáticas de las reacciones es que pueden no ser
notadas durante un largo tiempo. Muchos directores espirituales no buscan la
supervisión. El sacerdote del ejemplo pudo no haberse visto obligado nunca a
reflexionar sobre su reacción. El hecho de que la mujer no regresara a la dirección
puede ser visto por el director como un signo de que ella es orgullosa y no puede
encarar una confrontación honesta. Aún si el director está siendo supervisado puede,
muy inconscientemente, evitar hablar sobre este caso porque hay otros "más
interesantes" que ha tenido ¿y quién puede culparlo?. El tomar conciencia de las
reacciones de contra transferencia trae aparejado dolor y ansiedad. Pero, como hemos
visto, el dirigido sufre y también lo hace de una forma más sutil el director que evita la
verdad.
Debe quedar claro que no todas las reacciones hacia los dirigidos son de contra
transferencia. En los directores pueden darse emociones tales como afecto, calidez,
enojo y tristeza y en ese caso ser necesario manejarlas. Las reacciones que llamamos
contratransferencias, sin embargo, son a la vez fuertes y desproporcionadas tales como
una depresión que lleva un día de duración y es disparada por el cartero que nos dice
que nos hemos olvidado una estampilla. Esas reacciones nos indican que los propios
conflictos emocionales no resueltos del director están interfiriendo con la dirección
espiritual. Ninguno de nosotros es inmune a tales reacciones especialmente.en un
trabajo que llega a las más profundas fuentes de nuestra lucha con el Misterio. Es ésta la
razón básica para buscar una supervisión competente, que nos permita reflexionar
honestamente en lo que estamos haciendo y por qué lo hacemos.
¿Qué pueden hacer los directores para proteger a sus dirigidos de las reacciones de
contratransferencia? Es muy útil reflexionar sobre las reacciones propias después de
cada sesión de dirección espiritual y especialmente tomar cuidadosa nota de las
reacciones afectivas usuales tales como fuertes enojos, calidez o ninguna respuesta
afectiva en absoluto. También pueden los directores notar si el foco de la sesión ha sido
105
la experiencia de oración. Tal reflexión puede darles el material para una discusión
supervisora sobre su propio trabajo. De vez en cuando, también, pueden revisar la lista
de sus dirigidos para ver si están evitando una discusión supervisora sobre la relación
con cualquiera de ellos. Si esto ocurre, puede ser un signo de que hay una dificultad en
la relación. También pueden examinar sus propios sueños y ensueños a veces, para ver
si aparece allí algún dirigido. El propósito de tal auto-examen no es descorazonarse sino
estar abiertos a detectar posibles puntos ciegos o resistencia.
Por último, si la directora no puede lograr una alianza positiva con el dirigido, debe por
el bien de éste (y tal vez por el de ella misma también) tratar de persuadirlo a ir a ver a
otra persona. En ese caso debe dejar claro que ella es, al menos en parte, culpable de la
interrupción producida. Pero es importante recordar que estamos hablando ahora de un
caso en el que la directora ha reconocido sus propios problemas de contratransferencia.
Los directores no deben acusarse de dificultades personales fantasiosas si ven que el
problema reside realmente en la falta de voluntad del dirigido de utilizar la dirección
espiritual para su crecimiento y desarrollo.
El mejor criterio que los directores pueden usar como medida para determinar si sus
sentimientos hacia los dirigidos son apropiados o no, es la pregunta: ¿Son estos
sentimientos acordes con el desarrollo de su propia actitud contemplativa hacia Dios y
hacia sus dirigidos? La actitud contemplativa hacia las descripciones de los dirigidos de
lo que está sucediendo en su oración, es esencial para la buena dirección. Cuando esta
actitud es interferida, los directores deben buscar las razones de tal interferencia.
Podría ocurrir que estuvieran resistiendo a una nueva experiencia de Dios al escuchar a
un dirigido, o también estar sintiendo el efecto de conflictos emocionales no resueltos.
106
Los directores necesitan hacer todo lo que sea necesario para poder mantener su
actitud contemplativa si se dan cuenta de que corren el riesgo de perderla.
107
Hemos remarcado que la relación con Dios es el hecho central de una vida espiritual
cristiana, y que para desarrollar esa relación es que la persona se acerca al director
espiritual en busca de ayuda. Al hacerlo, entra en una relación con el director cuyo
propósito es facilitar la relación con Dios. Estas afirmaciones son bastante simples y las
relaciones que describen también parecen serlo. Básicamente lo son. Pero las relaciones
entre personas nunca son estáticas. Cambian. Pueden crecer -hacerse más amplias, más
ricas, más nutritivas-. También pueden debilitarse -hacerse pálidas, atenuadas, confusas
y sin objetivos-. Estos cambios son, a veces, el resultado de una reflexión consciente y
de una elección deliberada, Pero frecuentemente se producen sin que reconozcamos los
factores responsables de los cambios que están ocurriendo.
Los supervisores, al igual que los directores espirituales, son seres humanos y tienden
por ello a ser rutinarios en la forma en que estructuran o esquematizan realidades
similares. Si bien la rutina es el pequeño demonio de las mentes pequeñas también es la
forma en la que inconscientemente parecen trabajar todas las mentes. Si veo a la
dirección espiritual como dar consejos, la supervisión será también para mí un proyecto
de dar consejos. Si la dirección espiritual significa para mí ayudar a que el dirigido saque
conclusiones de su experiencia de vida, especialmente en la referente a su relación con
108
Dios, también entonces la supervisión tenderá a ser una exploración de las experiencias.
En realidad, la forma en la que se haga la dirección espiritual será la misma en la que se
hará la supervisión de la dirección espiritual. No debe sorprender entonces que nuestra
visión de la supervisión tenga afinidades con la que tenemos de la dirección espiritual.
Así como consideramos la experiencia religiosa del dirigido como la materia prima de la
dirección espiritual, así también vemos la experiencia de los directores espirituales
como la materia prima de la supervisión:- Si el director espiritual no quiere ayuda para
llegar a ser un director competente, él y su supervisor deben concentrarse en lo que
ocurre entre él y sus dirigidos durante la dirección espiritual o sea, en la experiencia que
el director ha tenido al dar dirección espiritual.
La cuestión del foco es tan importante para la supervisión como lo es para la dirección
espiritual, y por la misma razón. Si los directores espirituales no hacen que su foco sea la
experiencia religiosa de sus dirigidos, esta área de la experiencia, tan íntima y
desafiante, será por lo general dejada de lado en sus conversaciones. Otras áreas de la
experiencia de vida, y especialmente las problemáticas, ocuparán su tiempo. Los
dirigidos pueden recibir.ayuda en estas áreas, pero pueden no desarrollar una relación
personal más profunda con Dios. Así también, si los supervisores, no se concentran en la
experiencia misma de dar dirección, esa experiencia recibirá poca atención.
Existe al menos otra similitud entre la supervisión y la dirección misma. Así como la
dirección dirige la vida de fe del dirigido así también la supervisión dirige la vida de fe
del director espiritual. En la dirección espiritual el director se concentra en las
experiencias del dirigido con el Señor y en su resistencia a esas experiencias. De la
misma forma, el supervisor de un director espiritual se concentra en las experiencias del
director como tal y las creencias vividas que dan color a sus respuestas al dirigido.
Cuando los directores piden supervisión pueden hacerlo con muchos propósitos
diferentes. Pueden estar perplejos por un dirigido en particular, pueden necesitar
sentirse seguros de que están haciendo bien su trabajo, pueden también
semiinconscientemente, querer averiguar como dirigiría el supervisor a una
determinada persona. Creemos que todos estos propósitos, aunque tal vez legítimos y
aún alcanzables en una relación de supervisión, son periféricos con respecto al tema
principal. El propósito básico de la supervisión es el crecimiento personal del director
espiritual como tal. Es por eso que los directores que buscan supervisión en este modelo
no están en el fondo pidiendo ayuda en la técnica o en el diagnóstico espiritual o en el
uso apropiado de textos de la Escritura. Están pidiendo ayuda para convertirse en
alguien.
Los directores que están en esta situación, se abren así al desafío y al crecimiento y
encaran este cometido con cierto temor. Cuando presentamos nuestro trabajo, pero
especialmente cuando nos presentamos nosotros mismos, para ser examinados por
otros, nos estamos poniendo en la línea de fuego y nadie con sentido común puede
hacerlo sin sentir algo de temor de ser hallado deficiente. Si además el supervisor tiene
la autoridad para aprobar o reprobar a los directores en un programa de entrenamiento,
la ansiedad se hace aún mayor. Al mismo tiempo, para que la supervisión sea útil en
109
ayudar a los directores a ser más competentes, éstos deben correr esos riesgos y
presentar su experiencia tan honestamente como sea posible. Obviamente los
directores que lo hacen necesitan tener mucha confianza en el supervisor, en sí mismos
y en el Espíritu que da vida.
Este tipo de supervisión requiere, sin duda, confianza de ambas partes. Los supervisores
deben confiar en la capacidad. y en el deseo de sus supervisados de desarrollarse como
facilitadores, con conocimientos, competentes y seguros de sí mismos, de las relaciones
de otra gente con Dios. Si no desarrollan esa confianza (al menos más confianza que
desconfianza) durante las etapas iniciales de la supervisión, posiblemente comuniquen
su negatividad al menos con su actitud cuando no lo hagan además abiertamente con su
comportamiento. Pueden cuestionar, con enojo a los supervisados o hacer notar
fríamente los errores. Los supervisados no los sentirán de su lado sino más bien como
oponentes o jueces. Aunque ninguno de estos sentimientos sea abierto o aún detectado
por otra persona la atmósfera que crean será, al menos, nociva para el crecimiento. En
tales circunstancias, algunos directores espirituales bajo supervisión tienden a dudar
cada vez más de sí mismos, les aterroriza la supervisión y dudan de su capacidad para
dar dirección espiritual. Otros reaccionan con ira y una postura de defensa propia ante
el supervisor. En cualquiera de los dos casos, el crecimiento como director se logró sólo
con dificultad y la supervisión no es el vehículo para su crecimiento.
Hacemos bien en recordar que las personas crecen y cambian como tales a través de las
relaciones con otros y que la amplitud del crecimiento depende de la calidad y-
profundidad de la relación considerada. El crecimiento como director espiritual no
puede ser superficial; debe echar raíces en el meollo de la persona, en el corazón, en
ese centro en el que los directores se encuentran con Dios y con los demás con más
intimidad. Deben desarrollarse como personas cuyos corazones están abiertos y saben
discernir, cuya fe, esperanza y amor son casi tangibles. Para desarrollarse de esta
forma, deben relacionarse en profundidad con Dios y con su supervisor también. Deben
arriesgarse a exponer las fuerzas y las limitaciones de sus corazones, sus mentes, su fe,
su esperanza y su amor por el supervisor. Nadie lo hace con ligereza; un director sólo
puede desarrollar gradualmente esa confianza en otro ser humano. Es por ello que el
supervisor y el supervisado deben darse mutuamente tiempo para poder desarrollar
esta clase de confianza. Además, el logro de una relación de confianza en profundidad
no es algo eterno. Esa relación está viva, se mueve y se desplaza cuando se tocan
nuevos niveles de confianza y desconfianza. Pero su orientación general, para ser útil,
debe ser hacia una confianza más profunda.
Cada relación de supervisión será diferente precisamente porque las personas son
diferentes; la forma en que dos personas interactúan es única. Ante un supervisado, un
110
supervisor puede actuar de forma más bien pasiva y no ver la necesidad de intervenir
con frecuencia debido a que el supervisado conoce bien su experiencia y puede
compartirla con facilidad. El supervisor puede pasar más tiempo ayudándolo a
comprender el significado de su experiencia. Con otro supervisado, puede tener que
trabajar de modo muy diferente, interviniendo con frecuencia con preguntas acerca de
gestos, palabras, sentimientos, debido a que el supervisado no se da mucha cuenta de
ciertos aspectos de su experiencia. También puede ocurrir que cierto tipo de
supervisores (por ejemplo los más intuitivos) sean más apropiados para supervisar a
cierto tipo de directores espirituales (por ejemplo los más racionales) debido a que
resultan complementarios. Ya sea esto cierto o no, lo innegable es que cada relación de
supervisión es única.
Puede resultar útil la siguiente descripción ficticia del proceso de crear una alianza de
trabajo.
El supervisor (John) y la supervisada (Rose) se conocían muy poco entre ellos antes de
iniciar el año de supervisión, pero ambos habían oído informes positivos del otro. Al
comenzar el año participaron en un -fin de semana de experiencia de fe anterior a la
elección de supervisores. John recuerda: “Me impresionó el coraje de Rose al enfrentar
a sus demonios y sus deseos para habla’ d Dios en lo concreto”. Rose dice “Me
sorprendió ver llorar a John, y me quedé muy impresionada por eso y por la forma
simple en que hablaba de Dios” Después de haberlo elegido como supervisor, Rose le
dijo a John: “Lo elegí como supervisor por otra razón también: me parece que es la clase
de persona que confronta los sentimientos directamente y yo necesito esa clase de
ayuda. No sé expresar muy bien mis sentimientos” Esta clase de coraje y honestidad
ayudaron a John a confiar en Rose y-a mostrarse tal cual es con ella. En -su primer
encuentro compartieron estas razones para querer trabajar juntos y también las
expectativas que cada uno tenía del otro Coincidieron en que su tarea conjunta era
ayudar a Rose a desarrollarse como
111
John: Era importante que nos pusiéramos de acuerdo en este propósito. Hay.muchas
veces en que preferiría hacer otro trabajo o ver un partido de pelota o soñar despierto.
A veces es duro hacer el trabajo de supervisión. Sin este firme acuerdo con Rose a
menudo hubiera evitado cortésmente las preguntas duras y las áreas delicadas.
Rose: Fue muy importante para mi, especialmente en los comienzos, que hubiéramos
explícitamente acordado en nuestro propósito. John tenía que estar recordándomelo
porque yo seguía buscando técnicas y textos de la Escritura para sugerir a los dirigidos.
Me llevó cierto tiempo darme cuenta de que el objetivo verdadero era mi crecimiento
personal como directora espiritual y la confianza en mí misma como tal. Tenía miedo, al
principio, de exponer mi propia experiencia de dar dirección.
Rose: -Podía sentir esa impaciencia y también sentí que era demasiado metido y directo.
Su franqueza al expresar sus sentimientos me desafiaba y a la vez hacía que le tuviera
miedo. A pesar de estos sentimientos negativos, continuaron creciendo en su confianza
mutua, una confianza que descansaba en la alianza de trabajo que empezó a forjarse en
la experiencia de fe compartida y en el encuentro inicial. Ambos sintieron que la-alianza
de trabajo se solidificó en una sesión que tuvo lugar alrededor de la sexta semana (Se
encontraban- semanalmente durante una hora)
John: Rose estaba hablando sobre una dirigida que sentía mucho dolor por su vida y por
su relación con Dios. Hablaba con tranquilidad y sin emocionarse sobre su experiencia
con la mujer, pero sentí que tenía fuertes sentimientos de preocupación por ella.
Parecía triste.y asustada. Cuando al principio le pregunté cómo se sentía, me dijo con
tranquilidad que esperaba que la mujer se pudiera encontrar con Dios. Algunas otras
preguntas no fueron más allá. Entonces le dije que la encontraba muy triste y asustada. -
Pareció sorprenderse al principio pero luego empezó a expresar sus sentimientos. Se le
llenaron los ojos de lágrimas.
Rose: Lo-que me sorprendió fue la percepción que tuvo John de mis sentimientos. Me
daba cuenta, en cierta forma, de -mis- fuertes sentimientos hacia esta dirigida, pero
después que John dijo lo que sentía fue- como si hubiese tenido- permiso para
admitirlos- ante mí misma y ante él. Resultó ser que mis miedos surgían en parte de una
falta de confianza en que Dios pudiera liberar a esta mujer de su tristeza.
John: Después de esta sesión supe que Rose tenía realmente el corazón adecuado para
llegar a ser una buena directora espiritual. Tenía hondos sentimientos hacia esta mujer y
podía admitir sus propios miedos y falta de fe y pedirle ayuda a Dios para creer más
profundamente.
112
Rose: Ahora estaba segura de que John estaba de mi lado y de que su dirección iba a
servir para ayudarme a ponerme en sintonía con mi propio corazón y mi fe vivida.
Los supervisores que ya tienen una actitud contemplativa en su propia oración y trabajo
de dirección espiritual la encontrarán invalorable para su trabajo de supervisión. La
misma actitud de apertura e indagación que consideran crucial en esas otras áreas de
sus vidas también lo será en la supervisión. Tal actitud es opuesta a la inquisitoria a la
que temen encontrar los supervisados y por ello conduce a una atmósfera de apertura y
a un deseo de aprender y crecer.
La actitud contemplativa no tiene ninguna tesis que probar y por lo tanto invita a
compartir. Los supervisores con una actitud contemplativa también escuchan mejor,
recogen las vibraciones y los sentimientos con más facilidad y responden más a lo que
oyen que a sus propias presuposiciones. Hacen preguntas y no lanzan acusaciones. La
persona que escucha contemplativamente es más probable que diga algo como “Tengo
la impresión de que usted estaba nervioso cuando hablaba de los sentimientos eróticos
de su dirigido en la oración” a que diga “usted me pareció a la defensiva cuando
aparecieron los sentimientos eróticos” o aún peor “Usted esta atado al sexo”. La
persona que tiene una actitud contemplativa no es un detective o un analista sino una
persona que escucha y responde, que sabe que sus respuestas pueden estar
fuertemente teñidas de sus propias expectativas y prejuicios y por ello se muestra
debidamente cuidadoso en la forma de articularlas.
Por esto hay que centrarse en lo que el director expone sobre su propia experiencia y en
la forma en que lo hace. Hecho así, aprenderá algo sobre sí mismo y también sobre su
dirigido. La experiencia del dirigido inevitablemente surgirá durante la hora de
supervisión y, será examinada y cuestionada con respecto a su significado para el
dirigido. Pero el foco principal estará ubicado en la forma en que el director escuchó y
respondió. Una pregunta que se oye con frecuencia en la supervisión es “¿Porqué?”
“¿Porqué respondí en la forma en que lo hice?” y se la hace el supervisado a sí mismo y
al supervisor porque la respuesta lo está afligiendo “¿Porqué le hizo preguntas sobre las
relaciones con su familia?” es lo que el supervisor puede preguntarse al no poder
entender la relación existente entre las preguntas y la vida de oración del dirigido. Pero
estas preguntas de “porqué” no deben llevar a estériles especulaciones sobré los
motivos, sino a una mirada más exhaustiva sobre la experiencia del director en la hora
de dirección tal como éste pueda recordarla “¿Qué pasó por mi mente?” ¿”¿Qué sentí?”
“¿Que pasó inmediatamente antes de que dijera eso?” Así como las preguntas para el
discernimiento en la dirección espiritual llevan a que una persona mire más en detalle la
experiencia en oración y aumente su capacidad de sintonizar con precisión el darse
cuenta, así también las preguntas durante la supervisión llevan al director a darse más
cuenta de lo que sucede en su dirección.
Un ejemplo extenso puede arrojar luz sobre la forma en que la supervisión trabaja en la
práctica. Nuevamente usaremos la experiencia de John y Rose, una versión de ficción de
un proceso real de supervisión. Aquí, como siempre, hemos cambiado nombres, edades,
sexos y circunstancias para que la gente involucrada no pueda ser identificada.
114
Hemos ido dándonos cuenta gradualmente del valor de la supervisión de una exposición
escrita sobre una sesión en particular de dirección espiritual. Inmediatamente después
de una sesión de dirección el director reflexiona sobre lo sucedido y escribe algunas
notas sobre lo ocurrido durante la sesión. Para la supervisión posterior toma parte de un
encuentro y trata de reconstruir la conversación. Le da al supervisor una copia de esta
exposición antes de la sesión de supervisión y se transforma así en el foco principal de la
sesión a menos que haya algún otro asunto más urgente. El centrarse en la conversación
reconstruida es una de las mejores formas de llegar al proceso real de dirección usado
por el director. Rose se mostró de acuerdo en hacer, un informe así para cada sesión de
supervisión.
Al principio, el aspecto más evidente revelado en los informes de Rose fue su ansiedad
por decir y hacer lo correcto. Debido a esta preocupación interior le resultaba difícil oír
realmente al dirigido y concentrarse en sus experiencias de oración y de vida en general.
Resulta casi inexorable para la gente que comienza una relación de supervisión al hacer
asesoramiento o psicoterapia ó dirección espiritual, el sentirse preocupada
internamente. Asumen un papel y parecen perder de vista por un momento la principal
virtud que tienen para ayudar a otras personas: su humanidad y su interés por los
demás. En el caso de Rose, también, fue necesario en primer lugar ayudarla a confiar en
su propia humanidad, su propio amor y cuidado por la gente a la que estaba dirigiendo.
John recuerda que tuvo mucho trabajo en ayudar a Rose a confiar en Dios y en sus
previos aprendizajes y. experiencia, como fuentes confiables de las sugerencias para la
oración que podía necesitar hacer a un dirigido. Su necesidad detener respuestas y
soluciones disminuía gradualmente. Cada vez era menor su necesidad de llegar a la
sesión de supervisión con una agenda preparada. Rose dice “John me ayudó a verla
necesidad de orar pidiendo confianza en el Espíritu de Dios, en que estaría Presente en
las entrevistas para ayudarme a mí y a mis dirigidos. Mi propia dirección espiritual
personal se centré en mi necesidad y mi deseo de confiar. más en Dios. Al ir confiando
más en el Espíritu me fui sintiendo más capaz de entrar en la experiencia de otra
persona sin importar cuanto difiriera de la mía. Me iba sintiendo cada vez más
entusiasmada con la posibilidad de aprender acerca de Dios a través de la escucha de la
experiencia de los dirigidos.”
Resulta axiomático que, en general, cuanto más contemplativo uno se haga al dar
dirección espiritual, más contemplativo se hará en la oración y viceversa. Lo que ocurre
también como se dio cuenta Rose, es que en las sesiones de dirección espiritual las
respuestas, textos y sugerencias para la oración se nos ocurren a medida que las vamos
necesitando. Los directores como Rose tienen una reserva de conocimientos y
experiencia que están prontos a su llamado no bien pierdan su ansiedad por lo que
deberían decir.
miedo de que Dios no pueda curar mi enojo o aún tolerarlo, por ejemplo, entonces seré
menos capaz de permitir a otra persona que luche con su enojo en su relación con Dios.
Rose llega a un autoconocimiento más o menos de la siguiente forma.
Estaba dirigiendo a un hombre que tenía bastante depresión la que, sin embargo, no era
debilitante, En realidad era bastante exitoso en su trabajo y parecía tener, una vida
familiar relativamente feliz. La sesión de supervisión se desarrolló aproximadamente así:
Rose: Me dijo que intentó usar Isaías 43 en la oración, pero no pudo lograrlo. Me dijo
que se sentía un fracasado en la vida y que no sentía que Dios le pudiera resultar
demasiado útil.
Rose: Me emocionó realmente y le recordé cómo había sido ascendido un mes atrás.
Rose: Pensé que estaba olvidándose de las cosas buenas debido a su depresión
Rose: (Después de unos momentos de silencio) Creo que me sentí también triste y en
cierto modo asustada.
John: ¿Asustada?
Rose: Sí, tenía miedo de que entrara en una depresión y no pudiera salir.
Dios en busca de apoya y de curación. Fue creyendo cada vez más en el deseo y
capacidad de Dios de consolar a los afligidos. Resultó interesante que al volverse más
libre al escuchar, la mayoría de sus dirigidos empezaron a compartir sus aspectos
oscuros con ella y con Dios.
Hemos mencionado varias veces la supervisión en grupo de pares. Esos grupos han
resultado muy útiles en muchas áreas. Los principios que hemos enunciado para la
supervisión individual se aplican igualmente en la supervisión grupal. A menudo resulta,
por supuesto, más difícil lograr en un grupo el nivel de confianza que es la base para una
buena alianza de trabajo. A pesar de ello, puede lograrse. Hemos notado que las
sesiones de fe compartida y las sesiones de dinámica de grupos con un animador,
fomentan el nivel de confianza. Uno de los indicadores mas claros de que la confianza se
ha logrado es el deseo del grupo de empezar a compartir sus experiencias más difíciles y
conflictivas.
Joe, el director, está describiendo una cierta sesión de dirección con un hombre casado.
La oración del dirigido es bastante pobre y el Señor parece muy alejado de él en
contraste con su oración del último par de meses. En cierto momento el director dice al
grupo: “Mencionó que había tenido algunas dificultades matrimoniales pero como las
pasó por alto muy rápido pensé que lo mejor era no entrometerme”. Después de haber
terminado su presentación el grupo empieza a preguntarse cuál pudo haber sido la
causa de la pobreza en la oración de ese hombre. Se le hacen preguntas al director para
saber cómo era la oración antes de la sesión de esta semana y se especula con las
posibilidades de que haya resistencia.
Uno de los miembros del grupo hace notar que se están centrando sobre el dirigido y se
pregunta por qué el director no dijo al menos “, ¿Quiere usted decir más sobre sus
dificultades matrimoniales?”. También está intrigada por el hecho de que el director
117
haya dicho que no quería “entrometerse”; esa palabra le interesa. El director empieza a
defenderse: “Si hubiera sido importante, el dirigido hubiera dicho más sobre eso.
Además no quería parecer un entrometido”. Ella responde “Supongamos, por ejemplo,
que él hubiera dicho: “Me enojé mucho en el trabajo la semana pasada y luego hubiera
seguido hablando de otras cosas. Hubiera sido entonces más probable que le hubiera
dicho “Usted dijo que se enojó en el trabajo ¿quiere decirme algo más sobre eso?” o
bien “¿Ha entrado ese enojo en su oración?” ¿“Le parecerían entrometidas esas
preguntas?” Joe hace una pausa y luego dice: “Puedo sentir cierta ansiedad en mí. Ese
ejemplo me tocó de cerca. No me siento entrometido cuando se trata de enojo. Me
enferma hacer preguntas sobre cosas tan privadas como la relación entre marido y
mujer. Y a veces también sobre la relación entre alguien y Dios. Me pregunto si la
pobreza de la oración tiene algo que ver con las dificultades matrimoniales”.
Una forma de supervisión grupal que hemos encontrado muy útil es la del caso
conferencia. En este caso el director no presenta una sesión sola sino una visión general
de un caso de dirección espiritual que cubre varias sesiones. El director vuelve a ver en
toda su extensión la relación de dirección para ver como ha funcionado y qué factores la
han llevado a su actual posición. La visión general le da al director la posibilidad de
presentar su visión de la dirección para que varios de sus colegas le puedan ayudar a
evaluar su trabajo. Esta ayuda puede ser particularmente útil para clarificar su respuesta
emocional a la persona que está dirigiendo. Otra ventaja es que todos los presentes
pueden aprender más de los grandes procesos de dirección espiritual, por ser mayores
118
Conclusión
Al principio de este libro dijimos que la dirección espiritual podía ayudar a la gente a
encontrar su centro en Dios. Como Tomás Moro, muchos cristianos modernos no
pueden clavar sus almas a las espaldas de ningún otro. Tienen que hallar su propio
centro, y la dirección espiritual es la forma de cuidado pastoral cuyo propósito básico de
dirección es ayudarlos en esa tarea. El resto del libro ha sido escrito para ayudar a los
directores espirituales a asumir con más competencia la responsabilidad que los
tiempos y su propio llamado les han otorgado.
Esperamos haber embarcado a los lectores en un diálogo que puede contribuir a la vida
y al pensamiento cristiano. Hemos tratado de describir una dirección espiritual que
empieza con la experiencia, de Dios de la gente y que la ayuda a desarrollar una oración
que surge de esa experiencia. No pretendemos haber escrito una descripción definitiva
de esa dirección espiritual sino haber invitado a los lectores a explorarla con nosotros.
En el segundo día la exposición continúa siendo bien recibida, las preguntas se hacen
más penetrantes, y los participantes se identifican más profundamente con el dirigido
en el juego de roles. En los grupos pequeños, sin embargo, cuando los participantes
mismos toman el papel de director, muchos tienden a no centrarse en la experiencia del
dirigido o hacerlo brevemente y luego dejarla de lado.
En el tercer día, generalmente a la mañana, ofrecemos otro juego de roles. Esta vez la
reacción es muy diferente. Los participantes empiezan a decir: “Hasta ahora creía haber
entendido, pero me doy cuenta de que no lo hice” “al principio no podía ver la
diferencia que existe entre la dirección a la que estaba acostumbrado y la dirección a la
que ustedes se refieren. Necesito irme ahora y pensarlo”.
Esta experiencia, repetida varias veces, nos ha dejado en duda, Más aún, en nuestras
propias discusiones de dirección, hemos notado que nosotros también a menudo
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Ya sea que esta especulación sea cierta o no, las experiencias que acabamos de describir
nos llevan a preguntarnos qué ha pasado con nuestros lectores a medida que han leído
este libro. Tal vez hayan tenido reacciones similares a las de los participantes de taller
de trabajo y tal vez no estén seguros de que hayamos descrito nada diferente de lo que
habitualmente han experimentado como dirección espiritual. Tal vez no lo hayamos
hecho, pero silos lectores han prestado atención a lo leído, el diálogo ha empezado.
Podría continuar de esta manera: el lector podría volver a los ejemplos, especialmente
los extendidos y volverlos a leer, ponerse en el lugar del director y preguntarse “¿Cómo
reaccionó ante la dirección que aquí se describe?” “¿Hay aquí algo que me suene mal o
que no entienda?”. Si el lector nota algo inusual, esperamos que vuelva a la exposición y
busque allí la ayuda para sus preguntas. Puede estar de acuerdo o no con lo que
encuentre; en uno u otro caso el diálogo puede continuar especialmente si continúa
más la discusión y la comunicación entre los directores.
Esperamos, en otras palabras, que este libro no sea definitivo ni para sus autores ni para
sus lectores, sino que represente una exploración continua. El atenernos a nuestra
experiencia de vida y de Dios, exige recurrir a nuestros recursos más profundos de la
mente, del corazón y de la capacidad de relacionarnos con los demás. Ninguno de
nosotros entiende plenamente su experiencia ni la experiencia de los demás. Si
podemos reconocer nuestra falta de entendimiento y dejar que sirva como un incentivo
para continuar explorando, aprenderemos más acerca de la experiencia y estaremos
más abiertos al modo en que Dios orienta a la gente. Las metas son el entendimiento
siempre creciente y la vida siempre más profunda.
defectos. El gran logro de esta dinámica es la libertad del dirigido para recibir amor,
salvación y perdón del Señor. La dinámica de la “Segunda Semana” representa la lucha
del ejercitante para asumir los valores de Jesús, identificarse con él y ocuparse de lo que
él se ocupa. El logro es el compañerismo con Jesús, la libertad del dirigido para, poder
dar y servir como Jesús dio y sirvió. La continua atención a la experiencia puede ayudar
al crecimiento de un lenguaje de desarrollo nuevo y más expresivo, que beneficiará
tanto a la teología espiritual como al cuidado pastoral (1).
Para lograr los fines de enriquecer la vida y el pensamiento cristiano, los directores
espirituales deberán estar abiertos a una gran variedad de gente y de experiencia. Los
directores espirituales corren el riesgo de juntar a su alrededor un pequeño grupo de
gente, todos de la misma clase social, raza, educación, medio y denominación religiosa.
Realmente, dentro de la misma denominación, el peligro consiste eh que el grupo sea
de “gente profesional religiosa”, ministros y sus esposas, monjas, sacerdotes,
seminaristas, etc. Si esto sucede, se corre el riesgo de que las experiencias de un grupo
pequeño de gente de mentalidad parecida, sean consideradas como las únicas
experiencias de Dios posibles. Tal vez mucha gente común pierde interés en las iglesias
debido a que la experiencia de la clase profesional de gente religiosa se ha convertido
en la base sobre la que se encara el cuidado pastoral y se construye la predicación.
¿Cuantos ministros profesionales conocen las experiencias religiosas de un taxista, de
las madres de niños pequeños, del obrero fabril, del hombre de negocios? Cada vez más,
la gente común busca ayuda para la oración. Al compartir sus experiencias de Dios, la
vida de la Iglesia se enriquecerá y los directores espirituales tendrán menos tendencia a
considerar su propia experiencia como normativa.
Necesitamos saber como es experimentado Dios por la gente muy pobre y desvalida.
Algunos pocos directores han empezado a trabajar con los desvalidos. Este trabajo se
halla aún en las etapas iniciales, pero parece promisorio donde haya un buen desarrollo
de la actitud contemplativa del director.
Estas últimas consideraciones nos llevan a la relación entre dirección espiritual y justicia
social. La fuente de las campañas de Cesar Chávez por la justicia, es su vida espiritual. (4)
La publicación póstuma de Markings reveló que el trabajo por la paz mundial de Dag
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¿Cuál es la relación que existe entre la dirección espiritual y la teoría y acción sociales?
Una primera aproximación de respuesta surge de una visión clara del propósito de la
dirección espiritual. No es la tarea del director espiritual el decir al dirigido dónde debe
poner sus energías. Si el Señor de la realidad piensa algo, lo comunicará en la relación
del dirigido con él. La tarea del director es facilitar la comunicación abierta entre el
dirigido y el Señor. El gran y creciente número de dirigidos que están comprometidos en
una o más áreas de la lucha por la justicia social indica que se han dado cuenta de la
necesidad de la acción social. En un mundo que dama por justicia y por alimentos y en
un momento en el que las autoridades religiosas urgen unánimemente a los cristianos a
sumarse a la lucha por la justicia, sería sospechosa la oración de un dirigido que nunca
hiciera surgir un pensamiento o pregunta sobre su propio papel en la lucha. La tradición
cristiana ha desconfiado con razón de la vida de oración que no muestra interés por los
demás. Los directores espirituales, por lo tanto, tienen razón al hacer preguntas sobre
una vida espiritual que no considera los temas de justicia social. Pero las hacen como
directores espirituales, no como maestros, predicadores o exhortadores.
En segundo lugar, podemos decir con Bernard Lonergan, (5) que la persona que tiene un
corazón convertido es diferente de la que tiene un corazón que no lo es. Ambas pueden
comprometerse en la acción por la justicia social pero sus corazones son diferentes.
Sobre esa diferencia tic corazones trata la dirección espiritual. En nuestra experiencia, la
gente activa y comprometida no pierde su pasión por el trabajo con y para la gente de
Dios cuando entran en la dirección espiritual, sino que a menudo pierden la severidad y
el desprecio por aquellos que tienen distintos puntos de vista, a medida que sus
corazones van siendo cambiados.
Al mismo tiempo, la persona que empieza hoy con dirección espiritual es diferente de la
que le pedía dirección a Ignacio de Loyola. La conciencia de la necesidad de basarse en
la vida interior está mucha más extendida en nuestros días. Pero los teóricos sociales
también demuestran que nos enredamos tanto con las costumbres e instituciones
sociales, políticas y culturales de las que formamos parte, que lo interior y lo exterior
son como la trama y la cadena de nuestras personalidades. Y estas estructuras
“públicas”(6) de nuestra experiencia son tan inconscientemente operativas como
cualquier esquema interpersonal. En realidad, es muy difícil darse cuenta de estas
estructuras sociales, culturales e institucionales de nuestra experiencia debido a que son
compartidas por todos los que nos rodean. Nos hemos acostumbrado tanto a ciertas
maneras de estructurar nuestra experiencia, que probablemente sufriríamos ansiedades
traumáticas si las elimináramos.(7) En otras palabras, los esquemas de personalidad con
los que necesita encontrarse el Señor de la realidad en nuestros días, incluyen estas
dimensiones públicas que también nos impiden verlo claramente a él y a su mundo. La
pregunta que los teóricos sociales hacen a los directores espirituales es: ¿Cómo ayudan
123
ustedes a la gente a darse cuenta de esos lugares ciegos que son un obstáculo para ser
más real y permitirle a Dios ser más real con ella?
Esta es una buena pregunta. La única respuesta es que la dirección espiritual debe
permanecer fiel a su propia dinámica interna, que es la de facilitar la relación entre el
Señor y el dirigido y la de confiar en que el Señor, la vida y los otros ministerios de la
iglesia también hagan su trabajo. Lo que es seguro, es que la contemplación no lleva a la
gente que ya tiene una conciencia de las dimensiones públicas de la personalidad (y del
pecado público) (8) hacia atrás, hacia una piedad más interior y privada. Más aún, por
experiencia, al volverse la gente más real frente al Señor y éste frente a la gente,
ocurren cambios radicales; por ejemplo, se hacen más abiertos al tipo de lecturas,
conferencias y predicación que desafía sus esquemas “públicos”.
Finalmente, debemos desechar una idea persistente y peligrosa que bordea una falsa
ilusión: ni la oración ni la dirección espiritual dan las respuestas a todos los problemas.
Ellas se ocupan de una relación, no de soluciones mágicas, y la relación con el Señor,
como cualquier otra, es fomentada y cultivada por el amor de El Otro y no porque
ofrezca ventajas utilitarias tales como el conocimiento de cómo votar o cómo
organizarse por la justicia o qué problemas sociales atacar primero. La persona que está
enamorada del Señor todavía necesita hacer sus deberes si quiere aprender en la
escuela o decidir la forma de votar en up tema crítico de política local. Y si se trata de
organizar la lucha de inquilinos contra propietarios injustos es mejor prepararse en
algún otro lugar y de otra forma que no sea el estar de rodillas.
Muy a menudo hoy en día la gente religiosa justifica sus decisiones diciendo que han
orado sobre ellas. Posiblemente la oración los ha ayudado a encontrar algún atractivo
en la elección que deben hacer, pero posiblemente también han hecho bien sus
deberes. La oración - y la dirección espiritual - se harán mala fama si se llega a malos
juicios y malas decisiones atribuidas a ella. En un análisis profundo, la dirección
espiritual no apunta a obtener “decisiones acertadas” o “buenos practicantes” o
“apóstoles activos” o “gente con mente clara que toma decisiones” sino a fomentar una
relación, una relación de amor. Aquellos que son ayudados por la dirección espiritual
trabajarán, esperamos, por la venida del Reino de Dios en la tierra. Conocemos a
muchos que lo hacen. Pero la dirección espiritual en la que están comprometidos los ha
dejado libres para decidir.
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