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EPISTOLARIO
C O L IH U E ({C L Á S IC A
Sp in o z a, Baruch
Epistolario.- Ia ed. - Buenos Aires : Colihue, 2007.
3Í¡8 p . ; 18x12 cm.- (ColihueClásica)
Traducción de: Oscar Cohan
ISBN 978-950-.563-041-7
1. Etica. Filosofía Moral I. Tatián, Diego, prolog. II. Cohan,
Oscar, trad. III. Titulo
C D D 170
1.5.B.N.-10: 950-5(53-041-7
1.5.B.N.-13: 978-!)50-5(i3-041-7
E
n
C o n t e n i d o d e i . E p is t o l a r io
6. M ás aún, en la m ayoría de las cartas editadas han sido suprim idos -se a
por los editores, se a p or el propio S p in o z a- p asajes y referencias estric
tam ente privados que no tuviesen un interés filosófico inm ediato (ver F.
M ignini, Introduzione a Spinoza, Laterza, R om a, 1983, pp. 164-165).
7. En el siglo X V II, el in tercam b io epistolar cu m plía una función
an á lo g a a la de las p u b licacion es científicas en los siglos X I X y X X ;
era un m edio de difusión científica y de transm isión de investigaciones
entre sab ios de lugares distan tes (cfr. G eb h ardt, C ., «T extgestaltun g»,
en Spin oza, Opera, H eidelb erg, 1925, Vol. IV , p. 368). En un artículo
reciente, Pierre-Fran^ois M oreau sostiene q ue la investigación sob re el
epistolario de Sp in oza in volucra un conjunto de pregun tas in dispen
sab le s p a ra su com pren sión : «¿cu ál es el estatus de aquellos a quien es
las cartas van dirigidas?, ¿qu é es una carta en el siglo X V II? , ¿cuáles
son los caracteres particulares de la escritura epistolar de Spin oza?...,
¿qu é nos dice él m ism o, en otras ob ras, acerca d e lo que diferen cia una
carta de otros tipos de escritura?», y reseñ a tres caracteres com un es a
todo intercam bio epistolar en la é p o c a clásica: «a. 1.a carta no siem pre
e s un m ensaje entre solo d o s corresp on sales. C o n frecuencia, está
destin ad a a un público m ás am plio. U n a carta e s leída (está destinada
a ser leída) no solo por su destinatario oficial sino tam bién por otros...
b. Se puede decir en las cartas - e n ciertas cartas, m ás e x actam e n te- lo
que no se dice en un a o b ra im presa... c. L as cartas están h ech as para
ser pu b licad as algún día... L as cartas de los eruditos form an parte de
sus obras com pletas..., no se trata p a ra ellos de un intercam bio efím ero
sino que la corresp on d en cia constituye un entero gén ero filosófico y
literario» (P.-F. M oreau, «Sp in o za: lire la co rrespon dance», en Revuede
Melaphysique et de Morale, n ° 1, en ero de 200 4 , pp. 4-8).
d e Sp in o za, 33 a Spinoza) fueron p u b licad as en la edición
d e 1677 p re p arad a p or sus am igo s -e l cu id ad o d e la edición
latina fue confiado a L. M eyer, m ientras que el de la versión
h olan desa a H . G lazem ak er-, en tanto que el resto proviene
d e otras fuentes8.
L a últim a edición de las Opera realizada p or C ari G ebhardt
(G) en 1925, incluye 86 cartas, a las que se añ adieron una
carta a M eyer (X II A) descu bierta en 1975, y un texto d e je lle s
catalogado com o carta X L V III A. A sim ism o se com pletaron
la carta X L V III B -q u e con sta ah o ra de tres fuentes distintas9
que la aluden o tran scriben - y la carta X X X , que según el texto
actualm ente establecido se com pon e de d o s fragm entos, solo
uno de los cuales había sido editado por G ebhardt, en tanto que
el otro proviene de una transcripción realizad a p or O lden bu rg
en una carta a R obert M oray (6/10/1665)l0.
18. M ignini, F., «II sigillo di Sp in o z a», en L a cultura, 19, 1981, pp.
352-381.
19. I b i d p. 366.
n o v e d a d e s, y a q u e b ien s a b é is q u e u n a c o s a n o d e ja d e se r
v e r d a d p o r q u e n o e s a c e p t a d a p o r m u c h o s. Y, c o m o v o so tro s
ta m p o c o ig n o r á is la c o n d ic ió n d el sig lo e n q u e v iv im o s, os
q u ie r o r o g a r m u y e n c a r e c id a m e n te q u e p o n g á is c u id a d o en
n o c o m u n ic a r e sta s c o s a s a o tro s. N o q u ie ro d e c ir q u e d e b á is
re te n e rla s e x c lu siv a m e n te p a r a v o so tro s, sin o tan so lo q u e ,
si a lg u n a vez c o m e n z á is a c o m u n ic a r la s a a lg u ie n , q u e n o
o s g u íe n in g ú n o tro o b je tiv o q u e la s o la sa lv a c ió n d e v u e stro
p r ó jim o , c o n la p le n a s e g u r id a d d e q u e n o h a d e d e fr a u d a r o s
la r e c o m p e n s a d e v u e stro tra b a jo .- "
O ld e n b u r g y l a R oyal S o c ie t y
24. Sob re la relación de Spinoza y O lden burg ver D ujovne, L., Spinoza.
Su vida, su época, su obra, su influencia, U n iversidad de Buen os Aires,
1941-45, vol. I, pp. 159-164.
25. L a frase « amicorum omnia... debere esse communia» (que S p in o za
repite en la carta X L IV a ja r i g j e l l e s , atrib u y én d ola a Tales) recoge
un a larga tradición proceden te del m undo g riego. Y a T im e o (cfr. Dio-
g e n e s L ae rcio , Vitaphilosophorum, V III, 10) ad ju d ic a b a a P itágoras la
m á x im a según la cual «lo s am ig o s tienen todo en com ú n » (koiná tá ton
philon). A ristóteles alu de a ella dos veces en la Ethica Endemia (1237b
30-35 y 1238a 15-20), y e s re to m ad a en los Adelphoe de M en and ro
(C .A .F. III, 9), y en los Adelphoe de Terencio (« nam vetu’ verbum hoc
quidemst, communia esse amicorum ínter se omnia», 803N4), au tor que
S p in o z a con ocía bien y alg u n as d e cu y as o b ra s h ab ía rep resen tad o
en c a sa de Van den E nden. T ran sm itida tam bién al m un do latino
p o r C iceró n [De Legibus, I y Laelius, X V I I , 61) y p or S é n e c a en las
Epistulae a d Lucilium, d o n d e refiere al tópico pitagó rico en reiteradas
o c asio n e s (carta V I, carta X L V III, etc.).
del filósofo en tom o al problem a del mal-’6- sienta la gran espe
ranza spinozista de una filosofía en la am istad:
... en lo que a mí atañe, entre todas las cosas que 110 están en
mi poder, nada estimo más que entablar am istad con hom
bres que am an sinceramente la verdad; pues creo que entre
las cosas que no están en nuestro poder, nada absolutam ente
podem os am ar en el m undo con mayor tranquilidad que a
tales hom bres (carta X IX ).
E ste m o tiv o , que recorre el s p in o z is m o en su filig ra n a , alcan
za un estatuto teórico significativo en la parte IV -c o n sid e rad a
com o la «parte política» - de la Etica, esto es la parte destin ada
al estudio de la esclavitud hum an a o la fuerza de los afectos;
en cuanto form a de relación p ro p ia de los h om bres libres, la
am istad es el con cep to que p rep ara el tránsito h acia la parte
V y últim a acerca d e la poten cia del entendim iento o de la
libertad hum ana. A sí, «un hom bre libre p rocu ra unirse a los
d em ás h om bres por am istad » (E, IV , 70); «S o lo los hom bres
libres son m uy útiles unos a otros y solo ellos están unidos entre
sí p or la m ás estrecha am istad » (E, IV , 71), etc.27
En 1661, añ o de la entrevista y del com ienzo del epistolario
con O ldenburg, y a h ab ía sido escrito el Tratado de la reforma..i1*
30. V a r io s m e s e s m á s t a r d e O l d e n b u r g s o li c it a a S p i n o z a q u e le e n v íe
un resum en de ese texto («si hay algo... que le im p id a la publicación
de e sa o b ra, le ruego encarecidam en te que no le d esag rad e enviarm e
un resum en d e ella p o r carta»), co sa que S p in o za reh úsa hacer con
un enigm ático argum ento: a instancias de algunos «am igo s» publicará
prim ero la exposición sob re los Principios de la filosofía de Descartes, con
el p ropósito de suscitar en «algu n as perso n as entre las que ocupan las
posicion es prin cipales d e mi patria» (probable alusión a los h erm anos
de Witt) el d eseo de «v e r las c o sas que he escrito y que recon ozco m ías
y, p o r tanto, procurarán que p u e d a p ub licarlas sin ningún peligro de
inconvenientes con el orden legal». Solo entonces p o d rá acced er O l
den b u rg al «tratado m ism o im preso o un com p en d io de él». En tanto,
Sp in o za le ofrece so lo «u n o o dos ejem p lares» d e los Principios... que
se hallaban en pren sa (carta X III).
31. R ob ert B oyle (1627-1691) nació en L ism o re, Irlan da, estudió en
G in e b ra y finalm ente se estableció en L o n d res, d on d e fue uno de los
m iem b ros fu n dad ores de la So cie d ad R eal. E s con siderad o un e x p o
nente de la investigación b a sa d a en los m éto d os científicos m odern os
fu n d ad os en la o b servación y los exp erim en tos verificables en los
laboratorios. Fue el prim er quím ico que aisló un gas. Perfeccionó la
b o m b a de aire y su s estudios lo con dujeron a form ular, independien
tem ente de su co le ga francés E dm é M ariotte, la ley de física con ocida
hoy com o «ley de Boyle-M ariotte». En el cam p o d e la quím ica, observó
que el aire se con sum e en el proceso de com bustión y que los m etales
ganan p e so cuan d o se oxidan . Form uló una teoría atóm ica de la m a
teria b asán d o se en experim en tos de laboratorio. R echazó las form as
sustan ciales aristotélicas asi com o la explicación escolástica m ediante
«cu a lid ad e s ocu ltas», y las sustituyó p o r la e xplicación puram ente
m ecán ica. P ropuso que partículas dim inutas de m ateria prim aria se
com binan de diversas m aneras p ara form ar lo que él llam ó corpúsculos,
y que todos los fenóm enos observables son el resultado del m ovim iento
y estructura de los corpúsculos.
la investigación realizada por el círculo científico de Londres.
E n 1661 ap arece la edición de Certain pkysiological essays, cuya
publicación había sido anunciada por O ldenburg en la carta I.
Puesto que la traducción latina “ d e este texto es varios años
posterior y Spin o za no leía inglés, p robablem en te no recibió
el libro, com o dice, sino un m anuscrito latino o las p ruebas de
g ale ra d e la edición latina31. S p in o za escribe un a carta m inu
cio sa y exten sa (la m ás larga de tod a la correspondencia) con
o b servacion es sobre la naturaleza del nitro, los fluidos y los
sólidos según el tratam iento de Boyle (carta VI), cuya respuesta
v a g a y en el estilo indirecto de O ld en b u rg (carta X I) p rovo ca
su com entario m ordaz:
40. Esta sim ulación de ign oran cia es el m ism o recurso que h abía
em p lead o d o s añ o s antes p ara rech azar la oferta de un a cátedra uni
versitaria en H eid elb erg que el Profesor Fabritius le ofrecía en nom bre
del E lector Palatino, advirtien do que tendría una «am p lísim a libertad
de filosofar» y que el E lector «con fía en que no ab u sará de ella p ara
p erturbar la religión públicam en te establecida». Allí tam bién, Spin oza
ad u ce que «ign oro dentro de qué lím ites deb e encerrarse esta libertad
de filosofar, p a ra que no parezca que quiero perturbar la religión»
(cartas X L V II y X L V III). (Sobre el rechazo spinozista de la cátedra en
H eidelb erg y un análisis del intercam bio con Fabritius, ver Cristofolini,
P , « L a cattedra av velen ata», en L a scienza intuitiva di Spinoza, M orano,
N apoli, 15)87, pp 107-117.)
así com o -reproducien d o el núcleo de la condena teológica del
sp in o zism o- la presunta im posibilidad de la culpa, el castigo
y, en el límite, de la m oral. En efecto, escribe, «p arecería que
usted afirm ara la necesidad fatal de todas las cosas y acciones;
pero adm itido y aseverad o eso, piensan [sus lectores], se cortan
los nervios de todas las leyes, de toda virtud y religión y son
inútiles todas las recom pen sas y castigos. Todo lo que com pele
o im plica n ecesidad, piensan los m ism os, excusa, y, p o r con
siguiente, consideran que nadie sería inexcusable ante D ios.
Si som os im pelidos por el destino, y todas las cosas, guiadas
p or una m an o dura, siguen un curso indefinido e inevitable,
tam poco alcanzan a com pren der ellos cuál es el lugar de la
culpa y de los castigos» (carta L X X IV ).
Sp in o za se detiene en c ad a una de las objeciones pero la
distancia se ha revelado in salvable: «Si m is opiniones han de
ag rad ar a los cristianos que usted conoce, eso p o d rá saberlo
usted m ejor que yo». M ás aún, las últim as cartas parecieran
afectar retroactivam ente la entera correspon den cia y m ostrar
que, en b u en a parte, estuvo in m ersa en el m alentendido. «Veo
finalm ente -escrib e S p in o za- qué era lo que m e p edía usted
que no publicara; pero com o eso m ism o es el fundam ento
principal de todo lo que contiene el T ratado [la Eticc\ que
d estin aba a la publicación, quiero explicarle aquí, en p ocas
p alabras, de qué m an era afirm o la fatal necesidad de tod as las
cosas y accion es» (carta L X X V ).
E l c ír c u l o d e A m ster d a m
42. Lodow ijk M eyer (1629-1681) estudió filosofía - s e grad u ó con una
tesis sob re D escartes—, y posteriorm en te m edicina en la U niversid ad
de L eiden. L u ego se trasladó a A m sterdam , d on d e ad em ás d e ejer
cer la m edicin a fue director del teatro de la ciudad. Ju n to a j e l l e s y
Rieuw ertsz, se em peñ ó activam en te en difundir el spinozism o. B ajo la
inspiración de las ideas de S p in o z a escribió L a filosofía, intérprete de la
Sagrada Escritura (1666); su sentido, sin em b argo , es m uy diferente al
del T T P , cuya im presión es cuatro añ os posterior. Según el De Tribus
Imposloribus (1700) de Kortholt y la biografía de C oleru s, M eyer asistió
a Sp in oza co m o m édico durante sus últim os m om entos. Pierre Bayle
afirm a en su Dictionnaire que traduio al latín el prefacio a O P que
J a r i g J e l l e s redactó en h olandés. Sp in oza le en com en dó el prefacio
y la edición de Renati Des Caries Principiorum Philosophiae / Cogitata
Metaphysica (1663).
43. Sobre esta carta, ver Martial Gueroult, « L a lettre de Spin oza sur
l’infini», en Revue de Métaphysique et de Morale, n ° 4, 1966, pp. 285-411.
44. B rief van Spinoza aan LodewijkMeijer, 2 6 ju li 1663, uitgegeven door A. K.
Offenberg, U niversiteitsbibliotheek de A m sterdam , plaqueta de 28 págs.
que incluye el texto facsim ilar, traducida luego al inglés en H essing, S.
(dir.), Speculum Spinozpnum 1677-1977, Routledge et K egan Paul, Londres,
1977, y al francés en «Lettre d e Spin oza á Lodew ijk M eijer, 26 juillet
1663», Revue philosophique, n ° 3, 1977, pp. 273-284. N aturalm ente, esta
carta no fue traducida por O sc a r C oh an p ara la versión del Epistolario
de 1950, ni tam poco se agregó en la reedición incluida en Spin oza,
Obras completas, A cervo Cultural, Buen os A ires, 1977.
que d eben ser cam biadas, p roced a com o m ejor le parezca».
El libro, p u blicad o por Rieuw ertsz en 1663, al año siguiente
fue traducido al holan dés p or Pieter Balling.
L a única carta con serv ad a de la correp on den cia con B a
lling4’ es u n a de las m ás extrañ as de cuantas h aya escrito el
autor de la Ética. Se trata de la resp uesta a un a carta perdida,
en la que su correspon sal le in form aba sob re la m uerte de su
pequ eñ o hijo y le refería haber tenido un p resagio (ornen) de
esa m uerte: cu an d o el niño aún estab a sano, oía en sueños los
m i s m o s g em id o s que em itiría cuan d o le sobrevin o la e n fe r m e
dad. E n prim er térm ino, Spin o za ad ju d ica esos p resagios a la
«m era im agin ación » y traza una an alo gía con un sueño propio
en el que a p arecía un «brasileño negro y sarn oso» al que nunca
antes había visto, p ara concluir que, en am b os casos, se trata de
un fenóm eno «interno» (en un caso relativo al oído, en el otro a
la vista). Pero, agrega, «com o la cau sa fue m uy diferente, en su
caso fue un presagio, m as no en el m ío». C u an d o los efectos de
la im aginación (p. e. el delirio) provienen de causas corpóreas,
nunca p u eden ser p resagios de acon tecim ientos futuros. «Pero
en cam bio -e sc rib e S p in o za-, los efectos d e la im aginación o
las im ágen es que extraen su origen de la constitución del alm a,
pueden ser presagios de algún suceso futuro». Puesto que, razona,
el p ad re y el hijo son «casi una sola y la m ism a p erson a», «el
alm a del p ad re d ebe participar n ecesariam ente de la esencia
ideal del hijo y de sus afecciones y de lo que de ella se deriva»,
b ajo ciertas condiciones.
E sta p equ eñ a teoría del presagio p areciera entrar en con
I « i p r o m e s a h e d í a a a lg u ie n , p o r la q u e u n o se c o m p r o m e tió
tan so lo d e p a la b r a a h a c e r e sto o a q u e llo ..., so lo m a n tie n e
su v a lo r m ie n tr a s n o c a m b ie la v o lu n ta d d e q u ie n h izo la
p r o m e s a . P u es q u ie n tim o la p o te s ta d de ro m p e r la p r o m e s a
n o h a c e d id o re a lm e n te su d e re c h o , sin o q u e so lo lia d a d o su
p a la b r a . A sí p u e s, si q u ie n , p o r d e re c h o n a tu ra l, e s su p r o p io
ju e z , lle g a a c o n sid e ra r, c o r r e c ta o fa lsa m e n te (p u es e q u iv o
c a r s e es h u m a n o ;, q u e d e la p r o m e s a h e c h a se le sig u e n m á s
p e r ju ic io s q u e v e n ta ja s, se c o n v e n c e cíe q u e d e b o ro m p e r la
p r o m e s a y p o r d e re c h o n a tu ra l... la r o m p e r á 1'.
L e ib n iz , S ch u ller, T s c h ir n h a u s
E n fe b re ro d e 1678, L e ib n iz r e c ib e e n H a n n o v e r u n
e je m p l a r d e la s O pera p osth u m a, d e la s q u e h iz o u n a le c tu r a
in t e n s a c o n n u m e r o s a s a n o t a c i o n e s a l m a r g e n . E n u n a p á g i n a
c o r r e s p o n d ie n t e a l a c a r t a L X X V a O l d e n b u r g , e s c r ib ió : « S i
t o d a c o s a e s u n a e m a n a c ió n n e c e s a r i a d e la n a t u r a le z a d iv i
n a ... el m a l t o c a r á a lo s b u e n o s y a lo s m a lo s » 5’ . D e t o d o s lo s
in te r lo c u to r e s d e S p i n o z a , L e ib n iz fu e la ú n ic a fig u r a f ilo s ó fic a
54. Sob re esto h a escrito p ágin as fun dam en tales M arilen a C h aui en
su libro Política en Spinoza, G orla, Buen os A ires, 2004.
55. C itad o p o r L eón Brunschvig, Spinoza et ses contemporaines, P U F ,
París, 1971, p. 238.
y científica d e relevancia a excepción de Boyle (y si bien es
posible presum ir una correspondencia con Christian H uygens,
no se ha conservado ninguna carta).
Sin sab er aún quién lo h ab ía escrito, L eibniz leyó el Trata
do teológico-político el m ism o año de su publicación, y en una
carta a su m aestro J . T lio m a s ^ s ’1', de septiem bre de 1()70, se
refiere a él com o un «escrito in soportablem ente insolente»,
un «libro terrible» y «altam ente pernicioso» ’7. L a identidad de
su autor le sería revelada un año m ás tarde p or Jo h a n G eo rg
G raeviu s’8, quien le escribe anunciándole la publicación de un
«pestilentísim o libro» que «instituye el m ás injusto derecho de
naturaleza, rem ueve la autoridad de las S ag rad as Escrituras y
abre las puertas al ateísm o». A llí añade que su autor es «un
h ebreo de nom bre Spinoza».
N o obstante el interés de Leibniz por todo lo que escribiera
Spinoza, y no obstante la ostensible adulación con la que se
dirige a él en la única carta con serv ad a («entre los d em ás elo
gios que la fam a ha hecho públicos sobre usted, entiendo que
está tam bién su extraordinaria pericia en asuntos de óptica»,
etc.), al igual que m uchos cartesianos y que M alebranche, hizo
siem pre p ública profesión de antispinozism o. Tanto era su
cu idado por evitar que su nom bre fuera aso ciad o al del autor
de la Etica, que Schuller se ve en la obligación de escribirle en
m a r z o d e 1678:
60. L eibniz adm ite haber escrito solo una: «E l fam oso ju d ío Sp in oza
tenía una tez cetrina y un algo de españ ol en su rostro; y e s que era
oriu n d o de aquel país. E ra filósofo de profesión y llevab a una vida
tranquila y privada, pues p a sab a su tiem po puliendo vidrios, h aciendo
lentes de aum ento y m icroscopios. Yo le escribí una vez una carta sobre
la óptica, que ha sido incluida entre sus o b ra s» (referencia posterior
a 1700, recogida por Freudenthal y transcripta por A. D om ín guez en
Biografías de Spinoza, cit., p. 230).
61. «E ste m ism o Leibniz -d ic e Sch u ller- tam bién ap recia m ucho el
Tratado teológico-político sobre cuyo asunto, si usted recuerda, le escribió
una vez una carta» (carta I.X X ).
62. En realidad la carta es de Schuller, quien transm ite a Sp in o za la
carta de Tschirnhaus, que a su vez transm ite el pedido de Leibniz.
su yas a Spin o za (cartas L X III y L X X ), y tres del filósofo a él
(cartas L V III, L X IV y L X X II), todas escritas entre 1675 y 1676.
Inm ediatam ente desp ués de la m uerte de Spin oza, le escribe
a Leibniz inform ándole que está en venta el m anuscrito de la
Etica y lo insta a convencer al príncipe p ara que lo com pre con
sus fondos. U n m es m ás tarde, vuelve a escribirle diciéndole
que no es necesario com prar el m anuscrito porque se hará la
edición de las Operd’K
En ningún c aso Sch uller p la n tea cu estio n es filosóficas
propias, y m ás bien aparece com o m ediad or p ara transmitir
a Spin o za un conjunto de p roblem as planteados por el conde
Ehrenfried W alther Tschirnhaus (1651-1708)64, figura que será
dom inante en el epistolario spinozista de los últim os años, autor
d e un libro llam ado Medicina mentís (seguido de Medicina corporis,
p ublicado anónim o p or Rieuw ertsz en 1686), claram ente inspi
rado en el Tractatus de Intelkctus Emendatione no obstante haberlo
n egad o frente al ataque de Christian T h om asius6’. Tschirnhaus
[T sc h irn h a u s| d ic c q u e el s e ñ o r B o y le y O ld e n b u r g se h a b ía n
fo r m a d o un e x tr a ñ o c o n c e p to d e su p e r so n a [d e S p in o z a ] y
q u e él n o solo so lo re c h a z ó , sin o q u e h a a g r e g a d o ra z o n e s, p o r
in flu jo d e las c u a le s, n o so lo p ie n sa n e llo s n u e v a m e n te d e un
m o d o m u y d ig n o y fa v o ra b le d e su p e r so n a , sin o q u e tam b ié n
e stim a n m u c h ísim o el Tratado teológico-politico, (c a rta L X I I I ) .
Paul Wurtz analiza esta polém ica en todos sus términos, considerando
que Tschirnhaus abjuraba abiertamente de su spinozismo com o estrategia
para m ejor difundir las ideas de su m aestro: «R en egar en público de la
influencia de Spinoza era, en el fondo, la única m anera de hacer circular
algunas de sus ideas, la única m anera de p od er propagar el pensam iento
de Spinoza, que él ap rob ab a. En una palabra: tal vez Tschirnhaus re
negó de Spinoza para servirlo m ejor» («Tschirnhaus et l’accusation de
spinozism e...», cit., pp. ,504-505).
la extensión, por así decirlo, con tanta amplitud existirían los
m undos constituidos por otros atributos; y así corno nosotros,
fuera del pensamiento, no concebimos sino la extensión, así las
criaturas de esos mundos no deberían concebir nada m ás que
el atributo de su m undo y el pensamiento, (carta I*X.III),
que es am p liad a en la carta L X V :
F lI .Ó S O I 'O S Y V IK JE Z U E L A S : U N R E L A T O D E FA N T A SM A S
M a l d it o y a t e o
70. Deleuze, Gilíes, «Las cartas del mal», en Spinoza: filosofía práctica,
Tusquets, Barcelona, 2001, pp. 41-56; En medio de Spinoza, Cactus,
Buenos Aires, 2003, clase V, pp. 65-74; también Spinoza y el problema
de la expresión, Muchnik, Barcelona, pp. 226-246.
única. Según la prim era, si las accion es derivan de la esencia
recibida, ningún estad o m ás perfecto que el actual es posible
concebir; en segundo lugar, hacer d ep en d er la acción hum ana
y sus efectos de la esencia recibida, eq uip ara a los hom bres
con las plantas y las p ied ras; tercero, no está en nuestro p od er
m antener la voluntad dentro d e los lím ites del entendim iento,
por lo que el uso de la libertad q u ed a destruido. D e m anera
que, según lo anterior. D ios interviene y co o p era tanto en «el
acto procread or con mi esp o sa» com o en «el m ism o acto con
la m ujer de otro», red ucid os a indiferentes exp resio n es de la
potencia divina, am b as -e n sentido estricto- «virtudes». En
cuanto es una acción positiva, arguye Blyenbergh, D ios coopera
tam bién con el asesinato. Y si así fuera, «caería el m undo en
una eterna y perpetua confusión y nos volveríam os sem ejantes
a las bestias». El corolario resulta obvio: la im posibilidad del
castigo y, consiguientem ente, la ruina de la religión.
S e trata p ues de u n a inquisición teológica estricta, que
som ete la filosofía a u n a im pugnación derivad a de postular,
antifilosóficam ente, la existen cia de un D io s que ju zga. En
efecto, «n uestro disentim iento -d irá S p in o z a - solo reside en
esto; a saber, si D ios, com o D ios, es decir, absolutam en te, sin
adscribirle ningún atributo hum ano, com unica a los píos las
perfecciones que reciben (según yo entiendo), o bien com o
ju e z; esto últim o lo afirm a usted» (carta X X I).
No obstante afectar sorp resa porque la respuesta de Spinoza
«n o refleja d em asiad a am istad», en la carta X X I I Blyenbergh
parece m ás estim ulado aún y, com o poseído, d a vueltas en tor
no ai m ism o asunto de todos los m odos posibles. D e la filosofía
presentada por Spin oza, dice, «se sigue infaliblem ente» que es
tan perfecto com eter toda clase de delitos com o ser ju sto ; que
los «im p íos y los libidinosos» sirven a D ios; que quien com ete
delitos debe com eterlos necesariam ente; que «a D ios le place
igualm ente el asesinar y el d ar lim osnas», etc., y p or tanto no
hay vicios en sí sino solo acciones n ocivas para una constitución
dad a, com o nocivo p u ede ser un alim ento o una bebida.
U sted las evita [a las acciones que yo llamo vicios] del mismo
m odo que se rechaza un alim ento que repugna nuestra na
turaleza... Y aquí se puede plantear nuevamente la cuestión:
¿acaso si se encuentra un ánim o con cuya naturaleza parti
cular no chocaran sino que se concillaran placeres y delitos;
acaso, pregunto, el motivo de la virtud bastaría para moverlo
a practicar la virtud y evitar el mal.-’
El recorrido d esd e un anh elo de com u nidad fundado en
el d eseo de verd ad -q u e Spin o za m anifiesta en su prim era
carta- hasta lo que él m ism o llam a «nuestro gran desacu erd o»,
m uestra todos sus estadios hasta llegar aquí a su punto límite.
Ese d esacuerdo va m ás allá de los interlocutores m ism os y es el
que corresponde al que se produce entre la filosofía y la teología
siem pre que no se hallan convenientem ente separadas.
A este punto y com o form a de zanjar una discusión que
p areciera alim entarse de su propio fracaso y estar con d en ada
a repetir sus térm inos ad infinitum, la respuesta de Spinoza
recurre al potencial:
74. «Quienes han tenido cierto trato con Spinoza, así como los paisanos
de los pueblos donde vivió retirado algunas temporadas, coinciden en
afirmar que era un hombre de trato fácil, afable, honrado, cumplidor
y muy ordenado en sus costumbres. Esto resulta extraño; pero, en el
fondo, no hay que sorprenderse más de ello que de ver gente que vive
muy mal a pesar de que tiene plena fe en el evangelio» (Pierre Bayle,
«Spinoza», en Atilano Domínguez, Biografías de Spinoza, cit., p. 83).
L a contestación de S p in o za arguye en prim er lugar ad
hominem:
... creo ver en que pantano se meto este hombre. N ada encuen
tra, por cierto, en la virtud misma y en el entendimiento que
lo deleite, y preferiría vivir según el impulso de sus pasiones sí
no se lo impidiera una sola eosa. y es que teme el castigo...; y a
esto se debe que crea que todos los que no están cohibidos por
el temor, viven con desenfreno y dejan de lado toda religión.
75. Gebhardt, C., Spinoza, op. cit. (luego en Obras completas de Spinoza,
vol I, op. cit).
76. Spinoza, Tratado de la reforma del entendimiento, op. cit.
77. Spinoza, Etica , Fondo de Cultura Económica, México-Buenos
Aires, 11)54 (reeditada en UNAM, México, 1977).
78. Spinoza, Opera, op. cit.
79. Benedicti de Spinoza, Opera quotquot reperta sunt, editio tertia, Hagae
Comitum, MCMXIV.
ducen y añaden ahora son cinco y com pletan el Epistolario según
h a sido establecido hasta el m om ento. E sos textos son:
D if.g o T atián
E d i c i o n e s df . S p in o z a f. n c a st f .i .ijv n o
S
PIN O ZA ,
p en sad ores, filósofos y p oetas alem an es (Lessing, G oethe,
Lichtenberg, Schleierm acher, H egel, Fichte, N ovalis, H eine,
Sch openhauer, N ietzsche y Scheler), no h a tenido casi ecev en
los escritores de len gua castellana, a p esar d e que era d escen
diente de ju d ío s esp añ o les (oriundos de la ciu d ad castellana de
E sp in o sa de los M onteros) y castellanos m uchos de los autores
que leía. S ó lo encontró tal eco en otro filósofo d e origen e sp a
ñol, pero d e len gua inglesa: m e refiero a Santayana, que, com o
N ietzsche, ha reconocido su afinidad con Spinoza.
Y aunque es p en oso decirlo, lo cierto es que a punto casi de
cum plirse el tercer centenario d e su m uerte y de la aparición de
sus Obras postumas, no tenem os tod avía un a edición com pleta
de estas en castellano. A llenar en parte este vacío contribuye
la presente edición argen tina de su Epistolario.
El Epistolario de Spinoza, del cual G oethe h a dicho que es
el libro m ás interesante del m undo por su sin ceridad y am o r a
los h om bres, ap arece así p or p rim era vez en castellano.
C on sid ero que una b u en a traducción no d eb e ser fiel lite
ralm ente, sino literariam ente. Pero cuan d o se trata de obras
filosóficas, pien so que es necesario evitar que, por excesivo
afán de clarid ad y elegancia, se m utile y disfrace la form a, y, a
veces, el p ensam ien to del original. Por tanto, he tratado con s
tantem ente d e ser fiel y exacto, tanto en lo que concierne a la
form a com o al pensam iento de las cartas d e este Epistolario.
H e trabajado en esta traducción durante m uchísim o tiem po
y con gran am or, esm ero y cuidado. N o p retendo h ab er hecho
una traducción perfecta, sino la m ejor que he p od id o, de m odo
que si no es del todo m ala, tendrá algo bueno.
El texto latino que he usado es el de la tercera edición de las
Obras completas de Spin o za por Van V loten y L and, publicada
en 1914 en L a H aya (Benedicti de Spinoza, Opera quotquot reperta
sunt; editio tertia; H agae C om itum ; MCMX1V).
Todas las veces que se m e ha presentado algún punto difí
cil, oscuro o d udoso he consultado la traducción alem an a de
G ebhardt, o la inglesa de Wolf o la francesa de Appuhn.
C o m o dice Wolf: «L a im portancia del Epistolario de Spinoza
para la adecuada com prensión de su filosofía es m uy grande. No
só lo n o s d a u n a e x p o sic ió n m á s se n c illa y m enos im p o n e n te de
varios conceptos filosóficos (tales com o libertad, duración, tiempo,
infinito, unidad de la naturaleza, etc.) que la que se encuentra en
sus otras obras, sino tam bién una explicación m ás ad ecu ad a de
alguna de sus ideas fundam entales. N o es ex agerad o decir que
algunas de las m ás m aliciosas tergiversaciones de la filosofía de
Spin o za se deben sobre todo a un estudio insuficiente o, por lo
m enos, insuficientem ente im parcial de sus cartas».
Y p ara confirm ar esto citarem os, finalm ente, las palabras
del em inente espinocista inglés Pollock: «U n a de las cartas m ás
im portantes de Spin o za (epístola X II) fue escrita en 1663... El
tem a de la carta se refiere al significado o, m ás bien, significa
dos de los térm inos infinito e infinitud, y al peligro de errores y
confusiones al usarlos. L a tesis de Spin o za es de fundam ental
im portancia p ara la exacta com pren sión de su concepción del
U niverso, y, sin em bargo, ha sido asom brosam en te ignorada
o su bestim ada p or la m ayoría de los com entadores de la Etica,
sin exceptuarm e a mí m ism o».
Para facilitar al lector la com prensión del significado esen
cial de este Epistolario le he agregado, traducido del alem án,
un interesante y profundo estudio del ilustre espinocista Cari
Gebhardt, cuyo Spinoza traduje hace diez años.
S ea ésta, pues, una nueva contribución a un m ayor y m ejor
conocim iento del gran filósofo y su ob ra entre los pueblos de
habla castellana.
O s c a r C o h a n , agosto de 1950.
INTRODUCCIÓN
G
o e t h e ha dicho que el Epistolario de Sp in o za es el libro
m ás interesante que se p o d ía leer en el m undo p or su
sinceridad y am or a los hom bres. E s a la vez p ara nosotros el
com plem ento necesario d e la Etica de Spinoza, pues nos ofre
ce la p rofu n d a y pura hum an idad que se oculta detrás de las
rígidas fórm ulas m atem áticas de aqu ella obra. C u an d o se lee
p or prim era vez el Epistolario y se lo com para con otros episto
larios eruditos del siglo X V II, el de Boyle, por ejem plo, o el de
H uygens o el de Leibniz, se aso m b ra uno al descubrir que aquí
no estam os en p resen cia de un intelecto que les hab la a otros
intelectos. Fuera de algunos p o c o s eruditos, los correspon sales
de Sp in o za son h om bres sim ples, de m entalidad m uy sencilla
y a quienes asegu ra su respeto. Y esto m uestra que p ara él lo
principal en la vid a no ha sido el intelecto, sino una voluntad
sincera. «N o hay nadie cuyos argum entos exam in e yo con
m ás g u sto , p ues c o n o z c o la e n te ra p u re z a de su c o n c ie n c ia »,
le escribe a un ad versario desp ués de haberlo con o cid o; el
m ism o a quien anteriorm ente le había escrito una carta llena de
indignación. Y las preguntas de Schuller las contesta, a p esar de
que está enferm o y recargad o de trabajo: «p u es por su singular
afabilidad o, lo que yo con sid ero esencial, por el am or por la
verdad que le anim a, m e veo ob ligad o a satisfacer su d eseo
con mis débiles fuerzas» C uan d o le ha salido al encuentro una
clara voluntad, un noble esfuerzo por la verdad, jam ás los ha
defraudado. A sí ha contestado con tanta paciencia las casi inso
portables trivialidades de Blyenbergh, sim plem ente porque éste
le había escrito que esp eraba alcanzar con la ciencia la verdad
pura, y la tranquilidad com o efecto de la verdad; pues Spinoza se
sentía o b ligad o, ante toda voluntad d e conocim iento. Ya en el
Tratado sobre la reforma del entendimiento1 se ex p resa así: «A tañe
a m i p ro p ia felicidad esforzarm e p ara que m uchos otros tengan
el m ism o conocim iento que yo y p ara que su conocim iento
y voluntad coincidan com pletam ente con mi conocim iento y
voluntad», y la Etica sac a de aquí este ax iom a: «E l bien que
todo aqu el que sigue el cam ino de la virtud trata de lograr p ara
sí, tam bién se lo d eseará a los d em ás h om bres». En esto residía
p ara él el sentido de lo que su ép o c a h ab ía m anifestado tan a
m e n u d o : el h o m b re e s un D io s p a r a el h o m b re .
Se tiende todavía siem pre con unilateralidad a considerar
en la doctrina de Spin oza com o lo principal lo que en ella es
m edieval y escolástico. Por cierto que Spinoza estaba todavía
com pletam ente encerrado en su tiem po; y cosas com o Sustancia
y D ios, sobre las que nosotros hem os aprendido a callam os,
ocupan en su consideración un am plio espacio. Pero no se debe
olvidar que a la ob ra que en un principio quiso llam ar Filosofía,
le dio m ás tarde el nom bre de Ética. Y precisam ente el Epis
tolario p u ede en señ am o s al respecto que en su pensam iento y
acción ha reconocido siem pre el prim ado de la conciencia ética,
siendo en esto enteram ente un hijo de aquel Renacim iento, que
en la esencia de la personalidad encontró su n o rm a valorativa.
L a corresp on den cia con Blyenbergh y la parte últim a de la
correspon den cia con O ld en burg nos d an sobre este aspecto de
la Ética de Spinoza, verdaderam ente autónom a y desligada de
tod a prem isa religiosa, una id ea m ás clara quizá que la m ism a
o b ra principal. «E n lo que a m í atañe rechazo lo m alo, porque
es contrario a m i naturaleza y porque m e apartaría del am or
y conocim iento de D ios». Spinoza, doscientos años antes que
N ietzsche, h a establecido que la ética no consiste en el cum pli
m iento de una n orm a m oral, sino que es un estilo d e vida.
A quel convencim iento de la obligación de com unicar la ver
d ad , convencim iento que d eb em o s fundam entalm ente a este
C a r i . G ebh a r d t
C a r ta s
DE A L G U N O S V A R O N ES D O C TO S
A
B. D. S.
Y 1A S
R e spu e st a s
D E L AUTOR
Q U E C O N T R IB U Y E N N O P O CO
A LA D ILU C ID A C IÓ N D E S U S OTRAS O B R A S
CARTA I
Al iluslrisimo señor
B. o. S.
E n r iq u e Ol d e n b u r g
E n r iq u e O ld e n b u r g
CARTA II
Ilustrísim o señor:
Lo grata que es para mí su am istad, podría juzgarlo usted mis
m o, si su m odestia le perm itiera reflexionar sobre las cualidades
que posee tan abundantem ente. Y cuanto m ás las exam ino, me
parece que es no poco orgullo de mi parte atreverm e a entablar
am istad con usted, sobre todo cuando pienso que entre am igos
todas las cosas, especialm ente las espirituales, deben ser com u
nes; pero se ha de atribuir esto, no tanto a mí com o a su m odestia
y benevolencia. Usted ha querido descender de la altura de la
prim era y enriquecerm e de tal m od o con la abundancia de la
segunda, que no puedo tener ningún inconveniente en entablar
la íntim a am istad que usted m e ofrece decididam ente, y es justo
que usted p id a reciprocidad de mi parte.
M e dedicaré con todas m is fuerzas a cultivarla celosam ente.
E n cuanto atañe a m is dotes intelectuales, si es que p oseo algu
nas, le perm itiría gustoso que m e las reclam ara aunque supiera
que ello habría de ser con gran detrim ento p ara mí. Pero, p ara
que no p arezca que yo quiero negarle lo que usted m e pide p or
derech o de am istad, trataré de explicarle mi opinión acerca
d e lo tratado en nuestras conversaciones, aunque no pod ría
creer que este m edio contribuiría a ligarm e m ás íntim am ente
con usted, si no contara con su benevolencia.
Com enzaré, pues, hablando brevem ente de Dios, a quien
defino com o un Ser que consta de infinitos atributos, cad a uno de
los cuales es infinito o sum am ente perfecto en su género. Aquí es
de notar que entiendo por atributo todo aquello que se concibe
por sí o en sí, de m odo que su concepto no im plique el concepto
d e otra co sa. A sí, p o r ejem p lo, la exten sión se co n cib e p o r sí y en
sí; en cam bio no el movimiento, pues este se concibe en otro y
su concepto implica la Extensión. Pero que esta sea la verdadera
definición de Dios resulta evidente del hecho de que entendem os
por D ios un ser sum amente perfecto y absolutamente infinito;
y que tal Ser existe es fácil dem ostrarlo con esa definición; m as
com o no corresponde hacerlo en este lugar, pasaré por alto la
demostración. Pero lo que debo demostrar aquí, ilustrísimo señor,
pitra responder a su prim era cuestión, son los puntos siguientes:
prim ero, que en la Naturaleza no pueden existir dos sustancias
sin que difieran absolutamente en su esencia; segundo, que una
sustancia no puede ser producida, sino que pertenece a su esencia
el existir; tercero, que toda sustancia debe ser infinita o sumamente
perfecta en su género. D em ostrados los cuales, pod rá usted, ilus-
trísimo señor, ver fácilmente adonde tiendo, con tal que tenga en
cuenta mi definición d e D ios; de m odo que no será necesario que
hable m ás am pliam ente de ellos. Pero para dem ostrarlos clara
y brevemente, nad a m ejor he podido hallar que som eterlos al
exam en de su ingenio, probados a la m anera geom étrica. Se los
envío aquí por separado, y esperaré su juicio sobre ellos.
M e pregunta usted, en segundo lugar, qué errores ob ser
vo en la filosofía de D escartes y de Bacon. A unque no es mi
costu m bre señ alar los errores de los otros, tam bién quiero
com placerlo en esto. El p rim ero y m áxim o consiste en que se
descarriaran tanto del conocim iento de la cau sa prim era y del
origen de todas las cosas. El segundo, en que n o conocieran
la verd ad era naturaleza del alm a hum ana. El tercero, en que
no hayan alcanzado ja m á s la verd ad era cau sa del error. Pero
cuán sum am ente necesario es el verd ad ero conocim iento de
esos tres puntos, solo pueden ignorarlo quienes carecen ab solu
tam ente d e todo estudio y disciplina. C uán d escarriados están
estos autores acerca del conocim iento de la cau sa prim era y
del alm a hum ana, se colige fácilm ente de la verd ad de las tres
proposiciones arriba m encionadas; por lo cual, solo m e dedicaré
a dem ostrar el tercer error. D e Bacon diré p o c a cosa: hab la de
este asunto m uy confusam ente, porque solo describe y casi nada
dem uestra. Pues, en prim er lugar, supone que el entendim iento
hum ano, fuera del engañ o d e los sentidos, yerra p or su p rop ia
naturaleza y concibe todo por an alogía con su naturaleza y no
por an alogía con el U niverso, de m odo que frente a los rayos
de las cosas se com po rta a m anera de un espejo defectuoso
que m ezcla su naturaleza con la naturaleza de las cosas, etc.
En segundo lugar, que el entendim iento hum ano tiende por
su p rop ia naturaleza a lo abstracto e im agina las cosas que son
cam biantes com o fijas, etc. En tercer lugar, que el entendimiento
hum ano es inquieto y no p uede detenerse ni descansar. Y las
otras causas que aún señ ala pueden reducirse fácilm ente a la
única de D escartes, a saber, que la voluntad hum ana es libre y
m ás am p lia que el entendim iento, o com o lo exp resa el m ism o
ÍNDICE
I n t r o d u c c i ó n / wi
Contenido del Epistolario / ix
La filosofía bajo la rosa / xm
Oldenburg y la Roy a l Society / xvu
El círculo de Amsterdam / xxvn
Leibniz, Schuller, Tschirnhaus / xxxiv
Filósofos y viejezuelas: un relato de fantasmas / xí
B aruch S p in o z a
Epistolario
Pró lo go , por Oscar Cohan (1950) / j
I n t r o d u c c i ó n , por Cari Gebhardt / 5